lunes, 19 de abril de 2010

El grito

"El grito es la afirmación de uno mismo, su paroxismo, lo que es una salida de sí, un gesto arrebatado, un acto de fuerza interior que sale a espasmos, un grito con la voz en blanco en dispersión."

Cuando Barba Azul llama a gritos a su mujer y ella procura desesperadamente ganar tiempo, lo que intenta en realidad es hacer acopio de energía para vencer al depredador, tanto si se trata de una amenaza aislada como si se trata de una religión, un marido, una familia o una cultura destructivas o de los complejos negativos de una mujer.
La esposa de Barba Azul trata de salvar la vida, pero lo hace con astucia. "Por favor -murmura-, deja que me prepare para la muerte."
"Sí -contesta él con un gruñido-, pero procura estar preparada. "
La joven llama a sus hermanos psíquicos. ¿Qué representan éstos en la psique de una mujer? Son los propulsores más musculosos y más naturalmente agresivos de la psique. Representan la fuerza interior de una mujer, capaz de entrar en acción cuando llega el momento de eliminar los impulsos malignos. Aunque esta capacidad se representa aquí con sexo masculino, puede representarse con ambos sexos y con cosas tales como una montaña que se cierra para que no entre un intruso o un sol que desciende por un instante para quemar al merodeador y dejarlo achicharrado.
La esposa sube corriendo a su cámara, pide a sus hermanas que se acerquen a las murallas y les pregunta: "¿Veis venir a nuestros hermanos?" Y las hermanas le contestan que todavía no ven nada. Mientras Barba Azul le ordena a gritos a su mujer que baje al sótano para decapitarla, ella vuelve a preguntar: "¿Veis venir a nuestros hermanos?" Y las hermanas le contestan que les parece ver un torbellino o una polvareda en la distancia.
Aquí tenemos todo el guión de la oleada de fuerza psíquica que se produce en el interior de una mujer. Sus hermanas -las más sabias- ocupan el centro del escenario en esta última fase de la iniciación; se convierten en sus ojos. El grito de la mujer recorre una larga distancia en el interior de la psique hasta llegar al lugar donde viven sus hermanos, es decir, donde viven los aspectos de la psique que están adiestrados para luchar, y para luchar a muerte en caso necesario. Pero, en un principio, los aspectos defensores de la psique no están tan cerca de la conciencia como deberían estar. La rapidez y la naturaleza combativa de muchas mujeres no están lo bastante cerca de su conciencia como para que puedan resultar eficaces.
Una mujer tiene que practicar la llamada o el conjuro de su naturaleza combativa, de los atributos del torbellino o la polvareda. El símbolo del torbellino representa una fuerza central de determinación que, cuando se concentra en lugar de desperdigarse, otorga una tremenda energía a la mujer. Con esta resuelta actitud, la mujer no perderá la conciencia ni será enterrada junto con lo demás. Resolverá de una vez por todas la matanza interior femenina, su pérdida de libido y su pérdida de pasión por la vida. Aunque las preguntas clave le proporcionan la abertura y la relajación necesarias para su liberación, sin los ojos de sus hermanas y sin la fuerza muscular de los hermanos armados con espadas, no podría alcanzar un éxito absoluto.

 
Barba Azul llama a gritos a su esposa y empieza a subir ruidosamente los peldaños de piedra. La mujer vuelve a preguntarles a sus hermanas: "¿Y ahora los veis?" Y las hermanas le contestan: "¡Sí! Ahora los vernos. Ya casi están aquí." Los hermanos entran al galope en el castillo, irrumpen en la estancia y empujan a Barba Azul contra el parapeto. Allí lo matan con sus espadas y lo dejan para los devoradores de carroña.
Cuando las mujeres emergen de nuevo a la superficie, liberadas de su ingenuidad, arrastran consigo y hacia sí mismas algo inexplorado. En este caso, la mujer, que ahora es más sabia y juiciosa, echa mano de una energía interior masculina. En la psicología junguiana, este elemento se denomina animus, un elemento de la psique femenina parcialmente mortal, parcialmente instintivo y parcialmente cultural que se presenta en los cuentos de hadas y en los símbolos oníricos bajo la apariencia de su hijo, su marido, un extraño y/o un amante, que a veces reviste un carácter amenazador según las circunstancias psíquicas del momento.
Esta figura psíquica posee un valor especial, pues tiene unas cualidades que están tradicionalmente excluidas en las mujeres, siendo la agresión una de las más habituales.
Cuando esta naturaleza de sexo contrario está sana, tal como la simbolizan los hermanos del cuento de Barba Azul, ama a la mujer en la que habita. Es la energía intrapsíquica que la ayuda a conseguir cualquier cosa que desee. Es la depositaria de la fuerza muscular psíquica en contraposición con otras dotes que la mujer pueda poseer. Y es la que la ayudará y le prestará su apoyo en su lucha por el conocimiento conciente. En muchas mujeres, este aspecto contrasexual tiende un puente entre los mundos internos del pensamiento y el sentimiento y el mundo exterior.
Cuanto más fuerte y más integralmente extenso sea el animus (lo podemos considerar un puente), tanto mayores serán la capacidad, la facilidad y el estilo con que la mujer manifestará de manera concreta sus ideas y su labor creativa en el mundo exterior. Una mujer con un animus poco desarrollado tiene muchas ideas y pensamientos, pero es incapaz de manifestarlos en el mundo exterior. Siempre se queda a un paso de la organización o puesta en práctica de sus maravillosas imágenes.


Los hermanos representan el don de la fuerza y la acción. Al final y gracias a ellos ocurren varias cosas: la primera es la neutralización de la inmensa capacidad paralizadora del depredador en la psique de la mujer. La segunda es la conversión de la dulce muchacha de ojos azules en una mujer de mirada alerta y la tercera es la inmediata presencia de dos guerreros uno a su derecha y otro a su izquierda en cuanto ella los llama.

Fuentes:

Clarissa Pinkola Estés
"Mujeres que Corren con los Lobos"





jueves, 15 de abril de 2010

La persona, el personaje, la máscara

"La persona...es aquel sistema de adaptación o aquel modo con el cual entramos en relación con el mundo. Así, casi toda profesión tiene una persona característica. El peligro está solo en que se identifique uno con la persona, como por ejemplo el profesor con su manual o el tenor con su voz... Se podrá decir con cierta exageración: la persona es aquello que no es propiamente de uno, sino lo que uno y la demás gente creen que es."
 C.G.Jung
I - La Persona y la Máscara

La palabra persona, proviene del griego Prosopón, términos que señala las máscaras que utilizaban los actores de la tragedia y la comedia. En la Grecia clásica la palabra Prosopón (πρόσωπον) designaba tanto a la persona como a la máscara. El mismo actor salía a escena con diferentes máscaras que correspondían a diferentes personajes. En la vida real todos representamos diferentes roles, que en escena se corresponderían a máscaras distintas: la máscara-rol del asalariado, del esposo, del padre, etc.
“Persona” significaba, pues, en el teatro tanto la máscara como el papel que representaba el actor a través de ella, por lo tanto, el personaje. Algo sugerente de esta imagen es que el papel representado en el teatro sólo se podía hacer y era reconocible si el actor hacía resonar la voz por detrás de la máscara . Nos sugiere, por un lado, que reconocemos al personaje a través de ciertas características ejemplificadas en la máscara lo cual supone que lo representado sólo puede ser representado justo a partir de la mediación y la simplificación. Al mismo tiempo, hay una pequeña distancia pero una distancia efectiva entre la voz que resuena tras la máscara y aquello que vemos: hay algo en el camino que se pierde y que no puede hacerse inteligible del todo

Estas máscara se caracterizaban por su dimensión desproporcionada, mayor que el cuerpo, sus rasgos esenciales -que mostraban el carácter dramático o cómico del personaje-, y el uso de un cono que amplificaba y proyectaba la voz del actor. Todo esto, sugiere que la persona, en su relación con la máscara, es una amplificación (En el latín: Per Sonare"resonar") y una mediación que nos permite captar aspectos esenciales de la interioridad de un sujeto.

La persona representa nuestra imagen pública y representaría el arquetipo de la máscara  dentro de la conceptualización de la Psicología analítica de C. G. Jung. Por tanto, la persona es la máscara que nos ponemos antes de salir al mundo externo. Constituye aquella parte de nuestra personalidad que lidia con la realidad externa, es la máscara que se antepone en nuestro desenvolvimiento social cotidiano. Siendo esto así, Jung consideraba que la persona era parte necesaria, no patológica, del desarrollo individual, especialmente respecto de la capacidad de asumir un papel social.Aunque se inicia siendo un arquetipo, con el tiempo vamos asumiéndola, llegando a ser la parte de nosotros más distantes del inconsciente colectivo.

"La persona es una especie de camuflaje que sólo permite a los demás ver de nosotros lo que nosotros queremos que vean y nada más. Pero la persona tiene también otro significado más antiguo, el que se encuentra presente en todos los ritos mesoamericanos y que tan bien conocen las cantadoras, cuentistas y curanderas. La persona no es una simple máscara detrás de la que uno se oculta sino una presencia que eclipsa la personalidad exterior- En este sentido, la persona o máscara es un signo de categoría, virtud, carácter y autoridad. Es el significador exterior, la exhibición externa de dominio." 
"Mujeres que Corren con los Lobos" por Clarissa Pinkola Estés

En su mejor presentación, constituye la “buena impresión” que todos queremos brindar al satisfacer los roles que la sociedad nos exige. Pero, en su peor cara, puede confundirse incluso por nosotros mismos, de nuestra propia naturaleza. Algunas veces llegamos a creer que realmente somos lo que pretendemos ser. La patología deviene ante una identificación rígida con el arquetipo.

II - El Rol

La máscara es una adecuación que nos permite relacionarnos con los demás. Pertenece sin lugar a dudas al mundo de los roles tanto en su aspecto relacional como en sus aspectos manipulatorios. O sea que, a través de la máscara, podemos comunicarnos o podemos controlar la comunicación.

Un rol es un conjunto de comportamientos que tienen por objeto proyectar cierta imagen ante los demás y ante nosotros mismos. En cada rol adoptamos ciertos comportamientos, sentimientos y actitudes. Esas respuestas se construyen automáticamente. Cuando nos identificamos plenamente con un rol, éste no sólo nos impide interactuar con toda clase de gente y explorar diversas posibilidades: también nos aparta de lo que está ocurriendo en la realidad. En vez de ser reales, nuestras vidas se convierten en una compleja obra teatral. Cuando ésto ocurre, la soledad es inevitable. Su causa no es la separación de los demás, sino de nosotros mismos.
Los roles pueden resultar hipnóticos. Podemos enamorarnos de un rol o fantasía y vivirlo como si fuera nuestro verdadero ser. O, más común, podemos enamorarnos de alguien que está representando un rol. Aquí no nos enamoramos de una persona verdadera, sino de la imagen o fantasía que ha creado para nosotros. Podemos sufrir una conmoción si esa persona abandona su rol y nos encontramos cara a cara con quien es en realidad. Ésto habitualmente toma algunos meses de relación, y luego comenzamos a preguntarnos, ¿dónde ha ido a parar el amor?.
Representar un papel nos brinda una sentimiento temporal de seguridad. La seguridad temporal no es mala, pero es sólo temporal y no satisface nuestras necesidades más profundas, ni llena nuestro vacío interior. El mayor peligro de perdernos en un rol es que ese rol puede empezar a sobrepasarnos. Podemos perder contacto con la realidad. Perdemos conexión con nuestros sentimientos, y puede que llegue un punto en que no seamos capaces de ver las posibilidades con que contamos en nuestra vida.
Muchísimos malentendidos y una profunda falta de comunicación suelen ser las consecuencias de apegarse a un rol en particular, o a una ilusión de sí mismo. Despéguese un poquito. Mire si puede empezar a separarse del rol estático que ha construido para usted

A la máscara, se le pueden adosar todos los estereotipos posibles, formas significativas que desarrollamos desde muy temprana edad y que nos permiten adecuarnos a las necesidades de integración. Esto está presente desde nuestro origen tribal que nos urge a buscar modos de pertenencia, entendimientos con los otros, que sean garantizadores del orden y los acuerdos colectivos. Estas temáticas ocupan gran parte de los primeros años de la vida, comenzando por la adolescencia y culminando en la juventud.
Luego de esto se produce una rigidez convencional y que responde a supuestos colectivos o una libertad que se traduce en crecimiento de nuestra individualidad.
De todas maneras, no debemos dejar de ver en la máscara, una mediación que revela a la vez que oculta, un elemento regulador de la intimidad y a la vez un aspecto de la conciencia que nos ayuda en términos de la comunicación. Se trata de una ventaja que nos permite interactuar con los demás. La sociedad depende de las interacciones entre la gente a través de la personalidad.

"La persona es un complejo funcional que surge
por razones de adaptación o conveniencia personal."

Usualmente presenta aspectos ideales de nosotros mismos, los que presentamos al mundo exterior. Es un complejo que abarca lo que los demás dicen de mi, lo que yo creo que soy, lo que desearía y creo que debo ser.
La máscara expresa un sistema de creencias que puede ser cómodo o asfixiante.

"La persona puede ser también aquello que en realidad no soy,
pero que yo mismo y los demás creemos que soy."

Antes de diferenciarse del ego, la persona se vivencia como individualidad. De hecho, como identidad social por una parte e imagen ideal por otra, es poco lo individual que hay en ella.

Cuando analizamos la persona, nos arrancamos la máscara y descubrimos que lo que parecía ser individual es en el fondo algo colectivo (Sistema de creencias o red conceptual.) En otras palabras, que la persona era sólo la máscara de la psique colectiva. En lo fundamental, la persona no es algo real, es un convenio entre el individuo y la sociedad en cuanto a lo que un hombre debe aparentar ser... Es una realidad secundaria, un convenio en donde los demás tienen generalmente más influencia.

III - El concepto de Persona

El tema de la persona ahonda sus raíces en la Filosofía y, por tanto, en la Antropología.

El ser humano, en cuanto tejido único con sus tres estratos: biológico, psicológico y espiritual, es objeto de estudio tanto de las ciencias experienciales o del espíritu, como de las ciencias experimentales o de la naturaleza.
“El ser humano moderno ha topado consigo mismo y vive obsesionado por alcanzar la comprensión, la expresión y la realización de sí mismo. Todavía estamos inmersos en el horizonte de lo antropológico, entre la admiración y el espanto que nos produce lo humano”.

Hay que decir con Heidegger que nunca hemos sabido tanto sobre el ser humano y nunca como en este momento sabemos menos de él. Andamos sin reposo por los senderos de los múltiples saberes que se han acumulado en torno al ser humano, y perdidos, porque aun ignoramos las respuestas decisivas a nuestra insistente pregunta:
¿Qué es el ser humano?

¿Qué pensador no se ha hecho esta pregunta? Cuando nos miramos con honestidad a nosotros mismos vemos demasiada miseria para que esa definición que pudiéramos dar de nosotros fuera algo definitivo, integral e incluso brillante. ¿No será que el ser humano está hecho de tal manera que tiene necesidad de otro que lo defina, que le dé razón de su ser y de su destino?

Sin embargo todos convienen en que el ser humano es un ser personal. Ser humano y persona no son conceptos equivalentes, pero son inseparables, se dan la mano, el uno ayuda a la comprensión del otro.

Muchas han sido las definiciones que a través de la historia se han dado del ser humano: animal racional, animal político, animal social, animal de trabajo, animal lingüista, animal simbólico, animal estructural, animal proletario, animal técnico y tantas otras. Se le ha comparado siempre al ser humano con el animal para, por diferencia específica, definirlo. Lo que se aprecia es que ni una definición sola ni todas juntas dan razón todavía de quién sea el ser humano. El ser humano es “+” que todas ellas. Cada una de estas definiciones deja fuera un inmenso campo de valores sin definir, porque cada una hace referencia a algún aspecto del ser humano. Se podría decir que todas se inscriben dentro del marco psicológico del ser humano, hacen referencia a un aspecto de su psicología o a alguna de sus facultades dejando fuera su espíritu. El ser humano es más que todas estas definiciones juntas, es “+” que todo método y “+” que toda ciencia.

También Jesús Cristo da una definición del ser humano, seguramente la más arriesgada y honda que jamás haya sido dada en la historia:
"Dioses sois".
Esta definición responde a la concepción del hombre en el pensamiento hebreo:
“Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”.
Para el pensamiento cristiano, el hombre, pues, no es imagen de sí mismo, ni del mundo, ni de la sociedad, como lo quiere Jean Paul Sartre, sino del Sujeto Absoluto. Esta definición implica que no es el ser humano el que se define a sí mismo, sino que tiene necesidad de alguien que lo defina, alguien que dé razón plena de su destino.


“Persona” es un término que ha sufrido distintas transformaciones y tiene su propio recorrido metafísico como concepto. La cultura clásica no reconocía valor absoluto al individuo en cuanto tal, hacía depender su valor de la proveniencia, del censo y de la raza. El concepto de persona, en cuanto que pone el acento sobre el individuo singular y concreto, se aleja del pensamiento griego, que daba mucha importancia, reconocimiento y valor solamente a lo universal, a lo ideal, a lo abstracto, considerando al individuo solamente como un momento fenomenológico de la especie, un momento transitorio del gran ciclo omnicomprensivo de la historia.
La afirmación de que el individuo fuera persona, y esta fuera única, irrepetible y de igual dignidad para todos los individuos de la especie empieza con el cristianismo. De hecho, su primer desarrollo importante se debe a la adopción del término por parte de la teología cristiana . Tomará el lugar de “sustancia” para definir lo que es específico del hombre. Boecio dirá que persona es “una sustancia individual de naturaleza racional” y Leibniz usará ese mismo nombre para indicar aquello que permanece invariable en el espacio y el tiempo en cada acto de esa sustancia . El concepto se revestirá de contenido moral con Kant , quien sostendrá que la persona es aquello que actúa con independencia de la naturaleza al darse leyes a sí misma y en tanto que actúe de forma autónoma y no heterónoma será el depositario último e inalienable de la dignidad. Si existe un punto álgido en la carrera metafísica del concepto de “persona” quizás sea este el “personalismo” de Mounier: la persona será algo más que la sustancia individual e indisoluble caracterizada por la racionalidad; la persona se hará sólo a sí misma en el encuentro amoroso con el otro, es decir, lo será sólo y en tanto sea capaz de transcender su propia individualidad .

En toda esa historia metafísica del concepto, sin embargo, se subrayan dos características asociadas al término “persona”:

1) la independencia, el carácter individual e intransferible de aquello que a cada uno nos hace ser ‘persona’. Aquí el término persona se aproxima al de “sustancia”. En la medida en que cada uno de nosotros posee ese carácter, todos somos ‘personas’ iguales o por igual.
2) la incomunicabilidad, la irreductibilidad (aquello que se esconde tras la máscara). En la medida en que no puede hacerse del todo inteligible y mostrarse más allá de la representación, cada uno de nosotros y solo éste es aquella ‘persona’. Es decir, todos somos ‘personas’ diferentes.

Es decir, en el concepto de “persona” se reúnen principalmente dos elementos: uno de individuación, otro de universalidad o generalidad. O dicho de otro modo: uno de exterioridad, del hacerse patente y uno de intimidad, del más allá de cualquier aparecerse fenoménico. Si retomamos el significado antiguo, Prósopon quizás esto se haga más claro. En la caracterización de la máscara existen rasgos que hacen reconocibles al personaje representado en aquello perceptible, en la fachada, en el rostro. De otro modo, aquello individual no puede hacerse inteligible al espectador, al otro. Es decir, aquello que se esconde tras la faz y que me individua no puede hacerse patente sin el hecho mismo del mostrarse, sin la mediación. Dicho de otro modo, reconocemos al personaje a partir de su apariencia fenoménica, a partir del papel que juega en el conjunto del entramado de manera que tomamos parte de aquello que subyace constante en espacio y tiempo tras la apariencia. Sin esa comunicación mediada y parcial no existe reconocimiento por parte del otro y, en alguna medida, no se es.

IV - El Personaje

Desde que el ser humano es concebido como persona desarrolla roles y funciones que generan hacia los demás y hacia sí mismo, una imagen. Una persona puede usar diferentes máscaras en diferentes contextos. Una máscara para el trabajo, otra para el trato con familiares, otra en el contexto de un grupo de amigos.
Así ese hombre o mujer será un profesional, un artesano, un político, ella será madre o líder en su lugar de trabajo. Somos lo que queremos ser y también somos un producto de lo que desean nuestros padres y la sociedad y vamos formando una imagen que se instala en la sociedad en que vivimos hasta que esa imagen es la que nos identifica frente a los demás y frente a nosotros mismos; es el rol social, la cubierta que mostramos. La vestimenta y la conducta se determinan en función de ese rol, nos reconocerán por eso y nos aceptarán o no, pero será nuestra identidad; habrá en nuestra familia y amigos una conducta esperada de marido bueno, de político, de mujer seductora, de santo de alguna religión y estaremos atados a ese rol como en un corsé, y esa imagen seremos. La imagen que mostramos y con la cual funcionamos en familia y en sociedad la llamaremos personaje y diferenciaremos de la persona, en tanto que ésta es la esencia de nuestro ser, lo que en realidad somos en nuestra intimidad, la cara oculta de nosotros mismos, el sí mismo que nos constituye, pero que no necesariamente forma parte del personaje o los personajes sociales que representamos.

El rol del personaje puede ser provechoso o nocivo para la persona. Puede permitir obtener beneficios materiales que pueden ser canalizados luego para llevar una vida privada más satisfactoria. Pero también puede acontecer que la persona se fusione demasiado con el personaje. En ese caso, el ego puede verse llevado a identificarse exclusivamente con el personaje, y otras facetas de la personalidad serán dejadas de lado. A la identificación exclusiva del ego con un personaje Jung la denomina “inflación”.

A esto se encuentran expuestos, por ejemplo, los políticos con sus asesores de imagen que los aconsejan y “entrenan” para lucir, decir y hacer lo conveniente para ser aceptados y votados. Los asesores de imagen no son otra cosa que “entrenadores” del arquetipo del personaje. Si “los asesorados”no practican una buena introspección pueden terminar identificados con el personaje

Los casos de “personaje inflado” suelen mostrar personas con cierto éxito social que en algún momento comienzan a tener sensación de sin sentido en su vida. En el análisis suelen percatarse de cierta hipocresía en sus relaciones e intereses sumada a una intensa sensación de incomodidad.

Cada ser humano entonces tiene una persona y un personaje... El personaje es la máscara, la careta o fachada que exhibimos públicamente, el rol social, lo que los demás ven de nosotros, una interpretación con el propósito de exteriorizar una imagen favorable. El objetivo del personaje es la aceptación social. El personaje constituye el soporte de la vida social.
Sin embargo la persona es lo que está detrás, nuestro espíritu, lo eternamente vivo, la esencia de nosotros mismos: La verdad oculta.

Podemos vivir de dos formas: una al servicio del personaje, del rol social, del yo ideal, entonces correremos riesgo de ser esclavos de esa imagen externa, de lo que nos da la apariencia; la casa, el auto, el estatus, el poder, el dinero, las pequeñas miserias mundanas... Detrás de la apariencia superflua y banal o junto con ello estarán la pérdida de los valores y la valoración de lo trascendente. El sujeto esclavo de lo superfluo y atrapado en su personaje ahora convertido en carcasa vacía y desprovista de sentido, andará por el mundo como turista permanente; ya nada le importará sólo lo que refuerce su apariencia desprovista de sentido en un desarrollo sin límites, así, si tiene poder querrá más poder, si tiene dinero querrá más dinero, si tiene fama querrá más fama... La banalidad estará presente en todos los actos de su vida y un día morirá sin haberse completado, será uno más, sólo un personaje sobredimensionado quizá, pero sin haber desarrollado su persona, la parte más valiosa de todo ser, la que nos une a lo trascendente a la naturaleza al universo y a Dios, o como cada cual quiera llamarlo.

Vivir al servicio de la persona es buscar un crecimiento interior a cada instante, viviendo cada momento con toda la alegría posible, haciendo honor al milagro de la vida, ser consciente del nosotros ahora que nos une a lo eterno intemporal, ser consciente del ahora, de cada instante atrapándolo y dejándonos atrapar. Estar vivos y en contacto total, porque cada instante presente y la eternidad son la misma cosa.

Ser consciente de nosotros como personas en cada instante presente nos mantiene siempre junto a lo eterno universal, a todos los universos posibles y a este universo al que pertenecemos, a todas las personas y a todas las cosas.

El ser humano que sin desatender su imagen, su personaje o su apariencia se concentra en el desarrollo de su persona, de su yo interior en contacto con lo trascendente, será coherente y auténtico en camino siempre hacia una unidad entre el personaje y la persona; no habrá en él una distancia y un vacío entre su esencia (persona) y su apariencia (el personaje), será único en sí mismo y los habitantes de su tiempo lo valorarán así.

Podemos sacrificar el rol social del personaje, pero jamás el desarrollo de la persona única; forma de darle un sentido a nuestras vidas .



lunes, 12 de abril de 2010

Retrocesos y serpenteos

Ser fuerte no significa hacer brotar músculos y flexión. Significa encontrarse con lo numinoso de uno sin huir, viviendo activamente con la naturaleza salvaje de una manera propia. Significa ser capaz de aprender, ser capaz de sostener lo que sabemos. Significa sostenerse y vivir.

Retroceder y serpentear es lo que hace un animal que se esconde bajo tierra para escapar y aparecer a la espalda del depredador. Ésta es la maniobra psíquica que lleva a cabo la esposa de Barba Azul para recuperar la soberanía sobre su propia vida.Al descubrir lo que él considera un engaño de su mujer, Barba Azul la agarra por el cabello y la arrastra escaleras abajo. "¡Ahora te toca a ti! ", ruge. El elemento asesino del inconciente surge de golpe y amenaza con destruir a la mujer conciente.
El análisis, la interpretación de los sueños, el conocimiento y la exploración de sí misma se llevan a cabo porque son medios para retroceder y serpear, para desaparecer bajo tierra, salir por detrás de la cuestión y verla desde una perspectiva distinta. Sin la capacidad de ver de verdad, se pierde lo que se aprende acerca del yo-ego y del Yo numinoso.

Lo Numinoso

Término forjado por el teólogo y filósofo alemán Rudolf Otto (1869-1937) en referencia a lo divino o sagrado y que C.G. Jung identifica con lo inconciente, tanto en su incoherencia destructora (el aspecto demoníaco de Dios) como en su proyecto coherente con la realización del Yo (el aspecto lógico de Dios).

En su libro "Lo santo", Otto analiza la experiencia religiosa como el fundamento de todas las religiones. Es a esta experiencia religiosa a la que otorga el nombre de “numinoso”. Otto creó esa voz, derivándola de numen (dios, divinidad, inspiración o majestad divina), para designar con ella la esencia de lo sagrado, excluyendo de ella toda interpretación racional de religiosidad, así como toda alusión a la ética o dogmáticas particulares. Otto insiste en los aspectos no racional y paradójico de la experiencia religiosa en la que se manifiesta lo numinoso.
De acuerdo a este autor, lo numinoso se caracteriza por tres elementos que designa en latín y son:
 Mysterium, Tremendum, Fascinans.

Como Mysterium, atributo mayor de la experiencia religiosa, lo numinoso se nos ofrece como lo inefable. Como tal, el Mysterium es imposible de explicar con palabras, es inexpresable. Es enteramente diferente a cualquier otra experiencia de vida. Es enteramente Lo Otro.
El espacio en el que sólo es posible la manifestación de lo inefable es el silencio. Este es, a su vez, el requisito sine qua non para que se suscite el Tremendum, el temor humano ante la presencia de una fuerza poderosa, inexplicable, tremenda, terrible, formidable, digna de respeto, pero imposible de verbalizar. De aquí el silencio imprescindible ante su presencia. El temor es la reacción ante una realidad completamente otra, diferente, que no se deja atrapar en la palabra porque su sentido supera los límites impuestos por el ordenamiento racional del lenguaje. La única reacción posible al Mysterium que aparece en el silencio, y que es enteramente humana e íntimamente personal, y por tanto única e intransferible, es el Tremendum.
El temor que dimana de lo numinoso se constata en la descripción colérica que de Yavé aparece en el Antiguo Testamento. Es como energía divina que se inflama y se desencadena misteriosamente, según Otto, y que provoca el temor y temblor en los hombres. Inmediatamente, el temor es superado de forma chocante, sorprendente por medio de la misericordia y la gracia. En el Fascinans, entendido como gracia y misericordia deslumbrante y abarcadora, el temor se traduce en veneración o respeto reverencial ante lo inefable que se manifiesta como un "estremecimiento" que está más allá de todo miedo o temor paralizante.

Lo numinoso sería aquello, y Rudolf Otto lo señala como ejemplo propicio, que en la adoración genuina invade poderosamente al homo religiosus. Es la emoción misma de lo divino que suscita en el hombre un arrobamiento y éxtasis que le hace volverse a lo alto con las palabras "santo, santo, santo".

Lo numinoso lleva adherido una percepción de majestas que provoca en el alma la sensación enriquecedora de una energía trascendente. De aquí, concluye el autor de "Lo santo", que en la experiencia numinosa lo inicialmente aprehendido como "plenitud de poder" quede transmutado, en quien gozosamente la sufre, en "plenitud de ser". Pero esta transmutación no depende de ninguna atadura confesional. Tampoco depende sólo del simple deseo humano. Esta transmutación emana del encuentro, pacientemente esperado, entre el homo religiosus y el poder majestuoso de lo sagrado.

“El homo religiosus no es el hombre de Iglesia. Él es el hombre de la escucha y de la espera. Demuestra una capacidad infinita de espera de la manifestación del ser. No tiene otro Dios que el ser, que no sustituye con divinidades de segunda categoría como el coche, el frigorífico, la televisión o el ordenador.”
 Ferrarotti

Bordeando esta interpretación de lo numinoso, se encuentran dos versiones que nos llegan de la mano de la poesía. La versión de María Zambrano y la de Sonia Miranda. En ambos ejemplos la experiencia religiosa se asoma a la esencia misma de lo sagrado desde un escenario típicamente ottosiano, es decir, en una versión que excluye toda interpretación racional. En ambas autoras se patentiza la insistencia de Rudolf Otto en los aspectos no racionales y paradójicos de la experiencia religiosa en la que se manifiesta lo numinoso. 

Para María Zambrano, el espacio idóneo en el que se manifiesta “lo divino”, como ella suele llamar a lo numinoso, es la poesía. Al igual que la experiencia religiosa descrita según Otto, la poesía es una experiencia sublime. Para la autora, el acceso a lo numinoso se alcanza mediante dos vías, a la vez diversas y unificadoras, Poesía y Logos. Mediante el poder de la palabra (Poesía) y el poder de la razón (Logos) se manifiesta una visión místico-poética. La mística, que es originariamente Mysterium, se presenta en el delirio (éxtasis místico), un delirio de persecución que “es el más implacable de todos porque conduce a lo que se puede sentir mas no decir en un lenguaje ordinario”. Sólo en un lenguaje alusivo, como el de la poesía o el de la prosa hecha de intuiciones poéticas, es permitido verter la experiencia mística.
A diferencia de R. Otto, para Zambrano el Mysterium no provoca el silencio sino el delirio, entendido este como visión místico-poética que se expresa en la Razón Poética. Para Zambrano, la razón poética es la única vía a través de la cual se puede encauzar el delirio hacia el amor que, iluminado por la gracia y la misericordia (Razón divina), hace sentir al hombre eso que llamamos Dios. Lo sagrado, o como le gusta decir a Zambrano, “lo divino”, tiene dos manifestaciones: la doble persecución del terror (Tremendum en palabras de R. Otto) que provoca el éxtasis y la gracia liberadora o Fascinans.

Para Sonia Miranda, la vía a través de la cual el humano accede al ámbito numinoso es el amor. Pero no es el amor entendido como experiencia mística. Ese es el caso de Zambrano. Para Sonia Miranda, la vía de acceso a lo sagrado es el amor perpetuado en la entrega física. La experiencia física que se da en la entrega de los cuerpos es el escenario en el que ocurre, “por un instante eterno”, la apertura a un espacio en el que el Yo se define indefiniendo al otro. Es lo que R. Otto y C.G. Jung llamarían el encuentro de los opuestos. Es lo que, desde la perspectiva hegeliana, se considera la integración de la afirmación (tesis=definición del Yo) y la negación de la afirmación (antítesis=indefinición del Otro). Ambos opuestos se integran en una realidad que, envolviéndolas, las supera. La esencialidad del ser queda así integrado “por siempre definido en lo eterno”.
Lo numinoso, en versión ottosiana, lo divino, en versión de Zambrano, desde la perspectiva de Sonia Miranda se vive en un encuentro fortuito de cuerpos que huyen hacia el momento que eterniza: la entrega física. Ambos cuerpos se vinculan eternamente a través de “la necesidad de autodefinición y de definición del otro.
“Tú definido. Yo indefinida bajo el fuego
Que cual lengua serpeante de mi propio infierno
Entra al espacio y a nuestra ausencia de carne y cuerpo,
Me defines… indefiniéndote. ¡Te apresuras!
¡Corre tras la definición común de los cuerpos!’ (Ya estás aquí).
El momento queda, pues perpetuado.
"Eres, pues todo lo que pudiste haber sido, ya es;
Todo lo que habrás de ser, también fue. “(Eres)

La percepción de Majestas como "plenitud de poder" se manifiesta en la entrega física de los cuerpos, provocando en el alma del homo religiosus la sensación enriquecedora de una energía trascendente. Desde el ámbito físico la entrega al otro se experimenta como vivencia de una realidad numinosa trascendente que se aprehende en los cuerpos transmutados por el encuentro. Es esta transmutación el acceso a lo eterno y a la "plenitud de ser". Pero esta transmutación no depende de ninguna atadura confesional. Insistamos en ello, depende del encuentro fortuito de los cuerpos en la entrega física.

A través de las dos visiones, la de Zambrano y la Sonia Miranda, hemos visto cómo la experiencia numinosa descrita por Rudolf Otto se inserta en el humano desde escenarios que, aunque diversos, son semejantes en sus categorías esenciales. Ambas visiones se asientan en suelos poéticos y el uso de la palabra poética obliga a una lectura no-racional de la experiencia numinosa, tal como la considera Otto. Aunque estas descripciones que se realizan desde ámbitos no-racionales escapan a una descripción lógica, al estilo científico positivista, no atentan, de ninguna manera, contra la validez de la experiencia numinosa. Por el contrario, la amplía y enriquece más allá de los límites de la razón.
En el estudio del fenómeno religioso es necesario abrirnos a otras maneras de entender el conocimiento. Un conocimiento de una realidad que no es física, tampoco racional. Pero que no por eso deja de ser real. Es, sencillamente, realidad numinosa. Sólo romperemos las ataduras de la funesta manía de pensar en clave racional cuando nos abramos a la posibilidad de aceptar otros planos de referencia diferentes. Y esto se conseguirá, en palabras de Mircea Eliade:
“[…] sólo cuando el erudito haya traspasado la fase de pura erudición, en otras palabras, cuando, tras haber recogido, descrito y clasificado sus documentos, haya hecho también un esfuerzo para entenderlos en su propio plano de referencia”
Y este plano de referencia que nos ocupa no es otro que el de la realidad numinosa.

Otra semejanza categorial entre ambas autoras estudiadas es lo paradójico e inefable como acceso a lo numinoso. La locura, que desde una perspectiva psicosomática, se entiende como escisión del ser, en Zambrano conduce a la plenitud de ser. En Sonia Miranda, lo paradójico se nos muestra en la entrega física en un momento fugaz que vincula al humano con lo eterno numinoso. Es paradójico también esa definición del Yo que exige la indefinición de lo Otro como fundamento que posibilita la manifestación de lo numinoso. En ambas concepciones, la de Zambrano y la de Miranda, lo sagrado se experimenta como un majestuoso poder de transformación que lleva atado lo paradójico en el momento de su manifestación.
Por último, en ambas concepciones, el uso de la palabra en clave poética es la condición sine qua non para expresar la experiencia numinosa. Esto es así porque el lenguaje poético es simbólico por naturaleza. Como tal, siempre que manifiesta, oculta. Y aquello que oculta en la manifestación es un ámbito de profunda trascendencia para el humano, es lo numinoso. Como afirma Sonia Miranda, en un poema titulado "Quisiera descubrir la palabra exacta", el lenguaje poético ofrece la única posibilidad de encontrar la “palabra exacta” que, “encadenada a un tejido de llamas”, manifiesta “el principio lingüístico de su sustancia” (¿lo numinoso?).
Fuentes:

En Barba Azul la psique intenta evitar que la maten. Ha dejado de ser ingenua y utiliza la astucia; pide que le concedan un poco de tiempo para prepararse, en otras palabras, pide tiempo para armarse de valor con vistas a la batalla final. En la realidad exterior, vemos que hay mujeres que también planean sus fugas, ya sea de una antigua conducta destructiva o bien de un amante o un trabajo. Quieren ganar tiempo, esperan el momento oportuno, planean su estrategia y echan mano de su poder interior antes de llevar a cabo un cambio exterior. A veces esta inmensa amenaza del depredador basta para que una mujer deje de ser una infeliz acomodaticia y adquiera la recelosa mirada de los que están en guardia.
Por una curiosa ironía ambos aspectos de la psique, el depredador y el potencial juvenil, llegan a su punto de ebullición. Cuando una mujer comprende que ha sido una presa tanto en el mundo exterior como en el interior, casi no lo puede resistir. Es algo que golpea de lleno la raíz de quién es ella y entonces decide, y hace muy bien, matar la fuerza depredadora.
Entretanto, su complejo depredador está furioso porque ella ha abierto la puerta prohibida y empieza a efectuar rondas de inspección en un intento de cortarle todas las posibilidades de huida. La fuerza destructora se convierte en asesina y afirma que la mujer ha profanado lo más sagrado y ahora tiene que morir.
Cuando unos aspectos contrarios de la psique de una mujer llegan al punto de inflamación, cabe la posibilidad de que ésta se encuentre increíblemente cansada, pues su libido se siente arrastrada en dos direcciones contrarias. Sin embargo, aunque una mujer esté muerta de cansancio por culpa de sus lamentables luchas, cualesquiera que éstas sean, y por muy grande que sea su hambre de alma, tiene que planear la fuga y esforzarse por seguir adelante. Este momento crítico es algo así como pasarse un día y una noche seguidos a temperaturas bajo cero. Para poder sobrevivir no tenemos que rendirnos al cansancio. Quedarnos dormidas ahora equivaldría a una muerte segura.
Ésta es la iniciación más profunda, la iniciación de una mujer en la utilización de los sentidos instintivos que ella tiene para identificar y desterrar al depredador. Es el momento en que la mujer cautiva pasa de la situación de víctima a una situación en la que se intensifica su perspicacia, sus ojos miran con expresión más taimada y se afina su oído. Es el momento en el que, gracias a un esfuerzo casi sobrehumano, consigue que la extenuada psique lleve a cabo su tarea final. Las preguntas clave la siguen ayudando, pues la llave sigue derramando la sangre de la sabiduría mientras el depredador trata de impedir que adquiera conciencia de lo que ocurre. Su insensato mensaje es: "Si adquieres conciencia, morirás." La respuesta de la mujer consiste en inducirle a creer que ella es su voluntaria víctima mientras planea su muerte.
Dicen que, entre los animales, el depredador y su presa trenzan una misteriosa danza psíquica. Dicen que, cuando la presa establece con el depredador cierto tipo de servil contacto visual y experimenta un temblor que produce una leve ondulación de la piel sobre los músculos, reconoce su propia debilidad y accede a convertirse en su víctima.

Hay veces en que hay que temblar y correr, y hay otras en que no es necesario hacerlo. En este momento crítico, una mujer no tiene que temblar y no tiene que humillarse. La petición de tiempo que hace la joven esposa de Barba Azul para prepararse no es una muestra de sumisión al depredador. Es su astuta manera de hacer acopio de energía y transmitirla a los músculos. Como ciertas criaturas del bosque, la esposa se está preparando para lanzar un ataque concentrado contra el depredador. Se esconde bajo tierra para huir del depredador y después emerge inesperadamente a su espalda.

Fuentes:

Clarissa Pinkola Estés
"Mujeres que Corren con los Lobos"





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