viernes, 1 de febrero de 2008

Una nave llamada Tierra.


"Repentinamente, detrás de los bordes de la Luna, en prolongados lapsos de lento movimiento, de inmensa majestad, emerge allí una joya centelleante, azul y blanca, ligera, delicada esfera azul celeste, enlazada por lentas turbulencias de velo blanco, elevándose gradualmente como una pequeña perla en un espeso mar de oscuro misterio. Toma cierto tiempo entender plenamente que es la Tierra… nuestro hogar."

Edgar Mitchell

"Ed" Mitchell fue el sexto hombre en efectuar una compleja caminata sobre la ardua superficie lunar. De regreso a la tierra, un lapso más tarde, Edgar tuvo una experiencia para la cual nada en su vida lo había preparado. Mientras iniciaba la vuelta a su cuna planetaria, y con la convicción de una ecuación analítica que él siempre podría descifrar, tuvo una revelación íntima de total certidumbre. Fue cuando descubrió que ese mundo azul maravilloso al cual estaba retornando era parte de un sistema viviente, armonioso y holista del cual toda la humanidad forma parte ineludible -tal como él mismo lo expresara más tarde- "de un universo consciente", que goza de una interconexión donde el éxtasis espiritual es imprescindible.

Introducción:

Desde la perspectiva que tenemos en la Tierra, nuestro planeta parece ser grande y fuerte con un océano de aire interminable. Desde el espacio, los astronautas frecuentemente tienen la impresión de que la Tierra es pequeña, con una delgada y frágil capa de atmósfera. Para un viajero espacial, las características distintivas de la Tierra son las aguas azules, masas de tierra café y verde y nubes blancas contrastando con un fondo negro.

Muchos sueñan con viajar en el espacio y ver las maravillas del universo. En realidad todos nosotros somos viajeros espaciales. Nuestra nave es el planeta Tierra, viajando a una velocidad de 108,000 kilómetros (67,000 millas) por hora.

La Tierra es el tercer planeta más cercano al Sol, a una distancia de alrededor de 150 millones de kilómetros (93.2 millones de millas). A la Tierra le toma 365.256 días viajar alrededor del Sol y 23.9345 horas para que la Tierra rote una revolución completa. Tiene un diámetro de 12,756 kilómetros (7,973 millas), solamente unos cuantos kilómetros más grande que el diámetro de Venus. Nuestra atmósfera está compuesta de un 78 por ciento de nitrógeno, 21 por ciento de oxígeno y 1 por ciento de otros constituyentes.

La Tierra es el único planeta en el sistema solar que se sabe que mantiene vida. El rápido movimiento giratorio y el núcleo de hierro y níquel de nuestro planeta generan un campo magnético extenso, que, junto con la atmósfera, nos protege de casi todas las radiaciones nocivas provenientes del Sol y de otras estrellas. La atmósfera de la Tierra nos protege de meteoritos, la mayoría de los cuales se desintegran antes de que puedan llegar a la superficie.

De nuestros viajes al espacio, hemos aprendido mucho acerca de nuestro planeta hogar. El primer satélite americano, el Explorer 1, descubrió una zona de intensa radiación, ahora llamada los cinturones de radiación Van Allen. Esta capa está formada por partículas cargadas en rápido movimiento que son atrapadas por el campo magnético de la Tierra en una región con forma de dona rodeando el ecuador. Otros descubrimientos de los satélites muestran que el campo magnético de nuestro planeta está distorsionado en forma de una gota debido al viento solar.. También sabemos ahora que nuestra fina atmósfera superior, que antes se creía era calmada y sin incidentes, hierve con actividad creciendo de día y contrayéndose en las noches. Afectada por los cambios en la actividad solar, la atmósfera superior contribuye al tiempo y clima en la Tierra.

Además de afectar el clima en la Tierra, la actividad solar genera un fenómeno visual dramático en nuestra atmósfera. Cuando las partículas cargadas del viento solar se quedan atrapadas en el campo magnético de la Tierra, chocan con moléculas de aire sobre los polos magnéticos de nuestro planeta. Estas moléculas de aire entonces empiezan a emitir luz y son conocidas como "las auroras o las luces del norte y del sur".
Fuentes:
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Tierra frágil:

Vista desde el espacio exterior la Tierra se muestra con una belleza indescriptible. En medio de la densa oscuridad del universo, constituye una suerte de revelación en la que los mares, las nubes y los tonos sepias y verdes de continentes e islas producen un efecto de belleza difícilmente explicado por quienes se han aventurado por los inmensos caminos del cosmos. Los pocos hombres y mujeres que la han visto, sobre todo quienes la pudieron observar desde la perturbadora distancia de los viajes a la Luna, la describen de una manera a la vez desbordante y contenida. Estos navegantes parecen luchar con palabras e imágenes para trasmitir la experiencia sensorial y emocional de un planeta del cual se desprenden físicamente. Los viajeros parecen no tener referentes terrestres que les permitan establecer analogías precisas, para comunicar con mayor amplitud y riqueza su experiencia sensorial. Desde la ventana de la nave espacial la Tierra se aleja y empequeñece conforme se avanza hacia la Luna, pero este alejamiento se traduce en cercanía, conciencia y sensación de entendimiento del hombre y de la Tierra. “Veníamos a explorar la Luna y terminamos descubriendo la Tierra” dijo en una ocasión Bill Anders, astronauta del Apolo 8. Algunas descripciones mencionan al globo terráqueo como una hermosa canica azul, conscientes de que aun el más bello de estos objetos, resultaba poca cosa para describir lo que sus ojos miraban. Los astronautas dicen más con lo que dejan de decir.

Las imágenes de la Tierra vistas y trasmitidas por los astronautas provocaron sentimientos inéditos, emociones encontradas, así como un entendimiento y conciencia nueva del planeta y de sus habitantes. Una primera imagen es la de la Tierra como unidad. Su misma redondez es valorada conceptual y estéticamente como un verdadero descubrimiento. Aleksei Leonov pudo expresar: “La Tierra era absolutamente redonda. Creo que nunca supe el verdadero significado de la palabra redondo sino hasta que vi la Tierra desde el espacio”. Los astronautas no ven fronteras, razas, diferencias sociales, sólo una esfera colorida, como un adorno de navidad colgando en la negrura del espacio (James Irwin). La turista espacial Anousheh Ansari expresó no haber visto divisiones territoriales, razas o religión desde la Estación Espacial Internacional: “Todo lo que puedes ver es una sola Tierra”. El naciente movimiento ambiental pudo, basado en esta idea de unidad planetaria, movilizar en defensa de la Tierra, a distintos grupos sociales y pueblos, por el simple hecho de ser sus habitantes.

Otra imagen de la Tierra la presenta como algo vivo, distinguiéndose de la condición de naturaleza muerta que trasmiten sus vecinos Venus y Marte. Esta imagen vital del planeta ha alentado algunas interpretaciones, como es el caso de James Lovelock, quien en su teoría de la Gaia, ve a la Tierra como un organismo viviente. Todas las especies, al efectuar su reproducción individual, hacen posible la de todo el planeta. La atmósfera aparece en la visión de Lovelock como el sitio en el cual se expresa este intercambio vital donde las bacterias y otros microorganismos resultan fundamentales para asegurar el mantenimiento de la vida.

Una imagen más descubierta por los viajes espaciales es la de la Tierra como una nave espacial provista de recursos limitados. De aquí derivan dos figuras divulgadas a partir de los años sesenta y que han sido símbolo compartido por todo el movimiento ambientalista. Una es la de escasez y la otra es la de fragilidad. Jim Novell, tripulante del Apolo 8 y 13 lo expresó así: “Te provoca en un instante, justo a una posición de 240 mil millas de distancia de ella, una idea de lo insignificante que somos, de lo frágiles que somos y de lo afortunado que somos de tener un cuerpo que nos permite gozar el firmamento, los árboles y el agua…”. James Irwin lo sintió de esta manera: “Ese objeto hermoso, cálido y vivo se mira tan delicado, como si tocándolo con un dedo pudiera desmoronarse”.

La celebración del primer Día Mundial de la Tierra el 22 de abril de 1970, que hizo manifestarse a 300 mil personas en Estados Unidos, tenía entre sus motivaciones algunas de estas imágenes, esta emergente conciencia universal, el sentimiento cada vez más compartido de la Tierra como algo amenazado, que exige compromisos y estrategias comunes para detener la marcha destructiva de un progreso que se da a costa de los fundamentos de la vida. La última celebración del Día de la Tierra, el pasado 22 de abril, se dio en un contexto no muy distinto de ese que llevó a despertar conciencias y generar acciones en favor del planeta. Hoy día la amenaza del calentamiento global parece más real. Una diferencia con los años setenta consiste en que ahora hay más pruebas científicas. No obstante, las acciones para evitar la catástrofe escasean o no parecen ser lo suficientes ni estar a la altura del peligro anunciado.


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