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lunes, 1 de marzo de 2010

El Estado Natural - III


Espaciosidad

Desapego, libertad y espaciosidad son términos sinónimos. El reconocimiento de la espaciosidad inherente a nuestras actividades mentales es sumamente importante en todas las áreas de la vida. Para ello, se recomienda comenzar tratando de percibir el espacio que hay entre los pensamientos y, a partir de ahí, el espacio que se cierne no sólo entre nuestras sensaciones y nuestras emociones, sino también el inasible espacio que hay dentro de ellas, el espacio que hay entre nosotros y las cosas, las situaciones y las personas. En ocasiones estamos demasiado encima de nuestras situaciones, preocupaciones, en suma, de nosotros mismos y sólo sabemos ver las cosas desde una perspectiva constreñida, agobiante, en una atmósfera irrespirable. Nos parece que no tenemos la opción de contemplarnos a nosotros mismos desde diferentes distancias y posiciones, sino tan sólo desde una misma posición.

Por otro lado, también es importante que la contemplación-meditación sea espaciosa en lugar de constreñirla de mil modos. A diferencia de otras tradiciones meditativas, el Budismo no aconseja concentrarse unilateralmente sobre el objeto meditativo. Por ejemplo, el Rajasamadhi-sutra, afirma que no hay que concentrarse unilateralmente sobre el objeto meditativo porque eso sólo consigue generar más actividad e inquietud mental.

Según las enseñanzas tradicionales del Budismo y el Bön, los dioses moran en estados de absoluto gozo más allá del pensamiento pero están tan identificados, tan apegados a esos estados, que no dejan ningún espacio entre ellos y el gozo que experimentan. Y, en el extremo opuesto, en los reinos inferiores de la existencia —infiernos, pretas, animales—, el sufrimiento es tan intenso y claustrofóbico que tampoco hay posibilidad de crear espacio entre la situación y uno mismo. En suma, en ninguno de ambos casos existe la suficiente distancia o el espacio adecuado donde pueda tener lugar una relación flexible con la realidad.

Asimismo, llenamos la espaciosidad natural con toda clase de máscaras personales y sociales, con sentimientos de apego y rechazo, con artefactos ideológicos y credenciales espirituales. No podemos soportar fácilmente la claridad y la desnudez de esa espaciosidad aparentemente vacía. Necesitamos atiborrar con nuestros prejuicios la claridad natural y dejar en ella la huella tiznada de nuestro ego, por más que la espaciosidad natural no se manche nunca.

En esa espaciosidad natural todo tiene cabida y nada se obstruye entre sí puesto que, en última instancia, todas las cosas, y también nosotros mismos, albergamos la misma esencia espaciosa y abierta. Aquí no pueden existir el mal ni el egoísmo, pues están basados en la estrechez y en la autolimitación. A la luz de la espaciosidad, nuestras preocupaciones y pasiones habituales pueden parecernos muy pequeñas y mezquinas. Por tanto, parece aconsejable cultivar ese sentido de espaciosidad tanto en la meditación como fuera de ella, porque esa espaciosidad no está limitada a ninguna situación específica sino que nos acompaña todo el tiempo.

Las seis paramitas clásicas del budismo Mahayana también pueden ser mejor comprendidas desde el punto de vista de la espaciosidad. Así, al dejar suficiente espacio, podemos cultivar la recomendable actitud de la paciencia porque nada hay más paciente que la absoluta receptividad del espacio. Obviamente, al dejar espacio, al percibir el espacio natural de los fenómenos, las situaciones y las personas también podemos ser sumamente generosos. ¿Y qué es la práctica de la ética y la moralidad sino saber dejar espacio entre nuestros objetos de apego o nuestras pasiones y nosotros mismos. Por su parte, la física moderna afirma que, a mayor vacío o espacio, mayor energía. Y la concentración trascendental se describe en los textos tradicionales como crear espacio entre la mente y el objeto de meditación. Por eso, en la meditación budista, se recomienda mantener algún tipo de espacio entre la conciencia y el objeto de meditación. Ese espacio también recibe el nombre de vigilancia. La falta de espacio implica no saber qué estamos haciendo porque estamos demasiado apegados, muy encima del objeto, tan apegados a él que no podemos discernir si estamos prestándole atención de la manera adecuada. La espaciosidad es sinónimo de apertura. Una meditación carente de apertura es una meditación constreñida, fanatizada, que sólo nos encierra más en nosotros mismos y en nuestros propios prejuicios.

En lo que se refiere a la última paramita —la sabiduría trascendental—, no sólo la inteligencia o la capacidad de tener en cuenta varios puntos de vista al mismo tiempo está relacionada con la cualidad de la espaciosidad, sino que también es la esencia de lo que se denomina vacuidad. Es más, en el contexto del Budismo Mahayana, para que todas esas actividades sean genuinamente “transcendentales” deben ser fusionadas con el espacio primordial del que estamos hablando, más allá de objeto, sujeto y acción.

En esa inmensa espaciosidad esencial caben la ignorancia y la sabiduría, el samsara y el nirvana. Cabe incluso Dios en cualquiera de sus infinitas manifestaciones o epifanías. No podemos albergar ninguna expectativa ni prejuicio sobre lo que es capaz de reflejar el amplio espejo de la apertura sin reservas de la mente despierta. La realidad está vacía de identidad definitiva, así pues ¿por qué no iba a poder manifestarse la divinidad en esa espaciosidad primordial? El budismo es no-teísta, pero eso no significa que sea ateo. Los dioses de los que hablaba el Buda y, en general, el hinduismo tradicional son entidades sutiles y muy poderosas dotadas de una vida increíblemente larga, pero no tienen nada que ver con el Dios de los filósofos y, mucho menos con el Dios de los místicos, que es la fuente misma del ser y no con ninguna entidad, suprema, eso sí, pero entidad al fin y al cabo. La solidificación no es el polo opuesto de la espaciosidad, puesto que la verdadera espaciosidad, al ser capaz de contenerlo todo, carece de contrarios. De modo similar, la libertad no es lo opuesto a la esclavitud, ni es un movimiento de reacción en contra de nada, sino nuestro modo de ser original, autónomo y auténtico.

La falta de libertad evoca la estrechez, la paranoia. Según la metáfora tradicional budista, esa atmósfera agobiante e irrespirable es el ambiente propio de los reinos infernales, donde el sufrimiento extremo no deja espacio alguno para descansar, ningún resquicio donde respirar. En el extremo contrario, los profundos deleites experimentados por los dioses —o por los grandes meditadores completamente apegados a sus excelsos estados de conciencia— tampoco les dejan el menor espacio para la duda, la reflexión, la libertad y el aburrimiento.

Porque libertad y espaciosidad también implican aburrimiento, períodos de discreta indiferencia. El tedio y la libertad van de la mano. Es la llamada “mente ordinaria” que —en palabras del maestro Lopön Tenzin Namdak— no es nada en especial. Es lo que hay a cada momento. Es tan ordinaria que se la suele despreciar. A este respecto, uno de los obstáculos que nos impide realizar nuestra verdadera naturaleza es la falta de confianza, es decir, el pecado consistente en no creer que nuestra naturaleza es intrínsecamente libre.

Buscamos el secreto y no comprendemos que el secreto somos nosotros. Aspiramos a la libertad y olvidamos que ya somos libres o, mejor dicho, que somos la libertad misma. Sin embargo, la libertad no es un tesoro que todo el mundo pueda tolerar. Hay libertades aparentes que no son sino esclavitudes encubiertas. La libertad o la liberación no se conquistan y tampoco pueden ser otorgadas por ningún maestro, doctrina o libertador externo. La libertad es lo que somos. Pero, ¿quién es capaz de soportar la indeterminación, la apertura, el espacio, el humor e incluso la inseguridad absoluta que son inherentes a la libertad y a la vida?

Libertad no significa hacer lo que nos venga en gana o lo primero que se nos pase por la mente sino tan sólo disponer del espacio suficiente como para poder adoptar una decisión, si es que esto resulta necesario. Libertad es lo opuesto a compulsión y precipitación. Libertad también significa no asignar etiquetas definitivas a las personas ni a los acontecimientos, es decir, no ser esclavos de nuestros propias perspectivas, juicios y prejuicios. Pero la libertad tampoco es indeterminación o carencia de forma y contenido, sino que es la posibilidad tanto de la forma como de la no-forma, de la determinación y de la indeterminación.

En el cristianismo se dice “La verdad os hará libres”, pero no se puede arribar a la verdad sin libertad, de modo que sólo la libertad trae la verdad o, mejor dicho, la libertad es la verdad. Pero la libertad no es ni una conquista ni un don. La libertad no está al final del camino, sino que es el reconocimiento desnudo y falto de temor de nuestra verdadera esencia.

La tradición refiere las claves de la conducta o la no-acción del dzogchen de un modo bastante lírico. Al principio, al igual que un ciervo herido, hay que cortar con cualquier tipo de dependencia material, emocional o intelectual y retirarse en soledad con el fin de evitar las experiencias que puedan entorpecer la contemplación, abandonando también toda expectativa concerniente al éxito o el fracaso en este empeño.

Posteriormente, cuando la contemplación es suficientemente estable, como el león que va de cacería por la selva sin temer el ataque de otras fieras, hay que ir al encuentro de las circunstancias positivas o negativas sin albergar esperanza ni temor alguno, con plena confianza en que uno es capaz de percibir la naturaleza esencialmente libre de todas las experiencias.

Asimismo, como el viento que sopla en el cielo con entera libertad, no hay que apegarse, externamente, a ningún objeto externo ni a las numerosas o escasas posesiones mientras que, internamente, debemos permitir que las experiencias internas fluyan libremente.

Al modo del espacio que carece de todo fundamento, no hay que buscar ningún soporte para la mente y tampoco aspirar a la ejecución de acciones específicas.

Por último, al igual que un loco, cuya mente no se halla sujeta a los convencionalismos, hay que sumergirse enteramente en la espontaneidad carente de ego que emana del estado de pura y total presencia de la cognición primordial.

De ese modo, haya reposo o movimiento, placer o dolor, alegría o tristeza, felicidad o sufrimiento, se debe permanecer siempre en el estado en el que todo se deja tal cual es. La acción del Dzogchen no se atiene, en consecuencia, a ninguna regla fija ni persigue ningún propósito preconcebido, sino que se adapta naturalmente a las necesidades del momento.

El yo es una superimposición efectuada sobre un flujo de imágenes mentales, conceptos y sensaciones más o menos sutiles, de manera que hay que dejar que el pensamiento sutil que sostiene la identificación del yo se relaje por sí mismo, al igual que el resto de pensamientos.

Existen estados meditativos de profunda calma mental carente de pensamientos burdos donde, sin embargo, todavía persiste la conciencia o el pensamiento sutil de que no hay presente ningún pensamiento. Así, una vez identificado dicho pensamiento sutil, debemos permitir que también se libere o se relaje en el estado natural de la mente. Lo único que hay que hacer —o mejor dicho no hacer— es no interferir para que todas las experiencias, incluidas la conciencia pura, el gozo, la conciencia-testigo y la ausencia de pensamientos, se relajen en el estado natural.

El pensamiento, la percepción, siempre son reconocidos en el instante posterior a su aparición. De ese modo, el reconocimiento de un pensamiento siempre se produce sobre la base del pensamiento o del momento de conciencia precedente. En ese sentido, el término tibetano drenpa se traduce muchas veces por "atención", pero también recoge el significado de memoria o de captación del pensamiento pasado inmediato y se define, en ese sentido, como: "El recuerdo constante de una imagen que es la reproducción o la proyección de lo que retiene la memoria" (Moonbeams of Mahamudra). Es decir, prestar atención significa observar al momento de conciencia inmediatamente precedente. Tal es así que Chögyam Trungpa titula "Recordar el presente" un capítulo de uno de sus libros, donde explica las técnicas de atención que se aplican en la meditación budista.

Dado que cualquier momento de conciencia se sustenta en el momento anterior, el pasado es inherente a la conciencia. De ese modo, la conciencia siempre necesita un momento pretérito sobre el que sustentarse. Todo momento de conciencia se apoya en el momento anterior. Si no existiese el momento de conciencia precedente no podríamos cobrar conciencia del momento presente. También podría decirse que, desde la perspectiva de la conciencia dual, el pasado siempre ha existido. Esta perspectiva, dicho sea de paso, aporta la base filosófica depara la doctrina budista de la reencarnación y de la afirmación de que el samsara —la rueda condicionada del nacimiento y la muerte— carece de un principio en el tiempo. Por eso, al abordar la aparente continuidad de la conciencia, es importante no olvidar que la conciencia se asienta sobre el pasado. Así pues, lo que consideramos como el presente no es sino la imagen inmediata del pasado. El verdadero instante o ahora carece de todo punto de referencia.

En el ámbito microscópico de la conciencia, donde el tiempo se descompone aparentemente en diferentes puntos-instantes, ocurre el fenómeno contrario —aunque con consecuencias ilusorias similares— al que tiene lugar cuando la luz procedente de una estrella recorre colosales distancias astronómicas, llegándonos su imagen cuando la estrella hace mucho tiempo que se apagó, por más que sigamos viéndola en el firmamento.


En el caso de los procesos mentales, por el contrario, la estrecha distancia existente entre los distintos momentos de conciencia y la gran velocidad a la que se desarrollan los procesos mentales, da lugar a la ilusión de la continuidad del pensamiento y, especialmente, a la continuidad o duración del pensador sin que, de hecho, podamos demostrar nunca ni en modo alguno que el pensamiento o el supuesto pensador estén dotados de verdadera existencia independiente.

De acuerdo al budismo, es la rápida sucesión de instantes de conciencia la que crea la aparente solidez o continuidad de los pensamientos y las percepciones y, en definitiva, la sensación de solidez espaciotemporal del pensador y de su realidad.

De ese modo, si la distorsión temporal de las grandes distancias astronómicas nos hace percibir en el cielo astros que hace miles de años dejaron de existir, la distorsión que tiene lugar en el intervalo microscópico que separa a los distintos momentos de conciencia, nos lleva a anticipar —o a superponer— la existencia de un yo que nunca llega a existir realmente sino tan sólo imaginariamente. El budismo sostiene en ese sentido que la realidad del yo —así como de cualquier fenómeno— es no-nacida.

Otra interesante noción, relacionada con lo anteriormente dicho, es la simultánea emergencia y desaparición de cada momento de conciencia. De ese modo, también es posible afirmar que el pensamiento que surge no es el pensamiento que parece permanecer ni tampoco el pensamiento que pasa o desaparece. Los objetos, los eventos, las experiencias, los pensamientos, no se disuelven ni desaparecen porque son no-nacidos y nunca llegan a ser, al menos no del modo en que nosotros los concebimos. Es lo que, en la tradición tibetana del mahamudra quintaesencial denomina la coemergencia de la ignorancia y la sabiduría. En el dominio relativo de la existencia no hay continuidad alguna sobre la que podamos establecer una identidad sólida y permanente. No podemos asentarnos ni fijarnos sobre ningún punto y, sin embargo, no dejamos de asentarnos y de tomar forma. No podemos saber si vamos o venimos, si estamos naciendo o muriendo. Nacer y morir, surgir y desaparecer, ignorancia e iluminación, son coemergentes.

El budismo afirma, en suma, que no se puede clavar un cuadro en una pared que está desmoronándose.



Fuentes:

Por Fernando Mora Zahonero
Enlace: http://yoganatural.blogspot.com/


El Estado Natural - II

Libertad: elogio de la no-acción

La no-acción, dejar las cosas tal cual son, relajar, disolver o autoliberar la mente, integrar la conciencia con el espacio, no concentrarse en nada, no reposar la mente sobre ningún objeto, son expresiones habituales en el contexto de la meditación Dzogchén, que tratan de presentarnos el llamado Estado Natural de la mente desde diferentes perspectivas. La no-acción constituye una noción capital que, como tantas veces se ha repetido, nada tiene que ver con la pasividad y la indiferencia ni tampoco con una mal entendida espontaneidad en la que uno se ve impulsado a hacer de manera irreflexiva lo primero que le viene en gana. La no-acción del Dzogchen es equivalente a lo que se conoce, en la tradición Taoísta y en la del Zen, como wei-wu-wei o "la acción sin acción". Del mismo modo que los esquimales distinguen hasta catorce matices de blanco, el dzogchen nos habla de diferentes tipos de no-acción como, por ejemplo, los distintos matices de la no-acción del cuerpo, la palabra y la mente. No se trata, pues, de un concepto plano, sino multidimensional.

¿Pero cómo practicar la no-acción? ¿Acaso no es una contradicción en los términos? La no-acción significa, básicamente, el descubrimiento de que la libertad es consubstancial al ser, es decir, que no es algo creado, fabricado o conquistado. La libertad no es una elección. No se trata —como explica el gran maestro Sardzha Tashi Gyaltsen— de hacer o de no-hacer, sino de que todo se libera igualmente en el estado natural de la mente. La no-acción también se denomina, en el contexto del dzogchen, la gran decisión carente de acción (Recordemos que una de las claves del dzogchen consiste en tomar una decisión profunda e inequívoca con respecto a la verdadera naturaleza de todos los fenómenos y la mente).

Las acciones condicionadas no pueden procurarnos la iluminación. Cualquier tentativa de liberarnos, de iluminarnos o, simplemente, de ser "mejores", nos aleja de lo que realmente somos. Mientras no percibamos a través del entramado del yo y de su falta de existencia independiente, todas nuestras actividades estarán motivadas por nuestro ego y, por tanto, sólo tenderán a alimentarlo y reforzarlo. No es que, en sí mismo, el ego sea negativo, pero siempre es mejor saber lo que uno lleva entre manos. A veces, es necesario alimentar al yo y, cuando está sobrealimentado, también conviene de vez en cuando dejarlo en ayunas.

Debemos recordar que el Dzogchen no es algo separado de lo que ya somos, que su contemplación no es una actividad especial de la mente y que la visión del mundo que propone no es superior ni inferior a otros sistemas meditativos y contemplativos.

Lo que caracteriza propiamente al llamado perfecto estado humano es la libertad. La libertad no consiste en llevar a cabo una determinada decisión y acción, sino que es más bien el espacio, la apertura o la flexibilidad que hacen posible la toma de cualquier decisión equilibrada. La libertad es la esencia del estado humano y, en consecuencia, según las distintas tradiciones espirituales, sólo los humanos tienen la posibilidad de alcanzar la verdadera libertad. Esto es así tanto en las religiones monoteístas como en el budismo y el taoísmo. Según el islam y el cristianismo, por ejemplo, hay ángeles que se hallan tan absortos en la contemplación divina que ni siquiera se han percatado de que la creación ha tenido lugar y, de ese modo, tienen vedado un amplio abánico de experiencias como, por ejemplo, la experiencia de equivocarse y desobedecer.

La libertad sólo es posible allí donde no hay temor. De acuerdo al Dzogchen, "la libertad no es lo opuesto a la determinación, sino a la compulsión, a la obligación de actuar". La libertad es consubstancial a la existencia. Todos los fenómenos —incluido el propio yo— se liberan espontáneamente por sí mismos. ¿Pero que quiere decir exactamente que se liberan por sí mismos? Hablando en términos relativos, significa que todas las experiencias internas y externas surgen, se mantienen y desaparecen en la base-de-todo, el Dharmakaya, la unión de vacuidad y claridad, que es la verdadera naturaleza de la mente.

En el contexto del Dozgchen, la llamada integración o liberación natural —que es sinónimo de no-acción— consiste en la comprensión de que no hay necesidad de eliminar, potenciar o alterar en modo alguno las posibles experiencias positivas o negativas ya que, en última instancia, todos los pensamientos, emociones, sensaciones y apariencias surgen y desaparecen simultáneamente en el estado natural de la base, como dibujos en el agua o nubes en el cielo. Todas las experiencias del cuerpo y la mente son reintegradas en el estado natural de la base.

La capacidad inferior se denomina "liberación de todas las experiencias mediante la pura atención" (gcer-grol) y se compara al encuentro con un viejo amigo. Cuando se descubre que la mente se distrae con algún pensamiento, emoción, sensación o apariencia, se retorna de inmediato a la contemplación y, sin dejarse arrastrar por esa experiencia, se ve cómo se disuelve por sí sola en la simplicidad y la claridad. Ese método también se compara con la acción de los rayos del sol, cuyo calor evapora el rocío matinal y, del mismo modo, se afirma que la intensidad del reconocimiento del rigpa es capaz de disolver en su verdadera naturaleza a las diferentes experiencias externas e internas.

La capacidad intermedia recibe el nombre de "liberación en el mismo momento de emergencia" (shar-grol) y se compara al cuerpo de una serpiente que se enrosca y desenrosca simultáneamente. En este caso, se comprende que tanto lo que se pretende liberar como el estado natural de la mente comparten la misma esencia —al igual que las olas y el océano—, constatándose de ese modo que las múltiples y variadas experiencias no son más que la mente misma.


El grado más avanzado de liberación natural recibe el nombre de "liberación espontánea" (rang-grol) y, en este caso, no transcurre lapso alguno entre la emergencia del pensamiento y su liberación en el estado primordial. Este grado de liberación natural se compara, alegóricamente hablando, al ladrón que entra a robar en una casa completamente vacía y también al fuego que acaba consumiendo todo lo que le sirve de combustible, una imagen en la que el fuego representa la comprensión profunda de la naturaleza de la mente mientras que los pensamientos, emociones, sensaciones y apariencias serían el combustible que alimenta las llamas de la sabiduría. De ahí que un conocido adagio budista aplicable a este particular rece así: "A mayor intensidad de las emociones conflictivas, mayor sabiduría".

La tradición sostiene que, primeramente, debe intentarse la liberación natural en el dharmakaya de los pensamientos, emociones, palabras y acciones positivas; a continuación, la liberación de las experiencias de carácter neutro; y, finalmente, también la liberación de los pensamientos, las emociones e incluso las palabras y las acciones negativas.

En el primer caso, se trata de no perder de vista la contemplación del estado natural mientras se llevan a cabo actividades positivas tales como visualizar a una deidad meditativa, recitar mantras, hacer postraciones, dedicar a todos los seres los posibles méritos de nuestras acciones, etcétera. Posteriormente, se debe intentar mantener el mismo estado contemplativo cuando se efectúan actos que no son considerados positivos ni negativos como, por ejemplo, andar, comer, dormir o hacer el amor. En tercer y último lugar, también debe tener lugar el reconocimiento del estado intrínsecamente libre de los pensamientos, emociones y acciones negativas como mentir, robar, cazar, etcétera.

Todas las virtudes y cualidades positivas, etcétera, se hallan incluidas en ese pequeño atisbo de apertura y espaciosidad, inseparable de la compasión y el amor. La medida de la sabiduría es la medida de nuestro amor que es el acto puro por excelencia, el acto de libertad más grande que le es posible al ser humano. El amor es el ser; amar es ser. Sólo donde no hay yo, puede haber verdadero amor. Por eso, la vacuidad del yo, el desapego, el amor y la compasión son indisociables. El amor es un don que no espera nada a cambio y que ni siquiera es consciente de sí mismo ni de que ama. Es confianza sin reservas, don sin expectativa...


Capítulo siguiente:



Fuentes:

Por Fernando Mora Zahonero
Enlace: http://yoganatural.blogspot.com/

El Estado Natural - I

Yoga natural

En contraste con otros métodos o técnicas meditativas, que implican esfuerzo, concentración, ejercicio de la voluntad, visualización, etcétera, el yoga natural que proponen en general el Budismo y el Bön y, en especial, la tradición del Dzogchén, se basa precisamente en la ausencia de esfuerzo y de cualquier tipo de concentración o meditación deliberada, tal como se entienden habitualmente dichos términos. El yoga natural se refiere, pues, a la plena relajación en nuestra verdadera naturaleza o en lo que la tradición tibetana denomina "estado natural".

En el yoga natural no tenemos que hacer nada en especial con el cuerpo, la respiración, o la mente, sino sencillamente relajarnos en nuestra propia condición. Si partimos de la base de que estamos sumidos en la ignorancia, cualquier cosa que hagamos será como dar palos de ciego. Por eso, es mejor abstenerse de manipular las situaciones externas e internas en la medida de lo posible. Sólo dejando tal cual son las olas de la mente, sin agitar el agua con más olas, podrá ésta aquietarse por sí misma. Y, si se trata de conocer cómo son las cosas y lo que somos nosotros mismos, la no-manipulación o la no-acción, es un requisito indispensable para ver las cosas tal cual son porque, cuando manipulamos o alteramos las situaciones y las personas, nos es imposible que se expresen tal como son. De ese modo, la no-acción es recomendable desde muchos puntos de vista.

Por supuesto que no se trata —como podría objetar algún crítico superficial— de abstenerse de toda acción porque tal cosa es manifiestamente absurda e imposible. El Dzogchen no pretende acabar con la acción y tampoco aspira a erradicar el pensamiento, sino que tan sólo afirma que la acción no está separada de la no-acción, que la palabra no está separada del silencio, que el pensamiento no esta separado del no-pensamiento. En esencia, tanto acción como no-acción, tanto pensamiento como no-pensamiento, son manifestaciones puras del potencial creativo de la base de la mente. La base es un término fundamental en el presente contexto, puesto que la comprensión fundamental del Dzogchen consiste en el reconocimiento de la base y de las manifestaciones de la base.

El enfoque contemplativo del Dzogchen se denomina propiamente no-meditación. De igual modo que no hay nada que hacer, tampoco hay nada en lo que meditar y, sobre todo, tampoco hay nadie que medite.

La esencia del Dzogchen consiste, pues, en tratar de no cambiar, alterar ni manipular nada, es decir, la no-acción y la no-meditación. Sin embargo, no se trata, insistamos nuevamente en ello, de un no-hacer premeditado o que uno se proponga de antemano sino de una relajación a la que se llega, por así decirlo, tras el completo agotamiento de todas las experiencias.

En ese sentido, la contemplación Dzogchen es el verdadero y profundo descanso que sólo puede acaecer una vez que se descubre al núcleo, la base o la esencia de todas las experiencias, incluida la experiencia del experimentador. Sin embargo, no se trata de un reposo o una relajación torpe u oscurecida, sino de una relajación completamente abierta, espaciosa y despierta. Es una relajación que no se opone a la tensión sino que la incluye en un espacio de conocimiento no limitado por condicionamientos de ninguna clase.

La palabra tibetana Dzogchen se refiere al verdadero estado —o el estado natural— de cada individuo y se halla compuesta por el término dzog (que, en tibetano, significa "perfección") y por el término chen (que quiere decir "grande"). El significado que nos transmite esta palabra es que todo es perfecto tal y como es. Somos completos, plenos y perfectos tal cual somos. No hace falta buscar nada fuera de nosotros mismos. No es necesario cambiar nada. La perfección se halla justo donde estamos en este mismo instante. El estado natural —la base de nuestro ser— posee todas las riquezas y cualidades imaginables. La motivación con la que muchas personas solemos relacionarnos con la espiritualidad refleja una actitud de profunda carencia y temor, como si a través de las llamadas prácticas espirituales fuésemos a conseguir algo que no poseyésemos ya. Esa actitud de carencia está en abierta oposición con el significado del término dzog, si es que hay algo que pueda estar en oposición al Dzogchen.

Por su parte, el término chen alude a la grandeza y vastedad del espacio primordial de nuestro ser, capaz de contenerlo todo sin verse afectado, aumentado ni disminuido en su esencia clara y transparente por ninguna experiencia positiva ni negativa. Todo tiene cabida en ese estado de plenitud intrínseca, más allá de sujeto y objeto, donde uno no posee nada ni es poseído por nada. Es tan grande, tan vasto, que en él caben toda clase de pensamientos y emociones, aunque nada pueda perturbarlo porque nada puede hacer mella ni dejar huella en su clara espaciosidad. Por eso, en la contemplación o no-meditación del Dzogchén no aspiramos a alcanzar estado concreto alguno porque nuestro propio estado puede ser todos los estados y ningún estado. No buscamos ser más positivos porque somos lo positivo y lo negativo y porque estamos más allá de ambos.

La esencia de la contemplación dzogchen es, como ya hemos señalado, la no-manipulación. De acuerdo con el significado del término dzog (que, recordémoslo una vez más, en tibetano significa grande, perfecto o completo) todo es perfecto tal como es. Por eso, no hace falta cambiar nada, ni corregir los pensamientos, ni establecer ningún juicio respecto a lo que simplemente sucede.

Lo que ocurre en la contemplación dzogchen no es ni bueno ni malo. No es mejor no tener pensamientos o lo contrario. Es inadecuado afirmar que la meditación ha ido mal o que, por el contrario, ha transcurrido bien. También es una superstición identificar la meditación con la introspección y cerrar los ojos como si con ese simple acto —aparte de poder relajar más o menos la vista— pudiésemos desconectarnos del mundo que nos rodea, por no hablar de nuestra propia mente. ¿Qué ocurre entonces con el resto de las puertas sensoriales? ¿Acaso cerramos también nuestros oídos, nuestro olfato o las sensaciones táctiles? Y lo que es más, ¿cerramos con ello la percepción interna de los pensamientos, sensaciones y demás? La división de la realidad en exterior e interior es otra de las sacrosantas asunciones que debemos poner entre paréntesis.

El objetivo del dzogchen no es crear nada nuevo, sino ver simplemente lo que es. No se trata de profesar ninguna filosofía determinada —ni siquiera la budista— sino tan sólo de limpiar las puertas de la percepción para que la realidad se revele por sí misma. No es recomendable partir de ningún presupuesto establecido. La meditación es un descubrimiento continuo. Como afirma el maestro Lopön Tenzin Namdak: "Nadie sabe lo que es la meditación, sencillamente medita".

El dzogchen no tiene que ver con una doctrina filosófica oriental ni es una práctica exótica de meditación sino que atañe únicamente a la misma naturaleza de lo que somos, el ser desnudo, puro y despojado de todas sus máscaras religiosas, culturales y personales. De hecho, los maestros tibetanos de dzogchen no cesan de repetir que esta contemplación no es una actividad especial, no más de lo que pueda ser cortar leña, acarrear agua o abrazar a la persona amada.


El espacio inconmensurable de nuestra verdadera naturaleza es capaz de contener tanto la actividad como la no-actividad, la palabra y el silencio y el pensamiento y el no-pensamiento. El estado natural —la unión de claridad y vacuidad— está más allá de la tensión y la relajación, de la distracción y la atención, del pensamiento y el no-pensamiento. Es un puro reconocimiento que no depende de nada. Ese estado no se halla en los libros ni en las escrituras, ni es una condición mística alejada de lo que ya somos ahora mismo, sino que es nuestra más íntima naturaleza. Lo único que hacen las enseñanzas y los maestros es señalar dicho estado, pero es cada individuo quien debe reconocerlo.

De ese modo, según mantienen las enseñanzas, la extrema proximidad y simplicidad de nuestra propia naturaleza también puede suponer un importante obstáculo que impida su reconocimiento. La tradición enumera cuatro obstáculos que pueden impedir el reconocimiento de nuestra verdadera naturaleza.

En primer lugar, dada su más que íntima proximidad, nos resulta imposible percibir nuestra verdadera naturaleza. El estado natural es intrínseco a todos nosotros, pero no podemos reconocerlo del mismo modo que no podemos reconocer nuestro rostro si no es con ayuda de un espejo.

En segundo lugar, es tal la profundidad de ese estado que nos es imposible sondearlo o comprenderlo en modo alguno. En ese sentido, se afirma que la vastedad y la profundidad del reconocimiento del estado natural es la fuente de todas las enseñanzas.

En tercer lugar, el estado natural es tan sencillo y simple que no lo creemos. Esta enseñanza afirma que, para alcanzar la iluminación, basta tan sólo con permanecer en el estado natural sin cambiar nada, pero no podemos creerlo porque nos parece demasiado fácil.

Por último, se dice que la extrema bondad o el carácter absolutamente positivo del estado natural nos resultan insoportables. Una vez que se reconoce y estabiliza el estado natural, se percibe que todas las cualidades aparecen espontáneamente a partir de él. Por esa razón se afirma que su nobleza y bondad exceden la capacidad de nuestra mente condicionada.

Así pues, nuestra verdadera naturaleza, la esencia de la realidad, es absolutamente próxima, profunda, simple y positiva, y éstas son las nobles cualidades que constituyen, paradójicamente, los principales obstáculos que impiden su reconocimiento.


Capítulos siguientes:



Fuentes:

Por Fernando Mora Zahonero
Enlace: http://yoganatural.blogspot.com/

domingo, 28 de febrero de 2010

Tapihritsa y las Enseñansas del Dzogchén

Tapihritsa suele ser representado como un adolescente de dieciséis años, una figura blanca y translucida como el cristal, rodeada por una esfera de arco iris, con el cuerpo completamente desnudo, sin ornamentos de ningún tipo y sentado sobre un loto que se halla suspendido en medio del cielo. Ésta es la forma en que, según la tradición, se manifestó a su discípulo Gyerpunga. Al principio de cualquier práctica de dzogchen, en la tradición bön, siempre se lleva a cabo su invocación.

Según recogen las antiguas crónicas, Gyerpungpa permanecía en retiro en una pequeña ermita, protegido por un rico nómada, llamado Mergyungpo Yungdrung Gyaltsen. Ese rico benefactor se encontró con un niño aparentemente perdido y vestido de manera andrajosa quien, tras declarar que era huérfano, pidió trabajo afirmando que era capaz de desempeñar cualquier tarea. El hombre acogió al niño y le encomendó la misión de cuidar el ganado.

Cierto día en que el pequeño estaba buscando leña, el ganado se dispersó y, con la excusa de ir en su busca, arribó portando un gran hatillo de leña sobre su espalda a la entrada de la gruta donde se encontraba meditando Gyerpungpa. Dejando caer su carga de golpe, el niño comenzó a proferir toda clase de alabanzas pero también algunas palabras de crítica dirigidas al meditador quien, tras la sorpresa inicial, dudó de la elocuencia y sinceridad de las palabras del pequeño. Entonces, Gyerpungpa se propuso examinar más detenidamente al extraño niño efectuándole cinco preguntas, cuyas respuestas contienen la esencia de la enseñanza dzogchen. Las preguntas de Gyerpungpa fueron las siguientes:

—¿Quién es tu maestro? ¿Cuál es tu práctica? ¿Cuál es tu meditación? ¿Cuál es tu carga? ¿Y por qué llevas a cabo esta actividad?

Y éstas fueron las respuestas que dio Tapihritsa:

—Mi maestro es la visión ordinaria. Si la visión ordinaria no fuera el maestro, entonces, ¿quién fue el maestro del primer buda, Kuntuzangpo?

»Mi práctica consiste en permanecer libre de pensamientos discursivos. Puesto que no podemos fijar ningún pensamiento en la base-de-todo, las visiones conectadas con los pensamientos no constituyen la práctica real.

»Mi meditación abarca la totalidad de los fenómenos de los tres reinos de la existencia, puesto que el auténtico significado de la verdad última trasciende cualquier tipo de parcialidad.

»Llevo sobre mí la carga de los pensamientos porque, una vez que los deseos han sido agotados, deja de haber pensamientos discursivos y se comprende que todo es una ilusión.

»Mi actividad es el trabajo al servicio de todos los seres. Dado que felicidad y sufrimiento tienen un solo sabor, mi conducta es actuar con ecuanimidad hacia todos ellos.

Estas respuestas no aplacaron el escepticismo de Gyerpungpa, por lo que le propuso que al día siguiente ambos entablaran un debate en presencia del rey y, de ese modo, quien saliese derrotado se convertiría en discípulo del otro. Ante esta propuesta el niño profirió tres sonoras carcajadas y dijo:

—Los debates son un juego de ciegos, los tantrikas sólo crean ilusiones con la mente, los eruditos sólo emiten palabras vacías y carentes de sentido. No merece la pena perder el tiempo con todo eso.

En ese momento, Gyerpungpa reconoció que el niño debía de ser una emanación espiritual, un mahasiddha. Se quedó en silencio sin saber qué decir y, cuando miró al pequeño, ya no vio al huérfano harapiento sino una gloriosa visión de un joven de dieciséis años de edad suspendido en el espacio en medio de una esfera de arco iris, con un cuerpo puro como el cristal, transparente, desnudo y carente de adornos. Cuando Gyerpungpa ofreció al joven oro a cambio de sus enseñanzas, éste replicó:

—Yo soy Tapihritsa, si ofreces oro a los pájaros, ¿acaso lo aceptarán?

Gyerpungpa se mostró nuevamente de acuerdo y Tapihritsa le dijo entonces que le enseñaría a liberarse de todas las acciones sin dejar rastro, como los pájaros que surcan el cielo.

Mientras tanto el rico terrateniente, advirtiendo que el niño había desaparecido con el ganado, partió en su busca y llegó a la cueva donde pudo presenciar lo que estaba sucediendo. Entonces Gyerpungpa explicó a su benefactor que el pequeño huérfano era en realidad un gran ser espiritual. De ese modo, ambos hicieron ofrendas a Tapihritsa y se postraron ante él. Entonces, el joven suspendido en el vacío les transmitió una serie de enseñanzas esenciales, subdividas en: las cuatro cosas buenas, las cuatro cosas aplicables a la mente, las cinco prácticas, los cuatro adiestramientos relacionados con el estado natural y la triple confianza. Se considera tradicionalmente que cada sección de esta enseñanza responde, sucesivamente, a las preguntas iniciales formuladas por Gyerpungpa: ¿Quién es tu maestro? ¿Cuál es tu práctica? ¿Cuál es tu meditación? ¿Cuál es tu carga? ¿Cuál es tu trabajo?

Las cuatro cosas buenas
—Cuando la mente no se apega a las apariencias externas e internas, éstas se liberan por sí mismas. De ese modo, debemos permitir que el reconocimiento intrínseco —que está más allá de toda parcialidad o prejuicio— libere todas las apariencias, sin conceptualizarlas ni juzgarlas. Dejarlas estar de ese modo es la primera cosa buena.

»Cuando la meditación está libre de pensamientos (conceptos), la mente permanece en un estado de claridad espontánea que la mantiene a salvo de las experiencias descontroladas. Así pues, la segunda cosa buena es mantenerse al margen de las distracciones.

»En lo que a la conducta se refiere, ésta debe carecer de apegos y expectativas permaneciendo alerta y relajada. En ese caso, debemos desconectar directamente todos los juicios y conceptos y todas las apariencias que puedan ocurrir dejándolas tal cual son. De ese modo, la tercera cosa buena consiste en cortar de manera inmediata todos los apegos y conceptos que surgen.

»En lo que respecta al fruto o la meta, ésta no ha de ser buscada ni sepultada bajo nuestras expectativas, sino que todo emerge espontáneamente tal como es. Cualquier expectativa o ansiedad concerniente al futuro es liberada en su propia condición original de vacuidad. Este proceso de liberación natural es la cuarta cosa buena.

»Debes observar cuidadosamente todos estos tópicos concernientes a la visión, la meditación, la acción y el fruto para comprobar si representan el sendero de la claridad o, por el contrario, de la ausencia de claridad —concluyó Tapihritsa mientras permanecía suspendido en el cielo.

Tanto Gyerpungpa como el benefactor permanecieron en silencio. Después de un rato Tapihritsa añadió:

Las cuatro cosas aplicables a la mente
Ninguna actividad externa o interna puede mermar o agotar la Realidad Última (Dharmata) porque ésta se halla más allá de la práctica. No existe nada material ni substancial en la Realidad Última que pueda ser objeto de disminución o incremento. Por tanto, en la práctica, la mente debe permanecer en la misma condición de no-substancialidad (que es su naturaleza vacía).

No se puede llegar a conocer el Dharmakaya con la conciencia convencional ni con las actividades mentales, puesto que está más allá de todas las causas primarias y secundarias y eso también es aplicable a la mente. Por eso, hay que practicar manteniendo la mente más allá de causas y condiciones.

No se puede encontrar la mente cuando se la busca porque ésta carece de existencia inherente. Por consiguiente, hay que practicar sin perder de vista la ausencia de existencia inherente de la mente.

No se puede cambiar el Estado Natural por ningún medio y, por esa razón, hay que practicar manteniendo la mente en dicha inmutabilidad.

Debes examinar detenidamente estos tópicos para comprobar si se aplican o no a tu propia mente.

Las cinco prácticas
Dado que no existe ninguna parcialidad o unilateralidad (como la dualidad de yo y otro) en el Estado Natural, ¿acaso todas las visiones no surgen igualmente sin parcialidad? Por tanto, hay que practicar sin parcialidad o unilateralidad con respecto a nada.

Dado que no existe ningún aferramiento (en el Estado Natural) ni aprehensión de objetos externos, ¿acaso éstos no se liberan por sí mismos en la vacuidad? Por eso, hay que practicar sin apegarse a las apariencias, emociones ni pensamientos, y sin tratar de liberarlos (sino dejándolos tal cual son en sí mismos).

Dado que el estado natural carece de nacimiento o muerte, ¿no se sigue de ello que todas las visiones y apariencias que surgen en ese estado, emergen y permanecen en esa misma naturaleza que no es producida por nada? Por eso, hay que practicar sin tratar de incrementar ni mermar las apariencias.

Dado que el estado natural es inexpresable (e inaprensible mediante conceptos) ¿no sucede también que todas las apariencias emergen y permanecen en esa vasta expansión del espacio de una manera inefable? Por tanto, hay que practicar sin tratar de enfatizar ni de eliminar nada.

Dado que las apariencias y las visiones nunca se separan del estado natural desde el mismo principio, ¿no se sigue de ello que no hay necesidad alguna de unirlas a dicho estado? Por tanto, hay que practicar sin tratar de separar o de relacionar nada.

Debes examinar cuidadosamente estas cuestiones para ver si (las apariencias) surgen de la mente o no.

Los cuatro adiestramientos directos relacionados con el Estado Natural
Puesto que la mente no depende de largas sesiones de meditación y las oportunidades de éstas son muy escasas, debemos intentar permanecer en el estado natural allí donde nos encontremos y comprometernos a adiestrarnos directamente en dicho estado practicándolo sin dilación.

Puesto que en el estado del Gran Gozo no existen distracciones, debemos permanecer en el estado natural allí donde estemos y adiestrarnos directamente en esa disposición natural y practicar sin establecer diferencia alguna.

Puesto que el significado del estado natural es lo incondicionado, basado en el poder de la inseparabilidad (de apariencias y vacuidad), debemos permanecer en el estado de contemplación allí donde estemos, adiestrándonos directamente en la disposición natural (del estado de contemplación).

Puesto que en la esencia misma no hay nacimiento ni muerte (emergencia o cesación) sino que es un estado no producido por nada, debemos permanecer en el estado natural allí donde nos encontremos y adiestrarnos directamente en su contemplación.

Debes examinar cuidadosamente estos puntos para determinar si tu práctica es suficientemente estable o no.

La triple confianza
Cuando se comprende que el estado natural carece de existencia intrínseca, se tiene suficiente confianza para tomar una decisión irrevocable con respecto a todas las cosas.

Cuando comprendemos la inseparabilidad (de apariencia y vacuidad), tenemos la suficiente confianza para decidir que todo tiene un solo sabor.

Cuando se comprende que el estado natural carece de parcialidad (o juicios), se alcanza la confianza que está libre de todas las limitaciones.

Sólo aquel que posee estas tres confianzas puede llamarse practicante del dzogchen.

Al concluir, Tapihritsa les dijo que mantuviesen en secreto su enseñanza y añadió que, si no le olvidaban, volverían a encontrarse de nuevo. Luego desapareció en una masa de luz de arco iris. Cinco años después, Gyerpungpa se encontraba retirado en una isla situada en el lago Darok, cuando tuvo su segundo encuentro con Tapihritsa, quien se le apareció nuevamente rodeado de una masa de luz y le habló del siguiente modo:

—Has practicado lo que te he enseñado, de modo que te daré nuevas enseñanzas. Escucha con atención, esta enseñanza conduce a la liberación a los mejores de los seres humanos. Las tres importantes declaraciones que efectuaré ahora contienen la esencia de las ochenta y cuatro mil enseñanzas del Dzogchen y el Bön. Proceden del Dharmakaya, a través de los nueve seres iluminados y los veinticuatro maestros. Son las enseñanzas más importantes del Bön. Si no conoces esta enseñanza eres como un ciego tratando de guiar a otro ciego.

Entonces le transmitió todo lo concerniente a la visión última, una enseñanza contenida en el texto titulado Las Seis Lámparas.

A la postre, en su tercer y último encuentro Tapihritsa transmitió a Gyerpungpa las enseñanzas denominadas los Ocho Preceptos y los Veintiún Clavos [Zerbu]. El segundo capítulo de este texto se titula "El reconocimiento de la base de todo" y contiene algunos consejos para comprender la diferencia entre la mente y la naturaleza de la mente, para reconocer la base-de-todo (kunzhi) y para afianzar y desarrollar la experiencia de la contemplación. Merece la pena que nos detengamos en esas recomendaciones ya que contienen las claves de la contemplación dzogchen.

Según diferentes comentaristas, hemos de entender estos nueve métodos como una profundización creciente de la contemplación, puesto que siempre se trata, claro está, del reconocimiento, la familiarización y la completa integración del cuerpo, la palabra y la mente con el estado natural.

Renunciar a las distracciones mediante los tres votos
Los tres votos se refieren al control de las acciones relativas a las tres puertas de cuerpo, palabra y mente (es decir, los movimientos del cuerpo, el habla o la respiración y los pensamientos). El primer voto consiste en no hacer nada en especial con el cuerpo. El segundo consiste en no hacer nada con la palabra ni la respiración —como repetir mantras o tratar de controlar la respiración de algún modo—, mientras que el tercero consiste en no hacer absolutamente nada con respecto a los pensamientos y las emociones.

Sin embargo, el mantenimiento de este triple voto no implica que debamos tratar de detener deliberadamente nuestras acciones físicas, palabras y pensamientos, sino que se trata más bien de descubrir el modo en que las acciones, las palabras y los pensamientos cesan por sí mismos de manera natural. Es como el descanso o el abandono que sucede al completo agotamiento cuando hemos efectuado un gran esfuerzo. Es el agotamiento que tiene lugar cuando constatamos que hemos llevado a cabo todas las actividades, palabras y pensamientos posibles.

En ese sentido, el maestro Drugyalwa Yungdrung aconseja que, para poner en práctica los tres votos y las tres relajaciones conjuntamente, debemos reflexionar primeramente sobre todas las acciones que hemos podido llevar a cabo con el cuerpo, la palabra y la mente desde el sin principio de los tiempos y, a continuación, preguntarnos adónde nos ha conducido todo eso. Aquí se incluyen tanto las acciones negativas como las positivas, puesto que todo acaba deviniendo inútil y convirtiéndose en causa de insatisfacción. Comprendiendo que no queda nada de todas esas acciones inagotables, palabras absurdas y pensamientos perturbadores, relajamos completamente el cuerpo, la palabra y la mente en la Gran Relajación, como un anciano que mira despreocupadamente cómo corren los caballos salvajes. Por esa razón, para acometer la contemplación del dzogchen, al principio es necesario poner fin a todas las actividades de cuerpo, palabra y mente, negativas, positivas o neutrales, incluyendo plegarias, mantras, concentraciones y visualizaciones.

Reposar la mente en la triple relajación
La liberación del cuerpo consiste en relajar todas las acciones del cuerpo en la no-acción, la liberación de la palabra consiste en relajar completamente el habla en el silencio, mientras que la liberación de la mente consiste en relajar todos los pensamientos y actividades mentales en el estado de no-pensamiento. Eso no significa, como decíamos en el apartado anterior, que debamos cortar deliberadamente nuestras acciones, palabras y pensamientos, sino más bien reconocer el estado de no-acción dentro de la acción, reconocer el gran silencio en el seno del sonido y reconocer el no-pensamiento en el mismo pensamiento.

Afianzar el reconocimiento de la base (rigpa) mediante los tres modos de permanencia (bzhag thabs gsum)
Hay que dejar ser las cosas sin esfuerzo mental alguno, hay que dejarlas ser tal como son en la Gran Naturaleza, hay que dejarlas ser sin intentar ningún ajuste ni cambio. Dicho de otro modo, hay que permanecer en la mente tal cual es sin cambiar el movimiento mental, permanecer en la esencia del estado natural y permanecer sin limitaciones en el estado natural. En suma, hay que dejarlo todo tal como es.

Cortar las tendencias kármicas mediante los tres no-seguimientos
No hay que seguir las acciones del cuerpo, la palabra o la mente, ni las posibles visiones que surjan, sino permanecer plenamente en el estado natural.

Sostener la continuidad y la familiaridad del rigpa mediante las tres cuerdas
Las tres cuerdas —o continuidades de la práctica— se refieren al afianzamiento de la contemplación y la familiaridad con el estado natural. La primera cuerda consiste en no distraerse con los pensamientos ni las visiones, sino mantener la contemplación continuamente. La segunda es no tratar de cambiar el estado natural, mientras que la tercera consiste en mantener la frescura de la contemplación.

Proteger la adulteración del significado mediante los tres ocultamientos
Primeramente, es muy recomendable practicar en soledad, ocultando el propio cuerpo como un animal salvaje que ha sido herido y permaneciendo centrado en el estado natural hasta que éste ha sido estabilizado. En segundo lugar, es mejor mantenerse en silencio como una lámpara dentro de una hornacina que el viento no puede perturbar. En tercer lugar, hay que proteger la mente sin seguir los objetos de los seis sentidos, permitiendo que la mente y los sentidos permanezcan en la base-de-todo (kunzhi), ocultos como la tortuga que se sumerge en las profundidades del océano.

Ejercitar la energía dinámica (tsel) del rigpa mediante las tres emergencias
Cuando la contemplación es suficientemente estable, debemos comenzar a integrar todas las acciones con el estado natural ejecutando primeramente pequeñas acciones, en las que podemos ejercitarnos sin perder la presencia del estado natural moviéndonos, recitando mantras u otras oraciones o generando distintos pensamientos, y constatando que el estado natural los abarca a todos. Las tres emergencias se refieren, más concretamente, a la emergencia de las diferentes acciones del cuerpo en el estado carente de acción, a la emergencia de las diversas manifestaciones de la palabra en el estado de silencio y la emergencia de los diferentes movimientos de la mente en el estado carente de pensamiento.

Relajarse en la no-dualidad mediante las tres liberaciones
Significa, básicamente, que independientemente de lo que hagamos, permanecemos siempre en el estado natural. En ese estadio, no es posible establecer diferencia alguna entre la mente y la naturaleza de la mente, entre el pensamiento y el no-pensamiento. De ese modo, todas las acciones del cuerpo se liberan o se disuelven en el estado sin acción del cuerpo, todas las palabras se liberan en el silencio y todos los pensamientos se liberan en el estado más allá del pensamiento. Por medio de esta triple liberación podemos comprender la igualdad fundamental que subyace tanto a la mente como a la naturaleza de la mente.

Mantener el resultado mediante los tres no-oscurecimientos
Una vez que se arriba a ese nivel de integración, las acciones no oscurecen el estado sin acción del cuerpo, las palabras no oscurecen el silencio y los pensamientos no oscurecen el estado natural más allá del pensamiento.




Tapihritsa es el maestro axial de la denominada tradición del Linaje Experiencial de Zhang-zhung, ya que su figura sintetiza todas las enseñanzas y maestros de este linaje. Es el maestro vigésimoquinto de la línea de transmisión que, comenzando con el buda Samantabhadra, pasa por Tönpa Shenrab y llega hasta el propio maestro de Tapihritsa, llamado Tsepung Dagpa Gyaltsen. Todos esos maestros alcanzaron la realización del cuerpo de arco iris, que supone la disolución del cuerpo físico en el momento de la muerte. Dagpa Gyaltsen es el responsable de la estructuración de las enseñanzas del Zhang-zhung Nyen-gyüd en los ciclos externo, interno, secreto y muy secreto. Se dice que, cuando Tapihritsa recibió estas enseñanzas, se retiró durante nueve años a una zona situada al este del monte Kailash, en una caverna cerca de Taruk, un gran lago salado, donde practicó hasta alcanzar la realización del cuerpo de luz de la Gran Transferencia, disolviendo su cuerpo físico en la vasta expansión del cielo sin dejar ningún resto tras de sí.

Hasta la aparición de Tapihritsa, los preceptos del Dzogchén eran transmitidos oralmente a un solo discípulo en la forma de upadeshas o instrucciones secretas. Sin embargo, a partir de Gyerpungpa Nangzher Lopo —una figura de indudable historicidad y coetánea de Padmasambhava y de otros importantes maestros indios y tibetanos—, estas enseñanzas comenzaron a ser recogidas por escrito, una medida ciertamente previsora pues en los años siguientes las enseñanzas del Bön serían objeto de implacables persecuciones. Posteriormente, en el siglo X, las enseñanzas fueron traducidas definitivamente al tibetano por el último maestro del linaje de la Transmisión Experiencial nacido en Zhang-zhung y de nombre Ponchen Tsenpo.

Pero, si bien Gyerpungpa Nangzher Lopo —principal discípulo de Tapihritsa— era un adepto avezado en la práctica del tantra y poseía numerosos poderes mágicos, no había alcanzado el siddhi supremo de la iluminación. Entre los poderes mágicos de Gyerpungpa se cuenta la capacidad —asociada a la deidad meditativa Meri, deidad tutelar de las enseñanzas del Zhang-zhung Nyen-gyud— de lanzar misiles mágicos. Además, Gyerpungpa no sólo era un gran erudito y practicante, sino que también era el sacerdote personal del rey de Zhang-zhung. En esa época —en torno al siglo VII d.C.—, el reino de Zhang-zhung estaba a punto de ser anexionado definitivamente al Tíbet bajo el gobierno del célebre rey budista Trisong Detsen.

sábado, 27 de febrero de 2010

Dzogchén: El Camino De La Gran Perfección

“Las enseñanzas Dzogchén no son una filosofía, ni una doctrina religiosa, ni tampoco una tradición cultural. Entender el mensaje de las enseñanzas significa descubrir la verdadera condición de uno mismo, despojada de todas las decepciones y falsificaciones que crea la mente. El mismo significado del término tibetano Dzogchén se refiere al verdadero estado primordial de cada individuo y no a alguna realidad trascendente.”

La doctrina budista de Dzogchén, explica que, en cierto modo, la iluminación esta ya aquí, que ni siquiera la meditación es necesaria, pues no se trata de cambiar la percepción de las cosas sino de reconocer la pureza de la mente. No existen dos tipos de conciencia diferentes, la iluminada y la ignorante: solo existe una Conciencia. Dicho de otro modo, estamos liberados ya. Solo se trata de reconocerlo.

Esta doctrina de Dzogchén es considerada por sus seguidores como la enseñanza definitiva y más secreta del Buda.

En esencia, la Enseñanza Dzogchén se ocupa del Estado primordial que, desde el comienzo mismo, ha constituido la naturaleza intrínseca de cada individuo. La vivencia de dicho estado es la vivencia de nuestra verdadera condición: somos el centro del universo, aunque no en el sentido egoico y egoísta propio de nuestra experiencia ordinaria. La conciencia egocéntrica ordinaria no es otra cosa que la jaula limitada de la visión dualista que excluye la vivencia de nuestra verdadera naturaleza: la vivencia del espacio del estado primordial. Descubrir el estado en cuestión es comprender la Enseñanza Dzogchén, cuya transmisión tiene como función el comunicar dicho estado: quien lo ha descubierto y se ha establecido en él lo transmite a quienes están atrapados en la condición dualista. Incluso el nombre “Dzogchén”, que significa “Gran Perfección”, se refiere a la autoperfección de este estado, fundamentalmente puro desde el comienzo, en el cual no hay nada que rechazar o que aceptar.

Para entrar en el estado primordial y aprehenderlo así directamente, uno no necesita conocimientos intelectuales, culturales o históricos. Por su propia naturaleza, dicho estado está más allá del alcance del intelecto. Sin embargo, cuando la gente encuentra una enseñanza que no conocía con anterioridad, en seguida quiere saber dónde surgió, de dónde vino, quién la enseñó y así sucesivamente. Aunque lo anterior es perfectamente comprensible, no se puede decir que el dzogchén mismo pertenezca a la cultura de ningún país. Por ejemplo, hay un tantra del Dzogchén llamado Dra Talyur Tsawe Guíüb que afirma que la Enseñanza Dzogchén se encuentra también en otros trece sistemas solares distintos del nuestro; en consecuencia, ni siquiera podemos decir que la Enseñanza Dzogchén pertenezca al planeta Tierra. ¿Cómo podría decirse entonces que pertenece a alguna cultura nacional particular? Aunque es cierto que la tradición Dzogchén que vamos a considerar ha sido transmitida a través de la cultura del Tibet, que la ha conservado desde el comienzo de la historia conocida de ese país, no podemos concluir, sin embargo, que el Dzogchén sea tibetano, ya que el Estado primordial no tiene nacionalidad y se encuentra en todas partes.

Sin embargo, también es cierto que en todas partes los seres sensibles han entrado en la visión dualista que oculta la vivencia del estado primordial. Y cuando los seres realizados han entrado en contacto con ellos, sólo raras veces han sido capaces de comunicar el estado en cuestión de manera completa sin palabras o símbolos; en consecuencia, han tenido que usar como medio de comunicación la cultura en la cual lo han transmitido. Así pues, a menudo ha sucedido que la cultura y las enseñanzas se han encontrado entrelazadas y, en el caso del Tibet, esto es cierto a tal punto que no es posible comprender la cultura del país sin una comprensión de las enseñanzas.

Esto no significa que la Enseñanza Dzogchén se haya difundido ampliamente en el Tibet y llegado a ser bien conocida por todos; la verdad es más bien lo contrario. Dicha enseñanza siempre estuvo reservada, pues es tan directa que mucha gente le tenía algo de miedo y, en consecuencia, en cierta medida siempre hubo que mantenerla en secreto. Sin embargo, no cabe duda de que ella constituye la esencia de todas las enseñanzas tibetanas. Incluso en la antigua Tradición Bón —la tradición, en gran parte chamánica, que es indígena del Tibet y que antecede la llegada del budismo desde la India— existía una Enseñanza Dzogchén.’ Así pues, aunque las Enseñanzas Dzogchén no pertenecen ni al Budismo ni al Bön, podemos considerarlas como la esencia de todas las tradiciones espirituales tibetanas, tanto dentro de la primera de dichas religiones como dentro de la segunda. Entendiendo esto, y teniendo en cuenta el hecho de que las tradiciones espirituales del Tibet constituyen la esencia de la cultura tibetana, podemos usar las Enseñanzas Dzogchén como una clave para la comprensión de esa cultura como totalidad. En efecto, todos los aspectos de la cultura en cuestión surgieron como facetas de la visión unificada de los maestros realizados de las distintas tradiciones espirituales.

La claridad del Estado primordial —esencia de la experiencia de muchos maestros— funcionó como un cristal en el corazón de la cultura, que proyectó las formas del arte y la iconografía, la medicina y la astrología tibetanas, como brillantes rayos o reflejos. Si comprendemos la naturaleza del cristal, comprenderemos mejor los rayos y reflejos que de él emanaron.

La práctica del Dzogchén en la vida cotidiana

La práctica cotidiana del Dzogchén consiste en cultivar simplemente una plena aceptación carente de preocupación y una apertura sin límite ante todas las circunstancias. Debemos comprender que la apertura es el campo de juego de las emociones y relacionarnos con nuestro prójimo sin artificialidad, manipulación ni estrategias.

Tenemos que experimentarlo todo completamente, sin tratar de escondernos dentro de nosotros mismos como la marmota que se oculta en su madriguera. Esta práctica libera una energía tremenda que, por lo general, se ve constreñida porque intentamos mantener puntos de referencia fijos. Los puntos de referencia son el proceso que utilizamos para alejarnos de la experiencia directa de la vida cotidiana.

Al principio, el intento de permanecer presentes en el momento puede provocar cierto temor. Pero, si damos la bienvenida a la sensación de temor con plena apertura, atravesaremos ese obstáculo creado por nuestras pautas emocionales habituales.

Cuando llevamos a cabo la práctica de descubrimiento del espacio, debemos experimentar un sentimiento de plena apertura hacia todo el universo. Tenemos que abrirnos con absoluta simplicidad y desnudez mental. Ésta es la poderosa aunque ordinaria práctica de dejar caer nuestra máscara de autoprotección.

En la meditación, no tenemos que establecer división alguna entre la percepción y el campo de percepción.

No debemos parecernos al gato que acecha a un ratón. Debemos comprender que el objetivo de la meditación no es sumergirnos “profundamente” en nuestro interior ni retirarnos del mundo. La práctica es libre, carente de conceptos, sin introspección ni concentración.

El vasto espacio sin origen de la luminosa sabiduría espontánea es la base del ser y el principio y el final de la confusión. La presencia de la sabiduría en el estado primordial carece de predilección por la iluminación o la no-iluminación. La base del ser —también conocida como la mente pura original— es la fuente de la que emergen todos los fenómenos. También recibe el nombre de la Gran Madre, ya que es la matriz potencial donde todas las cosas aparecen y se disuelven en su perfección natural y espontaneidad absoluta.

Todos los fenómenos son completamente claros y lúcidos. El universo es apertura sin obstrucción. Todas las cosas están interpenetradas.

Para ver todas las cosas en su desnudez, con claridad y sin oscurecimientos, no hay nada que alcanzar o realizar. La naturaleza de los fenómenos aparece naturalmente y se halla espontáneamente presente en la conciencia que trasciende el tiempo. Todo es naturalmente perfecto tal como es. Todos los fenómenos emergen, de manera única, como parte de una pauta en continua transformación. Esa pauta vibra plena de sentido y significado a cada instante, pero no podemos apegarnos a su significado más allá del momento en que se presenta.

Ésta es la danza de los cinco elementos donde la materia es un símbolo de la energía, la energía un símbolo de la vacuidad y nosotros mismos un símbolo de nuestra propia iluminación. Sin necesidad de esfuerzo ni de práctica en absoluto, la liberación o la iluminación está ya con nosotros.

La práctica del Dzogchén es la misma vida cotidiana. Puesto que no existe un estado inferior, no hay necesidad alguna de comportarse de un modo especial o ni de alcanzar nada por encima o más allá de lo que ya somos realmente. No debemos cultivar ningún sentimiento de esfuerzo por lograr alguna “meta extraordinaria” o un estado “superior”.

Esforzarse por alcanzar ese estado es una neurosis que sólo nos condiciona más y obstruye el libre flujo de la mente. También debemos evitar pensar en nosotros mismos como personas carentes de valor, puesto que nuestra verdadera naturaleza es naturalmente libre y no condicionada. Estamos intrínsecamente iluminados y, en consecuencia, no carecemos de nada.

Cuando abordamos la práctica de la meditación, tenemos que hacerlo de manera tan natural como comer, respirar o defecar. No tenemos que convertirla en un acontecimiento especial o formal, lleno de seriedad y solemnidad. Debemos comprender que la meditación está más allá del esfuerzo, la práctica, los objetivos, las metas y la dualidad entre liberación y no-liberación. Nuestra meditación siempre es perfecta. No hay necesidad alguna de corregir nada. Puesto que todo lo que surge es el juego de mente, no existe la meditación incorrecta, ni necesidad alguna de juzgar los pensamientos como buenos o malos respectivamente.

Por lo tanto, debemos sentarnos simplemente, permaneciendo sencillamente en nuestro propio lugar y en nuestra propia condición tal cual es, sin pensar que estamos “meditando”. Nuestra práctica debe carecer de esfuerzo, de tensión, de cualquier intento de control o manipulación para intentar que sea más “apacible”.

Si descubrimos que estamos alterándonos del modo antes descrito, sencillamente dejamos de meditar y descansamos y nos relajamos un rato. Luego, reanudamos nuestra meditación. Si tenemos “experiencias interesantes” durante la meditación o después de ella, debemos evitar convertirlas en algo especial. Perder el tiempo pensando en esa clase de experiencias es una mera distracción y un modo infalible de perder la naturalidad. Esas experiencias sólo son signos de la práctica y deben ser consideradas como eventos pasajeros. No debemos intentar repetirlas porque eso sólo sirve para distorsionar la espontaneidad natural de la mente.

Todos los fenómenos son atemporales y completamente nuevos o frescos, absolutamente únicos y completamente libres de los conceptos de pasado, presente y futuro.

El continuo flujo de nuevos descubrimientos, revelaciones e inspiraciones que emerge a cada momento es la manifestación de nuestra propia claridad. Debemos aprender a ver nuestra vida cotidiana como un mandala o como el ornamento luminoso de las experiencias que irradian espontáneamente de la naturaleza vacía de nuestro ser. Los elementos que forman nuestro mandala son los objetos cotidianos de nuestra experiencia moviéndose en la danza o el juego del universo. Gracias a ese simbolismo, el maestro interior revela el significado profundo y último del ser. Por lo tanto, debemos ser naturales y espontáneos, aceptándolo todo y aprendiendo de todo. Eso nos permitirá percibir el lado irónico y divertido de muchos acontecimientos que, por lo general, nos irritan.

La meditación nos permite ver a través de la ilusión del pasado, el presente y el futuro, con lo que nuestra experiencia deviene la continuidad del ahora. El pasado sólo es un recuerdo poco fiable sostenido en el presente. El futuro sólo es la proyección de nuestras concepciones presentes. El presente mismo se desvanece tan pronto como tratamos de asirlo. Entonces, ¿por qué molestarnos en tratar de dar consistencia a la ilusión?

Tenemos que liberarnos de nuestros recuerdos y de todos los prejuicios acerca de qué es la meditación. Cada instante de meditación es completamente único y pleno de potencialidad. En ese momento, no podemos juzgar nuestra meditación en términos de experiencia pasada ni de secas teorías o retóricas vacías.

La mera inmersión en la meditación en el momento presente, con todo nuestro ser, libres de dudas, aburrimiento y excitación, es la iluminación.


viernes, 19 de octubre de 2007

El concepto de shunyata en el budismo y la nueva ciencia

El concepto de shunyata, es uno de los más importantes y menos comprendidos de la filosofía budista. Shunyata (en sánscrito), o ku (en japonés), ha sido traducido indistintamente como latencia, insustancialidad, vacío y también como lo insondable. Sin embargo estas interpretaciones confunden más de lo que iluminan. Hoy tenemos la oportunidad de entender cabalmente el significado de esta noción gracias a los hallazgos de la física cuántica y los planteamientos de la cibernética.

Para quienes se han adentrado en la filosofía budista existe un concepto abstruso, enigmático y polémico, el concepto de shunyata, traducido típicamente como “vacío” o “vacuidad”. Tan polémico ha sido que el cibernetista y neurobiólogo budista y chileno -ya fallecido- Francisco Varela sostuvo que la mejor traducción para shunyata era en realidad “sobreabundancia”, descartando así, de la manera más radical, la interpretación tradicional del término sánscrito. Nos preguntamos entonces, por qué extraña razón shunyata se traduce tradicionalmente como vacuidad. Por otra parte la importancia que esta concepción tiene es gravitante.

Según Francisco Varela, la palabra shunya (término del cual deriva shunyata) se empleaba en la antigua India para denotar el vientre preñado de una madre. Al usar el término shunya, entonces, el Buda quería expresar la idea de que la realidad de las cosas es “sobreabundante”, es decir, que la realidad desborda cualquier descripción que pretenda encasillar a una cosa. Este concepto filosófico, al parecer, fue demasiado ininteligible y escapó en su verdadero significado a los primeros traductores occidentales, quienes sencillamente entendieron que el budismo era una filosofía nihilista, o sea, que negaba la existencia de la realidad, relegando de esta forma -automáticamente- al budismo a la categoría de creencia primitiva.

El desarrollo de las ciencias durante el siglo XX nos ha abierto por fin ojos y oídos. Actualmente podemos entender correctamente esta concepción epistemológica para descubrir que el concepto de shunyata alude a un conocimiento que poco a poco ha empezado a generalizarse en nuestra propia cultura.

El yo: Un espejismo de espejismos

Buda sostuvo que el yo, como tal, no existe, ya que aquello que denominamos compulsivamente “mi yo” está permanentemente cambiando y se trata de un simple concepto que emerge en cinco etapas analíticas que él denominó skandas.
Decía, entonces, que el yo se podía entender como una sucesión de personalidades (vijñana) individuales. Esta idea puede parecer difícil pero se trata de algo muy simple. Uno mismo se percata fácilmente que su personalidad va cambiando con el tiempo e, inclusive, muchas veces, hasta se yuxtaponen: mi personalidad como esposo, como padre, mi personalidad como hijo, como jefe, como subordinado, entre otras.
En efecto recordemos que la palabra personalidad fue introducida al lenguaje cotidiano por el psicoanálisis. Jung sostenía que la “persona” era la máscara o careta con que enfrentábamos las diversas situaciones que se nos plantean.

En definitiva, cada una de estas personalidades yuxtapuestas y cambiantes se componen de múltiples disposiciones emocionales (samskhara), todavía más efímeras, aunque no por eso inofensivas. Por ejemplo, si veo un hermoso reloj de pared que me gustaría comprar pero lo encuentro muy caro para mi presupuesto, desarrollaré una disposición emocional negativa consiente o inconsciente. Si acumulo muchas de estas emociones negativas, se manifiestan luego como un síntoma o incluso una patología: “estrés”. Así pues, cada una de nuestras múltiples personalidades se puede visualizar como emergiendo de la interrelación entre las efímeras disposiciones emocionales que tenemos durante el transcurso de nuestras vidas.

Sin embargo estas emociones que dan origen a nuestras personalidades no podrían surgir si no tenemos procesos cognitivos que nos permitan construir objetos de pensamiento. En el ejemplo del reloj estos objetos de pensamiento son el reloj por una parte y el dinero por otra, a los cuales podríamos agregar otros elementos más abstractos como el estatus o el denominado “buen gusto”, la “elegancia”. En consecuencia, cada disposición emocional involucra a su vez construcciones mentales que el Buda denominó samjñas.

Pero esta cadena continúa, ya que la construcción cognitiva de objetos y conceptos no es posible sin una percepción sensorial (vedana) previa. En el caso del reloj, para poder saber que existe es importante que yo lo haya visto. Si me gustó mucho es posible incluso que haya persuadido al dependiente para que me dejara tocarlo, ya que de esa forma le otorgo más realidad a mi construcción cognitiva, que ahora tiene un apoyo visual y otro kinestésico. Si luego escucho su tic tac tengo la imagen completa de lo que denomino un objeto real.

El Buda sostenía que esa sensación (visual, auditiva, kinestésica, olfativa o gustativa) de la cual emergía la percepción de un objeto tampoco era el fundamento último de la realidad, sino que sólo era posible debido a la interacción de realidades físicas (rupas) que originan cualquier percepción.

De esta forma el yo se presenta como un espejismo de espejismos en cinco niveles sucesivos de propiedades emergentes (skandas) y, en definitiva, el observador surge únicamente de las observaciones que él mismo hace.
Al poco tiempo la filosofía tradicional budista (Abhidharma) profundizó el tema de los cinco niveles o skandas, dando origen al concepto de dharma (con minúscula). Los dharmas son los constituyentes básicos de la realidad o, mejor dicho, patrones o procesos básicos que se experimentan como lo que forma el flujo de fenómenos mentales y físicos. Esto significa que los dharmas no solamente corresponden al plano que nosotros denominamos físico (rupa) sino que abarca a todos los cinco niveles de skandas ya descritos. De este modo, el Abidharma refina el análisis de los cinco skandas para proporcionar una enumeración y caracterización minuciosa de todos los dharmas.

La filosofía del medio

Hasta ahora se ha descrito la filosofía del no-yo (anatmán), la cual es compartida por todas las escuelas de budismo. La enseñanza de shunyata que podemos asimilar a los descubrimientos de la física moderna va más allá del anatmán y proviene de una línea particularmente avanzada dentro del budismo, la filosofía Madhyamaka, que surgió aproximadamente al comienzo de la era cristiana, hace unos dos milenios, y que sirvió de fundamento filosófico para la principal rama del budismo actual, el Mahayana.

Uno de sus principales exponentes fue el gran filósofo Nagarjuna (aprox. 150-250 D.C.), quien fue un paso más allá que el Abhidharma, al negar la existencia independiente (esto es: en sí) no sólo del yo sino que también del objeto observado e incluso de la observación o distinción misma. Para Nagarjuna, el Abhidharma descomponía al individuo en dharmas cada uno con una naturaleza propia inherente. La principal crtítica de Nagarjuna, entonces, a la filosofía tradicional budista de la época, es que ésta comprendía el no-yo o shunya de los individuos, pero no la cualidad de shunyata de los dharmas mismos.

El nombre madhyamaka significa literalmente “el camino del medio” y corresponde al mismo término empleado por el Buda para definir su sistema meditativo y moral. Buda escogió esa denominación para evidenciar que el camino que él propone es un modo de vida intermedio entre el hedonismo sensual, por un lado, y el ascetismo masoquista, por el otro. Nagarjuna astutamente emplea esa misma palabra para expresar la idea de que, así como la vida del sabio busca el equilibrio entre los extremos, así entonces la filosofía debe buscar el equilibrio entre los puntos de vista más radicales y opuestos. En efecto, en la época de Nagarjuna se habían decantado dos grandes posiciones filosóficas en disputa: el punto de vista del objetivismo y el del nihilismo. Desde el punto de vista del objetivista extremo, tanto el observador como el objeto e incluso la distinción misma existen de manera independiente. Este punto de vista es fácilmente criticable porque resulta bastante evidente (al menos, a mí me parece así) que el fenómeno de distinción no puede existir sin observador y objeto; para poder observar un reloj tiene que existir tanto el reloj como el observador.

Por otra parte, el propio Buda, como hemos visto, mostró que el observador carece de existencia sólida, permanente y absoluta, ya que el observador emerge de las distinciones u observaciones y por lo tanto no existe con independencia de éstas.
El último paso lo da Nagarjuna al sostener que incluso el objeto de observación (el reloj, en nuestro ejemplo) carece de existencia independiente. Él demostró esto con un argumento lógico: si un objeto existiera pero no pudiera ser observado jamás ¿qué sentido tiene decir que existe? Nagarjuna sostuvo que jamás podría darse un objeto existente que sea completamente imposible de observar. Dicho de otra forma, el objeto para constituirse como tal requiere la participación de al menos un sujeto que realice la observación. Ahora bien, si es un requisito para la existencia del objeto que éste pueda ser observado por alguien, entonces acabamos de demostrar que el objeto solamente existe en la medida que existe para alguien y, por lo tanto, no es independiente; no existe de manera absoluta, ya que para que surja como objeto hay un requisito lógico que es imprescindible y necesario: la existencia de -al menos- un observador que lo distinga.

De esta manera Nagarjuna derriba completamente la postura absolutista extrema. Sin embargo esta crítica se mal interpretó durante milenios en occidente, llegándose al extremo de pensar que el budismo era nihilista, que sostenía la inexistencia de las cosas. Es curioso que fuera el propio Nagarjuna quien aclaró esto desde un comienzo. En efecto, como hemos visto, el nombre de la filosofía Madhyamaka -el camino del medio- alude precisamente al espacio entre el nihilismo y el absolutismo filosófico. Nagarjuna sostenía que negar la existencia de los observadores o de los objetos era evidentemente estéril, pues nuestra experiencia fundamental cotidiana lo desmienten con total claridad e irrefutabilidad, en la medida que lo que existe para mí - como fenómeno - soy yo y mi circunstancia, si queremos emplear el lenguaje de Ortega y Gasset.

El origen dependiente

En definitiva shunyata no se refiere a que la realidad sea vacía, que la realidad no exista, que sería la postura nihilista; se refiere, en cambio, a la interdependencia de todas las cosas, en tibetano “ten del” (origen dependiente). El principio de origen dependiente se aplica en tres formas: causalidad, abstracción y distinción.
El origen dependiente se aplica al fenómeno de la causalidad mostrando que todos los fenómenos son a la vez causa y efecto y que, simultáneamente, todos los fenómenos tienen -a su vez- causas y efectos. De esta manera se comprueba que no existe fenómeno alguno que sea totalmente independiente del resto. Por ejemplo uno puede pensar que los brotes de virus hanta no están relacionados con las inundaciones y, en efecto, en primera instancia, no existe relación directa entre ambos fenómenos.
Sin embargo, ambos tienen causas comunes. Se sabe que las inundaciones se deben a alteraciones climatológicas como los fenómenos del Niño y de la Niña, los cuales se gatillan por variaciones en la temperatura promedio del planeta. A su vez, el calentamiento global tiene un efecto negativo sobre el sistema inmunológico de los roedores, particularmente del ratón colilarga, portador del hanta.

El concepto de origen dependiente también se aplica con relación a los distintos niveles de abstracción que se dan en la observación. Un sistema puede ser percibido como unidad simple o como unidad compuesta. Cualquier cosa visible siempre estará inserta en algo que lo contiene y a su vez estará formada por cosas que la componen, por lo tanto existe un origen lógico dependiente de los compuestos en términos de sus componentes.

Ahora bien, a pesar que todo está conformado por componentes, estos componentes no definen al todo, ya que los componentes de un sistema siempre cambian, aunque el sistema - como totalidad - se mantenga. Esta idea fue expresada en tiempos del Buda por el filósofo griego Heráclito, en su célebre sentencia: “Nadie se baña dos veces en el mismo río”. En efecto, si nos preguntamos dónde está la identidad de un río determinado, concluiremos que no se encuentra en el agua siempre mutante que lo conforma. El concepto de origen dependiente se aplica aquí en términos de distinción. Esto significa que si buscamos la verdadera identidad de un sistema, no la encontraremos en sus componentes. Lo mismo ocurre con un equipo de fútbol, por ejemplo. Sus jugadores van cambiando con el tiempo, hasta el diseño de la camiseta, los gritos de la barra, el estilo de juego, todo va cambiando, pero sigue siendo “el mismo” equipo, ¿por qué?. Según el madhyamaka, únicamente gracias a la capacidad organizadora que tenemos como observadores de distinguir cosas y dotarlas así de identidad. En resumen, el planteamiento de Nagarjuna es el siguiente: “Las cosas derivan su ser y su naturaleza de su interdependencia mutua y en sí mismas no son nada”. Esa es en definitiva la idea de shunyata. No significa que las cosas no existan, sino que existen pero son mutuamente interdependientes y, por lo tanto, no tienen existencia aislada o en sí mismas.

El punto de vista de la mecánica cuántica

Durante el siglo XX, el pensamiento cosmopolita de raigambre occidental ha redescubierto esta filosofía al percatarse que la ciencia contemporánea corrobora de la manera más radical y categórica los preceptos de la filosofía Madhyamaka. En primer término ha sido la física y particularmente la mecánica cuántica la que ha establecido con la rigurosidad propia del método científico que, en efecto, cuando uno descompone un objeto físico en sus componentes llega a un punto muerto que es la partícula-onda. Se trata de una entidad inimaginable pero susceptible de representar matemáticamente como la probabilidad de que pase algo. Por ello Bertrand Rusell decía: “El hombre corriente piensa que la materia es sólida; pero el físico piensa que es una onda de probabilidad, que ondula en la nada. Dicho brevemente: la materia en un lugar determinado es definida como la probabilidad de ver en ese lugar un fantasma”. En consecuencia la partícula-onda no existe en sí, no tiene existencia intrínseca, su naturaleza es shunyata, sólo existe en la medida en que interactúa con otras partículas cuánticas, ya que su origen es dependiente.

La segunda variante del origen dependiente, la que dice relación con los sistemas como unidades compuestas, se aplica aquí de manera casi profética, ya que durante el siglo XX se ha establecido que todas las partículas cuánticas existen como combinaciones de otros tipos de partículas cuánticas. Llegamos así a un punto en que no es necesario seguir descendiendo en la pirámide reduccionista. Podemos estar confiados que esta pirámide se yergue sobre cimientos recursivos, no es necesario afanarse en buscar el verdadero átomo (indivisible): todas las cosas son tomos (partes).

Cabe aclarar que incluso aquella rama de la física moderna que es la cromodinámica cuántica, fundada por el premio Nobel Murray Gell-Mann, llega a conclusiones similares por una vía distinta. Para Gell-Mann las partículas cuánticas sí se pueden dividir, en subpartículas denominadas quarks. Sin embargo estos quarks tienen un comportamiento tan bizarro -denominado “confinamiento”- que más bien pareciera tratarse de un simple mecanismo mnemotécnico para calcular o acordarse de las características de cada partícula cuántica “verdadera”, ya que -precisamente- el principio de confinamiento impide la división de la partícula, volviéndose así a la idea original de que todas las cosas son compuestas.

Dicho de otra manera, cuando buscamos los componentes básicos de la naturaleza se llega a las partículas cuánticas. Una vez allí podemos optar por dos vías. La primera consiste en reconocer sencillamente que todas las partículas existen como combinación de otras. La segunda posibilidad es forzar a la naturaleza a descender otro peldaño, para encontrarnos con los quarks. Pero la característica única de estas subpartículas es que nunca existen en forma independiente o separada. Están confinados y, por lo tanto, debemos admitir que solamente existen en la medida en que forman parte de una partícula que los contiene. En cualquiera de los dos casos el budismo tiene la razón: los quarks y las partículas cuánticas presentan origen dependiente.

Finalmente, la tercera forma del origen dependiente también se manifiesta en mecánica cuántica. Me refiero a la dependencia objeto-observador. Las partícula-ondas cuánticas tienen una peculiaridad muy interesante, su propia constitución queda indefinida si la partícula no es perturbada. Ahora bien, para observarla, es necesario perturbarla. Esto es lo que estableció matemáticamente Werner Heisenberg en el famoso principio de incertidumbre o indeterminación. En efecto, la física cuántica ha introducido el concepto de partícula virtual para referirse a las posibilidades invisibles de estructura interna que tiene una partícula en el ínterin que no es perturbada (recordemos que las partículas cuánticas existen como combinaciones de otras partículas). Esto significa que la partícula propiamente tal solamente aparece tras la participación de un observador, volviéndose así a caer en la idea de origen dependiente. Más adelante la cibernética, particularmente su vertiente más actual que se denomina “de segundo orden”, ha generalizado el principio de Heisenberg para todos los sistemas. En otras palabras, nunca es posible observar a un sistema sin perturbarlo. Esta idea implica que en un sentido filosófico y profundo el sistema depende a tal extremo del observador para originarse como tal que resulta más práctico asumir sencillamente que el observador y el sistema forman parte de un solo sistema cibernético. Es decir que para la cibernética de segundo orden la naturaleza se revela como una pintura de Escher en que la mano se dibuja a sí misma, el observador forma parte del cuadro que mira, o algo por el estilo. Esta idea ha trascendido el ámbito de las ciencias y ha llegado a la filosofía bajo la denominación de constructivismo radical.

No es extraño entonces que las escuelas más avanzadas de filosofía contemporánea, aquellas que se hacen cargo de los descubrimientos hechos por la física, la cibernética y la neurociencia, acaben coincidiendo con los postulados fundamentales de la rama más elevada de la filosofía budista.

Fuentes:



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