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domingo, 21 de diciembre de 2008

Aportes de la Filosofia Perenne, la Física Cuántica y la Psicología

La confusión: El estigma de nuestros días

Vivimos una época donde reina la confusión. Desde que en el siglo pasado, el filósofo alemán F. Nietzche decretó la muerte de Dios, nunca se había sentido tanto como hoy la necesidad de creer en algo.

Quizás es porque en el presente más que en el ayer la sociedad está llegando a ser tan plenamente consciente de su propia mentira, de su hipocresía, de la rotunda falsedad de sus propios cimientos constituyentes.

A pesar de lo que muchos de los científicos que profesan desde el interior de las llamadas "Ciencias del Hombre" puedan decirnos, entiéndase, puedan hacernos creer, por no decir "obligarnos a", la historia de la Humanidad no es, ni ha sido, ni será un proceso lineal, continuo, de un estado inferior y primitivo a un nivel superior y caracterizado por el "progreso".

Muy por el contrario, dicha historia humana se nueve de manera discontinua; está hecha de saltos y caídas a través de toda una serie de procesos cíclicos de nacimiento, crecimiento, declinación y muerte.

Pero a diferencia del resto de los organismos ésta última etapa, la muerte, puede consistir en lo que todos concebimos como tal y que es la total desaparición de algo en su plena extinción, o por el contrario, puede consistir en una "trans-formación", en una "re-producción", en una "re-generación" en donde una nueva civilización "re-nace" a punto de partida de las cenizas de una ya agonizante, a semejanza de como el Ave Fénix lo hace de sus cenizas.

Pues bien, los grandes y celebérrimos científicos de antaño están demostrando hoy ser falsos profetas, vendedores de una magra ilusión en torno a un porvenir sin futuro, de un

pseudo-progreso. "La Ciencia", otrora dios único de la monoteísta civilización occidental, ha mostrado ser un ídolo con pies de barro.

Tiempo ha que cedimos toda la autoridad a "la ciencia" y hoy es ella misma la que con pavor nos dice que pusimos nuestra fe en algo erróneo, falso, fantasmagórico. A los científicos les dimos la plena responsabilidad de des-velar, de des-cubrir los misterios de la Creación, mientras que nosotros nos reservamos la rutina cotidiana de una vida sin cerebro. (Nos referimos obviamente al cientificismo positivista más que a la ciencia en su pleno sentido etimológico de "saber").

En su momento los científicos aceptaron, no si gran arrogancia, su misión. Nosotros, por el contrario, con una humildad que raya en la sumisión, escogimos representar un papel de impotencia frente a la continua complejidad de la "ciencia moderna" y a la cada vez más avasallante amplitud de la tecnología.

Pero hoy, al cabo de tres siglos, los científicos vuelven hacia nosotros y nos dicen -aunque sin admitirlo plenamente- que han fallado en su tarea. Nos manifiestan que la realidad no existe tal como nosotros creemos, que es tan sólo una proyección mental, una creación nuestra. Repiten, aunque sin querer afrontarlo, una significación del más pleno misticismo tanto oriental como occidental, ejemplificado en las sabias palabras de Buda cuando expresó: "Somos lo que pensamos. Todo lo que somos surge con nuestros pensamientos. Con nuestros pensamientos hacemos el mundo". 0 como más contemporáneamente, el brujo yaqui don Juan dijera a Carlos Castaneda: "Sostenemos el mundo con nuestro diálogo interno".

Esto nos conduce a la sensación de que el suelo sobre el cual creíamos estar firmemente apoyados se disuelve, cede ante nuestros pies y tan sólo queda la nada. 0 aún peor, ni siquiera queda nada. Ello conlleva el angustioso sentimiento de que hemos sido engañados, de que no podemos creer en nadie salvo en nosotros mismos, en nuestra propia experiencia e intuición, en nuestro "awareness" como dirían los gestaltistas, pero lamentablemente no hemos sido educados para ello.

De ahí nuestro gradual y progresivo proceso de disociación esquizofrénica y esquizofrenizante que vamos experimentando y del que vamos siendo (sintiéndonos) víctimas por parte de una sociedad que presenta similar aunque mayor grado de disociación.

El paradigma de la New Age

Un paradigma es una forma de estructurar la realidad; consiste en las "lentes" mediante las que configuramos la percepción, las respuestas y creencias a través de las cuales creamos la realidad que nos rodea y que somos. En una palabra, son hipótesis que brindan los supuestos sobre los que se basan los puntos de vista acerca de la naturaleza del mundo (y del Universo todo). El problema surge cuando estos paradigmas se esclerotizan, se tornan rígidos e inmutables, convirtiéndose así en "paradigmas normativos" al decir de T. Wilson, es decir, pasan a ser filtros conceptuales y marcos referenciales que condicionan la manera "natural y sensata" de ver las cosas.

En este sentido, el paradigma "occidental" de los últimos tres siglos ha sido el paradigma newtoniano-cartesiano que ha concebido al Universo como de naturaleza material, contemplándolo de una manera atomística y reduccionista, buscando la naturaleza fundamental y última de la materia a través de la descomposición en sus partes componentes y dando por sentado que dichas partes existen en tanto entidades separadas y aisladas.

Pero nuestra especie se ha vuelto arrogante, contemplándonos como si la Tierra fuera nuestra y pudiéramos hacer con ella lo que quisiéramos. "Creemos" que nosotros somos conscientes y que el Universo no lo es. Nos consideramos con derecho de y a conquistar (observase bien la connotación semántico-emocional que dicho término lleva implícito), "nuestro" planeta y el espacio infinito; a explotar (otro término con una particular connotación) a la naturaleza en beneficio de la máxima creación: el ser "humano".

No existe el respeto cuando mutilamos y matamos a otros seres en aras de un pretendido "progreso"; tampoco existe respeto cuando creamos situaciones en las que millones de personas pasan hambre, mientras almacenamos alimentos y arrojamos la leche por los desagües, o cuando tiramos cosechas enteras para aumentar los precios. No hay respeto cuando contemplamos la vida como una batalla que produce ganadores y perdedores; explotadores y explotados. En la pugna contra la naturaleza estamos descubriendo gradualmente que hemos estado luchando contra nosotros mismos.

En base a lo anteriormente expuesto, tengamos presente que este fin de siglo y culminación de un milenio ha implicado también un "fin del mundo", pero depende de nosotros el que sea de naturaleza catastrófica o realizadora, negativa o positiva.

Orientado a un nuevo período en la historia de la Humanidad se está forjando un nuevo paradigma que tenga, como esencia, la sabiduría taoísta de actuar en armonía con el ritmo natural del Universo. Paradigma que ha de basarse en enseñarnos y hacernos comprender que las fuerzas que pueden unirse para destruirnos son las mismas que pueden favorecer el desarrollo individual y social.

En este sentido, al hablar de "fin del mundo" no necesariamente se está queriendo significar la desaparición del planeta y de la especie humana, aunque si la culminación de un mundo de ideas, concepciones, paradigmas y "ciencias" de manera tal que otras nuevas y diferentes comiencen a imperar. Esto no implica que también hayamos podido arribar a un fin de milenio de carácter apocalíptico, puesto que nunca como hoy se habían alcanzado niveles de angustia, de descontento, de depresión y desesperación como los nos invaden hoy día, así como la capacidad destructiva que la "tecnología" ha depositado en nuestras manos. Hacia que lado se incline el fiel de la balanza dependerá de nuestra responsabilidad, entendida ésta como "habilidad para responder".

Reconocido esto veamos cuáles son los principales pilares filosófico-epistemológicos sobre los cuales ha de asentarse este nuevo paradigma.

La Filosofía Perenne

Dice Aldous Huxley: "Philosophia Perennis: la frase fue acuñada por Leibniz; pero la cosa -la metafísica que reconoce una Divina Realidad en el mundo de las cosas, vidas y mentes; la psicología que encuentra en el alma algo similar a la Divina Realidad, o aún idéntico con ella; la ética que pone la última finalidad del hombre en el conocimiento de la Base inmanente y trascendente de todo el ser-, la cosa es inmemorial y universal". "La Filosofía Perenne se ocupa principalmente de la Realidad una, divina, inherente al múltiple mundo de las cosas, vidas y mentes. Pero la naturaleza de esta Realidad es tal que no puede ser directa e inmediatamente aprehendida sino por aquellos que han decidido cumplir ciertas condiciones haciéndose amantes, puros de corazón y pobres de espíritu... Análogamente, nada, en nuestra experiencia diaria, nos da mucha razón de suponer que la mente del hombre sensual medio posea, como uno de sus ingredientes, algo que se parezca a la Realidad inherente al múltiple mundo o que sea idéntico con ella, sin embargo, cuando esa mente es sometida a cierto tratamiento harto duro, el divino elemento, de que, por lo menos en parte, está compuesta, se pone de manifiesto, no sólo para la mente misma, sino también, por su reflejo en la conducta externa, para otras mentes".

En otra obra dice este mismo autor: "En el núcleo de la Filosofía Perenne encontramos cuatro dogmas fundamentales.

Primero: el mundo fenoménico de la materia y la conciencia individuada -el mundo de las cosas, los animales, los hombres y aún los dioses- es la manifestación de un Fundamento Divino dentro del cual tienen su ser todas las realidades parciales, en tanto que separadas de él no tendrían existencia.

Segundo: los seres humanos no sólo son capaces de conocer por inferencia este Fundamento Divino sino que también pueden percibir su existencia por una intuición directa, superior al razonamiento discursivo. Este conocer inmediato une al conocedor con lo conocido.

Tercero: el hombre posee una naturaleza doble, un ego fenoménico y un Ser eterno que es el hombre interior, el espíritu, el destello de divinidad en el alma. Si así lo desea, el hombre puede identificarse con el espíritu y por tanto con el Fundamento Divino, que es de naturaleza igual o parecida a la del espíritu.

Cuarto: la vida del hombre en la tierra tiene un solo fin y propósito: identificarse con su Ser eterno para llegar así al conocimiento unitivo del Fundamento Divino".

Consideramos que esta fundamentación de los preceptos de la Filosofía Perenne son por demás explicativos como para extendernos aún más en su consideración.

La Holonimia

"La holografía es un método de fotografía sin lente en donde el campo de onda de luz esparcido por un objeto se recoge en una placa como patrón de interferencia. Cuando el registro fotográfico -el holograma- se coloca en un haz de luz coherente como el láser se regenera el patrón de onda original. Aparece entonces una imagen tridimensional.

Como no hay ninguna lente de enfoque, la placa aparece como un patrón absurdo de remolinos. Cualquier trozo del holograma reconstruiría toda la imagen". En este sentido el cerebro sería un holograma que interpreta un Universo holográfico.

Dice David Bohm con respecto a su teoría del "orden implicado": "Uno llega a un nuevo concepto de inquebrantable totalidad que niega la idea clásica del análisis del mundo en partes existentes por separado e independientes... Hemos invertido el concepto clásico usual de que las "partes elementales" independientes del mundo sean la realidad fundamental, y que los diversos sistemas sean meramente formas y ordenaciones contingentes particulares de estas partes. Más bien decimos que la inseparable interrelación cuántica de todo el Universo es la realidad fundamental, y que las partes que funcionan relativamente independientes son simplemente formas contingentes y definidas dentro de todo este conjunto".

Pero esta concepción de Bohm supera a la analogía con el holograma, a través de la creación del concepto del "holomovimiento" en el sentido de que existimos en un Universo dinámico que a través del holomovimiento se pliega y se despliega creando así el Universo no manifiesto, y así el cerebro captaría esas frecuencias procedentes del Universo implicado, construyendo matemáticamente "una realidad". El cerebro es un holograma que interpreta un Universo holográfico.

Por su parte Danah Zohar expresa que esta concepción presenta dos graves limitaciones -de las cuales expondremos sólo una-, que la hacen fracasar: "Si el cerebro es un holograma que percibe y participa de un universo holográfico, "¿quién mira el holograma?". El propio holograma no es otra cosa que una fotografía poco habitual, que por sí misma no es capaz de ninguna percepci6n..."

La Física Cuántica

De acuerdo a la Mecánica Cuántica, el mundo físico es, al decir de H. Stapp: "...no una estructura construida a base de entes independientes y no analizables, sino más bien, una red de relaciones entre elementos cuyo significado surge de manera total de sus correlaciones con la totalidad".

Esto significa, como dice G. Zukav que: "Nosotros mismos damos realidad, hacemos que se realice el universo. Puesto que nosotros formamos parte del Universo esto nos convierte, a nosotros y al universo, en autorealizantes".

Como dijera Werner Heisenberg: "Lo que observamos no es la naturaleza en sí, sino la naturaleza expuesta a nuestro método de interrogación".

Las implicaciones de la teoría cuántica para la construcción de un nuevo paradigma que nos ayude a comprender la realidad emergen claramente de las palabras del físico danés Niels Bohr: "La gran tensión de nuestra experiencia en los últimos años ha traído a la luz la insuficiencia de nuestras simples concepciones mecánicas y, como consecuencia, ha hecho tambalearse el cimiento en el que la acostumbrada interpretación de la observación estaba basada".

Recordemos las sabias palabras de Buda: "Con nuestros pensamientos hacemos el mundo". Dice G. F. Chew: "Nuestra lucha actual con la física superior podría,... ser tan sólo un anticipo de una nueva forma de conducta intelectual humana, que no sólo está fuera de la física, sino que ni siquiera puede ser descrita como "científica".

En resumen, de acuerdo a la física cuántica el acceso al mundo sensorio se realiza a través y mediante la experiencia llevada a cabo por un "yo", es decir, que lo que experimentamos no es la realidad en sí sino nuestra interacción con ella.

La teoría cuántica nos presenta de esta manera una forma de concebir al Universo según una perspectiva de sistémica, poniendo énfasis en la interrelación e interdependencia de todos los fenómenos, así como en la naturaleza intrínsecamente dinámica de la realidad "física", lo que nos conduce a la forja de un paradigma que se base en una concepción del Universo de naturaleza holistica, no fragmentada, ecológica.

La Psicología Transpersonal

La Psicología Transpersonal es la cuarta fuerza en Psicología luego del Psicoanálisis, el Conductismo y el Movimiento del Potencial Humano. En este sentido, busca una expansión del campo de la Psicología hasta incluir el estudio de los llamados "estados trascendentales" o (a mi entender mal llamados) "estados alterados de conciencia".

Dijo Eddington: "Tenemos dos clases de conocimiento que yo llamo conocimiento simbólico y conocimiento íntimo... Las formas de razonamiento más habituales sólo han sido desarrolladas para el conocimiento simbólico. El conocimiento íntimo no se somete a la codificación y al análisis, o mejor dicho, cuando intentamos analizarlo, las intimidades se pierden y son reemplazadas por el simbolismo".

Además, como sabiamente expresara William James: " ... nuestra conciencia normal de vigilia... no es más que un tipo especial de conciencia separada de todo lo que la rodea por la más tenue de las pantallas, más allá de la cual hay formas potenciales de conciencia enteramente diferentes. Podemos ir por la vida sin sospechar su existencia; pero si se aplica el estímulo necesario, basta un toque para que estén ahí, totalmente completas...

No puede ser completa ninguna visión del universo en su totalidad que deje de considerar estas otras formas de conciencia. La cuestión es cómo hay que considerarlas. En todo caso, nos prohíben cerrar prematuramente nuestras cuentas con la realidad".

De esta manera, la Psicología Transpersonal busca superar la limitación expresada por Schumacher cuando manifiesta que: "Nada hay más difícil que tomar conciencia críticamente de los presupuestos de los propios pensamientos... Todo pensamiento puede ser escrutado en forma directa, excepción hecha del pensamiento mediante el cual escrutamos".

La Psicología Transpersonal se apoya en las tres corrientes anteriormente mencionadas, pero abre su espectro de manera de incluir las propuestas de la física cuántica, la teoría de la relatividad, la Holonimia, y toda la filosofía expuesta por los místicos occidentales y orientales de todos los tiempos.

El Holoparadigma

El "Holoparadigma" (neologismo de acusación tan reciente como lo son estas palabras), hace referencia a la génesis de un paradigma que abarque como concebía San Buenaventura, los "tres ojos del conocimiento": el" ojo de la carne" (empirismo); "el ojo de la mente" (ciencias humanas, filosofía, hermenéutica); y el "ojo de la contemplación" (filosofías trascendentales), y que no se base sólo en uno de ellos, pues conduciría a "error categorial", es decir, a que uno de los "ojos" se erigiera como regente de todo posible "conocimiento".

Un claro ejemplo de "error categorial" es el del cientificismo positivista en que el "ojo de la carne" se impone ante los restantes ojos, afirmando que todo aquello que no puede ser pasible de verificación empírica no existe. Para no caer en tal "error categorial", este "ojo" debería establecer que todo lo que no es pasible de verificación experimental no puede ser conocido empíricamente a través de los órganos sensorios o sus ampliaciones instrumentales, lo que no implica que pueda ser conocido a través y mediante alguno de los otros dos "ojos".

En este orden de cosas, el "Holoparadigma" debería establecer una interrelación dinámica y equilibrada entre estos tres "ojos", fundamentándose así en un conocimiento de la realidad que tenga como preceptos esenciales el respeto y el amor hacia el Universo todo, considerándolo como un Ser vivo, que también siente y piensa, y del cual somos parte co-constitutiva y constituyente.

Así lograremos una visión de la realidad que como expresaba Gadamer no subsuma el objeto al sujeto, ni el sujeto al objeto.

Esta concepción paradigmática contribuirá a la concepción del Universo como una "danza cósmica" de Energía, manifestándose mediante infinidad de variaciones, nombres y planos y fundamentalmente a la comprensión que el hombre ha de tener en cuanto a su participación en el "juego divino"'.

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Introducción

"Apenas somos conscientes de la extraordinaria singularidad de nuestra propia postura, de modo que nos resulta muy difícil admitir el hecho evidente de que haya existido un consenso filosófico único, de amplitud universal, que ha sido sostenido por muchos (hombres y mujeres) que han compartido las mismas experiencias y han transmitido esencialmente la mismas enseñanzas, hoy o hace seis mil años, y desde Nuevo México en el Lejano Oeste hasta Japón en el Lejano Oriente."
Alan Watts.


Siempre ha habido un modelo ortodoxo de pensamiento difundido por alguna institución encargada de inventar y pregonar el discurso de valores dominante. Hoy, para muchos, la nueva iglesia es la ciencia, y su ética, el neoliberalismo. Con la llegada de la modernidad el universo se ha transfigurado en un continuo material de átomos ilustrados y el hombre en un azaroso subproducto de los caprichos de la evolución.

La mente humana es un molesto epifenómeno que no tiene cabida en las nuevas ecuaciones de control. Cualquier rastro de significado se ha diluido en el magma gris de un mundo neutro. Estamos en la era del cyberhombre unidimensional. Dios ha muerto y su criatura agoniza huérfana de Ser. Este ha sido uno de los legados de la modernidad. Desechando los viejos mitos, hemos exiliado nuestra humanidad a un cementerio de residuos industriales.

Pero, al margen del Pensamiento Único, a pie de página del discurso dominante, por encima de modas o intereses, sobrenada lo que, para muchos, ha sido la Verdad. Una Verdad que necesariamente ha de ser Única, inmutable e idéntica a sí misma. Una Verdad que, a pesar del actual eclipse de valores, nunca ha dejado de brillar.

Y lo que es más, esa Verdad ha sido conocida y difundida durante la mayor parte de la historia. Estoy hablando de un acuerdo filosófico universal que conforma un corpus que, arropado por los diferentes lenguajes de cada tradición, palpita, siempre igual a sí mismo, en el corazón y en la palabra de todos los hombres sabios.

Este consenso es el centro de la esfera, la médula viva de cualquier enfoque perenne de la sabiduría: un núcleo común, un mismo tronco, una misma estructura profunda que se manifiesta de diferentes formas en cada momento histórico particular, pero que hermana a la mayoría de las tradiciones de pensamiento universal: budismo, hinduismo, cristianismo gnóstico y patrístico, sufismo, platonismo, filosofía griega... Todas las líneas de conocimiento (que no las de fe) están de acuerdo en lo esencial y de ellas se desprende una misma y única enseñanza: la sophía perennis.

Esta Sabiduría alcanza su máximo en torno al siglo VI a.c. –el siglo de Buda en Oriente, Lao Tse en China, Zoroastro en Persia y los presocráticos en Occidente– y recorre toda la antigüedad. El término philosophia perennis es rescatado por Leibniz de los escritos del teólogo medieval Augustine Steuch y más tarde popularizado por Aldous Huxley. La philosophia perennis es la fuente original, el alma que nutre, de una u otra manera, la gran mayoría de las escuelas filosóficas de todos los tiempos.

Muchos son los mimbres que entretejen esta estructura iniciática y holográfica en la que cada hebra implica y necesita a todas las demás como en un prisma perfecto. Sólo hay que empezar a tirar del hilo, perderse en el laberinto, atravesar el portal de la sabiduría en busca de la llama del grial.

1. No creas en nada: conoce, constata y verifica.
En todo saber, lo primero es el método. Y en el Saber de los saberes, el método sólo puede ser el más estricto de los métodos científicos. Puesto que buscamos conocimiento y no fe, necesitaremos pruebas, evidencias y datos en lugar de dogmas o creencias. La fe es contraria a la sabiduría, ya que no hay necesidad alguna de creer en aquello que ya se conoce. En palabras de Buda: "No creas en nada ni en nadie, sólo en aquello que puedas verificar y constatar por el análisis de la razón y la luz de tu consciencia". Éste es, sin duda, el más exigente de los métodos experimentales. La verdad sólo habita en la propia consciencia. Utilízate a ti mismo como laboratorio de pruebas, y que la sinceridad y la autenticidad sean el único criterio de verdad. Aprende a desarrollar la tecnología interior, endógena, a través del control de la propia mente. Y cuando domines tu mente, sabrás quién maneja los hilos del autómata. El Ser se revelará como condición única de la existencia y de tu existencia. Sabrás, en definitiva, quién eres tú.

2. Vive anclado en el presente. Aquí y ahora: esa es la única realidad.
Haz las cosas por sí mismas (el futuro y el pasado no existen), sigue el imperativo categórico y nunca busques provecho personal, ya que la consciencia, la Vida que riega todos los seres, es la misma vida que tú compartes y todo lo que le hagas al prójimo te lo estás haciendo sólo a ti mismo. El Yo Soy último, el testigo del teatro de la consciencia, el Ser que arde detrás de ti, es el mismo Ser en cada hombre. Cuando alguien dice "soy" se refiere al mismo "soy" que tú eres. Sólo cambia la perspectiva, lo esencial (lo invisible) siempre permanece. La aparente diversidad de lo real no es más que un juego de espejos, una ilusión de simetría, una figura geométrica que brilla en el fondo del caleidoscopio. La unidad es la condición de la multiplicidad. Los muchos son el uno.

3. Ámalo todo porque Tú eres Todo.
Todo está interrelacionado en un único gran proceso. Mi cuerpo o mi cerebro se componen –son– del mismo polvo de estrellas que constituye la roca, el árbol o el río y están en continua interrelación con el entorno. Nada está cerrado ni es independiente, sino que todos los sistemas se entrecruzan. Todo carece de esencia propia, pues el ser de las cosas lo impongo yo desde mi mente lógica y lingüística. No hay distancia entre el sujeto y el objeto. Si Yo me apago, todo se apaga. Cualquier frontera es artificial, no hay dentro ni fuera ni arriba ni abajo, principio ni final. En el Ser no hay fracturas ni hiatos, sólo pura esencia. Pensarte como un ego separado, como un ser cognitivo independiente no es más que una ilusión, un velo, una mentira.

4. Tu esencia es el vacío.
El espacio no está en ninguna parte (puesto que si así fuera estaría en más espacio), y el tiempo no transcurre en ningún sitio. Tú eres aquel que observa el tiempo y el espacio (el ojo que puede verlo todo menos a sí mismo) y por lo tanto ni eres tiempo ni eres espacio: eres eternidad y vacío, el receptáculo del devenir, el lugar donde los acontecimientos suceden, el vacío donde cohabitan todas las potencias. O, por decirlo con un aforismo hindú: "tú eres sólo aquello que no se puede perder en un naufragio"; es decir, lo que permanece después de haberte despojado de tus posesiones, de tu cuerpo y de tu mente. El desapego es el único camino de conocimiento: el que no quiere nada, ya lo tiene Todo.

5. Finalmente, sé quien eres.
Despertar la sabiduría interior implica el más exigente examen de sinceridad con uno mismo para conocerse y vivenciarse con integridad y coherencia. Sé igual a ti mismo, es decir, sé fiel a la naturaleza de las cosas porque tú no eres más que un hilo enhebrado al tejido inconsútil del Kosmos: las nubes vuelan en tu cabeza y el océano fluye, literalmente, por tus venas. Tu corazón es el anima mundi y tu rostro, el rostro original del universo. Reconócete como esencia y como consciencia y atrévete a ser quien eres.


Hemos visto una aproximación parcial y sesgada de las infinitas formulaciones posibles de la filosofía perenne, ya que el sentido último de la existencia está más allá de la lógica de las palabras. El lenguaje no es más que una mera parte y por lo tanto nunca puede apresar al Todo, aunque sí pueda señalarlo. La Verdad es inexpresable, amorfa e inefable (que no incognoscible) y se concreta y cristaliza para cada buscador en un perpetuo baile de disfraces.

Hay que señalar que estas enseñanzas no constituyen una filosofía a la manera occidental, es decir, un mero conocimiento especulativo, sino que configuran una auténtica gnosis teórica y práctica. La sabiduría debe experimentarse y actualizarse en cada hombre y los métodos para conseguirlo son variados: meditación, yoga, enteogenia… Pero estos no son más que apoyos, muletas y herramientas, que facilitan el camino de la transformación interior, de la muerte del pequeño ego y del nacimiento del auténtico Yo profundo.

El premio final que espera al que se embarque en el camino de la sabiduría no puede ser más suculento: se trata de la felicidad verdadera y de la libertad incondicionada. Una serenidad que no depende de las fluctuaciones exteriores sino que es la condición misma de toda condición, el sustrato eterno sobre el que se despliega la exhuberancia del Espíritu. Más allá del reino de los fenómenos descansa la luz de la felicidad. La vida se sustenta sobre la tramoya invisible de la eternidad en cuyo reino la sabiduría y la felicidad, el deber y el querer, se confunden en un único y comprehensivo abrazo, un juego cósmico, una danza universal a la que todos estamos invitados. Gnosce Te Ipsum.

Fuentes:

Rafa Millán

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Filosofía perenne y Realidad divina

Cuando decimos que el secreto de la felicidad es desear lo que se tiene, damos a entender que la vida corriente es rica y profunda y que es suficiente por sí misma. Anteriormente hemos dicho: "Éste es el presente precioso." Podríamos llamarlo también "sagrado". Desear lo que se tiene es pensar, obrar y sentir como si la vida corriente fuera sagrada. Algunos filósofos pueden afirmar que la vida corriente no es inherentemente sagrada, pero que nosotros la hacemos sagrada al vivirla como tal. Otros pueden afirmar que su carácter sagrado siempre ha estado allí, pero que normalmente lo pasamos por alto. No sé quién tiene la razón. Opino que no importa.

La idea de que la vida corriente es sagrada tiene una historia larga y respetable. La mejor exposición de esta idea y de su historia fue la que hizo Aldous Huxley en su libro "La Filosofía Perenne", cuya primera edición inglesa apareció en 1945. Todavía se publican nuevas ediciones de este libro, que es muy respetado por teólogos y filósofos. Huxley tomó el término "Filosofía Perenne" de Gottfried Leibniz, filósofo y matemático del siglo XVII que observó que, al parecer, en todas las religiones (fuera cual fuese la época y el lugar donde surgieran) se repetían ciertas ideas fundamentales. Huxley describe exhaustivamente los elementos de la Filosofía Perenne y cita a maestros de todas las religiones para poner de manifiesto las semejanzas subyacentes entre sus ideas.

Según Huxley, la Filosofía Perenne tiene tres elementos esenciales. En primer lugar, las cosas corrientes, las vidas corrientes y las mentes corrientes están compuestas de un material divino. En segundo lugar, en el núcleo de cada cosa viva se encuentra un trozo de la Realidad divina. En tercer lugar, la tarea más importante de la persona es descubrir la divinidad de las cosas corrientes, de las vidas corrientes y de las mentes corrientes y descubrir su identidad con la Realidad divina. Huxley indica que la exposición más clara de la Filosofía Perenne fue la que apareció hace 2.500 años en las enseñanzas de Gautama Buda, pero que desde entonces se ha expresado repetidamente en todas las tradiciones religiosas y en todas las lenguas importantes de Europa y de Asia.

La Filosofía perenne contrasta marcadamente con casi todas las ideas religiosas populares contemporáneas. Según la Filosofía Perenne, la Realidad divina no tiene por qué hacer nada. Simplemente, está allí. No necesariamente libra del peligro a un avión o hace que otros se estrellen. No necesariamente creó el universo ni lo sustenta. Según la Filosofía Perenne, la vida después de la muerte es una cuestión sin importancia. La cuestión esencial es si llegaremos alguna vez a estar plenamente vivos antes de morir.

Las personas acostumbradas a la religión popular contemporánea podrían dudar del valor de una religión basada en la Filosofía Perenne. Algunos lectores se preguntarán: "¿De qué sirve un Dios así? ¿De qué sirve un Dios que no hace nada?"

Creo que esta pregunta surge de un mal entendimiento de lo que significa "la Realidad divina", como la llama Huxley. Podría llamarse de muchos otros modos. El Buda habló de "lo Absoluto" o de "lo No Nacido". Podríamos utilizar el término "Ser Supremo". En las escrituras hebreas la deidad se designa con un nombre compuesto únicamente de letras mudas. Y, naturalmente, siempre podemos contar con el nombre tradicional "Dios". Por comodidad y por claridad, me quedaré con el término de Huxley. Seguramente sea propio de la naturaleza humana concebir a la Realidad divina como un ser que de algún modo tiene forma humana y funcionamiento humano, como si la realidad divina fuera un rey o un padre infinitamente poderoso y lleno de amor. En realidad, yo mismo caigo en ello. No es casual que en el

Cristianismo, en el judaísmo y en otras religiones se llame con tanta frecuencia a la Realidad divina "Rey de Reyes", "el Señor" y "Padre nuestro", aparte de los nombres "Madre Divina", "Madre Naturaleza" y otros nombres similares que se aplican a las diosas.

No quiero discutir con las personas que quieren seguir concibiendo de este modo a la Realidad divina, pero debo señalar algunos problemas que puede dar tal concepción. Los buenos padres y los buenos reyes nos protegen e intentan concedernos al menos algunos de nuestros deseos. Cuando nos imaginamos que la realidad divina tiene una naturaleza similar, podemos llegar fácilmente a pasarnos la vida entera esperando que la Realidad divina nos gratifique del mismo modo. Así, el natural impulso religioso humano puede llevarnos a pasar la vida entera preocupados por el deseo de Más y a sufrir en consecuencia.

Pero existen otras maneras de concebir la Realidad divina. Estas otras maneras tienden a fomentar la renuncia más que el deseo. Tienden a movernos a desear lo que tenemos.

La filosofía de desear lo que tenemos se apoya en el supuesto de que en el mundo existe belleza, significado, verdad, amor y misterio en todas las ocasiones y bajo todas las circunstancias, aunque a veces sea difícil percibir estas cosas, o incluso imaginarlas. Si yo no aceptara este supuesto, habría hecho un escrito muy diferente, que podría haber titulado Vencer o morir. La belleza, el significado, la verdad, el amor y el misterio no se limitan a añadir sus respectivas cuotas de bondad a la vida. El todo es mucho mayor que la suma de sus partes. La belleza, más el significado, más la verdad, más el amor, más el misterio, equivalen a algo imponente, sin nombre e inconcebible. A ese algo podríamos llamarlo Realidad divina. Cuando yo me imagino a la Realidad divina, veo la mano derecha de una figura humana inmensa y reluciente. Los dedos de la mano son la belleza, el significado, la verdad, el amor y el misterio. Me imagino que sus otros dedos, sus otros miembros, sus órganos internos y su rostro son fuerzas igualmente importantes, pero que yo no puedo nombrarlas ni concebirlas.

Lo que representa la gran figura reluciente es la Realidad divina tal como la reconoce la Filosofía Perenne. Este concepto de la Realidad divina nos mueve a desear lo que tenemos. Y por eso desear lo que tenemos puede ser mucho más que un método de autoayuda psicológica. Al cabo, desear lo que tenemos es una forma profunda de culto.

A algunos lectores quizás les cueste todavía apreciar el valor de una Realidad divina que no se ocupa de las cuestiones humanas como lo haría un buen rey o un buen padre. Otra manera de abordar el problema es preguntarse: ¿Qué valor tienen una lluvia de estrellas fugaces, una sinfonía, una buena carcajada, una poesía, el canto de un pájaro, un acto de amabilidad desinteresada o la sonrisa de un niño? Estas cosas son valiosas porque, de manera callada y persistente, dan significado a la vida. No todo el mundo percibe el mensaje de una lluvia de estrellas fugaces o de una sinfonía, no todo el mundo es capaz de apreciar los actos de amabilidad desinteresada o las buenas carcajadas. Las personas que son capaces de apreciar estas cosas son benditas. A las que no son capaces de apreciar estas vivencias les valdría la pena aprender a apreciarlas. Si no son capaces de aprender o no lo intentan, tienen encima una maldición cuyo alcance no comprenden.

Según la Filosofía perenne, la Realidad divina debe ser conocida directamente. No es posible explicarla ni describirla. ¿Cómo podríamos describir una carcajada en un mundo en que no se conociera la risa, o una sinfonía en un mundo donde no se hubieran inventado todavía la másica? No obstante, muchas personas intuyen la Realidad divina y albergan la esperanza secreta de conocerla algún día.

Fuentes:

LA PÁGINA DE LA VIDA


lunes, 3 de noviembre de 2008

La Psicología Transpersonal y la Filosofía Perenne, Ken Wilber

Introducción

La psicología se divide en tres grandes escuelas o corrientes.
La primera es la escuela Psicoanalítica surgida a finales del siglo XIX y fundada por el neurólogo vienés Sigmund Freud. Se basa fundamentalmente en el descubrimiento de la mente inconsciente y de la pugna que se establece entre las pulsiones infantiles y las exigencias sociales. De la resolución de esta es que se integra la personalidad. La tesis de Freud se puede sintetizar en la frase: “Infancia es destino” en la que revela el carácter profético que le da a los primeros años de vida.

La segunda escuela es el Conductismo impulsada por el psicólogo estadounidense Frederick Skinner. Esta surge como una postura crítica al psicoanálisis al cuestionar la “solidez” de la evidencia psicoanalítica. El conductismo crea un modelo científico más positivista argumentando que lo único realmente “observable” de la psique era la conducta y su origen residía en las estímulos que la originaban.

Estas dos corrientes se podrían clasificar juntas como teorías deterministas, ya que ambas están basadas en un modelo de causa y efecto, en donde se explican las reacciones humanas como “mecanismos” sin contemplar aspectos como la libertad o la espiritualidad de los seres humanos. Otro rasgo de las teorías deterministas es que al igual que las demás teorías que se generaron dentro de la modernidad, son ateas y por lo mismo no contemplan un para qué de la existencia humana o de lo que le acontecía. En el conductismo el gran objetivo de la existencia es adaptarse sin reparar en la circunstancia en la que esto sucede, y el psicoanálisis contempla en la compulsión a la repetición una especie de condena patológica que no tiene otro sentido que atraparnos en las vivencias infantiles.

La Tercera escuela de psicología es conocida como Humanismo. Esta difiere de las dos anteriores ya que no es creada por un autor que después tiene seguidores o discípulos que continúen con sus investigaciones, si no que alrededor de los años 40’s y 50’s en diferentes lugares surgen personas que llegan a consideraciones similares. Algunas de estas son la preocupación por los aspectos que las teorías deterministas habían dejado fuera como la libertad, la responsabilidad, la espiritualidad y el sentido de la vida. Autores como Jung, Rogers, Fromm, Maslow, Frankl y otros versan sobre la importancia de retomar el estudio del ser humano visto más allá de sus mecanismos. Y contemplando como objeto central de estudio el aspecto esencial de la humanidad.

De aquí es de donde se desprende lo que hoy conocemos como cuarta fuerza de psicología o Psicología Transpersonal. Dedicada fundamentalmente a estudiar el aspecto trascendente del ser humano. Algunos autores como Carl Jung inician como discípulos del psicoanálisis y se topan en sus investigaciones con aspectos que no podían explicar desde este encuadre teórico por lo que se hace necesario ir más allá de los modelos preestablecidos e incursionar en esferas que hasta ese momento pertenecían a otras disciplinas como las religiones o el esoterismo. Otros autores inician con la convicción de que las teorías hasta entonces existente dejaban fuera aspectos fundamentales del ser humano sin los cuales no era posible entender realmente a las personas, así Viktor Frankl insiste en que la vida debe tener un para qué, y ese para qué solo se puede explicar entendiendo que el se humano es colocado en la vida con una misión de la que tendrá que dar cuenta a una instancia creadora en algún momento, incluso después de su muerte.

En un principio a aquellos estudios de aspectos transpersonales se les denominó como Parapsicología, ya que el estudio de estos fenómenos rebasaban lo que la psicología comprendía, sin embargo el surgimiento de una nueva ciencia, la Física Cuántica, vino a traer nueva luz sobre estos fenómenos. La ciencia positivista consideraba que la persona estaba flanqueada por dos límites fundamentales. Uno era el tiempo que tenía dos claras fronteras, una el nacimiento y la otra la muerte. Estas dos enmarcaban lo que era observable científicamente como existencia, antes o después de estos momentos no eran objeto de estudio de ninguna ciencia positivista ya que no era perceptible algo por los métodos reconocidos. El segundo límite de la persona era su piel, desde la función de ser la capa envolvente que establece una frontera entre el interior y el exterior del ser humano, fuera de la piel ya no era la persona, sino el “exterior”, y por lo tanto ajeno al estudio de la psicología. La física cuántica demostró la relatividad del tiempo y la inexistencia de la materia y por lo tanto lo relativo que era nuestra comprensión del ser humano, pero también de la realidad en su conjunto. Con esto se colapso el paradigma de la ciencia experimental positivista y surgió uno nuevo denominado fenomenología. Occidental miro a oriente y encontró en las antiguas cosmovisiones enormes coincidencias con lo que comenzaba a descubrirse con la nueva ciencia.

La Física Cuántica vino a comprobar científicamente lo que las antiguas tradiciones ya sabían, los límites temporales y espaciales del ser humano son ilusorios y por lo tanto la existencia necesariamente también va más allá de estas dimensiones. Con estas revelaciones cobra fuerza la tesis de la psicología transpersonal que contempla al hombre como a un ser que trasciende estas dos dimensiones de la existencia material. Por lo tanto un ser trascendente, que está aquí con un fin superior a la mera existencia en este plano.

La Psicología Transpersonal, también contempla un nuevo método, la fenomenología, basando su estudio en la conciencia.

La diferencia central entre la ciencia positivista y la fenomenología radica en que en la ciencia el camino a la verdad se podría sintetizar en la frase “ver para creer” refiriéndose, evidentemente, a la comprobación indispensable del método científico. Mientras que la fenomenología podríamos representarla en el enunciado inverso: “creer para ver”. Con este tipo de aproximaciones el hombre regresa a lo que la ciencia positivista abandonó, el estudio de la conciencia como instrumento de conocer. Y partiendo de la premisa de que la modificando la conciencia se modifica también el resultado de la observación, por lo que ahora el camino del conocimiento, no es un camino de la observación de los acontecimientos exteriores, si no uno de la modificación de la conciencia con que uno observa esos acontecimientos.

Uno de los autores más representativos de la psicología transpersonal y considerado como una de las mayores autoridades en el estudio de la conciencia, hoy día, es Ken Wilber, quien a través de estratificar los diferentes niveles de conciencia y explicar los límites y alcances de cada uno, nos lleva a la comprensión del papel que cada uno juega en nuestra existencia y nos coloca frente a la posibilidad de trascenderlos para acceder a niveles más elevados de comprensión.

Filosofía Perenne

La filosofia perenne constituye la tesis central de Ken Wilber y representa el legado de la experiencia universal del conjunto de la humanidad, que en todo tiempo y lugar ha llegado a un “acuerdo” sobre ciertas profundas verdades referidas a la condición humana y sobre cómo acceder a lo trascendente.

Wilber observa que existen en la humanidad lo que el denomina “estructuras superficiales” y “estructuras profundas”. Las estructuras superficiales son aquello que es diferente en cada cultura, sociedad o grupo humano, es aquello que cambia. Y las estructuras profundas es aquello que permanece inamovible sin importar la cultura, la época, el lugar, etc. La mente humana posee estructuras superficiales que varían entre las distintas culturas, y estructuras prufundas que permaneces esencialmente idénticas, independientemente de la cultura considerada.

Una de las estructuras profundas en el ámbito de lo mental lo constituye la tendencia del espiritu humano a producir universalmente intuiciones sobre lo divino. Y esas intuiciones cosntitiuyen en eje de las grandes tradiciones espirituales de todo el mundo.

Las estructuras superficiales de las diferentes tradiciones espirituales, son muy diferentes entre si, sin embargo sus estructuras profundas, son idénticas. Y la filosofía perenne es precisamente este conjunto de coincidencias que se ocupan del encuentro humano con lo divino. Porque aquello en que los hindúes, los cristianos, los budistas, los taoístas y los sufies, se hayan en completo acuerdo, suelen referirse a algo profundamente importante, algo que nos habla de verdades universales y de significados últimos, algo que toca la esencia fundamental de la condición humana.

Para Wilber estas condiciones fundamentales que constituyen la herencia espiritual humana se pueden resumir en siete puntos fundamentales:

1.- El espíritu existe

2.- El espíritu está dentro de nosotros

3.- A pesar de ello, la mayor parte de nosotros vivimos en un mundo de ignorancia, separación y dualidad, en un estado de caída ilusorio, y no nos percatamos de ese espíritu interno.

4.- Hay una salida para ese estado de caída, de error, de ilusión; hay un camino que conduce a la liberación

5.- Si seguimos ese camino hasta el final llegaremos a un renaciomiento, a una liberación suprema.

6.- Esa experiencia marca el final de la ignorancia básica y el sufrimiento.

7.- El final del sufrimiento conduce a una acción social amorosa y compasiva hacia todos los seres sensibles.

Además de la suma de estos siete puntos los maestros de la espiritualidad humana comparten también el camino que sugieren para alcanzar esta conciencia: la experiencia directa. Sus afirmaciones no se basan en meras creencias, ideas, teorías o dogmas, sino en la experiencia directa, en la experiencia espiritual Real. Y es esto lo que diferencia a los verdaderos místicos de los religiosos dogmáticos.

La experiencia mística no es algo que se pueda traducir en palabras, sin embargo lo mismo ocurre con la mayor parte de las experiencias, ya sea un amanecer o una sinfonía de Mózart.

A lo largo de décadas, siglos y milenios, los místicos han estado comprobando y refinando las experiencias y creando un record de constancia histórica que haría palidecer incluso a la ciencia moderna.

Las prácticas espirituales y contemplativas utilizadas por los místicos como la oración contemplativa o la meditación, pueden ser muy poderosas, tanto que han logrado prevalecer en la historia de la humanidad y han encontrado eco en las diferentes culturas por diversas que puedan parecer.

Los místicos de piden que no creas absolutamente en nada y te ofrecen un conjunto de experimentos para que los verifiques en tu propia conciencia. El laboratorio del místico es su propia mente, y el experimento es la meditación. Tu mismo puedes verificar y comparar los resultados de tu experiencia con los resultados de otros que también hayan llevado a cabo el mismo experimento.

Wilber afirma que el espíritu está dentro de uno, y que ahí reside todo un universo en nuestro interior. El asombrosos mensaje de los místicos es que en el centro mismo de su ser, cada uno vive la divinidad. Dios no esta dentro ni fuera, ya que el espíritu trasciende toda dualidad, pero uno lo descubre buscando fuertemente adentro. Hasta que ese “adentro” termina convirtiéndose en más allá. Y es el yo individual o el ego lo que impide que tomemos conciencia de nuestra identidad suprema.

Ese “tu”, por el contrario es nuestra esencia más profunda, o si lo preferimos, nuestro aspecto más elevado, la esencia sutil, como lo describe el upanishad, que trasciende nuestro ego mortal, y participa directamente de lo divino. En el judaísmo se le llama en Ruach, el espíritu divino y supraindividualidad que se halla en cada uno de nosotros, y que se diferencia del nefesh, el ego individual.

En el cristianismo por su parte, es el pneuma, el espíritu el esíritu que mora en nosotros y que es de la misma naturaleza que Dios, y no la psique o lama individual que, en el mejor de los casos, solo puede adorar a Dios. Como dijo Coomarawamy, la distinción entre el espíritu inmortal y eterno de una persona y su alma individual y mortal (el ego) constituye un principio fundamental de la filosofía perenne.

Tercer punto, la razón por la que no puedo percibir mi verdadera identidad, mi unión con el espíritu, es porque mi conciencia esta obnubilada y obstruida por alguna actividad; aunque recibe muchos nombres diferentes, es simplemente la actividad de contraer y centrar la conciencia en mi yo individual, en mi ego personal. Mi conciencia no se halla abierta, relajada y centrada en Dios, sino cerrada, contraída y centrada en mi mismo. Y es precisamente la identificación con esa contracción en mi mismo y la consiguiente exclusión de todo lo demás lo que me impide encontrar o descubrir mi identidad anterior, mi verdadera identidad con el Todo. Mi naturaleza individual, “el hombre natural” ha caído y vive en el error, separado y alienado del espíritu y del resto del mundo. Estoy separado y aislado del mundo de ahí afuera, un mundo que percibo como si fuera completamente extraño, ajeno y hostil a mi propio ser. En cuanto a mi propio ser en si, desde luego que no parece ser uno con el Todo, con todo lo que existe, uno con el espíritu infinito, si no que por el contrario, permanece encerrado y aprisionado dentro de las paredes limitadoras de este cuerpo mortal.

A este fenómeno se le conoce como dualismo. Ya que me divido a mi mismo en un “sujeto” separado del mundo de los “objetos” ubicados ahí afuera y a partir de este dualismo original, sigo dividiendo el mundo en todo tipo de opuestos en conflicto: placer y dolor, bien y mal, verdad y mentira, etc. Ya que al trazar una frontera divisoria entre aquello que pretendo separar automáticamente genero una zona de conflicto. Según la filosofía perenne, la conciencia que se haya dominada por el dualismo sujeto-objeto, no puede percibir la realidad tal como es, la realidad en su totalidad, la realidad como identidad suprema. En otras palabras el error es la contracción de uno mismo, la sensación de identidad separada, el ego. El error no descansa en algo que hace el pequeño yo, sino en algo que es. Ese ser contraído, ese sujeto aislado, al no reconocer su verdadera identidad con el Todo experimenta una aguda sensación de carencia, de privación, de fragmentación, En otras palabras: la sensación de estar separado, de ser un individuo separado, de nacimiento al sufrimiento, de nacimiento a la “caída”.

El sufrimiento no es algo que ocurre al estar separado, sino que es algo inherente a esa condición. “Pecado”, “sufrimiento”, y “yo” no son sino diferentes nombres para un mismo proceso que consiste en la contracción y fragmentación de la conciencia. Por eso es imposible rescatar al ego del sufrimiento. Como dijo Gautama el Buda: para poner fin al sufrimiento debes abandonar al pequeño yo o ego; pues ambas cosas nacen y mueren al mismo tiempo. Un místico Ingles del siglo XVIII lo expresa de la siguiente forma: “He aquí la verdad resumida. Todo pecado, toda muerte, toda condenación, y todo infierno no son sino el reino del yo, del ego. Las diversas actividades del narcisismo, del amor propio y del egoísmo que separan el alma de Dios y abocan a la muerte y al infierno eterno”. O las palabras del Sufi Abi l-Khayr:”no hay infierno si no individualidad, no hay paraíso si no altruismo”. Y también encontramos este mismo tipo de declaraciones entre los místicos cristinos, como nos lo demuestra la afirmación de la teología germánica de que “lo único que arde en el infierno es el ego”.

El cuarto principio de la filosofía perenne se refiere a la forma de superar la caída, una forma de superar este estado de cosas, una forma de desatar el nudo de la ilusión y el error básico: Rendirse o morirse a esa sensación de ser una identidad separada. Esta caída se puede revertir instantáneamente comprendiendo, que en realidad, nunca ha tenido lugar, ya que solo existe Dios y, por consiguiente, el yo separado nunca ha sido mas que una ilusión.

En otras palabras el cuarto principio de la filosofía perenne afirma que existe un Camino y que, si lo seguimos hasta el final, terminará conduciéndonos desde el estado de caída hasta el estado de iluminación. Desde el Samsara hasta el Nirvana, desde el Infierno hasta el Cielo.

Existen muy diversos caminos, cada tradición ha generado desde su estructura superficial un Camino particular, pero todos comparten una sola estructura profunda. Y esta se puede dividir en dos grandes posibilidades: una es expandir el ego hasta el infinito y la segunda es reducir el ego a la nada. La primera es una vía de conocimiento, mientras que el segundo es una vía devocional. Un sabio hindú dice: “Yo soy Dios, la verdad universal”. Un devoto, por su parte dice: “Yo no soy nada ¡oh Dios! Tu lo eres Todo”. En ambos casos aparece la sensación de identidad separada”.

El quinto gran principio de la filosofía Perenne es el del Renacimiento o la Iluminación. El pequeño yo debe morir para que dentro de nosotros pueda resucitar el gran Yo. Las distintas tradiciones describen esa muerte y nuevo renacimiento con nombres muy diversos. En el cristianismo Jesús representa la muerte del yo separado y la resurrección constituye el arquetipo de la muerte del yo separado y la resurrección a un destino nuevo y eterno dentro de la corriente de la conciencia. San Agustín lo expresa de la siguiente manera: Dios se hizo hombre para que el hombres se pudiera hacer Dios.

El sexto principio es que al morir el ego y por lo tanto liberarnos de los deseos y apegos, se extingue el sufrimiento. Y no se trata de que después de la iluminación o de la práctica espiritual en general ya no experimentes dolor, angustia, miedo, o daño. Todavía sientes eso. Lo que simplemente ocurre es que esos sentimientos ya no amenazan tu existencia y, por tanto, dejan de constituir un problema para ti.

El séptimo punto nos dice que la verdadera iluminación deriva en una acción social inspirada por la misericordia y la compasión, en un intento de ayudar a todos los seres humanos a alcanzar la liberación suprema. La actividad iluminada no es más que un servicio desinteresado. Como todos somos uno en el mismo Ser, entonces, al servir a los demás estoy sirviendo a mi propio Ser.



lunes, 27 de octubre de 2008

Física moderna y misticismo oriental

La física del siglo xx ha ejercido profunda influencia sobre el pensamiento filosófico en general, porque ha revelado una limitación insospechada de las ideas clásicas y ha impuesto una revisión radical de muchos de nuestros conceptos básicos. El concepto de materia en la física subatómica, por ejemplo, es totalmente diferente de la sustancia material tradicional en la física clásica, y otro tanto puede decirse de conceptos como los de espacio, tiempo o causalidad. Tales conceptos son, sin embargo, fundamentales para nuestra perspectiva del mundo que nos rodea, y, con la radical transformación de los mismos, toda nuestra visión del mundo ha empezado a cambiar.

Todos estos cambios producidos por la física moderna parecen conducir a una visión del mundo que es muy similar a la del misticismo oriental.

Se puede encontrar un análisis detallado de los paralelos entre las principales teorías de la física moderna y las tradiciones místicas del Lejano Oriente en “The Tao of Physics” (Capra, 1975). En este artículo me interesa dedicarme a dos ideas sobre las cuales insiste todo el misticismo oriental y que constituyen temas recurrentes en la visión del mundo que tiene la física moderna: la unidad e interrelación mutua de todas las cosas y acontecimientos y la naturaleza intrínsecamente dinámica del universo.

Después de una breve presentación conjunta de la visión mecanicista del mundo, que caracteriza a la física clásica, y de la visión «orgánica» del misticismo oriental, explicaré de qué manera surge en la teoría cuántica la idea de una interconexión fundamental de la naturaleza, idea que adquiere un carácter esencialmente dinámico en la teoría de la relatividad, que implica una nueva concepción de las partículas íntimamente relacionada con la concepción oriental del mundo material.

La visión mecanicista y la visión orgánica del mundo
La visión tradicional de la física clásica es un enfoque mecanicista del mundo que tiene sus raíces en la filosofía de los atomistas griegos, quienes veían la materia como constituida por varios «elementos básicos de construcción», los átomos, que son puramente pasivos y se hallan intrínsecamente muertos. Se pensaba que a los átomos los movía alguna fuerza externa a la que con frecuencia se atribuía un origen espiritual, con lo cual se la suponía fundamentalmente diferente de la materia. Esta imagen llegó a ser parte esencial del modo de pensar de Occidente y dio origen al dualismo entre espíritu y materia, entre la mente y el cuerpo, que es característico del pensamiento occidental. Este dualismo fue formulado en su forma más tajante en la filosofía de Descartes, quien basó su visión de la naturaleza en una división fundamental entre dos ámbitos separados e independientes: el de la mente (res cogitans) y el de la materia (res extensa). La división cartesiana permitió que los hombres de ciencia trataran la materia como algo muerto y totalmente separado de ellos y vieran el mundo material como una multitud de objetos diferentes reunidos en un enorme mecanismo. Tal visión mecanicista del mundo fue la que sirvió a Newton como base para la construcción de su mecánica, y de ella hizo el fundamento de la física clásica.

A la concepción mecanicista del mundo se opone la visión de los místicos orientales, que puede ser caracterizada con la palabra «orgánica» en tanto que considera que todos los fenómenos del universo son partes integrales de una totalidad inseparable y armoniosa. Para el místico oriental, todas las cosas y los acontecimientos percibidos por los sentidos están interrelacionados, conectados, y no son otra cosa que aspectos o manifestaciones diferentes de una misma realidad última. Nuestra tendencia a dividir el mundo que percibimos en «cosas» individuales y separadas y a vivenciarnos como un yo aislado en este mundo es considerada una «ilusión» proveniente de la tendencia de nuestra mentalidad a medir y categorizar. La división de la naturaleza en objetos separados es ciertamente útil y necesaria para manejarnos en nuestro ambiente de todos los días, pero no es un rasgo fundamental de la realidad. Para el místico oriental, todos esos objetos tienen, por consiguiente, un carácter de fluidez y cambio continuos. La visión oriental del mundo es, pues, intrínsecamente dinámica, y contiene como características esenciales al espacio y al tiempo. Se ve el cosmos como una única realidad inseparable - en eterno movimiento, viva y orgánica - espiritual y material al mismo tiempo. Mientras que el movimiento y el cambio son propiedades esenciales de las cosas, las fuerzas que causan el movimiento no están fuera de los objetos, como en la visión griega clásica, sino que son una propiedad intrínseca de la materia. Veamos ahora cómo aparecen en la física moderna los rasgos principales de este plan.

La teoría cuántica
Una de las características importantes de la teoría cuántica ha sido reconocer que la probabilidad es una característica fundamental de la realidad atómica que rige todos los procesos, e incluso la existencia de la materia. Las partículas subatómicas no existen con certeza en lugares definidos, sino que más bien - como ha expresado Heisenberg (1963) - muestran «tendencia a existir». Los hechos atómicos no ocurren con certeza en momentos definidos y de maneras definidas, sino que muestran «tendencia a ocurrir». Henry Stapp (1971) subraya que estas tendencias o probabilidades no son probabilidades de «cosas», sino más bien probabilidades de interconexiones. Cualquier «objeto» atómico observado constituye un sistema intermedio que vincula la preparación del experimento a la medición subsiguiente. Existe y tiene significado solamente en este contexto; no como una entidad aislada, sino como una conexión entre los procesos de preparación y de medición. Las propiedades del objeto no pueden ser definidas independientemente de esos procesos. Si la preparación o la medición se modifican, las propiedades del objeto también cambiarán.

Por otra parte, el hecho de que hablemos de un «objeto» - un átomo, un electrón o cualquier otro sistema observado - demuestra que pensamos en alguna entidad física independiente que primero se prepara y después se mide. En física atómica el problema básico que plantea la observación es que - tal como lo expresa Stapp (1971) - «para definirlo es necesario que el sistema observado esté aislado, y sin embargo, para observarlo debe interactuar». En la teoría cuántica este problema se resuelve de manera pragmática mediante la exigencia de que los dispositivos de preparación y de medición estén separados por una gran distancia, de modo que el objeto observado esté libre de su influencia mientras viaja de la zona de preparación a la zona de medición.

En principio, esta distancia debe ser infinita. En el marco de la teoría cuántica, el concepto de una entidad física separada sólo se puede definir con precisión si dicha entidad se encuentra infinitamente lejos de los dispositivos de observación. Por cierto que en la práctica esto no es posible, y tampoco necesario. Tenemos que recordar aquí que la actitud básica de la ciencia moderna es que todos sus conceptos y teorías son aproximados. En el caso que nos ocupa, esto significa que no es necesario que el concepto de una entidad física separada tenga una definición exacta, sino que se puede definir en forma aproximada. Cuando se trabaja con distancias grandes entre los dispositivos de preparación y los de medición, sus efectos perturbadores sobre el objeto observado son pequeños y por ende desdeñables, y se puede decir que se está observando una entidad física separada. Por consiguiente, un concepto tal no pasa de ser una idealización. Cuando los dispositivos de medición no están colocados a la distancia suficiente, ya no es posible desdeñar su influencia y la totalidad del sistema macroscópico forma un todo unificado, desvaneciéndose la idea de un objeto observado.

La teoría cuántica revela, pues, la existencia de una cualidad esencial de conexión recíproca en el universo. Demuestra que no podemos descomponer el mundo en unidades mínimas con existencia independiente. A medida que penetramos en la materia nos encontramos con que está hecha de partículas, pero tales partículas no son «bloques de construcción básicos» en el sentido en que lo entendían Demócrito y Newton. Son simplemente idealizaciones, útiles desde un punto de vista práctico pero desprovistas de una significación fundamental.

Con palabras de Niels Bohr (1934): “Las partículas materiales aisladas son abstracciones, ya que sus propiedades sólo son definibles y observables mediante su interacción con otros sistemas”.

La telaraña cósmica
En el nivel atómico, pues, los objetos materiales sólidos de la física clásica se disuelven en secuencias de probabilidades; y estas secuencias no representan probabilidades de cosas, sino probabilidades de interconexiones. La teoría cuántica nos obliga a ver el universo no como una colección de objetos físicos, sino más bien como una complicada telaraña de relaciones entre las diversas partes de un todo unificado.

Werner Heisenberg (1963) lo expresó diciendo: “El mundo se muestra así como un complicado tejido de sucesos en el cual alternan, se superponen o se combinan conexiones de diferentes clases, que al hacerlo así determinan la textura del todo”.

Pues bien, esta es la forma en que vivencian el mundo los místicos orientales, que con frecuencia expresan su experiencia en palabras casi idénticas a las que usan los físicos atómicos. Tómese, por ejemplo, la cita siguiente de un budista tibetano, el Lama Govinda (1973):

“[Para el budista] el mundo externo y su mundo interior son sólo dos lados de la misma tela, en la cual los hilos de todas las fuerzas y de todos los acontecimientos, de todas las formas de consciencia y de sus objetos, están entretejidos en una red inseparable de relaciones interminables y recíprocamente condicionadas”.

Estas palabras de Govinda destacan otra característica que tiene fundamental importancia tanto en la física moderna como en el misticismo oriental. La universal conexión recíproca de la naturaleza incluye siempre y de manera esencial al observador humano y a su consciencia. En la teoría cuántica los «objetos» observados sólo se pueden entender en función de la interacción entre los procesos de preparación y medición, y el término de esta cadena de procesos se encuentra siempre en la consciencia del observador humano. La característica más importante de la teoría cuántica es que el observador humano no sólo es necesario para observar las propiedades de un objeto, sino que es necesario incluso para definir tales propiedades. En física atómica jamás podemos hablar de la naturaleza sin hablar al mismo tiempo de nosotros mismos. Tal como lo formuló Heisenberg (1963): “La ciencia natural no se limita a describir y explicar la naturaleza; es parte de la acción recíproca entre la naturaleza y nosotros”.

En la física moderna, pues, el científico no puede desempeñar el papel de un observador desapegado, sino que se ve comprometido en el mundo que observa. John Wheeler (1974) considera que el compromiso del observador es la característica más importante de la teoría cuántica, razón por la cual ha sugerido que la palabra «observador» fuera reemplazada por «participante». Pero también esta es una idea bien conocida de los estudiosos de la tradición mística. El conocimiento místico jamás puede ser obtenido mediante la mera observación, sino solamente por una participación plena que compromete a la totalidad del ser. La idea del participante es, pues, básica en las tradiciones místicas de Oriente.

La teoría de la relatividad
La segunda teoría básica de la física moderna, la teoría de la relatividad, nos ha obligado a modificar drásticamente nuestros conceptos del espacio y del tiempo. Ha demostrado que el espacio no es tridimensional y que el tiempo no es una entidad aparte. Ambos están íntimamente conectados y forman un continuo tetradimensional llamado «espacio-tiempo». Por consiguiente, en la teoría de la relatividad no podemos hablar del espacio sin hablar del tiempo y viceversa. Ya llevamos largo tiempo conviviendo con la teoría de la relatividad y nos hemos familiarizado completamente con su formalismo matemático, pero esto no nos ha servido de mucho en lo que se refiere a la intuición. No tenemos experiencia sensorial directa del continuo tetradimensional espacio-tiempo, y si bien esta realidad «relativista» se manifiesta, se nos hace muy difícil afrontarla en el nivel de la intuición y del lenguaje ordinario.

Aparentemente, una situación similar existe en el misticismo oriental. Los místicos parecen capaces de alcanzar estados de consciencia no ordinarios, en los cuales trascienden el mundo tradicional de la vida cotidiana para vivenciar una realidad superior y multidimensional, una realidad que, como la de la física relativista, es imposible de describir con el lenguaje ordinario. Govinda (1973) se refiere a esa vivencia cuando escribe:

“Se logra una vivencia de dimensionalidad superior cuando se integran vivencias de diferentes centros y niveles de consciencia. De aquí que ciertas experiencias de la meditación sean imposibles de describir en el plano de la física tridimensional”.

Es posible que las dimensiones de estos estados de consciencia no sean las mismas de las que se ocupa la física relativista, pero es sorprendente que hayan llevado a los místicos a formular ideas del espacio y del tiempo que son muy similares a las implícitas en la teoría de la relatividad. En todo el misticismo oriental parece haber una especial intuición del carácter «espacio-temporal» de la realidad. Se insiste una y otra vez en el hecho de que el espacio y el tiempo están inseparablemente vinculados, lo que es tan característico de la física relativista. Así, el estudioso del budismo D. T. Suzuki escribe (1959): “Como hecho de la experiencia pura, no hay espacio sin tiempo ni tiempo sin espacio”.

En la física moderna los conceptos de espacio y tiempo son tan básicos para la descripción de los fenómenos naturales que su modificación entraña una modificación de todo el marco de referencia de que nos valemos para describir la naturaleza. La consecuencia más importante de esta modificación es haber comprendido que la masa no es más que una forma de energía, que todo objeto tiene energía almacenada en su masa.

Estos resultados - la unificación del espacio y el tiempo y la equivalencia de masa y energía - han tenido profunda influencia sobre nuestra imagen de la materia y nos han obligado a modificar esencialmente nuestro concepto de lo que es una partícula. En la física moderna la masa ya no se asocia a una sustancia material, y por ende no se considera que las partículas consistan en alguna «cosa» básica, sino que se las ve como haces de energía. La energía, sin embargo, se asocia con actividad, con procesos, y esto implica que la naturaleza de las partículas subatómicas es esencialmente dinámica. En una teoría relativista en que el espacio y el tiempo se funden en un continuo tetradimensional, tales partículas ya no se pueden representar como objetos tridimensionales estáticos, como bolas de billar o granos de arena, sino que hay que concebirlos como entidades tetradimensionales en el espacio-tiempo. Sus formas tienen que ser entendidas, en un sentido dinámico, como formas en el espacio y en el tiempo. Las partículas subatómicas son diseños dinámicos que tienen un aspecto espacial y un aspecto temporal. Su aspecto espacial hace que aparezcan como objetos con cierta masa, y su aspecto temporal como procesos en los que está en juego la correspondiente energía. La teoría de la relatividad otorga, pues, a los constituyentes de la materia un aspecto intrínsecamente dinámico y demuestra que no se puede separar la existencia de la materia de su actividad. No son más que partes diferentes de la realidad tetradimensional espacio-tiempo.

Los místicos orientales parecen haberse percatado de la conexión íntima del espacio y el tiempo, y consiguientemente su visión del mundo, como la de los físicos modernos, es intrínsecamente dinámica. En sus estados de consciencia no ordinarios perciben la unidad del espacio y del tiempo en un nivel macroscópico, es decir que ven los objetos macroscópicos de manera muy similar a la concepción que tiene el físico de las partículas subatómicas. Suzuki (1968), por ejemplo, escribe en uno de sus libros sobre el budismo: “Los budistas han concebido un objeto como un acontecimiento, y no como una cosa o sustancia”.

Las dos teorías básicas de la física moderna muestran, pues, todos los rasgos principales de la visión oriental del mundo. La teoría cuántica ha abolido la noción de objetos fundamentalmente separados, ha introducido el concepto del participante para sustituir el del observador y ha llegado a ver el universo como una telaraña de relaciones interconectadas cuyas partes sólo se definen en función de sus conexiones con el todo. La teoría de la relatividad, por así decirlo, dio vida a la telaraña cósmica al revelar su carácter intrínsecamente dinámico y al demostrar que su actividad es la esencia misma de su ser.

Las actuales investigaciones físicas se dedican a unificar la teoría cuántica y la de la relatividad en una teoría completa del mundo subatómico. Todavía no hemos logrado formular una teoría tan completa, pero disponemos de varias teorías parciales que describen muy bien ciertos aspectos de los fenómenos subatómicos. Todas estas teorías expresan de modos diferentes la interrelación fundamental y el carácter intrínsecamente dinámico del universo, y todas ellas comprenden concepciones filosóficas sorprendentemente similares a las que maneja el misticismo oriental.

La cuerda
La base de la filosofía de la cuerda es la idea de que no se puede reducir la naturaleza a entidades fundamentales, como bloques o ladrillos fundamentales de materia, sino que hay que entenderla únicamente en función de su coherencia interna. Toda la física ha de derivarse exclusivamente de la exigencia de que sus componentes sean coherentes entre sí y consigo mismos.

Esta idea constituye un apartamiento radical del espíritu tradicional de la investigación física básica, que siempre se había propuesto encontrar los constituyentes fundamentales de la naturaleza. En la nueva visión no sólo se abandona la idea de que la materia esté constituida por unidades fundamentales, sino que no se acepta entidad fundamental alguna: ni leyes ni ecuaciones ni principios. Se considera al universo como una telaraña dinámica de acontecimientos relacionados entre sí. Ninguna de las propiedades de una parte de la telaraña es fundamental; todas ellas se siguen de las propiedades de las otras partes y la coherencia global de sus relaciones recíprocas determina la estructura de la totalidad de la telaraña.

Es evidente la afinidad de esta idea con el espíritu del pensamiento oriental. Un universo indivisible, en el que las cosas y los acontecimientos están interrelacionados, poco sentido tendría sin una coherencia interna. En cierto modo, la exigencia de coherencia interna, que forma la base de la hipótesis de la cuerda, y la unidad e interrelación de todos los fenómenos, sobre las cuales se insiste tanto en el misticismo oriental, no son más que aspectos diferentes de la misma idea, lo cual se ve con especial claridad en la filosofía china. Joseph Needham, en su minucioso estudio de la ciencia y la civilización chinas, analiza extensamente el hecho de que el concepto occidental de leyes fundamentales de la naturaleza no tenga equivalente en el pensamiento chino (Needham, 1956). Según dice Needham, los chinos no tenían siquiera una palabra que correspondiese a la idea, clásica en Occidente, de una «ley de la naturaleza». El término que más se le aproxima es li, que Needham traduce como «diseño dinámico», diciendo que en el pensamiento chino: “La organización cósmica es de hecho un Gran Diseño en el cual están incluidos todos los diseños menores, y las «leyes» que intervienen en él son intrínsecas a estos diseños. (Needham, 1956)

Esta es exactamente la idea de la filosofía de la cuerda: que en el universo todo está conectado a todo lo demás y que ninguna parte de él es fundamental. Las propiedades de cualquier parte están determinadas no por ninguna ley fundamental, sino por las propiedades de todas las demás partes.

Conclusión
A modo de conclusión quiero hacer algunas observaciones referentes a la cuestión de qué es lo que podemos aprender de estos paralelismos. La ciencia moderna, con todo su refinado mecanismo, ¿está simplemente redescubriendo una antigua sabiduría que los sabios orientales conocen desde hace miles de años? Por consiguiente, ¿deben los físicos abandonar el método científico y ponerse a meditar? ¿O puede haber una influencia recíproca, e incluso una síntesis, entre la ciencia y el misticismo?

Creo que todas estas preguntas tienen que ser contestadas negativamente. En la ciencia y en el misticismo veo dos manifestaciones complementarias de la mente humana, de sus facultades racionales e intuitivas. El físico moderno vivencia el mundo mediante una especialización extrema de la dimensión racional; el místico, mediante una especialización extrema de la dimensión intuitiva. Son dos aproximaciones enteramente diferentes en las que está en juego mucho más que una visión determinada del mundo físico. Sin embargo, ambas son «complementarias», como nos hemos acostumbrado a decir en física. Ninguna de las dos está comprendida en la otra ni puede ser reducida a ella, sino que las dos son necesarias y se refuerzan recíprocamente para ofrecer una comprensión más cabal del mundo. Si parafraseamos un antiguo aforismo chino, diremos que los místicos entienden las raíces del tao, pero no sus ramas; los hombres de ciencia entienden las ramas, pero no las raíces. La ciencia no necesita del misticismo y el misticismo no necesita de la ciencia; pero el hombre necesita de ambos. La experiencia mística es necesaria para entender la naturaleza más profunda de las cosas, y la ciencia es esencial para la vida moderna. Lo que necesitamos, por consiguiente, no es una síntesis, sino una interrelación dinámica entre la intuición mística y el análisis científico.

FUENTES:

Del Blog:Mandala7
Fritjof Capra
R. Walsh y F. Vaughan.- Más Allá del Ego.



viernes, 27 de junio de 2008

Sócrates: Conócete a Ti Mismo.

En alguna parte del templo de Delfos, dedicado al dios Apolo, se hallaba la inscripción "conócete a ti mismo", "γνῶθι σεαυτόν"(Gnothi seautón). Esta advertencia tenía por objeto incitar al hombre a reconocer los límites de su propia naturaleza y a no aspirar a lo que es propio de los dioses. El exceso, la desmesura, la "hybris" es castigada por los dioses como la más grave falta que el hombre pueda cometer. Apolo es el dios de los sueños y las profecías (el oráculo de Delfos era el más visitado de toda Grecia), el dios de la claridad y la belleza, y, sobre todo, el dios de la estabilidad, de la medida, de la forma, de lo limitado. Nada tiene de extraño que en el templo a él dedicado, se halle esta inscripción que nos invita a evitar los excesos reconociendo nuestros propios límites.
Sócrates, que puede ser considerado como el fundador de la ética, de la ciencia de la moral, se sirvió en sus enseñanzas de la inscripción délfica. El sentido que para él tiene este lema está en relación no sólo con el reconocimiento de nuestros límites, de nuestra ignorancia, sino también con su afirmación de que la virtud reside en el conocimiento. Vayamos por partes.

Sócrates nació en Atenas en el 470 o el 469 a.C., hijo de Sofronisco, de oficio cantero o escultor, y Fenáreta, comadrona. Que su madre tuviera por nombre Fenáreta y se dedicara a asistir en los partos es difícil de creer, pues Fenáreta significa "la que da a luz a la virtud", y sin embargo parece que era verdad. La atracción que Sócrates ejerció entre sus contemporáneos no se apoyaba, sin duda, en un físico agraciado. Muchas veces fue comparado con un sileno o un sátiro, por sus ojos saltones, nariz chata y respingona, labios gruesos y carnosos y una tripa considerable. Los antiguos narran una anécdota según la cual un adivino sirio, Zopiro, sin tener conocimiento de quién era Sócrates, le dijo que su rostro le denunciaba como estúpido y libidinoso; ante tal disparate los espectadores se rieron, pero Sócrates confesó que era verdad y que sólo la educación le había permitido superar estas malas inclinaciones. En este mismo sentido Platón lo comparaba con los silenos, por fuera grotescos y por dentro llenos de dioses.
La juventud de Sócrates coincide con el esplendor de la Atenas de Pericles, que finaliza con la guerra del Peloponeso (431 a.C.), originada por la rivalidad entre Corcira y Corinto, apoyadas, respectivamente, por Atenas y Esparta. La guerra se interrumpió y se reanudó por dos veces hasta acabar con el desastre de la escuadra ateniense en Egos Pótamos (404 a.C.), derrotada por Lisandro. Sócrates intervino en esta guerra y mereció grandes elogios por su valor y sangre fría.
La guerra le hizo perder toda su fortuna, que no era mucha pero le permitía vivir modestamente sin preocupaciones. De la necesidad hizo virtud: frente al lujo que permitía la prosperidad comercial de Atenas, él oponía el ejemplo de una vida austera. Viendo la abundancia de objetos que se exhibían en los comercios, exclamó: "¡Cuánto es lo que no necesito!". Vivía y vestía muy pobremente, no dando ninguna importancia a las apariencias (claro, que los que no le querían bien le llamaban "el que no se lava").
Casado con Xantipa, su vida conyugal no era un modelo de armonía. Nietzsche lo pone como ejemplo de la contradicción que se da entre los términos "filósofo" y "casado". Son numerosas las anécdotas que muestran a Xantipa haciendo la vida imposible a su marido, y éste, con pleno dominio de sí mismo, aguantándolo todo. Alcibíades le dijo que cómo soportaba a Xantipa siempre injuriándole; Sócrates le contestó: "Pues lo mismo que uno se acostumbra al ruido continuo de una polea de pozo, como tú aguantas el graznido de tus gansos"; "Pero -le interrumpió Alcibíades- me dan huevos y crían"; "También me da a mí Xantipa hijos -terminó el filósofo-".

El dominio de sí mismo, la doma de las pasiones, es uno de los grandes temas socráticos. "¿En qué se diferencia de una bestia el hombre sin dominio de sí e incontinente?", se pregunta Sócrates. Se trata de una idea que aparece por primera vez con él, pues en el mundo homérico los héroes dejan brotar sus pasiones e instintos violentos sin este control. Por el contrario, Sócrates incluso cuando bebía -no por afición sino por costumbre social- mantenía pleno autodominio. Se decía que bebiendo era capaz de tumbar a cualquiera, pero nadie le vio nunca borracho. Todos sus apetitos y pasiones los tenía bajo estricto control.

Aunque siempre vivió en Atenas, nunca aspiró a ningún cargo oficial en la ciudad. Rehusó tomar parte activa en la política. Sin embargo, los problemas a los que dedicó toda su atención fueron los que conciernen al hombre y a la ciudad: la cuestión de la virtud y de la justicia. Su respeto por la ley y su actitud crítica frente a lo que él consideraba injusto, le ocasionaron numerosas enemistades. Cuando se estableció la oligarquía de los Treinta tiranos, éstos, que ambicionaban las propiedades de algunos ricos ciudadanos, ordenaron a Sócrates y a otros cuatro más arrestar al rico León de Salamina, para ejecutarlo. Los otros obedecieron y León fue arrestado y muerto, pero Sócrates se negó a ser participe de semejante violencia y, simplemente, se fue a su casa. Nada le pasó gracias a la contrarrevolución que restauró la democracia en Atenas.
Sabido es, además, que gustaba del diálogo y la conversación, pero no sólo por pasar el rato, sino con intención de buscar la verdad, el bien y la justicia. Como un "tábano" picaba a sus conciudadanos para que abrieran los ojos ante la ignorancia, que es fuente de todos los males e injusticias.

La cuestión es que su actitud no gustaba a todos. Ya en democracia, en el año 400-399 a.C., el comerciante Ánito, el poeta Meletos y el orador Lycón presentaron ante el tribunal de los Quinientos una acusación contra Sócrates en la que le culpaban de impiedad. El texto de la acusación dice: "Esta acusación está presentada bajo juramento por Meleto, hijo de Meleto, del demo de Pito, contra Sócrates hijo de Sofronisco de Alópece. Sócrates es reo del delito de no reconocer a los dioses que el Estado reconoce y de introducir otras nuevas divinidades. Es también reo del delito de corromper a la juventud. El castigo que se pide es la muerte". También la postura política de Sócrates, crítica con respecto al régimen democrático, contribuyó a esta acusación, pero como la restaurada democracia había declarado una amnistía, no pudieron presentar cargos políticos contra él. En la segunda votación, Sócrates fue condenado a beber la cicuta por 368 votos frente a 141. Pudo haberse librado de la muerte con ayuda de sus amigos que le facilitaban la fuga, o aceptando una multa o el destierro, pero prefirió quedarse en Atenas y atenerse a la ley. Según la ley ateniense el mismo acusado podía proponer una pena menor y los jueces votaban de nuevo. Pero Sócrates no estaba dispuesto a considerarse culpable, y su contrapropuesta fue que ya que había contribuido al bien de la ciudad, se le deberían garantizar comida gratis en el Pritaneo, privilegio concedido sólo a los vencedores olímpicos y otros que habían honrado al Estado. Según Platón su contrapropuesta fue una multa de una mina. En cualquier caso, su actitud desdeñosa y altiva ante el tribunal contribuyó a aumentar el número de votos en su contra en esa segunda vuelta.

Su ejecución se retrasó un mes al coincidir con un momento en que las leyes religiosas prohibían matar a nadie. Había que esperar el retorno de la nave que había ido a las fiestas de Delos. Durante este período, Sócrates fue enviado a prisión; allí tienen lugar las conversaciones que Platón narra en el Critón y en el Fedón (el proceso seguido contra él lo recoge en la Apología de Sócrates). Su entereza y serenidad ante la muerte queda reflejada en esos textos y en otras muchas anécdotas a las que eran tan aficionados los antiguos. Una de ellas cuenta que cuando bajó del tribunal, ante el llanto de la gente, les dijo: "¿Por qué lloráis? ¿No sabéis que desde que nací estaba condenado por la naturaleza a muerte?". También se cuenta que un buen amigo -o su mujer Xantipa- le dijo: "Lo que más me duele es que mueras injustamente". El maestro replicó: "Preferirías que me hubiesen condenado a muerte por haberlo merecido". En el Fedón, después de narrar los últimos instantes de su maestro, Platón nos dice: "Esta fue la muerte de nuestro amigo, hombre del que podemos decir que fue el mejor de cuantos en su tiempo conocimos y además el más prudente y el más justo".

En cuanto al contenido de sus enseñanzas nada sabemos por él mismo, pues como es sabido Sócrates no dejó ninguna obra escrita. Todo lo que sabemos es lo que nos han transmitido Jenofonte, Platón, Aristóteles y el autor de comedias Aristófanes. Mientras que éste último ridiculiza al maestro caricaturizándole, los otros nos ofrecen una imagen elogiosa de él.

Es importante para comprender su mensaje tener presente la labor que en la misma época hacían los llamados sofistas, que eran maestros profesionales de retórica. Sócrates, aunque a veces fue confundido con uno de ellos, se opone a éstos al considerar que en sus enseñanzas no se preocupaban por la cuestión de la verdad y del bien, sino sólo del arte en el manejo de la palabra con el fin de persuadir. En contra de la pretendida sabiduría de los sofistas, él proclama la necesidad de conocerse a sí mismo y reconocer nuestra ignorancia. Su sabiduría, dice, no está en saber más cosas que los otros, sino en saber que no se sabe, frente a los que creen saber lo que no saben.

Esta conciencia de la propia ignorancia (condición primera e indispensable para que surja el deseo del verdadero conocimiento) quiere comunicarla a los demás para purificar sus almas del error, fuente de toda culpa. Por eso su enseñanza es un continuo examen de sus interlocutores, a los que asedia con preguntas, fingiendo querer aprender de ellos, pero convirtiéndose él auténticamente en su maestro.

«Pues la cosa es como sigue: ninguno de los dioses ama la sabiduría ni desea ser sabio, porque ya lo es, como tampoco ama la sabiduría cualquier otro que sea sabio. Por otro lado, los ignorantes ni aman la sabiduría ni desean hacerse sabios, pues en esto precisamente es la ignorancia una cosa molesta: en que quien no es ni bello, ni bueno, ni inteligente se crea a sí mismo que lo es suficientemente. Así, pues, el que no cree estar necesitado no desea tampoco lo que no cree necesitar». (Platón, Banquete, 203e-204a)

El método del que se sirve en su enseñanza tiene dos aspectos:
1) Negativo o crítico: la ironía, mediante la cual toma el discurso del otro y lo refuta, haciéndole tomar conciencia del vacío de su pretendido saber y purificando así su intelecto.
2) Positivo o constructivo: la mayeútica, o sea el arte (que él dice haber aprendido de su madre, partera o comadrona) de llevar la mente de sus interlocutores a dar a luz las ideas que subyacen en el fondo de la razón humana sin que ella se dé cuenta. Mediante el diálogo, mediante el método dialéctico de preguntas y respuestas en el que se contraponen razones o posiciones, se inicia la búsqueda común de la verdad.

«Muchos, en efecto, me reprochan que siempre pregunto a otros y yo mismo nunca doy una respuesta acerca de nada por mi falta de sabiduría, y es, efectivamente, un justo reproche. La causa de ello es que el dios me obliga a asistir a otros pero a mí me impide engendrar. Así es que no soy sabio en modo alguno, ni he logrado ningún descubrimiento que haya sido engendrado por mi propia alma. Sin embargo, los que tienen trato conmigo, aunque parecen algunos muy ignorantes al principio, en cuanto avanza nuestra relación, todos hacen admirables progresos (...). Y es evidente que no aprenden nunca nada de mí, pues son ellos mismos y por sí mismos los que descubre y engendran bellos pensamientos. No obstante, los responsables del parto somos el dios y yo». (Platón, Teeteto, 150c-e)

Lo que a Sócrates le interesa como maestro son los problemas éticos; las cuestiones físicas no son objeto de su investigación. Trata de establecer, en los asuntos morales, la esencia universal y permanente, pensando que no es posible poseer ciencia de lo mudable, sino sólo opinión engañosa. Por eso, con la inducción trata de obtener de los ejemplos particulares el concepto universal, en el cual se hallen comprendidos todos los casos particulares. Este concepto universal se expresa por medio de la definición. Sólo elevándonos desde lo particular (objeto de la sensibilidad) al concepto universal (objeto de la razón) es posible el verdadero diálogo, la verdadera ciencia.

El valor de esta ciencia de los conceptos está, para él, en el hecho de que la virtud se identifica con el conocimiento, con la ciencia. Aquel que se ha formado el hábito de conocer y evaluar el bien y el mal, en cada circunstancia busca el primero y huye del segundo. Nadie actúa mal voluntariamente, toda culpa proviene de la ignorancia, o sea, es fruto del error. Las confusiones son a la vez intelectuales y morales. Este intelectualismo moral es consecuencia de no ver en el alma (psyché) otra cosa que razón, desarrollada o no. La voluntad, entendida como facultad pasiva, requiere de la iluminación de la razón para actuar. Es decir, la voluntad no se decide sino por aquello que la razón, inspirada por el conocimiento, le señala. Por ello la educación debe tender a iluminar las mentes, purificándolas de los errores, porque cuando los hombres se hacen conscientes, se convierten también en virtuosos.

«Si entonces, dije yo, lo agradable es bueno, nadie que sepa y que crea que hay otras cosas mejores que las que hace, y posibles, va a realizar luego esas, si puede hacer las mejores. Y el dejarse someter a tal cosa no es más que ignorancia, y el superarlo, nada más que sabiduría. (...) ¿Qué entonces? ¿Ignorancia llamáis a esto: a tener una falsa opinión y estar engañados sobre asuntos de gran importancia? (...) Por tanto, dije yo, hacia los males nadie se dirige por su voluntad, ni hacia lo que cree que son males, ni cabe en la naturaleza humana, según parece, disponerse a ir hacia lo que cree ser males, en lugar de ir hacia los bienes». (Platón, Protágoras, 358b-d)

Además, para Sócrates, los virtuosos son también felices. El hacer el bien es también vivir bien; las leyes morales portan intrínsecamente una sanción natural, de modo que el bueno y justo es feliz y el malvado o injusto es infeliz. El bueno y justo no tiene en cuenta sólo el beneficio y la felicidad propia, sino que le mueve tanto el propio perfeccionamiento como el ajeno, y es esta conducta la que lo aproxima a lo divino. En cambio la injusticia representa el mal y la infelicidad mayores, porque no sólo convierte en peor al que la recibe, sino, más aún, porque corrompe el alma del que la comete. De aquí que sea peor cometer que recibir injusticia. Cometer injusticia, violar las leyes, es faltar a una especie de pacto que todo ciudadano ha contraído con las leyes de la ciudad; por ello Sócrates se empeña en mantener el respeto y la observancia de las leyes. A este principio se atiene cuando rechaza la posibilidad de escapar a la condena a muerte.

Es en el marco de esta concepción ética donde debemos situar, para comprenderlo, el precepto "conócete a ti mismo". Es posible que este precepto de la religión apolínea le impresionara a Sócrates en un viaje a Delfos, lo cual no es inverosímil si tenemos en cuenta que lo apolíneo le interesó siempre. Baste recordar que fue este oráculo de Delfos el que, interrogado por Querefonte, señaló a Sócrates como el hombre más sabio. Y de aquí nace la conciencia religiosa que él tenía de su misión. Muchas son, además, las referencias de Sócrates a su enigmático "daimon", especie de demonio o voz interior que le ponía en contacto con la divinidad, y que sería una forma de interiorización de la tradicional inspiración divina que se manifestaba en oráculos y otras formas de culto.

Pero volviendo a la interpretación del precepto, ya hemos señalado que para Sócrates la virtud reside en el conocimiento. Así, por ejemplo, para ser un buen zapatero es necesario, en primer lugar, conocer lo que es un zapato y su función. Por el mismo razonamiento, si nos preguntamos en qué consiste ser un hombre bueno, virtuoso, lo primero necesario es conocer en qué consiste eso de ser hombre. Nuestro primer deber, por lo tanto, es obedecer la orden délfica "conócete a ti mismo", porque, como dice el maestro, "una vez que nos conozcamos, podremos aprender a cuidar de nosotros, pero si no, nunca lo haremos".

Este cuidado de nosotros mismos no se refiere al cuerpo, sino al "alma" (psyché), pues es ésta la que utiliza y controla a aquél, es ella nuestro verdadero yo. Y ya que el alma (entendida sobre todo como "razón") debe ser quien nos dirija y regule, el conocerse a uno mismo implica también tener autocontrol, pues no podemos cuidar de nuestro verdadero yo si estamos sometidos a los deseos y pasiones que proceden de nuestra naturaleza corporal.

Dicho de otra manera, si conocer algo es conocer para qué sirve, el conocimiento de uno mismo parte de un descubrimiento básico: que nuestro yo real es el alma y que su función es gobernar, regir o controlar. Y esta función sólo puede ser bien ejercida si este gobierno esta asentado en la verdad. De aquí también que Sócrates no hable de una pluralidad de virtudes, sino de la unidad de la virtud: la sabiduría. El camino para encontrar esta sabiduría queda asimismo recogido en el precepto délfico: la búsqueda de la verdad es una búsqueda interior (eso sí, en diálogo con los otros), precedida e impulsada por el reconocimiento de la ignorancia.

La grandeza filosófica de Sócrates reside, entre otras cosas, en su descubrimiento de este yo real del hombre que debe gobernar en nosotros y de una moral de aspiración espiritual que ocupe el lugar de la moral entonces imperante, basada en la coacción social. Platón así lo reconoció al poner en boca de su maestro, en la Apología de Sócrates, las siguientes palabras:

«En efecto, voy por todas partes sin hacer otra cosa que intentar persuadiros, a jóvenes y a viejos, a no ocuparos ni de los cuerpos ni de los bienes antes que del alma ni con tanto afán, a fin de que ésta sea lo mejor posible, diciéndoos: "No sale de las riquezas la virtud para los hombres, sino de la virtud, las riquezas y todos los otros bienes, tanto los privados como los públicos". Si corrompo a los jóvenes al decir tales palabras, éstas serían dañinas. Pero si alguien afirma que yo digo otras cosas, no dice verdad. A esto yo añadiría: "Atenienses, haced caso o no a Ánito, dejadme o no en libertad, en la idea de que no voy a hacer otra cosa aunque hubiera de morir mil muertes"».



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Según Platón, el conocimiento es un subconjunto de lo que forma parte a la vez de la verdad y de la creencia.
Integral Philosopher Michel Bauwens "Vision"