miércoles, 29 de abril de 2009

Los huesos del alma

Poseer la semilla significa tener la clave de la vida. Estar con los ciclos de la semilla significa bailar con la vida, bailar con la muerte y volver a bailar con la vida. Es la encarnación de la Madre de la Vida y la Muerte en su forma más antigua y original. Y, dado que siempre gira en estos constantes ciclos, yo la llamo la Madre de la Vida/Muerte/Vida.

Si se pierde algo, tenemos que recurrir a la vieja que siempre vive en la lejana pelvis, con quien hay que hablar y a quien hay que escuchar. Su consejo psíquico es a veces duro o difícil de poner en práctica, pero siempre transforma y restaura.
Medio dentro y medio fuera del fuego creador, es la pelvis el mejor lugar en el que pueden vivir las mujeres, justo al lado de los óvulos fértiles, de sus semillas femeninas.
La figura de la vieja es la quintaesencia de la mujer de dos millones de años de edad, es la mujer fuera del tiempo. Es la Mujer Salvaje original que, aun viviendo bajo tierra, vive arriba. Vive en nosotras y a través de nosotras y nosotras estamos rodeadas por ella.
Ella es la sepulturera de las cosas muertas y moribundas de las mujeres. Es el camino entre los vivos y los muertos. Canta los himnos de la creación sobre los huesos. Es La voz mitológica que conoce el pasado y nuestra antigua historia y nos la conserva en los cuentos. A veces la soñamos como una hermosa voz incorpórea.
Como la doncella-hechicera, nos muestra lo que significa no estar marchita sino arrugada. Los niños nacen instintivamente arrugados. Saben en lo más hondo de sus huesos lo que está bien y lo que hay que hacer al respecto. Se trata de algo innato. Si una mujer logra conservar el regalo de ser vieja cuando es joven y de ser joven cuando es vieja, siempre sabrá lo que tiene que esperar. Pero, si lo ha perdido, lo puede recuperar mediante un decidido esfuerzo psíquico.

En la simbología arquetípica, los huesos representan la fuerza indestructible. No se prestan a la destrucción. Por su estructura, cuesta quemarlos y resulta casi imposible pulverizarlos. En el mito y en el cuento representan el espíritu del alma indestructible. Sabemos que el espíritu del alma se puede lastimar e incluso mutilar, pero es casi imposible matarlo.
El alma se puede abollar y doblar. Se la puede herir y dañar. Se pueden dejar en ella las señales de una enfermedad y las señales de las quemaduras del temor. Pero no muere porque está protegida por La Loba en el mundo subterráneo. Es a un tiempo la descubridora y la incubadora de los huesos.
Los huesos pesan lo bastante como para que se pueda hacer daño con ellos, son lo bastante afilados como para cortar la carne y, cuando son viejos y se los pellizca, tintinean como el cristal. Los huesos de los vivos están vivos, son capaces de crear por sí mismos y se renuevan constantemente. Un hueso vivo tiene una "piel" curiosamente suave y, al parecer, tiene cierta capacidad de regenerarse. E, incluso cuando es un hueso seco, se convierte en el hogar de minúsculas criaturas. Los huesos de lobo de esta historia representan el aspecto indestructible del Yo salvaje, la naturaleza instintiva, la criatura entregada a la libertad y lo intacto, es decir, aquello que jamás podrá aceptar los rigores y las exigencias de una cultura muerta o excesivamente civilizadora.

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Las metáforas de esta historia tipifican todo el proceso de conducción de una mujer hasta la totalidad de sus sentidos salvajes instintivos. En nuestro interior vive la vieja que recoge huesos. En nuestro interior están los huesos del alma de este Yo salvaje. Y en nuestro interior tenemos la capacidad de volver a configurarnos como las criaturas salvajes que antaño fuimos y tenemos los huesos que nos pueden cambiar y pueden cambiar nuestro mundo, y tenemos el aliento, nuestras verdades y nuestros anhelos; juntos constituyen el canto, el himno de la creación que siempre hemos ansiado entonar.
Lo cual no significa que tengamos que andar por ahí con el cabello desgreñado sobre los ojos o con unas uñas de las manos que parezcan unas garras orladas de negro. Sí, tenemos que seguir siendo humanas, pero, en el interior de la mujer humana, vive también el Yo instintivo animal. Tiene unos dientes de verdad, gruñe de verdad, posee una enorme magnanimidad, un oído extraordinario, unas garras muy afiladas y unos generosos y peludos pechos.
Este Yo tiene que gozar de libertad para moverse, hablar, enfadarse y crear. Es duradero y resistente y posee una gran intuición. Es un Yo experto en las cuestiones espirituales de la muerte y del nacimiento.
Hoy la vieja que llevamos dentro recoge los huesos. ¿Y qué es lo que rehace? Ella es el Yo del alma, la constructora del hogar del alma. Ella lo hace a mano, rehace el alma a mano. ¿Y qué hace por nosotras?
Incluso en el mejor de los mundos el alma necesita una remodelación. Tal como ocurre con las casas de adobe, siempre hay algo que se desprende, que se desconcha o se despinta.
Es la guardiana del alma. Sin ella, nos deformamos. Ella da forma a la casa del alma y con su trabajo manual la hace más casa. Es la que anda siempre haciendo arreglos. Es la hacedora del alma, la criadora del lobo, la guardiana de lo salvaje.

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Por consiguiente, lo digo con afecto y con lenguaje sencillo, tanto si eres un lobo negro como si eres un lobo gris del Norte, un lobo rojo del Sur o un blanco oso polar, ten por cierto que eres la quinta esencia de la criatura instintiva. Aunque algunos preferirían que te comportaras mejor y no te subieras alegremente a los muebles ni te echaras encima de la gente a modo de bienvenida, hazlo de todos modos.
Algunos se apartarán de ti con temor o repugnancia, pero a tu amante le encantará este nuevo aspecto de tu personalidad, siempre y cuando sea el amante adecuado para ti. A algunas personas no les gustará que olfatees las cosas para ver lo que son. Y tampoco les gustará que te tiendas de espaldas en el suelo y levantes las piernas en el aire.
Tú sigue adelante y diviértete.



Fuentes:

Clarissa Pinkola Estés
"Mujeres que Corren con los Lobos"

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