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sábado, 27 de diciembre de 2008

Un camino de corazón

En las diferentes tradiciones la espiritualidad, así como sus diferentes métodos, con frecuencia es presentada como un camino. Y quien dice camino dice jornada, recorrido, esfuerzo personal, trabajo sobre uno mismo. Lo contrario de automatismo y de magia. Igual sucede en el planteamiento de don Juan Matus y de Carlos Castaneda. Y de ello será objeto en el presente capítulo.

Como veremos, la imagen del camino está muy presente, desde el puro comienzo, en la obra de Carlos Castaneda. Decimos bien desde el puro comienzo, ya que en el primer libro, Las enseñanzas de don Juan, el subtítulo reza “A Jaqui way of Knowledge”. En castellano “way” aparece traducido por “forma”, pero “way” significa también “camino”. Y la tercera obra, llevará por título “journey”, Viaje a Ixtlán, viaje o camino, evidentemente, una metáfora de don Genaro para expresar su vida y la vida de todo aquel que quiere ser hombre de conocimiento. Comencemos por lo importante que es caminar. Sin jornada y esfuerzo, imposible llegar a ser hombre de conocimiento.

La importancia del caminar

Don Juan Matus habló mucho de varias plantas alucinógenas, de poderes y de aliados, de manera que a primera vista, al igual que sucede en las falsas espiritualidades, pareciera que don Juan creyera en la eficacia mágica de ciertos medios y así lo enseñara.

En primer lugar, eso fue al puro comienzo y, ya sabemos, tenía un objetivo pedagógico. En segundo lugar, la desmitificación de cuanto puede dar lugar a una interpretación como ésa es formulada en las mismas páginas. El poder y los medios de poder, por importantes que sean, están supeditados a la clase del saber que se tenga. En otras palabras, el saber es más importante. que el poder, como el saber cosas que valen la pena es más importante que el saber cosas que valen poco. En este sentido, considerar el poder y los aliados como herramientas supremas, es de tontos. Y por lo que refiere a los aliados, éstos no son más que la ayuda relativa que el interesado puede derivar de la experiencia de estados de realidad no ordinaria como los producidos por las drogas. Nada, pues, de saber esotérico o de poderes ocultos. Nada, pues, de propuestas fáciles.

Lo verdaderamente importante, e indispensable, son las actitudes del propio sujeto: tener intención rígida, una claridad de mente, ser inflexible consigo mismo, vencer todas las dudas, ser un guerrero, saber esperar, vivir una vida verdadera. Es trabajo duro.

Porque es cada quien que hace y debe hacer su camino. Progresivamente se lo fue enseñando don Juan a Carlos Castaneda. Así cuando éste le preguntó por el significado de la canción que su “protector” le había enseñado durante una ingestión del humito. Don Juan le hace ver que no le puede enseñar tal cosa, porque no la sabe, porque, como experiencia, es propia de cada quien. Enseñar lo que significa es como aprender canciones ajenas, cuando cada quien debe tener su propia canción. «Oyendo cantar las canciones del protector, luego se conoce quiénes son farsantes. Nada más las canciones con alma son suyas y él las enseñó. Las otras con copias de canciones de otros hombres. La gente es a veces engañosa. Canta canciones que ni siquiera sabe qué dicen.» Caminar no es imitar ni seguir los caminos de otros, es hacer el propio camino. Tanto que el arte de un maestro es llevar su discípulo hasta el borde del camino y poner trampas. «Un maestro sólo puede señalar el camino y hacer trampas.»

De hecho, llegado un momento don Juan le hablará a Castaneda de “ver” como lo que realmente es, un proceso independiente de los aliados y de las técnicas de brujería. Porque se trata de dos cosas bien diferentes. Si drogas y otras técnicas son medios que pueden ayudar en un comienzo y a determinadas personas, el “ver”, el conocimiento, no tiene nada que ver con la brujería, como no tiene nada que ver con la manipulación, es todo lo contrario. “Ver” es el resultado del trabajo más puro, total y desinteresado de cada quien sobre sí mismo. Aún mejor, “ver” es el producto de “ver”, y por eso a “ver” sólo se aprende “viendo”. Como lo que llama voluntad, intento, nagual, espíritu, «ocurre misteriosamente». Existe, sus resultados son asombrosos, pero no hay modo de hablar de ello. Lo que hay que saber es que se puede lograr, que hay que trabajar, caminar en esa dirección y saber esperar. Y el verdadero poder consiste en esa voluntad, en esa fuerza, en esa nueva condición humana.

Es en Viaje a Ixtlán donde Carlos Castaneda evoca la primera vez que logró “parar el mundo”, hecho que con razón califica de monumental en su vida, pero para decirnos lo siguiente: cómo a raíz de tal hecho tuvo que reexaminar en detalle su trabajo de los diez años anteriores y cómo se le hizo evidente que, contra lo que pensaba, las plantas psicotrópicas para nada eran algo esencial en las enseñanzas de don Juan. Lo verdaderamente importante era lo que hasta entonces había dejado de lado: las técnicas de “parar el mundo”, diríamos, las técnicas y actitudes de la verdadera contemplación, del verdadero conocimiento. Ya que para “ver” primero era necesario “parar el mundo”.

Técnicas como borrar la historia personal, perder la importancia de uno mismo, practicar el desatino controlado, tener la muerte como consejera, hacerse responsable de todos sus actos, volverse cazador, romper las rutinas de la vida, ser inaccesible, “no-hacer”, y otras tantas más, es este trabajarse a sí mismo, sin pausa y sin obsesión, libre y creadoramente, sin desmayo y con felicidad. Y lo mismo las artes de estar consciente de ser, del acecho, del intento y del ensueño. El mismo nombre lo dice, son artes, y hay que cultivarlas como tales, con disciplina, concentración y paciencia, como subraya Erich Fromm en El arte de amar, con total dedicación, pero a la vez de una manera realizada y feliz, voluntariamente soberana y libre. Por ello ante cualquier camino, antes de y para poder seguirlo, hay que preguntarse si tiene corazón.

Un camino de corazón

El camino del conocimiento, como cualquier otro camino de espiritualidad, es ya de por sí radical y exigente como para poder seguirlo a la fuerza, contra voluntad. Se podrá seguir, y muchos mal dirigidos así lo intentan, pero no dará los frutos prometidos. El camino quedará en pura ascesis, en moral, pero no llevará al conocimiento.

Don Juan Matus es de claridad meridiana a este respecto. Veamos un pasaje perteneciente a la primera obra de Carlos Castaneda, Las enseñanzas de don Juan: «La yerba del diablo es sólo un camino entre cantidades de caminos. Cualquier cosa es un camino entre cantidades de caminos. Por eso debes tener siempre presente que un camino es sólo un camino; si sientes que no deberías seguirlo, no debes seguir en él bajo ninguna condición. Para tener esa claridad debes llevar una vida disciplinada (... ) Luego hazte a ti mismo, y a ti solo, una pregunta. (…): ¿tiene corazón este camino? Si tiene, el camino es bueno; si no, de nada sirve. Ningún camino lleva a ninguna parte, pero uno tiene corazón y el otro no. Uno hace gozoso el camino; mientras lo sigas, eres uno con él. El otro te hará maldecir tu vida. Uno te hace fuerte; el otro debilita.» El camino tiene que convencer, hay que llegar a sentirlo como propio.

Pero ¿cómo sabe usted cuando el camino no tiene corazón?, le preguntó Castaneda, por él y por nosotros, a don Juan. «—Cualquiera puede saber eso. El problema es que nadie hace la pregunta, y cuando uno por fin se da cuenta de que ha tomado un camino sin corazón, el camino está ya a punto de matarlo. En esas circunstancias muy pocos hombres pueden pararse a considerar, y más pocos aún pueden dejar el camino.»

Este es el problema más grave. No sólo es cuestión de facilidad, que lo es, a un camino con corazón se le toma más el gusto, es más fácil, sino también, con más frecuencia de lo que se piensa, una cuestión de vida o muerte. Un camino sin corazón, como por ejemplo el de la religión convertida en moral, es un camino que puede llegar a matarlo a uno. Fácilmente se convierte en el único camino, el camino de la verdad, y como tal un camino que anestesia. En esta opción la pregunta por el camino se hace prácticamente imposible, no se hace, y el día que se hace, suele ser demasiado tarde: falta energía para abandonar el camino y comenzar de nuevo. Esto mismo es lo que pasa, aunque en forma proporcional, aún entre caminos de espiritualidad, según éstos, y con relación a quien hace el camino, tengan corazón o no lo tengan, sean mejores o peores, más adecuados o menos.

Uno siempre debe escoger el camino, el camino de corazón. «Siempre hay que escoger el camino con corazón para estar lo mejor posible, quizá para poder reír todo el tiempo.» Y para escogerlo tiene que estar libre de ambición y de miedo. Para una vez escogido, recorrerlo con corazón: un camino de corazón y con corazón.

No es el camino en sí lo que es importante. Cualquier camino no será nada más que un camino entre cantidad de caminos. Al final de cuentas un camino es un método, una disciplina, un comportamiento, hasta el punto que cualquier cosa puede ser un camino. Y en tal sentido, todos los caminos son iguales, en sí mismos considerados no llevan a ninguna parte. Son lo que son, y nada más: puros medios. El secreto está en que el camino sea sabio y adecuado para uno, tenga corazón, y en la forma de seguirlo, con sobriedad y serenidad, sin tensión, morbidez ni obsesiones. Aún el mejor camino, vivido con ansiedad y preocupación, resulta una trampa. El camino del conocimiento es el camino por excelencia de la sobriedad. Y la sobriedad no es otra cosa que la realidad tal cual es. Cualquier cosa que se le añada termina sobrando porque la impide.

Viaje a Ixtlán

“Viaje al Ixtlán” es la metáfora, por lo demás muy sugerente, del camino del que estamos hablando. Tan importante como metáfora, que da título a toda la tercera obra de Carlos Castaneda, pese a que en realidad sea sólo en el último capítulo, el XX, en el que la metáfora es utilizada y su sentido, explicado.

Quien hace uso de ella es don Genaro Flores, el indio mazateco, amigo y compañero de don Juan, en una narración de todo punto vista emblemática, dirigida a Castaneda. Aparentemente se trataba de la historia del primer encuentro con su aliado.

Después de una lucha con su aliado en la que don Genaro resultó victorioso, y no sabiendo dónde se encontraba exactamente, éste decide volver a su casa: «—Voy a mi casa, en Ixtlán», dijo a unos indios que se encontró. En el camino se va a encontrar con varios tipos de gentes, hombres y mujeres, incluso a un niño guardando cabras, gentes “fantasmas” como él dice, en el doble sentido de que lo son y de que no hacen su “camino” aunque parecen caminar, y más bien tratan de apartarlo a él del suyo. Les falta lo que él si tiene: conocimiento y determinación. «Supe que Ixtlán quedaba en la dirección que yo llevaba». «Supe entonces que iba bien para Ixtlán y que esos fantasmas trataban de apartarme de mi camino». Perdido, en las montañas peladas y en sus caminos, la tristeza quiso asaltarlo, pero no cede. Recuerda que tiene un aliado y que nada podrán hacerle los fantasmas: «… mi decisión era inflexible». «No me detuve ni las miré». De hecho, después de su encuentro con su aliado, ya nada era real, ya nada era como antes: quienes le rodeaban eran gente, pero no reales. Ante su voluntad, más fuerte que los fantasmas, éstos dejaron de molestar. ¿Qué ocurrió después de eso?, le pregunta Carlos. «—Seguí caminando», fue la respuesta sin énfasis. Y aquí la narración parecía iba a terminar.

En este impase retórico, Castaneda va a hacer la pregunta detonante de la metáfora: «¿Cuál fue el resultado final de aquella experiencia. Digo, ¿cuándo y cómo llegó usted por fin al Ixtlán?. / Ambos echaron a reír al mismo tiempo. / —Con que ése es para ti el resultado final —comentó don Juan—. Digamos entonces que no hubo ningún resultado final. ¡Genaro va todavía camino a Ixtlán!». Y don Genaro remarcó «—Nunca llegaré a Ixtlán. (…) —Pero en mis sentimientos…en mis sentimientos pienso a veces que estoy a un solo paso de llegar. Pero nunca llegaré. En mi viaje, ni siquiera encuentro los sitios que conocía. Nada es ya lo mismo. (…) —En mi viaje a Ixtlán sólo encuentro viajeros fantasmas.»

En este momento Carlos percibe que el viaje a Ixtlán de don Genaro era una metáfora; metáfora sin embargo de un camino bien real, el camino del conocimiento. Los que no eran reales eran los viajeros, porque su vida no era un caminar a Ixtlán. Por ello, señalando a don Juan, dijo don Genaro: « —Este es el único que es real. El mundo es real sólo cuando estoy con éste.»

Un camino que no tiene fin, en este sentido nunca llevará a un resultado final, don Genaro va todavía camino a Ixtlán, pero que tampoco es compatible con la marcha atrás: «te encontrarás vivo en una tierra desconocida —le dice don Juan a Castaneda—. Entonces, como es natural para todos nosotros, lo primero que querrás hacer es volver a Los Angeles. Pero no hay modo de volver a Los Angeles. Lo que dejaste allí está perdido para siempre. (…) y el brujo inicia su camino a casa sabiendo que nunca llegará, sabiendo que ningún poder sobre la tierra, así sea su misma muerte, lo conducirá al sitio, las cosas, la gente que amaba. Eso es lo que Genaro te dijo. »

Sin casa adonde regresar.

Otro tema clásico en los grandes maestros espirituales: una vez tomada la decisión, no hay posibilidad de volver atrás, a lo conocido, a lo habitual, a la vida de antes. Expresado en otros términos, una vez muertos al yo, superado éste, no hay yo adonde volver, no hay casa adonde regresar. En palabras de Jesús de Nazaret, «Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo tienen sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde descansar la cabeza.» (Lucas 9, 58). Palabras que el evangelista Lucas ubica una vez presentada la gran decisión del camino tomada por Jesús: «Como ya se acercaba el tiempo en que debía salir del mundo, emprendió resueltamente el camino a Jerusalén.»

Como en los maestros espirituales, también en las enseñanzas de don Juan Matus el camino del conocimiento no conoce marcha atrás. Muy pronto, y en términos dramáticos, se lo enseñó así a Castaneda: «Mi benefactor decía que, cuando un hombre se embarca en los caminos de la brujería, poco a poco se va dando cuenta de que la vida ordinaria ha quedado atrás para siempre; de que el conocimiento es en verdad algo que da miedo; de que los medios del mundo ordinario ya no le sirven de sostén; y de que si desea sobrevivir debe adoptar una nueva forma de vida.» Esta forma de vida no es otra que la del guerrero.

En el caso de Carlos Castaneda, tan dado a explicarlo todo, una forma de siempre querer regresar a su yo, el no regreso va a ser un tema muy enfatizado. Precisamente, en el capítulo XIX de Viaje a Ixtlán preparando el tema del capítulo XX y último ya visto, le advertirá don Juan a Castaneda: «—Eres muy listo —dijo por fin—. Regresas adonde siempre has estado. Pero esta vez se acabó el juego. No tienes a dónde regresar. Ya no voy a explicarte nada.» En adelante tendrá que conocer con todo su ser, incluido su cuerpo, y vivir en consecuencia, hacer de su vida un camino.

Decir que no hay marcha atrás es una manera de expresar la exigencia del camino del conocimiento, a la vez que la experiencia de quien lo alcanza. Mientras es sentida como una exigencia, siempre es posible la marcha atrás, no así cuando la persona de algún modo se ha visto tocada por el conocimiento. A esta condición se refiere don Juan Matus cuando le enseña a Castaneda: «Los brujos creen que, hasta el momento mismo en que desciende el espíritu, cualquier brujo puede dejar la brujería, pero ya no después. (…). —Existe un umbral que, una vez franqueado, no permite retiradas —dijo—.»

No hay ya marcha atrás, no hay ya regreso a casa, sólo camino hacia delante, en el infinito y en todas las direcciones. Aquí no hay camino, ni siquiera caminos de corazón y que haya que seguir con corazón. Aquí se llegó a la totalidad de la realidad y de uno mismo, aquí se llegó a la nueva casa.
En el taoísmo se le llamará Tao, en el hinduismo Mãrga, en el islam Tarîqa. Los términos como se conocen algunas de las principales formas del budismo, Mahayana = «Gran Vehículo», Hinayana = «Pequeño Vehículo», no son menos expresivos. En cuanto al cristianismo será frecuente hablar de camino de perfección (Santa Teresa de Jesús) y de camino interior, incluso en nuestros días, como lo hace Mariano Corbí en una de sus obras, El camino interior. Más allá de las formas religiosas, Ediciones del Bronce, Barcelona 2001.
Según muy prontamente le sentenciara don Juan Matus a Carlos Castaneda, «nada en este mundo era un regalo: todo cuanto hubiera de aprender debía aprenderse por el camino difícil.»
«En el sistema de creencias de don Juan, la adquisición de un aliado significaba exclusivamente la explotación de los estados de realidad no ordinaria que produjo en mí usando plantas alucinógenas. »
El maestro tiene que no caer en el vicio de ser maestro. «Capaz si esos maestros tienen el vicio de ser maestros —dijo don Juan sin mirarme—. Y no soy maestro. Yo soy solamente un guerrero. No sé en realidad qué es lo que uno siente como maestro.»
El desatino controlado es el equivalente de la «santa indiferencia» en los espirituales cristianos, un interés libre de sí mismo, desinteresado, que don Juan explicó a Castaneda de la siguiente manera, respondiendo a la pregunta directa de éste sobre qué es exactamente el desatino controlado: «Estoy feliz de que, al cabo de tantos años, finalmente me hayas preguntado por mi desatino controlado, y si embargo no me hubiera importado en lo más mínimo si nunca hubieras preguntado. Pero he decidido sentirme feliz, como si me importara que me preguntaras, como si importara que me importara. ¡Eso es desatino controlado!»

«Para lograr éxito en cualquier empresa se debe ir muy despacio, con mucho esfuerzo pero sin tensión ni obsesiones.»
«Todo lo que se requiere es impecabilidad, eso es energía. Todo comienza con un solo acto que tiene que ser premeditado, preciso y continuo. Si este acto se lleva a cabo por un período de tiempo largo uno adquiere un sentido de intento inflexible que puede aplicarse a cualquier cosa. Si se logra ese intento inflexible el camino queda despejado. Una cosa llevará a otra hasta que el guerrero emplea todo su potencial.»
«—En el camino del conocimiento hay peligros incalculables para quienes carecen de sobriedad y serenidad —prosiguió—.» «Nadie podría tener convicciones más fuertes que los antiguos videntes, y sin embargo eran débiles. Tener fuerza interna significaba poseer un sentido de ecuanimidad, casi de indiferencia, un sentimiento de sosiego y de holgura. Pero sobre todo, significaba tener una inclinación natural y profunda por el examen, por la comprensión. Los nuevos videntes llamaron sobriedad a todos estos rasgos de carácter.» «Lo que verdaderamente necesitamos es sobriedad, y nadie puede dárnosla, ni ayudarnos a obtenerla, salvo nosotros mismos.»
«La guerra para el brujo es la lucha total contra ese yo individual que ha privado al hombre de su poder.»
«Dijo que el nagual Julián solía decirles que habían sido expulsados de los hogares en los que habían vivido todas sus vidas. Un resultado de ahorro de energía había sido la desorganización de su cómodo y acogedor nido en el mundo de la vida cotidiana.»
«—Sólo como guerrero se puede sobrevivir en el camino del conocimiento —dijo— Porque el arte del guerrero es equilibrar el terror de ser hombre con el prodigio de ser hombre.»
Otra forma de expresar la no vuelta atrás será decir hay un abismo sin fondo en frente y «una vez que la puerta se abre no hay manera de volverla a cerrar.»

«—Dicen los brujos que el cuarto centro abstracto nos acontece cuando el espíritu corta las cadenas que nos atan a nuestro reflejo —continuó—. Cortar nuestras cadenas es algo maravilloso, pero también algo muy fastidioso porque nadie quiere ser libre.» "Centros abstractos" es una manera de referirse a las manifestaciones de lo que en sí es inefable, lo abstracto, el intento, el espíritu. Y como vemos, para que se dé esta manifestación hay que superar todo conocimiento reflejo de nuestro yo. «—Los brujos ya no son parte del mundo diario —siguió don Juan—, simplemente porque ya no son presa de su reflejo.»


viernes, 26 de diciembre de 2008

Ser hombre de conocimiento

En una entrevista que el psicólogo Sam Keen hiciera a Carlos Castaneda apenas aparecido su tercer libro, Viaje a Ixtlán, y ante la pregunta «¿Cuáles son los elementos de las enseñanzas de don Juan que son importantes para usted? », su respuesta fue: «Para mí las ideas de ser guerrero y un hombre de conocimiento, junto con la eventual esperanza de ser capaz de parar el mundo, han sido más aplicables» . Más aplicables y, muy probablemente, las más importantes. Así quisiéramos destacarlo en nuestro trabajo, teniendo en cuenta que “parar el mundo” es el paso previo necesario para ver, por lo tanto para llegar a ser hombre de conocimiento . Comenzamos por la más importante de todas, por esta última.

«Hombre de conocimiento»

Para expresarlo con una frase, así como con justeza se ha dicho del Evangelio que todo él se puede resumir en un solo concepto, el de reino de Dios, las enseñanzas de don Juan se pueden resumir en el concepto y propuesta ser hombre de conocimiento. Así lo destaca el propio Carlos Castaneda en el análisis estructural que añadió como segunda parte a Las enseñanzas de don Juan.

La estructura de éstas se compondría de cuatro conceptos o unidades, siendo la primera de todas «hombre de conocimiento». Esta era la meta de sus enseñanzas, y así se lo declaró don Juan en una etapa muy temprana: «”enseñar” cómo llegar a ser un hombre de conocimiento». Porque para don Juan conocer, aprender, saber, es también la meta de todo ser humano, su destino y su quehacer. «El hombre vive sólo para aprender. Y si aprende es porque ésa es la naturaleza de su suerte, para bien o para mal. » «Nuestra suerte como hombres es aprender», «… los seres vivientes existen solamente para acrecentar la conciencia de ser.»

El día en el que don Juan le comunicó estar decidido a enseñarle los secretos que corresponden a un hombre de conocimiento, Castaneda presintió que una fase nueva de aprendizaje, seria y exigente, iba a comenzar. No se equivocaba. Tratando de evitarla adelantó la excusa de no llenar los requisitos para una tarea así, y que sería feliz de poder estar sentado allí, escuchándolo durante días enteros, sin hacer otra cosa, que para él «eso sería aprender». Su temor tenía fundamento, solamente que la exigencia iba a ser mayor de lo que él se imaginaba. En el análisis estructural antes citado Castaneda la desagregaría en siete requerimientos:

1) llegar a ser hombre de conocimiento era asunto de aprendizaje;
2) un hombre de conocimiento poseía intención rígida;
3) un hombre de conocimiento poseía claridad de mente;
4) llegar a ser hombre de conocimiento era un asunto de labor esforzada;
5) un hombre de conocimiento era un guerrero;
6) llegar a ser hombre de conocimiento era un proceso incesante;
7) un hombre de conocimiento tenía un aliado.

Don Juan expresaría la misma exigencia de una manera más sintética: «—Un hombre de conocimiento es alguien que ha seguido de verdad las penurias de aprender —dijo—. Un hombre que, sin apuro, sin vacilación ha ido lo más lejos que se puede en desenredar los secretos del poder y del conocimiento.»

Ser hombre de conocimiento, pues, es una meta muy exigente, la más exigente que se puede plantear el ser humano, pero que vale la pena, la única que vale la pena. Porque no hay otra manera de vivir o, mejor dicho, la otra manera de vivir, sin conocimiento, es muy triste y, lo que no deja de resultar irónico, demanda el mismo trabajo. De manera que «O nos hacemos infelices o nos hacemos fuertes. La cantidad de trabajo es la misma.»

La vida del ser humano común es como la tarde de un domingo, al fin de cuentas vacía y efímera . Sin embargo en la vida de un hombre de conocimiento no hay vacío. Todo está lleno hasta el borde. En él no hay victoria, ni derrota, ni vacío «Todo está lleno hasta el borde y todo es igual y mi lucha valió la pena». Es una meta exigente, pero llena de vida y de luz.

La condición que significa ser hombre de conocimiento quizás sea muy corta en términos de duración. Porque «Uno no es nunca en realidad un hombre de conocimiento. Más bien, uno se hace hombre de conocimiento por un instante muy corto, después de vencer a los cuatro enemigos naturales.». Y, encima, el camino que conduce a tal condición, eso sí es cierto, es difícil y largo. Pero esta experiencia, que puede ser puntual, no tiene punto de comparación con ningún otro tipo de experiencia en la vida. Es lo máximo que el ser humano puede vivir. En realidad, es todo. Cuando el ser humano adquiere la conciencia de ser todo, es que, en realidad, es todo. Es la condición que corona al ser humano.

Porque el hombre de conocimiento es el que llega a la “totalidad de sí mismo” y vive desde la “totalidad de sí mismo”. Vive la realidad y vida ordinarias, y vive la realidad y vida inmanentes o trascendentes, como quiera expresarse, a aquéllas, que el común de los mortales no sospecha. Vive la vida y realidad totales, que, como totales, constituyen para él una unidad: «… sólo un hombre de conocimiento percibe el mundo con sus sentimientos y con su voluntad y también con su ver.» Después de esa totalidad no hay algo más, es lo último.

Desde esta totalidad de sí mismo, el hombre de conocimiento se percibe literalmente en un mundo maravilloso y rodeado de eternidad, la mayor sabiduría a la que uno puede dar voz, le dijo don Juan a Carlos Castaneda. «—¿Sabes que en este mismo instante estás rodeado por la eternidad? ¿Y sabes que puedes usar esa eternidad, si así lo deseas? (… …). ¿Sabes que puedes extenderte hasta el infinito en cualquiera de las direcciones que he señalado? —prosiguió—.¿Sabes que un momento puede ser la eternidad? Esto no es una adivinanza; es un hecho, pero sólo si te montas en ese momento y lo usas para llevar la totalidad de ti mismo hasta el infinito, en cualquier dirección.» «Estás tratando con esa inmensidad que está allá afuera. (…) Aquí, alrededor de nosotros, está la eternidad misma.»

De ahí el llamado vehemente de don Juan a Carlos Castaneda a buscar y ver las maravillas que lo rodean y a hacerse responsable de estar en este mundo extraño. Extraño porque es estupendo, pavoroso, misterioso, impenetrable: «…mi interés ha sido convencerte de que debes hacerte responsable por estar aquí, en este maravilloso mundo, en este maravilloso desierto, en este maravilloso tiempo. Quise convencerte de que debes aprender a hacer que cada acto cuente, pues vas a estar aquí sólo un rato corto, de hecho, muy corto para presenciar todas las maravillas que existen.» Tantas y de tal calidad, que no hemos agotado nada. «Templa tu espíritu, llega a ser un guerrero, aprende a ver, y entonces sabrás que no hay fin a los mundos nuevos para nuestra visión.» En fin, «Cuando uno ve, no hay detalles familiares en el mundo. Todo es nuevo. Nada ha sucedido antes. ¡El mundo es increíble!»

Pero además el hombre de conocimiento lo es plenamente. Ama y quiere adultamente, sin ninguna preocupación, sin ningún apego ni interés, sin ninguna obsesión ni morbidez. Tiene y vive una vida verdadera, sana, buena, fuerte. Vive de actuar, no de pensar en actuar, ni de pensar qué pensará cuando termine de actuar. Más aún, ha aprendido a reducir a nada sus necesidades. Para él sentirse pobre o necesitado, lo mismo que odiar, tener hambre o sentir dolor, es sólo un pensamiento. Porque, hombre de conocimiento, él es todo lo que ve o, mejor, lo es todo: «Un hombre que ve lo es todo». Como conocimiento, conciencia pura y luz que es, para él el mundo y él mismo ya no son objetos: «El es un ser luminoso en un mundo luminoso.»

En este nivel de todo, nada es lo que se puede expresar, si no es mediante metáforas y símbolos, porque nada es lo que se puede conocer en términos de nuestro conocimiento ordinario, y porque cualquier cosa en este nivel de conocimiento en realidad es nada.

¿Qué es la realidad que se ve, el mundo, los otros, la experiencia del conocimiento o ver? ¿Qué es uno mismo? Existen, son reales, son la realidad más real porque es todo. Y a la vez es nada. «¿Cómo puedo saber quién soy, cuando soy todo eso? —dijo, barriendo el entorno con un gesto de cabeza.» Las cosas que se miran, que ya no son familiares, que son nuevas, lo son tanto que se vuelven nada. El mismo ver será algo que ni siquiera se puede pensar. Otro tanto hay que decir del poder personal. «No me es posible decir cómo viene ni qué es en realidad. No es nada, y sin embargo hace aparecer maravillas delante de tus propios ojos.» Y sin embargo visto desde el conocimiento ordinario es inefable. De ahí la justeza de la oposición algo/nada, todo/nada, que tantas veces encontramos expresada en las enseñanzas de Juan.

Hablar de la totalidad de sí mismo, como la condición desde la que conoce y actúa el hombre y mujer de conocimiento, supone hablar de una realidad en el ser humano y en las cosas a la que no estamos acostumbrados. Nos referimos a lo que con el título de un libro Castaneda llama una «realidad aparte»

«Una realidad aparte»

Si no hubiera más realidad que la que vemos, nada de lo hasta aquí dicho sobre el hombre de conocimiento tendría sentido. ¿Qué sentido tendría ser hombre de conocimiento si no hay más realidad y mundo que los que vemos y si para conocer éstos basta con el tipo de conocimiento ordinario que ya tenemos? La posibilidad, pues, de ser hombre y mujer de conocimiento, está en la existencia de esta realidad otra, la misma que vemos, porque no hay otra, pero totalmente diferente de como la vemos.

Las enseñanzas de don Juan a Carlos Castaneda lo fueron en función de que éste llegara a conocer esta realidad. Siempre que habló en términos de hombre de conocimiento, suponía esta realidad otra y era en función de ella. El conocimiento del que don Juan le habló siempre fue el conocimiento de esta realidad. Este era el secreto de don Juan, su conocimiento. Esto es lo que quería trasmitirle o, mejor, por esto quería que Castaneda fuera hombre de conocimiento: para llegar a conocer la realidad como es, en su totalidad, y verla desde la totalidad indivisa de su ser, y no ya a partir de una función tan parcial y tan fraccionada como la razón o el pensamiento.

Al igual que en otros, en las enseñanzas de este tema don Juan mostró seguir un proceso progresivo. Primero fue la necesidad de una preparación remota, concretada en el caso de Castaneda en el uso de drogas; luego fue hablarle del ser del mundo como una descripción; y, por último, de la “realidad aparte” propiamente tal. En nuestra exposición seguiremos este mismo orden.

Como preparación remota, desde el principio don Juan conjuntó en la formación de Castaneda experiencia y teoría, práctica y discurso. Le inició en el uso de ciertas plantas alucinógenas y le habló del mundo que vemos como una percepción. Mediante las drogas Castaneda se iniciaba en la experiencia de percepciones de la realidad diferentes de las normales y más allá de ellas, y de esta manera en la experiencia de lo que el propio Carlos llamaría “estados de realidad no ordinaria”. De esta manera validaba lo que también conceptualmente le trasmitía: que existe más realidad de la que vemos, que el mundo que creemos real, lo único real, no es nada más que un reflejo de nosotros mismos; que en la condición actual conocemos únicamente lo que previamente hemos convenido en describir como existente y como real.

El aprendizaje no podía ser más pragmático. Antes de enseñarle los secretos que corresponden a un hombre de conocimiento, por doble vía, práctica y teórica, don Juan inició a Castaneda en la experiencia de estados de realidad no ordinaria , estados de los que sería cuestión en sus primeros libros.

Concretamente se trataba de experiencias de alteración, mediante las drogas, de la personalidad (sujeto) y, por con siguiente, de la realidad. En estas experiencia aprendía y descubría cosas muy importantes y aparentemente contradictorias. Por ejemplo, que la realidad es lo que uno siente ser la realidad , y, por otra parte, que la realidad percibida en un estado de conciencia no ordinaria existe como realidad fuera de uno . Que está y que no está, que es y que no es. «Las cosas no desaparecen. No se pierden, si eso es lo que quieres decir; simplemente se vuelven nada y sin embargo siguen estando ahí.» Aprende también que para ver la realidad, cualquier objeto, cualquier cosa, como en sí misma es, hay que verla como en sí misma es, sin imágenes, sentimientos o prejuicios previos, sin interés . De lo contrario, por más que haya logrado cambiar el estado de la conciencia, uno sólo conocerá lo que ya conocía o, mejor, lo que ya creía conocer. De esta manera lo iba preparando para el salto al ver o “estado de conciencia acrecentada”, a la aceptación y a la experiencia de la “realidad aparte”.

La experiencia tenida de la realidad y de él como sujeto mediante las drogas será doblada en todo momento de la enseñanza sobre el mundo como una descripción. Para don Juan, y así se lo advertirá incansablemente a Castaneda, lo que llamamos mundo o realidad es únicamente una descripción socializada que hemos hecho de él y en la que se nos introduce desde nuestra infancia . Pero una descripción tan fuerte, tan imperiosa y avasalladora que sustituye a la propia realidad. La descripción se convierte en la realidad y es la realidad. «El mundo de los objetos y la solidez es una manera de hacer nuestro paso por la tierra más conveniente. Es sólo una descripción creada para ayudarnos. Nosotros, o mejor dicho nuestra razón, olvida que la descripción es solamente una descripción y así atrapamos la totalidad de nosotros mismos en un círculo vicioso del que rara vez salimos en la vida.»

Lo que nos lleva a describir el mundo como lo hacemos es una fuerza, un poder; la fuerza y el poder que nos impulsan a la sobrevivencia. Don Juan la llama intento, anillo, “primer anillo de poder”. A la capacidad humana correspondiente la llamará atención y razón. Y la parte de nosotros mismos que desarrollamos en función de la realidad así concebida, y a nosotros mismos, tonal. Como fuerza y poder en función de nuestra sobrevivencia forman parte de nuestro ser y son buenas. Lo malo es cuando se erigen en nosotros en la única realidad que importa e incluso en la única realidad.

«Nosotros, los seres luminosos, nacemos con dos anillos de poder, pero sólo usamos uno para crear el mundo. Ese anillo, que se engendra al muy poco tiempo que nacemos, es la razón, y su compañera es el habla. Entre los dos urden y mantienen el mundo.» En efecto, este mundo o realidad en la que nos socializamos, los reproducimos después cada quien sin descanso mediante el diálogo interno continuo que mantenemos con nosotros mismo a propósito de la realidad. De ahí la necesidad de “parar el mundo” y, para parar el mundo, “frenar nuestro diálogo interno”.

Si lo que conocemos como mundo, como realidad, es una descripción en la que no hacemos más que reflejarnos nosotros mismos con nuestras necesidades y deseos, ¿qué es la “realidad aparte”?

La expresión “realidad aparte” no es quizás la mejor, ya que fácilmente puede inducir a error, a pensar en una realidad verdaderamente aparte, propia de otro mundo, de otra existencia. En este sentido, no hay tal realidad aparte. La única realidad es la que hay, la que nosotros rápidamente, impacientes, llenos de pánico a la orfandad, nos apresuramos a describir.

La realidad aparte es esta misma realidad, el mundo y el universo que nos rodean, los otros, nosotros mismos, porque no hay otra realidad, pero vista como en sí misma es, en toda su profundidad. Con una expresión que ya hemos utilizado, es la realidad vista en su totalidad y desde nuestra totalidad. No filtrada por nuestro conocimiento, intereses ni deseos. La realidad como en sí misma es. La realidad que emerge cuando toda otra “realidad” y conocimiento han callado.

Quizás aquí se encuentre el elemento más sugerente en orden a establecer la diferencia: en el conocimiento. Cualquier otro tipo de experiencia y de realidad por difícil que resulte de alguna manera es entendible, analizable y explicable a la luz de nuestro conocimiento analítico y racional. La “realidad aparte” y la experiencia de la misma, no. Aquí el conocimiento es la conciencia pura, que sólo conoce, presencia y testifica, pero que no analiza, comprende o explica. Porque en un acto puro de conocimiento no hay nada que analizar, entender o explicar .

Una realidad que sólo se puede presenciar, vivir, testificar, pero de ninguna manera entender y expresar, porque es inefable. De ahí la expresión tan reiterada de don Juan Matus: “estar ahí y al mismo tiempo ser nada” o, “no se puede explicar”, “no hay en realidad ningún modo de hablar de eso”, “¡todo lo que miras se vuelve nada!”. «A mi modo, yo también era una lagartija, realizando otro viaje extraño. Mi destino, acaso, era sólo ver; en ese momento sentía que nunca me sería posible decir lo que había visto.», reconocerá Castaneda en la experiencia, por lo demás bien simbólica, con las lagartijas a las que cosió los ojos.

Y sin embargo, una realidad sentida, percibida y vista con todo el ser, incluido con el propio cuerpo, y no sólo con el entendimiento, con la razón. «Las plantas de poder son sólo una ayuda —dijo don Juan—.Lo de verdad es cuando se da cuenta de que puede ver. Sólo entonces somos capaces de saber que el mundo que contemplamos cada día no es nada más que una descripción. Mi intención ha sido mostrarte eso.»

«Contemplación de la otredad en el mundo de todos los días», la llamó Octavio Paz. Otredad y mismidad, diríamos nosotros. Y sigue diciendo el poeta: «Los brujos no le enseñaron (a Carlos Castaneda) el secreto de la inmortalidad ni le dieron la receta de la dicha eterna: le devolvieron la vista. Le abrieron las puertas de la otra vida. Pero la otra vida está aquí. Sí, allá está aquí, la otra realidad es el mundo de todos los días.» La otra realidad en la realidad del mundo de todos los días, añadiríamos nosotros.

“Ver”

Desde el principio de mi aprendizaje, narra Castaneda, don Juan había descrito el concepto de “ver” como una capacidad especial que podía cultivarse y que permitía percibir la naturaleza “última” de las cosas.

En efecto, “ver” es la experiencia de conocer la “realidad aparte” o de la realidad toda, en su esencia y ultimidad, que son las cosas en su condición de permanencia y de gratuidad. “Ver” es la experiencia de la realidad como en sí misma es, incluida en esa realidad el ser humano mismo. “Ver” es la condición del hombre de conocimiento. “Ver” es la capacidad de ser esa misma realidad, por lo tanto de serlo todo. Por eso un hombre que ve lo es todo. De ahí la exclamación: "¡Cómo puedo saber quién soy cuando soy todo¡"

No hay condición humana más grande, más sublime, más última. Por lo mismo, imposible de explicar. Lo que es el “ver” es algo que no se puede ni siquiera pensar. No se puede entender. Es algo que sólo se puede ver.

Desde luego es algo muy diferente de la brujería y del poder. Don Juan ilustra muy bien la diferencia con el caso de su benefactor. Don Julián era un gran brujo, es decir tenía grandes poderes, era un guerrero hecho y derecho, su voluntad era en verdad su hazaña suprema, pero no veía. No era hombre de conocimiento. Por eso mismo tenía que vivir como guerrero, tenía que mantenerse luchando, esforzándose., mientras que «Un hombre que ve no necesita vivir como un guerrero ni como ninguna otra cosa, porque puede ver las cosas como son y dirigir su vida de acuerdo con eso.»

Y es que un ser humano puede tener poder como realmente lo tiene un brujo, y voluntad como la tiene un guerrero. «Pero un hombre puede ir todavía más allá; puede aprender a ver. Al aprender a ver, ya no necesita vivir como un guerrero, ni ser brujo. Al aprender a ver, un hombre llega a ser todo llegando a ser nada.»

Para don Juan los brujos o videntes antiguos de México, los que él llama toltecas, aunque hicieron grandes hallazgos en materia de conocimiento, quedaron atorados en el poder. Eran magníficos brujos pero malísimos videntes. Por eso él distinguirá siempre entre los antiguos y los nuevos videntes, y al hacerlo a lo que está apuntando es al “ver”, capacidad que caracteriza a estos últimos. Por ello, maestro de verdad, don Juan quería que Carlos aprendiera a ver y no se quedara en brujo como los antiguos.

Definitivamente, “ver” no es brujería. No tiene nada que ver con las técnicas manipuladoras de los brujos. Y es error de muy graves consecuencias confundir una cosa con otra, porque las técnicas del “ver” ni buscan tener poder sobre los seres humanos ni tienen efecto alguno sobre ellos. Es más, ver es lo contrario a la brujería. «Ver le hace a uno darse cuenta de lo insignificante de todo eso». Pero se comete el error apuntado cuando el “ver” o conocimiento es utilizado para tener poder. De ahí también la advertencia de don Juan de que «Lo que hacen los videntes con lo que ven es más importante que el ver en sí.»

Por la misma condición de que se trata, ver no es tan sencillo, es algo muy difícil. Para comenzar, “ver” es algo totalmente diferente de “mirar” . Don Juan le advierte a Castaneda que, dado su carácter, racionalizador hasta los tuétanos como hemos dicho en otros momentos, tal vez nunca aprenda a ver, y en ese caso tendrá que vivir como guerrero toda su vida, en continua lucha y esfuerzo.

Supone una dedicación total, y sin embargo no es algo que se consiga a base de puro esfuerzo, como sería, por ejemplo, el mismo “ver” si se lo busca con obsesión y morbidez, como dirá don Juan tantas veces. Así entendido el “ver”, no pasa de ser una pseudotarea. La búsqueda del “ver” tiene que ser libre y liberadora. Tiene que estar siempre abierta a la maravilla y a la sorpresa. «Los hombres de conocimiento tienen los dos (el conocimiento y el poder). Y sin embargo ninguno de ellos podría decir cómo llegó a tenerlo; simplemente que siguieron actuando como guerreros y, en un momento, todo cambió.»

“Ver”, en fin, no es tener o creer tener experiencias personales especiales, en el sentido de no ordinarias o inusitadas pero que en el fondo no hacen más que reflejar nuestro yo proyectando nuestra vida, nuestras sensaciones. Son experiencias pensadas, en las que siguen prevaleciendo los significados de la vida. A este respecto hay que tener en cuenta la advertencia de don Juan, en el sentido de que cuando uno aprende a ver, ni una sola cosa es la misma.

“Ver” es un sentido peculiar de saber, de saber algo, en el fondo todo, sin la menor duda. «Ver es dejar al desnudo la esencia de todo, es ser testigo de lo desconocido y vislumbrar lo que no se puede conocer, pero ello, no nos trae desahogo.» Y aunque ambas son formas metafóricas de hablar, es más una cuestión de oído que de ojos.

Es algo tan sutil que no se puede pensar ni se puede decir cómo se ve, sólo se puede ver. Es más, no sólo el “ver” no se puede pensar sino tampoco la realidad que se pretende “ver”. Pensar algo es la señal inequívoca de que no se está viendo. «Estás pensando en la vida. No estás viendo». Por ello, tampoco es cuestión de hablar, la acción correlativa de pensar. Así, cuando Castaneda le pregunte a don Juan pero cómo es que se ve, la respuesta será: ¡viendo!. No hay otra forma de ver. A ver se aprende viendo, y sólo se puede saber lo que es ver, viendo. Porque, en el fondo, ver es nada. «—Ahí vas otra vez. Ya te dije: no tiene caso hablar de cómo es ver. No es nada.» Y sin embargo, a la pregunta, pero cómo saber que uno ve, la respuesta será, «Sabrás. Te confundes sólo cuando hablas». Porque ver es el acto de tratar directamente con el nagual, con la realidad total, con el todo.

Si “ver” es hacer la experiencia de esa realidad, la más presente y a la vez la más esquiva, nada extraño que, como le pasaba a San Juan de la Cruz en la noche, a la que llamaba “soledad sonora”, también para don Juan Matus sea la oscuridad, a la que él llama “la oscuridad del día”, la mejor hora para “ver”. En la oscuridad nuestra visión de las cosas más fácilmente desaparece y aparece la realidad en su inmensidad.

El “ver” tiene lugar cuando nuestras visiones de las cosas desaparecen para permanecer solamente la realidad. «Ya te dije: el guardián tenía que volverse nada y sin embargo tenía que seguir parado frente a ti. Tenía que estar allí y tenía al mismo tiempo que ser nada.», ¿Absurdo? «—Sí. Pero eso es ver. No hay en realidad ningún otro modo de hablar sobre eso. Ver, como te dije antes, se aprende viendo.»

Sólo restaría añadir que no se puede “ver” sin tener “poder personal”, esa fuerza interior que hace nos convenzamos y actuemos como corresponde. La teología cristiana ha llamado a esta fuerza y preparación gracia preveniente. Don Juan la llama poder personal, y de él es cuestión sobre todo en su obra Relatos de poder. «—No importa lo que uno revela ni lo que uno se guarda —dijo—. Todo cuanto hacemos, todo cuanto somos, descansa en nuestro poder personal. Si tenemos suficiente, una palabra que se nos diga podría ser suficiente para cambiar el curso de nuestra vida. Pero si no tenemos suficiente poder personal, se nos puede revelar la sabiduría más grande y esa revelación nos importa un ajo.»

El poder personal es necesario, porque cuesta mucho cambiar. Don Juan se lo confesó a Castaneda: «Creo que para mí lo más difícil fue querer realmente cambiar». Por ello, lleno de experiencia, personal y ajena, le advertirá: «Tardarás años en convencerte, y luego tardarás años en actuar como corresponde. Ojalá te quede tiempo.» Y es que, aunque el conocimiento es poder, «Se necesita poder hasta para concebir lo que es el poder.»

Con razón los hombres de conocimiento tienen los dos, conocimiento y poder. Aunque ambos, también qué cosa sea el poder personal, no se pueden explicar. Ambos son del orden de lo inefable.

«Parar el mundo»

Lo expresamos cuando fue cuestión de la “realidad aparte”. Si el mundo es una descripción continuamente haciéndose, a cuya reproducción nosotros estamos ininterrumpidamente contribuyendo con nuestro diálogo interior, y el “ver” consiste en la superación de esa descripción, para llegar a “ver” hay que “parar el mundo” frenando el diálogo interno. Así de lógico y así de importante. De ahí que “parar el mundo” sea un tema presente en toda propuesta de espiritualidad, no importa a qué tradición, religiosa o no, pertenezca. Es condición sine qua non para el logro de la contemplación y, en cierto modo, uno de los objetivos de ésta. Los maestros de todas las tradiciones saben de su importancia y por ello lo tematizan tanto.

Así lo es también en las enseñanzas de don Juan y, por lo mismo, en la obra de Carlos Castaneda, sobre todo a partir de Viaje al Ixtlán, obra en su mayor parte, y ello pese al título, dedicada a este tema.

Según confiesa Castaneda, durante años la idea de “parar el mundo” fue para él una metáfora críptica que en realidad nada significaba. Sólo posteriormente, hacia el final de su aprendizaje, llegó a advertir por entero su amplitud e importancia, como «una de las proposiciones principales en el conocimiento de don Juan», y que éste todo el tiempo le había tratado de enseñar. No era para menos, “parar el mundo” era el primer paso para “ver”. «Don Juan declaraba que para llegar a “ver” primero era necesario “parar el mundo”.»

Parar el mundo es parar su descripción, lo que creemos que es la realidad, para poder “ver” la realidad como en sí misma es. Y esto ocurre, tiene que ocurrir, dentro de uno, no fuera, es uno el que cambia no las cosas, frenando precisamente el diálogo interno con el que continuamente estamos reproduciendo la descripción del mundo. Don Juan se le explicó a Carlos en todas las formas: «Lo que se paró ayer dentro de ti fue lo que la gente te ha estado diciendo que es el mundo.» Si no se para el mundo, no se puede “ver”. Lo que se cree ver, sigue siendo el mundo que nos describen y que describimos, una proyección de nuestros deseos, de nuestro yo, por “maravillosa” que tal proyección pueda resultar. Y esto no es lo último, lo incondicional y absoluto, lo gratuito. Sigue siendo una experiencia interesada. Lo último es “ver”. «Lo de verdad es cuando el cuerpo se da cuenta de que puede ver. Sólo entonces somos capaces de saber que el mundo que contemplamos cada día no es nada más que una descripción. Mi intención ha sido mostrarte eso.»

Si recordamos que la descripción que hacemos del mundo y en la que vivimos, es obra de un poder y de una fuerza, el poder y la fuerza de la realidad descrita como tal, de nosotros mismos, lo que don Juan y Castaneda llaman “primer anillo de poder”, se comprenderá la convicción y la fuerza que se requieren para salir de él. De otra manera es imposible. «El requisito previo que don Juan ponía para “parar el mundo” era que uno debía estar convencido; en otras palabras, había que aprender la nueva descripción en un sentido total, con el propósito de enfrentarla con la vieja y en tal forma romper la certeza dogmática, compartida por todos nosotros, de que la validez de nuestras percepciones, o nuestra realidad de mundo, se encuentra más allá de toda duda.»

Enseñanza que se complementa con otra de don Juan respondiendo a la pregunta de Carlos para qué querría alguien parar el mundo: «Nadie quiere, ésa es la cosa. Nada más ocurre. Y una vez que sabes cómo es parar el mundo, te das cuenta de que hay razón para ello.»

Además de convicción, hay técnicas para lograrlo: superar la importancia personal o de nuestro ego, y para ello borrar la historia personal, ver la muerte como una realidad presente, como una compañera, convencerse por lo tanto de que no hay tiempo, hacerse responsable, y otras, temas que con razón suenan comunes a las diferentes tradiciones religiosas. Por su significación inmediata para “parar el mundo”, sólo vamos a enfatizar una, el no-hacer, por lo demás de hondas resonancias taoístas.

A la descripción del mundo sigue el hacer, que refuerza la descripción o, mejor aún, describimos el mundo como lo describimos en función de lo que queremos hacer en él. De ahí que no sólo describimos el mundo sino que lo hacemos. La consecuencia, pues, de cara a poder “parar el mundo” es bien lógica y eficaz: no-hacer. «El mundo es el mundo porque tú conoces el hacer implicado en hacerlo así —dijo—. Si no conocieras su hacer, el mundo sería distinto.» El no-hacer no es, pues, realmente un no hacer sino un hacer que no reproduce la descripción del mundo, un hacer que la derriba.

Castaneda narra una anécdota que lo ilustra bien. Como buen antropólogo, adicto a tomar siempre notas y más notas, don Juan y don Genaro se reían de él, hasta llegar a en medio de risas aconsejarle que, ya que le gustaba escribir tanto, escribiera con la punta del dedo en vez de con el bolígrafo. El se molestó al sentir el consejo una broma falta de respeto. Posteriormente cayó en la cuenta de lo pertinente que era la enseñanza implícita en la propuesta. Más él escribía y escribía, más excitaba su diálogo interno y más reproducía el mundo que ya conocía, más lejos estaba de “parar el mundo” y mucho más lejos de “ver”. Para llegar a esta meta era más pertinente el silencio de no escribir, el no-hacer, que el escribir y pensar.

Los ejemplos que le pusieron fueron muchos. De hecho hay tantos no-hacer como hacer. De cualquier hacer se puede hacer un no-hacer. Como cualquier técnica, lo importante es dominarla y saber que no es un fin en sí sino un medio, aunque un medio necesario. «No-hacer es muy sencillo pero muy difícil —dijo—. No es cosa de entenderlo, sino de dominarlo. Ver, por supuesto, es la hazaña final de un hombre de conocimiento, y sólo se logra ver cuando uno ha parado el mundo a través de la técnica de no-hacer.» «Ahora, si quieres parar el mundo, debes parar el hacer.»

Los cuatro enemigos

No hay propuesta de espiritualidad digna de este nombre que no sepa de obstáculos, de dificultades y de enemigos. Por ello todas las propuestas hablan de ellos. La propuesta de don Juan y de Castaneda también. Y para ellos los enemigos, así los llaman, que en el camino del conocimiento enfrenta el ser humano que se propone esta meta, son cuatro: el miedo, la claridad, el poder y la vejez. Se trata de cuatro enemigos “naturales”, esto es, verdaderos, que es natural que existan, que todo hombre y mujer que emprenden el camino del conocimiento sienten, pero que hay que luchar contra ellos y vencerlos. De que se los venza o no depende el que se llegue o no a ser hombre de conocimiento. No hay otra alternativa.

La penetración psicológica de don Juan al respecto está a la altura de los grandes maestros. Por otra parte con su penetración no hace más que revelar el concepto exigente y profundo que él tiene del conocimiento como realización plena del ser humano. Nos limitamos a enfatizarla.

El miedo es el primer enemigo natural a hacerse presente y a vencer. Lo hemos visto reiteradamente en el caso de Carlos Castaneda, un caso verdaderamente emblemático. Porque, aparte las exigencias morales que conlleva, en su caso sobre todo implicaba el paso de un sistema cognitivo, el único válido para él, con todo lo que esto significa, a otro. Pero se trata de un miedo universal por lo que siempre implica de conversión y de cambio, un miedo que sólo se supera pasando por él. No hay otra alternativa, si se quiere llegar a ser hombre de conocimiento. De hecho, en este primer momento ya muchos abandonan.

Una vez conquistado el miedo, cosa que demanda su proceso y a la vez ocurre de una vez, el ser humano lo vence porque adquiere claridad: una claridad de mente que borra el miedo. Pero pronto ésta se convierte en obstáculo. Es mucha la seguridad que da para ponerla en riesgo. Por eso se da un aferramiento a ella, y por lo tanto una situación de fijación y estancamiento. Muchas veces cuando Castananeda le expresa a don Juan que tiene miedo, le responderá que lo que él teme es perder su “claridad”, la claridad de su razón y la nueva claridad que iba consiguiendo en su aprendizaje. Esta claridad no es para nada el conocimiento que hay que perseguir. Hay que desafiarla usándola únicamente como medio para seguir avanzando.

Un tercer enemigo es el poder. Cada cultura produce sus formas. En su momento aludimos al poder que según don Juan Matus caracterizó a los videntes o brujos del antiguo México. Tuvieron mucho, pero se quedaron solamente en eso, en hombres con poderes especiales, en brujos. No llegaron a ser hombres de conocimiento. Hoy día el poder puede ser prestigio, reconocimiento, renombre, la misma experiencia espiritual como una mistificación, pero el poder como enemigo sigue siendo muy real. Para don Juan, se trata del enemigo más fuerte. Un ser humano que sucumbe al poder, no tiene dominio sobre sí y, buena prueba de ello, tiene miedo ante su propia muerte.

En fin, el cuarto enemigo es la vejez, el más cruel de todos, el único que no se puede vencer por completo, dice don Juan. Se han vencido los demás enemigos, pero se hace tedioso llegar hasta el final; se experimenta un deseo de quedarse en lo logrado, de repetirse, de no seguir buscando, creando. Hay un sentimiento de cansancio. Pero sólo llegando hasta al final se es hombre de conocimiento.

La vejez tiene otras manifestaciones, que suelen darse mucho antes, desde el puro comienzo. Son las manifestaciones de falta de poder, de desánimo e incluso abatimiento, ante la gran tarea que avizora. No es tanto el miedo a cambiar como la falta de energía para hacerlo, falta que se acrecienta con el paso del tiempo. De ahí la necesidad de contar con poder personal, de contar con una cierta juventud de espíritu.

Los cuatro enemigos son formidables, de verdad poderosos. De ahí la necesidad para ser hombre de conocimiento de desafiarlos y vencerlos. Pero por otra parte, con el mismo aplomo don Juan asegura que quien los venza puede llamarse hombre de conocimiento.

Tarea ardua

Como se ve, la tarea es ardua, demanda mucho esfuerzo. Cada vez que un hombre se propone aprender, tiene que esforzarse como el que más, le dirá don Juan a Castaneda. Ser hombre de conocimiento es la tarea más difícil que un ser humano puede echarse encima.

De una manera provocadora, estilo tan propio de los maestros, don Juan le dirá a Carlos Ccastaneda que sólo a un chiflado se le ocurriría emprender por cuenta propia la tarea de hacerse hombre de conocimiento, que a uno cuerdo hay que engañarlo. Y que si bien hay muchos que acometerían con gusto la tarea, éstos no cuentan. Casi siempre están rajados. Son calabazas o cuencos que por fuera se ven en buen estado, pero que comenzarán a gotear tan pronto se los llene de agua y se los presiones. En expresión recogida en los evangelios, muchos son los llamados y pocos los escogidos

Pero hay otra aseveración de don Juan más patética, y que dice así: «la experiencia que tengo de mis semejantes me ha mostrado que pocos, poquísimos de ellos estarían dispuestos a escuchar; y de los pocos que escuchan, menos aún estarían dispuestos a actuar de acuerdo a lo que han escuchado; y de aquellos que están dispuestos a actuar, menos aún tienen suficiente poder personal para sacar provecho de sus actos.»

Y sin embargo aprender es nuestro destino, y ser hombres y mujeres de conocimiento, nuestra única alternativa viable. Es nuestro destino. De hecho, para bien o para mal, siempre estamos aprendiendo, le recordará don Juan a Carlos. ¿Qué sentido tiene, pues, aprender cosas inútiles? Por más aterrorizante que sea el aprendizaje, es más terrible ser un hombre sin conocimiento. El hombre de conocimiento es el único que vive una vida verdadera. Una vida con la certeza nítida de estar viviéndola; una vida sana, buena, feliz, fuerte.

La tarea de conocer y ser hombre de conocimiento ha quedado personalizada en don Juan. «Usted no es igual a ninguno de nosotros, don Juan —dije—. Usted es un espejo que no refleja nuestras imágenes. Usted ya está fuera de nuestro alcance. / — Lo que estás presenciando es el resultado de una lucha que toma toda una vida —dijo—. Lo que ves es un brujo que finalmente ha aprendido a seguir los designios del espíritu. Y eso es todo.»

Pero ya estos temas, enemigos, tarea ardua y lucha, además de habernos ayudado a apreciar mejor lo que en las enseñanzas de don Juan significa ser hombre de conocimiento, nos llevan a hablar de otro de los grandes temas retenidos por Carlos Castaneda como más importantes para él en las enseñanzas de don Juan: ser guerrero.




martes, 23 de diciembre de 2008

El conocimiento en la propuesta "Hombre de conocimiento" de Carlos Castaneda - (2)

4. El conocimiento en el "hombre de conocimiento"

Hasta aquí hemos enfatizado el ser hombre de conocimiento como la condición humana más sublime, sólo en la cual el ser humano se puede realizar y se realiza plenamente, porque es esa condición la que constituye su destino. Pero ¿en qué consiste ese conocimiento? ¿Cuál es su naturaleza? ¿Por qué ese su carácter de realización última, en el sentido de plena y total?

4.1. Algunas pistas y temas
Una primera pista nos la da don Juan Matus con su instinto certero, sabiduría y maestría muy desarrolladas más bien, para el tipo o naturaleza de conocimiento que él quiere y que él enseña. En este tema quizás más que en otros el instinto de don Juan Matus es agudo, claro y certero.

Desde el primer momento él se declara como brujo vidente, esto es, como brujo que ve, y la brujería es para él el arte de ver. No le interesa la brujería como poder, en absoluto. "¡Ya no me gusta el poder! Ya no sirve de nada." Desde luego, como para todo hombre de conocimiento, para él también el ver es el fin. El “ver” que se distingue del “mirar”, porque es llegar a conocer la “esencia” desnuda de las cosas. Pero es también un medio. En el sentido de que los caminos para llegar a “ver” son muchos, expresamente él nombra el baile, la danza, (el nombra a un tal Sacateca, conocido de sus interlocutores. Pero podríamos citar la danza de los derviches danzantes en el Islam), pero incluso en cuanto camino su predilección es el “ver”, la contemplación diríamos nosotros, el jnaña-yoga del hinduismo.

En otras palabras, don Juan Matus lo tiene muy claro, aún sabiendo que un tipo de conocimiento en un estado de «conciencia acrecentada», como él la llama, da poder, no lo quiere, no es el conocimiento que él persigue, porque en realidad no es el verdadero conocimiento. Es un conocimiento anclado todavía en la importancia personal, reflejo del propio yo. El conocimiento que él cultiva y enseña es la conciencia o conocimiento total, punto para él quicial, incompatible con cualquier reserva de importancia personal o deseo y uso de poder.
Al comienzo de "Una realidad aparte", Carlos Castaneda dice: "El interés particular de don Juan en el segundo ciclo de aprendizaje fue enseñarme a ver."
Por ello insistirá tanto en este aspecto. Por ello advierte de quienes "llegan a ser magníficos brujos pero malísimos videntes" y sobre "lo que hacen los videntes con lo que ven es más importante que el ver en sí."

Otro filón temático para entender de qué conocimiento se trata, es la contraposición que continuamente don Juan Matus hace entre el conocimiento de los antiguos videntes, que él convencionalmente llama "toltecas", y los nuevos. Los primeros descubrieron cómo lograr estados especiales de conciencia, y desde ellos penetrar en mundos desconocidos y traerlos al alcance de la percepción humana. Es decir, redujeron lo desconocido a nivel de lo conocido, y lo siguieron tratando como éste, como conocido. No se les ocurrió pensar que casi todo lo que nos rodea está más allá de nuestra comprensión y, consecuentemente, no hicieron la distinción crucial entre lo que se puede conocer y lo que no se puede conocer, cometiendo así el "espeluznante error", que les costó más caro. Mientras que los nuevos videntes sí lo hicieron, comenzando así el nuevo ciclo. Para don Juan Matus "Esta es la distinción entre lo antiguos y los nuevos. Todo lo que han hecho los nuevos videntes se origina allí."

La importancia de este planteamiento, más allá de la autenticidad histórica de lo que plantea, reside en la conciencia que don Juan Matus tiene de la naturaleza del conocimiento que reivindica: más allá de todo conocimiento y de toda realidad ordinarios e incluso especiales; conocimiento y realidad no conocibles por la percepción humana, sólo conocibles en otro tipo de conocimiento, en un conocimiento directo, sin pensamientos ni palabras.

Así las cosas, se comprende que las enseñanzas de don Juan se vean atravesada de parte a parte por una preocupación epistemológica permanente y que tiene dos expresiones primeras: mostrar lo que el conocimiento del hombre de conocimiento no es, diferenciándolo de todo otro conocimiento, porque se trata de algo bien específico, y lo que el conocimiento sí es o, al menos sugerirlo. A éstas expresiones siguen otras, más epistemológicas aún. En un primer momento, la de asentar que el mundo sigue a la percepción que tenemos, es decir, que primero es el conocimiento, y según sea el nivel o naturaleza de nuestra percepción o conocimiento, así es la naturaleza o nivel de lo que llamamos realidad o mundo. En un segundo momento, y este tema aquí solamente lo vamos a enunciar, enfatizar que hay tres niveles de conocimiento (anillos de poder) y otros tres niveles de mundo o de realidad que él llama "atenciones".
La primera sería la del conocimiento ordinario.
La segunda se ubicaría ya a un nivel superior incluso a los estados especiales de conciencia, adquirible en el estado de conciencia acrecentada.
La tercera es el nivel o estado de la realización total.
Con estos tres niveles se corresponden los que también se establecen entre lo conocido, lo desconocido y lo que no se puede conocer.

Contenidos y preocupación epistemológica son los que, sin duda, contribuyen a dar a las enseñanzas de don Juan el carácter de sistema cognitivo cohesionado y lógico que reflejan y que pronto le impresionó a Carlos Castaneda. La epistemología así planteada se hace contenido y herramienta para mostrar la naturaleza del conocimiento que se propone.

La pedagogía seguida, es igualmente reveladora del conocimiento que nos ocupa, puesto que está a la altura del reto que supone su adquisición. El proceso de aprendizaje sigue el curso de una verdadera iniciación. Es una transformación total la que hay que producir en el aprendiz, una auténtica conversión. El objetivo es llevar al aprendiz, en el caso particular a Carlos Castaneda, académico formado en los mejores criterios de racionalidad, a descubrir el para él nuevo conocimiento. Y a ello van dirigidas todas las prácticas y enseñanzas, desde la iniciación en ciertas drogas como medio de tener otra percepción de la realidad y así poder comenzar a cuestionar ésta, hasta aprender a "parar el mundo" y para ello "frenar el diálogo interno" y el "no-hacer", más el arte del acecho, del intento y del ensueño, enseñanzas y prácticas muy conocidas, aunque bajo otros nombres, en las religiones, sobre todo orientales.

Pero cuando don Juan Matus y Carlos Castaneda hacen la propuesta ser "hombre de conocimiento", ¿de qué conocimiento están hablando?

4.2. El conocimiento en sí
Se trata de un conocimiento no conceptual, intuitivo, directo, experiencial, y en este sentido aprehensivo, pero no conceptual, sin imágenes ni representaciones, por lo tanto sin palabras, que don Juan Matus va a expresar de diferentes maneras.

La primera, ya lo hemos visto más arriba, mediante la metáfora del ver. De su importancia habla su presencia en todas las obras de Carlos Castaneda como, al parecer, lo estuvo continuamente en las enseñanzas de don Juan, sobre todo en el segundo ciclo, en el cual el interés de don Juan fue el enseñar a “ver”. Como una preparación al “ver” está específicamente concebida la obra "Una realidad aparte", con una primera parte dedicada a los preliminares de “ver” y otra segunda, a la tarea de “ver”.

Desde luego, “ver” es diferente de “mirar”. No es brujería, y no es nada fácil, más bien es difícil. Lo que afirma don Juan es que cuando se ve, nada permanece como antes, todo cambia. Cuando se ve nada permanece igual, todo cambia, no prevalecen los significados de la vida. "Nada es ya familiar. ¡Todo lo que miras se vuelve nada! ". Y sin embargo, nada desaparece, nada cambia, todo sigue ahí. Somos nosotros los que cambiamos, es nuestro ver el que cambia. Ahora vemos la naturaleza última de las cosas, su “esencia”. Es, por lo demás, un ver real y concreto, pero tan especial que es en la oscuridad cuando mejor se ve:
"—Dijo que la oscuridad —y la llamó “oscuridad del día”— era la mejor hora para ver."
(La oscuridad como la mejor hora para ver, trae a la mente del lector la "soledad sonora" de San Juan de la Cruz.)
En otras palabras, aunque sea real y concreto, no obedece a los criterios de nuestro ver ordinario: "el ver de los brujos no es cuestión de los ojos."

Por su misma naturaleza, no se puede explicar qué cosa sea ni cómo se llega a ver. Porque no es cosa de hablar. A quien le parezca absurdo, como a su discípulo Carlos Castaneda, don Juan responderá:
"—Sí. Pero eso es ver. No hay en realidad ningún modo de hablar sobre eso. Ver, como te dije antes, se aprende viendo."
Porque el ver del que aquí se trata es literalmente indescriptible. Y por ello con razón dirá don Juan Matus: "no tiene caso hablar de cómo es ver. No es nada." Y sin embargo es saber o conocer sin la menor duda.

Otra forma en don Juan Matus de expresar la especificidad de este conocimiento, es enfatizando que el mismo tiene lugar sin palabras, sin conceptos, sin pensamientos, lo verdaderamente opuesto a nuestro conocimiento ordinario. Por ello no es cuestión de hablar, pensar o razonar. Más bien, cuando hacemos eso nos confundimos. "Sabrás. Te confunde sólo cuando hablas." "—Tu problema es que quieres entenderlo todo, y eso no es posible. Si insistes en entender, no estás tomando en cuenta todo lo que te corresponde como ser humano. La piedra en la que tropiezas sigue intacta."
"—No. Tu falla es buscar explicaciones convenientes, explicaciones que se ajustan a ti y a tu mundo. Lo que no me gusta es que seas tan razonable. Un brujo también explica las cosas en su mundo, pero no es tan terco como tú."
Y en realidad es que no hay nada que entender. Además, "El entendimiento es sólo un asunto pequeño, pequeñísimo —dijo." Y en el caso de ver, pensar no es lo fuerte. El misterio "no se puede resolver con raciocinios. Este misterio sólo se puede presenciar."

Don Juan Matus es muy consciente de ello e insistirá: la dificultad, la gran dificultad, está en nuestra resistencia a aceptar la idea de que el conocimiento puede existir sin palabras para explicarlo, que, en este orden, conocimiento y lenguaje son cosas separadas. "La conciencia acrecentada es un misterio sólo para nuestra razón. En la práctica, es de lo más sencillo que hay. Como siempre somos nosotros quienes complicamos todo al tratar de transformar la inmensidad que nos rodea en algo razonable." Y no es que pensar, y pensar con claridad no sea en su orden importante y necesario. A este respecto la aclaración que don Juan Matus le hace a Carlos Cataneda se convierte en sentencia, y sentencia provocadora, al estilo de los grandes maestros espirituales:
"—Por supuesto que insisto en que todos cuantos me rodean piensen con claridad —dijo—. Pero también explico, a quien quiera escuchar, que el único modo de pensar con claridad es no pensar en absoluto."
Es el "conocimiento silencioso" del que también hablan otras tradiciones y maestros. Silencioso porque para acceder a él antes hay que silenciar, hasta la desaparición, todo pensamiento, imagen o representación, tema al que Carlos Castaneda dedica una de sus obras con un título en inglés muy sugerente "Power of silence" y editada en español con el título "El conocimiento silencioso".

En fin, otra forma a la que recurren don Juan Matus y sus discípulos para expresar la naturaleza sui generis del conocimiento silencioso es mediante el concepto o categoría de "intento" y "atención".
El "intento" es el espíritu, la fuerza invisible que modela y crea la realidad, es el espíritu, lo abstracto.
La "atención" es el nivel de conciencia.

El habla de tres atenciones:
La "primera atención" corresponde el mundo pequeñísimo de lo conocido, es todo lo que somos como seres humanos comunes y corrientes.
La "segunda atención" va más allá de la conciencia ordinaria, generalmente fruto de mucha disciplina y concentración, que puede ampliarse enormemente pero permaneciendo siempre como una experiencia subjetiva de conciencia y de poder.
Y está la "tercera atención", la que se confunde, se hace uno con lo que no se puede conocer, con lo que es radicalmente indescriptible e innombrable. En expresión metafórica de don Juan ésta "se alcanza cuando el resplandor de la conciencia se convierte en el fuego interior".

Carlos Castaneda refiere haber preguntado a don Juan si había experimentado la tercera atención. Su respuesta fue que se hallaba en la periferia de ella y que si llegaba a entrar completamente Castaneda lo sabría al instante "porque todo él se convertiría en lo que en verdad era: un estallido de energía", agregando que el campo de batalla de los guerreros es la segunda atención. Una batalla sin embargo cuya máxima hazaña es el gozo.

"Para él la máxima hazaña de un guerrero era el gozo."

Este es el conocimiento del hombre de conocimiento, que el mismo don Juan resumía así: "Para un brujo, el espíritu es lo abstracto, porque para conocerlo no necesita de palabras, ni siquiera de pensamientos; es lo abstracto, porque un brujo no puede concebir qué es el espíritu. Sin embargo, sin tener la más mínima oportunidad o deseo de entenderlo, el brujo lo maneja; lo reconoce, lo llama, lo incita, se familiariza con él, y lo expresa en sus actos." Recordemos que espíritu, abstracto, es lo que don Juan llama también intento.

5. Valoración final

Lo que venimos de ver es una propuesta laica del conocimiento contemplativo. Mientras no se muestre lo contrario, una propuesta de genuino conocimiento contemplativo. Así lo permiten pensar las grandes y frecuentes convergencias constatables entre las enseñanzas de don Juan y las enseñanzas de los grandes testigos y maestros de todas las tradiciones de sabiduría. Como laica la propuesta de don Juan Matus y Carlos Castaneda cuestiona la fe, y como conocimiento contemplativo cuestiona la razón.

Cuestiona la fe, porque ésta supone sumisión, entrega, negación, en definitiva, una vía de conocimiento donde predomina el creer sobre el ver, la aceptación de verdades sobre la experiencia. Por ello en la fe hay adoctrinamiento, catequesis, pero no aprendizaje. La fe y sus verdades no son operativas. No es la realización y verificación de sus contenidos lo que ellas persiguen, sino la aceptación de los mismos, el reconocimiento de la autoridad de quien revela tales verdades, la obediencia a sus mandatos. Mientras que la naturaleza de la propuesta de don Juan Matus y Carlos Castaneda es operativa. Y por ello y para ello es “científica”, es “racional”, oponiéndose al dogma y a la sumisión y apelando a la comprensión y a la verificación.

"Lo maravilloso de la brujería es que cada brujo tiene que verificar todo por experiencia propia. Te hablo acerca de los principios de la brujería,
no con la esperanza de que los memorices sino con la esperanza de que los practiques."

Como laica la propuesta de don Juan Matus y Carlos Castaneda supone, como éste dice, que el conocimiento silencioso puede estar, por el momento, más allá de sus aptitudes pero no de sus posibilidades. En otras palabras, es un producto humano y sólo humano. Mientras que en una propuesta de fe, la posibilidad misma, así como la iniciativa que la activa, siempre será obra de Dios.

Cuestiona también de la fe sus pretendidos resultados. Para la fe el objeto último de conocimiento es Dios, y así estará convencida de que cuando ha llegado a lo último donde puede llegar, lo que ahí ha encontrado es Dios, no habiendo nada más allá de él. Como hemos podido ver en diferentes momentos, si así se entiende Dios, y así es como en general se entiende, más allá de él está el molde, el nagual, el intento, está lo que no se puede conocer y, por lo mismo, no se puede nombrar ni describir.

Como se ve, la propuesta es laica no por un a priori antirreligioso, sino más bien por una convicción fundamentada y verificada. Según esta propuesta, por la fe se irá a Dios, que por muy alto que esté siempre es concebible y nombrable, pero no se llega a lo inconcebible e innombrable, a lo que ni siquiera es Dios, a lo que es más que Dios, lo que simplemente es. Vistas así las cosas, podría decir que, por paradójico que parezca, es la propuesta laica que, permaneciendo laica, muestra y desenmascara la concepción idolátrica que de Dios tienen, aún más allá de su intención, las propuestas religiosas.
(La concepción idolátrica de Dios en las propuestas religiosas espirituales es denunciada recurrentemente por Aldous Huxley en su obra "La filosofía perenne" en el Cap. 21. "La idolatría".)

Pero la propuesta de Carlos Castaneda es también una propuesta de conocimiento contemplativo, en el sentido de un conocimiento no intelectualizado, y por lo tanto cuestiona la razón, la comprensión, como vía para llegar al mismo. El conocimiento discursivo, el que trabaja con representaciones y mediaciones, puede rendir útiles servicios antes y después del acontecimiento del conocer contemplativo o silencioso, como justificación y explicación necesarias en el orden de lo que es nuestro conocimiento ordinario, pero no en el conocimiento contemplativo mismo y en el orden que él crea y del que es testigo. Aquí el pensar sirve de poco, más bien constituye el gran obstáculo: mientras este pensar no sea silenciado, no hay conocimiento contemplativo; mientras haya algo de conciencia, no hay conciencia total; mientras haya reflejos de nuestro yo y de la manera que tenemos de conocer lo que consideramos realidad, no hay descubrimiento de la nueva realidad.

Aquí lo único que cuenta es ver viendo y conocer conociendo, que en el fondo es ver no-viendo y saber no-sabiendo, como repiten los místicos cristianos desde el Pseudo- Dionisio. Porque en el fondo no hay nada que ver ni que conocer. No hay nada como objeto, como lo que constituye nuestra realidad, y el ver y el conocer no tiene nada en común con nuestro ver con los ojos ni con nuestro conocer intelectual. Es única y simplemente ver la realidad, esta realidad, la única que hay, como es, no como aparece. Es un ver y un conocer con todo nuestro ser, incluido con todo nuestro cuerpo. Es un conocer donde el que conoce, lo conocido y el acto de conocer son la misma cosa.

La filosofía estaba acostumbrada a validar todo otro tipo de conocimiento. Todavía hay quienes no pueden concebir que pueda existir un conocimiento, una experiencia, no mediacional, no representacional. Sin embargo la existencia de este conocimiento es lo que testifican y enseñan los grandes maestros de todo los tiempos y en todas las tradiciones religiosas y de sabiduría. Puede haber argumentos en contra, pero éstos tendrán que estar a la altura de la contundencia de este hecho.

Por otra parte, la filosofía ha tenido que hacer abandono de lo que era una pretensión imperialista de querer validar todo conocimiento. Cada conocimiento se valida por sí mismo. El único capaz de validar el conocimiento contemplativo es la experiencia contemplativa, abierta a otras experiencias de la misma naturaleza y contrastada con ellas. Es a este criterio al que, con razón, apelan los que la hacen:

"Y sobre todo, comprendí que ese conocimiento no se puede traducir en palabras. Ese conocimiento está ahí a disposición de todos. Está ahí para ser sentido, para ser usado, pero no para ser explicado. Uno puede entrar a él cambiando niveles de conciencia, por lo cual, la conciencia acrecentada es una puerta de entrada. Pero ni aún siquiera la puerta de entrada puede ser explicada. Sólo puede utilizársela."




El conocimiento en la propuesta "Hombre de conocimiento" de Carlos Castaneda

Frente a quienes reducen el conocimiento a la razón, o a lo sumo,
también a la fe religiosa, el autor presenta otro tipo de conocimiento, que no es razón ni es fe, el conocimiento de los brujos como don Juan Matus,
el conocimiento silencioso, la meta más grande a la que el ser humano puede aspirar y, por lo tanto, una propuesta.
Esta es la misma que han hecho los testigos y maestros de las grandes tradiciones religiosas y de sabiduría.
En este caso la propuesta, además de laica, es sabiamente sistémica y operacional y, como laica, sumamente actual. En todo caso, profundamente indígena y latina.
El trabajo da una visión panorámica de ella.


1. Importancia del tema

Puede sonar a profanación traer a consideración en el marco de este Coloquio, cuya temática es "El quehacer filosófico en el horizonte del encuentro entre razón y fe", un tipo de conocimiento como es el que nos propone en toda su obra Carlos Castaneda, que no es razón, tampoco fe, ni se reclama filosófico.

No es profanación si se acepta que el conocimiento del que nos habla Castaneda es el conocimiento más religioso, más espiritual, que el ser humano puede concebir y alcanzar en este mundo, y por ello algo a lo que pareciera queremos aludir cuando hablamos de fe. Por la misma razón tampoco debiera ser ajeno a la razón, más específicamente aún a la razón filosófica, si se asume que llegar a tal conocimiento es la aspiración más grande que debe tener el ser humano, ya que sólo es en este tipo de conocimiento donde se puede realizar plenamente; tema éste tan estrechamente relacionado con la razón y la filosofía.

No es una profanación sino, tal vez esto sí, una provocación, que sin embargo creo importante y necesaria, y ello pese a puntos muy importantes que se pueden y deben discutir en relación con la personalidad, obra y contenidos de la obra de Carlos Castaneda.

Se puede discutir, y hay que discutir, desde su identidad personal hasta contenidos enteros, al menos en la formulación “energética” que les da en la segunda etapa, a partir del libro "El segundo anillo de poder", segunda de las dos que refleja el contenido de toda su obra. Se pueden discutir métodos y prácticas que propone para alcanzar estados de conciencia no ordinaria de la realidad y moverse al interior de ésta. Se puede discutir, y hay que hacerlo, la identidad, de su informante principal y maestro, don Juan Matus, de la identidad de compañeras y compañeros de su formación como brujo o chamán. Pero no se puede discutir que Carlos Castaneda es culturalmente de los nuestros, es un latino; y que, para decir no lo menos sino lo mínimo, su propuesta tiene inconfundiblemente el color y el sabor generales de la cultura indígena de la que se reclama originaria, la de los pueblos amerindios del sureste de los Estados Unidos y del Norte de México. Ambos aspectos culturales, lo latino y lo indígena, son muy importantes en la teología que debe comenzar por reconocer y mostrar el “theos” potencialmente presente en las culturas, y en este caso se trata de algo no ‘potencialmente’ presente sino realmente presente.

Pero algo, todavía más importante, que venimos de afirmar y que si aceptamos que realmente existe, la importancia de su naturaleza no se puede discutir: el conocimiento del que nos habla don Juan Matus y Carlos Castaneda es el fruto más granado de las culturas amerindias. Ningún otro producto de se le puede comparar, pues se trata del conocimiento silencioso o contemplativo presente en las grandes tradiciones de sabiduría y religiosas, de su naturaleza y exigencias, de la necesidad para ello de «parar el mundo», de «frenar el diálogo interno», de hacer y alcanzar el silencio total. Si esto es así, no se puede ignorar. La teología en general, pero con mayor urgencia la teología latinoamericana, no lo puede ignorar. Si en su tiempo (1945), cuando Aldous Huxley escribió su obra "La filosofía perenne", consideraba que "no sólo no hay razón, sino que tampoco no hay excusa" para que los eruditos occidentales ignoraran las doctrinas espirituales de Oriente, calificando el hecho de "ignorancia enteramente voluntaria y deliberada" y, aún peor, de "imperialismo teológico", ¿cómo nos calificaría a nosotros hoy? Porque en este punto no solamente nos seguimos comportando como "la mayor parte de los autores europeos y americanos de libros sobre religión y metafísica [que] escriben como si nadie hubiera pensado nunca sobre tales temas salvo los judíos, los griegos y los cristianos de la cuenca del Mediterráneo y la Europa occidental", sino que no hemos descubierto y valorado las riquezas de la misma naturaleza existentes en las tradiciones amerindias de sabiduría.

Por todo ello me parece importante, y hasta necesario, dirigir nuestra mirada al conocimiento que constituye la gran propuesta y enseñanza de Carlos Castaneda. Pero existe un argumento más, el más importante de todos. Lo que Carlos Castaneda hace es, aunque él lo niega, y con razón, una propuesta de verdadera y auténtica experiencia religiosa o de espiritualidad, aunque laica. Y hay razones muy fuertes para pensar que éste es el único tipo de propuesta religiosa culturalmente creíble en el mundo de hoy. Solamente por esta hipótesis, merece la pena desde la religión y la teología conocer la propuesta de Carlos Castaneda.
Porque lo que se conoce por propuesta espiritual y religiosa no pasa de ser una propuesta moral, racionalizada y racionalizante, nunca verdaderamente experiencial. Por eso él niega que su propuesta sea religiosa o espiritual.

"—Los guerreros combaten la importancia personal como cuestión de estrategia, no como cuestión de fe —repuso—. Tu error es entender lo que digo en términos de moralidad."

"—Lo que los antiguos videntes dijeron no tiene nada que ver con la fe —dijo—. (…) Los antiguos videntes tomaron otro camino, y por cierto llegaron a otra conclusión que no tiene nada que ver con la fe y el credo.".
"Todo esto se parece al manual de vida monástica pero no es vida monástica."

Esta será el objeto de la presente ponencia, subrayando en qué consiste el conocimiento al que se nos invita, la inteligencia tan certera y correcta que don Juan Matus tiene de la naturaleza y calidad de este tipo de conocimiento, todo ello antecedido de una mínima nota biográfica pensando que quizás sea necesaria.

2. Nota biográfica mínima

No es fácil rehacer su historia personal ya que hay datos que confunden, resultado pareciera del consejo que le diera don Juan Matus de borrar la historia personal como un medio de comenzar a superar la importancia personal o del yo, contribuyendo todo ello a hacer de él un ser mítico y un mito, que por lo mismo fue imitado y hasta suplantado. Con todo, los siguientes son datos que parecen jalonar su biografía.
Carlos Castaneda, al que casi todos atribuyen un origen peruano, habría nacido el 25 de diciembre de 1935 en un pueblecito llamado Juquery, próximo a Sao Paulo, en Brasil. Su madre tenía entonces 15 años y su padre, 17, y parece ser que le crió una hermana de su madre. Si damos crédito a su confesión, su vida no fue fácil.
Con 15 años, en 1951, y después de haber pasado por un internado en Buenos Aires, llega a San Francisco, donde vivió con una familia adoptiva mientras completaba el bachillerato. Entre 1955 y 1959 toma cursos en el City College de Los Angeles: creación literaria, periodismo y psicología. Paralelamente trabaja como ayudante de un psicoanalista clasificando centenares de cintas magnetofónicas grabadas en el transcurso de las sesiones de terapia.
En 1959 se nacionaliza estadounidense, adoptando legalmente el apellido materno, Castaneda, y no el paterno, Aranha, e ingresa en la Universidad de California, en Los Angeles (UCLA), donde se gradúa en Antropología tres años más tarde. Muy dotado para la Antropología y aficionado a la misma, era el tipo de estudiante que los profesores gustan tener. En su formación, y en la fidelidad de la amistad, el profesor de Sociología Harold Grafinkel, cofundador de la etnometodología, jugó un papel especial.
Decidido a hacer su tesis sobre plantas alucinógenas conocidas y utilizadas tradicionalmente por los indios en el suroeste de Estados Unidos y en el norte de México, y buscando informantes, un amigo le presenta al que va a ser el suyo. Se trataba de don Juan Matus, indio yaqui que vivía en Sonora. Ocurrió en una estación de buses en Arizona. La impresión que le produjo permanecería en él para siempre. "La forma en que me había mirado fue un evento sin precedentes en mi vida." Era el verano de 1960. Después de algunas visitas, en junio de 1961 comienza un proceso de aprendizaje con don Juan que dura hasta septiembre de 1965, en que después de sufrir un gran crisis que sintió que lo puso al borde de la muerte en medio de una experiencia inducida de percepción no ordinaria de la realidad, Carlos Castaneda se retira con la decisión de no volver más. El aprendizaje realizado lo recoge en su obra Enseñanzas de don Juan. Una forma yaqui de conocimiento publicada en 1968, que pronto le haría famoso, y con el que tuvo el «máster». Con ocasión de presentar y entregar a don Juan un ejemplar de la obra, la vinculación maestro-discípulo se restableció "misteriosamente" (sic) y se inició un segundo ciclo de aprendizaje que el mismo Castaneda califica de "muy distinto del primero", que duró hasta mayo de 1971. En total, diez años de aprendizaje.
Don Juan Matus, su maestro, habría nacido en 1891 y fallecido en 1973.
Lo que sucedió en el aprendizaje ya es bien conocido: él quería obtener información sobre plantas medicinales, don Juan le puso como anzuelo el conocimiento que él deseaba pero mientras tanto le iniciaba a un nuevo conocimiento, y el aprendiz de antropólogo terminó siendo brujo, hombre de conocimiento. A "Las enseñanzas de don Juan" sucederían en 1971 "Una realidad aparte", "Viaje al Ixtlán" en 1972, y "Relatos de poder" en 1974, obras que por sus características formales y temáticas, escritas en forma de diario de campo, más próximas al proceso de aprendizaje y de experiencia, constituyen un conjunto diferente de las que las siguen: "El segundo anillo del poder" 1977, "El don del águila" 1981, "El fuego interno" 1984, "El
conocimiento silencioso" (en inglés, "The Power of Silence: further lessons of don Juan") 1987, y "El arte de ensoñar" 1993, obras todas ellas de desarrollo y profundización temática, si no a veces de explotación sofisticada, de contenidos y experiencias ya presentes en las primeras y que él con propiedad califica de artes o maestrías porque, efectivamente, la requieren. Estas son el arte de la conciencia de ser, el arte del intento, el arte de acechar y el arte de ensoñar.
Estar consciente de ser significa estar conscientes de la maravilla que somos nosotros y la realidad y vernos y verla así. En lenguaje de don Matus, somos emanaciones indescriptibles del Aguila. Aunque él es bien consciente de que lo que está utilizando es un símbolo. Porque "El resultado es la visión de un Aguila y de sus emanaciones. Pero no hay ningún Aguila y no hay emanaciones algunas. Lo que nos rodea es algo que ninguna criatura viviente puede comprender." El intento es la fuerza omnipresente que nos hace percibir. Es poder y fuerza, voluntad, espíritu, gracia. El acecho es la actitud que nos permite sacarle a cada situación lo mejor. Es una actitud de sabiduría, de discernimiento, valoración y control permanente. Ensoñar es la capacidad de convertir los sueños también en conocimiento de manera que se borra la diferencia entre vigilia y sueño, entre sueño y realidad.
Además de don Juan hay que señalar a don Genaro Flores, indio mazateco, que en coordinación con aquél completó la formación de Carlos Castaneda en aspectos muy importantes. Aunque el maestro por excelencia fue don Juan, un nagual. Y «ser un nagual es llegar a un pináculo de disciplina y control. Ser un nagual significa ser un líder, ser un maestro y un guía.» Don Juan era un brujo vidente, un hombre al que sólo le interesaba ver, ser hombre de conocimiento.
No cabe duda que a partir del contacto con don Juan la biografía de Carlos Castaneda es la historia de una conversión y de un aprendizaje lo que estas obras transmiten, como dice Octavio Paz de "Las enseñanzas de don Juan"; conversión y aprendizaje a los que Carlos Castaneda nos invita.

3. La propuesta de Carlos Castaneda: ser "hombre de conocimiento"

La propuesta de Carlos Castaneda es la propuesta de don Juan Matus.
Y según estudiamos la obra de Castaneda, bien podriamos concluir que nosotros somos a Carlos Castaneda lo que él fue a don Juan Matus. La observación es exacta. Carlos Castaneda concibe y escribe sus obras, sobre todo las que forman el primer ciclo, de tal manera, que, además del impacto que se recibe, si uno se deja, lo ubica en la experiencia de aprendizaje y discipulado que él tuvo. "…yo quería comunicar al lector, por medio de un reportaje, el drama y la inmediacidad de la situación de campo", manifiesta Castaneda a propósito del libro "Una realidad aparte. Nuevas conversaciones con don Juan".
Pues bien, así como se ha dicho que el Evangelio se puede reducir en el concepto reino de Dios, así todas las enseñanzas de don Juan se pueden resumir en el concepto y propuesta: ser hombre de conocimiento. Así lo destaca el propio Carlos Castaneda en el análisis estructural con que finaliza "Las enseñanzas de don Juan". La estructura de éstas se compondrían de cuatro conceptos o unidades, y la primera de todas es "hombre de conocimiento". Esta era la meta de sus enseñanzas, y así se lo declaró en una etapa muy temprana: "enseñar cómo llegar a ser un hombre de conocimiento". Porque para don Juan saber, aprender, es también la meta de todo ser humano, su destino y su quehacer.

"El hombre vive sólo para aprender. Y si aprende es porque ésa es la naturaleza de su suerte, para bien o para mal."
"—El deseo de aprender no es ambición —dijo—. El querer saber es nuestro destino como hombres".

"Nuestra suerte como hombres es aprender", repetirá incansablemente. Lo contrario es desperdicio y es tristeza: "… pese a lo atemorizante que sea el aprender, es más terrible pensar en un hombre sin aliado o sin conocimientos."

”Somos hombres y nuestra suerte es aprender y ser arrojados a mundos nuevos, inconcebibles.”
"…los seres vivientes existen solamente para acrecentar la conciencia de ser."

3.1. Ser "hombre de conocimiento"
Ahora bien, ¿qué es ser hombre de conocimiento? ¿en qué consiste? Ser hombre de conocimiento es lo mismo que han vivido y enseñado los grandes testigos y maestros de todas las religiones y tradiciones de sabiduría: "llegar a la totalidad de uno mismo", llegar a ser uno lo que realmente es, llegar a ser todo, lo que en sánscrito llaman “Eso” (tat tvam asi = “Eso eres tú”).

"Así pues, diré, que lo importante para un guerrero es llegar a la totalidad de uno mismo."

Es saber que en cada instante uno está rodeado de eternidad, experimentar que en cualquier dirección uno puede extenderse hasta el infinito, sentir que este momento puede ser la eternidad. "No gastes tu poder en babosadas —dijo—. Estás tratando con esa inmensidad que está allá afuera."

"Convertir en razonable esa cosa magnífica que está allá afuera no te sirve de nada.
Aquí, alrededor de nosotros, está la eternidad misma."

Ser hombre de conocimiento es conocer el mundo, las cosas, nosotros, todo, como en sí mismo es, y no como un reflejo de nuestro yo ordinario. Es conocer todo desde nuestro yo profundo, desde nuestro yo eterno. Es un conocer directo, inmediato, sin mediaciones, como un ver, pero un ver especial. Por ello con frecuencia don Juan Matus hablará a Carlos Castaneda de ver. "Desde el principio de mi aprendizaje, don Juan había descrito el concepto de “ver” como una capacidad especial que podía cultivarse y que permitía percibir la naturaleza “última” de las cosas." “Ver”, no ya sólo como condición o estado a alcanzar sino como medio, como trabajo de la percepción, fue la predilección de don Juan Matus.

Ser hombre de conocimiento es la realización más grande y más plena que se puede y debe alcanzar como ser humano. Por lo mismo es la más real, la más íntegra, la más desinteresada y gratuita, la más concreta y responsable. Don Juan Matus lo subrayará diciendo que el hombre de conocimiento vive precisamente de actuar. "Ya deberías saber a estas alturas que un hombre de conocimiento vive de actuar, no de pensar en actuar, ni de pensar qué pensará cuando termine de actuar." "Dijo que lo único que contaba era la acción, actuar en vez de hablar."

"El tonal y el nagual son dos mundos diferentes. En uno se habla, en el otro se actúa."

Se trata además de una realización que hay que conseguir aquí, en este mundo y ahora. No hay escape para la irresponsabilidad. "… mi interés ha sido convencerte de que debes hacerte responsable por estar aquí, en este maravilloso mundo, en este maravilloso desierto, en este maravilloso tiempo. Quise convencerte de que debes aprender a hacer que cada acto cuente, pues vas a estar aquí sólo un rato corto, de hecho, muy corto para presenciar todas las maravillas que existen."

En fin, ser hombre de conocimiento es desarrollar el nagual que todos somos y llevamos dentro. Somos tonal, seres que percibimos este mundo como aparece, como creemos que es, y así actuamos en él, pero somos también, y ante todo, nagual, capaces de ver el mundo y toda la realidad como la maravilla que en sí mismos mundo y realidad son. Un yo, un mundo y una realidad, profundamente reales, los más reales, pero a la vez inefables, literalmente indescriptibles e innombrables: tan trascendentes a este mundo nuestro son:
"—El nagual es la parte de nosotros para la cual no hay descripción: ni palabra, ni nombres, ni sensaciones, ni conocimiento."
Ni tampoco para el mundo que como hombres de conocimiento podemos descubrir, ni para la experiencia misma. Trasciende de tal manera el mundo del tonal que las palabras de éste no sirven para expresar la realidad que es. Y en el nagual no hay palabras, no hay conceptos, no los necesita. El nagual "Puede ser visto, pero no se puede hablar de él." Solamente se puede decir de él: existe, es. Y sin embargo es inmanente a nuestro yo, a nuestro mundo, a nuestra realidad. No existe en otra parte, sólo aquí. Es nuestro yo, nuestro mundo, nuestra realidad como son en sí mismos, en su verdadera y total realidad, en su unidad y totalidad. "No hay movimiento ninguno. ¡El hombre es sólo mente!."

¿El hombre de conocimiento, el nagual, será entonces Dios? Si con el Pseudo-Dionisio convenimos que Dios es innombrable,(obviamente, nos referimos a Dioniso el Aeropagita) y por lo mismo que el mejor nombre de Dios es el "Sin-Nombre", podríamos decir que sí. Pero si lo nombramos, haciendo de él un concepto, entonces es producto de nuestro tonal y Dios no es nagual, como le aclara don Juan Matus a Carlos Castaneda: "No dije eso [“que Dios no existe”]. Sólo dije que el nagual no era Dios, porque Dios es un objeto de nuestro tonal personal y del tonal de los tiempos. El tonal es, como ya dije, todo lo que creemos que es parte del mundo, incluyendo a Dios, por supuesto. Dios no tiene otra importancia que la de ser parte del tonal de nuestro tiempo." Y por otra parte, del nagual puede decirse con rigor lo que dijo la Gorda (Elena): "El mundo del Nagual es el reino de los cielos"

Pero, aún y con todo lo que de trascendental tiene esta meta, ser hombre de conocimiento, es en su concepción y propuesta una "meta operatoria", total y eminentemente operatoria, es decir, es en su naturaleza misma una propuesta para ser realizada. Y de ello es plenamente consciente Carlos Castaneda, así como de su importancia.

Ser hombre de conocimiento es una propuesta no para ser creída y racionalizada, sino para ser comprendida y realizada, para ser experimentada. Esto es algo que de raíz le diferencia de la religión y de la moral. Estas deben su origen a una revelación hecha con autoridad que, interiorizadas, revelación y autoridad, generan aceptación y voluntad de cumplimiento. Pero no generan experiencia real aquí y ahora. Es una promesa no controlada de algo, tampoco controlado, que siempre se pospone, que siempre es cuestión de esperanza y de fe.

Ser hombre de conocimiento es el desarrollo verificable de una posibilidad, también verificable, que todos como seres humanos tenemos. Es una meta alcanzable y a alcanzar en esta vida y en este mundo, no en otra vida posterior o en otro mundo diferente. La religión y la moral con sus estructuras de promesa, inherente a la aceptación, crean siempre la sensación de que hay tiempo por delante, de que hay otra vida, otra u otras posibilidades de llegar a ser lo que hay que ser. En la estructura hombre de conocimiento esto no es posible. No hay más vida ni tiempo que éstos, los de aquí y ahora. Por lo tanto tiene que concebirse y presentarse como una propuesta operatoria. Y así lo es. Ser hombre de conocimiento es la condición o estado humano a lograr en la única vida que tenemos. Por lo mismo, como le repetirá hasta la saciedad don Juan a Carlos Castaneda, no es tanto cuestión de hablar como de actuar.

"Deseo entrar en el otro mundo (declara la Gorda a Carlos Castaneda) estando aún viva, de acuerdo con las propuestas del Nagual. Para hacerlo necesito únicamente la fuerza de mi espíritu. Necesito mi plenitud. ¡Nada puede apartarme de ese mundo! ¡Nada!"

3.2. Algunas implicaciones
Para entender aún más la naturaleza de esta propuesta, veamos sus implicaciones. Como se puede comenzar a entrever, son muchas. Para comenzar, Carlos Castaneda descompone la exigencia ser hombre de conocimiento en siete subunidades o conceptos componentes, que se pueden resumir en dos: aprendizaje y esfuerzo. O en formulación más explícita, ser hombre de conocimiento es un asunto de aprendizaje, y para llegar a serlo hay que ser y comportarse como guerreros, hay que ser un guerrero.
El mero listado de las subunidades, con excepción de la última, expresa por sí solo de qué se trata:
1) llegar a ser hombre de conocimiento era asunto de aprendizaje;
2) un hombre de conocimiento poseía intención rígida;
3) un hombre de conocimiento poseíaclaridad de mente;
4) llegar a ser hombre de conocimiento era asunto de labor esforzada;
5) un hombre de conocimiento era un guerrero;
6) llegar a ser hombre de conocimiento era un proceso incesante;
7) un hombre de conocimiento tenía un aliado.


En primer lugar y para comenzar, llegar a ser hombre de conocimiento es asunto de aprendizaje. Ser hombre de conocimiento, llegar como ser humano a la condición humana más grande y en cierta manera más difícil posible, no es algo que se reciba pasivamente, es algo que se aprende; es algo que se logra conociendo y aplicando el conocimiento. Que esto es lo que significa aprendizaje: la adquisición de un dominio, de una maestría, de un arte, de una capacidad, de una condición. En este caso, repetimos, la condición humana más sublime que se pueda soñar. Es algo que hay que comprender en qué consiste, saber que se puede producir o lograr, saber cómo hacerlo y hacerlo cuantas veces se quiera. Aquí está la diferencia para don Juan Matus entre los místicos religiosos y los que él llama los "nuevos videntes". En los primeros el ver es una experiencia fortuita, los segundos son capaces de ver el "molde del hombre" cuantas veces quieran.
Y cuando no se trata de místicos, el resultado es aún más mediocre:

"La diferencia es que los videntes ven cómo el Aguila confiere la conciencia
a través de sus emanaciones y
los hombres religiosos no ven cómo Dios confiere la vida través del amor."

Ahora se puede comprender mejor por qué podemos calificar la propuesta general de don Juan Matus y de Carlos Castaneda como una propuesta religiosa o de espiritualidad, laica, y que a la vez ellos lo nieguen, porque no se trata de religión o espiritualidad tal como las conocemos. La de Juan Matus y Carlos Castaneda es una propuesta operatoria, y la de la religión y espiritualidad, no. Estas sólo entrevén, intuyen, apuntan y prometen lo que sólo el conocimiento como propuesta asegura y garantiza.

En segundo lugar, para ser hombre de conocimiento hay que ser guerrero. Un hombre de conocimiento es un guerrero. Ser hombre de conocimiento es una meta alcanzable, pero hay que alcanzarla, y para ello se necesita tener la disposición, el valor, las actitudes y las cualidades de un guerrero. Hay que ser esforzado, de intención rígida, tener claridad de mente y un propósito bien claro. El guerrero se define por su comportamiento en la batalla. Según la expresión clásica de don Juan Matus:
"—Un hombre va al conocimiento como va a la guerra: bien despierto, con miedo, con respeto y con absoluta confianza. Ir de cualquier otra forma al conocimiento o a la guerra es un error, y quien lo cometa corre el riesgo de no sobrevivir para lamentarlo."
Tan exigente es llegar a ser hombre de conocimiento. Hay que ser guerrero, no se puede llegar de otra manera.

Bien despierto, totalmente claro, plenamente consciente de lo que emprende y, para ello, sano, sobrio, fuerte. Pero con miedo. En verdad, puede ser que muera en ella y sea su última batalla. El guerrero sabe que en cualquier momento puede morir. Por ello tiene siempre la muerte presente, es su compañera, lo fortalece. Tiene que entrar a cada batalla, tiene que vivir cada momento, como si fue la última. Y con respeto. Valorando retos, obstáculos y fuerzas, almacenando energía, calculando las fuerzas. El hombre guerrero es todo lo contrario de un hombre temerario. Este en el fondo tiene miedo, es orgulloso, y, víctima del miedo y del orgullo, se lanza de forma tan exhibicionista como no calculada y perece, es derrotado. Es víctima de su “yo”. El guerrero tiene miedo pero lo supera, supera su “yo” y, superado éste, no tiene otro propósito que el de actuar «impecablemente»,y así actúa, sin miedo, sin interés, ejecutando una obra de arte. Muerto a sí mismo, no le preocupa ya la muerte, la derrota. Para él todo es gane, incluso si muere, porque para él hasta la derrota se convierte en victoria. Como dice sugestivamente don Juan, el guerrero danza delante de la muerte. Y es que, en el fondo, el guerrero no muere. "Los brujos no mueren... Y así bailarás ante tu muerte aquí, en la cima de ese cerro, al acabar el día... Y tu muerte se sentará aquí a observarte."

Para ello el guerrero es disciplinado, es frugal, practica el desapego, vive con las cosas mínimas necesarias, ama y quiere apasionadamente36 pero sin "preocuparse", no está apegado a nada ni a nadie, es totalmente libre y sólo ansía la libertad total.

"Esta es la predilección de los guerreros –dijo–. Esta tierra, este mundo. Para un guerrero no puede haber un amor más grande."

Acepta siempre la responsabilidad de sus actos, practica el "desatino controlado",(Es la «santa indiferencia» de la que hablaba San Francisco de Sales), gracias al cual puede vivir plenamente cada momento y cada realidad, porque para él todas las cosas son iguales, no hay cosas más importantes que otras; y llega a superar su importancia personal, uno de los mayores obstáculo, si no el mayor, al conocimiento. Puesto que, en palabras de don Juan, "Los guerreros se preparan para tener conciencia, y la conciencia total sólo les llega cuando ya no queda en ellos nada de importancia personal. Sólo cuando no son nada se convierten en todo."38 Sentencia esta última que recuerda las del Maestro Eckhart. Dice Eckhart: "Mientras yo sea esto o aquello, o tenga esto o aquello, no lo soy todo, ni lo tengo todo. Hazte puro hasta que no seas ni tengas esto o aquello; entonces serás omnipresente y, no siendo esto ni aquello, lo serás todo."

Por último, el guerrero tiene que tomar su decisión, así como los caminos que conducen a ser hombre de conocimiento, de una manera convencida y gozosa, siempre libre de miedo y de ambición. A esta actitud y valoración se refiere don Juan Matus cuando habla de "camino con corazón", cosa que hay que preguntarse siempre ante cualquier camino, y si lo vamos a seguir "con corazón", de manera gozosa, con toda confianza, sin reservas. Pues "Ningún camino lleva a ninguna parte, pero uno tiene corazón y el otro no. Uno hace gozoso el viaje; mientras lo sigas eres uno con él. El otro te hará maldecir tu vida. Uno te hace fuerte; el otro debilita."





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