martes, 11 de septiembre de 2007

Detener el diálogo interno.

"El diálogo interior se interrumpe como ha comenzado, por un acto de la voluntad.
Cada vez que el diálogo cesa, el mundo se desploma y salen a la superficie facetas extraordinarias de nosotros mismos, como si nuestras palabras las hubieran tenido bajo guardia. Eres como eres porque te dices a tí mismo que eres así".

El mundo es así como es sólo porque hablamos con nosotros mismos acerca de que es así como es. Cambiar nuestra idea del mundo es la clave de la brujería. Y la única manera de lograrlo es parar "el diálogo interno".

"Una de las cosas que nos ocurren es que nos estamos hablando continuamente acerca de las cosas. Acerca de nosotros, del mundo, de las personas. Entonces etiquetamos, ponemos distinciones, opinamos, generamos un juicio".


Según lo expresado por el Brujo Don Juan Matus, el diálogo interno no es otra cosa que el continuó decirnos a nosotros mismos, a través de la razón, que el mundo es así o de otra manera y que nosotros somos de esta forma especial en que somos. El diálogo interno no es más que el torrente de pensamientos que está forzando a "la realidad", para que ésta se ajuste a nuestra forma de pensar. Este es el motivo por el cual los hombres comunes y corrientes, siempre se la pasan peleados o aburridos con "el mundo", pues el mundo es para ellos nada más que un montón de ideas.

Según Don Juan, suspender el diálogo interno (detener nuestras ideas de cómo es el mundo y cómo somos nosotros) es la clave de la brujería. Este hecho posibilita nada más ni menos que el pasaje a "la otra realidad" a percibir "los otros mundos" .

Parar el diálogo interno, posibilitaría dejar de gastar energía en el sostenimiento del mundo como "objetos y conceptos" que se ajustan a nuestra razón, y este ahorro sustancial de energía posibilitaría al guerrero " percibir la energía tal como fluye en el universo", libre de las limitaciones que proporcionan la razón y los 5 sentidos.

En verdad, nos pasamos la vida hablándonos incesantemente a nosotros mismos acerca de nuestro mundo, y este parloteo constante, nos roba una desmesurada cantidad de energía . Cuando aprendemos a parar este diálogo interno, el mundo cesa y se desploma; y salen a la superficie facetas extraordinaria de nosotros mismos, como si nuestras palabras la hubieran tenido bajo guardia. Somos como somos, porque nos decimos a nosotros mismos quienes somos. De ahí que repitamos las mismas elecciones una y otra vez, hasta el día de nuestra muerte, cuando en verdad hay una infinita variedad de elecciones por hacer, y que no realizamos, por estar "definidos" por este "habladuría constante, que nos limita y nos encuadra.

Ahora bien.....cuál es la forma o el método más adecuado, para conseguir detener este diálogo???

Don Juan decía que el modo de terminar con nuestro diálogo interno es utilizar exactamente el mismo método mediante el cual nos enseñaron a hablar con nosotros mismos: fuimos enseñados compulsiva y sostenidamente, y así es como debemos detenerlo: compulsiva y sostenidamente.

El detener el diálogo interno, como un medio para poder conectarnos con nuestra "contraparte divina", nuestro "yo superior" o como prefieran llamarlo, es una práctica contemplada también en diversidad de religiones tales como la misma Iglesia Católica, en el Budismo, en el hinduismo etc. y enseñada también en las escuelas de carácter esotérico, su importancia es primordial, ya que posibilita "desconectarnos" del ego, el cual se ha convertido en un guardián implacable, que "filtra" toda percepción, que no provenga de la razón o de los sentidos, eliminando todo intento del "nagual" por manifestarse en "esta realidad".

El diálogo interno está sumamente relacionado con la llamada "historia personal", ya que mediante esta, llegamos a concebir al mundo y a nosotros mismos de una manera determinada. Pongamos por ejemplo a un niño de corta edad: su historia personal está limitada a el conocimiento que tiene de su nombre, de sus padres y de su entorno más cercano: humanos, parientes. Todavía no fue a la escuela, o sea que no tiene aún prejuicio alguno en materia de conocimientos y razonamientos, por lo tanto puede percibir sin dificultad a seres tales como a elementales de la naturaleza por ejemplo, pero sus mayores le dicen que eso no existe, que ese tipo de "fantasía" no está bien visto, y terminan por eliminar este "contacto". Cuando va a la escuela y aprende "la ciencia y la lógica", termina por desechar totalmente todo aquello que no se enmarque en estos preceptos "científicos". Va creando su mundo a través de la razón y de la palabra: los pilares del ego para construir esta realidad física.

A través del diálogo interno, "nos estabilizamos" en esta realidad, fijamos nuestro punto de encaje en una posición inamovible, que nos permite percibir solamente lo que nuestro ego considera "razonable y lógico. " Mover este punto de encaje es uno de los logros máximos del guerrero

El guerrero tiene que “parar el mundo”, deteniendo su diálogo interno, ese diálogo a través del cual se alimenta y refuerza la descripción del mundo. El mundo es así como es porque hablamos con nosotros mismos acerca de que es así como es; y luego acumulamos recuerdos sobre ello. Para ayudar a detener el diálogo interno, Don Juan le dice a Carlos que tiene que borrar su historia personal. ¿Qué significa esto?, no depender de todas las formas mentales que se han creado en torno a nuestra persona, provenientes de los demás y de nosotros mismos. Todos cuantos nos conocen tienen una idea de nosotros, y nosotros alimentamos esa idea con nuestros actos, y esto, en cierto modo, nos esclaviza. Los que nos conocen nos dan por hechos, y desde ese momento nos resulta difícil romper el lazo de sus pensamientos. Aunque también nos esclaviza la imagen que tenemos sobre nosotros mismos.

Nos hablamos incesantemente a nosotros mismos acerca de nuestro mundo. De hecho, mantenemos nuestro mundo con nuestro diálogo interno. Y cuando dejamos de hablarnos sobre nosotros mismos y nuestro mundo, el mundo es siempre como debería ser. Con nuestro diálogo interno lo renovamos, lo encendemos de vida, lo sostenemos. No sólo eso, sino que también escogemos nuestros caminos al hablarnos a nosotros mismos. De ahí que repitamos las mismas elecciones una y otra vez hasta el día en que morimos, porque continuamos repitiendo el mismo diálogo interno una y otra vez hasta el preciso momento de la muerte. Un guerrero es consciente de ello y lucha por detener su diálogo interno.
El mundo es todo lo que hay aquí encerrado: la vida, la muerte, la gente y todo lo demás que nos rodea. El mundo es incomprensible. Jamás lo entenderemos; jamás desentrañaremos sus secretos. Por eso, debemos tratarlo como lo que es: un absoluto misterio.

Las cosas que la gente hace no pueden, bajo ninguna condición, ser más importantes que el mundo. De modo que un guerrero trata el mundo como un misterio interminable, y lo que la gente hace, como un desatino sin fin.


Articulos relacionados:
El arte del silencio interior.
Cómo no pensar.


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- Parar el mundo.

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Las enseñanzas de don Juan.

La importancia personal.

"Mientras te sientas lo más importante del mundo, no puedes apreciar en verdad el mundo que te rodea. Eres como un caballo con anteojeras: nada más te ves tú mismo, ajeno a todo lo demás".
"El mayor enemigo del hombre es la importancia personal. Lo que lo debilita es sentirse ofendido por lo que hacen o dejan de hacer sus semejantes. La importancia personal requiere que uno pase la mayor parte de su vida ofendido por algo o alguien."

Los videntes, antiguos y nuevos, se dividen en dos categorías. La primera queda integrada por aquellos que están dispuestos a ejercer control sobre sí mismos. Esos videntes son los que pueden canalizar sus actividades hacia objetivos pragmáticos que beneficiarían a otros videntes y al hombre en general. La otra categoría está compuesta de aquellos a quienes no les importa ni el control de sí mismos ni ningún objetivo pragmático. Se piensa de manera unánime entre los videntes que estos últimos no han podido resolver el problema de la importancia personal.

-La importancia personal no es algo sencillo e ingenuo, explicó. Por una parte, es el núcleo de todo lo que tiene valor en nosotros, y por otra, el núcleo de toda nuestra podredumbre. Deshacerse de la importancia personal requiere una obra maestra de estrategia. Los videntes de todas las épocas han conferido las más altas alabanzas a quienes lo han logrado.
Me quejé de que, aunque a veces me parecía muy atractiva, la idea de erradicar la importancia personal me era realmente incomprensible; le dije que sus directivas y sugerencias para deshacerse de ella eran tan vagas que no había modo de implementarlas.
-Estoy ya cansado de repetirte -dijo-, que para poder seguir el camino del conocimiento uno tiene que ser muy imaginativo. Como lo estás comprobando tú mismo, todo está oscuro en el camino del conocimiento. La claridad cuesta muchísimo trabajo, muchísima imaginación.
Mi zozobra me hizo argüir que sus amonestaciones sobre la importancia personal me recordaban a los catecismos. Y si algo era odioso para mí era el recuerdo de los sermones acerca del pecado. Los encontraba yo siniestros.
-Los guerreros combaten la importancia personal como cuestión de estrategia, no como cuestión de fe -repuso-. Tu error es entender lo que digo en términos de moralidad.
-Yo lo veo a usted como un hombre de gran moralidad -insistí.
-Lo que tú estas viendo como moralidad es simplemente mi impecabilidad -dijo.
-El concepto de la impecabilidad, así como el de deshacerse de la importancia personal, es un concepto demasiado vago para serme útil -le comenté.
Don Juan se atragantó de risa, y yo lo desafié a que explicara la impecabilidad.
-La impecabilidad no es otra cosa que el uso adecuado de la energía -dijo-. Todo lo que yo te digo no tiene un ápice de moralidad. He ahorrado energía y eso me hace impecable. Para poder entender esto, tú tienes que haber ahorrado suficiente energía, o no lo entenderás jamás.
Durante largo tiempo permanecimos en silencio. Yo quería pensar en lo que había dicho. De repente, comenzó a hablar de nuevo.
-Los guerreros hacen inventarios estratégicos -dijo-. Hacen listas de sus actividades y sus intereses. Luego deciden cuáles de ellos pueden cambiarse para, de ese modo, dar un descanso a su gasto de energía.
Yo alegué que una lista de esa naturaleza tendría que incluir todo lo imaginable. Con mucha paciencia me contestó que el inventario estratégico del que hablaba sólo abarcaba patrones de comportamiento que no eran esenciales para nuestra supervivencia y bienestar.
Yo aproveché la oportunidad para señalarle que la supervivencia y el bienestar eran categorías que podían interpretarse de incontables maneras. Le argüí que no era posible ponerse de acuerdo sobre lo que era o no era esencial para nuestra supervivencia y bienestar.
Conforme seguí hablando, comencé a perder mi impulso original. Finalmente, me detuve porque me di cuenta de la inutilidad de mis argumentos. Me di cuenta de que don Juan estaba en lo cierto cuando decía que mi pasión era hacerme el difícil.
Don Juan dijo entonces que en los inventarios estratégicos de los guerreros, la importancia personal figura como la actividad que consume la mayor cantidad de energía, y que por eso se esforzaban por erradicarla.
-Una de las primeras preocupaciones del guerrero es liberar esa energía para enfrentarse con ella a lo desconocido -prosiguió don Juan-. La acción de recanalizar esa energía es la impecabilidad.
Dijo que la estrategia más efectiva fue desarrollada por los videntes de la Conquista, los indiscutibles maestros del acecho, y que consiste en seis elementos que tienen influencia recíproca. Cinco de ellos se llaman los atributos del ser guerrero: control, disciplina, refrenamiento, la habilidad de escoger el momento oportuno y el intento. Estos cinco elementos pertenecen al mundo privado del guerrero que lucha por perder su importancia personal. El sexto elemento, que es quizás el más importante de todos, pertenece al mundo exterior y se llama el pinche tirano.
“El fuego interno” de Carlos Castaneda.


En "El conocimiento silencioso" don Juan dice: "Sin una visión clara de la muerte, no hay orden, no hay sobriedad, no hay belleza. Los brujos se esfuerzan sin medida por tener su muerte en cuenta, con el fin de saber, al nivel más profundo, que no tienen ninguna otra certeza sino la de morir. Ese conocimiento da a los brujos el valor de tener paciencia sin dejar de actuar; les da, asimismo, el valor de acceder, el valor de aceptar todo sin caer en la estupidez y, sobre todo, les otorga el valor para no tener compasión ni entregarse a la importancia personal". En otro momento expresa: "Los brujos dicen que la muerte es nuestro único adversario que vale la pena. La muerte es quien nos reta y nosotros nacemos para aceptar ese reto, seamos hombres comunes y corrientes o brujos. La diferencia es que los brujos lo saben y los hombres comunes y corrientes no".

Este concepto de la muerte como el gran adversario que nos infunde de valor y paciencia para actuar sin entregarnos a la importancia personal o ego-centrismo nos hace ver a la muerte como un maestro que nos saca de nuestro in-consciente escondite y nos abre a la verdad de la vida y del universo.

Reflexionemos sobre ello. A poco que pensemos, hemos de llegar a darnos cuenta de que en realidad ignoramos quienes somos, es decir, cuándo nos preguntan sobre nuestra identidad respondemos con una diversa variedad de elementos que hemos coleccionado con el fin de definirnos a nosotros mismos (por ejemplo, soy uruguayo, psicólogo, hombre, etc.). Pero cuando todas esas cosas se nos quitan, ¿tenemos idea de quienes somos en realidad sin y detrás de todos esos agregados?.

Además, nos identificamos con nuestro cuerpo y con nuestra muerte, pero que sucederá cuando ya no estén presentes, ¿son estos dos elementos sostenes seguros y confiables de nuestro ser y de nuestra identidad?

Para no hacer frente a estas interrogantes, buscamos y exigimos vivir según un plan pre-establecido, por ejemplo, estudiar, trabajar, formar una familia, etc., etc., de manera de vivir de forma acelerada, ocupando el tiempo con responsabilidades y con cosas materiales.

En una palabra, si deseamos dejar de una vez por todas que la vida nos viva a nosotros y en cambio vivir nosotros la vida (valga la perogrullada), debemos empezar por aceptar la muerte como una gran maestra que continuamente nos susurra al oído: "Carpe diem", es decir, vive la vida en el aquí y ahora, sin dejar situaciones inconclusas, pues no sabemos que llegará primero, si la muerte o el próximo día.

¿Es esta una visión pesimista de la vida, que nos sume en la angustia y el terror continuos? Muy por el contrario. Nos permite una vida plena y fluida, pues al no saber en que momento ha de llegarnos el momento último, evitamos por un lado el dejar asuntos pendientes y minimizamos nuestra personal importancia, y por otro lado, buscamos mantener una comunicación plena y sincera con quienes y con lo que nos rodea, expresando en forma continua un profundo respeto y amor por todo y todos.

Al ser conscientes de que nada es permanente, de que como dijera Lavoisier, nada se pierde sino que todo se transforma, despertamos al hecho de que nada es independiente sino que todo es inter-dependiente con todo y todos. Somos in-dividuos pero también estamos en común-unión y por consiguiente, nuestra más insignificante motivación, acción y/o palabra tiene consecuencias reales en todos los niveles del universo y en todos sus tiempos.

Ergo, hemos de vivir en el aquí y ahora, en el momento presente pues el pasado ha dejado de existir como tal y ahora es parte del presente, y el futuro es algo incierto aunque fecundo y lleno de posibilidades, pero cuya plenitud depende del momento actual; el futuro nace junto con el momento presente y muere con él.

Y así hemos de aprender a ser lo que don Juan llamaba un "hombre de conocimiento", un guerrero espiritual que vive su vida desde y con "impecabilidad".

¿Qué significa lo anteriormente expuesto?, pues nada que menos que comprender que las crisis, el sufrimiento y las dificultades son puntos de inflexión en nuestras aletargadas existencias; son verdaderas oportunidades para transformarnos de y en forma íntegra, dándonos cuenta de la impermanencia de todo y aprendiendo así a aceptar los cambios. Como refiriera Heráclito de Efeso, no nos lavamos las manos dos veces en el mismo río.

Afortunadamente, la importancia personal tiene un punto débil: Depende del reconocimiento para subsistir.
Si no damos importancia a la importancia personal, ésta se acaba.

La importancia que nos concedemos en cada una de las cosas que hacemos, decimos o pensamos, embota todos nuestros sentidos y nos impide percibir la vida de forma clara y objetiva.

Según Carlos Castañeda, somos como pájaros atrofiados. Nacemos con todo lo necesario para volar, pero estamos permanentemente obligados a dar vueltas en torno a nuestro ego. La cadena que nos aprisiona es la importancia personal.
El camino para convertir a un ser humano normal en un guerrero es muy arduo. Siempre interviene nuestra sensación de estar en el centro de todo, de ser necesarios y tener la última palabra. Nos sentimos importantes. Y cuando la persona es importante, cualquier intento de modificación se convierte en un proceso lento, complicado y doloroso.
Después de experimentar durante siglos situaciones que “filtran” nuestros modos de percibir el mundo, pasamos a considerar que estamos obligados a vivir en una única realidad. Pero el universo está construido con principios muy maleables, que pueden acomodarse en formas casi infinitas de percepción.

A partir de esta “simplificación” humana, fijamos nuestra atención en apenas uno de esos niveles, amoldándonos a él y aprendiendo a sentirlo como si fuese único. Así ha surgido la idea de que nosotros vivimos en un mundo exclusivo y, por consiguiente, se ha generado el sentimiento de ser un ‘yo’ individual.
No hay duda de que la descripción que nos han dado de la realidad es una posesión valiosa, y ha venido permitiendo que crezcamos como personas normales en una sociedad modelada para esa “simplificación”. Para ello hemos tenido que aprender a “desnaturalizar”, o sea, a hacer lecturas selectivas del enorme volumen de informaciones que llegan a nuestros sentidos. No obstante, una vez que esas lecturas filtradas se convierten en “la realidad”, la fijación de la atención funciona como un “anteojo”, pues nos impide tomar conciencia de nuestras increíbles posibilidades.

Don Juan sostenía que el límite de la percepción humana es la timidez. Para poder manipular el mundo que nos rodea, hemos tenido que renunciar a nuestro patrimonio perceptivo que es la posibilidad de testimoniarlo todo. De ese modo, hemos sacrificado el vuelo de la consciencia por la seguridad de lo conocido. Podemos vivir vidas fuertes, audaces, saludables; podemos ser guerreros impecables, ¡pero no lo osamos!
Nuestra herencia es una casa estable donde vivir, pero nosotros la hemos transformado en una fortaleza para la defensa del yo, mejor dicho, en una cárcel donde hemos condenado a nuestra energía a consumirse en cadena perpetua. Nuestros mejores años, sentimientos y fuerzas se van en el arreglo y mantenimiento de aquella casa porque acabamos por identificarnos con ella. Cuando una criatura se convierte en un ser social, adquiere una falsa convicción de su propia importancia. Y aquello que al principio era un sentimiento saludable de auto-preservación, acaba por transformarse en una ególatra exigencia de atención.

La importancia personal, de los regalos que hemos recibido, es el más cruel. Convierte a una criatura mágica y llena de vida en un orgulloso asustado y con miedo de ser feliz.
Debido a la importancia personal estamos llenos de rencores, envidias, miedos, culpas y frustraciones.
Nos dejamos guiar por los sentimientos de indulgencia y huimos del importante SERVICIO del auto-conocimiento, con pretextos como la pereza, el mayor enemigo de la espiritualidad. Por detrás de todo esto está una ansiedad que intentamos silenciar con un diálogo interno cada vez más denso y menos natural.

La importancia personal es homicida, trunca el libre flujo de la energía, y esto es fatal. Ella es la responsable por nuestro final como individuos. Cuando aprendemos a dejar la importancia personal a un lado, el espíritu se abrirá, jubiloso, como el ave al ser puesta en libertad.
Para combatir la importancia personal, el primer paso es saber que ella está ahí. Reconocer sus escondrijos, sus “gafas oscuras” y sus “coladeros” ya es medio camino andado.
Así, toma una cartulina y escribe: ¡La importancia personal mata! Cuélgala en un lugar bien visible para ti. Lee esta frase diariamente, intenta acordarte de ella en tu trabajo, medita acerca de ella. Tal vez llegue el momento en que su significado penetre en tu interior y te decidas a hacer algo. El darse cuenta es ya por si una gran ayuda.

La importancia personal se alimenta de nuestros sentimientos, que pueden ir desde el deseo de estar bien y ser aceptado por los demás, hasta la arrogancia y el sarcasmo. Pero tu área de acción favorita es la compasión por ti mismo y por los demás. De forma que para acecharla, tenemos, sobre todo, que descomponer nuestros sentimientos en sus mínimas partículas, descubriendo sus fuentes de nutrición.
Pregúntate: ¿Por qué me tomo tan en serio? ¿Cuán apegado estoy? ¿A qué dedico mi tiempo? Estas son cosas que podemos comenzar a modificar, acumulando energía suficiente para liberar un poquito de atención. Y eso, a su vez, permitirá que entremos más en el ejercicio.
Por ejemplo, comienza a dedicar más de tu tiempo a hacer ejercicios físicos, a recapitular tu historia, a permanecer más en soledad y a ser tu mejor compañía. Observa y reevalúa los alimentos que aprecias ingerir. Parece algo sencillo, pero con esas prácticas nuestro panorama sensorial se redimensiona. Recuperamos algo que siempre ha estado ahí y que dábamos por perdido.

A partir de esas pequeñas modificaciones, podemos analizar elementos más difíciles de detectar, en los cuales nuestra vanidad se proyecta hasta la demencia. Por ejemplo: ¿cuáles son mis convicciones? ¿Me considero inmortal? ¿Soy especial? ¿Merezco que me consideren? Este tipo de análisis entra en el campo de las creencias, la neta fortaleza de los sentimientos. Así, se debe emprender este análisis a través del silencio interno, estableciendo un fervoroso compromiso con la honradez. Caso contrario, la mente hará uso de todo tipo de justificativas.
Carlos Castañeda afirmaba: “Un modo de definir la importancia personal es el entenderla como la proyección de nuestras debilidades a través de la interacción social. Es algo así como los gritos y actitudes prepotentes que adoptan algunos animales pequeños para disimular el hecho de que en realidad ellos no tienen defensas. Somos importantes porque tenemos miedo, y cuanto más miedo, más ego”.

La información de que necesitamos para ampliar nuestra consciencia se oculta en los lugares más fáciles. Si no estuviésemos tan rígidos (importantes) como normalmente nos ponemos, todo en nuestro entorno nos contaría secretos increíbles. Solamente tenemos que abrir nuestros sentidos/percepciones, que inicialmente están instalados en nuestro cuerpo físico, dependientes del buen funcionamiento de los 5 sistemas excretores que son: pulmón, hígado, riñones, intestinos y piel.
Una vez desintoxicados, o mejor, buscando esta desintoxicación diariamente, se vuelve cada vez más fácil acceder al conocimiento, que inicialmente puede llegarnos despacito, pero la fuerza del desapego constante nos conducirá al despertar.
Conceição Trucom

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Las enseñanzas de don Juan.

Las Emanaciones del Aguila.

Según Don Juan lo que constituye "el mundo" son las emanaciones del Águila; los antiguos videntes, a través de las plantas de poder y de cientos de años de experimentos y fracasos lograron ver la fuerza que es el origen de todo. A esta fuerza le llamaron el Águila porque, al vislumbrarla brevemente, le encontraron parecido a un águila blanca y negra de tamaño infinito. Pero ni es un águila ni se parece a ella; es sólo una forma de humanizar o conceptualizar algo que es imposible de describir.

Los antiguos videntes también descubrieron que, debido a nuestra consciencia de ser, creemos que nos rodea un mundo de objetos, pero que en realidad son las emanaciones del Aguila, fluidas, en movimiento, inalterables, eternas. El Águila otorga la consciencia de ser para que la desarrollemos y acrecentemos a través de nuestra vida pero, al final de ella, nuestra consciencia de ser es devorada o absorbida por el Águila (la fuerza, el infinito, lo total). Para los antiguos videntes la razón de la existencia de los seres humanos entre otros seres vivos es desarrollar y acrecentar la consciencia de ser, y esta energía que produce la consciencia de ser es requerida por el Águila.

Pero finalmente, como dice Don Juan, no existen ni Águila ni emanaciones, sino algo que ningún ser vivo puede comprender. Sin embargo, el Águila y las emanaciones son algo tanreal para los toltecas y la Toltequidad como para uno lo puede ser el tiempo o la fuerza de la gravedad.

Recibir el Don del Águila es la meta final de los videntes; es la libertad total o la consciencia total.

Don Juan me explicó que el mundo que percibimos no tiene existencia trascendental. Como estamos familiariza­dos con él creemos que lo que percibimos es un mundo de objetos que existen tal como los percibimos, cuando en rea­lidad no hay un mundo de objetos, sino, más bien, un universo de emanaciones del Águila.

Esas emanaciones representan la única realidad inmuta­ble. Es una realidad que abarca todo lo que existe, lo per­ceptible y lo imperceptible, lo cognocible y lo incognocible. ( o bien lo Imperceptible , lo que se puede conocer y lo que no s epuede conocer)

Los videntes que ven las emanaciones del Águila las llaman mandatos a causa de su fuerza apremiante. Todas las criaturas vivientes son apremiadas a usar las emanaciones, y las usan sin llegar a saber lo que son. El hombre común y corriente las interpreta como la realidad. Y los videntes que ven las emanaciones las interpretan como la regla.

A pesar de que los videntes ven las emanaciones, no tienen manera de saber qué es lo que están viendo. En vez de enderezarse con conjeturas superfluas, los videntes se ocupan en la especulación funcional de cómo se pueden interpretar los mandatos del Águila. Don Juan sostenía que intuir una real­idad que trasciende el mundo que percibimos se queda en el nivel de las conjeturas; no le basta a un guerrero conjeturar que los mandatos del Águila son percibidos instantáneamente por todas las criaturas que viven en la tierra, y que ninguna de ellas los perciben de la misma manera. Los guerreros deben tratar de presenciar el flujo de emanaciones y "ver" la manera como el hombre y otros seres vivientes lo usan para construir su mundo perceptible.

Cuando propuse utilizar la palabra "descripción" en vez de emanaciones del Águila, don Juan me aclaró que no estaba haciendo una metáfora. Dijo que la palabra descripción connota un acuerdo humano, y que lo que percibimos emer­ge de un mandato en el que no cuentan los acuerdos humanos.

La atención es lo que nos hace percibir las emanaciones del Águila como el acto de "desnatar"


A los desnates les da sentido el primer anillo de poder.

Don Juan decía que el primer anillo de poder es la fuer­za que sale de las emanaciones del Águila para afectar exclusi­vamente a nuestra primera atención. Explicó que se le ha re­presentado como un "anillo" a causa de su dinamismo, de su movimiento ininterrumpido. Se le ha llamado anillo "de po­der" debido, primero, a su carácter compulsivo, y, segundo, a causa de su capacidad única de detener sus obras, de cam­biarlas o de revertir su dirección.

El carácter compulsivo se muestra mejor en el hecho de que no sólo apremia a la primera atención a construir y perpetuar desnates, sino que exige un consenso de todos los participantes. A todos nosotros se nos exige un completo acuerdo sobre la fiel reproducción de desnates, pues la conformidad al primer anillo de poder tiene que ser total.

Precisamente esa conformidad es la que nos da la certeza de que los desnates son objetos que existen como tales, in­dependientemente de nuestra percepción. Además, lo com­pulsivo del primer anillo de poder no cesa después del acuer­do inicial, sino que exige que continuamente renovemos el acuerdo. Toda la vida tenemos que operar como si, por ejem­plo, cada uno de nuestros desnates fueran perceptualmente los primeros para cada ser humano, a pesar de lenguajes y de culturas, Don Juan concedía que aunque todo eso es dema­siado serio para tomarlo en broma, el carácter apremiante del primer anillo de poder es tan intenso que nos fuerza a creer que si la "montaña" pudiera tener una conciencia propia, ésta se consideraría como el desnate que hemos aprendido a cons­truir.

La característica más valiosa que el primer anillo de po­der tiene para los guerreros es la singular capacidad de in­terrumpir su flujo de energía, o de suspenderlo del todo. Don Juan decía que ésta es una capacidad latente que existe en todos nosotros como unidad de apoyo. En nuestro estrecho mundo de desnates no hay necesidad de usarla. Puesto que es­tamos tan eficientemente amortiguados y escudados por la red de la primera atención, no nos damos cuenta, ni siquiera vagamente, de que tenemos recursos escondidos. Sin embargo, si se nos presentara otra alternativa para elegir, como es la opción del guerrero de utilizar la segunda atención, la capaci­dad latente del primer anillo de poder podría empezar a fun­cionar y podría usarse con resultados espectaculares.

Don Juan subraya que la mayor hazaña de los brujos es el proceso de activar esa capacidad latente; él lo llamaba blo­quear el intento del primer anillo de poder. Me explicó que las emanaciones del Águila, que ya han sido aisladas por la primera atención para construir el mundo de todos los días, ejerce una presión inquebrantable en la primera atención. Para que esta presión detenga su actividad, el inten­to tiene que ser desalojado. Los videntes llaman a esto una obstrucción o una interrupción del primer anillo de poder.

El intento es la fuerza que mueve al primer anillo de poder.

Don Juan me explicó que el intento no se refiere a tener una intención, o desear una cosa u otra, sino más bien se tra­ta de una fuerza imponderable que nos hace comportarnos de maneras que pueden describirse como intención, deseo, voli­ción, etcétera. Don Juan no lo presentaba como una condición de ser, proveniente de uno mismo, tal como es un hábito producido por la socialización, o una reacción biológica, sino más bien lo representaba como una fuerza privada, íntima, que poseemos y usamos individualmente como una llave que hace que el primer anillo de poder se mueva de maneras aceptables. El intento es lo que dirige a la primera atención para que ésta se concentre en las emanaciones del Águila dentro de un cierto marco. Y el intento también es lo que or­dena al primer anillo de poder a obstruir o interrumpir su flujo de energía.

Don Juan me sugirió que concibiera el intento como una fuerza invisible que existe en el universo, sin recibirse a si misma, pero que aun así afecta a todo: fuerza que crea y que mantiene los desnates.

Aseveró que los desnates tienen que recrearse incesante­mente para estar imbuidos de continuidad. A fin de recrearlos cada vez con el frescor que necesitan para construir un mundo viviente, tenemos que intentarlos cada vez que los construi­mos. Por ejemplo, tenemos que intentar la "montaña" con todas sus complejidades para que el desnate se materialice completo. Don Juan decía que para un espectador, que se comporta exclusivamente con base en la primera atención sin la intervención del intento, la "montaña" aparecería como un desnate enteramente distinto. Podría aparecer como el des­nate "forma geométrica" o "mancha amorfa de coloración". Para que el desnate montaña se complete, el espectador debe intentarlo, ya sea involuntariamente a través de la fuerza apremiante del primer anillo de poder, o premeditadamente, a través del entrenamiento del guerrero.

Don Juan me señaló las tres maneras como nos llega el in­tento. La más predominante es conocida por los videntes como "el intento del primer anillo de poder". Este es un intento ciego que nos llega por una casualidad. Es como si estuvié­ramos en su camino, o como si el intento se pusiera en el nuestro. Inevitablemente nos descubrimos atrapados en sus mallas sin tener ni el menor control de lo que nos está sucediendo.

La segunda manera es cuando el intento nos llega por su propia cuenta. Esto requiere un considerable grado de propó­sito, un sentido de determinación por parte nuestra. Sólo en nuestra capacidad de guerreros podemos colocarnos vo­luntariamente en el camino del intento; lo convocamos, por así decirlo. Don Juan me explicó que su insistencia por ser un guerrero impecable no era nada más que un esfuerzo por dejar que el intento supiera que él se está poniendo en su camino.

Don Juan decía que los guerreros llaman "poder" a este fenómeno. Así es que cuando hablan de tener poder perso­nal, se refieren al intento que les llega voluntariamente. El resultado, me decía, puede describirse como la facilidad de encontrar nuevas soluciones, o la facilidad de afectar a la gente o a los acontecimientos. Es como si otras posibilidades, desconocidas previamente por el guerrero, de súbito se vol­viesen aparentes. De esta manera, un guerrero impecable nunca planea nada por adelantado, pero sus actos son tan decisivos que parece como si el guerrero hubiera calculado de antemano cada faceta de su actividad.

La tercera manera como encontramos al intento es la más rara y compleja de las tres; ocurre cuando el intento nos permite armonizar con él. Don Juan describía éste estado como el verdadero momento de poder: la culminación de los esfuerzos de toda una vida en busca de la impecabilidad. Só­lo los guerreros supremos lo obtienen, y en tanto se encuen­tran en ese estado, el intento se deja manejar por ellos a vo­luntad. Es como si el intento se hubiera fundido en esos gue­rreros, y al hacerlo los transforma en una fuerza pura, sin preconcepciones. Los videntes llaman a este estado el "in­tento del segundo anillo de poder", o "voluntad".

El primer anillo de poder puede ser detenido mediante un bloqueo funcional de la capacidad de armar desnates.

Don Juan decía que la función de los no-haceres es crear una obstrucción en el enfoque habitual de nuestra primera atención. Los no-haceres son; en este sentido, maniobras des­tinadas a preparar la primera atención para el bloqueo funcio­nal del primer anillo de poder o, en otras palabras, para la interrupción del intento.

Don Juan me explicó que este bloqueo funcional, que es el único método de utilizar sistemáticamente la capacidad laten­te del primer anillo de poder, representa una interrupción temporal que el benefactor crea en la capacidad de armar des­nates del discípulo. Se trata de una premeditada y poderosa intrusión artificial en la primera atención, con el objeto de empujarla más allá de las apariencias que los desnates cono­cidos nos presentan; esta intrusión se logra interrumpiendo el intento del primer anillo de poder.

Don Juan decía que para llevar a cabo la interrupción, el benefactor trata al intento como lo que verdaderamente es: un proceso, un flujo, una corriente de energía que eventual­mente puede detenerse o reorientarse. Una interrupción de esta naturaleza, sin embargo, implica una conmoción de tal mag­nitud que puede forzar al primer anillo de poder a detenerse del todo; una situación imposible de concebir bajo nuestras condiciones normales de vida. Nos resulta impensable que podamos desandar los pasos que tomamos al consolidar nuestra percepción, pero es factible que bajo el impacto de esa interrupción podamos colocarnos en una posición perceptual muy similar a la de nuestros comienzos, cuando los mandatos del Águila eran emanaciones que aún no imbuíamos de signi­ficado.

Don Juan decía que cualquier procedimiento que el bene­factor pueda cesar para crear esta interrupción, tiene que estar íntimamente ligada con su poder personal, por tanto, un benefactor no emplea ningún proceso para manejar el in­tento, sino que a través de su poder personal lo mueve y lo pone al alcance del aprendiz.

En mi caso, don Juan logró el bloqueo funcional del pri­mer anillo de poder mediante un proceso complejo, que combinaba tres, métodos: ingestión de plantas alucinogé­nicas, manipulación del cuerpo y maniobrar el intento mismo.

En el principio don Juan se apoyó fuertemente en la inges­tión de plantas alucinogénicas, al parecer a causa de la persis­tencia de mi lado racional. El efecto fue tremendo, y sin em­bargo retardó la interrupción que se buscaba. El hecho de que las plantas fueran alucinogénicas le ofrecía a mi razón la justificación perfecta para congregar todos sus recursos dispo­nibles para continuar ejerciendo el control. Yo estaba conven­cido de que podía explicar lógicamente cualquier cosa que experimentaba, junto con las inconcebibles hazañas que don Juan y don Genaro solían llevar a cabo para crear las interrup­ciones, como distorsiones perceptuales causadas por la inges­tión de alucinógenos.

Don Juan decía que el efecto más notable de las plantas alucinogénicas era algo que cada vez que las ingería yo inter­pretaba como la peculiar sensación de que todo en torno a mí exudaba una sorprendente riqueza. Había colores, formas, de­talles que nunca antes había presenciado. Don Juan utilizó este incremento de mi habilidad para percibir, y mediante una serie de órdenes y comentarios me forzaba a entrar en un estado de agitación nerviosa. Después manipulaba mi cuer­po y me hacía cambiar de un lado al otro de la conciencia, hasta que había creado visiones fantasmagóricas o escenas completamente reales con criaturas tridimensionales que era imposible que existieran en este mundo.

Don Juan me explicó que una vez que se rompe la relación directa entre el intento y los desnates que estamos construyendo, ésta ya nunca se puede restituir. A partir de ese mo­mento adquirimos la habilidad de atrapar una corriente de lo que él conocía como "intento fantasma", o el intento de los desnates que no están presentes en el momento o en el lugar de la interrupción, eso es, un intento que queda a nuestra dis­posición a través de algún aspecto de la memoria.

Don Juan sostenía que con la interrupción del intento del primer anillo de poder nos volvemos receptivos y maleables; un nagual puede entonces introducir el intento del segundo anillo de poder. Don Juan se hallaba convencido de que los niños de cierta edad se hallan en una situación parecida de receptividad; al estar privados de intento, quedan listos para que se les imprima cualquier intento accesible a los maestros que los rodean.

Después de un periodo de ingestión continua de plantas alu­cinogénicas, don Juan descontinuó totalmente su uso. Sin em­bargo, obtuvo nuevas y aún más dramáticas interrupciones en mí manipulando mi cuerpo y haciéndome cambiar de esta­dos de conciencia, combinando todo esto con maniobrar el intento mismo. A través de una combinación de instrucciones mesmerizantes y de comentarios apropiados, don Juan creaba una corriente de intento fantasma, y yo era conducido a expe­rimentar los desnates comunes y corrientes como algo inima­ginable. El conceptualizó todo eso como "vislumbrar la in­mensidad del Águila".

Don Juan me guió magistralmente a través de incontables interrupciones de intento hasta que se convenció, como viden­te, que mi cuerpo mostraba el efecto del bloqueo funcional del primer anillo de poder. Decía que podía ver una actividad desacostumbrada en mi cascarón luminoso en torno al área de los omóplatos. La describió como un hoyuelo que se había formado exactamente como si la luminosidad fuese una capa muscular contraída por un nervio.

Para mí, el efecto del bloqueo funcional del primer ani­llo de poder fue que logró borrar la certeza que toda mi vida había tenido de que era "real" lo que reportaban mis senti­dos. Calladamente entré en un estado de silencio interior. Don Juan decía que lo que le da a los guerreros esa extrema incertidumbre que su benefactor experimentó a fines de su vida, esa resignación al fracaso que él mismo se hallaba vivien­do, es el hecho de que un vislumbre de la inmensidad del Águila nos deja sin esperanzas. La esperanza es resultado de nuestra familiaridad con los desnates y de la idea de que los controlamos. En tales momentos sólo la vida de guerrero nos puede ayudar a perseverar en nuestros esfuerzos por descubrir lo que el Águila nos ha ocultado, pero sin esperanzas de que podamos llegar a comprender alguna vez lo que descubrimos.

La segunda atención.

Don Juan me explicó que el examen de la segunda atención debe de comenzar con darse cuenta de que la fuerza del primer anillo de poder, que nos encajona, es un lindero físico, concre­to. Los videntes lo han descrito como una pared de niebla, una barrera que puede ser llevada sistemáticamente a nuestra con­ciencia por medio del bloqueo del primer anillo de poder; y luego puede ser perforada por medio del entrenamiento del guerrero.

Al perforar la pared de niebla, uno entra en un vasto estado intermedio. La tarea de los guerreros consiste en atravesarlo hasta llegar a la siguiente línea divisoria, que se deberá perforar a fin de entrar en lo que propiamente es el otro yo o la segun­da atención.

Don Juan decía que las dos líneas divisorias son perfecta­mente discernibles. Cuando los guerreros perforan la pared de niebla, sienten que se retuercen sus cuerpos, o sienten un inten­so temblor en la cavidad de sus cuerpos, por lo general a la de­recha del estómago o a través de la parte media, de derecha a izquierda. Cuando los guerreros perforan la segunda línea, sienten un agudo crujido en la parte superior del cuerpo, algo como el sonido de una pequeña rama seca que es partida en dos.

Las dos líneas que encajonan a las dos atenciones, y que las sellan individualmente; son conocidas por los videntes como las líneas paralelas. Estas sellan las dos atenciones mediante el hecho de que se extienden hasta el infinito, sin permitir jamás el cruce a no ser que se les perfore.

Entre las dos líneas existe un área de conciencia específica que los videntes llaman limbo, o el mundo que se halla entre las líneas paralelas. Se trata de un espacio real entre dos enor­mes órdenes de emanaciones del Águila; emanaciones que se hallan dentro de las posibilidades humanas de conciencia. Uno es el nivel que crea el yo de la vida de todos los días, y el otro es el nivel que crea el otro yo. Como el limbo es una zona transi­cional, allí los dos campos de emanaciones se extienden el uno sobre el otro. La fracción del nivel que nos es conocido, que se extiende dentro de esa área, engancha a una porción del pri­mer anillo de poder; y la capacidad del primer anillo de poder de construir desnates, nos obliga a percibir una serie de desna­tes en el limbo que son casi como los de la vida diaria, salvo que aparecen grotescos, insólitos y contorsionados. De esa ma­nera el limbo tiene rasgos específicos que no cambian arbitra­riamente cada vez que uno entra en él. Hay en él rasgos físicos que semejan los desnates de la vida cotidiana.

Don Juan sostenía que la sensación de pesadez que se expe­rimenta en el limbo se debe a la carga creciente que se ha colocado en la primera atención. En el área que se halla justa­mente tras de la pared de niebla aún podemos comportarnos como lo hacemos normalmente; es como si nos encontráramos en un mundo grotesco pero reconocible. Conforme penetra­mos más profundamente en él, más allá de la pared de niebla, progresivamente se vuelve más difícil reconocer los rasgos o comportarse en términos del yo conocido.

Me explicó que era posible hacer que en vez de la pared de niebla apareciese cualquier otra cosa, pero que los videntes han optado por acentuar lo que consume menor energía: visualizar ese lindero como una pared de niebla no cuesta ningún esfuerzo.

Lo que existe más allá de la segunda línea divisoria es cono­cido por los videntes como la segunda atención, o el otro yo, o el mundo paralelo; y el acto de traspasar los dos linderos es conocido como "cruzar las líneas paralelas".

Don Juan pensaba que yo podía asimilar este concepto más firmemente si me describía cada dominio de la conciencia co­mo una predisposición perceptual específica. Me dijo que en el territorio de la conciencia de la vida cotidiana, nos hallamos inescapablemente enredados en la predisposición perceptual de la primera atención. A partir del momento en que el primer anillo de poder empieza a construir desnates, la manera de cons­truirlos se convierte en nuestra predisposición perceptual normal. Romper la fuerza unificadora de la predisposición perceptual de la primera atención implica romper la primera lí­nea divisoria. La predisposición perceptual normal pasa enton­ces al área intermedia que se halla entre las líneas paralelas. Uno continúa construyendo desnates casi normales durante un tiem­po. Pero conforme se aproxima uno a lo que los videntes llaman la segunda línea divisoria, la predisposición perceptual de la pri­mera atención empieza a ceder, pierde fuerza. Don Juan decía que esta transición está marcada por una repentina incapacidad de recordar o de comprender lo que se está haciendo.

Cuando se alcanza la segunda línea divisoria, la segunda aten­ción empieza a actuar sobre los guerreros que llevan a cabo el viaje. Si éstos son inexpertos, su conciencia se vacía, queda en blanco. Don Juan sostenía que esto ocurre porque se están aproximando a un espectro de las emanaciones del Águila que aún no tienen una predisposición perceptual sistematizada. Mis experiencias con la Gorda y la mujer nagual más allá de la pa­red de niebla era un ejemplo de esa incapacidad. Viajé hasta el otro yo, pero no pude dar cuenta de lo que había hecho por la simple razón de que mi segunda atención se hallaba aún in­formulada y no me daba la oportunidad de organizar todo lo que había percibido.

Don Juan me explicó que uno empieza a activar el segundo anillo de poder forzando a la segunda atención a despertar de su estupor. El bloqueo funcional del primer anillo de poder logra esto. Después, la tarea del maestro consiste en recrear la condición que dio principio al primer anillo de poder, la con­clusión de estar saturado de intento. El primer anillo de poder es puesto en movimiento por la fuerza del intento dado por quienes enseñan a desnatar. Como maestro mío él me estaba dando, entonces, un nuevo intento que crearía un nuevo me­dio perceptual.

Don Juan decía que toma toda una vida de disciplina incesan­te, que los videntes llaman intento inquebrantable, preparar al segundo anillo de poder para que pueda construir desnates del otro nivel de emanaciones del Águila. Dominar la predis­posición perceptual del yo paralelo es una hazaña. de valor in­comparable que pocos guerreros logran. Silvio Manuel era uno de esos pocos.

Don Juan me advirtió que no se debe intentar dominarla deliberadamente. Si esto ocurre, debe de ser mediante un pro­ceso natural que se desenvuelve sin un gran esfuerzo de nuestra parte. Me explicó que la razón de esta indiferencia estriba en la consideración práctica de que al dominarla simplemente se vuelve muy difícil romperla, pues la meta que los guerreros persiguen activamente es romper ambas predisposiciones per­ceptuales para entrar en la libertad final de la tercera atención.
Carlos Castaneda "El Don del Águila".

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Las enseñanzas de don Juan.

El tonal y el nagual.

Desde el momento de nacer sentimos que hay dos partes en nosotros. A la
hora de nacer, y luego por algún tiempo después, uno es todo nagual. En ese
entonces, nosotros sentimos que para funcionar necesitamos una contraparte
a lo que tenemos. Nos falta el tonal, y eso nos da, desde el principio, el senti-
miento de no estar completos. A esas alturas el tonal empieza a desarrollarse
y llega a tener una importancia tan absoluta para nuestro funcionamiento,
que opaca el brillo del nagual, lo avasalla; y así nos volvemos todo tonal.
Desde el momento en que uno se vuelve todo tonal, no hacemos otra cosa
sino aumentar esa vieja sensación de estar incompletos; esa sensación que
nos acompaña desde el momento de nacer y que nos dice constantemente
que hay otra parte de nosotros que nos haría íntegros.

El camino del guerrero es armonía: la armonía entre las acciones y las decisiones, al principio, y luego la armonía entre el tonal y el nagual.
Al guerrero se le debe enseñar a estar totalmente vacío antes de que pueda siquiera concebir el ser testigo del nagual.
Hay que barrer la isla del tonal y mantenerla limpia. Es la única alternativa que tiene el guerrero. una isla limpia no ofrece resistencia; es como si allí no hubiera nada.
El tonal es el organizador del mundo. El hombre común lo llama realidad, racionalidad, sentido común. Quizá la mejor forma de describir su obra monumental, es decir que en sus hombros descansa la tarea de poner en orden el caos del mundo. no es un absurdo sostener, como lo hacen los brujos, que todo cuanto sabemos y hacemos como hombres, es obra del tonal.

El tonal es todo cuanto conocemos, y eso no sólo nos incluye a nosotros, como personas, sino a todo lo que han en nuestro mundo. Puede decirse que el tonal es todo cuanto salta a la vista.

Lo empezamos a cuidar desde el momento de nacer. En el instante en que tomamos la primera bocanada de aire, también ese mismo aire es poder para el tonal. Así que, es muy apropiado decir que el tonal de un ser humano está ligado íntimamente a su nacimiento.

Debes recordar este punto, Es de gran importancia para entender todo esto.

El tonal empieza en el nacimiento y acaba en la muerte.

El nagual es la parte de nosotros mismos con la cual nunca tratamos, lo mágico, lo misterioso. El reino cuya llave es la voluntad.

¡El hombre es sólo mente!

Al comienzo, uno tiene que hablarle al tonal. El tonal es el que debe ceder el control. La tarea es entonces convencer al tonal de que se haga libre y fluido.

Una vez que el hombre ha sido empujado y su tonal se encoge, su nagual, si es que ya está en movimiento, por más pequeño que sea este movimiento, toma las riendas y realiza hazañas extraordinarias.

Tu tonal debe convencerse con razones, tu nagual con acciones, hasta que cada uno apuntale al otro. Como te he dicho, el tonal gobierna, pero así y todo es muy vulnerable. El nagual, en cambio, nunca, o casi nunca, actúa; pero cuando lo hace, aterra al tonal.

Cuando estés en el mundo del tonal, debes ser un tonal impecable; ahí no hay tiempo para asuntos irracionales. Pero cuando actúes en el mundo del nagual, también debes ser impecable; ahí no hay tiempo para asuntos racionales.

El hombre renunció al conocimiento silencioso del nagual por el mundo de la razón del tonal. Cuando más se aferra al mundo de la razón, más tenue se vuelve su conocimiento silencioso.

Sólo puede llegarse a la totalidad de uno mismo cuando uno tiene bien entendido que el mundo es simplemente una visión, sin importar que esa visión pertenezca a un hombre común o a un brujo.

No hay modo de llegar a la explicación de los brujos a menos que uno haya usado voluntariamente el nagual, o mejor dicho, a menos que uno haya usado voluntariamente el tonal para dar sentido a las propias acciones que uno ejecute en el nagual. Otra manera de aclarar todo esto es decir que la visión del tonal debe prevalecer si uno quiere usar el nagual como lo usan los brujos.

Tu razón tal vez incluso admita, a estas alturas, que hay otro centro de ensamble: la voluntad, a través de la cual es posible juzgar, calcular y utilizar los extraordinarios efectos el nagual. Podemos reflejar al nagual a través de la voluntad.

El último trozo de la explicación de los brujos dice que la razón no hace sino reflejar un orden externo, y que la razón no sabe nada de ese orden; no puede explicarlo, como tampoco puede explicarlo el nagual. La razón solo puede atestiguar los efectos del tonal, pero jamás podría comprenderlo o deshilvanarlo. El hecho mismo de que estemos pensando y hablando indica que hay un orden que seguimos sin siquiera saber como lo hacemos, o cuál es el es orden ese.

Un guerrero no debe dejar nada librado al azar, un guerrero es realmente capaz de alterar el curso de los sucesos, valiéndose del poder de su voluntad y de la inflexibilidad de su propósito.

Don Juan nos enseña que hay dos partes en nosotros. A la hora de nacer y por algún tiempo después, somos todo "nagual". Luego nuestra percepción comienza a desarrollarse al reconocer los objetos y aprender sus nombres (todas las personas que nos rodean son nuestros maestros). Así, se va configurando el tonal , que es todo aquello de lo que se puede describir con el lenguaje. Cuando nos integramos totalmente en el mundo de los hombres se puede decir que somos todo "tonal" y, por tanto, que nos olvidamos de nuestro origen. No obstante, en todos nosotros hay una sensación de estar incompletos. Las enseñanzas "toltecas" describen el tonal como una isla, aclarando que cualquier descripción que hagamos del tonal, es una descripción que hace el tonal de sí mismo. El tonal pone orden en el mundo, hace el mundo según unas reglas que él mismo se inventa (y que luego defiende) aunque, como dice don Juan, es un creador que no crea nada, ya que lo única fuente de creación es el nagual. A partir del momento en que somos todo tonal empezamos a establecer dualidades o polaridades y, aunque sentimos nuestros dos lados (el tonal y el nagual), siempre los representamos con objetos del tonal: por ejemplo, hablamos del cuerpo y el alma, de la mente y la materia, del bien y el mal, de Dios y del Diablo... Pero la sensación de estar incompletos no nos abandona nunca. Por eso "el camino del guerrero" pasa por el hecho de ser conscientes de que además del tonal existe el nagual.
Y para ser conscientes del nagual los antiguos guerreros toltecas desarrollaron tres grandes técnicas:
  • El arte del acecho.
  • El arte del ensueño.
  • La maestría del intento.

Don Juan usa el término tonal para hablar del mundo conocido -parte derecha- o de la razón, y el término nagual con dos acepciones, una que se refiere a la parte izquierda -de la "otra realidad", de la percepción, la contraparte del tonal- y otra que se refiere al nombre que se le da al hombre de conocimiento, el líder de un grupo de guerreros al que se le nombra "el nagual", como lo fue Don Juan en su grupo, o Elías y el propio Castaneda.

Para Don Juan el tonal nace con el hombre y muere con él; el nagual es la otra parte del hombre que siempre está ahí, antes, durante y después. El tonal es el mundo que se urde con la razón; el nagual es el mundo del poder, donde lo único que puede hacer el hombre es atestiguar.

Castaneda recibe conocimientos a través de técnicas prácticas para "barrer" o limpiar la isla del tonal, porque "el camino del guerrero" no es más que la capacitación para ahorrar energía y poder entrar al mundo del nagual. Don Juan le dice a Castaneda que un guerrero no puede andar con lamentos y quejas, porque su vida es un desafío interminable, y no existen formas para que los desafíos sean bonitos o feos, buenos o malos. Los desafíos son sencillamente eso, desafíos. Allí radica la diferencia entre los hombres comunes y los guerreros. Mientras que para los primeros el mundo está lleno de bendiciones o maldiciones, para los segundos es un desafío interminable donde está a prueba su "impecabilidad" y su "desatino controlado".

LA ISLA DEL TONAL

Don Juan dice que todos los seres humanos tenemos dos entidades distintas que forman una unidad, el tonal y el nagual. El tonal es el que "construye" el mundo de objetos e ideas en el que vivimos; existe un tonal para cada uno de nosotros y un tonal para el tiempo, para cada época. El tonal es todo cuanto somos e imaginamos y se conforma por una descripción del mundo. El tonal crea "las reglas" por las cuales se percibe o "construye" al mundo en un sentido figurado.

El nagual es la parte de nosotros mismos y el mundo que nunca conoceremos y mucho menos por medio de la razón. El nagual es la parte donde radica el "pode", lo innombrable. La Toltequidad divide al mundo en tres partes: lo que se conoce, lo que se desconoce, lo que se desconoce pero se puede conocer y lo que jamás conoceremos (el nagual, el poder mismo).

Por su parte, "López Austín, en la página 176 de "Cuerpo humano e ideología", dice: "Lo anterior sugiere que, así como el uso de la mano derecha estaba ligado a las actividades cotidianas, sobre todo las que exigían destreza, la izquierda se ligaba en forma más estrecha al mundo de lo sobrenatural."

EL DIA DEL TONAL

Don Juan le explica a Castaneda que el hombre usa una pequeña porción de su totalidad; sin embargo, cuando muere, lo hace con toda su totalidad; entonces pregunta: ¿Por qué no vivir plenamente con toda nuestra totalidad si hemos de sucumbir con ella?

Muchos lectores de Castaneda han buscado la puerta falsa del nagual a través de la comodidad de las drogas o en la frivolidad de lo "snob": "buscar el camino" en lo desconocido. Don Juan es claro y reiterativo respecto a que lo primero en que debe trabajar un aprendiz es en "barrer su isla del tonal". Uno no puede entrar al nagual si no tiene cierto dominio sobre el mundo cotidiano y su propia persona.

El tonal es muy delicado, y los hombres comunes usan toda su capacidad en lastimar y deformar a su tonal. El tonal se deteriora muy fácilmente; los vicios, la comodidad y los abusos son elementos con los que hacemos esta tarea.

Hay tonales fuertes y débiles. Cada persona tiene un tonal y éste puede estar en inmejorables condiciones o hecho una desgracia. El aprendiz, a través del camino del guerrero, fortalecerá y hará resistente a su tonal, lo que logrará por medio del escrupuloso cumplimiento de las técnicas que permiten ahorrar energía (tonal viene de Tonafli, que significa energía).

Don Juan, al hablar de los indios, dice que ellos son "los desafortunados de nuestro tiempo"; que la Caída de ellos se inició desde la llegada de los occidentales, que se dedicaron a destruir no sólo su tonal sino el de su tiempo. La vida se les convirtió en un infierno, pero paradójicamente el rigor de la Conquista y la Colonia "benefició" a los indios que eran hombres de conocimiento, pues éstos, al ver destruido su tonal, se refugiaron en el nagual, y allí los occidentales nunca pudieron entrar; es más, éstos jamás se enteraron de que existiera.

También en este capítulo Don Juan le dice a Castaneda, en un momento en que él se encuentra en peligro por el encuentro con el poder, que escriba, porque el "tomar notas de campo" es la única "brujería" que posee en ese nivel de conocimiento.

Don Juan dice que el tonal se debe cuidar; que una lucha dentro del propio tonal es lo más imbécil que le puede pasar a un hombre y que, por desgracia es lo que siempre estamos haciendo.

El camino del guerrero es armonía y equilibrio; entre el nagual y el tonal, ambos se apuntalan a sí mismos, ninguno es ni más ni menos importante que el otro.

Un tonal fuerte y libre es flexible y fluido, puede dejar "operar" al nagual; en la medida que un tonal se fortalece, menos se aferra a sus ideas y hechos y más fácil puede actuar el nagual. Porque lo que concierne al nagual sólo se puede atestiguar con el cuerpo; lo que concierne al tonal sólo con la razón.

Don Juan dice que al tonal hay que convencerlo con razones y al nagual con acciones.

LA HORA DEL NAGUAL

La obsesión de los hombres consiste en ajustar al mundo con las reglas del tonal. El tonal es la base de lo que somos como hombres en este mundo de ideas y objetos "sólidos". El tonal, a través de lo que se llama "el primer anillo de poder", urde el "mundo" con la razón. El tonal debiera ser un "guardia" que protegiera esa parte indispensable de nosotros; sin embargo, el guardia se convierte en "guardián" celoso y exagerado de su tarea que bloquea a la otra parte complementaria de nosotros: el nagual.

El tonal gasta toda la energía que poseemos; en "la isla del tonal" vamos acumulando muchas vanidades, ideas, prejuicios, conceptos y objetos, todos ellos innecesarios. El esfuerzo por sostener las "ideas" de cómo es el mundo, de cómo somos y cómo debieran ser los demás, más el sostenimiento de nuestra compulsivo necesidad de "tener", agota toda la energía de que disponemos. Para "atestiguar" al nagual se necesita tener disponible suficiente energía, y esta energía se obtiene al "limpiar nuestra isla del tonal".

El mundo del nagual y el tonal conforman el ámbito humano; que al primero no lo palpemos y reconozcamos no quiere decir que no exista. Hay muchas religiones antiguas en el mundo que nos hablan, con otras palabras y otros signos, del mundo del nagual y esto se debe a que es un conocimiento milenario y universal del hombre, conocimiento que en los últimos 500 altos ha sido negado por el mundo occidental debido a su limitado y prepotente pensamiento cientificista.

El tonal y el nagual son un par de opuestos complementarios y esta forma de entender el mundo tiene profundas raíces en las culturas mesoamericanas. Lo racional y lo irracional son dos facetas que integran la totalidad del hombre; ninguna es más o menos importante que la otra; por el contrario, son complementarias. Por esto, tal vez, el hombre moderno, producto de la cultura occidental, tiene un leve sentimiento de insatisfacción que se origina en el hecho de no estar completo. Para Occidente lo irracional es algo que debe ser superado y exterminado, pues concibe la superioridad a partir de la razón (el hombre es un animal racional). No obstante, otras culturas en el mundo han desarrollado vías de conocimiento "irracionales" o que no surgen a partir de la razón. La Toltequidad es una de ellas.

Como dato interesante diremos que en este capítulo Don Juan le dice a Castaneda que cuando un hombre ha aprendido a ahorrar energía, el poder le manda un "maestro" para convertirlo en aprendiz, y cuando el aprendiz ha logrado ahorrar más energía, el poder le manda a un "benefactor" para hacerlo tolteca, nagual o "brujo". Por lo que consideramos que un "lector" de la Toltequidad tiene suficiente trabajo para apenas tratar de comenzar con las técnicas que Castaneda relata en el Viaje a Ixtlán.

EL SUSURRO DEL NAGUAL

Como se ha dicho, el tonal es la base de todo lo que somos y percibimos como hombres. El hombre común debe poseer una "unidad" en la isla del tonal. Sin esa coherencia que le da la unidad, el hombre puede perder el "juicio". La racionalidad del hombre le da equilibrio en su mundo; es, diremos, el instrumento del tonal. Para el hombre común es suficiente vivir con la "mitad" de sus posibilidades; se conforma porque ese mundo es, regularmente, seguro y confortable. Pero el hombre que quiere vivir con la totalidad de sí mismo debe entrar en el peligroso y exhaustivo camino de la Toltequidad o "brujería". Romper la unidad del tonal, su coherencia o racionalidad, si no se hace en una forma cuidadosa, puede poner en serios peligros al ser humano.

El tonal es muy frágil y no admite que le quiten el "control" de la realidad. Aun así, la Toltequidad propone, como camino, abrir y reducir la isla del tonal, pero sin lastimarla o destruirla. Para poder hacer al tonal "flexible y tolerante" debemos liberarlo de todas las "porquerías" que hemos ido recogiendo por la vida y hemos ido depositando en la isla hasta saturarla y, por consiguiente, gastamos toda la energía que poseemos.

Un guerrero entiende que tiene muy poco tiempo en la Tierra y que en cualquier instante puede morir; por ello sabe que debe limpiar su isla a través de¡ ahorro de energía para poder entrar a la otra parte de sí mismo, que es el nagual.

El guerrero busca sobre todas las cosas llegar a la totalidad; sabe que sólo hay tiempo para la impecabilidad; lo demás agota su poder, la impecabilidad lo renueva permanentemente.

La impecabilidad consiste en hacer de la mejor forma todo cuanto uno haga; dicho en otras palabras, el ahorro constante y sistemático de la energía, ahorro constante que se acumula y allí radica el "poder personal".


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Las enseñanzas de don Juan.

lunes, 10 de septiembre de 2007

Parar el mundo.

"Su argumento era que me estaba enseñando a "ver", cosa distinta de solamente mirar y que "parar el mundo" era el primer paso de "ver". La frase "parar el mundo" era en realidad una buena expresión de ciertos estados de conciencia en los cuales la realidad de la vida cotidiana se altera porque el fluir de la interpretación, que por lo común corre ininterrumpido, ha sido detenido por un conjunto de circunstancias ajenas a dicho fluir".
Introducción de Viaje a Ixtlán.

Puesto que la realidad es una descripción, el mundo de nuestro diario vivir está conformado por múltiples descripciones que se anudan en continuidades a las que don Juan llama también “inventarios”; dice que los hombres somos criaturas de inventario, y que conocer los detalles de determinados inventarios es lo que hace al ser humano un profesional, un conocedor de un campo específico. Hemos dicho que es éste un sistema de conocimiento del cual somos miembros con una porfiada pertinencia. Tal pertenencia limita nuestra percepción; si queremos ampliarla hemos de cambiar de referencias, ir a otro sistema de conocimiento. El primer paso en este cambio es detener ese mundo de nuestras descripciones de cada día.

Nos hablamos incesantemente a nosotros mismos acerca de nuestro mundo. De hecho, mantenemos nuestro mundo con nuestro diálogo interno. Y cuando dejamos de hablarnos sobre nosotros mismos y nuestro mundo, el mundo es como debería ser. Con nuestro diálogo interno lo renovamos, le damos vida, lo sostenemos. No solo eso, sino que escogemos nuestros caminos al hablarnos a nosotros mismos. De ahí que repitamos nuestras acciones una y otra vez hasta el día en que morimos, porque continuamos repitiendo nuestro mismo diálogo interno una y otra vez hasta el mismo momento de la muerte. Un guerrero es consciente de ello y lucha por detener su diálogo interno.

Parar el mundo consiste en introducir un elemento disonante en las continuidades de descripciones con el fin de detener ese permanente fluir de acontecimientos comunes catalogados por nuestra racionalidad. Ese elemento disonante es lo que don Juan llama “no-hacer”. Hacer es cualquier cosa que forma parte de una realidad de la cual podemos dar cuenta racionalmente. No-hacer es un elemento que no forma parte de esa realidad conocida.

Su primera experiencia de parar el mundo la tiene Carlos en una noche en la montaña, a donde es enviado por don Juan, y en la que se encuentra con un escarabajo negro y conversa con un coyote luminoso y bilingüe. Lo vivido en esa ocasión tiene en Carlos el efecto de una iluminación, ve las líneas del mundo, y entra en un éxtasis del que sale confortado, lleno de paz; se duerme, y al despertar reencuentra su mundo de siempre. El análisis que don Juan hace de esta experiencia es que ciertamente no se trataba de un coyote, ni de que éste hablase. Dice simplemente que “tu cuerpo entendió por vez primera” y que lo verdaderamente importante es cuando el cuerpo se da cuenta de que puede ver.

Las continuidades de nuestras descripciones nos dan la idea de que somos un bloque sólido, enseña don Juan. La certeza de que somos inmutables es la que sostiene nuestro mundo. Podemos aceptar la posibilidad de modificaciones de conducta, de reacciones o de opiniones. Pero no vamos más allá de este orden básico. Cuando tal orden queda interrumpido, nuestro mundo se detiene y se viene abajo nuestra racionalidad, con todo el orden que sustenta.

La debilidad de la razón para dar cuenta de toda nuestra posibilidad cognoscitiva se debe a que se relaciona solo con uno de los ocho puntos del hombre: con el habla. En cambio, la voluntad se relaciona con el sentir, el soñar, y el ver. Nos movemos entre la razón y el habla, y a eso llamamos entendimiento. Pero hay otros seis puntos más que el hombre puede manejar - y don Juan subraya que se trata de manejar, no de entender -; nos movemos dentro de la racionalidad y los lenguajes y olvidamos los puntos relacionados con la voluntad que don Juan define como una fuerza, una sensación que sale del guerrero que tiene poder, con la cual puede “agarrar” cosas. Los ocho puntos componen la totalidad de uno mismo. Los dos primeros, la razón y el habla los conocemos todos. El sentir es algo vago, pero en cierto modo familiar. Más allá del umbral que separa el mundo corriente del mundo de los brujos percibe uno el soñar, el ver, y la voluntad. Y en el último borde de ese mundo se encuentra uno con los otros dos, que no alcanzamos siquiera a nombrar.

Cuando hemos conseguido parar el mundo se nos presenta el silencio interior, estado natural de la percepción humana, en el que los pensamientos se encuentran bloqueados y todas nuestras facultades operan a partir de un nivel de conciencia que no requiere la intervención de nuestro sistema cognitivo ordinario. Allí somos capaces de funcionar en niveles de percepción que revelan mundos en sí mismos, indescriptibles y por consiguientes inexplicables en términos de los esquemas lineales que emplea el estado habitual de la percepción al explicar el universo.

Este silencio interior ha de ganarse mediante una disciplina constante, una voluntad inflexible. Es la puerta de un conocimiento que debe ser acumulado en el cuerpo, almacenado parte por parte; resultado de un aprendizaje explícito y mediante la aplicación de una intención rígida manifestada en la frugalidad o aptitud física; en el juicio recto entendido como una evaluación de los hechos impuestos por el aprendizaje en función de la totalidad del mismo; y en la obediencia a los hechos del aprendizaje. Básicamente, este aprendizaje consiste en obligarse uno mismo al silencio, aunque sea por unos pocos segundos, hasta lograr un umbral que varía de persona a persona, pero que - una vez logrado - desencadena por sí solo el silencio interior. La única manera de conocer cuál es ese umbral es en la práctica; hasta que, de pronto, el mundo se detiene y se ve el fluir de la energía.

Don Juan advierte sobre los peligros de esta situación, cuyos efectos son inquietantes por la manifestación del cuerpo energético o configuración energética del cuerpo físico. La única manera de enfrentarlos y de no disociar ambas configuraciones, física y energética, es una actitud pragmática, fruto del buen estado físico.

Ejercicio fundamental en la práctica del silencio interior es detener el diálogo interno. Y para ello, don Juan enseña una práctica: caminar largos trechos sin enfocar los ojos en nada, cruzando levemente los ojos para obtener no una visión directa sino que periférica. Dice que así es posible percibir en forma casi simultánea cada elemento del panorama en un amplio ángulo frente a uno. Luego de una práctica de años, de pronto se percata uno de que suspender el diálogo interno implica algo más que reprimir las palabras que uno se dice a sí mismo: todos los procesos intelectuales se detienen, y se siente uno como suspendido, flotando. Ante el pánico experimentado por Carlos cuando esto le sucede, don Juan le explica que es el diálogo interno el que nos hace arrastrarnos, que el mundo es así como es solamente porque hablamos con nosotros mismos acerca de que es así como es. Cambiar la idea del mundo es la clave de la brujería, enseña don Juan. Y la única manera de lograrlo es detener el diálogo interno a través de un aprendizaje largo y paciente: apurarlo solo trae trastornos y morbidez.

La sensación que tenemos en esta experiencia es la de dos mundos separados; uno, el habitual y acostumbrado, aquel en que nos refugiamos; otro, lejano, difícil, aterrador. Entre ambos, un umbral que se abre y se cierra, y que no nos atrevemos a franquear... hasta, que de pronto, damos un salto. Y lo que vemos no nos agrada, como una llanura al viento, insegura, temible . Pero, advierte don Juan, no hay dos mundos: solo uno, el mundo del hombre. Pero ese mundo hemos de ser capaces de sentirlo todo, de lo contrario pierde su sentido, y, desde nuestras descripciones corrientes es un mundo muy estrecho el que solemos ver. Ese mundo está lleno de cosas increíbles, y hay que tomarlo como lo que es: un misterio. Los afanes de “cambiar el mundo” pierden aquí todo sentido.

Pero hay diferencias entre ese mundo de nuestras descripciones de cada día y el que don Juan llama el “mundo de los brujos”, más allá del umbral, de la “pared de niebla”, de la “cortina del otro mundo” que los separa; entre el “mundo de la razón” y el “mundo de la voluntad”. Ambos constituyen el “mundo del hombre”; y para verlo hay que aprender a mirar el mundo como lo ven los brujos, pero tampoco quedarse con él (nuevamente, es solo una descripción): solo logramos ver más allá de cualquier descripción, y quedándonos entre medio de las descripciones. El aspecto peligroso de esta multiplicidad de “mundos” es que puede resultar desquiciante, como en el caso de quien emplea métodos rápidos (por ejemplo, las drogas) para adentrarse en ellos. Pero, enseña don Juan, el guerrero sabe que el mundo no es ni lo uno ni lo otro: su secreto es que “cree sin creer” porque tiene que creer: el mundo es para él un desafío y lo enfrenta empleando su desatino controlado. Y sabe que los mundos son reales: que pueden actuar sobre ti. Y que serás como sean los mundos que describes. Conocimiento y vida son una misma cosa.

Aquí está el nudo gordiano de este asunto de parar el mundo: si aprendemos a hacerlo, si lo hacemos habitualmente, si logramos movernos entre el mundo de la razón y el mundo de la voluntad, entre el mundo ordinario y el mundo de los brujos, entre los diferentes mundos que seamos capaces de describir, y si aprendemos a hacerlo escurriéndonos entre esos mundos, tendremos la libertad al alcance de la mano. Nos habrá sido dada por un conocer diferente, fluido, capaz de volar, capaz de admirarse y de reír, enraizado en una trama que en absoluto se confunde con las descripciones habituales de nuestras aprendidas continuidades e inventarios.

El esfuerzo por llegar a este punto vale la pena. Está en juego nuestra actitud en la vida, nuestra capacidad de gozar, nuestra libertad, nuestro fuego interior, para emplear la terminología de don Juan. No nos damos cuenta, pero vivimos encerrados en una cárcel cuyos barrotes labramos nosotros mismos desde niños: las descripciones que configuran nuestra “realidad”. Son ellas las que nos hablan de bien y mal, de lo mío y lo tuyo, de enfermedades y muerte, de dicha y quebranto, de envejecimiento, de deterioro, de deseos no cumplidos. Y ponemos en la puerta de esa cárcel al más vigilante de los carceleros: nuestro propio yo. A veces esa cárcel nos hastía, y recurrimos a otros para que nos ayuden no a acabar con ella, sino que a remozarla; y no faltan los consejeros, siquiatras y gurúes que nos ayuden a hacerlo. Pero la cárcel sigue allí: más o menos amable, pero cárcel siempre.

Solamente saldremos de ella si tenemos el valor de colarnos por entre las rendijas de nuestras descripciones hacia realidades no dichas, más allá de todo decir. Y, desde allí, como desde una altura que nos permite ver el panorama en su totalidad, regresar a esas descripciones sabiendo lo que son, empleándolas estratégicamente, obligándonos a emplearlas en función de múltiples connivencias. Pero sin que nos manejen y encierren, modificándolas una y otra vez para mantenerlas en su relatividad, en su cambiante variabilidad.

Y, más allá de toda descripción, lo indecible de que formamos parte.

...Dijo que yo debía permanecer allí hasta que mi cuerpo me dijera que ya era bastante, y luego volver a su casa. No quería que yo dijese nada ni que esperara más tiempo. Y me lo hizo saber empujándome con gentileza en dirección del coche.

-¿Qué debo hacer allí? -pregunté.

En vez de responder me miró, meneando la cabeza.

-Ya estuvo bueno -dijo al fin.

Luego señaló con el dedo hacia el sureste.

-Ándale -dijo cortante.

Fui hacia el sur y luego hacia el este, siguiendo los caminos que siempre había tomado al viajar con don Juan. Estacioné el coche cerca del sitio donde la brecha terminaba, y luego seguí un sendero conocido hasta llegar a una alta meseta. No tenía idea de qué hacer allí. Empecé a pasearme, buscando un sitio de reposo. De pronto advertí un pequeño espacio a mi izquierda. La composición química del suelo parecía ser distinta en dicho sitio, pero cuando enfoqué allí los ojos no vi nada que explicase la diferencia. Parado a corta distancia, traté de "sentir", como don Juan me recomendaba siempre.

Quedé inmóvil cosa de una hora. Mis pensamientos empezaron a disminuir gradualmente, hasta que ya no hablaba conmigo mismo. Tuve entonces una sensación de molestia. Parecía confinada en mi estómago y se agudizaba cuando yo enfrentaba el sitio en cuestión. Me repelía y me sentí impelido a apartarme de él. Empecé a examinar el área con los ojos cruzados, y tras caminar un poco llegué a una gran roca plana. Me detuve frente a ella. No había en la roca nada en particular que me atrajera. No detecté en ella ningún color ni brillo específico, pero me gustaba. Mi cuerpo se sentía bien. Experimenté una sensación de comodidad física y tomé asiento un rato.

Todo el día vagué por la meseta y las montañas circundantes, sin saber qué hacer ni qué esperar. Al oscurecer volví a la roca plana. Sabía que pasando allí la noche estaría a salvo.

Al día siguiente me adentré más en las montañas, hacia el este. Al atardecer llegué a otra meseta, todavía más alta. Me pareció haber estado allí antes. Miré en torno para orientarme, pero no pude reconocer ninguno de los picos circundantes. Tras elegir con cuidado un sitio, me senté a descansar al borde de un área yerma y rocosa. Allí sentía tibieza y tranquilidad. Quise sacar comida de mi guaje, pero estaba vacío. Bebí un poco de agua. Estaba tibia y aceda. Pensé que no me quedaba más que volver a casa de don Juan, y empecé a preguntarme si debería iniciar de una vez mi camino de regreso. Me acosté boca abajo y apoyé la cabeza en el brazo. Inquieto, cambié varias veces de postura, hasta hallarme de cara al oeste. El sol ya descendía. Mis ojos estaban cansados. Miré el suelo y vi un gran escarabajo negro. Salió detrás de una piedra, empujando una bola de estiércol dos veces más grande que él. Seguí sus movimientos largo rato. El insecto parecía ajeno a mi presencia y seguía empujando su carga sobre rocas, raíces, depresiones y protuberancias. Hasta donde yo sabía, el escarabajo no se daba cuenta de que yo estaba allí. Se me ocurrió la idea de que yo no podía estar seguro de que el insecto no tuviera conciencia de mí; esa idea desató una serie de evaluaciones racionales con respecto a la naturaleza del mundo del insecto, en contraposición con el mío. El escarabajo y yo estábamos en el mismo mundo, y obviamente el mundo no era el mismo para ambos. Me concentré en observarlo, maravillado de la fuerza titánica que necesitaba para transportar su carga por rocas y grietas.

Largo tiempo observé al insecto, y entonces me di cuenta del silencio en torno. Sólo el viento silbaba entre las ramas y hojas del matorral. Alcé la vista, me volví a la izquierda en forma rápida e involuntaria, y alcancé a ver una leve sombra, o un cintilar, sobre una roca cercana. Al principio no presté atención, pero luego me di cuenta de que el cintilar había estado a mi izquierda. Me volví de nuevo, súbitamente, y pude percibir con claridad una sombra en la roca. Tuve la extraña sensación de que la sombra se deslizó inmediatamente al suelo y la tierra la absorbió como un secante absorbe una mancha de tinta. Un escalofrío recorrió mi espalda. Por mi mente cruzó la idea de que la muerte nos observaba a mí y al escarabajo.

Busqué de nuevo al insecto, pero no pude hallarlo. Pensé que debía haber llegado a su destino y arrojado su carga a un agujero. Apoyé el rostro contra una roca lisa.

El escarabajo surgió de un hoyo profundo y se detuvo a pocos centímetro de mi cara. Parecía mirarme, y por un instante sentí que cobraba conciencia de mi presencia, tal vez como yo advertía la presencia de mi muerte. Experimenté un estremecimiento. El escarabajo y yo no éramos tan distintos, después de todo. La muerte, como una sombra, nos acechaba a ambos detrás del peñasco. Tuve un extraordinario momento de júbilo. El escarabajo y yo estábamos a la par. Ninguno era mejor que el otro. Nuestra muerte nos igualaba.

Mi júbilo y mi alegría fueron tan grandes que eché a llorar. Don Juan tenía razón. Siempre había tenido razón. Yo vivía en un mundo lleno de misterio y, como todos los demás, era un ser lleno de misterio, y, sin embargo, no tenía más importancia que un escarabajo. Me sequé los ojos y, al frotarlos con el dorso de la mano, vi un hombre, o algo con figura humana. Se hallaba a mi derecha a unos cincuenta metros de distancia. Me senté, erguido, y me esforcé por mirar. El sol estaba casi en el horizonte y su resplandor amarillo me impedía tener una visión clara. En ese instante oí un rugido peculiar. Era como el sonido de un distante aeroplano a reacción. Cuando me concentré en él, el rugido aumentó hasta ser un agudo zumbar metálico, y luego, suavizándose, se volvió un sonido hipnótico, melodioso. La melodía era como la vibración de una corriente eléctrica. La imagen que acudió a mi mente fue la de que dos esferas electrizadas se unían, o dos bloques cúbicos de metal eléctrico se frotaban entre sí y, al estar perfectamente nivelados el uno con el otro, se detenían con un golpe. Nuevamente me esforcé por ver si podía distinguir a la persona que parecía esconderse de mí, pero no detecté sino una forma oscura contra los arbustos. Puse las manos sobre los ojos formando una visera. En ese instante cambió el brillo del sol y advertí que sólo veía una ilusión óptica, un juego de sombras y follaje.

Aparté los ojos y vi un coyote que cruzaba el campo en trote calmoso. Estaba cerca del sitio donde yo creía haber visto al hombre. Recorrió unos cincuenta metros en dirección al sur y luego se detuvo, dio la vuelta y empezó a caminar hacia mí. Di unos gritos para asustarlo pero siguió acercándose. Tuve un momento de aprensión. Pensé que tal vez estaba rabioso y hasta se me ocurrió juntar piedras para defenderme en caso de un ataque. Cuando el animal estuvo a tres o cuatro metros de distancia, noté que no se hallaba agitado en forma alguna; al contrario, parecía tranquilo y sin temores. Amainó su paso, deteniéndose a un metro o metro y medio de mí. Nos miramos, y el coyote se acercó más aún. Sus ojos pardos eran amistosos y límpidos. Me senté en las rocas y el coyote se detuvo, casi tocándome. Yo estaba atónito. Jamás había visto tan de cerca a un coyote salvaje, y lo único que se me ocurrió entonces fue hablarle. Lo hice como si hablara con un perro amistoso. Y entonces me pareció que el coyote me respondía. Tuve una absoluta certeza de que había dicho algo. Me sentí confuso, pero no hubo tiempo de ponderar mis sentimientos, porque el coyote volvió a "hablar". No era que el animal pronunciase palabras como las que suelo escuchar en voces humanas; más bien yo "sentía" que estaba hablando. Pero no era tampoco la sensación que uno tiene cuando una mascota parece comunicarse con su amo. El coyote en verdad decía algo; transmitía un pensamiento y esa comunicación se producía a través de algo muy similar a una frase. Yo había dicho: "¿Cómo estás, coyotito?" y creí oír que el animal respondía: "Muy bien, ¿y tú?" Luego el coyote repitió la frase y yo me levanté de un salto. El animal no hizo un sólo movimiento. Ni siquiera lo alarmó mi repentino brinco. Sus ojos seguían claros y amigables. Se echó y, ladeando la cabeza, preguntó: "¿Por qué tienes miedo?" Me senté frente a él y llevé a cabo la conversación más extraña que jamás había tenido. Finalmente, me preguntó qué hacía yo allí y le dije que había venido a "parar el mundo". El coyote dijo "¡Qué bueno!" y entonces me di cuenta de que era un coyote bilingüe. Los sustantivos y verbos de sus frases eran en inglés, pero las conjunciones y exclamaciones eran en español. Cruzó por mi mente la idea de que me hallaba en presencia de un coyote chicano. Eché a reír ante lo absurdo de todo eso, y reí tanto que casi me puse histérico. Entonces, la imposibilidad de lo que estaba pasando me golpeó de lleno y mi mente se tambaleó. El coyote se incorporó y nuestros ojos se encontraron. Miré los suyos fijamente. Sentí que me jalaban, y de pronto el animal se hizo iridiscente; empezó a resplandecer. Era como si mi mente reprodujese la memoria de otro suceso que había tenido lugar diez años antes, cuando, bajo la influencia del peyote, presencié la metamorfosis de un perro común en un inolvidable ser de iridiscencia. Era como si el coyote hubiera provocado el recuerdo, y la imagen de aquel suceso anterior, invocada, se superpusiera a la forma del coyote; el coyote era un ser fluido, líquido, luminoso. Su luminosidad deslumbraba. Quise proteger mis ojos cubriéndolos con las manos, pero no podía moverme. El ser luminoso me tocó en alguna parte indefinida de mí mismo y mi cuerpo experimentó una tibieza y un bienestar indescriptibles, tan exquisitos que el toque parecía haberme hecho estallar. Me transfiguré. No podía sentir los pies ni las piernas, ni parte alguna de mi cuerpo, pero algo me sostenía erecto.

No tengo idea de cuanto tiempo permanecí en esa posición. Mientras tanto, el coyote luminoso y el monte donde me hallaba se disolvieron. No había ideas ni sentimientos. Todo se había desconectado y yo flotaba libremente.

De súbito, sentí que mi cuerpo era golpeado, y luego envuelto por algo que me encendía. Tomé conciencia entonces de que el sol brillaba sobre mí. Yo distinguía vagamente una cordillera distante hacia el occidente. El sol casi se ocultaba en el horizonte. Yo lo miraba de frente, y entonces vi las "líneas del mundo". Percibí en verdad una extraordinaria profusión de líneas blancas, fluorescentes, que se entrecruzaban en todo mi alrededor. Por un momento pensé que tal vez se trataba del sol refractado por mis pestañas. Parpadee y volví a mirar. Las líneas eran constantes, y se superponían a todo cuanto había en torno, o lo atravesaban. Me di vuelta y examiné un mundo insólitamente nuevo. Las líneas eran visibles y constantes aunque yo no diera la cara al sol.

Me quedé allí en estado de éxtasis, durante lo que pareció un tiempo interminable; todo debe haber durado sólo unos minutos, acaso únicamente el tiempo que el sol brilló antes de llegar al horizonte, pero para mí fue una eternidad. Sentía que algo tibio y reconfortante brotaba del mundo y de mi propio cuerpo. Supe haber descubierto un secreto. Era tan sencillo. Experimentaba un torrente desconocido de sentimientos. Nunca en toda mi vida había tenido tal euforia divina, tal paz, tan amplio alcance, y, sin embargo, no me era posible traducir el secreto a palabras, ni siquiera a pensamientos, pero mi cuerpo lo conocía.

Luego me dormí o me desmayé. Cuando volví a cobrar conciencia de mí, yacía sobre las rocas. El mundo era como yo siempre lo había visto. Estaba oscureciendo, y automáticamente inicié el regreso hacia mi coche.

Don Juan estaba solo en su casa cuando llegué a la mañana siguiente. Le pregunté por don Genaro y dijo que andaba por allí, haciendo un mandado. Inmediatamente empecé a narrarle las extraordinarias experiencias que tuve. Escuchó con obvio interés.

-Sencillamente has parado el mundo -comentó..."
Carlos Castaneda: Viaje a Ixtlan.


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Las enseñanzas de don Juan.

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