Don Juan explicó a su discípulo que aquellos chamanes, descubrieron a través de prácticas insondables, que los seres humanos son capaces de percibir energía directamente tal como fluye en el universo. En otras palabras, de acuerdo con don Juan, aquellos chamanes aseguraban que cualquiera de nosotros puede interrumpir, por un momento, nuestro sistema de interpretación que convierte el flujo de energía en datos sensoriales propios de la clase de organismos que somos. Aquellos chamanes afirmaban que transformar el flujo de energía en datos sensoriales crea un sistema de interpretación que convierte la energía que fluye en el universo en el mundo cotidiano que conocemos.
Don Juan continuó aclarando a sus discípulos que una vez que aquellos antiguos chamanes hubieron establecido la validez de la percepción directa de energía, a la que llamaron "ver", procedieron a refinarla aplicándosela a sí mismos. Esto es, se percibían los unos a los otros, a voluntad, como un conglomerado de "campos energéticos". Al percibirse de esta manera, los seres humanos se asemejan a unas gigantescas esferas luminosas del tamaño de los brazos extendidos, a los lados y hacia arriba.
Cuando se percibe a los seres humanos como un conglomerado de campos energéticos, se puede también distinguir un punto de intensa luminosidad localizado a la altura de los omóplatos, mas o menos a un metro de distancia detrás de éstos. Los videntes del México antiguo que descubrieron este punto luminoso lo llamaron "el punto de encaje", debido a que concluyeron que es ahí donde se efectúa la percepción. Ayudados por su capacidad de ver, se dieron cuenta de que en este punto luminoso, ubicado en el mismo sitio para todos los seres humanos, convergen cantidades astronómicas de filamentos luminosos que son los campos energéticos que constituyen el universo en general. Al converger en este punto, se convierten en datos sensoriales que pueden ser utilizados por los seres humanos en cuanto organismos. Utilizar energía convertida en datos sensoriales era considerado por aquellos chamanes como un acto mágico: la energía es transformada por el punto de encaje en un mundo verdadero e inclusivo en el que los seres humanos, en su calidad de organismos, pueden vivir y morir. Aquellos chamanes atribuían el acto de transformar el flujo de energía pura en el mundo que percibimos, a un sistema de interpretación. Su avasalladora conclusión - avasalladora para ellos, por supuesto, y quizá para todos aquellos que tengan la energía suficiente como para prestar atención- fue que el punto de encaje no es únicamente el lugar donde se efectúa la percepción, al convertir el flujo de energía pura en datos sensoriales, sino que también es el lugar donde se realiza la interpretación de dichos datos.
Su siguiente y avasalladora observación fue que el punto de encaje se desplaza de su posición habitual, de una manera muy natural, durante el sueño. Descubrieron que cuanto mayor es este desplazamiento, más extraños son los sueños que lo acompañan. Aquellos chamanes pasaron de estas observaciones realizadas como videntes, a la acción pragmática de desplazar voluntariamente el punto de encaje. "El arte de ensoñar" es el nombre que le dieron al resultado de estas prácticas.
Definieron el arte de ensoñar como la utilización pragmática de los sueños ordinarios para crear una entrada a otros mundos, por medio del desplazamiento voluntario del punto de encaje y el acto de mantenerlo fijo en la nueva posición, también a través de un acto voluntario. Las observaciones de aquellos chamanes, al practicar el arte de ensoñar, eran una mezcla de raciocinios y de ver energía directamente tal como fluye en el universo. Se dieron cuenta de que en su posición habitual, el punto de encaje es el lugar donde converge una minúscula porción de los campos energéticos que forman el universo; pero si el punto de encaje cambia de posición dentro de la esfera luminosa, otra porción mínima de campos energéticos converge en él. El resultado es una nueva afluencia de datos sensoriales: campos de energía diferentes de los habituales son convertidos en datos sensoriales, y estos diferentes campos energéticos son interpretados como un mundo distinto.
El arte de ensoñar se convirtió en la práctica más absorbente de aquellos chamanes. En el curso de esta práctica, experimentaron estados de destreza, valor y bienestar físico sin igual. Al tratar de trasladar estos estados a sus horas de vigilia, descubrieron que podían repetirlos si ejecutaban ciertos movimientos corporales. Sus esfuerzos culminaron con el descubrimiento y desarrollo de un gran número de movimientos a los que llamaron pases mágicos.
Los pases mágicos de aquellos brujos del México antiguo se convirtieron en su posesión más preciada. Los rodearon de rituales y de misterio, y los transmitían únicamente a sus iniciados, envueltos en el más absoluto secreto. Ésta fue la manera en que don Juan Matus se los transmitió a su discípulo, quien, al ser el último eslabon de su linaje, llego a la conclusión de que su interés era hacer el mundo de don Juan accesible a quienes quisieran conocerlo. Por lo tanto, decidio rescatar los pases mágicos de su estado secreto y ritual.
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