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sábado, 1 de noviembre de 2008

Las dimensiones de la vida humana

"Somos conscientes de una triple experiencia: sensible, inteligible y espiritual"

"¿Dónde está la sabiduría que
hemos perdido con el conocimiento?
¿Y dónde está el conocimiento que
hemos perdido con la información?"
T.S. Eliot, La roca

Considera que ātman es el dueño de la carroza
y el cuerpo es la carroza.
Considera que buddhi es el auriga
y manas (mente) las riendas.
A los sentidos los llaman caballos,
y a los objetos de los sentidos sus pastizales.
Al ātman en conjunción con los sentidos y la mente
los sabios lo llaman el sujeto de la experiencia.
Kaṭha Upaniṣad, 3. 3-4.

Acogemos la invitación de Raimon Panikkar de pensar, sospesar, meditar el sūtra que nos sirve de título para esta comunicación y que al hilo de una serie de nueve tejen "Navasūtrāni", segunda parte del profundo y lúcido texto de Panikkar sobre la mística, un texto meditado durante decenios y reescrito varias veces antes de ver la luz. (Raimon Panikkar, "De la Mística. Experiencia plena de la Vida"). Convocados y acompañados por Panikkar nos atrevemos a abrir un espacio para que este "sūtra" nos pueda mostrar los sentidos y matices que esconde en su textura. Aunque todas las referencias de Panikkar serán de su comentario a este octavo sūtra, seguimos los hilos que nos llevan a los otros sūtra, a todo el tejido del libro, como también a otros textos de la obra de Panikkar.
(sūtra: hilo, cuerda, trenza, tejido, textura, texto).
La nuestra será una meditación filosófica en su sentido más tradicional y primordial, búsqueda de una "sophia", que en este texto Panikkar llama mística, imprescindible para una Experiencia plena de la Vida, tal y como reza el título de dicho texto. "Esto es lo que pretendía la Filosofía en sus mejores momentos -dice Panikkar-. Se hablaba entonces de Filosofía como arte y ciencia de Vida, como actividad contemplativa y aprendizaje de
Sabiduría: "ars vitae" (Seneca), "cultura animi" (Cicero), "vera religio" (Escoto Eurígena) o más recientemente "el fin propio de todo filósofo es la intuición mística" (Nietzsche)." Esta búsqueda de esa sabiduría escondida por el conocimiento y sepultada por la información dará forma a nuestra exposición a modo de ascesis y camino iniciático. Partiremos dando cuenta (información) de una antropología y cosmología tripartitas, caminaremos dando razones (conocimiento) de la epistemología de nuestro sūtra, y llegaremos al fin a ese claro del bosque, a ese espacio ontológico de la experiencia para... ¡darnos cuenta! (sabiduría). En un cuarto momento (perfección de la sabiduría), nuestro andar intentará señalar de forma indecisa, casi sin quererlo, lo que sin ser camino se hunde bajo nuestros pies y se alza sobre nuestras cabezas, ese fundamento más allá de la physis.
Es ésta una meditación iniciática que se dirige a quien Panikkar dedica el texto: al místico que se esconde en todo hombre.

• Dar cuenta de... - Información - Ojo de los sentidos

Es escuchando de nuevo a la tradición, desde y a pesar de nuestra modernidad, como oímos aun los rumores de una triple experiencia humana abierta a otros tantos mundos, «esta triple distinción -nos dice Panikkar- corresponde a la antropología tripartita tradicional del hombre como constituido por cuerpo, alma y espíritu, participando de los tres mundos: el material o sensible, el mental o intelectual y el espiritual o divino». Antes de que el pensamiento moderno acabara, por una lado, en una antropología dualista (cuerpo-mente), cuando no definitivamente en un reduccionismo materialista (la mente como mero epifenómeno del cerebro), y por otro lado, en una cosmología reducida a una sola dimensión, en un puro monismo materialista, o como dicen Panikkar y Ken Wilber, un Kosmos (joya, orden armónico multidimensional) reducido a cosmos (una sola dimensión de materia inerte), nuestra propia y premoderna tradición occidental nos hablaba de una antropología ternaria y una cosmología jerárquica compuesta de diversos mundos. Como dice Panikkar, "siguiendo la tradición griega podríamos llamar a estas tres dimensiones de la realidad (y del hombre) "ta aisthêta", "ta noêta", "ta mystika" (lo sensible, lo mental, y lo místico)", concepción esta del hombre y la realidad que en nuestra tradición empieza a desdibujarse definitivamente a partir del siglo XIII, y a pesar del fascinante paréntesis del pensamiento renacentista.
Seguimos a Panikkar, Wilber y a Michel Fromaget6, entre otros, en su recuperación de una antropología y cosmología como mínimo tripartitas, ternarias, trinitarias, tridimensionales, después de rastrear en nuestra propia tradición (orfismo, Platón, Filón, San Pablo, Plotino, neoplatonismo, kábala, sufismo...); pero también es necesario seguir a Panikkar, Wilber y a Ernesto Ballesteros, entre otros, en su periplo intelectual, pero también existencial, mas allá de las “puertas de Oriente”, hacia Asia, para bucear en otras tradiciones filosóficas (hinduismo, budismo, taoísmo, confucianismo...), para encontrarnos con otras antropologías y cosmologías también dispuestas en una "Gran Cadena del Ser". Todos ellos nos dicen que todas las grandes tradiciones de sabiduría, sin excepción, desde la chamánica hasta la vedántica, tanto en Oriente como en Occidente, afirman que la realidad está organizada, como mínimo, en tres grandes ámbitos, la tierra, los seres humanos y el cielo, lo que Panikkar llama "Intuición Cosmoteándrica" (kosmos anthrôpostheos); tres reinos ligados al cuerpo, la mente y el espíritu, y que el pensamiento índico llama envolturas o cuerpos denso, sutil y causal, reinos que como dice la Māṇḍūkya Upaniṣad, están relacionados con los tres estados de la consciencia, vigilia, sueño y sueño sin sueños, pero sin dejar de señalar a un cuarto estado: "turīya".
(Intuición Cosmoteándrica:Unos de los pilares en el pensamiento de Panikkar es lo que él llama la "Intuición Cosmoteándrica". La realidad es triple: tiene una componente física-material, una humana-social y un fondo de infinitud que a falta de otras palabras se llama divino. Ninguno de esos componentes es por sí solo y sólo como relación de los tres se expresa la realidad. Al intento de explicar esta intuición dedica muchos libros, siempre con un cuidado y una pulcritud exquisita para dar con la expresión justa que permita no dar un mayor énfasis a algún componente sobre el otro.)


Esquema en, Huston SMITH, "La importancia de la Religión en la era de la increencia", Kairós, Barcelona, 2001, p.251.

Y añade Panikkar que "la tradición medieval cristiana así como la buddhista y también otras, aunque con terminologías distintas, hablan de los tres ojos del conocimiento (oculus carnis, oculus mentis, y oculus fidei)", coincidiendo aquí otra vez con Wilber en recuperar de nuestra propia tradición aquello que parecía ser solo una idea exótica u oriental: tercer ojo, ojo del espíritu. Los medievales Hugo y Ricardo de San Victor y San Buenaventura hablan explícitamente de los tres ojos del conocimiento, así tenemos como mínimo tres formas o facultades de conocimiento: el ojo de la carne (oculus carnis) que percibe, siente, el mundo exterior espacio-temporal; el ojo de la razón (oculus mentis) que percibe, siente, el mundo de los conceptos, ideas, lógica, formas, símbolos... y el “tercer ojo”, el "ojo del espíritu", el ojo de la contemplación (oculus fidei) que percibe, siente, las realidades transcendentes; según Hugo de San Victor: cogitatio, meditatio, contemplatio.
"Es interesante subrayar -puntualiza Panikkar- que la metáfora habla de los tres sentidos: el corporal (o material), el mental (o intelectual) y el espiritual (o divino), sensibles los tres a sus respectivos órganos [...] aunque en lugar de los tres ojos, tres grupos de sentidos o tres formas de conocimientos, hubiésemos podido decir tres amores o tres formas de sentir o tocar la realidad [...] no olvidemos, pues, que se trata de tres sentidos, de una triple
experiencia (ἐμπειρία, empeiria)".
San Buenaventura nos dice que todo conocimiento no es si no una illuminatio, un contacto directo (experiencia, intuición) con los distintos mundos, con las tres dimensiones en las que la realidad se nos da: "sensibilia", "intelligibilia", "transcendelia". Hay una "lumen exterius et inferius", una experiencia de objetos sensoriales; una "lumen interius", una experiencia de objetos mentales, y una "lumen superius", una experiencia de objetos suprasensibles y supramentales.


Nuestro esquema de tres ojos, experiencias y dimensiones de la realidad, a partir de Ken Wilber y Raimon Panikkar

En las epistemologías que podemos rastrear en las diversas escuelas hindúes (sāṃkhya, vedānta, yoga...) y budistas, esta distinción queda clara desde un principio. En la Kaṭha Upaniṣad citada anteriormente, y que podemos considerar contemporánea de Platón, vemos cómo se utiliza la misma alegoría platónica del carro para describir una imagen antropológica, pero con alguna pequeña y fundamental diferencia. La primera es que el auriga no es la razón, sino "buddhi" (que se traduce normalmente por intelecto), y la razón, o mente, "manas", son las riendas que el auriga utiliza para controlar los caballos, los sentidos. Creemos que podemos relacionar manas y buddhi respectivamente con "diánoia" (razón discursiva) y "noêsis" (razón intuitiva) del mismo Platón. La segunda diferencia es la referencia a "ātman", el dueño del carro y sujeto último de toda experiencia. Los sentidos, manas y buddhi, son los tres ojos, las tres facultades de conocimiento que prácticamente todas las epistemologías asiáticas distinguen claramente y que, a pesar de sus distintas terminologías, coinciden todas en lo fundamental. Las diferencias las encontraremos en su distinta consideración metafísica de lo que hemos llamado “sujeto último de toda experiencia”.
Tenemos pues, de momento, una antropología tripartita (sôma, psiquê, pneûma), con sus correspondientes órganos de conocimiento y sus facultades; por otro lado, tres mundos (físico, mental, espiritual); y en tercer lugar, una triple experiencia (sensible, inteligible y espiritual), tal y como hemos dispuesto en nuestro esquema en tres columnas donde reunimos los diversos conceptos y términos que han ido e irán apareciendo.

• Dar razones... - Conocimiento - Ojo de la mente (diánoia- manas)

Este es el marco, el espacio cosmológico y antropológico en el que se mueve Panikkar para su meditada filosofía intercultural. Este es también nuestro supuesto, la base sobre la que nos tenemos en pie, pensamos y meditamos a la búsqueda de una "sophia" que nos dé de nuevo la realidad entera, de una sabiduría que, como dice el primer sūtra de esa trenza de nueve, es la experiencia integral de la realidad.
Esta búsqueda, esta "Quête", no es mera arqueología ni gusto por lo exótico, sino el imperativo para una razón moderna gastada, cansada, que ha llegado a sus límites (Eugenio Trías), y que ya no puede soportar sola por más tiempo todo el peso de la realidad; esta es una búsqueda, en fin, para poder sortear ese cul de sac en el que nos ha arrojado la metafísica occidental -nihilismo (Nietzsche), dominio del ente y olvido del Ser (Heiddeger)- o como lúcidamente nos lo expresa el filósofo japonés Keiji Nishitani, en "La religión y la nada", el campo de la "nihilidad" donde es arrojado el hombre teórico una vez ha recorrido exhaustivamente el campo de los sentidos y el campo de la razón y se da cuenta que detrás de toda representación de hecho no hay nada; y aunque postulemos de forma kantiana detrás de nuestras representaciones una cosa en sí (noumeno), ésta siempre se nos escapa; toda representación es, de...? Si damos una respuesta, ésta no dejará de ser una nueva representación, de...? El hombre teórico y su razón autosuficiente queda colgado sobre... nada. También con Kant, pasando por Nietzsche hasta Heidegger y la posmodernidad sabemos que toda representación no deja de ser un constructo, un paradigma determinado socialmente, que encuentra su sentido en un contexto, que a su vez, necesitará de otro contexto para su fundamentación. Contextos deslizándose en contextos que lo hacen en... nada. Círculo vicioso de apariencias suspendidas en la nihilidad que nos aboca a la confusión de sentidos y al relativismo donde todo es igual e indiferente. Realidad dispersa, disuelta, dislocada, troceada, rota...
La ontología tradicional es incapaz de superar el punto de vista meramente teórico, y es necesaria una radical metanoia para traspasar el campo de la nihilidad, de la nada que hemos descubierto detrás de toda representación sea sensorial, racional o espiritual, metanoia necesaria si no queremos recaer, dice Wilber, en ese mito de la representación que supone una realidad dada de antemano, y que en el fondo no es sino una regresión a un solapado y omnipresente realismo ingenuo. Nos representamos la realidad como objetos, como cosas porque las queremos sujetar y poseer, sin darnos cuenta (avidyā, la ignorancia fundamental del pensamiento índico) de que así lo que hacemos, paradójicamente, es alejarnos de ellas (distancia entre sujeto y objeto), y en el fondo, nos dirá Nietzsche, lo hacemos por un miedo inconsciente a la realidad. Con ello descubrimos el fundamento del hombre teórico y sus representaciones: el deseo, el apego, la “voluntad de poder”. Trágico destino de la metafísica occidental que oscila dramáticamente entre el domino de los entes, el peso de todo ser convertido en mera cosa, el mundo como un montón de objetos, y el vacío de la representación, la pura apariencia, sombras en el fondo de la caverna, una insoportable levedad del ser. Realidad cosificada o su volatilización.
Pero para Nishitani el paso por el campo de la nihilidad es eso, un paso, un tránsito hacia algo que está más allá; el hombre teórico encarcelado en el mito de la representación tiene que morir, para dar paso a otro hombre y poder arribar a otro campo; para ello necesitamos de otros ojos que nos donen una nueva mirada, una mirada que ya no puede ser solamente teórica, tiene que ser una mirada transformadora para hacer posible aquella experiencia que nos descubra un nuevo campo donde poder habitar, ser, existir.
Volvamos pues a nuestro sūtra y dilucidemos a qué experiencia apunta: Somos conscientes de una triple experiencia: sensible, inteligible y espiritual. "Importante es subrayar -nos avisa Panikkar- tanto la distinción de los tres sentidos como su inseparabilidad. No deben confundirse: el conocimiento sensual no es el mental (intelectual) ni el espiritual, ni los dos últimos son indistintos; pero los tres sentidos son inseparables, aunque a veces el uno o el otro se encuentren un tanto atrofiados". Seguimos a Wilber para poder hacer primero las distinciones. Cada ojo, órgano, facultad, sentido, aprehende inmediatamente datos de su mundo correspondiente. El ojo de la carne aprehende inmediatamente de sensibilia con un conocimiento sensorio-motriz, el ojo de la mente aprehende inmediatamente de intelligibilia con un conocimiento fenomenológicomental y el ojo del espíritu puede aprehender inmediatamente de transcendelia con un conocimiento gnóstico-espiritual. Cada ojo o facultad ha necesitado, o necesita, un aprendizaje, una habilidad, un arte para poder acceder a su mundo, habilidades sensoriomotrices y intelectuales en una primera y segunda paideia (Piaget), y quizás, unas habilidades, unas artes espirituales en una tercera paideia para poder ejercitar ese atrofiado tercer ojo.
El hombre teórico no es sino la mente que utiliza los datos propios de la mente (conceptos, ideas, lógica...) para representar y cartografiar otros dominios aparte del suyo propio. La mente puede mirar a la mente (intelligibilia), puede mirar a la naturaleza (sensibilia), o puede mirar al espíritu (transcendelia) y así podemos tener conocimiento teórico, lo que llamamos ciencia, de los tres ámbitos, cuando la mente utiliza datos mentales inmediatos para cartografiar mediatamente los datos aprehendidos inmediatamente por los respectivos ojos o facultades. De esta forma tendríamos ciencias humano-hermenéuticas (dialógicas), ciencias empíricas o de la naturaleza (monológicas) y ciencias simbólicas, mandálicas... (translógicas). Panikkar y Wilber insisten en no reducir la experiencia a lo que nos dice el empirismo clásico, es decir, no limitar la experiencia a experiencia sensorio-motriz, y por ello no reducir la “ciencia” a las mal llamadas ciencias empíricas. Hay también una experiencia mental, y puede haber una experiencia espiritual. Así pues, daremos el estatuto de ciencia a las ciencias de la naturaleza, como a las hermenéuticas, pero también a las que hemos llamado ciencias mandálicas, cuando la mente mira y piensa los datos que le ofrece el ojo del espíritu. Como ya sabemos, para Kant estas últimas no pueden ser ciencias porque no hay una intuición de transcendelia, y por tanto la reflexión de la mente respecto a este ámbito es una reflexión vacía de contenido, pero aquí ya hemos dicho que sí puede haber una experiencia del espíritu, aunque, para que este ojo de la contemplación pueda ofrecer datos, para que pueda experienciar el ámbito de transcendelia, es necesaria una habilidad, un entrenamiento, un yoga, un arte, igual que la gimnasia o el arte de la gastronomía nos permiten experienciar el cuerpo y la materia, y la palabra, la escritura o las matemáticas nos permiten experienciar el mundo de la mente.
Y Panikkar ya nos advierte que "cualquier visión con un solo ojo nos deforma la realidad porque en último término abarca sólo lo que cae dentro de su campo visual; no abraza, por así decir, toda la realidad [...] Si el reduccionismo sensista (materialista) proviene de mirar sólo con el primer ojo, y el idealista sólo con el segundo, el pseudomisticismo es la visión del tercer ojo exclusivamente. Cualquier visión monocular carece de perspectiva". Falta de perspectiva que en este juego de distinciones produce desajustes, solapamientos, confusiones, distorsiones, reduccionismos de todo tipo.

• Darnos cuenta de... - Sabiduría - Ojo del espíritu (noêsis - buddhi)

Una vez echas las distinciones (facultades, mundos, experiencias) es necesario darnos cuenta de su inseparabilidad. Pero para ello, el hombre teórico debe ser superado, ya que éste solo distingue, separa, define, representa... con su mono-bicolor visión. Esta misma exposición no puede ser sino teórica y por tanto dual y/o dialéctica, pero de la mano de Panikkar intentaremos alzarnos, más allá de los límites de la razón, para otear un nuevo campo de visión, un espacio para la experiencia mística, «pues es la mística la que nos dice que en la realidad hay un algo más, del que somos conscientes, y que no está subordinado a la razón –un más que no es aditivo sino constitutivo. Como viendo lo invisible, dice la escritura cristiana [...] pero la expresión experiencia mística -nos advierte Panikkar- posee una ambivalencia desorientadora. Puede significar o bien la experiencia tal y como es vista por el tercer ojo, o bien aquella visión que, sin excluir la dimensión del tercer ojo, integra la visión de los otros dos.» Nuestro tránsito hacia la sabiduría, hacia prajñā (sabiduría intuitiva de la tradición índica), deber ser un alzado pero también una profundización. Nuestra representación en forma de esquema puede expresar ese alzado, como un alcanzar esa dimensión que está por encima de la razón, pero esta descripción es parcial y profundamente dualista (arriba-abajo, superior-inferior), una imagen dual que históricamente ha sido la fuente de innumerables problemas.
"La experiencia mística no es meramente sensual, exclusivamente intelectual ni sólo espiritual, tampoco es el nivel superior, ni se llega a él por la suma de las tres experiencias. La experiencia es un acto único". Panikkar con su intuición cosmoteándrica quiere expresar no sólo una realidad ordenada jerárquicamente en tres dimensiones, sino también que toda realidad, todo ser, presenta esta triple dimensión: «se trata -dice- de una triple y constitutiva dimensión». Al alzado hay que añadirle una profundización; a nuestro esquema le falta, por lo menos, otra dimensión, el esquema bidimensional debe convertirse en tridimensional. Cada dimensión, cada facultad, cada experiencia contiene a las otras dos. Lo que presenta nuestra esquema bidimensional no es sino el aspecto más externo (luz exterior), pero si profundizamos, descubriremos que detrás hay un interior (luz interior), y aún, detrás, un fondo (luz de profundidad). Lo que vemos en el esquema bidimensional de abajo a arriba es necesario disponerlo también de delante hacia atrás, de un exterior hacia un fondo interior. No sólo es necesario un alzado, una ascesis, un mirar hacia arriba, sino también es imperativa una profundización, un giro (Plotino), una retracción de los sentidos (Patañjali), una mirada hacia el interior de toda cosa. Con esta nueva perspectiva, de momento tridimensional, seguimos a la búsqueda de esa experiencia única.
“Sentarse en el olvido”, decía el taoista Zhuang Zhou, “solamente sentarse (za zen)” y “dejar caer cuerpo y mente” insiste el budista Dōgen, y con ello el hombre teórico puede relajarse, deconstruirse, retirarse como sujeto único de la experiencia, y con él, el deseo y el apego; entonces las cosas van perdiendo peso o van desnudándose de su apariencia, y quizás poco a poco, quizás abruptamente, se nos aparece, allí donde siempre ha estado, esa experiencia única, plena, luminosa..., en el espacio (locus), en el campo de toda experiencia que siempre, y a la vez, es sensible, inteligible y espiritual. La apariencia, la representación que como intermediarias intentaban malamente cubrir la brecha, la fisura, la distancia entre sujeto y objeto se disuelven, o mejor, se resuelven en aparición y presencia en el campo y espacio de una experiencia siempre triple. Sujeto y objeto no son, de hecho, sino abstracciones de ese sujeto identificado exclusivamente con uno de sus ojos, un sujeto meramente teórico; y no hay mundo, no hay yo, siempre y en todo momento sólo hay un espacio, un campo donde emerge una experiencia; no hay un mundo dado ni un yo dado de antemano y después una experiencia que hace de intermediaria entre los dos, es en el espacio de la experiencia consciente donde se produce la aparición, la presencia, donde la realidad se da, se ofrece y... toda entera. "En el toque entre objeto y sujeto no hay inmanencia ni transcendencia separadas ni separables -dice Panikkar-".
Todos hemos sido conscientes, en algún momento de gracia, de esa experiencia única, plena, luminosa: en el abrazo, en los afectos, en la comunión con la naturaleza, en la donación, en el saber, en la creación... y en esa experiencia única es cuando hemos sido más conscientes que nunca, consciencia luminosa que gusta proclamar con Nietszche: ¡todo instante quiere eternidad! Toda experiencia, decimos nosotros ahora, quiere profundidad. A la perspectiva de mundos dispuestos unos por encima de otros, debemos añadir la profundidad de mundos dispuestos unos detrás o dentro de los otros; como nos recuerda Éluard: hay otros mundos, pero... están en éste.
Al comentar Panikkar la experiencia estética dice que ésta "es fundamentalmente sensible, pero esencialmente intelectual y eminentemente espiritual. La belleza entra principalmente por los sentidos, pero sin su impresión en la mente no se la experiencia como tal. Más aún, la atracción y el embeleso de lo bello nos lleva a lo indecible, al misterio, a lo místico; nos lleva hasta el punto en que la contemplación de lo bello nos transforma y diviniza; nos hace sentir el misterio de la realidad. Cualquier artista lo sabe, esto es, lo saborea", un sabor de poesía, amor, libertad, como diría Octavio Paz. Toda experiencia esconde una triple profundidad, una triple luz: ¡luz, más luz! buscaban los caballeros del Grial. "Hacer participar el cuerpo en la felicidad del espíritu y asociar el espíritu al placer del cuerpo es un arte místico -dice Panikkar-. La beatitudo, el ānanda, es una experiencia cosmoteándrica [...] y quien no ha experimentado ningún bienestar físico no puede saber, esto es, saborear una alegría intelectual ni un gozo espiritual". Experiencia integral de la realidad como un toque, un gozo, un sabor, un don... Recogemos ahora la tradicional distinción aristotélica del saber como theôria, praxis y technê-poiêsis, para decir que un campo no es sino un saber, tocar, saborear un ámbito de lo real, y por tanto, realizarlo con un saber a la vez contemplativo, dialógico y técnico-poiético. O mejor, un campo se realiza, se manifiesta, se da como theôria, como praxis, como technê-poiêsis, y el hombre realiza y se realiza gustando la realidad con un saber que saborea contemplando, dialogando y creando.
Aspiramos a una experiencia integral de la realidad, "con esta triple empeiria abrazamos la realidad -dice Panikkar-, pero el abrazo es abierto no se cierra. Captamos en cada momento la realidad, pero el “todo” no existe, es un mero concepto. El misterio nos envuelve". En este espacio de experiencia consciente, la presencia refulge con triple luz (exterior-interior-superior). El campo de la experiencia sensible esconde entre sus pliegues sentido, significado, y de forma más profunda, espíritu, o como diría Platón, Belleza, Bondad y Bien; en el campo de la experiencia inteligible, sentimos cuerpo y intuimos también esa triada platónica; y el campo de la experiencia espiritual desea sentido-forma y encarnación-cuerpo. Toda experiencia consciente es un abrazo abierto (iba a escribir “con”, pero no, hay que decir), un abrazo abierto “de” realidad; abierto porque se está dando en triple forma: cuerpo, logos y... luz, plenitud, ser. "Significa –dice Panikkar- que hay un toque (inmediato) con toda la realidad a través de una experiencia concreta, que en algunos casos puede tomar la forma de Bien, de Verdad, de Belleza, de Dios, de Cristo, de Justicia, de la Nada..."

• El cuarto (turiya) - Perfección de la sabiduría (prajñāpāramitā) - Despertar

Aunque nos estamos desenvolviendo en un esquema de tres dimensiones, un alzado bidimensional (inferior-superior) al que hemos añadido una profundización (exterior-interior), un esquema de tres ámbitos constitutivamente triples, ésta no deja de ser una representación con límites y en cierta medida, todavía dual. Nos es necesario un último alzado, una última profundización metafísica, y aguzamos nuestro oído para escuchar otra vez a Panikkar: «estoy diciendo que la experiencia mística abraza tanto la consciencia sensible como la intelectual y espiritual en a-dualidad (advaita) armónica. La experiencia mística ocurre en el hondón del alma, en el Urgrund de nuestra existencia, en el guhā (caverna, lugar secreto) de nuestro corazón, y no al nivel de nuestra mente. Por eso transforma nuestras vidas.» Para este último alzado metafísico debemos escuchar la voz de los grandes maestros de la no-dualidad (o como prefiere Panikkar, a-dualidad) que aparecen por todos los entresijos de su texto: Herakleitos, Nāgārjuna, Plotinos, Śaṇkara, Abhinavagupta, Rūmī, Ibn Arabī, Dōgen, Eckhart... Uno de estos grandes maestros, el contemporáneo Ramana Maharshi, dice que “lo que no está presente en el sueño profundo sin sueños, no es real”. Todos pasamos cada día por los tres estados de consciencia, pero con una consciencia sólo presente en el estado de vigilia, y alguna vez en el estado de sueño, pero... ¿y en el estado de sueño profundo sin sueños? ¿Quien está...? interroga constantemente Ramana Maharshi.
Sentarse en el olvido y dejar caer cuerpo y mente, para aprender a transitar por los tres estados de consciencia hasta poder descansar en el cuarto (turiya), que no es un cuarto estado sino la condición de todo estado, aquello que está presente en todos los estados, aquella consciencia de la que no podemos ser conscientes porque ella es el vidente que no puede ser visto pero que siempre y en todo momento es el que ve. Pura transparencia. Con cuerpo y mente definitivamente caídos puede emerger esa apertura infinita del campo de la vacuidad, dice Nishitani, campo que está más allá de todo campo, esto es, absolutamente trascendente, pero que a la vez está más acá de todo campo, esto es, aquello más íntimo, más propio de toda cosa, aquello absolutamente inmanente. El campo de la vacuidad (śūnyatā) es el espacio abierto a-dual (advaita) que hace posible todo campo y toda experiencia. El sancta sanctorum, el campo al que no podemos llegar porque de él nunca hemos salido, campo que no podemos conseguir porque es él quien nos tiene.
En fin, śūnyatā, Dios, Brahman, Dao, Ser, Uno, ātman, arqué, ain sof, nirvāṇa, turiya... no es otra realidad que esté más allá o más acá, sino la condición y fundamento de toda realidad. No hay ninguna realidad ni ningún ser que no lo sea, y a la vez no es ninguno de ellos. Camino imposible e inevitable a la vez. Todo descansa en el campo de la vacuidad, Dios, Dao, Ser, ātman... y desde esta apertura infinita, todos los campos no son sino una manifestación, una revelación, una realización. El mundo, las cosas recuperan su lugar, la apariencia se transfigura en aparición, la representación en presencia, y todo puede ser visto, vivido, realizado, saboreado bajo specie aeternitatis, «despierto a la Vida en la vida», nos acaba diciendo Panikkar.

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Según Platón, el conocimiento es un subconjunto de lo que forma parte a la vez de la verdad y de la creencia.
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