viernes, 4 de diciembre de 2009

La Tradición Bon - I

El pensamiento tibetano crece en medio de las dos regiones que más desarrollos tuvieron en la época: China e India. El Tibet desarrolló formas propias de pensamiento, originales en sus comienzos y durante algún tiempo y luego mezcladas con otras formas importadas de conocimiento, como el budismo.


Chamanismo

En sus comienzos el chamanismo fue una de las fuentes de pensamiento más importante, y dio lugar con el paso tiempo a una forma de pensamiento característica del Tíbet, conocida como tradición Bon. Para los chamanes, las dolencias pueden tener un origen físico, en cuyo caso se recurre a un sanador, o bien se debe a una perturbación del espíritu, básicamente de su energía, en este caso se recurre a un chamán, que mediante unas prácticas adecuadas equilibrará de nuevo la energía vital.
El chamán (en sánscrito "sramana") es una persona de poder, que tiene como misión principal la de curar. Como elementos distintivos se encuentran la de que pueden entrar voluntariamente en estados alterados de conciencia, pueden efectuar "viajes" interiores en busca de conocimiento, para ayudar a los demás. En el caso del chamán tibetano se ayudaba de banderas y cilindros de oración, de la repetición de mantras para beneficiarse de sus vibraciones, invocar espíritus guardianes y varias formas de meditación, entre otras.


Tibet Occidental (Zhang Zhung).

Los principales núcleos de esta corriente se desarrollaron un una zona del Tíbet occidental, llamada Zhang Zhung. Hasta el siglo VIII el Tibet occidental existió como un estado independiente, y ocupaba un territorio bastante extenso. Los habitantes de ese reino fueron gobernados por una dinastía de reyes que finalizó en el siglo VIII, cuando el rey Ligmincha, el último de la dinastía, fue asesinado por el rey tibetano Trisong Detsen, y unificó todo el Tibet bajo su mandato.

Alrededor del siglo -I se inició en esta zona la tradición Bon. Estas enseñanzas aportan una determinada forma de ver el mundo y de comportarse en él, como un camino hacia la iluminación.

El significado del término bön proviene de su aspecto de “recitar fórmulas mágicas", donde el poder de los que lo practican proviene del uso de mantras, y otras técnicas, con la intención de influir en ciertas dimensiones de energía. Actualmente, el Bön está considerado como la quinta y la más antigua de las tradiciones tibetanas, las otras cuatro son budistas, aunque muy influidas por esta. Se caracteriza por una iconografía diferente y por su importante tradición chamanística. También utiliza las enseñanzas del Sutra, del Tantra y del Dzogchen.


A lo largo de la historia la evolución del Bon ha ido cambiando y se pueden considerar tres etapas principales:

Bön Primitivo. En sus comienzos el Bon se relaciona con rituales y elementos del chamanismo y animismo de Asia del norte. Originalmente el Bön consistía en una serie de conocimientos y prácticas basadas en el principio de interacción del hombre con las fuerzas externas de la naturaleza y del universo, fuera del alcance de la percepción ordinaria, sin embargo con una gran influencia y determinantes en la existencia del hombre. Los antiguos bonpos poseían un gran conocimiento tanto de la dimensión de energía del individuo, como de las energías en el universo.

Comienzos del Bon budismo. El fundador de la tradición Bön budista, Yungdrung Bön o Bön Eterno, fue Tönpa Shenrab Miwoche y constituyen un camino espiritual hacia la iluminación. Esta tradición comienzó en la zona del Tíbet occidental, y más adelante se extendió por todo el Tíbet.

Bön posterior. Es el producto de la fusión del primer Bön budismo, con las enseñanzas budistas provenientes de la India, en ambos casos son caminos espirituales que conducen a la iluminación a través de sus diferentes prácticas rituales, meditativas y de contemplación.


El Bon budismo

Tönpa Shenrab, el iniciador del Bon budismo, nació en Olmo Lung-ring, en el seno de una familia poderosa que vivían en palacios. Se casó y tuvo hijos, pero en un momento de su vida renunció a su vida palaciega y a su familia, tomó el camino de la renuncia, viviendo de las limosnas que le daban. Meditó hasta alcanzar la iluminación y luego trató de enseñar sus prácticas, consiguió un numeroso grupo de seguidores. Reconoció las cuatro fuentes del sufrimiento: el nacer, el envejecer, la enfermedad y la muerte, lo que le llevó a desarrollar métodos para lograr salir de la existencia cíclica.

Sin embargo su enseñanza era bastante compleja, por lo que no todos podían comprenderla de igual modo. A los mejor preparados les enseñó como lograr la iluminación dentro de una sola vida. Para aquellos con unas cualidades menores, les enseñó el camino gradual de las prácticas para reencarnarse en los reinos de los dioses y los humanos.

Tönpa Shenrab explicó sus enseñanzas sobre el Bön en tres etapas sucesivas: primero expuso los Nueve Vehículos, después los Cuatro Portales y el Único Tesoro, y finalmente reveló los Preceptos, que pueden ser externos, internos y secretos.

Los Nueve Vehículos del Bön. Son la primera etapa de las enseñanzas de Tönpa Shenrab, los documentos escritos de estas enseñanzas fueron escondidos durante las primeras persecuciones del Böny, olvidados durante algún tiempo para ser redescubiertos posteriormente. Se dividen en tres partes: los Tesoros del Norte, los Tesoros del Sur y el Tesoro Central, entre los que se encuentra el Dzogchen. Contienen rituales y prácticas para controlar la energía interior, con la intención de curar, y en fondo liberar al que lo practica del ciclo de encadenamientos del samsara.

Los Portales del Bön. Son la segunda etapa de las enseñanzas. Este ciclo se divide en cinco partes que incluyen prácticas esotéricas, rituales de purificación, técnicas de adivinación, ritos funerarios y ejercicios de meditación Dzogchen.

Preceptos del Bön. Este es el ciclo final de las enseñanzas de Tönpa Shenrab y se divide también en externos, internos y secretos. Los Preceptos externos representan el camino de la renuncia, son las enseñanzas de los sutras, los Preceptos internos representan el camino de la transformación, son las enseñanzas Tántricas y los Preceptos Secretos representan el camino de autoliberación, son las enseñanzas del Dzogchen.

Fuentes:

http://www.cinicos.com/img_web/logocinicos.jpg


lunes, 2 de noviembre de 2009

Cómo fluir con la vida

Cuando alguien es capaz de ver que su desarmonía u oscuridad interior le impide el acceso a realidades más gratas, puede que también comprenda que si quiere vivir una realidad más feliz, deberá emprender el camino del crecimiento personal, buscando la superación de sus defectos, la armonización con el fluir de la vida universal y con sus leyes, todo eso lleva al despertar. Una persona relativamente despierta siente que la vida es hermosa, que es una oportunidad extraordinaria para amar, disfrutar, crecer y ayudar a otros, aunque haya momentos duros.


"Mira que le doy vueltas a la cabeza, pero nada, no encuentro la solución." Este es un lamento muy habitual que posiblemente esté también en su boca. Y eso porque, desdichadamente, nuestra mente, la de casi todos, es ya una enloquecida noria de feria. Una noria de luces y de ruido que da vueltas y más vueltas sin que podamos detenerla. Y estamos convencidos de que la solución está ahí, en ese incesante voltear de matraca ensordecedora, sin comprender que dar vueltas y más vueltas en torno a un problema es crear un muro en torno a él, es quedarnos con el problema, es protegerlo, es un simple tañido de alarma, es una súplica de ayuda, es moverse en la rueda de una constante autocompasión, es creer que podemos llegar al mar sin dejarnos llevar por la corriente del río. No fluimos. El miedo -o, lo que es lo mismo, la búsqueda de seguridad- ha levantado una esclusa sin compuertas que nos impide fluir. Y damos vueltas y más vueltas en el agua de esa presa que, por no fluir, acaba pudriéndose. Y la presa somos nosotros. ¡Pero son tantas las cosas que no queremos perder, estamos tan firmemente agarrados al mástil de lo que creemos seguridad, estarnos tan bloqueados por el miedo que acabamos en la estupidez de perder la vida por miedo a perderla!
Así que mi propuesta es: dejemos que el río de la vida nos lleve. Vivamos en el wei wu wei de la doctrina taoísta. O sea, dejémonos llevar, fluyamos con el fluir de la vida, hagamos no haciendo, no ofrezcamos resistencia, no nos agarremos a las cosas, ni siquiera a la vida, porque agarrarse a la vida es perderla. Entendamos, de una vez por todas, que sólo hay seguridad en la inseguridad. Así que abramos la esclusa que creemos protege nuestra vida, rompamos las compuertas y dejemos que la vida fluya. No nos paralicemos con un constante voltear de pensamientos, iniciemos la acción desde el no pensamiento. Eso que el taoísmo llama la acción de la no acción, que no es ir a la deriva, sino ser completamente sensible a cada momento como algo nuevo y único, con la mente receptiva. En su libro Ilusiones, Richard Bach ha escrito: "La nube ignora por qué se desplaza en una determinada dirección y a una velocidad específica. Siente un impulso... ése es el rumbo del momento. Pero el cielo conoce las razones y las configuraciones que hay detrás de todas las nubes, y tú también las conocerás cuando te eleves a la altura indispensable para ver más allá de los horizontes".
Este es el wei wu wei, dejarse llevar por el Yo, no dejar que el ego se apropie de la acción, no dar finalidad a nuestra vida, no interpretarla, no enjuiciarla tomando como punto de referencia un debiera (debo ser el mejor, debo tener tanto dinero como...).

Este cuento sufí lo explicita con una anécdota:

¿Buena suerte o mala suerte?

"Había una vez un hombre que vivía con su hijo en una casita del campo. Se dedicaba a trabajar la tierra y tenía un caballo para la labranza y para cargar los productos de la cosecha, era su bien más preciado. Un día el caballo se escapó saltando por encima de las bardas que hacían de cuadra. El vecino que se percató de este hecho corrió a la puerta de nuestro hombre diciéndole:

-Tu caballo se escapó, ¿que harás ahora para trabajar el campo sin él? Se te avecina un invierno muy duro, ¡qué mala suerte has tenido!

El hombre lo miró y le dijo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe.

Pasó algún tiempo y el caballo volvió a su redil con diez caballos salvajes con los que se había unido. El vecino al observar esto, otra vez llamó al hombre y le dijo:

-No solo recuperaste tu caballo, sino que ahora tienes diez caballos más, podrás vender y criar. ¡Qué buena suerte has tenido!

El hombre lo miró y le dijo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe.

Más adelante el hijo de nuestro hombre montaba uno de los caballos salvajes para domarlo y calló al suelo partiéndose una pierna. Otra vez el vecino fue a decirle:

-¡Qué mala suerte has tenido! Tu hijo se accidentó y no podrá ayudarte, tu eres ya viejo y sin su ayuda tendrás muchos problemas para realizar todos los trabajos.

El hombre, otra vez lo miró y dijo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe.

Pasó el tiempo y en ese país estalló la guerra con el país vecino de manera que el ejército iba por los campos reclutando a los jóvenes para llevarlos al campo de batalla. Al hijo del vecino se lo llevaron por estar sano y al de nuestro hombre se le declaró no apto por estar imposibilitado. Nuevamente el vecino corrió diciendo:

-Se llevaron a mi hijo por estar sano y al tuyo lo rechazaron por su pierna rota. ¡Qué buena suerte has tenido!

Otra vez el hombre lo miró diciendo:

-¿Buena suerte o mala suerte? Sólo Allah lo sabe."

Todo lo que a primera vista parece un contratiempo. puede ser un disfraz del bien. Y lo que parece bueno a primera vista puede ser realmente dañoso. Así, pues, será postura sabia que dejemos de decidir lo que es buena suerte y mala y que estemos dispuestos en agradecer que todas las cosas se conviertan en un bien.

Según rezaba San Agustín.

"Señor, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar aquellas que puedo y sabiduría para distinguir la diferencia entre ambas."

Es el Yin y el Yang de nuestro discurrir, nuestro cíclico devenir, esos acontecimientos que, para nuestra desdicha, intentamos fijar interpretándolos cuando no admiten otra interpretación que ese simple puede ser.
Es importante, por tanto, que aprendamos a aceptar los hechos. Bien entendido que ese aceptar no es un simple resignarse o un ir a la deriva, sino que es un sí, un sí rotundo, un decir sí a la vida. Porque usted y, con usted, casi todos, vivimos en un constante no. Nos protegemos, nos acorazamos, no dejamos que el río de la vida nos nutra y lleve. Por eso estamos muertos, no vivimos, somos sólo una máscara que todavía anda. Somos miedo, dolor, tristeza... ¿Quiere comprobarlo?


QUÍTESE LA MÁSCARA

Posición:
a) De pie, delante de un espejo.

Ejercicio:
1. Observe la expresión de su rostro en el espejo. Mírese detenidamente. Quizá es un rostro con vida, quizá lánguido... Tome conciencia de eso.
2. Deje ahora de mirarse y relaje los músculos de la cara; deje que se aflojen lentamente, que tomen la expresión que deseen. No interfiera, no haga ningún esfuerzo por reprimirles ni por ayudarles. Simplemente deje que se expresen por sí mismos. Y notará que su boca se abre más o se cierra con más fuerza, que sus ojos se adormecen o no, que sus mejillas parecen caer... Y, finalmente, su rostro ha adquirido otra expresión.
3. Mírese ahora otra vez en el espejo. Observe su auténtica expresión, la que muestra a los demás cuando olvida su máscara. Lo más probable es que se haya encontrado con un rostro tenso, primero, y triste, asustado, amargado o perplejo, después.
Pero eso no debe preocuparnos.
Al contrario, quitémonos la máscara. Dejemos que el miedo, la frustración y la tristeza fluyan también, dejemos que los sentimientos negativos nos recorran, porque sólo así dejarán de atormentarnos.

Ya sabe que todo sentimiento negativo es un mensaje. Enriquézcase escuchándolo y déjelo fluir. No ponga diques. No se parapete tras un no a la vida que se traduce en un cerrar la boca, en contraerla afeándola con un permanente rictus, y también en un replegar el mentón y los hombros.
No haga eso, que eso, aparte de afearnos, nos amarga, envejece y enferma. Por el contrario, diga sí, porque decir sí es abrir la boca hecha sonrisa; decir sí es poder respirar hondo, es no temer lo que hay más allá de nosotros, ni más allá de nuestro aquí y de nuestro ahora. Decir sí es vivir, es aceptar que la vida fluya, es aceptar los hechos, no vivir en la interpretación.
Éste es el ejercicio último y definitivo de esta serie. Una serie de artículos que empezó con la necesidad de abrirnos a la vida y se cierra aquí sabiendo ya que sólo podremos abrirnos a la vida si somos capaces de fluir con ella, de aceptarla, de decir abiertamente que sí.
De seguir diciendo no, nos mantendremos en nuestro actual estado de zombis y seguiremos siendo simples cadáveres andantes movidos por otros zombis.
Por favor, diga sí: fluya. No permita que otros decidan por usted y condicionen su mente impidiéndole vivir su propia realidad.


Fuentes:

Basados en el libro "Nazca a una nueva vida"
y glosados por el autor del libro, Joaquín Grau.

Centro de Terapia y Formación Anatheóresis S.L.
C/ Víctor Hugo, 1- primero izquierda
28004 MADRID
Tel. 91 522 89 09.
Tel. y Fax. 91 531 53 87
E- mail:
terapias@grau-anatheoresis.com





Fluir con el Rió de la Vida.

Hola a todos;

Acabo de escribir unas palabras en el Blog de Antonio, "Aprendiendo a vivir... conscientemente", concretamente en el post " ¿La Verdad? ".
Y luego de leer otro post suyo ( Soltar (¿Acaso me fui?) ), encontré la inspiración para este post de esta mañana.
Sin duda para mi esto ha sido una sincronicidad. Luego ya que tras mi retiro he llegado de algún modo a la misma conclusión que él: soltarse.
En este "soltarse" no puedo dejar de recordar la novela "El alquimista" de Paulo Coelho, que empieza así:

"Cuando una persona desea realmente algo, el Universo entero conspira para que pueda realizar su sueño. Basta con aprender a escuchar los dictados del corazón y a descifrar un lenguaje que está más allá de las palabras, el que muestra aquello que los ojos no pueden ver."

El libro versa sobre sueños y los medios que utilizamos para alcanzarlos, sobre los azares de la vida y las señales que se presentan a lo largo de la misma: saber comprender, observar dichas señales...

Y que para ello es indispensable confiar, es decir soltarse o fluir con el Rió de la Vida. Desde un principio esto no parece cosa sencilla, hay tanto medio a lo desconocido e lo incierto, a lo que pueda occurir...
Sin embargo no estoy diciendo que soltarse signifique soltarse de golpe y bruscamente. Por lo menos no lo experimento de esta manera. El soltarse no ha de ser un acto traumatico.
Pienso que hay un momento preciso para hacerlo, una etapa especial en la vida que indica ese momento, que nada tiene que ver si es demasiado pronto o demasiado tarde, sino mas bien si uno esta preparado para realizar el Gran Salto al Vacío.
Por supuesto yo solo puedo hacer estas observaciones desde mi propia experiencia con la conciencia de que para cada ser el proceso sera diferente e único.

A mi se me enseño que somos seres de carne y huesos, y por lo tanto tenemos una actividad en el plano físico: hemos de procurarnos las necesidades básicas, una base bien firme, tocar tierra. Para ello existen varios planes posibles. No solamente un único plan establecido y pactado conjuntamente por la gran mayoria.
Este plan particular y propio depende en gran medida de nuestra capacidad para ser original, inventivo, imaginativo, creativo y tener fé en nuestros sueños. No estoy hablando de fantasías. ( Que quizás luego tratare de aclarar sobre ello. Y sino que cada cual reflexione luego acerca de esto.)

También somos seres hecho de Espíritu, de una Esencia o Alma que puja por crecer y expresarse de un modo singular. A esto le llamo vocación, es nuestro sueño.
El Rió de la Vida no puede estar condicionado por las ideas preconcebidas, por las "normalidades" y pactos establecidos en un consenso globalizado. Se dijo que todo esta permitido, siempre y cuando no se provoque daño y sufrimiento alguno a otros seres. Ni siquiera a uno mismo.
Esto nos lleva a la polémica entre que esta bien y que esta mal.... Otro tema sobre el cual cada uno puede reflexionar.

Para fluir en el Rió de la Vida se necesita, desde luego mucha confianza y mucha fe. Sino se tiene, se adquiere, tal y como se dijo mas arriba: observando, descifrando y aprendiendo de las señales, de las sincronicidades y/o del "Lenguaje de Dios". Siempre hay algo que nos indica que estamos siguiendo un Camino con Corazón.

Me doy perfectamente cuenta que no es tan sencillo como escribir estas palabras...
No es tan sencillo porque las experiencias son irrepetibles e únicas, propias e individuales, pertenecen a la esencia de cada uno y de uno mismo.
No hay manual ni tutorial. Sin embargo si que tenemos a un Guía Interno que si le hablamos y preguntamos, de una forma u otra, él nos enseñara y nos mostrara el Camino.

A todos os deseo tener lo suficiente.

domingo, 1 de noviembre de 2009

El retorno

He echado muchísimo de menos vuestra compañía.
Han sido unos meses en los que he vagado mas por las nieblas de la pereza, la desidia y la banalidad que por altas esferas Aguileñas.
Sin embargo para nada ha tenido este descanso un resultado decepcionante. Sin duda alguna conocéis la maxima que predica que para cambiar un aspecto de si mismo antes hay que reconocerlo, incluso añado que hay que explorarlo, llagar a amar esta parte oscura de si mismo. Porque amarla es darle Luz.
A algunas personas les cuestan mucho aceptarse a si mismo. Unos quisieran ser mas valientes, mas emprendedores, mas amables, mas generosos... mas de lo que en realidad ya lo son. Yo siempre digo que si uno es capaz de reconocer las virtudes en los demás es porque ya posee estas virtudes en su Si Mismo. Y quizás es cuestión de equivocarse en los procedimientos y los procesos del cambio. No se puede uno decirse a si mismo que le gustaría ser igual a fulanito o menganito. Cada uno de nosotros poseemos nuestro particular don de expresar esas virtudes. Y estas no son las piezas de un motor que salen de fabrica en cadena. El calibraje, las medidas son distintas para cada ser.
Sin embargo y siguiendo este juego de maximas, sabemos que los opuestos andan a pares.
Así pues donde hay defectos hay cualidades y vice versa... Ambas son caras opuestas de la misma moneda.
Me doy perfectamente cuenta que dicho así suena a terapia barrada. Los recursos que nos proporciona la meditación sobre el Yin y el Yang han sido tan sobre explotados y manipulados, que cuando mas sencilla y modesta es una técnica menos le damos credibilidad. Nos gusta tanto lo sofisticado...
Volviendo ahora a los defectos (o vicios como a los mas puritanos les gustan denominarlos), ellos no son mas que una cualidad o virtud manifestada en su mas extrema expresión. Sin embargo esta dicotomia no se resuelve de forma tan sencilla y por la ley de los contrarios.
Por ejemplo ¿cual seria la cualidad de un mentiroso? La sinceridad o la franquesa desde luego que no. Quizás la imaginación...
¿La cualidad de un perezoso? La relajación. la tranquilidad...
Con ello quiero deciros que el extremo no siempre es el contrario, la fidelidad llevada a su extremo bien podría resultar en el defecto de la intolerancia, de la intransigencia, del extremismo...


Ashram Arunachala, en mucha ocasiones he sentido la guía de mi Lobo Interior y la presencia del Aguila. Gracias por tus buenos deseos.
Momo, energiza no me ha faltado, pues la he necesitado para lidiar con mis tinieblas. Gracias por tu abrazo.
Jurema, mas o menos así he vivido estos meses, como una lucienaga, donde mas se notan es por la noche. Gracias por tus besos.
Z., y yo también os he echado de menos, sin embargo este alejamiento me era necesario. Gracias por seguir aquí.
Alma, que bueno volver, descanse lo suficiente. Gracias por tu llamadado.
MySelf, aprecio mucho tu llamada en seguir con "la biblioteca de Alejandría". Gracias por tu fuerza y calor.
Silvia, la belleza que ves a fuera es el reflejo de la que mora en ti. Gracias por tu compañía.
Hay muchas mas personas que siguen este Blog a las que les doy mis mas sinceros agradecimientos.

Manuel.

miércoles, 17 de junio de 2009

El novio animal

Cuando un aspecto del ser es frustrado o reprimido, queda relegado a la parte inconsciente de la psique adoptando formas distorsionadas o perversas. Una vez allí, esa energía se vierte dolorosamente sobre el exterior, pero también sobre la propia persona. En lo que respecta a la mujer, es así como nace una diosa oscura.

Así pues, a pesar de que la joven intenta cumplir las órdenes del depredador y accede a seguir ignorando el secreto del sótano, sólo puede cumplir sus promesas hasta cierto punto. Al final, inserta la llave, es decir, la pregunta, en la cerradura de la puerta y descubre la horrible carnicería en alguna parte de su vida profunda. Y la llave, este pequeño símbolo de su vida, se pone a sangrar de repente y no cesa de proclamar a gritos que hay algo que falla. Una mujer puede tratar de ocultar las devastaciones de su vida, pero la pérdida de sangre, es decir, de su energía vital, no cesará hasta que identifique la verdadera condición del depredador y la reprima.

Cuando las mujeres abren las puertas de sus propias vidas y examinan las carnicerías ocultas en aquellos recónditos lugares suelen descubrir que han estado permitiendo la ejecución sumaria de sus sueños, objetivos y esperanzas más decisivos. Y descubren también unos pensamientos, sentimientos y deseos exánimes que antaño eran atrayentes y prometedores, pero ahora están exangües. Tanto si estas esperanzas y estos sueños se refieren a un deseo de relación como si se refieren a un deseo de logros o de éxitos, cuando alguien hace este horrible descubrimiento en su psique, podemos tener la certeza de que el depredador natural, a menudo simbolizado en los sueños como un novio animal, se ha estado dedicando a destruir metódicamente los más profundos deseos, inquietudes y aspiraciones de una mujer.
Este personaje u otro de carácter similar está siempre presente cuando una mujer experimenta unos presentimientos ingenuos acerca de algo o de alguien, o bien tiene la sensación de que las-cosas-no-son-tan-bonitas-como-parecen. Cuando una mujer intenta evitar los hechos de sus propias devastaciones, lo más probable es que sus sueños nocturnos le adviertan a gritos que despierte y pida socorro o huya, o acabe con ello.

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Este no ver, este no comprender y no percibir

Cuando un aspecto del ser es frustrado o reprimido, queda relegado a la parte inconsciente de la psique adoptando formas distorsionadas o perversas. Una vez allí, esa energía se vierte dolorosamente sobre el exterior, pero también sobre la propia persona. En lo que respecta a la mujer, es así como nace una diosa oscura.

Así pues, a pesar de que la joven intenta cumplir las órdenes del depredador y accede a seguir ignorando el secreto del sótano, sólo puede cumplir sus promesas hasta cierto punto. Al final, inserta la llave, es decir, la pregunta, en la cerradura de la puerta y descubre la horrible carnicería en alguna parte de su vida profunda. Y la llave, este pequeño símbolo de su vida, se pone a sangrar de repente y no cesa de proclamar a gritos que hay algo que falla. Una mujer puede tratar de ocultar las devastaciones de su vida, pero la pérdida de sangre, es decir, de su energía vital, no cesará hasta que identifique la verdadera condición del depredador y la reprima.

Cuando las mujeres abren las puertas de sus propias vidas y examinan las carnicerías ocultas en aquellos recónditos lugares suelen descubrir que han estado permitiendo la ejecución sumaria de sus sueños, objetivos y esperanzas más decisivos. Y descubren también unos pensamientos, sentimientos y deseos exánimes que antaño eran atrayentes y prometedores, pero ahora están exangües. Tanto si estas esperanzas y estos sueños se refieren a un deseo de relación como si se refieren a un deseo de logros o de éxitos, cuando alguien hace este horrible descubrimiento en su psique, podemos tener la certeza de que el depredador natural, a menudo simbolizado en los sueños como un novio animal, se ha estado dedicando a destruir metódicamente los más profundos deseos, inquietudes y aspiraciones de una mujer.
Este personaje u otro de carácter similar está siempre presente cuando una mujer experimenta unos presentimientos ingenuos acerca de algo o de alguien, o bien tiene la sensación de que las-cosas-no-son-tan-bonitas-como-parecen. Cuando una mujer intenta evitar los hechos de sus propias devastaciones, lo más probable es que sus sueños nocturnos le adviertan a gritos que despierte y pida socorro o huya, o acabe con ello.

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Este no ver, este no comprender y no percibir que nuestros deseos interiores no concuerdan con nuestras acciones exteriores es la huella que deja el novio animal. La presencia de este factor en la psique explica por qué razón las mujeres que dicen desear una relación hacen todo lo posible por sabotearla. Ésta es la razón de que las mujeres que se fijan unos objetivos aquí, allí o donde sea en tal o cual momento jamás cubren ni siquiera la primera etapa del viaje o lo abandonan al primer obstáculo. Ésta es la razón de que todas las dilaciones que dan lugar a un aborrecimiento tan grande de sí mismas, todos los sentimientos de vergüenza que tanto se enconan debido a la represión de que han sido objeto, todos los nuevos comienzos que tan necesarios resultan y todos los objetivos que hace tiempo hubieran tenido que alcanzarse jamás lleguen a un término feliz. Siempre que acecha y actúa el depredador, todo descarrila, se derrumba y se decapita.

En los cuentos de hadas, el personaje del novio animal es un símbolo muy extendido que representa algo perverso disfrazado de algo benévolo y, en general el relato se desarrolla según el siguiente esquema:
Un extraño hombre corteja a una mujer que accede a convertirse en su novia, pero, antes del día de la boda, ella sale a dar un paseo por el bosque, se extravía y, al caer la oscuridad, se encarama a un árbol para librarse de los depredadores. Mientras aguarda a que se haga de día, aparece su prometido con una azada al hombro. Algo en su futuro esposo lo delata como no enteramente humano. A veces la extraña forma de su pie, su mano o su brazo o el aspecto de su cabello resulta decididamente chocante y lo delata.
El hombre empieza a cavar una tumba bajo el árbol al que ella se ha encaramado mientras canta y musita que piensa matar a su futura esposa y enterrarla en aquella tumba. La aterrorizada novia permanece escondida toda la noche y, por la mañana, cuando su futuro esposo ya se ha ido, regresa corriendo a casa, informa de lo ocurrido a sus hermanos y a su padre y los hombres atacan por sorpresa al novio animal y lo matan.

https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiJtNkKpI8sGrU2bmnxy0EBMontSijIxlJTVe6xyg5uZsXimKWYyEkQkg7zU9nzak_MZD94XZ7ci1Y1f5NV7K6E0J-de1cWobI8GROLH-Q3n1my6ixFqWJoTyYJwFjkPeJGQTNUFM7JGjhh/s400/El%20novio%20animal%20c.jpg


Se trata de un poderoso proceso arquetípico de la psique femenina. La mujer posee una percepción suficiente y, aunque al principio accede a casarse con el depredador natural de la psique, al final consigue librarse de él, pues ve la verdad que se encierra en todo aquello y es capaz de afrontarla conscientemente y tomar medidas para resolver la cuestión.

Más sobre este tema:

Cuentos y leyendas populares de la Argentina.

El esposo encantado.
El esposo monstruo.
El esposo lagarto.
En busca del esposo perdido

10 versiones
Cuentos del 996 al 1005
Fuentes:

Clarissa Pinkola Estés
"Mujeres que Corren con los Lobos"


El Chamanismo original de la tradición Bón Po de Tibet

El Chamanismo, una Tradición antigua que se encuentra en culturas a lo largo de todo el mundo, busca una relación equilibrada entre la Humanidad y la Naturaleza. Debido al reciente y alarmante aumento de la polución y explotación del medio ambiente y al surgimiento de nuevas enfermedades, junto con las ramificaciones negativas consiguientes, es todavía mas importante para la humanidad recuperar el principio de la armonía central del Chamanismo para reparar el daño provocado así como para salvar a la Humanidad y a la Naturaleza de la negatividad y la enfermedad.






TAPIHRISTA
Representación de la naturaleza primordial
no dual y carente de conceptos.

Hay un mito Tibetano antiguo sobre el origen de la negatividad que contempla las causas de la enfermedad:
Desde el inmenso vacío donde nada existe, se originó la luz, Nangwa Oden (Apariencia con Luz), y también la oscuridad. La Oscuridad masculina, Munpa Zerden (Rayos de Oscuridad) yació con la oscuridad femenina, Munji Gyatso (Océano de Oscuridad), y su unión dio lugar al nacimiento de un huevo venenoso.

Este huevo fue expulsado del cascarón por la fuerza de su propia energía y vapor emitida en el cielo y dio lugar a la energía negativa de espacio. El Trueno, el granizo y las perturbaciones planetarias entraron en existencia. La albúmina se vertió hacia la Tierra y la contaminó dando lugar a las enfermedades naga-derivadas como los impedimentos físicos, lepra y enfermedades de la piel. La cáscara dio lugar a las armas dañinas y a las enfermedades infecciosas, y las alteraciones y enfermedades de humanos y animales vinieron de la membrana. De la esencia de la yema vino Chidag Nagpo (Demonio Negro que quita la vida) con ojos hinchados coléricos, rechinando dientes, y pelo enmarañado con la sangre alzada en el cielo como una nube, sosteniendo la cruz negra (de poder diabólico) en su mano derecha y el lazo que esparce la enfermedad en su izquierda.

Los poderes negativos de este huevo dieron lugar al nacimiento, vejez, enfermedad y muerte - los cuatro sufrimientos que son tan inmensos como el océano.
El Demonio Negro que quita la vida es el demonio de la ignorancia, y él tiene un séquito de cuatro demonios. El demonio blanco de celos, como un hombre con cabeza de tigre, obliga a sufrir el dolor del nacimiento; el demonio amarillo de las ataduras, con cabeza de chusin (cocodrilo) , obliga a sufrir el dolor de la enfermedad; y el demonio negro del odio que lleva un kapal (gorra del cráneo), obliga a uno sufrir el dolor de la muerte.

Estos cinco demonios juntos manifiestan los venenos de las cinco pasiones (ignorancia, celos, orgullo, atadura y odio), eso dio lugar a las 80,000 negatividades que ellos introdujeron en los seis reinos de existencia de los seres: dioses, semi dioses, humanos, animales, espíritus hambrientos y habitantes del infierno. Éstos destruyeron casi completamente la esencia de los seres y de la Tierra.

En ese momento el gran Bon Sangwa Dupa (Esencia secreta) se manifestó como la deidad del yidam colérica Tsochog (Principal Excelencia) y venció los cinco demonios. Por medio del juramento los demonios fueron forzados por Sangwa Dupa a asumir en esa ocasión, su enseñanza, la cual todavía tiene el poder para comunicar con estas fuerzas negativas.

Éste es el voto que los chamanes Tibetanos revocan en ritos cuando ellos comunican con los espíritus perturbadores, particularmente los cinco grandes demonios, convenciéndoles para que no creen problemas y confusión:
"Debido a vuestra promesa a Sangwa Dupa, vosotros no debéis molestar a mi patrocinador o a las personas por las que yo te pago con esta ofrenda"

De hecho en la tradición Tibetana, aunque los chaman no pueden ver al espíritu particular, ordinariamente invisible, el cual está causando un problema específico, es a través del poder del rito del chaman que se pone en contacto con el espíritu y le recuerda su voto para no perturbar a la humanidad. Este rito debe realizarse de la manera apropiada recitando el mito que recuerda el origen del rito y haciendo las ofrendas apropiadas.

Este mito viene de la religión de Bon antigua de Tibet. Según las enseñanzas de Dzogchen, el camino espiritual más alto en esa tradición, se cree que las enfermedades y perturbaciones son el resultado del desequilibrio causado por la visión de la dualidad que se levanta cuando una persona no permanece en el "estado natural" de la mente.

No obstante la conceptualizacion, la negatividad y las emociones intensas surgen afligiendo al hombre con desórdenes nerviosos y las enfermedades físicas. Sin embargo, al igual que chamanes americanos nativos, los chamanes de Tibet sostienen un punto de vista diferente. Ellos creen que la fuente de la enfermedad es el desequilibrio de energía que los humanos crean entre ellos y toda la existencia, el cual irrita a los espíritus de la Naturaleza. Para sanar a las personas, la Tierra y el espacio, es necesario avisar a estos espíritus para que restauraren el equilibrio y restablecer una relación armoniosa con ellos.
Estos espíritus (que los humanos perturban por sus varias actividades) son los espíritus de los cinco elementos (espacio, aire, fuego, agua, y tierra), de las cuatro estaciones, y los espíritus naturales de la Tierra, (árboles, piedras, montañas, ríos, plantas, el cielo, sol y luna, estrellas y nubes, etc.,).

Las personas perturban los sadag (espíritus de Tierra), los nye (espíritus del árbol), y los tsen (espíritus de la piedra), excavando la tierra, cortando árboles y excavando montañas. También provocan a los theurang (espíritus espaciales) contaminando el aire, y perturban los lu (espíritus de agua) contaminando ríos y lagos.

Esta polución afecta al ser interno de personas así como el ambiente. Contaminando el espacio, contaminan a sus mentes; contaminando el fuego, contaminan el calor de su cuerpo; contaminando agua externa, las personas contaminan su sangre internamente; contaminando la tierra, tambiés contaminan sus cuerpos.

Los Chaman sanan las perturbaciones espontáneas, mentales y físicas, aunque sólo a un nivel grueso. Según las enseñanzas Bön, las dolencias son causadas o por nad (enfermedad física) o por una perturbación de energía vital por un don (espíritu). La persona enferma es diagnosticada por un doctor para determinar si la enfermedad tiene un origen físico, a través de la orina y pruebas del pulso. Sin embargo, si se encuentra que es debido a una provocación de energía causada por un espíritu, entonces será necesario llamar a un sanador chaman. A través de adivinación o astrología, o aveces a través de la meditación, los chamanes descubrirán la naturaleza del espíritu perturbador y la manera de quitarlo, como por pago de un rescate.



miércoles, 3 de junio de 2009

Conocerse a uno mismo

Si quieres conocerte,
observa la conducta de los demás;
si quieres conocer a los demás,
mira en tu propio corazón.
Friedrich Schiller

En alguna parte del templo de Delfos, dedicado al dios Apolo, se hallaba la inscripción:

"Te advierto, quien quieras que fueres,
¡Oh! Tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera.
Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias?
En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros
¡Oh! Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los Dioses."

Esta advertencia tenía por objeto incitar al hombre a reconocer los límites de su propia naturaleza y a no aspirar a lo que es propio de los dioses. El exceso, la desmesura, la "hybris" es castigada por los dioses como la más grave falta que el hombre pueda cometer. Apolo es el dios de los sueños y las profecías (el oráculo de Delfos era el más visitado de toda Grecia), el dios de la claridad y la belleza, y, sobre todo, el dios de la estabilidad, de la medida, de la forma, de lo limitado. Nada tiene de extraño que en el templo a él dedicado, se halle esta inscripción que nos invita a evitar los excesos reconociendo nuestros propios límites.

Conocerse bien a uno mismo representa un primer e importante paso para lograr ser artífice de la propia vida, y quizá por eso se ha planteado como un gran reto para el hombre a lo largo de los siglos.

La observación de uno mismo permite separarse un poco de nuestra subjetividad, para así vernos con un poco de distancia, como hace el pintor de vez en cuando para observar cómo va quedando su obra.

Observarse a sí mismo es como asomar la cabeza un poco por encima de lo que nos está ocurriendo, y así tener una mejor conciencia de cómo somos y qué nos pasa. Por ejemplo, es diferente estar fuertemente enfadado, sin más, a estarlo pero dándose uno cuenta de que lo está, es decir, teniendo una conciencia autorreflexiva que nos dice: «Ojo con lo que haces, que estás muy enfadado».

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Advertir cómo estamos emocionalmente
es el primer paso
hacia el gobierno de
nuestros propios sentimientos.

Comprender bien lo que nos pasa tiene un poderoso efecto sobre los sentimientos perturbadores que puedan invadirnos, y nos brinda la oportunidad de poner esfuerzo por sobreponernos y así no quedar abandonados a su merced.

—Pero hay muchas personas que son conscientes de pasar por un estado emocional negativo, y sin embargo no logran salir de él.

Las hay, sin duda. Son personas que suelen sentirse desbordadas por sus propios sentimientos, y se dan cuenta de que están pesimistas, malhumoradas, susceptibles o abatidas, pero se consideran incapaces de salir de ese estado. Son conscientes de su situación, pero de un modo vago, y precisamente su falta de perspectiva sobre esos sentimientos es lo que les hace sentirse abrumadas y perdidas. Piensan que no pueden gobernar su vida emocional y por eso no hacen casi nada eficaz por salir del agujero en que se encuentran.

Hay otras personas que son algo más conscientes de lo que les sucede, pero su problema es que tienden a aceptar pasivamente esos sentimientos. Son proclives a estados de ánimo negativos, y se limitan a aceptarlos resignadamente, con una actitud rendida, de dejarse llevar por ellos, y no se esfuerzan por cambiarlos a pesar de lo molesto que les resulta sobrellevarlos.

—¿Y piensas entonces que en realidad no son tan conscientes de lo que les sucede?

Exacto. Las personas que perciben con verdadera claridad sus sentimientos suelen alcanzar una vida emocional más desarrollada. Son personas más autónomas, más seguras, más positivas; y cuando caen en un estado de ánimo negativo no le dan vueltas obsesivamente, ni lo aceptan de modo pasivo, sino que saben cómo afrontarlo y gracias a eso no tardan en salir de él. Su ecuanimidad en el conocimiento propio les ayuda mucho a abordar con acierto los problemas y gobernar con eficacia su vida afectiva.

Observar el comportamiento propio y ajeno

El conocimiento propio constituye un punto clave

para la formación y educación del carácter y de los sentimientos de cualquier persona. Además, ese saber lo que realmente nos pasa y por qué nos pasa está muy relacionado con nuestra capacidad de comprender bien a los demás. En este sentido, es muy útil desarrollar la capacidad de observación del comportamiento propio y ajeno: la literatura o el cine, por ejemplo, pueden enseñar mucho también a conocerse a uno mismo y a los demás cuando los autores son buenos conocedores del espíritu humano y saben reflejar bien lo que sucede en el interior de las personas.

—Pero fomentar tanto interés por el conocimiento propio, ¿no lleva al individualismo o la introversión?

Como es natural, no estamos hablando de desarrollar un afán de malsana introspección psicológica, sino de procurar conocerse para no vivir con uno mismo como con un desconocido.

Conocerse bien no lleva
a encerrarse en la propia subjetividad,
sino a verse a uno mismo
con toda la objetividad posible.

Y eso ayuda, entre otras cosas, a combatir la inestabilidad de ánimo que se produce cuando una persona se deja arrastrar por su imaginación: unas veces divagando en ensoñaciones y fantasías, otras tendiendo a sobrevalorar las propias posibilidades, y otras quedándose a merced del pesimismo o la indecisión, subestimando sus capacidades cuando las circunstancias son adversas.

La conciencia emocional es muy intensa en unas personas, mientras que en otras es mucho más moderada. Hay personas, por ejemplo, que ante una situación de peligro reaccionan con asombrosa serenidad. Otras, en cambio, pueden quedarse muy afectadas durante varios días simplemente porque se les ha extraviado un bolígrafo o porque su equipo favorito ha perdido un partido en la liga de fútbol.

—Lo dices como si experimentar sentimientos intensos fuera algo negativo.

No tiene por qué serlo. El exceso de sensibilidad emocional puede llevarnos a auténticas tormentas afectivas (positivas o negativas, de exaltación o de abatimiento), y eso tiene muchos riesgos. Pero tampoco puede ponerse como ideal la frialdad y el desapego.

Para facilitar el propio conocimiento, resulta útil analizar los múltiples elementos que interaccionan en nuestra vida, pues es lógico que, a lo largo de los años, algunas de esas facetas puedan pasar por momentos de conflicto más o menos importantes. Son situaciones dolorosas que pueden tener su origen en cuestiones profesionales (dificultades para obtener o mantener determinado nivel profesional, problemas de entendimiento con los jefes o compañeros, fracasos debidos a los propios fallos o a la superioridad de los competidores, situaciones de paro o de insatisfacción laboral, etc.); o dificultades de salud, que limitan de modo transitorio o permanente la propia capacidad, y que pueden ir acompañados de un serio sufrimiento físico o psíquico; problemas afectivos que plantea la convivencia ordinaria (diferencias de criterio entre los cónyuges, o entre padres e hijos, etc.); o toda la problemática específica que puede plantear la vida escolar, abrirse camino en la vida profesional, el declive de la salud o la llegada de la ancianidad; etc.

Y de la misma forma que, por ejemplo, una falta concreta de salud, por muy localizada que esté en un punto determinado del cuerpo, acaba produciendo de ordinario una sensación generalizada de malestar en toda la persona, también un problema grave en cualquiera de las otras facetas de la vida –por ejemplo, en la vida profesional, o en la familia– puede producir un efecto que trascienda esa faceta y provoque otros problemas en cadena: trastornos de carácter, retraimiento o agresividad en la relación con los demás, o incluso –cuando los problemas son importantes– propensión a determinadas enfermedades.

Esto hace que, si falta la necesaria madurez y conocimiento propio, algunos problemas de una faceta de la vida se acaben achacando a otra que en realidad no tiene la culpa, o al menos tiene muy poca. Así, una persona puede culpar a su cónyuge o a sus hijos o a sus padres de la frustración que siente, cuando en realidad ese sentimiento se debe sobre todo a una causa de tipo profesional, o a una simple inmadurez afectiva; o puede considerar que su situación profesional es el motivo por el que se siente insatisfecho, cuando en el fondo se debe a que no acepta la natural pérdida de capacidad o de salud que sobreviene con motivo de la edad o de los ciclos naturales de ánimo que la vida imprime; o puede achacar a determinados defectos de las personas con que convive lo que en realidad se debe a un enrarecimiento del propio carácter; etc.

Las personas tendemos –al menos la mayoría– a proyectar fuera de nosotros la solución de los problemas que experimentamos. Solemos echar a otros la culpa de casi todo lo malo que nos sucede. Parte importante del conocimiento propio es advertir la presencia de ese sutil engaño. Es cierto que las circunstancias ajenas siempre pueden ayudarnos a resolver y superar nuestros problemas, pero no debemos dimitir –ni total ni parcialmente– del amplísimo margen de responsabilidad que tenemos sobre la mayoría de las cosas que nos suceden en la vida.

Tampoco debe olvidarse que la pereza –con todo el lastre interior que puede llegar a tener en nuestra vida–, trata de llevarnos hacia la ley del mínimo esfuerzo. Por eso, cuando sentimos desgana para afrontar una tarea que nos resulta costosa, es preciso identificar claramente su origen y reconocerlo como lo que es: cansancio razonable que exige descanso, o pereza que hemos de superar; pero no interpretar equivocadamente la desgana como carencia de aptitudes, ni las dificultades ordinarias como acumulación de infortunios o de malévolas confabulaciones contra nosotros, pues sería una triste forma de autoengaño.

—Pero a veces se presentan problemas que no tienen fácil solución.

Es preciso entonces buscar posibles modos razonables de resolver esos problemas, al menos hasta donde nos sea posible. Habrá ocasiones, efectivamente, en que sólo podremos disminuir sus consecuencias negativas y aprender a sobrellevarlos: por ejemplo, en el caso de enfermedades crónicas, fuertes reveses económicos o profesionales cuya solución queda fuera de nuestro alcance, problemas serios de relación con personas que tenemos necesidad de tratar, etc.

—¿Y cómo distinguir lo que debe sobrellevarse de lo que debemos intentar cambiar?

Un profundo y certero conocimiento de uno mismo, contrastado por la observación atenta del propio comportamiento externo y de las reacciones interiores, enriquecido por el consejo de quienes nos conocen y aprecian, nos permitirá identificar el verdadero origen de las perturbaciones que inevitablemente experimentaremos siempre a lo largo de nuestra vida.

Así avanzaremos a buen paso hacia la madurez emocional, tan lejana de esas altivas afirmaciones de algunos («yo sigo pensando exactamente lo mismo que he pensado siempre», como si la mejor prueba de lucidez fuera no cambiar jamás en nada de forma de pensar), e igualmente lejos de esa variabilidad de quienes cambian constantemente de ideales y olvidan sus convicciones como si fueran una ligera gripe que ya pasaron, o como si el transcurso de los años no les reportara ninguna enseñanza estable.

Discernir los propios sentimientos

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El propio conocimiento es un proceso abierto, que no termina nunca, pues la vida es como una sinfonía siempre incompleta, que se está haciendo continuamente, que siempre es superable y exige por tanto una atención constante.

El conocimiento propio
es puerta de la verdad.

Cuando falta, no se puede ser sincero con uno mismo, por mucho que se quiera. Querer ver qué es lo que nos sucede –y quererlo de verdad, con sinceridad plena– es el punto decisivo. Si eso falla, podemos vivir como envueltos por una niebla con la que quizá nuestra propia imaginación enmascara las realidades que nos molestan.

Porque encontrar escapatorias cuando no se quiere mirar dentro de uno mismo es la cosa más fácil del mundo. Siempre existen causas exteriores a las que culpar, y por eso hace falta cierta valentía para aceptar que la culpa, o la responsabilidad, es quizá nuestra, o al menos una buena parte de ella. Esa valentía personal es imprescindible para avanzar con acierto en el camino de la verdad, aunque a veces se trate de un recorrido que puede hacerse muy cuesta arriba.

No percibir con ecuanimidad
los propios sentimientos
supone fácilmente
quedar a su merced.

Hay sentimientos que fluyen de forma casi inconsciente, pero que no por eso dejan de ser importantes. Por ejemplo, una persona que ha tenido un encuentro desagradable puede luego permanecer irritable durante horas, sintiéndose molesto por el menor motivo y respondiendo de mala manera a la menor insinuación. Esa persona puede ser muy poco consciente de su susceptibilidad, e incluso sorprenderse –y molestarse de nuevo– si alguien se lo hace notar, aunque a los demás resulta bien patente que se debe a esos sentimientos que bullen en su interior como consecuencia de aquel encuentro desagradable anterior.

Una buena parte de
nuestra vida emocional
tarda en aflorar a la superficie.

Hay sentimientos que no siempre llegan a cruzar el umbral de la conciencia. Por eso reconocerlos nos permite desplazar la frontera y ampliar el campo de los sentimientos plenamente conscientes, y eso siempre supone un poderoso medio para mejorar.

Una vez que tomamos conciencia de cuáles son los verdaderos sentimientos que pugnan por salir a la superficie de nuestra conciencia, podemos evaluarlos con mayor acierto, decidir dejar a un lado unos y alentar otros, y así actuar sobre nuestra visión de las cosas y nuestro estado de ánimo. En esto se manifiesta, entre otras cosas, que somos seres inteligentes.

Quien se conoce bien,
puede apoyarse en sus puntos fuertes
para actuar sobre sus puntos débiles,
y así corregirlos y mejorarlos.

Es como una intensa luz que ilumina sus vidas y les permite desenvolverse con acierto a la hora de tomar decisiones, tanto las más sencillas de la vida diaria como las verdaderamente importantes.

—¿Y en qué sentido hablabas antes de no querer ver?

Hay muchas formas de eludir la realidad, y casi siempre se producen de modo semiinconsciente para su protagonista.

Algunas personas, por ejemplo, se hacen a sí mismas razonamientos del estilo de «déjame disfrutar de eso, que luego ya veré lo que hago» (donde eso puede ser cualquier muestra de egoísmo, pereza o escape de la realidad). No parecen advertir hasta qué punto ese error va ganando terreno en sus vidas y oscureciendo el escaso alivio que eso les produce.

Hay otros que se engañan con razonamientos como los del niño mimado que prefiere quedarse encerrado en su habitación, aburrido y solo, rumiando sus agravios y las razones de su enfado, aun sabiendo que lo mejor sería superar su orgullo y salir. Prefieren permanecer tristes en su desgracia, con tal de no enfrentarse a su propia obstinación.

Otros son como aquél que persigue ansiosamente el placer, y va viendo cómo éste se hace cada día más pequeño, y sabe que por ese camino no obtendrá un grado de satisfacción alto, pero prefiere seguir tras ese pobre halago insaciable, porque le asusta verse privado de él.

«Nuestro corazón –ha escrito Susanna Tamaro– es como la tierra, que tiene una parte en luz y otra en sombras. Descender para conocerlo bien es muy difícil, muy doloroso, pues siempre es arduo aceptar que una parte de nosotros está en la sombra. Además, contra ese doloroso descubrimiento se oponen en nuestro interior muchas defensas: el orgullo, la presunción de ser amos inapelables de nuestra vida, la convicción de que basta con la razón para arreglarlo todo. El orgullo es quizá el obstáculo más grande: por eso es preciso valentía y humildad para examinarse con hondura.»

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Saber expresar lo que sentimos

«Las lágrimas se me amontonaban en los ojos –pensaba Ida, la protagonista de aquella novela de Mercedes Salisachs– y era difícil evitarlas.

»Me reproché entonces mi falta de visión, aquel maldito silencio que siempre dominaba nuestras sobremesas, aquella obsesión de guardar siempre para nosotros nuestros pensamientos y preocupaciones.

»Si al menos mi hija hubiera dejado entrever algo de lo que le ocurría... Si hubiese recurrido a mí para que yo la ayudase... Pero no. Callar, eso era lo que hacíamos todos. Cubrir con piel sana los furúnculos más purulentos. Es horrible, ahora comprendo que no conocía a mi hija.»

Algunas personas han sido educadas de manera que suelen esconder habitualmente sus sentimientos. Sienten un excesivo pudor para expresar lo que realmente piensan o les preocupa, y se muestran reacias a manifestar emoción o afecto. Quizá desean hablar pero les frena una barrera de timidez, de envaramiento, de falso respeto, de orgullo. Es cierto que determinados sentimientos sólo se exteriorizan dentro de un cierto grado de intimidad, y requieren cierta reserva, pero silenciarlos siempre, o cubrirlos de aparente indiferencia, entorpece el desarrollo afectivo y conduce, entre otras cosas, a una importante merma de la capacidad de reconocer y expresar los propios sentimientos.

Muchos desequilibrios emocionales tienen su origen en que esas personas no saben manifestar sus propios sentimientos, y eso les ha llevado a educarlos de manera deficiente. Cuando hablan de sí mismas, difícilmente logran decir algo distinto de si se sienten bien, mal o muy mal. Les resulta difícil hablar de esas cuestiones, y manejan un vocabulario emocional sumamente reducido. No es que no sientan, es que no logran discernir bien lo que bulle en su interior, ni saben cómo traducirlo en palabras. Ignoran el motivo de fondo de sus problemas. Perciben sus sentimientos como un desconcertante manojo de tensiones que les hace sentirse bien o mal, pero no logran explicar qué tipo de bien o de mal es el que sienten.

Esa confusión emocional nos hace vislumbrar un poco la grandeza del poder del lenguaje, y comprender que cuando logramos expresar en palabras lo que sentimos, damos un gran paso hacia el gobierno de nuestros sentimientos.

Reflexionar sobre los sentimientos

Siempre se ha dicho que si no comprendes bien una cosa, lo mejor que puedes hacer es intentar empezar a explicarla. Por ejemplo, un profesor experimenta muchas veces la dificultad de hacer comprender a sus alumnos los puntos más complejos de la asignatura. Sin embargo, a medida que avanza el desarrollo de la clase, y se abordan una y otra vez esos conceptos desde perspectivas diferentes, las ideas se van precisando, surgen pequeñas o grandes iluminaciones, tanto para los alumnos como para el propio profesor.

Por eso, una buena forma de avanzar en la educación de los sentimientos es pensar, leer y hablar sobre los sentimientos. Al hacerlo, nuestras ideas se van destilando, y serán cada vez más precisas y certeras. Y sabremos cada vez mejor qué sucede en nuestro interior, para después intentar explicarlo, buscar sus causas, sus leyes, sus regularidades, e intentar finalmente sacar alguna idea en limpio para mejorar en nuestra educación afectiva.

Los temas pueden ser muy variados. Antes hemos hablado, por ejemplo, de cómo las personas tendemos a echar a otros la culpa de todo lo malo que nos sucede, y de esa otra tendencia a proyectar en los demás nuestros propios defectos.

En ambos casos, se trata de fenómenos que, como suele suceder con todo lo relativo al conocimiento de las personas, se advierten con más facilidad en otros que en uno mismo. No es difícil, por ejemplo, ver a una persona muy egoísta que se lamenta del egoísmo de los demás y dice que nadie le ayuda; o a uno que siempre se está quejando, pero siempre protesta de que otros se quejen; o a un charlatán agotador que acusa a otro de que habla demasiado; o a un hombre irascible que denuncia el mal genio de los demás.

Con sólo prevenirnos contra estos dos errores –en el fondo muy parecidos–, podemos avanzar mucho en esa importante tarea que es el propio conocimiento. Se trata de procurar ver las cosas buenas de los demás, que siempre las hay, y aprender de ellas. Y cuando veamos sus defectos (o algo que nos parece a nosotros que lo son), pensar si no hay esos mismos defectos también en nuestra vida.

Mejoraremos procurando conocer
cuáles son
nuestros defectos dominantes.

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Para concretar un poco, podemos considerar algunos defectos relacionados con la educación de los sentimientos:

* timidez, temor a las relaciones sociales, apocamiento;

* irascibilidad, susceptibilidad, tendencia exagerada a sentirse ofendido;

* tendencia a rumiar en exceso las preocupaciones, refugiarse en la soledad o en una excesiva reserva;

* perfeccionismo, rigidez, insatisfacción;

* falta de capacidad de dar y recibir afecto;

* nerviosismo, impulsividad, desconfianza;

* pesimismo, tristeza, mal humor;

* recurso a la simulación, la mentira o el engaño;

* gusto por incordiar, fastidiar o llevar la contraria; tozudez;

* exceso de autoindulgencia ante nuestros errores; dificultad para controlarse en la comida, bebida, tabaco, etc.;

* tendencia a refugiarse en la ensoñación o la fantasía; dificultad para fijar la atención o concentrarse;

* excesiva tendencia a requerir la atención de los demás; dependencia emocional;

* hablar demasiado, presumir, exagerar, fanfarronear, escuchar poco;

* resistencia a aceptar las exigencias ordinarias de la autoridad;

* tendencia al capricho, las manías o la extravagancia;

* resistencia para aceptar la propia culpa, o sentimientos obsesivos de culpabilidad;

* falta de resistencia a la decepción que conlleva el ordinario acontecer de la vida; no saber perder o no saber ganar;

* dificultad para comprender a los demás y hacernos comprender por ellos;

* dificultad para trabajar en equipo y armonizarse con los demás;


domingo, 31 de mayo de 2009

La llave del conocimiento: La importancia del rastreo

¡Ah, la llave que permite desvelar el secreto que todas las mujeres conocen y, sin embargo, no conocen!

La llave representa el permiso para conocer los más profundos y oscuros secretos de la psique, eso que degrada y destruye estúpidamente el potencial de una Mujer.
El depredador sigue adelante con su plan destructor, "Haz todo lo que quieras", dice, instando a la mujer a comprometerse psíquicamente e induciéndola a experimentar una falsa sensación de libertad. Le da a entender que es libre de alimentarse y de disfrutar en paisajes bucólicos, por lo menos dentro de los confines de su territorio. Pero, en realidad, ella no es libre, pues se le impide acceder al siniestro conocimiento de su depredador a pesar de que en lo más hondo de su psique ya ha comprendido lo que ocurre en realidad.
Prohibir a una mujer la utilización de la llave del conocimiento consciente de sí misma equivale a despojarla de su naturaleza intuitiva, de la innata curiosidad que la llevaría a descubrir “lo que hay debajo" y más allá de lo evidente. Y, sin este conocimiento, la mujer carece de la debida protección. Si decide obedecer la orden de no utilizar la llave, opta por su muerte espiritual. Si decide abrir la puerta de la horrible estancia secreta, opta por la vida.
En el cuento sus hermanas van a visitarla y "como cualquier persona en su lugar, tuvieron curiosidad por saber". La esposa se lo dice alegremente "Podemos hacerlo todo excepto una cosa". Las hermanas deciden convertir en un juego la tarea de descubrir a qué puerta corresponde la llavecita. Una vez más, ponen de manifiesto un sano impulso de conocimiento consciente.
Algunos pensadores psicológicos, entre ellos Freud y Bettelheim, han interpretado los episodios del cuento de Barba Azul como castigos psicológicos a la curiosidad sexual femenina. En los comienzos de la formulación de la psicología clásica, la curiosidad femenina tenía una connotación más bien negativa mientras que los hombres que ponían de manifiesto esta misma característica eran calificados de investigadores. A las mujeres se las llamaba fisgonas mientras que a los hombres se les llamaba inquisitivos. En realidad, la trivialización de la curiosidad de las mujeres rebajada a molesto fisgoneo niega la existencia de la perspicacia, las corazonadas y las intuiciones femeninas. Niega la existencia de todos sus sentidos e intenta atacar sus capacidades más fundamentales: la diferenciación y la determinación.
Las mujeres que aún no han abierto la puerta prohibida tienden a ser las mismas que caen directamente en brazos de Barba Azul. Mientras que las hermanas mayores, que aun conservan intactos los instintos salvajes de la curiosidad, representan las mujeres en la sombra de la psique de cada mujer, ellas son quienes, mediante discretos avisos, la hacen estar alerta y la ayudan a comprender de nuevo lo que es importante para ella. El descubrimiento de la puertecita es importante, la desobediencia a la orden del depredador es importante y el descubrimiento de lo que tiene de particular aquella habitación es esencial.

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Durante siglos, las puertas han sido de piedra y de madera. En algunas culturas, se creía que la puerta conservaba el espíritu de la piedra o de la madera, por lo que estaba llamada a actuar de guardiana de la habitación. Hace mucho tiempo las tumbas tenían más puertas que las casas y la sola imagen de la puerta significaba que en su interior había algo valioso desde el punto de vista espiritual o que dentro había algo que se tenía que reprimir.
La puerta del cuento se presenta como una barrera psíquica, una especie de centinela de un secreto. Esta guardia nos recuerda una vez más la fama de mago del depredador. Una fuerza psíquica que se retuerce y nos enreda como por arte de magia, impidiéndonos saber lo que sabemos. Las mujeres refuerzan esta barrera o estas puertas siempre que se disuaden a sí mismas o se disuaden unas a otras de pensar o de indagar demasiado, pues "a lo mejor, te encuentras con algo mucho peor de lo que pensabas". Para romper esta barrera, se tiene que utilizar una contramagia apropiada. Y esta magia apropiada se encuentra en el símbolo de la llave.
Formular la pregunta apropiada constituye la acción central de la transformación no sólo en los cuentos de hadas sino también en el análisis y en la individuación. La pregunta clave da lugar a la germinación de la conciencia. La pregunta debidamente formulada siempre emana de una curiosidad esencial acerca de lo que hay detrás. Las preguntas son las llaves que permiten abrir las puertas secretas de la psique.
Aunque las hermanas no saben que tesoro o qué farsa hay al otro lado de la puerta, echan mano de sus buenos instintos y formulan la pregunta psicológica clave: "¿Dónde crees que está la puerta y qué habrá detrás de ella?"

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Al llegar a este punto, la naturaleza ingenua empieza a madurar y a preguntar: "¿Qué hay detrás de lo visible? ¿Cuál es la causa de esta sombra que se proyecta en la pared?" La joven e ingenua naturaleza empieza a comprender que, si hay algo secreto, si hay una sombra de algo, si hay algo prohibido, es necesario verlo. Para desarrollar la conciencia hay que buscar lo que se oculta detrás de lo directamente observable: el chirrido invisible, la oscura ventana, la puerta que llora, el rayo de luz bajo el alféizar de una ventana. Hay que indagar en estos misterios hasta descubrir la esencia de la cuestión.

La capacidad de resistir lo que averigüe permitirá a una mujer regresar a su naturaleza profunda, en la que todos sus pensamientos, sus sensaciones y sus acciones recibirán el apoyo que necesitan.





Fuentes:

Clarissa Pinkola Estés
"Mujeres que Corren con los Lobos"


martes, 26 de mayo de 2009

El niño eterno

"En el fondo de todo adulto yace un niño eterno, en continua formación, nunca terminado, que solicita cuidado, atención y educación constantes. Ésta es la parte de la personalidad humana que aspira a desarrollarse y a alcanzar la plenitud".
C.G. Jung

"Es el Niño quien percibe el secreto primordial de la Naturaleza y es al Niño que hay en nosotros a quien regresamos. El Niño es lo bastante simple y osado como para vivir el Secreto".
Chuang-Tzé

En buena parte de la historia humana las sociedades se han dotado de ritos de iniciación o ritos de paso que marcaban las diferencias entre los grupos de edad y, además, ofrecían las condiciones de tránsito de unos a otros. Por medio estaban en juego los procesos de inclusión que obligaban a los jóvenes a hacer frente a determinadas pruebas y desafíos que evaluaban su madurez para gestionar las exigencias del mundo adulto.

Si antaño los límites entre el joven y el adulto estaban marcados por unos papeles y funciones sociales y, en especial, por unos ritos de iniciación que acreditaba en el joven la pérdida de la inocencia y la asimilación de la dureza de la vida, hoy nada de esto tiene lugar. Especialmente importante es la desaparición de estos ritos. No habiendo, “estado adulto”, o habiéndose prolongado la juventud en grado sumo, no hay necesidad de rito ni de sus figuras tutelares.
Una juventud que se ha quedado sin rito desconoce, de igual modo, la experiencia de la privación, la pérdida, el dolor. Ignora límites de sus comportamientos y prácticas que le convierten en humano y mortal. En ese sentido, se ve abocada a vivir la vida desde el desenfreno y la omnipotencia, en definitiva, desde experiencias que reproducen la placidez del útero materno.

Destaca el anhelo de vivir al margen del tiempo: como Peter Pan, en el país de nunca jamás, con una inocencia incorruptible.
Ahora, la adolescencia se prolonga mucho más allá de sus fronteras biológicas, y las obligaciones para con la vida adulta se posponen hasta después de los veinticinco e incluso de los treinta años.
No se busca acumular tiempo, más bien, desprenderse de él, perderlo, echarlo por la borda, transformándose en infantes y adolescentes que empiezan de nuevo a vivir pero ya en un “ahora” despojado de inocencia. Los adultos quieren vivir siendo jóvenes, quieren llegar hasta el final de sus días sintiéndose próximos a los inicios. Luchan por estacionarse ahí, por cerrar el paso del tiempo, por dejar de acumular experiencia. Al mismo tiempo, de negar los espacios de la mácula, el deterioro, la arruga, la degeneración. En este estilo de vida es el yo el agente responsable de sus prácticas e iniciativas.

El niño eterno como arquetipo universal

En el nivel arquetípico de la experiencia humana donde no existe el tiempo histórico, donde rige más la potencia que lo actual, donde se comprime lo vivido y la memoria viva de la humanidad. En este nivel de la experiencia humana desaparece el tiempo cronológico y rige el tiempo recurrente en el que todo lo ideado por la inteligencia humana deja huella para las sociedades futuras.
Los arquetipos remiten a potencialidades de acción y representación que cada presente histórico incorpora.
Más que representaciones cerradas y clausuradas, constituyen condensaciones de sentido que orientan y estimulan la creatividad social.
“El arquetipo es un elemento formal, en sí vacío, que no es sino una facultas praeformandi, una posibilidad dada a priori de la forma de la representación. No se heredan las representaciones sino las formas, que desde este punto de vista corresponden exactamente a los instintos, los cuales también está determinados formalmente”
C.G.Jung

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Su significado universal referido a situaciones y estados recurrentes en la vida del hombre les hace pervivir al paso del tiempo. Mircea Eliade se refiera a ellos en términos de fósiles vivientes. Ejemplos como el Héroe, la Gran Madre, el Hermafrodita, el Extraño, el Chamán, el guerrero, independientemente del valor y protagonismo que tengan en cada entorno cultural, forman parte de la peripecia humana.
En este nivel nada de lo creado y vivido por el hombre muere definitivamente. Siempre un halo de cada gesto humano surca la memoria filogenética de la especie. Cada ahora, cada época, cada momento histórico contiene y convive con los dibujos de los que el hombre se ha servido para narrar y definir su experiencia en el mundo. Corresponde a los arquetipos las nociones de lo transhistórico y lo transpersonal. No en vano, lo producido por el hombre pervive y sobrevive al tiempo de su producción y permanece intacto como potencia legada a las sociedades venideras.
En este dominio la infancia se vive de manera muy distinta. No es tanto una fase a superar como un estado constante y recurrente. Este no deja de acompañar la vida de cada sociedad y actor. No se trata de convertir esa posibilidad en un estilo de vida, con el que la infancia y la adolescencia caracterizan el semblante de nuestra época. Más bien, el acento hay que ponerlo en la dimensión recurrente e insuperable de un estado, el de la calidez de los inicios, que podemos activar y recuperar en determinados momentos de la biografía personal.
Experiencias cargadas de recuerdos, momentos de desgarro, el amor renovado y renovador, acontecimientos sociales muy significativos nos trasladan a estados de nuestra vida cuya narración regenera y sana.

El niño que llevamos dentro no muere nunca y a él volvemos para hilvanar periódicamente la narración de nuestra biografía. No se trata tanto del niño que fuimos realmente, como de una fase insuperable e insuperada que se encuentra próxima al pensamiento arcaico caracterizado por la anulación del tiempo, la integración de lo real con lo posible, de la parte con el todo, del final con el inicio.
“Con afirmaciones como las de que el motivo del niño es un resto del recuerdo de la propia infancia y otras explicaciones similares sólo se ha eludido la pregunta. En cambio, si decimos –cambiando ligeramente la misma frase– que el motivo del niño es la imagen de ciertas cosas de la propia infancia que hemos olvidado, ya nos vamos aproximando a la verdad. Pero como el arquetipo es siempre una imagen que pertenece a toda la humanidad y no sólo al individuo, tal vez es mejor formularlo así: El motivo del niño representa el aspecto preconsciente de la infancia del alma colectiva”.
C.G.Jung y K.Kerenyi

El arquetipo del niño eterno inmerso en las profundidades de toda conciencia individual y social tiene la virtualidad de nutrir los matices y revitalizar la percepción uniforme e inercial que rige en todo marco de convivencia.
A su trasluz se constata una mayor continuidad y consanguineidad entre las cosas separadas y aisladas por el pensamiento conceptual y diferenciado de la modernidad. Posibilita un proceso de compensación que enriquece los reduccionismos de una mirada funcional y parcial del mundo atenta a lo cuantitativo e insensible a lo singular y lo denso.
Es una manera de regenerar la vida individual ante un mundo al que hoy sólo cabe tratar desde una conciencia hegemónica movida por el apetito dominador de la técnica. Sin embargo, su cercanía a los inicios de nuestra conciencia, su proximidad a los grandes interrogantes del mundo, hacen de la infancia un acontecimiento fantástico e irrepetible.
Como dice la mitóloga Blanca Solares: “cuanto más tiende la conciencia a autonomizarse de sus fundamentos, el misterio de su nacimiento y su sentido, más se separa de la experiencia de plenitud y totalidad de los orígenes, hasta desembarazarse de ellos por completo, como sucede en la época moderna, y privilegiar el progreso abstracto, unilateral y reductivo de su proceso de racionalidad técnica y mercantil. Es aquí, en contraste, donde el arquetipo del niño surge como una clave compensatoria básica”.
Esta experiencia es arquetípica porque es universal, porque es posible y posibilitante para cualquier humano independientemente de época, cultura y sociedad. Remite a los inicios regeneradores, exuberantes y prodigiosos que recrean el mundo en lo que tiene de espacio de expansión fecunda y de experiencia inagotable .
En él se hace notar la fuerza milagrosa e irreprimible de la vida en su máxima expresión, el milagro de la existencia. La infancia vive y se vive en contacto directo con el misterio que alienta el discurrir del mundo. Por ello, su carácter inicial teñido de misterio y enigma imprime a la niñez una dimensión sagrada y excepcional, portadora de las claves secretas del mundo y cargada de la ambivalencia de los inicios que atraen pero también asustan.
Entiéndase bien. No es cuestión de rebobinar el hilo biográfico de nuestra vida o de la sociedad hasta encontrar el principio de todo. Tiene más que ver con la recuperación de una experiencia oceánica, bañada de inocencia, descargada de conciencia moral y en la que el actor pone el mundo a disposición de sus sueños. No se trata de un estilo de vida, de un modelo de conciencia social. Apunta a esas llamadas e interpelaciones del pensamiento arcaizante ocultado por un modelo de conciencia centrado en el yo y ajeno a la realidad abundante de la experiencia. Consiste en los calambrazos del inicio que reclama su lugar y su protagonismo para ampliar el horizonte y expandir la experiencia que toda la sociedad limita y estrecha.
El momento arquetípico del niño eterno supone un retrotraerse a la acumulación de voces, formas y pigmentaciones que ha ido legando en el yo el curso del mundo natural y cultural. Se trata de un descubrimiento que, lejos de confirmar a la sociedad tecnologizada como el culmen de la sofisticación humana, la convierte en un momento más y nunca el último de una cadena cósmico-cultura ya vieja y siempre por rejuvenecer.

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A esta experiencia la denomina C.G.Jung el proceso de individuación a cuyo través la conciencia individual contacta con lo universal, lo transhistórico, lo que carece de tiempo, en definitiva con el sí-mismo que todo individuo lleva en su seno. Frente a la gestión privada y solitaria del actual estilo de vida basado en el acceso a una niñez de escaparate y espectáculo, el proceso de individuación consiste en una recuperación de lo vivido, de lo creado, de lo sentido y pensado por el hombre, una recuperación de los otros hombres y, con ello, del resto del hecho cósmico vivo y activo en cada uno de nosotros. En el individuo se abre paso el tiempo sordo del hecho natural prolongado en el humano que nos remite a lo inicial y a lo incógnito. A partir de ese momento la supuesta suficiencia del yo comunica con los diferentes estratos que perviven en él y que le convierten en mera expresión de una totalidad cósmica, humana y cultural de la que forma parte. Frente a la visión fragmentada y fragmentaria del yo contemporáneo, recupera una visión totalizadora de su experiencia y una reconciliación con las diferentes partes de la realidad.
La experiencia de la individuación rejuvenece porque, de pronto, se incorpora el todo en cada yo, porque éste re-nace como otro a partir del descubrimiento de vínculos desconocidos, porque éste reconoce su vastedad más allá de los límites de su conciencia, porque éste descubre la deuda con la tradición humana en la que pervive el rastro de la cultura y del cosmos. Se opera un renacimiento del yo capaz de reconocer la alteridad en su propio seno.
En este sentido, la recuperación de la niñez tiene un efecto alquímico y transformador. De ella se retorna otro, renacido, con espacios de experiencia desconocidos, sin renunciar a la exploración en el mundo. Es una respuesta a los unilateralismos de la conciencia que cierran el paso a la novedad. Se ha incorporado otra mirada que abre al futuro, que estira la realidad, que la prolonga hacia lo desconocido. Por ello, “un aspecto fundamental del motivo del niño es su carácter de futuro. El niño es futuro en potencia. Por eso, la aparición del motivo del niño en la psicología del individuo suele significar una anticipación de desarrollos futuros, aunque a primera vista parezca tratarse de una formación retrospectiva”.

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A modo de resumen, los mitólogos C.G.Jung y K.Kerenyi definen el arquetipo de la infancia a partir de tres rasgos recurrentes en una diversidad de mitos sociales.

1) Uno de ellos es el nacimiento milagroso de un ser que procede de una experiencia virginal. Además, el conjunto de peligros que amenazan al niño indefenso. Así, Zeus está amenazado de ser engullido por Cronos, su propio padre; Dioniso de ser desmembrado. Aunque nada parece venir en su auxilio, lleva en su seno un poder sobrenatural, el de los instintos de la vida, que le habitan. En ausencia de madre, le protegen los animales que le nutren y los ángeles que le custodian.

2) Si bien parece indefenso, su cercanía con el misterio de la existencia le dota de poderes sobrenaturales. El niño dispone de fuerzas tan superiores que podrá imponerse a todos los peligros. Se encuentra atravesado por la mágica fuerza de los inicios. Mas aún, su existencia excepcional derribará todos las barreras del mundo constituido y, finalmente, con sus virtualidades intactas hará emerger una nueva realidad.

3) Por último, presenta una figura hermafrodita, que simboliza la unión de los opuestos o símbolo de la unión constructiva de los contrarios. La influencia de los inicios dota al niño de un aspecto a-morfo y potencial carente de forma definida y actualizada. El vínculo entre Hermes y Afrodita subraya la singularidad irreductible con la que nace cada niño. Pues el recién nacido no es la mera suma de los progenitores que lo engendran.
Lo masculino y lo femenino, así como la vastedad de elementos que le lega el pasado filogenético de la especie y del cosmos, van a ser combinados de manera tan irrepetible y singular que define al recién nacido frente a otros.

Como argumentan C.G.Jung y K.Kerenyi, la mitología constituye un buen referente para acercarse a los dominios del niño eterno. Mitos como el de Zeus, Dioniso, Jesucristo y otros (de nuestra tradición cultural y de otras) ofrecen algo muy distinto al cuento o la leyenda. Si éstos nos hablan del niño en una situación familiar, social o histórica difícil, la mitología expone las relaciones del niño (adulto) en el marco de un mundo cargado de enigmas y misterios que le obligan a medirse con sus límites y con los de la experiencia circundante.


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