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jueves, 3 de febrero de 2011

Del mecanicismo y otros males

El Planeta Tierra es una verdadera obra de arte que nos demuestra día tras día el valor de todos sus elementos. Es un sistema maravilloso que vale la pena conocer, cuidar y proteger. 

Parece una ironía suprema que tuviéramos que salir de nuestro planeta antes de que realmente pudiéramos verlo tal como es. Cuando los astronautas nos mostraron el aspecto que tenía nuestro mundo desde el espacio, fue como si nos hubieran acercado un espejo para que contemplásemos nuestro reflejo. La imagen de la Madre Tierra, bella, frágil, bailando en el espacio se grabó de forma indeleble en nuestro cerebro.
Este acontecimiento fue como una señal de aviso que nos indicaba que acababa de llegar el momento, la hora de decidir como debemos contemplar nuestro mundo y la relación que tendremos con él.
En este sentido sería conveniente recordar algunas de las declaraciones de aquellos astronautas que han tenido la oportunidad de ver la Tierra desde el espacio, en particular las de Neil Amstrong, pero también las del cosmonauta ruso Aleksandr Alexsandrov:

"Entonces me cruzó la mente la idea de que todos somos hijos de nuestra Tierra. Tanto da que país se está mirando. Todos somos hijos de la Tierra y deberíamos tratarla como a nuestra madre".

O las del norteamericano Donald Williams:

"Para aquellos que han visto la Tierra desde el espacio, y para los centenares, quizás millares que la verán, esa experiencia indudablemente hace cambiar de perspectiva. Las cosas que compartimos de nuestro mundo son mucho más valiosas que las que nos dividen".

En general todos ellos coincidieron en señalar que:

"Aquel planeta es la casa común de toda la Humanidad, así como de todas las especies animales y vegetales que lo habitan".

Desde ese momento, la creencia de que la Tierra es una estructura muerta y de que puede explotarse de forma indefinida, tal como lo sostenía la ciencia mecanicista, no concordaba, con lo que sentimos al ver las imágenes del planeta azul y blanco flotando en el espacio.
Fue como si la vida reconociera a la vida. Esta toma de conciencia ha provocado un aceleramiento de la preocupación ecológica, aquello que últimamente convenimos en denominar la conciencia verde. Frente a la visión mecanicista - economicista que domina ampliamente el panorama político-social, la más arraigada, que nos dice que podemos y debemos explotar el planeta en aras del progreso y que, cambiar los procedimientos, aún siendo conveniente y necesario, resultaría demasiado caro, la conciencia verde nos señala, que lo caro va a ser el no cambiar nuestra forma de proceder, porque el tejido de la vida en nuestro planeta, ese tejido fino y lleno de vinculaciones intrincadas, corre un peligro obvio; se percibe un desastre en potencia, que se acerca hacia nosotros a mayor velocidad de la que la mayoría de la gente quisiera creer.
Para llegar a modificar toda una actitud cultural dominante, tenemos que llegar a cambiar nuestra forma de pensar. Día a día, son más las personas, que se dan cuenta de que en el fondo, esta nueva forma pensar es muy antigua; es una sabiduría que arranca de la noche de los tiempos y que sobrevive a lo largo de los milenios y de las civilizaciones, y que afirma que la Tierra nuestro planeta azul y blanco está, en algún sentido, viva.
Los que tienen que tomar las decisiones, ésta generación, es decir ¡nosotros!, Ha sacado ya la ramita más corta... ¡Ahora mismo!, Hemos de buscar las nuevas actitudes mentales que se necesitarán para sostener los cambios tanto materiales, exteriores, como interiores que se deberán producir.
En la cúspide del milenio, o bien hacemos cambios que abran todo un campo nuevo al potencial humano y planetario, o perderemos la última oportunidad y, no nos recuperaremos de la caída ecológica, que cuando empiece se sucederá como si se tratase de una avalancha de fichas de dominó..
Pero para llegar a cambiar actitud mental dominante a nivel mundial, si es que eso es posible, hay que empezar por cambiar nuestra propia manera de pensar. Afortunadamente, somos cada día más los que descubrimos que en realidad esa nueva manera de pensar, es en realidad muy antigua... Se trata de un conocimiento que surgió en la más remota noche de los tiempos y que ha sobrevivido a lo largo de los siglos y milenios, atravesando todas y cada una de las civilizaciones habidas hasta hoy. Ésta sabiduría nos dice que la Tierra, nuestro planeta, está en mas de un sentido vivo.
La idea de una Tierra viva, aún hoy, constituye un anatema total para la ciencia y para el pensamiento convencional de la sociedad contemporánea, sin embargo, la idea de una Tierra viva, hubiese sido un concepto absolutamente normal para la mayoría de los hombres que vivían hace tan sólo unos cientos de años.
De la misma manera que las ideas de Giordano Bruno, Galileo o Miguel Servet, fueron rechazadas por la ciencia de su tiempo, también las teorías o pruebas científicas que sostienen que nuestro planeta es un ser vivo, que el desastre es inminente, son censuradas, reprimidas, ocultadas o perseguidas, por esa ciencia cancerbero de los intereses de las multinacionales, de los estados y de los ejércitos.

Fuentes:

miércoles, 15 de diciembre de 2010

El tiempo es una cultura

La reflexión humana sobre el tiempo se remonta a Platón y aún no ha concluido. Primero nos vimos atrapados en la rueda del destino, luego protagonistas de la historia, más tarde como los arqueros del universo y finalmente como parte de los procesos irreversibles de la naturaleza. De esta especulación hemos aprendido que el tiempo es una cultura que evoluciona con nuestros conocimientos.

Toda la historia de los conceptos de la materia, el espacio y el tiempo es la de una especulación metafísica que dura varios cientos de años, señala Wartofsky. Antes del uso del lenguaje, suponemos que nuestra especie, si bien percibe con exactitud el entorno, al mismo tiempo ostenta una forma de conciencia sin forma ni definición. Son los preludios de nuestra más elemental cultura.
El uso del lenguaje -añade Wartofsky- nos saca de nosotros mismos y enmarca nuestra experiencia dentro del mundo común de los objetos, de los actos y de las demás personas. El lenguaje es el que altera las circunstancias de la percepción, ordena los datos de la experiencia, los codifica y cimienta una específica concepción del mundo.
Es así como el homo sapiens construye su primer marco de referencia y supera el autismo inicial, ese estado de conciencia difusa que caracteriza, supuestamente, sus primeros momentos como especie.
Entendemos que es así como se introduce en nuestra cultura la noción del tiempo, si bien desde nuestros más remotos antepasados hasta nuestros días, la idea del tiempo ha evolucionado de manera significativa en esa historia especulativa a la que se refiere Wartofsky.

Primeras reflexiones

Tenemos que remontarnos a la Edad Antigua para encontrar las primeras reflexiones humanas sobre el tiempo. Platón dice que el tiempo es la imagen móvil de la eternidad. Refleja el debate de la época entre el tiempo subjetivo (el de cada persona), el tiempo objetivo (cronos o duración de los acontecimientos), y el concepto de eternidad (tiempo inmortal y divino, sin principio ni fin) introducido por Aristóteles.
Las unidades de tiempo más corrientes, como las diferentes épocas del año, o el día y la noche, contribuyen a introducir en la cultura de nuestros antepasados la mentalidad cíclica asociada a tales fenómenos. Un ciclo sigue al otro en un proceso infinito, cada época no es sino una parte del todo. Pericles expresa así esta mentalidad: todas las cosas de este mundo están abocadas al declive.
Para esta mentalidad cíclica, repetitiva, sin ilusión ni creatividad, el tiempo humano es tan exacto como el del entorno, sin opción a variaciones deliberadas. Todo se considera condicionado por el destino.
Desde estos primeros momentos, la cultura del tiempo combina los elementos objetivo y subjetivo, así como la dimensión de eternidad, en un conjunto de ideas integradoras en las que se entremezclan los ciclos del entorno, las percepciones temporales de cada persona y la noción de que el tiempo se opone a eternidad: según Platón, el tiempo que pasa es la manifestación de una Presencia que no pasa.

Tiempo y movimiento

La relación entre tiempo y movimiento la señala por vez primera Aristóteles, cuando establece: el tiempo es el número (la medida) del movimiento según el antes y el después. El ser que mide es, para Aristóteles, la conciencia interna del tiempo. Sin embargo, no llega a explicar qué es lo que señala el antes y el después, como advierte Prigogine.
Aunque algunos pensadores de la Antigüedad, como Estratón, consideran que el tiempo es una realidad completa en sí misma, otros, como Aristóteles, prefieren concebirlo más bien como una relación, aunque sin llegar a definirlo como exclusivamente subjetivo.
En cualquier caso, la primera noche de esta reflexión humana, que se prolonga hasta San Agustín, considera que el tiempo es desde siempre una gran paradoja: parte del tiempo es pasado y ya no existe, y la otra parte es futuro y no existe todavía, reflexiona Aristóteles. San Agustín enfatiza la percepción subjetiva: el alma y no los cuerpos es la verdadera medida del tiempo.

El tiempo lineal

Un salto esencial en la interpretación del tiempo se produce gracias a los profetas del judaísmo, que rompen con la idea del eterno retorno y rechazan la noción de destino implantada por los griegos. Esta visión del mundo, sobre la que se construye más adelante la concepción cristiana, realza el valor del futuro e introduce la esperanza como referencia de la evolución humana.
La persona ya no es considerada prisionera de los ciclos y de la fatalidad, sino que se encuentra en peregrinación hacia el futuro y espera con intensidad el próximo cambio del mundo. Es la idea del tiempo lineal, que se contrapone a la idea del tiempo cíclico.
El cambio de mentalidad que introduce el tiempo lineal es considerable: no sólo integra la esperanza en la cultura de la especie, sino que al mismo tiempo la hace subversiva. El mundo está inacabado y debemos perfeccionarlo.
Esta noción del tiempo como fuente de progreso añade la dimensión social al debate de la Antigüedad sobre los elementos objetivo, subjetivo y eterno (o cíclico) del tiempo. La polémica se prolonga hasta la época moderna, cuando el tiempo es percibido, bien como realidad absoluta (una realidad completa en sí misma), bien como propiedad (de las cosas) o también como relación, como decía Aristóteles (más que una realidad, el tiempo es una relación).

Tiempo continuo

El denominador común es la descripción del tiempo como algo continuo, ilimitado, de una sola dirección y dimensión, homogéneo y fluyendo siempre del mismo modo, explica Ferrater Mora.
Newton profundiza en esta descripción y establece el tiempo como algo absoluto, verdadero y matemático, que transcurre uniformemente. Descarta el factor subjetivo e introduce la medición matemática del tiempo con ayuda de relojes. Para Newton el tiempo es sólo una magnitud, una unidad de medida, puesto que en un mundo en movimiento no hay lugar para el presente.
La visión newtoniana recupera el determinismo de los primeros momentos porque considera que la historia cósmica está ya escrita: podemos saber en qué momento ocurrirá el próximo eclipse o el paso del siguiente cometa. Como explica Ivar Ekeland, es la época de la transparencia perfecta, el tiempo se inscribe en el espacio, el pasado y el futuro están escritos en el instante presente para el que sepa leerlos.

El tiempo cuántico

Una nueva y significativa ruptura en la concepción del tiempo se produce en la primera mitad del siglo XX, cuando la teoría de la Relatividad Especial de Einstein establece la unión del tiempo y el espacio en un nuevo concepto que evoca a Aristóteles. Hace 2.200 años, Aristóteles afirmó que el tiempo tiene que ser movimiento, uniendo así dos conceptos relacionados entre sí pero que se nos presentaban separados, diferentes.
Einstein establece una revolución conceptual parecida cuando señala que el tiempo es la cuarta dimensión de la realidad. Los objetos no sólo tienen longitud, altura y profundidad, sino que además están inmersos en un proceso temporal inevitable que tiene tanta importancia como las otras tres dimensiones físicas.
Bertrand Russell lo explica así: espacio y tiempo no son independientes, como tampoco lo son las tres dimensiones del espacio. Seguimos necesitando las cuatro dimensiones para determinar la posición de un hecho... (pues) no existe el mismo tiempo para diferentes observadores.

Espacio-tiempo

La gran trascendencia de la aportación de Einstein radica en la unificación que realiza de conceptos básicos aplicados a la realidad: no sólo establece que la materia es simultáneamente onda y partícula, sino que el tiempo y el espacio son también facetas diferentes de un todo cuatridimensional que es el llamado espacio-tiempo.
Algunos físicos consideran incluso al espacio-tiempo como la matriz de toda la realidad. De hecho, el espacio y el tiempo aparecieron simultáneamente en la evolución del Universo.
La física actual se plantea además que el tiempo puede estar formado por partículas elementales que, al igual que los objetos materiales, percibimos como algo continuo y fluyente a nivel macrofísico (es decir, en la vida cotidiana), pero que, a nivel microfísico (que sólo podemos percibir en el laboratorio), es granulado (está formado por partículas) e irregular (porque tiene periodos de diferentes proporciones). Si esto es así, la misma dualidad onda-partícula aplicable a la luz, valdría también para el tiempo.

El tiempo como ilusión

Wartofsky advierte que nuestra imagen actual del espacio y del tiempo ha sido creada por la ciencia, y que las concepciones del espacio y el tiempo no están siempre de acuerdo con las simples verdades espacio temporales que tomamos como inevitables y necesarias.
Conviene tenerlo en cuenta porque para Einstein la distinción entre pasado, presente y futuro es sólo una ilusión, por persistente que ésta sea. Esta afirmación choca con el sentido común, que nos indica que el tiempo es tan real como la materia y el espacio.
Sin embargo, añade Wartofsky, el sentido común es un término relativo, que indica solamente el sentido común que prevalece en un período determinado del desarrollo conceptual. Desde esta perspectiva, el sentido común es sólo el conocimiento adquirido por la especie que ha resultado útil en determinados períodos históricos, pero no necesariamente sinónimo de verdad. ¿Es el tiempo una cultura, una ilusión de la especie?

Dos presentes

Aceptar que el espacio y el tiempo forman una única realidad supone no sólo convertir a ambos en fenómenos físicos, sino también revisar la noción de simultaneidad. Hasta Newton se pensaba que existía un presente universal: dos acontecimientos pueden ocurrir al mismo tiempo en dos lugares diferentes.
Sin embargo, la Teoría de la Relatividad establece que no existe ningún momento que tenga validez universal: dos acontecimientos pueden ocurrir simultáneamente para un observador, pero otro observador que se mueva respecto al primero de ellos percibirá esos dos acontecimientos sucesivamente, no al mismo tiempo.
Es decir, aunque en la vida cotidiana, donde las distancias y las velocidades son demasiado pequeñas para apreciar la Relatividad, no ocurren estas cosas, sin embargo acontecimientos que tienen lugar en lugares muy alejados entre sí pueden estar en el pasado para un observador y en el futuro para otro. Bertrand Russel afirma al respecto que el orden-tiempo de los acontecimientos depende en parte del observador.
En consecuencia, el concepto de presente es una cuestión meramente personal y sólo tiene significado para el marco de referencia en el que se encuentra el observador, explica Davies. Y añade: siendo esto así resulta insensato dividir ordenadamente el tiempo en pasado, presente y futuro.

Arqueros del Universo

La estructuración de los acontecimientos en pasado, presente y futuro no deja de ser una construcción mental sin ningún significado para las ciencias naturales, lo que explica la ilusión a la que se refería Einstein.
El mundo no sucede, simplemente existe, dice el matemático Herman Weyl. La flecha del tiempo la ponemos nosotros. Somos los arqueros que permiten que el Universo tenga una historia con pasado, presente y futuro.
Un nuevo elemento desconcertante porque, a pesar de su carácter ilusorio, la direccionalidad del tiempo impregna todo el Universo y es la que establece el principio básico de causalidad, origen de cada uno de nosotros.
Casi todos los físicos están convencidos de que la causalidad es una ley inviolable de la naturaleza, pero a decir verdad carecen de una demostración que así lo pruebe, advierte Gribbin. Y añade: no existe en realidad nada en las leyes de la física que exija que la causalidad sea verdadera... La ley de causalidad no es más que la concepción vulgar del tiempo expresada en jerga científica.
Nuestra magnitud respecto al Universo guarda así una estrecha relación con nuestra capacidad de interactuación con él: según la Relatividad nosotros somos el tiempo del Universo.

El tiempo creativo

Ya no podemos pensar, con Einstein, que el tiempo irreversible es una ilusión, sentencia sin embargo Ilya Prigogine. Para mí -añade- el ser humano forma parte de esta corriente de irreversibilidad que es uno de los elementos esenciales, constitutivos, del universo.
Premio Nobel de Química en 1977 por su contribución al estudio de los procesos irreversibles y de la termodinámica de los sistemas complejos, Prigogine añade a la teoría clásica, relativista y cuántica la así llamada física de los procesos alejados del equilibrio. Ha podido establecer que en condiciones alejadas del equilibrio, la materia es capaz de apreciar diferencias en su entorno y de reaccionar con grandes efectos a pequeñas fluctuaciones.
Toda la teoría de Prigogine se basa en la termodinámica, una ciencia matemáticamente rigurosa iniciada en 1811 por Jean Joseph Fourier y basada en el tratamiento teórico de la propagación del calor en los sólidos. Esta ciencia añade otro componente universal a la física, además de la gravitación: el calor. Para Prigogine, las grandes líneas de la historia del universo están hechas de una dialéctica entre la gravitación y la termodinámica.
La termodinámica se basa en tres principios básicos: el de conservación (que no es sino una generalización del principio de conservación de la energía conocida en mecánica), el principio de evolución (también conocido como segundo principio de la termodinámica) y el principio de Nernst-Planck.

Tres principios

En sus comienzos, la termodinámica se centra en los procesos de equilibrio y descuida los procesos irreversibles típicos de las situaciones alejadas del equilibrio. Sin embargo, es sobre estos procesos, a partir de los cuales se formula el segundo principio de la termodinámica, que Prigogine fija su atención: revolucionan de tal forma el conocimiento del mundo que trascienden con mucho la teoría relativista y cuántica sobre la que se cimienta el pensamiento científico del siglo XX.
El segundo principio de la termodinámica es la ley del crecimiento irreversible de la entropía (desorden), formulada por Rudolf Clausius en 1865. La entropía de un sistema aislado aumenta con el tiempo, explica Penrose: un sistema aislado (por ejemplo un gas) que ha sufrido una evolución, no retorna espontáneamente a su estado inicial, sino que amplifica sus fluctuaciones. Esta amplificación de las fluctuaciones provoca a su vez una situación nueva y una serie de nuevas posibilidades de evolución.
Para la nueva ciencia del calor, los sistemas disipan energía, son irreversibles y evolucionan hacia el desorden. La evidencia que se desprende de la termodinámica es que, lejos del equilibrio, la materia desarrolla nuevas propiedades: sensibilidad a influencias del entorno, posibilidad de estados múltiples, historicidad de las elecciones adoptadas por los sistemas (se crean nuevos estados irreversibles).

Fenómenos irreversibles

Una de las consecuencias de la termodinámica es que el tiempo no puede ser subjetivo, como sugiere la física de partículas. Según la física del calor, la irreversibilidad es la base de la mecánica cuántica, de la mecánica clásica y de la relatividad, por lo que ya no podemos considerar el tiempo como una aproximación: la relatividad general no da sentido a la irreversibilidad y no puede explicar la gigantesca producción de entropía que caracterizó el nacimiento de nuestro universo.
Los fenómenos irreversibles que se aprecian en los sistemas alejados del equilibrio conducen a nuevas estructuras materiales que perduran y evolucionan hacia nuevos estados, lo que lleva a Prigogine a afirmar que ya no nos está permitido creer que somos los responsables de la aparición de la perspectiva del antes y del después.
De la termodinámica se desprende que, a niveles macroscópicos, la materia sometida a calor es inestable, fluctúa y engendra nuevos estados. A diferencia de lo que ocurre con la física cuántica, estos procesos metamórficos ocurren al margen de que sean observados o no, son inevitables e imprevisibles y pueden desarrollarse de una forma totalmente incontrolada.
Aunque la estructura subatómica de la materia sea paradójica porque no sigue las leyes físicas conocidas, a niveles macroscópicos la materia se transforma por efecto del calor y sintoniza con el orden espacio-temporal humano. Para Prigogine, este orden macroscópico otorga objetividad al mundo físico y disuelve las paradojas que se observan en el mundo cuántico, considerado como una especie de mundo alejado de los procesos de observación.

Tiempo irreversible

En consecuencia, según la termodinámica todo discurre realmente del pasado al presente y del presente al futuro de manera inevitable e irreversible. Roger Penrose aclara sin embargo que la irreversibilidad es simplemente una cuestión práctica: no podemos en la práctica des-revolver un huevo, aunque es un procedimiento perfectamente admitido por las leyes de la mecánica.
La inestabilidad, las fluctuaciones y la irreversibilidad, cualidades que descubre la termodinámica, desempeñan un papel en todos los niveles de la naturaleza: la química, la ecología, la climatología, la biología y la cosmología. Desde esta perspectiva, el universo surge de una inestabilidad (no de una singularidad, como expone la teoría del Big Bang), que crea simultáneamente materia y entropía.
Nuestro universo es el resultado de una transformación irreversible y proviene de otro estado físico, no del vacío cuántico. La transformación del espacio-tiempo en materia, en el momento de la inestabilidad del vacío, corresponde a una explosión de entropía, a un fenómeno irreversible.
En consecuencia, el universo no está condenado a la extinción, como expone la teoría clásica, sino que puede renacer si la inestabilidad original se llega a reproducir. Para Prigogine, el nacimiento de nuestro tiempo (del tiempo de nuestra vida, de nuestro planeta, de nuestro universo) no equivale al nacimiento del tiempo en sí mismo, ya que en el vacío cuántico el tiempo existía en estado potencial.

Azar y tiempo

La física de los sistemas alejados del equilibrio aporta otra novedad: el azar introducido por la física en la mecánica cuántica no se limita al nivel de las partículas elementales, sino que es también una propiedad de la materia a nivel macroscópico, de los sistemas observados por la termodinámica. A nuevos estados físicos de la materia le corresponden nuevos comportamientos.
La idea que se desprende de esta teoría es que reafirmamos el carácter abierto y creativo del universo que nos sugieren las partículas elementales. Sin embargo, si la física nos ha hablado hasta ahora del tiempo ilusión de Einstein y del tiempo degradación de la entropía (extinción del universo por disipación del calor), estos dos modelos de tiempo no rigen ya: el universo no sólo no se degrada, sino que aumenta en complejidad con nuevas estructuras que emergen en las estrellas, las galaxias y los sistemas biológicos.
El desorden no es sinónimo de caos, sino de reorganización e incremento de la complejidad de los sistemas. Como señala Prigogine, los desarrollos recientes de la termodinámica nos proponen un universo en el que el tiempo no es ilusión ni disipación, sino creación.

Una cultura del tiempo abierta

Estas reflexiones nos señalan que el debate iniciado por Platón se prolonga todavía, que continuamos viviendo, compartiendo e inventando la historia del tiempo en una persistente especulación metafísica. Sin embargo, al igual que ocurre con nuestras facultades superiores, seguimos sin saber exactamente lo que es el tiempo.
Uno de los mayores condicionantes de nuestra existencia, de nuestro conocimiento, de nuestra percepción y de nuestra cultura, es también uno de nuestros mayores misterios.
Bergson lo expresa así, elocuentemente: nosotros no pensamos el tiempo real, pero lo vivimos porque la vida desborda a la inteligencia.
Parece decirnos que, ya seamos los arqueros del universo que ponemos la flecha del tiempo, como decía Einstein, o ya seamos parte de la corriente de irreversibilidad que cruza el universo, como dice Prigogine, la vida nos desborda y conduce por senderos en los que el tiempo emerge más como una cultura que evoluciona con nuestros conocimientos, que como uno de los fundamentos metafísicos del mundo real.
Esto es lo que podemos aprender de la historia del tiempo, que sigue abierta a nuevas interpretaciones porque es una historia que construimos nosotros con nuestras inquietudes, investigaciones y reflexiones.
Así escapamos también del determinismo cultural que rechazan la física cuántica y la termodinámica porque, como ha expresado la antropóloga María Jesús Buxó, las culturas no son inmutables, sino el vehículo para la creación consciente y constante de estructuras de realidad y, por ello, de futuros probables.

Fuentes:

jueves, 25 de noviembre de 2010

La nueva masculinidad

En este momento la identidad masculina esta sufriendo un proceso de evolución, motivado en gran parte por los cambios que han protagonizado las mujeres y a la conciencia de que un modelo tan rígido no permite que las personas nos desarrollemos como seres completos y plenos, y esto solo se podría conseguir, si los varones dejaran de reprimir su parte femenina y las mujeres explorásemos nuestro lado masculino.

Ubiquémonos en el período de la Inquisición. El tiempo en que las denominadas brujas eran condenadas a muerte. Su falta: el pecado. Y eso las hacía merecedoras del castigo de soportar el dolor de ser quemadas vivas.
Pero tal vez nunca conocimos la verdadera historia, porque ellas no estuvieron para contarla, pero hay quienes sostienen que sus encantos provenían más que de pociones mágicas, del deseo sexual que eran capaces de despertar en los monjes de la época.
Y la decisión de matarlas es solo una de las tantas demostraciones de lo que conocemos como machismo, ideas sobre lo masculino que han marcado mucho más de 2500 años de historia humana, en pro del poder de los hombres y la discriminación femenina.
Pero los tiempos han cambiado y con ello también los seres humanos, que si bien se mantuvieron en determinados roles por siglos, hoy están rompiendo cánones de manera importante. ¿Por qué? Tan simple de explicar como la búsqueda de la igualdad, tanto en lo masculino como en lo femenino.

La identidad masculina

La identidad masculina se ha configurado siempre en términos de competitividad y poder; rasgos como el miedo, las lágrimas, el dolor o cualquier manifestación extrema de sentimientos no tenían cabida en el estereotipo de hombre. El rechazo de estas emociones implica la negación de uno mismo y la incapacidad para crecer como persona.
La identidad masculina es una construcción cultural, no se trata de algo biológico. Las características que consideramos masculinas se adquieren a través de un proceso de aprendizaje, el cual se da en el seno de la familia, la escuela, a través de los medios de comunicación, el barrio…
El concepto de masculinidad varía en función del contexto histórico, sociocultural, económico…
En nuestra sociedad y a lo largo de la historia ha existido y aún perdura en la actualidad una desigualdad entre lo masculino y lo femenino, que se expresa condiciones de rasgos, estatus o poder que se le asigna a cada uno. Los varones son vistos como sostenedores económicos de la familia, racionales, poseedores de la iniciativa sexual, dominantes, exitosos, poco sentimentales, competidores, aislados emocionalmente, valientes etc. Este modelo de masculinidad lleva implícito un alto componente de dominación hacia las mujeres.

"La identidad masculina nace de la renuncia a lo femenino, no de la afirmación directa de lo masculino, lo cual deja a la identidad de género masculino tenue y frágil".

La identidad masculina se ha construido históricamente en oposición a la identidad femenina, es decir, ser masculino es no ser femenino, es el opuesto, y los comportamientos femeninos son mal vistos en los varones, por lo que han de renunciar por completo a su lado femenino, de manera que se ven obligados a renunciar a una parte importantísima para su desarrollo. Además este ideal de masculinidad, hace que los varones traten de demostrar constantemente su virilidad a través de actos que lo alejen de lo femenino, y en muchos casos estas demostraciones están ligadas a la agresividad y la violencia.
A pesar de que las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, son reales y no modificables, los procesos de socialización son los que más peso tienen en las conductas típicas femeninas o masculinas.

¿Nueva Masculinidad?

Cuando nos referimos a lo masculino, la primera idea que viene a la mente es la fortaleza y el poder, lo que de inmediato implica una negación de la emocionalidad en el concepto, que tiene que ver con la demostración de afectos, miedo o dolor.
Pero de acuerdo a diversos estudios realizados por especialistas en sociología, no se puede hablar de lo masculino sin referirse al peso de la cultura, la historia y la psicología.
Y es cierto, porque no es secreto que una variable importante en la construcción de la idea de superioridad masculina viene desde los hogares, donde los varones viven las primeras etapas de socialización, para luego repetir los patrones en la sociedad, con el consiguiente menoscabo femenino. Por eso el hecho de que hoy en día los hombres sean capaces de romper códigos tan arraigados como el ser poderosos, proveedores, sometedores y superiores, es muestra de un importante avance. Pero este quiebre no se ha manifestado gratuitamente, sino que ha sido motivado de manera importante por la nueva postura que ha tomado la mujer ante la sociedad. Una mujer nueva, con participación política, con importantes puestos de trabajo y dueñas de su vida sexual.
"El consenso individual y grupal apunta a identificar a la mujer con el polo dinámico del cambio cultural en curso; en contrapartida, el varón pareciera tomar conocimiento de los cambios desde una posición forzada, incómoda, anquilosada. Lo anterior, sin desmedro de sensibilidades que procuran ponerse a la altura de los cambios que la construcción de una nueva alianza de género demanda, aspectos que la cultura
hegemónica (masculina) define como ‘feminizados’ –por ejemplo, la gestión de los afectos- refuerzan su importancia y reafirman el status de las mujeres".

"La masculinidad como algo monolítico no existe, sólo hay
masculinidades o muchos modos de ser hombre."

Así describe el cambio que se está produciendo el sociólogo Humberto Abarca y que viene a confirmar la postura de los especialistas en psicología, que plantean que si bien los cambios son propios de los seres humanos, siempre hay un grupo que se siente en desmedro que es el que los gatilla. En este caso, las mujeres. Y aquí las feministas tienen bastante que decir, porque saben que se ha producido un avance por parte de las mujeres, pero este cambio, si bien ha producido reacciones masculinas, no siempre son en pro de la igualdad de los géneros.

No somos iguales

El desarrollo de la identidad se forja mediante la interacción de la persona con su entorno social y cultural. Es indudable que existen diferencias físicas y psicológicas entre hombres y mujeres, si bien es cierto que sus identidades se manifiestan como tales a través de la relación con otras personas, costumbres, normas o estereotipos vigentes de las sociedades en las que viven.

"En el siglo XX las mujeres se batieron para obtener la igualdad con respecto a
los hombres. En este nuevo siglo, los varones (todavía de tipo dominador) están encontrando el
coraje para explorar la feminidad sin miedo a perder su cualidad de hombres de verdad".

A lo largo del proceso de socialización, el niño interioriza las normas y valores propios de una sociedad básicamente patriarcal. A través de su aprendizaje en la familia, escuela, grupo de amigos y medios de comunicación, alcanza el significado del comportamiento "masculino". El niño descubre que un hombre de "verdad" es el que se comporta siguiendo una serie de patrones y los diferencia de aquellos que no debe presentar por ser propios del mundo femenino.
El hombre, por tanto, se encuentra atrapado en un laberinto de roles, exigencias y mandatos que paralizan su capacidad de sentir y de exteriorizar sus emociones. Ante esto, o bien puede seguir bajo el peso de la norma social, con la consiguiente pérdida de sí mismo, o aventurarse en un proceso de aceptación y comprensión personal. No se trata de asumir lo denominado "femenino", la masculinidad no se completa únicamente con esos rasgos, ni se trata de alcanzar un prototipo de hombre afeminado.

La verdadera feminidad

Para tenerlo más claro sólo hay que observar el cambio social en los estereotipos protagonizado por la mujer. A lo largo de los años 50, 60 y 70, la mujer se alza frente a la represión masculina vivida a lo largo de la historia, interioriza los valores masculinos como propios y busca en ellos una reafirmación errónea de sí misma. Es en los 90 cuando adquiere conciencia de que la verdadera feminidad no radica en asumir roles puramente masculinos, sino en saber expresar y entender como mujer atributos socialmente encasillados en el mundo masculino. Es un conocimiento profundo que supone un giro radical en su situación y en todos los aspectos de su vida, educación, trabajo, familia o relaciones personales con su entorno. Igual debe ocurrir en el caso de los hombres.

"La condición masculina es un producto social, un resultado que se
puede modificar en uso de nuestra libertad."

Las tres décadas de transformación de lo femenino son imprescindibles en la modificación de las relaciones humanas de nuestra sociedad, pero es insuficiente sin el cambio de lo masculino.

Crisis de la masculinidad

El inicio de esta crisis se puede establecer en las últimas décadas, cuando se empieza a considerar la necesidad de elaborar un modelo de masculinidad basado en la igualdad y en el respeto.
La consolidación social del modelo tradicional tiene lugar con la llegada de la Revolución Industrial. Las posibilidades de un trabajo en las fábricas supone abandonar a la familia para pasar el día trabajando. Incluso dejar la casa familiar para vivir en la ciudad, más cerca del lugar de trabajo.
La actualidad es diferente, por lo que requiere un modelo propio a la época vigente. Dónde los hombres dejen de ser el centro de todos los sistemas para convertirlos en personas respetadas y respetuosas, y donde puedan conciliar la vida laboral y la familiar. Evitando discriminaciones tanto femeninas como masculinas.

"El modelo tradicional de masculinidad, determinado por el machismo, se caracteriza por la ausencia de la expresión de las emociones lo que supone ciertas limitaciones para los hombres y una gran dificultad para poder establecer relaciones personales completas."

Tras analizar este tema, se ha llegado a la conclusión de que no existe un único modelo de masculinidad, es decir, no existe una única forma de ser hombre, sino que existen tantas como hombres hay en el planeta.
Se entiende que es una crisis positiva porque les da a los hombres nuevas oportunidades. La crisis de la masculinidad supone una ruptura con los viejos roles. Superar aquellas actitudes que tienen como partida la superioridad de un sexo sobre el otro. Pero conservar aquellos comportamientos que se identifiquen como masculinos y que no supongan una discriminación sexista.

Nuevo modelo de masculinidad

Se propone la elaboración de un nuevo modelo que sustituya al tradicional, ya que se considera que en la masculinidad tradicional no hay cabida para los sentimientos, el miedo o el dolor, incluso contribuye el rechazo de sí mismo y a la incapacidad de crecer como persona. Este modelo tradicional puede llegar a tener serias repercusiones en los hombres; estrés, alcoholismo, drogodependencias, enfermedades mentales etc. Estas son algunas de las consecuencias más comunes que algunos autores destacan. Surgen por la incapacidad de cumplir las expectativas que genera este modelo; un hombre no puede ser pasivo, vulnerable, ni emocional; pero si exitoso, poderoso, importante, respetado etc.
Este nuevo modelo se basa en los roles compartidos, en la capacidad de exteriorización de los sentimientos superando los estereotipos y las normas sociales.
Así, frente al modelo tradicional, cada vez cobra más fuerza el concepto de una nueva masculinidad, basada en la superación de las barreras, los estereotipos y las normas sociales. Consiste en alcanzar una identidad masculina que permita al individuo ser persona en el más amplio sentido de la palabra.Este nuevo modelo se basaría en:

Aceptar la propia vulnerabilidad masculina.
Aprender a expresar emociones y sentimientos.
Aprender a pedir ayuda y apoyo.
Aprender métodos no violentos para resolver los conflictos.
Aprender y aceptar actitudes y comportamientos tradicionalmente considerados femeninos, necesarios para un desarrollo humano completo.

Todo tiene una consecuencia directa, la pérdida de papeles y de poder por parte de los hombres, es decir, lo que se propone es eliminar el estado de dominio masculino en la sociedad.
Otro tipo de consecuencias son las que este tipo de sociedad proporciona a los hombres. Las principales son las siguientes:
· No tener que ocultar los sentimientos ni las emociones, teniendo la posibilidad de expresarlos con total libertad.
· Participar activamente en la vida de los hijos y compartir más tiempo con la familia. Esto sería posible con las políticas que en la actualidad se están elaborando para compaginar la vida laboral y familiar.
· Disminución de la presión social, es decir, no tener que demostrar continuamente que es el mejor.
· Nuevo modelo social más igualitario basado en compartir papeles o roles sin relación de dominio por parte de cualquier sexo.
· Aceptar lo masculino de forma íntegra, no sesgada. Como hace el modelo tradicional al identificar lo masculino como lo no femenino.
· Ser considerado, primero, como persona y después como hombre.

La crisis de la masculinidad se debe entender como un punto de inflexión, del que parte un nuevo modelo de masculinidad más acorde con los tiempos actuales. Pero no hay que partir de cero, ya que se pueden conservar los rasgos positivos del modelo tradicional adaptándolos e incorporando otros “propios” de mujeres.

Está claro que las cosas están cambiando para ambas partes en cuestión, lo que es positivo, porque los dos son seres humanos con los mismos derechos. Pero hay que tener cuidado, por que si bien esta es una etapa en que se están produciendo ajustes y modificaciones, no puede generarse una confusión de géneros.
"Una vez que finalice esta etapa de cambios, vamos a definir nuestras diferencias (que existen de manera real a nivel biológico) y similitudes, para que en base a eso construyamos algo más homogéneo y complementario".

Fuentes:



jueves, 28 de octubre de 2010

El cerebro, la gran incognita

"De todas las cosas que el hombre conocerá, la última probablemente será él mismo".
Alexis Carrel, médico.

Puede que el hombre jamás llegue a descifrar del todo su órgano más complejo y perfecto: el cerebro. ¿Cómo se origina la actividad mental? ¿Dónde se almacenan los recuerdos? ¿Por qué somos conscientes de nuestro propio yo? ¿Para qué soñamos?... Pese a los avances conseguidos en la exploración neurocientífica, quedan muchísimos interrogantes como los anteriores pendientes de hallar respuestas definitivas. Pero hay otras cuestiones más enigmáticas que ni siquiera son planteadas unánimemente por la comunidad científica.

Teorías vanguardistas como el "cerebro holográfico" y disciplinas como la Parapsicología, que estudia aquellas facultades más ignotas de nuestro psiquismo, aún se contemplan con gran recelo por los neurocientíficos, que prefieren centrar sus investigaciones en averiguar el funcionamiento de las diferentes zonas del cerebro, descubrir la naturaleza de los neurotransmisores y localizar las áreas que controlan funciones como la inteligencia, la memoria o las emociones. Aún así, el bioquímico Francis Crick, descubridor de la estructura molecular del ADN, reconoce que "...Nuestro conocimiento de las distintas partes del cerebro sigue en un estado muy primitivo ... Todo está por descubrir..."

COMPUTADOR BIOLOGICO

Sin duda, nuestro cerebro actúa como un sofisticadísimo superordenador que, a través de un lento y progresivo proceso evolutivo, se ha ido perfeccionando en sus funciones hasta el punto de diferenciarnos cualitativamente del resto de los seres vivos. Esta masa de tejido gelatinoso de color gris, de unos 1.300 gramos de peso, contiene alrededor de 100.000 millones de células conocidas con el nombre de "neuronas" y que constituyen las unidades básicas del sistema nervioso. Estas células, conectadas entre sí a través de millones de ramificaciones (dendritas y axones), forman una vasta red que cumple una misión muy específica: procesar la información sensorial, tanto la que llega del mundo exterior como del propio cuerpo. En un solo segundo, estas células son capaces de procesar hasta 200.000 millones de bits de información. Para ello se valen de sus casi 100 trillones de interconexiones. Aunque como aclara el neurólogo Santiago Ramón y Cajal Junquera, nieto del célebre premio Nobel de medicina, "Las neuronas no se conectan entre sí por una red contínua formada por sus prolongaciones, sino que lo hacen por contactos separados por unos estrechos espacios denominados sinapsis". Los neurotransmisores serían los encargados de transmitir esas señales a través de las conexiones sinápticas.

Pero el cerebro posee otras características fundamentales. Una de ellas es que está constituido por dos mitades simétricas, divididas por un profundo surco longitudinal, con funciones muy diferentes, aunque interrelacionadas. El hemisferio izquierdo rige el pensamiento lógico, verbal y analítico; el hemisferio derecho, por el contrario, se ocupa de la parte subjetiva, emocional y creativa. A su vez, los hemisferios cerebrales están divididos en cuatro lóbulos: frontal, relacionado con el conocimiento y la inteligencia; temporal, con el área auditiva; parietal, con el área sensorial; y occipital, con el área visual. En su interior, el cerebro posee además dos núcleos, el tálamo y el hipotálamo, centros del sistema nervioso autónomo. Otras partes esenciales son: el cerebelo, ubicado en la parte posterior del cráneo, que rige el equilibrio y los movimientos musculares; y el bulbo raquídeo, del que parte la médula espinal, que controla la función respiratoria. El lenguaje, una facultad presente únicamente en el hombre, estaría controlado por una serie de centros distribuidos en las periferias del lóbulo temporal del córtex cerebral. En cuanto a la memoria, los neurocientíficos consideran que no se localiza en una zona concreta, sino que estaría distribuida por todo el cerebro.


Sistema nervioso Hipocampo Tronco encefálico
Amígdalas Hipófisis Ventrículos
Cerebelo Médula Corteza somatosensorial
Corteza cerebral Núcleo estriado Cortes transversales
Diencéfalo Sistema límbico Cortes frontales


Otra particularidad de nuestro cerebro es que emite una serie de ondas eléctricas u ondas cerebrales de distinta frecuencia, producto de su actividad electroquímica, que pueden ser registradas mediante el electroencefalograma (EEG). Son:
Las ondas beta (cuyo ritmo oscila entre 14 y 25 ciclos por segundo), presentes en el estado de vigilia, es decir, cuando nos encontramos realizando alguna actividad como trabajar, leer, andar, etc.
Las ondas alfa (de 8 a 13 c/sg.), relacionadas con los estados de relajación y meditación; las ondas zeta (de 4 a 7 c/sg.), con los estados emocionales y creativos.
Y las ondas delta (de 0,5 a 3 c/sg.), activas durante el sueño profundo.

Pero nuestro cerebro esconde otras sorpresas... A mediados de los setenta se detectaron unas sustancias neurorreguladoras que fueron bautizadas con el nombre de endorfinas (opiáceas endógenas) y que cumplen un papel similar al de determinados alcaloides derivados del opio. Dicha droga bioquímica es liberada por el cerebro para aliviarnos un dolor o provocarnos una sensación placentera. Hoy es uno de los campos de investigación más importante de la farmacología.

Sin embargo a pesar de todos estos conocimientos básicos que se han ido adquiriendo en las últimas décadas gracias a los modernos avances tecnológicos (sobre todo con el uso de la Tomografía por Emisión de Positrones y con la Resonancia Magnética Nuclear), el reputado neurobiólogo José M. Rodríguez Delgado nos advierte en su obra "El Control de la Mente" que:
"La anatomía y la fisiología del cerebro son aspectos muy importantes para conocer su estática
y su dinámica, pero estos datos no nos revelan el misterio de las señales que circulan por las neuronas, ni su sistema de codificación, y mucho menos su significado".
En suma, conocemos muy bien la organización anatómica y estructural del cerebro, pero muy poco sobre sus funciones; sólo un 20% según algunos especialistas.

ENTE INMATERIAL

La dualidad mente-cerebro sigue generando un intenso debate entre filósofos, psicólogos y neurofisiólogos. Se nos enseña que la actividad mental es producto de complejos mecanismos cerebrales, pero aún no se ha logrado definir con exactitud qué es la mente. ¿Se trata de una entidad espiritual, el alma, como creían los antiguos filósofos?... Según los neurocientíficos, la mente no puede existir sin su soporte material que es el cerebro, sin embargo sus funciones y capacidades alcanzan niveles insospechados y hacen poner en duda los postulados mecanicistas. Ciertamente, resulta difícil pensar que conceptos como el amor, el sentido religioso, la imaginación, la intuición, la creatividad artística, la sensibilidad musical, etc. tengan un origen exclusivamente neurofisiológico. Eso sin referirnos a cuestiones más profundas como el inconsciente colectivo, la consciencia transpersonal y las facultades PSI, por ejemplo. Por otra parte, los neurocientíficos tampoco se ponen de acuerdo en determinar si la actividad mental ya aparece en la vida intrauterina, si se inicia en el momento de nacer o si se desarrolla en etapas posteriores. Y mucho menos son capaces de explicar cómo surge en nuestro cerebro la consciencia del Yo, "el mayor de los milagros", según Karl Popper. Pero ¿y si la mente es una propiedad inteligente independiente del cerebro? ¿y si existe previamente a todo lo manifestado?... Recordemos el axioma hermético:
"El universo es mental"
que ahora es defendido por muchos físicos de vanguardia interesados por el fenómeno de la consciencia. Y es que los nuevos paradigmas científicos están planteando asombrosas teorías relacionadas con la mente humana que hacen tambalear el modelo materialista del cerebro.

¿UN SUBPRODUCTO DEL CEREBRO?

¿Cómo los procesos cerebrales pueden dar lugar a la experiencia consciente?... Complicado dilema se les plantea a los neurocientíficos que intentan abordar el problema de la consciencia, el más grande enigma de nuestra psique. El matemático y filósofo David J. Chalmers señala sobre ella que "nada hay que conozcamos de forma más directa, pero resulta dificilísimo conciliarla con el resto de nuestros conocimientos". Y es que a pesar de las elaboradas teorías reduccionistas planteadas por científicos de la talla de Christof Kock, Daniel Dennett o Roger Penrose, éste último incluso aplicando el modelo cuántico, no es posible por ahora explicar la consciencia en sí. Y tal vez, como sostienen los más pesimistas, no sea posible nunca...

Comprender el mundo mental en términos del mundo físico no resulta nada sencillo y hasta el momento todo intento ha sido inútil para despejar nuestras dudas. Y es que hay una pregunta vital: ¿puede la mente humana comprenderse a sí misma?... Pero la cosa no acaba ahí. Determinados fenómenos anómalos hacen pensar que la consciencia no está limitada a las estrechas barreras del cerebro, lo cual deja en entredicho la visión materialista de que la consciencia no es más que una especie de biocomputador. La ecuación "mente = cerebro" no está, pues, tan clara como se nos quiere hacer creer desde hace tres siglos.
"No cabe la menor duda de que ciertos aspectos de la mente y de la consciencia dependen, parcial o totalmente, del funcionamiento del cerebro y del sistema nervioso.
No obstante, existen ciertos fenómenos que parecen un tanto independientes de las limitaciones físicas impuestas por el cerebro y nos obligan a afrontar el problema desde otra perspectiva".

Así, la visión remota, la proyección extracorpórea y las experiencias cercanas a la muerte (ECM) evidencian que la consciencia no se reduce a nuestro marco físico-tridimensional sino que puede trascender las fronteras del espacio y el tiempo e incluso expandirse a otros niveles de la realidad.
 
"La expansión de la consciencia implica un desarrollo gradual, una evolución histórica que va de lo inconsciente a lo consciente, de lo inferior a lo superior, de lo individual a lo social, de lo personal a lo transpersonal y de lo transpersonal a lo universal".

Estas teorías conocidas como "interaccionistas-dualistas", que sugieren que nuestro yo consciente y el cerebro son entidades independientes aunque interactúan entre sí, se fundamentan, entre otras cosas, en dos razones:
La primera, en que las leyes de la física, química y biología no ofrecen ninguna pesquisa sobre el surgimiento de esta entidad inmaterial llamada consciencia (al menos, su existencia es incompatible con las "leyes naturales" que nos presenta hoy la ciencia materialista).
Y la segunda, en que los biólogos evolucionistas no han sido capaces de explicar el desarrollo gradual de la consciencia ya que consideran a ésta causalmente inefectiva.
En este punto, deberíamos reflexionar, como propone el filósofo y premio Nobel de Medicina John C. Eccles, sobre los grandes interrogantes que subsisten respecto a la acción de nuestro cerebro, a su relación con la mente, a la creatividad de nuestra imaginación y a la singularidad de la psique.

LA MENTE PROFUNDA

Sigmund Freud introdujo a finales del siglo XIX el concepto de "inconsciente" para designar "aquellas representaciones latentes de las que tenemos algún fundamento para sospechar que se hallan contenidas en la vida anímica". Casi toda nuestra actividad psíquica procede de esa zona sumergida de nuestra mente. Pero ¿se halla en un lugar determinado del cerebro?... Según algunos neurocientíficos como Jonathan Winson, el inconsciente estaría localizado en una región primitiva del cerebro (que implica al hipocampo, al sistema límbico y a la corteza frontal) cuyo mecanismo surge en el comienzo de la evolución de los mamíferos y que resultó fundamental para la supervivencia.
"Nadie ha demostrado todavía la analogía eléctrica o química de un pensamiento, y justamente es el pensamiento lo que ocupa totalmente al psicoanálisis".
De lo que no hay duda es que nuestros deseos, complejos, miedos, sentimientos e instintos (pulsiones) descansan en el inconsciente, el cual condiciona, en buena medida, nuestra personalidad. Por un sentido ético y racional, esos contenidos mentales inconscientes son censurados y reprimidos, aunque luchan por hacerse conscientes (a través de los sueños consiguen una vía de escape expresándose mediante un lenguaje simbólico). El estudio psicoanalítico de los sueños y las investigaciones sobre sujetos neuróticos sirvió a Freud para dar un enfoque terapéutico a esta nueva psicología del inconsciente. Sin duda, la doctrina freudiana, que ha sido muchas veces objeto de controversia por su defensa de la hipnosis y por su particular interpretación de la sexualidad infantil, ha realizado una notable aportación al conocimiento del mundo psíquico y, por ende, ha servido para profundizar más en el complejo comportamiento humano.

Sin embargo no sólo existe un inconsciente individual. Carl Gustav Jung consideró que también hay un "inconsciente colectivo". Con dicha denominación, Jung se refirió a una especie de sustrato o "archivo" psíquico universal que contiene imágenes simbólicas esenciales o arquetipos, común a todas las culturas, que se han ido manifestando a lo largo de las épocas en las creencias religiosas, la mitología, el esoterismo, las leyendas, los sueños y también en el arte.
"He elegido la expresión "colectivo" porque este inconsciente no es de naturaleza individual, sino general, es decir, que en contraste con la psique individual tiene contenidos y modos de comportamiento que son los mismos en todas partes y en todos los individuos. En otras palabras, es idéntico a sí mismo en todos los hombres y constituye así un fundamento anímico de naturaleza suprapersonal existente en todo hombre...”
C.G.Jung


Algunos científicos contemporáneos como el neurofisiólogo Karl Pribam o el bioquímico Rupert Sheldrake han enunciado ciertos postulados revolucionarios sobre el cerebro y la psique humana en los que está muy presente la noción junguiana de la "mente grupal".
El primero de ellos formuló, a principios de los setenta, una sugestiva teoría según la cual el cerebro opera como un holograma, teniendo acceso a un todo mayor. Su "modelo holográfico del cerebro" considera que la memoria y la inteligencia no se encuentran en un área determinado del cerebro sino que están esparcidas por todo él. Cada parte contiene al todo, como ocurre en una placa holográfica. Esta teoría se vería apoyada poco después por los trabajos del físico David Bohm sobre el "orden implicado", quien también consideraría el universo como una especie de holograma. Es así como emergió una nueva concepción de la realidad que se conoce como "el paradigma holográfico" y que cuenta cada vez con más partidarios.
Sheldrake, por su parte, publicó en 1981 una interesante y polémica obra titulada "Una nueva ciencia de la vida" en la que exponía su hipótesis de la "causación formativa", según la cual la memoria es inherente a la naturaleza y no, por tanto, un producto del cerebro. Este científico heterodoxo plantea asimismo la existencia de una memoria colectiva, a la que denomina "campos morfogenéticos", que actúa más allá del espacio y del tiempo, determinando los hábitos, formas y conductas de los seres vivos, y transmitiendo además a cada organismo el conocimiento acumulado por su especie.
"Según esta teoría, los recuerdos no deben estar necesariamente almacenados en el interior del cerebro puesto que los hábitos y los recuerdos de acontecimientos pasados concretos pueden ocurrir por resonancia mórfica con estados anteriores del mismo organismo."
R. Sheldrake

FACULTADES PSI

Tanto Freud y Jung, como posteriormente Pribam y Sheldrake, se sintieron atraidos por los fenómenos fronterizos de la mente. Sus investigaciones les llevaron irremediablemente al mundo de lo paranormal. Los padres de la psicología moderna no sólo estudiaron ciertos fenómenos inexplicables, sino que fueron protagonistas de algunos de ellos. Freud escribió en 1921 un interesante artículo titulado "Psicoanálisis y telepatía" y Jung recogió varios casos paranormales en su obra autobiográfica "Recuerdos, Sueños, Pensamientos" de 1961; fueron además miembros de la célebre "Society for Psychical Research" de Londres. En cuanto a la teoría de Karl Pribam, si nuestro cerebro puede acceder a una "esfera de frecuencia holística", fuera de nuestros límites espacio-temporales, cobra sentido facultades como la telepatía, la "visión remota" o la psicokinesis, y experiencias trascendentes como los "estados místicos". "Si tenemos ESP o fenómenos paranormales, asegura Pribam, eso significa sencillamente que estamos leyendo en otra dimensión en ese momento. No podemos entenderlo a nuestra manera corriente." Por su parte, Rupert Sheldrake afirma que "la hipótesis de la causación formativa quizás pueda proporcionarnos un puente entre la ciencia y los fenómenos parapsicológicos". Ciertamente, fenómenos como la clarividencia, la retrocognición o la sincronicidad pueden tener también una explicación natural bajo ese novedoso enfoque teórico.

Pero ¿realmente hay evidencias de que nuestro cerebro posee facultades extrasensoriales? ¿existe una energía psíquica capaz de ejercer una acción sobre la materia?... Recientemente se han cumplido 130 años desde que comenzara lo que por entonces se conoció como la investigación metapsíquica, precursora de la Parapsicología. Numerosos médiums de la época fueron sometidos a minuciosos exámenes por destacados científicos como William Crookes, premio Nobel de Física, o Charles Richet, premio Nobel de Medicina. Aquellos ilustres pioneros reconocieron la realidad de los fenómenos extraordinarios y determinaron que tenían un origen psíquico. Apoyado en la teoría del "inconsciente", el filósofo Frederic W.H.Myers elabora en 1895 la hipótesis del "Yo-subliminal", un nivel psíquico en el que pueden conectarse diversas mentes, explicando así los fenómenos telepáticos. Pero la investigación de los fenómenos PSI no alcanzó un valor verdaderamente experimental y científico hasta la década de los treinta, cuando el biólogo y matemático Joseph B. Rhine aplica el método estadístico para medir las capacidades psíquicas de algunos sujetos, englobadas bajo los nuevos términos de "Percepción Extrasensorial" (ESP) y "Psicokinesis" (PK). Desde entonces, la Parapsicología -que logró el esperado reconocimiento científico en 1969- ha ido avanzando, aunque lentamente y sorteando muchos obstáculos, en el conocimiento de las facultades latentes de nuestra mente. No obstante, seguimos sin aclarar si esa supuesta energía, llamada "telergia", que produce los fenómenos paranormales tiene su sede funcional en alguna región concreta de nuestro cerebro. Unos consideran que el lóbulo temporal está implicado en la fenomenología paranormal (Michael Persinger, 1989). Otros, en cambio, suponen que es el tálamo, como por ejemplo el equipo de investigación "Hipergea" de Barcelona. En 1985 intentó ofrecer una respuesta: "El oxígeno de las neuronas talámicas del cerebro es el factor desencadenante de la fenomenología paranormal". Una conclusión que no ha podido ser confirmada y que deja sin explicar aquellos fenómenos PSI que trascienden los límites temporales y espaciales. Hace ya varias décadas que el propio Dr. Rhine mantenía sus dudas a este respecto, sosteniendo que el factor PSI no es de naturaleza física.
En su excelente libro "El Nuevo Mundo de la Mente" (1953) el padre de la Parapsicología Científica manifestaba: "En alguna parte del organismo debe haber incluso lo que en cierto sentido podría llamarse una localización, un lugar más identificado con psi que cualquier otro. Eso no quiere decir que tenga que existir un órgano receptor específico o una zona determinada del cerebro". De todas formas, la idea de una "transferencia de energía" está quedando relegada desde que irrumpió la teoría holográfica de Pribam y Bohm. Esta última propone que "el cerebro es un holograma que percibe y participa en un universo holográfico". Por tanto, si en el "nivel implicado" todas las cosas y acontecimientos están interconectados, no hace falta que recurramos a modelos explicatorios basados en campos energéticos para explicar los fenómenos ESP y PK. Aquí cabría hablar más bien de "unidades de información".

Sin duda, el estudio de los fenómenos paranormales está contribuyendo a ahondar en aspectos hasta ahora desconocidos de la mente humana. Es, pues, importante seguir investigando a fondo estas cuestiones, siempre con un espíritu abierto pero a la vez crítico, y conseguir un mayor apoyo multidisciplinar. Y es que, como reconoce el eminente catedrático de Psicología José Luis Pinillos:
"En el fondo, todo este inquietante mundo de la comunicación telepática,
de la percepción extrasensorial y de las premoniciones constituye una advertencia,
una invitación a la humildad para los psicólogos demasiado orgullosos de su ciencia,
y representa también un reto al ingenio humano..."

ULTRACONSCIENCIA

¿Puede expandirse la consciencia hacia niveles superiores de la realidad?... Así lo cree la Psicología Transpersonal, la rama más reciente de la psicología que aborda los fenómenos limítrofes de la consciencia. Su precursor, el psiquiatra checo Stanislav Grof lleva cuarenta años investigando los llamados "estados modificados de consciencia" lo que le llevó a crear un nuevo paradigma sobre la naturaleza de la psique humana, opuesto al modelo cartesiano-newtoniano. El movimiento transpersonal ha tenido en los últimos años una gran acogida por parte de psicólogos, psiquiatras, filósofos, físicos, pensadores y artistas de vanguardia.

Lo "transpersonal", vocablo acuñado por el psicólogo Abraham Maslow en 1969, es, para el psicoanalista Enrique Galán, "intraindividual, pues en el interior de cada cual se agita el cosmos en su conjunto, la "physis" (...) Es un intento de comprender el misterio de la Naturaleza a través del estudio de la psique humana". En ese viaje interior, hacia lo más profundo de uno mismo, se puede vivenciar episodios perinatales, regresiones hacia supuestas vidas pasadas, sintonización con otras consciencias (individual, colectiva, planetaria...), comprensión de los símbolos universales y, en grado último, experimentar una comunión con la nada, con la unidad primordial. Todo un amplio espectro de acontecimientos autotrascendentes que se vuelven inefables...

Pero además, según Grof: "las "experiencias transpersonales" incluyen diversas visiones arquetípicas, secuencias mitológicas, experiencias de influencias divinas o demoníacas, encuentros con seres desprovistos de cuerpo o suprahumanos y la identificación experiencial con la mente universal o el vació supracósmico". Como se puede ver, en estas experiencias cumbre encontramos elementos análogos a los que, en ocasiones, nos describen los médiums, los contactados y los visionarios religiosos, así como aquellas personas que han sufrido una experiencia cercana a la muerte. No obstante, mediante el consumo de sustancias alucinógenas (como el LSD) o empleando técnicas como el trance, la meditación, la privación sensorial, la danza rítmica, la respiración holotrópica, etc. el individuo puede experimentar un "estado no ordinario de consciencia" y penetrar en esas "dimensiones transpersonales de la psique" de las que hablan, con otro lenguaje, los místicos de todas las épocas y culturas. Y es que, ya sea el "éxtasis místico" en el contexto católico, el "nirvana" en el budista, el "satori" en el zen o el "samadhi" en el yoga, la experiencia y el resultado son los mismos: acceder a una esfera supradimensional para fundirse con la "divinidad", con lo "absoluto". Alcanzar esa "Consciencia Cósmica" supone, a su vez, adquirir un conocimiento más profundo de la realidad y una visión holística del universo. El sujeto experimenta asimismo un despertar de su intelecto, un desarrollo de ciertas facultades extraordinarias (relacionadas, preferentemente, con la "percepción extrasensorial" y con la sanación), un mayor sentimiento de amor hacia sus semejantes y un profundo respeto hacia toda forma viviente. No sabemos si esos "destellos de lo infinito" son vislumbrados por la consciencia humana porque somos lo que el especialista Jon Klimo llama "subpersonalidades dentro de una Mente-Cerebro Universal", pero de lo que podemos estar completamente seguros es del profundo y positivo cambio que experimentan aquellos que cruzan el umbral de los "reinos transpersonales".

A MODO DE EPILOGO

En definitiva, la Naturaleza nos ha dotado de un tesoro de incalculable valor. El cerebro, con todos sus misterios, seguirá deparándonos muchas sorpresas en el siglo XXI. Hoy, muchos físicos cuánticos, como Jack Sarfatti y Eugene Wigner, llegan a preguntarse si nuestra consciencia ha creado la realidad del Universo, ya que su papel es crucial en el mundo de las partículas elementales, como se deduce del "Principio Indeterminista". La nueva física ha reconocido finalmente la importancia que tiene la psique en los fenómenos subatómicos. Ello ha contribuido a que algunos físicos vanguardistas se interesen por conocer cuáles son los puntos de conexión entre la física y el misticismo, e incluso decidan introducirse en el terreno (aún "maldito" para ciertas mentes atrofiadas) de la parapsicología, como es el caso del premio Nobel de física Brian Josephson, que aplica las leyes cuánticas a la explicación de los fenómenos PSI.
"La física, el brillante ejemplo de la ciencia pura y dura, que siempre se ha tenido como un modelo para las demás, está ahora trascendiendo la visión del mundo mecanicista y reduccionista.
Nos está conduciendo a una visión orgánica, holística y ecológica similar a la de los místicos, las personas psíquicas y las que tienen experiencias transpersonales espontáneas".
Fritjof Capra

Fuentes:

 
con la tecnología de

Apadrina el Blog "Hombres que corren con los lobos"





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