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jueves, 22 de julio de 2010

El lado oscuro de la vida cotidiana.

En 1886 -más de una década antes de que Freud se zambullera en las profundidades de la mente humana- Robert Louis Stevenson tuvo un sueño muy revelador en el que un hombre perseguido por haber cometido un crimen ingiere una pócima y sufre un cambio drástico de personalidad que le hace irreconocible. De esta manera, el Dr. Jekyll, un amable y esforzado científico, termina transformándose en el violento y despiadado Mr. Hyde, un personaje cuya maldad iba en aumento a medida que se desarrollaba el sueño.
Stevenson utilizó la materia prima de este sueño como argumento para escribir su hoy famoso "El Extraño Caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde". Con el correr de los años el tema de esta novela ha terminado formando parte integral de nuestra cultura popular y no es infrecuente escuchar a nuestros semejantes tratando de explicar su conducta con justificaciones del tipo: «no era yo mismo», «era como si un demonio le poseyera» o «se convirtió en una bruja». Según el analista junguiano John A. Sanford, los argumentos que resuenan en gran parte de la humanidad encierran cualidades arquetípicas que pertenecen a los sedimentos más universales de nuestro psiquismo.
Cada uno de nosotros lleva consigo un Dr. Jekyll y un Mr. Hyde, una persona afable en la vida cotidiana y otra entidad oculta y tenebrosa que permanece amordazada la mayor parte del tiempo. Bajo la máscara de nuestro Yo consciente descansan ocultas todo tipo de emociones y conductas negativas -la rabia, los celos, la vergüenza, la mentira, el resentimiento, la lujuria, el orgullo y las tendencias asesinas y suicidas, etc...-. Este territorio arisco e inexplorado para la mayoría de nosotros es conocido en psicología como sombra personal.

Introducción a la sombra
La sombra personal se desarrolla en todos nosotros de manera natural durante la infancia. Cuando nos identificamos con determinados rasgos ideales de nuestra personalidad -como la buena educación y la generosidad, por ejemplo, cualidades que, por otra parte, son reforzadas sistemáticamente por el entorno que nos rodea- vamos configurando lo que W. Brugh Joy llama el "Yo de las Resoluciones de Año Nuevo". No obstante, al mismo tiempo, vamos desterrando también a la sombra aquellas otras cualidades que no se adecuan a nuestra imagen ideal -como la grosería y el egoísmo -. De esta manera, el ego y la sombra se van edificando simultáneamente, alimentándose, por así decirlo, de la misma experiencia vital.
Carl G. Jung descubrió la indiso lubilidad del ego y de la sombra en un sueño que recoge en su autobiografía "Recuerdos, Sueños, Pensamientos":
"Era de noche y me hallaba en algún lugar desconocido avanzando lenta y penosamente en medio de un poderoso vendaval.
La niebla lo cubría todo. Yo sostenía y protegía con las manos una débil lucecilla que amenazaba con apagarse en cualquier momento. Todo parecía depender de que consiguiera mantener viva esa luz.
De repente tuve la sensación de que algo me seguía. Entonces me giré y descubrí una enorme figura negra que avanzaba tras de mí. A pesar del terror que experimenté no dejé de ser consciente en todo momento de que debía proteger la luz a través de la noche y la tormenta.
Cuando desperté me di cuenta de inmediato de que la figura que había visto en sueños era mi sombra, la sombra de mi propio cuerpo iluminado por la luz recortándose en la niebla. También sabía que esa luz era mi conciencia, la única luz que poseo, una luz infinitamente más pequeña y frágil que el poder de las tinieblas pero, al fin y al cabo, una luz, mi única luz."

Son muchas las fuerzas que coadyuvan a la formación de nuestra sombra y determinan lo que está permitido y lo que no lo está. Los padres, los parientes, los maestros, los amigos y los sacerdotes constituyen un entorno complejo en el que aprendemos lo que es una conducta amable, adecuada y moral y lo que es un comportamiento despreciable, bochornoso y pecador.
La sombra opera como un sistema psíquico autónomo que perfila lo que es el Yo y lo que no lo es. Cada cultura -e incluso cada familia - demarca de manera diferente lo que corresponde al ego y lo que corresponde a la sombra. Algunas, por ejemplo, permiten la expresión de la ira y la agresividad mientras que la mayoría, por el contrario, no lo hacen así; unas reconocen la sexualidad, la vulnerabilidad y las emociones intensas y otras no; unas, en fin, consienten la ambición por el dinero, la expresión artística y o el desarrollo intelectual mientras que otras, en cambio, apenas si las toleran.
En cualquiera de los casos, todos los sentimientos y capacidades rechazados por el ego y desterrados a la sombra alimentan el poder oculto del lado oscuro de la naturaleza humana. No todos ellos, sin embargo, son rasgos negativos. Según la analista junguiana Liliane Frey-Rohn, este misterioso tesoro encierra tanto facetas infantiles, apegos emocionales y síntomas neuróticos como aptitudes y talentos que no hemos llegado a desarrollar. Así, en sus mismas palabras, la sombra «permanece conectada con las profundidades olvidadas del alma, con la vida y la vitalidad; ahí puede establecerse contacto con lo superior, lo creativo y lo universalmente humano».


La enajenación de la sombra
Nosotros no podemos percibir directamente el dominio oculto de la sombra ya que ésta, por su misma naturaleza, resulta difícil de aprehender. La sombra es peligrosa e inquietante y parece huir de la luz de la conciencia como si ésta constituyera una amenaza para su vida.
El prolífico analista junguiano James Hillman dice:
"El inconsciente no puede ser consciente, la luna tiene su lado oscuro, el sol también se pone y no puede brillar en todas partes al mismo tiempo y aún el mismo Dios tiene dos manos. La atención y la concentración exigen que ciertas cosas se mantengan fuera del campo de nuestra visión y permanezcan en la oscuridad. Es imposible estar en ambos lugares al mismo tiempo".

Así pues, sólo podemos ver a la sombra indirectamente a través de los rasgos y las acciones de los demás, sólo podemos darnos cuenta de ella con seguridad fuera de nosotros mismos. Cuando, por ejemplo, nuestra admiración o nuestro rechazo ante una determinada cualidad de un individuo o de un grupo -como la pereza, la estupidez, la sensualidad o la espiritualidad, pongamos por caso - es desproporcionada, es muy probable que nos hallemos bajo los efectos de la sombra. De este modo, pretendemos expulsar a la sombra de nuestro interior proyectando y atribuyendo determinadas cualidades a los demás en un esfuerzo inconsciente por desterrarlas de nosotros mismos.
La analista junguiana Marie -Louise von Franz ha insinuado que el mecanismo de la proyección se asemeja al hecho de disparar una flecha mágica. Si el receptor tiene un punto débil como para recibir la proyección la flecha da en el blanco. Así, por ejemplo, cuando proyectamos nuestro enfado sobre una pareja insatisfecha, nuestro seductor encanto sobre un atractivo desconocido o nuestras cualidades espirituales sobre un guru, nuestra flecha da en el blanco y la proyección tiene lugar estableciéndose, a partir de entonces se produce un misterioso vínculo entre el emisor y el receptor, cosa que ocurre, por ejemplo, cuando nos enamoramos, cuando descubrimos a un héroe inmaculado o cuando tropezamos con alguien absolutamente despreciable, por ejemplo.
Nuestra sombra personal contiene todo tipo de capacidades potenciales sin manifestar, cualidades que no hemos desarrollado ni expresado. Nuestra sombra personal constituye una parte del inconsciente que complementa al ego y que representa aquellas características que nuestra personalidad consciente no desea reconocer y, consecuentemente, repudia, olvida y destierra a las profundidades de su psiquismo sólo para reencontrarlas nuevamente más tarde en los enfrentamientos desagradables con los demás.

El encuentro con la sombra
Pero aunque no podamos contemplarla directamente la sombra aparece continuamente en nuestra vida cotidiana y podemos descubrirla en el humor (en los chistes sucios o en las payasadas) que expresan nuestras emociones más ocultas, más bajas o más temidas. Cuando algo nos resulta muy divertido -el resbalón sobre una piel de plátano o el descubrimiento de un tabú corporal-, también nos hallamos en presencia de la sombra. Según John A. Sanford, la sombra suele ser la que ríe y se divierte, por ello es muy probable que quienes carezcan de sentido del humor tengan una sombra muy reprimida.
La psicoanalista inglesa Molly Tuby describe seis modalidades diferentes para descubrir a la sombra en nuestra vida cotidiana:
  • En los sentimientos exagerados respecto de los demás. («¡No puedo creer que hiciera tal cosa!», «¡No comprendo cómo puede llevar esa ropa!»)
  • En el feedback negativo de quienes nos sirven de espejo. («Es la tercera vez que llegas tarde sin decírmelo.»)
  • En aquellas relaciones en las que provocamos de continuo el mismo efecto perturbador sobre diferentes personas. («Sam y yo creemos que no has sido sincero con nosotros.»)
  • En las acciones impulsivas o inadvertidas. («No quería decir eso.»)
  • En aquellas situaciones en las que nos sentimos humillados. («Me avergüenza su modo de tratarme.»)
  • En los enfados desproporcionados por los errores cometidos por los demás. («¡Nunca hace las cosas a su debido tiempo!», «Realmente no controla para nada su peso.»)
También podemos reconocer la irrupción inesperada de la sombra cuando nos sentimos abrumados por la vergüenza o la cólera o cuando descubrimos que nuestra conducta está fuera de lugar. Pero la sombra suele retroceder con la misma prontitud con la que aparece porque descubrirla puede constituir una amenaza terrible para nuestra propia imagen.
Es precisamente por este motivo que rechazamos tan rápidamente -sin advertirlas siquiera - las fantasías asesinas, los pensamientos suicidas o la embarazosa envidia que tantas cosas podría revelarnos sobre nuestra propia oscuridad. R. D. Laing describía poéticamente este reflejo de negación de la mente del siguiente modo:
El rango de lo que pensamos y hacemos
está limitado por aquello de lo que no nos damos cuenta.
Y es precisamente el hecho de no darnos cuenta
de que no nos damos cuenta
lo que impide
que podamos hacer algo
por cambiarlo.
Hasta que nos demos cuenta
de que no nos damos cuenta
seguirá moldeando nuestro pensamiento y nuestra acción.

Si la negación persiste, como dice Laing, ni siquiera nos daremos cuenta de que no nos damos cuenta. Es frecuente, por ejemplo, que el encuentro con la sombra tenga lugar en la mitad de la vida, cuando nuestras necesidades y valores más profundos tienden a cambiar el rumbo de nuestra vida determinando incluso, en ocasiones, un giro de ciento ochenta grados y obligándonos a romper nuestros viejos hábitos y a cultivar capacidades latentes hasta ese momento. Pero a menos que nos detengamos a escuchar esta demanda permaneceremos sordos a sus gritos.
La depresión también puede ser la consecuencia de una confrontación paralizante con nuestro lado oscuro, un equivalente contemporáneo de la noche oscura del alma de la que hablan los místicos. Pero la necesidad a interna de descender al mundo subterráneo puede ser postergada por multitud de causas, como una jornada laboral muy larga, las distracciones o los antidepresivos que sofocan nuestra desesperación. En cualquiera de estos casos el verdadero objetivo de la melancolía escapa de nuestra comprensión.
Encontrar a la sombra nos obliga a ralentizar el paso de nuestra vida, escuchar las evidencias que nos proporciona el cuerpo y concedernos el tiempo necesario para poder estar solos y digerir los crípticos mensajes procedentes del mundo subterráneo.


La sombra colectiva
Hoy en día, cada vez que abrimos un periódico o vemos el telediario tropezamos cara a cara con los aspectos más tenebrosos de la naturaleza humana. Los mensajes emitidos a diario por los medios de difusión de masas a toda nuestra aldea global electrónica evidencian de continuo las secuelas más lamentables de la sombra. El mundo se ha convertido así en el escenario de la sombra colectiva.
La sombra colectiva -la maldad humana- reclama por doquier nuestra atención: vocifera desde los titulares de los quioscos; deambula desamparada por nuestras calles dormitando en los zaguanes; se agazapa detrás de los neones que salpican de color los rincones más sórdidos de nuestras ciudades; juega con nuestro dinero desde las entidades financieras; alimenta la sed de poder de los políticos y corrompe nuestro sistema judicial; conduce ejércitos invasores hasta lo más profundo de la jungla y les obliga a atravesar las arenas del desierto; trafica vendiendo armas a enloquecidos líderes y entrega los beneficios a insurrectos reaccionarios; poluciona nuestros ríos y nuestros océanos y envenena nuestros alimentos con pesticidas invisibles.
Estas consideraciones no son el resultado de un nuevo fundamentalismo basado en una actualizada versión bíblica de la realidad. Nuestra época nos ha forzado a ser testigos de este dantesco espectáculo. No hay modo de eludir el espantoso y sombrío fantasma invocado por la corrupción política, el fanatismo terrorista y los criminales de cuello blanco. Nuestro apetito interno de totalidad -patente ahora más que nunca en el sofisticado engranaje de la comunicación global- nos exige hacer frente a la conflictiva hipocresía que se extiende por doquier.
De este modo, mientras que muchos individuos y grupos viven los aspectos socialmente más benignos de la existencia otros, en cambio, padecen sus facetas más desagradables y terminan convirtiéndose en el objeto de las proyecciones grupales negativas de la sombra colectiva (véase sino fenómenos tales como la caza de brujas, el racismo o el proceso de creación de enemigos. Así, para el anticomunismo norteamericano la Unión Soviética es el imperio del mal mientras que los musulmanes consideran que los Estados Unidos encarnan el poder de Satán; según los nazis los judíos son sabandijas bolcheviques, en opinión de los monjes cristianos las brujas están aliadas con el diablo y para los defensores sudafricanos del appartheid y para los miembros del Ku Klux Klan los negros no son seres humanos y, por tanto, no merecen los derechos y los privilegios de los que gozan los blancos.
El poder hipnótico y la naturaleza contagiosa de estas intensas emociones resulta evidente en la expansión de la persecución racial, la violencia religiosa y las tácticas propias de la caza de brujas. Es como si unos seres humanos ataviados con sombrero blanco intentaran deshumanizar a quienes no lo llevan para justificarse a sí mismos y terminar convenciéndose de que exterminarlos no significa, en realidad, matar seres humanos.
A lo largo de la historia la sombra ha aparecido ante la imaginación del ser humano asumiendo aspectos tan diversos como, por ejemplo, un monstruo, un dragón, Frankenstein, una ballena blanca, un extraterrestre o alguien tan ruin que difícilmente podemos identificarnos con él y que rechazamos como si de la Gorgona se tratara. Uno de las principales finalidades de la literatura y del arte ha sido la de mostrar el aspecto oscuro de la naturaleza humana. Como dijo Nietzsche:
"El arte impide que muramos de realidad".

Cuando utilizamos el arte o los medios de difusión de masas -incluida la propaganda política- para referirnos a alguien y convertirlo en un diablo, estamos intentando debilitar sus defensas y adquirir poder sobre él. Esto podría ayudarnos a comprender la plaga del belicismo y del fanatismo religioso puesto que el rechazo o la atracción por la violencia y el caos de nuestro mundo nos lleva a convertir mentalmente a los demás en los depositarios del mal y los enemigos de la civilización.
El fenómeno de la proyección también puede dar cuenta de la enorme popularidad de las novelas y de las películas de terror ya que, de ese modo, la representación vicaria de la sombra nos permite reactivar y quizás liberar nuestros impulsos más perversos en el entorno seguro que nos ofrece un libro o una sala cinematográfica.
Los cuentos para niños suelen referirse a la lucha entre las fuerzas del bien -ejemplificadas por las hadas y las fuerzas del mal -representadas por espantosos demonios-. De este modo los niños suelen ser iniciados en el fenómeno de la sombra superando de manera vicaria las pruebas que deben afrontar sus héroes y sus heroínas, aprendiendo así las pautas universales del destino del ser humano.
La censura actual se debate en el campo de los medios de comunicación de masas y de la música pero quienes se aprestan a silenciar la voz de la oscuridad no alcanzan a comprender nuestra urgente necesidad de escucharla. Así, si bien los censores se esfuerzan denodadamente en reescribir "La Caperucita Roja" para que ésta no termine siendo devorada por el lobo ignoran, por otra parte, que de ese modo lo único que consiguen es entorpecer el camino para que los niños afronten el mal con el que necesariamente deberán tropezar a lo largo de su vida.
Cada familia, al igual que cada sociedad, tiene sus propios tabús, sus facetas ocultas. La sombra familiar engloba todos aquellos sentimientos y acciones que la conciencia vigílica de la familia considera demasiado amenazadoras para su propia imagen y, consecuentemente, rechaza. Para una honrada y conservadora familia cristiana puede tratarse de la adicción a la bebida o del hecho de casarse con alguien perteneciente a otra confesión religiosa; para una familia atea y liberal, en cambio, quizás se trate de las relaciones homosexuales, por ejemplo. En nuestra sociedad los malos tratos conyugales y el abuso infantil, oculto hasta hace poco en la sombra de la familia, emerge hoy en proporciones epidémicas a la luz del día.
El lado oscuro de la sombra no constituye una adquisición evolutiva reciente fruto de la civilización y de la educación sino que hunde sus raíces en la sombra biológica que se asienta en nuestras mismas células. A fin de cuentas, nuestros ancestros animales consiguieron sobrevivir gracias a sus uñas y sus dientes. Nuestra bestia -aunque se mantenga enjaulada la mayor parte del tiempo- permanece todavía viva.
Muchos antropólogos y sociobiólogos creen que la maldad humana es el resultado de refrenar nuestra agresividad, de elegir la cultura sobre la naturaleza y de perder el contacto con nuestro estado salvaje. En esta línea; el médico y antropólogo Melvin Konner cuenta en "The Tangled Wing" la historia de aquel hombre que fue al zoológico y acercándose a un cartel que decía «El Animal Más Peligroso de la Tierra» descubrió asombrado que se hallaba ante un espejo.

Conócete a ti mismo
En la antigüedad los seres humanos conocían las diversas dimensiones de la sombra: la personal, la colectiva, la familiar y la biológica. En los dinteles de piedra del hoy derruido templo de Apolo en Delfos -construido sobre una de las laderas del monte Parnaso- los sacerdotes grabaron dos inscripciones, dos preceptos, que han terminado siendo muy famosos y siguen conservando en la actualidad todo su sentido. En el primero de ellos, "Conócete a ti mismo", los sacerdotes del dios de la luz aconsejaban algo que nos incumbe muy directamente: conócelo todo sobre ti mismo, lo cual podría traducirse como conoce especialmente tu lado oscuro.
Nosotros somos herederos directos de la mentalidad griega pero preferimos ignorar a la sombra, ese elemento que perturba nuestra personalidad. La religión griega, que comprendía perfectamente este problema, reconocía y respetaba también el lado oscuro de la vida y celebraba anualmente -en la misma ladera de la montaña- las famosas bacanales, orgías en las que se honraba la presencia contundente y creativa de Dionisos, el dios de la naturaleza, entre los seres humanos.
Hoy en día Dionisos perdura entre nosotros en forma degradada en la figura de Satán, el diablo, la personificación del mal, que ha dejado de ser un dios a quien debemos respeto y tributo para convertirse en una criatura con pezuñas desterrada al mundo de los ángeles caídos.
Marie -Louise von Franz reconoce las relaciones existentes entre el diablo y nuestra sombra personal afirmando:
"En la actualidad, el principio de individuación está ligado al elemento diabólico ya que éste representa una separación de lo divino en el seno de la totalidad de la naturaleza. De este modo, los elementos perturbadores- como los afectos, el impulso autónomo hacia el poder y cuestiones similares constituyen factores diabólicos que perturban la unidad de nuestra personalidad".


Nada en exceso
La segunda inscripción cincelada en Delfos, «Nada en exceso», es, si cabe, todavía más pertinente a nuestro caso. Según E. R. Dodds, se trata de una máxima por la que sólo puede regirse quien conoce a fondo su lujuria, su orgullo, su rabia, su gula -todos sus vicios en definitiva - ya que sólo quien ha comprendido y aceptado sus propios límites puede decidir ordenar y humanizar sus acciones.
Vivimos en una época de desmesura: demasiada gente, demasiados crímenes, demasiada explotación, demasiada polución y demasiadas armas nucleares. Todos reconocemos y censuramos estos abusos aunque al mismo tiempo nos sintamos incapaces de solucionarlos.
¿Pero qué es, en realidad, lo que podemos hacer con todo esto? La mayor parte de las personas destierran directamente las cualidades inaceptables e inmoderadas a la sombra inconsciente o las expresan en sus conductas más oscuras. De este modo, sin embargo, los excesos no desaparecen sino que terminan transformándose en síntomas tales como los sentimientos y las acciones profundamente negativas, los sufrimientos neuróticos, las enfermedades psicosomáticas, las depresiones y el abuso de drogas, por ejemplo.
El hecho es que cuando sentimos un deseo muy intenso y lo relegamos a la sombra opera desde ahí sin tener en cuenta a los demás; cuando estamos muy hambrientos y rechazamos ese impulso terminamos atormentando a nuestro cuerpo comiendo y bebiendo en exceso; cuando sentimos una aspiración elevada y la desterramos a la sombra nos condenamos a la búsqueda de gratificaciones sustitutorias instantáneas o nos entregamos a actividades hedonistas tales como el abuso de alcohol o drogas. La lista podría ser interminable pero lo cierto es que podemos observar por doquier los excesos del crecimiento desmesurado de la sombra:
  • La amoralidad de la ciencia y la estrechísima colaboración existente entre el mundo de los negocios y la tecnología pone en evidencia nuestro deseo incontrolado de aumentar nuestro conocimiento y nuestro dominio sobre la naturaleza.
  • El papel distorsionado y codependiente de quienes se dedican a las profesiones de ayuda y la codicia de médicos y empresas farmacéuticas que se manifiesta en la compulsión farisaica a ayudar y curar a los demás.
  • La apatía del trabajo alienante, la rápida obsolescencia generada por la automación y la hubris del éxito se expresan en la aceleración y deshumanización de los trabajos.
  • El interés desmesurado en la maximización de los beneficios y el progreso que se evidencian en el crecimiento a ultranza del mercantilismo.
  • El consumismo, el abuso de la publicidad, el derroche y la polución desenfrenada nos revelan el grado de materialismo hedonista existente en nuestra sociedad.
  • El narcisismo generalizado, la explotación personal, la manipulación de los demás y el abuso de mujeres y niños evidencia el deseo de controlar las dimensiones innatamente incontrolables de nuestra propia vida.
  • La obsesión por la salud, las dietas, los medicamentos y la longevidad a cualquier precio testimonia nuestro permanente miedo a la muerte.
Estas facetas oscuras impregnan todos los estratos de nuestra sociedad y las soluciones que suelen ofrecerse a los excesos de la sombra colectiva, no hacen más que agravar el problema. Consideremos, por ejemplo, las atrocidades cometidas por el fascismo y el autoritarismo en Europa -intentos reaccionarios de solucionar el desorden social, la decadencia y la permisividad de la época o el moderno resurgimiento del fundamentalismo religioso y político que se extiende por doquier y que, en palabras de W. B. Yeats, ha «desatado la anarquía sobre el mundo».
A esto se refería Jung cuando decía:
"Hemos olvidado ingenuamente que bajo el mundo de la razón descansa otro mundo. Ignoro lo que la humanidad deberá soportar todavía antes de que se atreva a admitirlo".

Ahora o nunca
Desde tiempo inmemorial la historia nos evidencia las plagas de la maldad humana. Naciones enteras han caído en ataques de histeria colectiva de dimensiones devastadoras. Hoy en día el aparente final de la guerra fría nos coloca en una situación excepcionalmente esperanzadora. Por primera vez las naciones parecen reflexionar sobre sí mismas y tratan de cambiar de rumbo. El siguiente artículo, citado por Jerome S. Bernstein en su libro "Power and Politics", es sumamente elocuente a este respecto. El 11 de junio de 1988 el "Philadelphia Inquirer" comentaba del siguiente modo la noticia del gobierno soviético anunciando la suspensión temporal de los exámenes de historia en todo el país:
La Unión Soviética anunció ayer la suspensión de los exámenes finales de historia de más de cincuenta y tres millones de estudiantes arguyendo que los textos de historia habían envenenado con mentiras «las mentes y los cuerpos» de generaciones enteras de niños soviéticos.
"Isvestia", órgano oficial del gobierno, afirmaba que esta decisión excepcional pretende acabar con la transmisión de mentiras de generación en generación, un proceso que originó la consolidación de un sistema político y económico estalinista al que los actuales líderes quieren poner fin.
«La culpabilidad de quienes han engañado de ese modo a generaciones enteras... es inconmensurable», rezaba uno de los titulares del artículo. «Hoy estamos recogiendo los amargos frutos de nuestra propia lasitud moral, estamos pagando por la conformidad y el silencio aprobador que tanto nos avergüenza y que impide que podamos mirar a la cara y responder sinceramente a las preguntas de nuestros hijos».

Esta admirable confesión pública de toda una nación jalona el final de una era. Según Sam Keen, autor de "Faces of the Enemy", "las únicas naciones seguras son aquellas que recurren de manera sistemática a la vacuna de la libertad de prensa y en la que se desoyen los gritos emponzoñados que apelan al destino divino y la paranoia santificada".
Hoy en día el mundo se mueve en dos direcciones aparentemente opuestas, una de ellas se aleja de los regímenes fanáticos y totalitarios mientras que otra se dirige hacia ellos. Ante tales fuerzas nos sentimos impotentes o experimentamos una sensación de culpabilidad por nuestra complicidad inconsciente en la situación en que se halla inmerso nuestro mundo. Hace ya más de medio siglo que Jung describió explícitamente la naturaleza de este vínculo:
"La voz interna pertenece a la conciencia cualesquiera sean los sufrimientos de la totalidad -sea cual fuere la nación o la humanidad de la que formemos parte. El mal se presenta pues en forma individual y debemos comenzar suponiendo que sólo constituye un rasgo del carácter individual".

Sólo disponemos de una forma de protegernos de la maldad humana representada por la fuerza inconsciente de las masas: desarrollar nuestra conciencia individual. Si desperdiciamos esta oportunidad para aprender o fracasamos en actualizar lo que nos enseña el espectáculo de la conducta humana perderemos nuestra capacidad de cambiarnos a nosotros mismos y, consecuentemente, de cambiar también al mundo. El mal permanecerá siempre con nosotros lo cual no significa, sin embargo, que debamos tolerar sus desmesuradas consecuencias.
En 1959 Jung dijo:
"Es inminente un gran cambio en nuestra actitud psicológica. El único peligro que existe reside en el mismo ser humano. Nosotros somos el único peligro pero lamentablemente somos inconscientes de ello. En nosotros radica el origen de toda posible maldad".

El dibujante Walt Kelly dijo simplemente: "Hemos encontrado al enemigo, somos nosotros mismos". Hoy en día debemos renovar el significado psicológico de la idea de poder individual. La frontera para enfrentarnos a la sombra se halla -hoy como siempre - en el interior del individuo.


Recuperar la sombra
El descubrimiento de la sombra tiene por objeto fomentar nuestra relación con el inconsciente y expandir nuestra identidad compensando, de ese modo, la unilateralidad de nuestras actitudes conscientes con nuestras profundidades inconscientes.
Según el novelista Tom Robbins «descubrir la sombra nos permite estar en el lugar correcto del modo correcto». Cuando mantenemos una relación correcta con la sombra el inconsciente deja de ser un monstruo diabólico ya que, como señalaba Jung, «la sombra sólo resulta peligrosa cuando no le prestamos la debida atención».
Cuando mantenemos una relación adecuada con la sombra reestablecemos también el contacto con nuestras capacidades ocultas. El trabajo con la sombra -un término acuñado para referimos al esfuerzo constante por desarrollar una relación creativa con la sombra- nos permite:
  • Aumentar el autoconocimiento y, en consecuencia, aceptamos de una manera más completa.
  • Encauzar adecuadamente las emociones negativas que irrumpen inesperadamente en nuestra vida cotidiana.
  • Liberamos de la culpa y la vergüenza asociadas a nuestros sentimientos y acciones negativas.
  • Reconocer las proyecciones que tiñen de continuo nuestra opinión de los demás.
  • Sanar nuestras relaciones mediante la observación sincera de nosotros mismos y la comunicación directa.
  • Y utilizar la imaginación creativa -vía sueños, pintura, escritura y rituales - para hacernos cargo de nuestro yo alienado.
Quizás... quizás de ese modo dejemos de oscurecer la densidad de la sombra colectiva con nuestras propias tinieblas personales.
La astróloga y analista junguiana británica Liz Greene señala la naturaleza paradójica de la sombra como depositaria de la oscuridad y baliza que jalona el camino hacia la luz. En su opinión:
"El lado enfermo y doliente de nuestra personalidad encierra simultáneamente a la sombra oscura que se niega a cambiar y al redentor que puede transformar nuestra vida y modificar nuestros propios valores. En cierto modo este redentor es anormal porque lleva consigo algún tipo de estigma. Por ello puede descubrir el tesoro escondido, salvar a la princesa o matar al dragón. La sombra es, pues, al mismo tiempo, aquello a redimir y el sufrimiento redentor".


Fuentes:
Connie Zweig y Jeremiah Abrams
"Encuentro con la sombra"
Introducción: El lado oscuro de la vida cotidiana



viernes, 5 de septiembre de 2008

EL TRABAJO CON EL EGO

El trabajo con el propio ego es la tarea más ardua de la vida. Es la batalla mayor a la que todos tenemos que enfrentarnos. El ego es una cortina que nos oculta de otras realidades. Desmontar el artificio de tal escudo es el paso para "ver" y alcanzar la aproximación al Don del Águila. El ego, el carácter y la personalidad son elementos que van en el mismo barco. Estos no son más que meros tripulantes al mando del capitán, pero necesarios para manejar la nave. El espíritu de la nave está simbolizado en el capitán.
- La Gran Cadena del Ser.
- Ausencia del Ego.
- El Egocentrismo: La Trampa del Ego.
- El Onto-ser y el Meta-ser.
- ¿Independencia o interdependencia?






jueves, 4 de septiembre de 2008

La ausencia de Ego significa Más.

Precisamente porque tanto el ego, el alma y el Self pueden estar presentes simultáneamente, más vale que comprendamos el real significado de la “ausencia de ego”, idea que ha producido una increíble cantidad de confusión. La ausencia de ego no significa la ausencia de un yo funcional -eso sería un psicótico, y no un sabio-: lo que significa es que uno ya no se identifica exclusivamente con ese ego.

Uno de los numerosos motivos por los cuales tenemos problemas con la idea de “ausencia de ego” es que la gente desea que sus “sabios sin ego” satisfagan todas sus fantasías de lo que es “santidad” o espiritualidad”, lo que generalmente significa que están muertos del cuello hacia abajo, sin impulsos o deseos carnales y desplegando una eterna y suave sonrisa. Quieren que sus santos se hallen libres de todas aquellas cosas con las que las personas típicamente tienen problemas -el dinero, el sexo, los vínculos con los demás, los deseos-. Lo que la gente desea son “santos sin egos” que se hallen “por encima de todo eso”. Cabezas parlantes es lo que desean. Creen que la religión les hará librarse de todos los instintos básicos, los impulsos y los vínculos con los demás, y por tanto se orientan hacia la religión -no buscando indicaciones acerca de cómo vivir la vida con entusiasmo, sino cómo evitarla, reprimirla, negarla, huir de ella-.

En otras palabras, la persona típica desea que el sabio espiritual sea “menos persona”, que se halle de algún modo libre de todas esas fuerzas complicadas, presionantes, pulsantes, jugosas y enredosas que impulsan a la mayoría de los seres humanos. ¡Esperamos que nuestros sabios sean una ausencia de todo lo que nos motiva e impulsa! Deseamos que nuestros sabios se hallen enteramente intocados por todas aquellas cosas que nos atemorizan, confunden, atormentan y desconciertan. Y esa ausencia, ese vacío, ese “menos que personal” es lo que frecuentemente creemos que es la “ausencia de ego”.

Sin embargo. la “ausencia de ego” no significa “menos que personal”, significa “más que personal”. No personal (-), sino personal (+): todas las cualidades personales normales más algunas transpersonales. Piensen en todos los grandes yogis, santos y sabios -desde Moisés a Cristo a Padmasambhava-. No eran unos enclenques de modales amanerados, sino feroces revolucionarios -desde un látigo en el templo hasta someter a países enteros. Hablaron con el mundo en sus propios términos, y no en base a una piedad descarnada; muchos de ellos instigaron masivas revoluciones sociales que han proseguido durante miles de años.

Y lo hicieron de ese modo no porque esquivaran las dimensiones físicas, emocionales y mentales que implica el ser un ser humano -y al ego que es su vehículo- sino porque se involucraron con esas dimensiones con un impulso e intensidad tales que sacudieron al mundo hasta sus mismos cimientos. Sin duda que también se hallaban conectados con el alma (nivel psíquico más profundo) y el Espíritu (el Self sin forma, fuente suprema de su poder), pero expresaban ese poder y obtuvieron resultados concretos, precisamente porque se involucraron con esa intensidad en las dimensiones inferiores, a través de las cuales ese poder podía expresarse en términos comprensibles por todos.


Estos grandes movilizadores y agitadores no eran egos pequeños; eran, en el mejor sentido del término, grandes egos, precisamente porque el ego -el vehículo funcional del reino denso- puede existir, y de hecho existe junto con el alma (el vehículo de lo sutil) y el Self (el vehículo de lo causal). Fue a través de sus egos que estos grandes maestros movilizaron el dominio de lo denso, porque el ego es el vehículo funcional de ese dominio. No estaban, sin embargo, identificados exclusivamente con sus egos (ése sería un narcisista), sino que simplemente descubrieron la conexión de sus egos con una radiante fuente Cósmica. Los grandes yogis, santos y sabios lograron tanto precisamente porque no eran pequeños seres serviles y aduladores sino grandes egos, conectados con su propio Yo superior, con el Atman puro vivo (el puro yo-yo) que es uno con el Brahman; abrieron sus bocas y el mundo tembló, plegó sus rodillas y se enfrentó a su Dios radiante.

¿Era Santa Teresa una gran contemplativa? Sí, y Santa Teresa es la única mujer que jamás haya reformado por entero a una tradición monástica católica (reflexionen acerca de eso). Gautama el Buda sacudió a la India hasta sus cimientos. Rumi, Plotino, Bodhidharma, Lady Tsogyal, Lao Tsé, Platón, el Baal Shem Tov: estos hombres y mujeres iniciaron revoluciones en el dominio denso que duraron cientos, a veces miles de años, algo de lo que aún no pueden vanagloriarse ni Marx ni Lenin ni Locke ni Jefferson. Y lo hicieron no porque estuviesen muertos del cuello hacia abajo. No: eran egos monumentales, gloriosos y divinamente grandes, conectados con su nivel psíquico más profundo, el que a su vez se hallaba conectado directamente con Dios.

Por cierto que existe cierta verdad en la idea de “trascender el ego”: pero esto no significa destruírlo, sino conectarlo con algo mayor. Como lo expresa Nagarjuna, en el mundo “relativo”, el atman es real. Por tanto, en ningún caso anatta es una descripción correcta de la realidad. El pequeño ego no se evapora: permanece presente en el dominio convencional como el centro de actividad funcional. Como dije, perder ese ego es volverse un psicótico, y no un sabio.

“Trascender el ego”, por tanto, significa entonces trascenderlo... pero incluírlo en una unión más profunda y elevada, primero en el alma o nivel psíquico más profundo, y luego con el Testigo o Self primordial, y luego con cada etapa previa tomada, enrrollada, incluída y abrazada en la radianza del Sabor Único. Y eso significa que no nos “deshacemos” del pequeño ego, sino que lo habitamos por entero, lo vivimos con entusiasmo, lo utilizamos como el necesario vehículo a través del cual son comunicadas las verdades superiores. El Alma y el Espíritu incluyen al cuerpo, las emociones y la mente: no las eliminan.

Dicho sin adornos, el ego no es un obstáculo al Espíritu, sino una manifestación radiante de éste. Todas las Formas no son otra cosa que el Vacío, incluyendo la forma del ego. No es necesario deshacerse del ego, sino simplemente vivirlo con cierta exuberancia. Cuando la identificación deja de estar adscrita exclusivamente al ego y se extiende al Cosmos entero, el ego descubre que el Atman individual es, de hecho parte del Brahman. El gran Self es, de hecho, no un pequeño ego, y por tanto, hasta donde te halles atascado en tu pequeño ego, se requiere de una muerte y de una trascendencia. Los narcisistas son, simplemente, personas cuyos egos no son aún suficientemente grandes para incluír al Cosmos entero; y por tanto, intentan -en lugar de eso- ser parte central del Cosmos.

Pero no deseamos que nuestros sabios tengan grandes egos; ni siquiera deseamos que se manifiesten en algo. Cada vez que un sabio despliega humanidad -en relación al dinero, el alimento, el sexo, los vínculos humanos- nos choqueamos, nos choqueamos porque estamos planeando huír por entero de la vida, no vivirla, y el sabio que vive la vida nos ofende. Deseamos huír, deseamos ascender, deseamos escapar, y el sabio que vive con deleite, que vive la vida a fondo, que atrapa cada ola de la vida y la surfea hasta el fin... esto nos incomoda en forma tremenda, profunda; nos asusta, porque significa que quizás también nosotros debamos implicarnos en la vida con entusiasmo en todos los niveles, y no meramente escapar de ella en una nube de éter luminoso. No queremos que nuestros sabios tengan cuerpos, egos, impulsos, vitalidad, sexo, dinero, vínculos personales o vida alguna, pues ésas son las cosas que habitualmente nos torturan, y deseamos librarnos de ellas. No deseamos surfear sobre las olas de la vida, deseamos que las olas se vayan. Deseamos una espiritualidad vaporosa y rosada.

El sabio interno, el sabio no dual, se halla aquí para mostrarnos otro camino. Generalmente conocidos como “tántricos”, estos sabios insisten en trascender la vida a través de vivirla. Insisten en hallar alivio a través de involucrarse, hallar el nirvana en medio del samsara, encontrar la liberación en la inmersión total. Entran con consciencia en los nueve anillos del infierno, pues en ningún otro lado se pueden hallar los nueve paraísos. Nada es ajeno para ellos, pues no hay nada que no sea el Sabor Único.

Así, el asunto consiste en estar enteramente cómodo en el cuerpo y sus deseos, la mente y sus ideas, el espíritu y su luz. Acogerlos por entero, por parejo, en forma simultánea, pues todos son, por igual, manifestaciones del Sabor Único. Habitar la lujuria y verla jugar; involucrarse en las ideas y seguir su brillo; ser tragado por el Espíritu y despertar a una gloria a la que el tiempo olvidó poner un nombre. Cuerpo, mente y espíritu, todos incluídos, igualmente contenidos en la consciencia ominipresente que subyace a toda la obra.

En la quietud de la noche, la Diosa susurra. En el brillo del día, el querido Dios ruge. La vida pulsa, la mente imagina, las emociones ondulan, los pensamientos vagan. ¿Qué son éstos sino los infinitos movimientos del Sabor Único, por siempre jugando con sus propias expresiones, susurrando suavemente a todo aquél que desee escuchar: acaso no es esto otra cosa que tú mismo? Cuando el trueno ruge, ¿no oyes acaso a tu propio Ser? ¿Cuando el rayo se despliega, no ves acaso a tu propio Ser? Cuando las nubes flotan silenciosamente a través del cielo, ¿no es acaso tu propio Ser ilimitado saludándote?




jueves, 25 de octubre de 2007

La Gran Cadena del Ser. (1)

Introducción

La visión del mundo conocida como "filosofía perenne", por manifestarse de manera prácticamente idéntica a través de culturas y épocas, ha confirmado el núcleo no sólo de las grandes tradiciones de sabiduría del mundo entero, desde el budismo hasta el cristianismo, pasando por el taoísmo, sino también de los principales filósofos, científicos y psicólogos. La filosofía perenne se halla tan abrumadoramente difundida que, o bien se trata del mayor error intelectual de la historia de la humanidad, o bien constituye la reflexión más detallada sobre la naturaleza de la realidad que jamás se haya llevado a cabo.

Un aspecto fundamental en la filosofía perenne es la noción de “gran cadena del ser”. La idea en sí misma es muy sencilla. Desde el punto de vista de la filosofía perenne, la realidad no es unidimensional, no es un país plano y compuesto de una substancia uniforme sino que más bien está configurado por dimensiones diferentes pero continuas. Así, pues, la realidad manifiesta se halla constituida por grados o niveles que van desde el nivel inferior más denso y menos consciente hasta el nivel superior más sutil y más consciente. En un extremo de este continuo del ser, del espectro de la conciencia, se halla aquello que Occidente denomina “materia”, lo insensible, lo no consciente, mientras que en el otro extremo se halla el “espíritu”, la “divinidad”, lo “superconsciente”; que, como veremos, se dice que constituye el sustrato omnipenetrante que impregna todos los niveles. Entre ambos extremos se ordenan las otras dimensiones de ser en función de su grado individual:
1- Realidad (Platón),
2- Actualidad (Aristóteles),
3- Inclusividad (Hegel),
4- Consciencia (Aurobindo),
5- Claridad (Leibniz),
6- Valor (Whitehead) o
7- Conocimiento (Garab Dorje).

En ocasiones, la gran cadena se presenta como si estuviera compuesta por tres grandes niveles: materia, mente y espíritu; otras versiones hablan de cinco niveles: materia, cuerpo, mente, alma y espíritu, y ciertos sistemas yóguicos, por último, enumeran literalmente docenas de dimensiones discretas pero continuas. Para nuestro propósito, sin embargo, bastará con recurrir a una jerarquía de cinco niveles: materia, cuerpo, mente, alma y espíritu.

La afirmación fundamental de la filosofía perenne es que el ser humano puede crecer y desarrollarse o evolucionar a lo largo de esta cadena hasta llegar al Espíritu mismo y, de este modo, realizar la suprema identidad con la Divinidad, el ens perfectissimus que constituye el principal anhelo de todo nuestro crecimiento y evolución.

Pero adviértase que la gran cadena es, en realidad, una jeraquía y que éste, por otra parte, es un término que, en la actualidad, parece despertar rechazo. El término jerarquía, introducido originalmente por el gran místico cristiano San Dionisio, significa esencialmente "gobernar la propia vida en base a principios espirituales": hiero significa sagrado o santo y archi significa gobierno o regla. Pero apenas se trasladó al campo del poder político y militar, el "gobierno del espíritu" pronto se transformó en el "gobierno de la Iglesia católica". De este modo, un principio espiritual mal entendido terminó convirtiéndose en un sinónimo de despotismo.

Sin embargo, para la filosofía perenne, y en realidad, para toda la psicología moderna, la teoría evolucionista y la teoría de sistemas, la jerarquía consiste simplemente en un ordenamiento de acontecimientos en función de su capacidad "holística". En cualquier secuencia evolutiva aquello que abarca la totalidad de un estadio deviene meramente una parte de la totalidad mayor propia del estadio subsiguiente. Una letra, por ejemplo, forma parte de una palabra, la cual se halla integrada en una frase que, a su vez, forma parte de un párrafo, etc. Arthur Koestler acuñó el término "holón" para referirse a estos elementos que, siendo un todo en un determinado estadio, constituyen un simple elemento compositivo de la totalidad superior propia de un estadio posterior.

Fuentes:
Ken Wilber, "Trascender el Ego".








viernes, 19 de octubre de 2007

El Onto-ser y el Meta-ser.

El siguiente ensayo es una somera aproximación a la teoría fundacional, que podríamos considerar como un existencialismo integral. Entre los hechos que pretende demostrar la teoría fundacional se encuentran: la existencia del onto - ser y del meta - ser, que implica el distinguir entre el ser y el ente, lo ontológico y lo metafísico; la necesidad de fundamentar ontológicamente cualquier explicación; la primacía de lo ontológico sobre lo metafísico; la necesidad de controlar la voluntad, implicando esto el limitar el poder del ego; la posición del ego en la punta de la pirámide axiológica, engendrando otros valores de segundo orden como el sexo y el dinero, que a su vez engendran otros, es decir, fundamentar ontológicamente la escala valorativa predominante en muchas de las culturas conocidas, actuales o pretéritas, dejando a un lado las consideraciones metafísicas, cuya base es precisamente un punto posterior a lo ontológico; la necesidad de fundamentar la teoría de la percepción ontológicamente, como conditio sine qua non para la estructuración de una nueva teoría del conocimiento; la necesidad de fundamentar la teoría de la historia en el onto - ser y no más en el meta - ser, es decir, en una fundamentación a posteriori no a priori; esto por citar algunas de sus pretensiones.

La teoría fundacional busca ser la base para la posterior construcción o remodelación de cualquier teoría que busque explicar la realidad tal cual es, como ser y ente, así y en ese orden, y no sólo como ente que accidental y aberrantemente se ocupa del ser.

En adelante uniré algunos de los elementos básicos de la teoría, tales como: ego, realidad, existencia, onto - ser, meta - ser, ser, ente, ontología y metafísica; para así, conocer su interacción y la manera en que con ellos se interpretan problemas de cotidiana discusión.

El yo es la descripción que de la realidad tenemos, puede ser individual o colectivo, según se refiera a una persona o a un grupo, sin olvidar que son personas quienes forman el grupo, y éste lo que permite cierta formación de personas. El yo no es la realidad sino una mera descripción. Cuando nacemos nos enseñan a que las cosas son así y asá, que esto es bueno y aquello malo, esto dulce y aquello agrio, esto un círculo y aquello un cuadrado, ésta la verdad y aquélla la mentira, etcétera, y a todo esto lo llamamos realidad, y a lo que engloba esta realidad le llamamos, a su vez, mundo, el cual, al depender de cómo nos describan que es, se torna subjetivo, y por ser su contenido la realidad, ésta lo es también; convirtiéndose en objetivos por meras convenciones, es decir, cuando se encuentran dos concepciones distintas, éstas se ponen de acuerdo sobre sus creencias, porque les sean comunes o por conveniencia, resultando de este acuerdo una verdad, es decir, una idea que las partes aceptan como válida, hasta que llega otra concepción que se impone sobre las primeras, persistiendo u olvidándose los elementos que no son comunes o que son indiferentes.

Habría que agregar que no nacemos en la nada, sino que cuando lo hacemos existe ya un mundo pre conciencia, el cual determina una realidad que nos será descrita por la generación anterior tal como a ella le fue descrita por una anterior, y así hasta llegar al principio, antes del cual la realidad no era lo que otros decían que era, sino lo que tú sentías que era, es decir, lo que es.

El ego no se siente, se piensa, pues no se percibe, se describe. Sentir es condición de pensar, pues es con sensaciones con lo que se constituye el pensar, es decir, primero es el sentimiento y luego la razón. La razón es modalidad e instrumento de la conciencia, especie de un género, ni la única ni la más importante. Es decir, toda razón implica conciencia, pero no toda conciencia es razón. La otra modalidad e instrumento de la conciencia es el sentimiento (no confundir con el sentimentalismo o con las emociones), especie de un género, no la única pero sí la más importante, pues la razón depende de la sensación en primera instancia. Todo sentimiento implica conciencia, pero no toda conciencia es sentimiento. La realidad es un sentir, pues lo real es pura energía, la cual sólo se siente, pues lo que se piensa es pura idea, lo real es lo que tiene existencia fáctica, lo que podemos sentir, no lo que tiene existencia fantástica, lo que no podemos sentir pero imaginamos, eso no es mas que sueños. Entonces, podemos decir que el ego no existe sino como idea, es irreal, así como todo lo que crea la razón, que no es otra cosa que descripciones, que tarde o temprano se convierten en convencionalismos. No nacemos con un ego, nos creamos y nos crean uno. Lo real es la realidad no la descripción, que es pura idea.

El problema con el ego es su tendencia a la perpetuidad. Al ego nos lo enseñan, lo aprendemos, nos lo recuerdan, lo reproducimos. Desde muy niños nos dicen después de realizar X acción: eres bueno; después por realizar otra nos dicen: eres malo; y esto se repite todos los días, así, terminamos por aprenderlo y por convencernos de su veracidad, pues no lo recuerdan a cada momento, y nos lo reproducimos siempre. Así se forma una personalidad. ¿Qué pasa cuando esta descripción no encaja con la realidad; cuando durante toda nuestra vida nos han dicho que somos los más guapos, pero sucede que de repente nos damos cuenta de que somos horribles; cuando el mundo no concuerda con nuestra idea de mundo? Pues empiezan las justificaciones, cuya tarea es evitar que el yo entre en crisis, y así, volvemos a nuestra tranquila vida diaria, hasta que nos hartamos de la monotonía por mantener al yo, o porque ya no bastan la justificaciones y la crisis existencial nos vence, y es entonces cuando tenemos que tomar otro camino.

Por la tendencia del yo a perpetuarse, de lo cual deriva la necesidad de rendirle culto, pues es nuestro gran Dios, es que no vemos más allá de lo evidente: caminamos por un sólo camino, que es redondo, por el que hemos andado siempre, que nos da seguridad, pues ya sabemos que es lo que pasará en cada supuesto de hecho. El ego ciega nuestros ojos a lo ontológico; el ser nos es ajeno, pues sólo conocemos al ente, que es uno de los varios caminos entre los cuales podemos elegir, ya que la única esencia es la existencia, es decir, la infinidad de posibilidades entre las cuales elegir. Que toda nuestra vida hallamos caminado por un solo camino no significa que sea el único, en todo caso sería sólo una de las posibilidades, sólo porque éste sea redondo no quiere decir que no haya cuadrados o cubos, que nos de seguridad no quiere decir que lo disfrutemos.

Creer que existe un sólo camino es negar al ser, darle primacía a lo metafísico sobre lo ontológico, siendo que el primero se funda en el segundo, y no al revés, como tradicional y comúnmente se piensa. Se ha querido definir al género con la especie. El ser es substancia, el ente es forma del ser. El ser es posibilidades a escoger, el ente es posibilidad escogida, uno de entre varios caminos, contingente mas no necesario.

Somos lo que nos hacemos, podamos hacer lo que queramos, no lo que el ego dice que hagamos, podemos decidir y evitar que él decida, podemos dejar de estar muertos en vida. Que siempre hayamos tenido un ego, no quiere decir que sea el único, absoluto, perpetuo, absolutamente verdadero; más bien, que tengamos un ego es resultado de una decisión: haber elegido precisamente esa forma de ser, lo que quiere decir que no es el único, pues podemos elegir entre varios, que no es absoluto sino relativo, pues pude fijar cualquier otra forma, que no es perpetuo, pues puedo regresar al ser y escoger otro camino, que no es absolutamente verdadero, pues al escoger otro aquel también será verdadero.

Esto nos lleva a considerar dos problemas: el del valor, en general, y del bien y de la verdad, en específico. Puede suceder que lo que para mí más vale en un momento dado, luego deje de tener ese mismo peso, es decir, cambie de posición en mi escala axiológica (que no es lo mismo que una crisis de los valores), pero, en su espacio y en su tiempo, cada uno fue lo máximo y, por tanto, pesó lo mismo; o puede suceder que lo que para mí más vale para otro nada importe, y que lo que para él más valor tenga, para mí sea basura, y sin embargo, lo que para cada sea uno más importe tendrá el mismo peso, entonces, no podemos decir que lo mío sea lo máximo pues lo del otro tiene el mismo peso; es decir, lo relativo no es el valor, pues es lo mismo la idea de justicia aquí y en China, sino su orden de prelación, el cual depende de lo que el sujeto elija, siendo esta prelación a la vez relativa y subjetiva. Similarmente podemos discernir sobre el bien y la verdad. La idea de bien es la misma para todos, pues hay algo a lo que todos identificamos como bien, es un convencionalismo el concepto bien, sin embargo, por ser una abstracción, su concreción difiere, pues lo que para mí es bueno puede ser para ti malo, o puede ser que en mi escala jerárquica tú no tengas al bien en la misma posición que yo. Aunque ¿qué no actuamos todos guiados por el bien?, a mi parecer sí, pues cuando hacemos lo que hacemos lo hacemos porque consideramos que esa es la manera en que se debe actuar en esa situación, porque consideramos que es lo que nos conviene, ya sea directa o indirectamente, que nos beneficie primero a nosotros (a nosotros por nosotros mismos) o primero a los demás y luego a nosotros (a nosotros mediante otros), lo que poco importa pues la acción y su resultado recaen sobre nosotros, lo queramos o no. La idea de verdad es común a todos, pues todos identificamos a algo como verdad, todos emitimos juicios sobre lo que es o no verdadero, siendo esto evidencia de que hay algo que llamamos verdad, lo relativo es justamente lo verdadero, es decir, el contenido concreto de esa abstracción que llamamos verdad, pues para quienes vivieron en la Edad Media y eran cristianos su verdad era la palabra de Dios, así como para los chicos de ahora es verdad toda esa cultura de plástico que venden quienes tienen el poder para hacerlo, denigrando la capacidad fundante de constituirse en formas específicas de ser, imponiendo estereotipos y vacuidades inteligibles, fantásticas y utópicas, que nos llevan a un infantilismo psicológico, a un acrecentamiento del espíritu de consumo, y, por último, al imperio de lo efímero, en donde el sujeto pasa a ser objeto, se patenta al ente, por el ser ya no se pregunta, sólo se supone, el interés ontológico no existe, pues persiste el metafísico, es decir, qué importa saber que podemos elegir entre infinidad de formas de ser, importa la unidimensionalidad y la homogeneidad de las conductas, si no, denle un vistazo a eso que llaman globalización (no a su aspecto económico, que de por sí es ya denigrante, sino psico - social). Cada civilización ha tenido su verdad, que no es más que un convencionalismo entre los miembros de ese grupo, la cual pesa lo mismo que la verdad del grupo que junto a ella vive, aunque sean distintos los contenidos de esa verdad. Tanto el bien como la verdad, así como los valores en general, no son sólo fines sino que incluyen procesos. Al depender la idea de bien y de verdad del ego, adquiere las mismas características de éste.

El onto - ser es caos, inseguridad, infinidad de posibilidades, energía amorfa. El meta - ser es orden, seguridad, posibilidad definida, energía que toma forma. El onto - ser se desvanece pronto, y sin embargo está siempre presente, el meta - ser tiende a perpetuarse, y sin embargo es efímero.

La razón es la guardiana máxima de ese orden, de esa seguridad, de esa posibilidad elegida y de esa forma que toma la energía. Es ella quien construye el lenguaje (que no es sinónimo de comunicación), la primera celda a la que entramos y la última de la que salimos, pues con él, la realidad ya no se siente ahora ella es un conjunto de conceptos, cuando usamos el lenguaje para comunicarnos nos referimos a ideas no a realidades, lo que existe es cierto sonido, cierto movimiento, pero no tal concepto, que es sólo una abstracción, ese concepto es conocimiento para sí, no conocimiento en sí, pues es imposible captar por meras abstracciones la riqueza de una realidad infinita, inconmensurable, cambiante y en continuo movimiento, y sin embargo, hay que reconocer que nos hemos hecho tan dependientes del lenguaje, que si no fuera por él, ahora mismo no podríamos comunicarnos, aunque podríamos decir a nuestro favor que lo que hacemos es usar las armas del sistema contra el mismo, insertar el virus, que el mismo engendra, en sus venas para que lo destruya. El sistema nos podrá absorber pero el poder nos tendrá que alcanzar. Es esa misma razón quien crea la ciencia, que no es mas que una justificación de lo que ocurre en la realidad, la explicación de lo que sucede, para saber qué es eso que sucede, cómo sucede y para qué, y todo esto con el propósito de darnos seguridad.

Queremos y buscamos asiduamente lo seguro por nuestro temor a lo nuevo, a lo desconcertante, a lo que sabemos como funciona, por el amor a la rutina, a dejar de decidir, a la existencia impropia, a la vida de plástico, aburrida, miserable, decadente, pero segura. Al hombre no le gusta elegir, tener que decidir, de ahí que cree tantas instituciones, para que ellas, como entes impersonales, se apoderen de su voluntad y vivan sus vidas, así, cuando algo salga mal tengamos otro centro de imputación que no sea la persona, pues su ego se sentiría muy mal, su importancia personal no le dejaría dormir, pero, cuando algo salga bien dichosamente diremos: yo participe, yo gane, yo vencí, yo hice, yo fui, etcétera, pues esto satisface nuestro ego. De ahí también, que cree figuras como los dioses, quienes deciden el futuro de los pueblos, o que se creen estereotipos (héroes, artistas), que se convierten en los modelos de conducta, en el ejemplo de los jóvenes, que pierden su ser ontológico por su ser metafísico, ellos no eligen originariamente sino sobre una base derivada, es decir, la decisión no es a nivel ontológico sino metafísico, se pierde la autenticidad por la seguridad de lo ya probado, de lo que satisfacerá con mayores probabilidades mi ego, se pasa de ser real a ser fantasma, nos convertimos en sombras que no vemos, y probablemente nunca veamos, la luz, prevalece en nosotros el meta - ser sobre el onto - ser, el ego se convierte en la cárcel en la que mientras más profundizamos más miserables somos pero también más nos cuesta salir, pues por haber vivido siempre una vida en gris creemos que el rosa no existe. Somos nosotros mismos los culpables de nuestra miserabilidad, nos construimos sobre mentiras que creemos verdaderas, siendo que ni unas ni otras son tales, pues dependen del yo y su circunstancia.

Ahora expondré propuestas concretas y aplicaciones, que inferí de la teoría fundacional, para solucionar problemas del individuo, pero no considerado aisladamente, sino considerado como miembro de un grupo:

1. La vida de una persona gira en torno a su ego, el cual no es necesario sino contingente, por tanto, en cuanto no esté más de acuerdo con esa forma de ser puede dejarla y elegir otra, evitándose el tener que hablar de temas como la autoestima, que no es más que satisfacción de ego, resguardando una cantidad inmensa de energía que bien podría aprovechar en otras tareas, que lo enriquezcan y no que lo entorpezcan. El problema es que aprendemos a mantenerlo y perpetuarlo, por la seguridad que nos da, aunque seamos miserables.

2. Cuando actuamos de determinada manera en cierta situación es porque hemos decidido hacerlo así, porque consideramos que así es como se debe actuar en similares circunstancias, entonces, cada vez que actuamos predicamos una norma moral. Sin embargo, si actuamos como otro lo hizo es porque consideramos que es la manera conveniente de actuar en ese momento, pero esto acarrea una inautenticidad en el acto, un incipiente estereotipo, y después de los números no existe cosa alguna más enajenante que las normas, pues los primeros son despersonalizaciones totales por ser puras abstracciones convenidas, y las segundas también, por ser patentaciones imperativas y convenidas de un ente, que ordenan o prohiben en común, unificando así las conductas, es decir, se tiende hacia la unidimencionalidad.

3. La razón ordena el caos, nos da seguridad, y por lo mismo, enajena. Explica una parte de la realidad y defectuosamente, pues pretende encerar lo infinito en la finitud de un concepto. Lo que tenemos que hacer es controlarla, limitarla, pues es ella quien decide como vivimos, mediante una fundamentación metafísica, y por tanto, falsa, o por lo menos, no integral.

4. Para disfrutar la vida es necesario deshacerse del ego, pues es él mediante sus distintos artilugios, quien nos impide volver al ser.

5. Trasladando estas ideas de un nivel micro a uno macro, podríamos decir que la forma de organización del poder político es la expresión del ego de los factores reales de poder que, por detentar la soberanía, son quienes toman las decisiones políticas fundamentales que determinan el ser o modo de ser del Estado, su Constitución. Entonces que un Estado sea de cierto tipo y con cierta forma es sólo una de las posibilidades, específicamente la que fue elegida, habiendo muchas otras entre las cuales elegir, dependiendo de quiénes sean quienes tomen las decisiones políticas fundamentales, pues si por ejemplo la soberanía la detentan clases minoritarias (burguesía), está claro que las decisiones políticas fundamentales serán tomadas de acuerdo a sus intereses, y, en cambio, si la soberanía la detentan las mayorías, entonces, las decisiones políticas fundamentales serán tomadas considerando lo intereses de estas clases. En México, en 1917, se configuró el primer Estado Democrático Social de Derecho, pues su Constitución fue tomada por las clases mayoritarias, que detentaban la soberanía, sin embargo, lo que ha pasado es que, a parte de que cada quien responde a sus intereses y al nulo conocimiento sobre la teoría constitucional científica que los constituyentes tenían, los factores reales de poder que perdieron la revolución (iglesia, empresarios) han llegado al poder, y por tanto, es muy probable que se revisen aspectos de la Constitución que se refieran a los derechos sociales, para imponer una Constitución típica de un Estado Liberal Burgués de Derecho, es decir, de hace ya más o menos tres siglos. Esto nos hace darnos cuenta de la importancia de nuestra participación en los procesos políticos.

6. Continuando con el apartado anterior, la teoría fundacional, nos permite distinguir entre lo fundante y lo fundado en el ámbito político - jurídico: lo fundante es lo político, factores reales de poder que toman las decisiones políticas fundamentales, es decir, que deciden el ser o modo de ser del Estado, su Constitución, que es precisamente ese conjunto de decisiones políticas fundamentales, un fenómeno político, y no un documento solemne integrado por parte dogmática y parte orgánica, que requiere de un procedimiento especial para su revisión distinto al establecido para modificar cualquier otra ley, ni la ley fundamental como cumbre de la pirámide jurídica, pues no es algo normativo; lo fundado es el orden jurídico, en cuya cúspide se encuentran las normas constitucionales, que no son lo mismo que la Constitución, sino tan sólo su expresión normativa. La validez de lo jurídico depende de lo político, la validez de las normas constitucionales depende de la Constitución, la legalidad depende de la legitimidad. Lo ontológico es la Constitución, lo político, la legitimidad; lo metafísico son las normas constitucionales, el orden jurídico, la legalidad. Lo metafísico depende de lo ontológico. Esto nos permite estudiar la realidad tal cual, interpretar los fenómenos como son, entender el mundo jurídico sin los velos del dogmatismo. Específicamente sobre los últimos dos puntos ya he expuesto mi opinión en un ensayo anterior, llamado “El Existencialismo Constitucional”.


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La Gran Cadena del Ser.

martes, 9 de octubre de 2007

¿Independencia o interdependencia? Una visión budista de la identidad.

La pregunta fundamental en la Vía del Budismo Zen es ¿quién o qué soy yo?. Es decir, dónde y cómo establezco mi identidad, el centro de mi ser. Esta pregunta es fundamental porque en base a ella definimos nuestra relación-actuación con nosotros mismos, nuestra relación-actuación con los demás seres humanos, nuestra relación-actuación con los objetos del mundo y, en definitiva, con el mundo que nos rodea.

Usualmente creemos que el yo es la esencia de nuestro ser, nuestra identidad como persona, una entidad individual, no divisible, fija, estable, sólida, densa, claramente definida e independiente del medio en el que vive con el que sin embargo se relaciona.

No obstante, si aplicamos el análisis y la reflexión a esta creencia en el yo nos daremos cuenta que, de hecho, no se trata más que de una creencia subjetiva sin base real objetiva.

El yo como "hecho lingüístico"

En primer lugar, el término "yo" es un hecho lingüístico: "yo" es el nominativo del pronombre personal de primera persona en género masculino o femenino y de número singular.

Reflexionemos sobre el hecho lingüístico:

El lenguaje no es sólo un medio de expresar sentimientos y conocimientos sino una estructura cognitiva, un sistema de conocimiento, en sí que condiciona y delimita enormemente el proceso cognitivo mediante el cual llegamos al conocimiento. El lenguaje no es sólo un código de transmisión de información sino también, y en primer lugar, un código de selección y procesamiento de esa información que después será transmitida.

El lenguaje se basa:

* En el pensamiento analítico-categórico, es decir, en la capacidad de separar e identificar (darles entidad) partes del todo;
* En la capacidad de nombrar (dar nombre) a las entidades separadas;
* En la capacidad de dar significados a las entidades separadas (semánticos y emocionales):
* En la capacidad de establecer relaciones entre entidades separadas (lógico, sintaxis, leyes);
* En la capacidad de transmitir a otros la realidad así aprehendida.

El lenguaje-mente analítica es un sistema de representación de la realidad mediante la abstracción.

Veamos esto un poco más detenidamente:

* El pensamiento analítico actúa mediante la separación del todo en partes; partes que son identificadas o categorizadas, es decir, se les asigna "entidad propia". Esto quiere decir que a pesar de que la realidad es un quantum indivisible, la mente analítica separa esta totalidad en partes separadas. El pensamiento analítico es inherentemente dualista, separador y diferenciador: la entidad que yo soy queda escindida de la totalidad que era antes del análisis.
* Un vez hecha la diferenciación mental, el lenguaje asigna un nombre a la categoría identificada: yo. Asocia ese nombre a un sonido (yo) y ese sonido a una grafía (yo). Este yo, como imagen mental que tengo de mí mismo, es el fruto de un elaborado proceso de representación mental. Este proceso implica un alejamiento de la imagen mental "yo" de "lo que yo soy realmente" La representación mental de lo que soy se aleja cada vez más de lo que soy realmente.
* Esta representación mental de lo que "yo soy realmente" no es semántica ni emocionalmente aséptica, sino que es elaborada en base a un campo semántico que la carga de significado y de emocionalidad. La asignación de significado es fruto de la memoria semántica y del influjo del sistema cultural.
* Después de que el pensamiento analítico ha dividido y separado el todo en partes, después de que éstas partes hayan sido nombradas y cargadas de significados, es la función lógica de la mente la que se encarga de establecer las relaciones entre las entidades separadas. Es decir, una vez que el yo ha sido definido e identificado, la lógica trata de establecer las relaciones entre este yo y el medio.
* Una vez establecida esta imagen mental del yo, el lenguaje permite la transmisión de esta imagen a otras mentes, mediante distintos soportes hablados, escritos o cibernéticos.

El hecho importante es comprender que el lenguaje no es un líquido revelador de la realidad en sí sino que, como toda herramienta cognitiva, es sobre todo un "creador de realidad". La realidad que revela el lenguaje es la realidad que él mismo crea.

La representación no es la cosa representada, sino una imagen mental. El mapa no es el territorio.

¿Cómo definir el yo?

Una vez visto la manera de funcionar del lenguaje volvamos a la definición previa:

"El yo es la esencia de mi ser, mi identidad como persona, una entidad individual, no divisible, fija, estable, sólida, densa, claramente definida e independiente del medio en el que vive con el que sin embargo se relaciona".

A la imagen mental que identificamos con la grafía y el sonido "yo", le asignamos una serie de significados, de valores y de emociones:

Veamos esto más detenidamente:

- Yo es mi entidad individual. Individual significa "indivisible". Preguntémonos ahora: ¿soy un yo indivisible? Oigamos las voces de nuestro interior.

La tradición budista enseña que la individualidad es de hecho un conjunto de agregados (skandhas). Para la tradición budista la individualidad es un haz de atributos o agregados. Estos son cinco:

* El cuerpo.
* Las sensaciones.
* Las elaboraciones mentales.
*La volición.
* La memoria.

Analizad la "supuesta indivisibilidad" de yo en base a estos agregados.

Este análisis nos hace ver que la individualidad que creemos ser no es indivisible, sino más bien divisible ad infinitum, es decir, un compuesto de agregados, cada uno de los cuales a su vez es un compuesto de agregados, etc.

- Yo es mi identidad como persona. Identidad significa: "igualdad que se verifica siempre, sea cualquiera el valor de las variables que su expresión contiene".

Preguntémonos: ¿tenemos siempre el mismo sentido de identidad? La psicología evolutiva nos hace ver que el sentido de la identidad evoluciona y se transforma enormemente desde el estado intrauterino hasta el momento de la muerte.

Por otra parte, el término "persona" proviene del griego "per son", literalmente, "aquello a través de lo cual pasa el sonido", es decir, máscara. En efecto, éste era el término que designaba en griego antiguo las máscaras que usaban los actores de las tragedias. La persona es el "Yo reprentado por la mente", la imagen mental que tenemos de nosotros mismos, de ninguna forma el ser que somos realmente.

La personalidad es por ello muy a menudo un baile de máscaras, de personas o subpersonalidades.

"No somos un yo sino una república de yoes", sostiene Pereira.

* Esta entidad que yo soy es fija, estable, sólida, densa.
¿Qué es la realidad, una onda o una partícula?
* Esta entidad que yo soy está claramente definida.
¿Dónde está la línea divisoria entre el yo y el no-yo?
* Esta identidad que yo soy es independiente del entorno.
¿Puede existir el yo independientemente del entorno?
* Esta entidad que yo soy se relaciona con el entorno.
* ¿Existe un yo aparte de sus relaciones con el entorno?
El yo es sus relaciones con el entorno.

Visto esto, tenemos que admitir que el yo es una construcción lingüística, fruto de la mente analítica (conceptual, abstracta), ampliamente consensuada por el sistema socio-cultural, con un valor de uso y de ordenación de la realidad a nivel humano, pero que carece de existencia real en tanto que entidad propia.

Es una máscara, o un grupo de máscaras. Cuando olvidamos esto, cuando el ser que somos se identifica con la máscara a través de la cual se expresa, surge el sufrimiento. Un sufrimiento que siempre acompaña al sentido de identidad.

El sufrimiento asociado a la identidad

El proceso psicológico de elaborar un yo rígidamente definido y separado de la totalidad va inexorablemente acompañado de sufrimiento.

El Buda habló de tres niveles en la experiencia del sufrimiento:

* Sufrimiento corporal: dolor físico, malestar, común a plantas, animales y seres humanos.
* Sufrimiento mental-emocional: originado por la discrepancia entre nuestros deseos e ilusiones y la realidad; los desengaños de la vida; la imposibilidad de satisfacer todos nuestros deseos; propio de los seres humanos que han desarrollado una conciencia egoica.
* Sufrimiento existencial: surge de la identificación con la vida individual.

Desde este punto de vista, cuanto mayor sea nuestra identificación con la individualidad o el yo que creemos ser, mayor será nuestro sufrimiento.

La causa del sufrimiento que experimentamos se encuentra siempre en el interior de nuestra propia mente que es quien lo experimenta. Es nuestra propia mente la que está continuamente recreando, instante tras instante, nuestro sentido de identidad a través de un complejo proceso analítico-lingüístico-emocional-socio-cultural.

Es nuestra propia mente la que crea el mundo y todo el sufrimiento asociado a él. Somos nosotros, cada uno de nosotros, los que percibimos nuestro mundo, el mundo que nuestra propia mente ha creado, en general, de forma inconsciente. Debemos por tanto hacernos responsables de nuestras percepciones. Somos los responsables del mundo que percibimos.

Nuestros sufrimientos no provienen del exterior, de un mundo externo hostil, de nuestros enemigos, de un dios malvado, sino que proceden de nuestro propio mundo interno.

A partir del momento en el que reconocemos que nuestro sufrimiento no proviene del exterior sino de nuestra propia manera de organizar y representarnos mentalmente nuestra identidad y la realidad, nos damos cuenta de que la superación de este sufrimiento está en nuestras manos y que para ello, basta con reconocer sus causas y eliminarlas.

Cuando analizamos nuestros sufrimientos nos damos cuenta de que en todos los casos las causas estriban en que nuestros deseos se hallan en conflicto con las leyes de la existencia y, dado que esas leyes son imposibles de cambiar -, la única alternativa posible consiste en transformar nuestros deseos.

La ilusión de la identidad

En el Budismo, la condición fundamental del sentimiento de identidad y del sufrimiento asociado a él es la ignorancia, "avijja".

Esta ignorancia es un estado de ofuscación, ceguera, oscurecimiento mental y emocional del que brota la ilusión de ser un "yo", una entidad fija y estable, un ego permanente que se opone al resto del mundo. La creencia en este yo y el apego emocional a esta creencia es lo que hace que el equilibrio interno y la relación con el entorno se perturbe.

Para comprender cómo se produce esta ruptura del equilibro podemos considerar la energía cósmica en su doble movimiento de contracción y expansión.

La contracción actúa de un modo centrípeto y representa a la unificación mientras que la expansión, por su parte, lo hace de un modo centrífugo y representa la diferenciación, la interrelación y el crecimiento. Para que cualquier organismo vivo pueda seguir viviendo, es necesario que ambas tendencias se mantengan en equilibrio. Si la tendencia al crecimiento prevalece sobre la unificación termina abocando en la desorganización, la desintegración, el caos y la enfermedad. De este modo, la hipertrofia de la vida orgánica lleva a la destrucción final del organismo (cáncer) y la hipertrofia de la vida mental, el crecimiento sin unidad que permita integrarlo (centralización), conduce a la locura, a la disgregación mental. Si, por el contrario, la centralización prevalece sobre el crecimiento terminaremos, ya sea a nivel físico como mental, atrofiados y completamente estancados.

La capacidad de crecer depende de la asimilación, y ésta puede ser corporal, como ocurre en el caso del alimento, de la respiración, etc; o mental, como sucede en el caso de la sensación, de la percepción, de las ideas, etc.

La centralización depende de la discriminación entre las cosas que son asimilables, o pueden ser asimilables, para un determinado organismo o centro de actividad individual y aquellas otras que no pueden ser asimiladas. La centralización es la fuerza directriz organizadora, la tendencia a crear un centro común de relaciones, que impida la disgregación de la estructura individual a consecuencia de una inundación caótica de elementos no asimilables. Psicológicamente hablando, se trata del "principium individuationis", el que dice "yo" y capacita al individuo para ser consciente de sí mismo.

En la medida en que este "principium individuationis" está en equilibrio con el principio de asimilación, en la medida en que funciona como principio regulador, todo estará en armonía. No obstante, tan pronto como este principio se excede en sus funciones y desarrolla un "yo" conciencia hipertrófico, en la medida en que construye una entidad inmutable, un "self" absoluto o un ego permanente que se opone al resto del mundo, el equilibrio interno termina perturbándose y distorsionando la realidad.

Es esta falta de armonía mental la que es llamada avijja, ignorancia o ilusión del "yo". En tal caso, todo será valorado desde el punto de vista egocéntrico del deseo "tanha" ya que una entidad egoica que se cree permanente anhela seguir siéndolo. Pero, como tal cosa es imposible, esa situación termina abocando al desengaño, el sufrimiento y la desesperación.

El deseo básico del sentimiento de identidad es querer seguir siendo esa misma identidad para siempre jamás. Pero no hay nada idéntico a sí mismo. La misma esencia de la vida es cambio mientras que la esencia del apego es conservar, estabilizar e impedir el cambio. Es por ello que el cambio se nos presenta como sufrimiento. Vemos en todo cambio una amenaza para la sensación de identidad alcanzada. Si no sintiéramos apego a nuestra identidad virtual no nos sentiríamos perturbados por las transformaciones del yo ni por su desaparición. Entonces disfrutaríamos del cambio. Si este fuera un mundo absoluto y estático y si nuestra vida permaneciera inmutable no existiría la menor posibilidad de liberación.

No es, por tanto, el mundo ni su transitoriedad la causa de nuestro sufrimiento sino nuestra actitud, nuestro apego, nuestra sed, nuestra ignorancia en definitiva.

Ser siendo

Ser no es, pues, un estado. No hay ningún ser que sea siempre el mismo ser. Ser significa "siendo" (Heidegger). Es un proceso. El ser es un siendo que fluye hacia el océano del no-ser (muerte). "El ser es un siendo abocado a la nada" (Heidegger). Es un proceso abierto en el que muchos "siendo" se entrecruzan, se interinfluencian, se apoyan y se intergeneran de forma pluridimensional. Esta es la red de la vida. Una red de complejas interdependencias entre individuos fugaz y relativamente independientes.

Realidad holónica

Si el movimiento hacia la independencia es un movimiento hacia una totalidad menor, la red de la interdependencia agrupa totalidades menores en totalidades mayores y más abarcadoras. Esto es lo que muestra el concepto de holón. Un holón es una totalidad relativamente independiente (es decir, que puede mantener una cierta estabilidad alrededor de un centro) en ella misma pero que al mismo tiempo sólo puede subsistir gracias a relaciones de interdependencias con otros holones, (tanto de totalidades menores como de totalidades mayores) cada uno de los cuales está formado por totalidades menores relativamente independientes en ellas mismas e interdependientes entre sí. Un holón es pues una totalidad dentro de otra totalidad mayor, la cual a su vez es un holón que se encuentra dentro de otra totalidad mayor.

Para que se conserve el equilibrio de la vida es imprescindible proteger la unidad en la multiplicidad (respeto a la unidad del conjunto ) y la igualdad en la diferencia (respeto a las diferencias de las partes).

¿Cómo gestionar las relaciones interdependientes entre identidades diferentes?

Tres visiones básicas

Visión monista:

La visión monista hace referencia al gran mito unitario, al pensamiento único, a la unidad monolítica generalmente impuesta por la fuerza en la que la diferencia es negada y reducida a un igualitarismo plano y sin matices.

Desde este punto de vista el concepto monista de la independencia es totalitario: yo soy yo, tú eres yo, todo es yo, todo tiene que ser como yo diga. Es decir, la parte trata de imponerse al todo.

También el concepto monista de la interdependencia puede revestir tintes absolutistas: no hay ni un tú ni un yo, sólo existe el nosotros, la relación, el todo. Es decir, el todo trata de imponerse a las partes, negando las características propias de cada una de ellas.

La visión monista es la propia de las grandes ideologías totalitarias ya sean nacionalistas, religiosas, políticas o económicas.

Es una visión básicamente conflictiva, ya que la visión monista es reduccionista por naturaleza por lo cual entra en competición con otras visiones monistas.

La visión monista es incapaz de gestionar la diferencia y sólo puede subsistir en base al poder y al sometimiento coactivo, ya sea de la parte que trata de imponerse al todo, o del todo que trata de imponerse a las partes. Paradójicamente, la visión monista es incapaz de generar una unidad armoniosa.

Visión dualista:

La visión dualista hace referencia al gran mito del bien y del mal, a la brecha insalvable entre la materia y el espíritu, a la irreconciliabilidad de los opuestos, al culto a la diferencia. Maniqueísmo.

Puesto que la unidad no puede ser alcanzada, la visión dualista cava un profundo abismo entre las partes diferentes: Nosotros y ellos separados por un muro infranqueable.

El concepto dualista de la independencia es separador: yo soy yo y tú eres tú y no hay lugar para el nosotros, para la relación mutua; o, si la hay, la relación no está basada en términos de libertad e igualdad, sino en la segregación.

Ejemplos encontramos en los Balcanes, en las Alemanias separadas por el muro de Berlín; en Palestina/Israel y en el muro de la vergüenza que están construyendo actualmente los israelíes; en la segregación racial o ideológica; en las limpiezas étnicas y en otros casos mucho más cercanos a nosotros.

El Otro es reconocido como diferente pero segregado del paraíso de la independencia del Yo. Esta actitud la encontramos en expresiones tales como: maquetos, charnegos, moros, turcos, negros, españolistas, etc. El concepto dualista de la interdependencia: yo soy yo, tú eres tú, y hay una relación dependiente entre ambos.

En esta visión, aunque las identidades quedan separadas y segregadas, es reconocida una relación de dependencia necesaria e interesada: eres un moro, eres distinto a mí, entre tú y yo hay un foso infranqueable, pero admito que trabajes en mis campos, porque necesito tu fuerza de trabajo. O al contrario, eres un infiel cristiano, eres distinto a mí, entre tú y yo hay un foso infranqueable, pero admito trabajar en tus campos porque necesito el salario.

La visión dualista genera una continua tensión entre los opuestos. Puede aportar un equilibrio transitorio pero siempre inestable, ya que la vida tiende hacia la totalidad.

Visión no-dualista (la visión no-dualista no es idéntica a la monista):

La visión monista trata de reducir el dos (la diferencia) al uno, generalmente por la fuerza.
La visión dualista se estanca en el dos (la diferencia) y es incapaz de crear una unidad armoniosa.

La visión no-dualista abraza la diferencia en una unidad no impuesta, sino reconocida y aceptada por todas las partes que se identifican a sí mismas como no-duales.

La visión no-dualista es la resolución del conflicto entre el Uno y el Dos en una nueva síntesis: el No-Dos.

En la visión no-dualista de la independencia, yo soy yo, tú eres tú, y ambos somos nosotros. Este nosotros no es una imposición de mi yo sobre el otro, ni del otro sobre mi yo, sino el reconocimiento de que aunque yo soy yo y tú eres tú, ambos formamos parte del nosotros.

Esta es la dimensión más real de la independencia y la que aporta mayor estabilidad al nuevo holón, a la nueva totalidad.

Podríamos llamarla independencia no-excluyente.

En la visión no-dualista de la interdependencia, yo sólo puedo ser yo en la medida en la que tú puedas ser tú, porque mi yo es inseparable (no-dual) de tu tú y tu tú es inseparable (no-dual) de mi yo. Desde este punto de vista, no se trata sólo de que el yo necesite al otro, o que el otro necesite al yo. Se trata de que yo soy tú y tú eres yo, sin que yo deje de ser yo ni que tú dejes de ser tú.

Esta es la visión propia de la tradición no dualista del Hinduismo Advaita y también del Budismo Zen.

¿Cómo hacer para que esta visión impregne y transforme nuestras relaciones intra-personales, inter-personales, políticas y sociales?

Esta visión no-dualista no puede ser considerada como una mera ideología, como una doctrina o como un sistema de creencias. Y por lo tanto no puede ser impuesta mediante la fuerza, ni mediante la sugestión o la propaganda. Esta visión es el fruto de un proceso de maduración emocional, intelectual y espiritual que debe ser experimentado por cada individuo desde lo más profundo de su propia conciencia de ser.

Desde mi punto de vista, los poderes públicos, las instituciones sociales que tienen como objetivo la felicidad y la armonía entre los individuos deberían facilitar este proceso de maduración personal.

La práctica de la meditación zen puede aportar en este sentido una gran ayuda. A través de la práctica de la meditación zen cada persona puede llegar al fondo de su propia identidad y descubrir por sí misma que la realidad es básicamente no-dual.


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