El siguiente ensayo es una somera aproximación a la teoría fundacional, que podríamos considerar como un existencialismo integral. Entre los hechos que pretende demostrar la teoría fundacional se encuentran: la existencia del onto - ser y del meta - ser, que implica el distinguir entre el ser y el ente, lo ontológico y lo metafísico; la necesidad de fundamentar ontológicamente cualquier explicación; la primacía de lo ontológico sobre lo metafísico; la necesidad de controlar la voluntad, implicando esto el limitar el poder del ego; la posición del ego en la punta de la pirámide axiológica, engendrando otros valores de segundo orden como el sexo y el dinero, que a su vez engendran otros, es decir, fundamentar ontológicamente la escala valorativa predominante en muchas de las culturas conocidas, actuales o pretéritas, dejando a un lado las consideraciones metafísicas, cuya base es precisamente un punto posterior a lo ontológico; la necesidad de fundamentar la teoría de la percepción ontológicamente, como conditio sine qua non para la estructuración de una nueva teoría del conocimiento; la necesidad de fundamentar la teoría de la historia en el onto - ser y no más en el meta - ser, es decir, en una fundamentación a posteriori no a priori; esto por citar algunas de sus pretensiones.
La teoría fundacional busca ser la base para la posterior construcción o remodelación de cualquier teoría que busque explicar la realidad tal cual es, como ser y ente, así y en ese orden, y no sólo como ente que accidental y aberrantemente se ocupa del ser.
En adelante uniré algunos de los elementos básicos de la teoría, tales como: ego, realidad, existencia, onto - ser, meta - ser, ser, ente, ontología y metafísica; para así, conocer su interacción y la manera en que con ellos se interpretan problemas de cotidiana discusión.
El yo es la descripción que de la realidad tenemos, puede ser individual o colectivo, según se refiera a una persona o a un grupo, sin olvidar que son personas quienes forman el grupo, y éste lo que permite cierta formación de personas. El yo no es la realidad sino una mera descripción. Cuando nacemos nos enseñan a que las cosas son así y asá, que esto es bueno y aquello malo, esto dulce y aquello agrio, esto un círculo y aquello un cuadrado, ésta la verdad y aquélla la mentira, etcétera, y a todo esto lo llamamos realidad, y a lo que engloba esta realidad le llamamos, a su vez, mundo, el cual, al depender de cómo nos describan que es, se torna subjetivo, y por ser su contenido la realidad, ésta lo es también; convirtiéndose en objetivos por meras convenciones, es decir, cuando se encuentran dos concepciones distintas, éstas se ponen de acuerdo sobre sus creencias, porque les sean comunes o por conveniencia, resultando de este acuerdo una verdad, es decir, una idea que las partes aceptan como válida, hasta que llega otra concepción que se impone sobre las primeras, persistiendo u olvidándose los elementos que no son comunes o que son indiferentes.
Habría que agregar que no nacemos en la nada, sino que cuando lo hacemos existe ya un mundo pre conciencia, el cual determina una realidad que nos será descrita por la generación anterior tal como a ella le fue descrita por una anterior, y así hasta llegar al principio, antes del cual la realidad no era lo que otros decían que era, sino lo que tú sentías que era, es decir, lo que es.
El ego no se siente, se piensa, pues no se percibe, se describe. Sentir es condición de pensar, pues es con sensaciones con lo que se constituye el pensar, es decir, primero es el sentimiento y luego la razón. La razón es modalidad e instrumento de la conciencia, especie de un género, ni la única ni la más importante. Es decir, toda razón implica conciencia, pero no toda conciencia es razón. La otra modalidad e instrumento de la conciencia es el sentimiento (no confundir con el sentimentalismo o con las emociones), especie de un género, no la única pero sí la más importante, pues la razón depende de la sensación en primera instancia. Todo sentimiento implica conciencia, pero no toda conciencia es sentimiento. La realidad es un sentir, pues lo real es pura energía, la cual sólo se siente, pues lo que se piensa es pura idea, lo real es lo que tiene existencia fáctica, lo que podemos sentir, no lo que tiene existencia fantástica, lo que no podemos sentir pero imaginamos, eso no es mas que sueños. Entonces, podemos decir que el ego no existe sino como idea, es irreal, así como todo lo que crea la razón, que no es otra cosa que descripciones, que tarde o temprano se convierten en convencionalismos. No nacemos con un ego, nos creamos y nos crean uno. Lo real es la realidad no la descripción, que es pura idea.
El problema con el ego es su tendencia a la perpetuidad. Al ego nos lo enseñan, lo aprendemos, nos lo recuerdan, lo reproducimos. Desde muy niños nos dicen después de realizar X acción: eres bueno; después por realizar otra nos dicen: eres malo; y esto se repite todos los días, así, terminamos por aprenderlo y por convencernos de su veracidad, pues no lo recuerdan a cada momento, y nos lo reproducimos siempre. Así se forma una personalidad. ¿Qué pasa cuando esta descripción no encaja con la realidad; cuando durante toda nuestra vida nos han dicho que somos los más guapos, pero sucede que de repente nos damos cuenta de que somos horribles; cuando el mundo no concuerda con nuestra idea de mundo? Pues empiezan las justificaciones, cuya tarea es evitar que el yo entre en crisis, y así, volvemos a nuestra tranquila vida diaria, hasta que nos hartamos de la monotonía por mantener al yo, o porque ya no bastan la justificaciones y la crisis existencial nos vence, y es entonces cuando tenemos que tomar otro camino.
Por la tendencia del yo a perpetuarse, de lo cual deriva la necesidad de rendirle culto, pues es nuestro gran Dios, es que no vemos más allá de lo evidente: caminamos por un sólo camino, que es redondo, por el que hemos andado siempre, que nos da seguridad, pues ya sabemos que es lo que pasará en cada supuesto de hecho. El ego ciega nuestros ojos a lo ontológico; el ser nos es ajeno, pues sólo conocemos al ente, que es uno de los varios caminos entre los cuales podemos elegir, ya que la única esencia es la existencia, es decir, la infinidad de posibilidades entre las cuales elegir. Que toda nuestra vida hallamos caminado por un solo camino no significa que sea el único, en todo caso sería sólo una de las posibilidades, sólo porque éste sea redondo no quiere decir que no haya cuadrados o cubos, que nos de seguridad no quiere decir que lo disfrutemos.
Creer que existe un sólo camino es negar al ser, darle primacía a lo metafísico sobre lo ontológico, siendo que el primero se funda en el segundo, y no al revés, como tradicional y comúnmente se piensa. Se ha querido definir al género con la especie. El ser es substancia, el ente es forma del ser. El ser es posibilidades a escoger, el ente es posibilidad escogida, uno de entre varios caminos, contingente mas no necesario.
Somos lo que nos hacemos, podamos hacer lo que queramos, no lo que el ego dice que hagamos, podemos decidir y evitar que él decida, podemos dejar de estar muertos en vida. Que siempre hayamos tenido un ego, no quiere decir que sea el único, absoluto, perpetuo, absolutamente verdadero; más bien, que tengamos un ego es resultado de una decisión: haber elegido precisamente esa forma de ser, lo que quiere decir que no es el único, pues podemos elegir entre varios, que no es absoluto sino relativo, pues pude fijar cualquier otra forma, que no es perpetuo, pues puedo regresar al ser y escoger otro camino, que no es absolutamente verdadero, pues al escoger otro aquel también será verdadero.
Esto nos lleva a considerar dos problemas: el del valor, en general, y del bien y de la verdad, en específico. Puede suceder que lo que para mí más vale en un momento dado, luego deje de tener ese mismo peso, es decir, cambie de posición en mi escala axiológica (que no es lo mismo que una crisis de los valores), pero, en su espacio y en su tiempo, cada uno fue lo máximo y, por tanto, pesó lo mismo; o puede suceder que lo que para mí más vale para otro nada importe, y que lo que para él más valor tenga, para mí sea basura, y sin embargo, lo que para cada sea uno más importe tendrá el mismo peso, entonces, no podemos decir que lo mío sea lo máximo pues lo del otro tiene el mismo peso; es decir, lo relativo no es el valor, pues es lo mismo la idea de justicia aquí y en China, sino su orden de prelación, el cual depende de lo que el sujeto elija, siendo esta prelación a la vez relativa y subjetiva. Similarmente podemos discernir sobre el bien y la verdad. La idea de bien es la misma para todos, pues hay algo a lo que todos identificamos como bien, es un convencionalismo el concepto bien, sin embargo, por ser una abstracción, su concreción difiere, pues lo que para mí es bueno puede ser para ti malo, o puede ser que en mi escala jerárquica tú no tengas al bien en la misma posición que yo. Aunque ¿qué no actuamos todos guiados por el bien?, a mi parecer sí, pues cuando hacemos lo que hacemos lo hacemos porque consideramos que esa es la manera en que se debe actuar en esa situación, porque consideramos que es lo que nos conviene, ya sea directa o indirectamente, que nos beneficie primero a nosotros (a nosotros por nosotros mismos) o primero a los demás y luego a nosotros (a nosotros mediante otros), lo que poco importa pues la acción y su resultado recaen sobre nosotros, lo queramos o no. La idea de verdad es común a todos, pues todos identificamos a algo como verdad, todos emitimos juicios sobre lo que es o no verdadero, siendo esto evidencia de que hay algo que llamamos verdad, lo relativo es justamente lo verdadero, es decir, el contenido concreto de esa abstracción que llamamos verdad, pues para quienes vivieron en la Edad Media y eran cristianos su verdad era la palabra de Dios, así como para los chicos de ahora es verdad toda esa cultura de plástico que venden quienes tienen el poder para hacerlo, denigrando la capacidad fundante de constituirse en formas específicas de ser, imponiendo estereotipos y vacuidades inteligibles, fantásticas y utópicas, que nos llevan a un infantilismo psicológico, a un acrecentamiento del espíritu de consumo, y, por último, al imperio de lo efímero, en donde el sujeto pasa a ser objeto, se patenta al ente, por el ser ya no se pregunta, sólo se supone, el interés ontológico no existe, pues persiste el metafísico, es decir, qué importa saber que podemos elegir entre infinidad de formas de ser, importa la unidimensionalidad y la homogeneidad de las conductas, si no, denle un vistazo a eso que llaman globalización (no a su aspecto económico, que de por sí es ya denigrante, sino psico - social). Cada civilización ha tenido su verdad, que no es más que un convencionalismo entre los miembros de ese grupo, la cual pesa lo mismo que la verdad del grupo que junto a ella vive, aunque sean distintos los contenidos de esa verdad. Tanto el bien como la verdad, así como los valores en general, no son sólo fines sino que incluyen procesos. Al depender la idea de bien y de verdad del ego, adquiere las mismas características de éste.
El onto - ser es caos, inseguridad, infinidad de posibilidades, energía amorfa. El meta - ser es orden, seguridad, posibilidad definida, energía que toma forma. El onto - ser se desvanece pronto, y sin embargo está siempre presente, el meta - ser tiende a perpetuarse, y sin embargo es efímero.
La razón es la guardiana máxima de ese orden, de esa seguridad, de esa posibilidad elegida y de esa forma que toma la energía. Es ella quien construye el lenguaje (que no es sinónimo de comunicación), la primera celda a la que entramos y la última de la que salimos, pues con él, la realidad ya no se siente ahora ella es un conjunto de conceptos, cuando usamos el lenguaje para comunicarnos nos referimos a ideas no a realidades, lo que existe es cierto sonido, cierto movimiento, pero no tal concepto, que es sólo una abstracción, ese concepto es conocimiento para sí, no conocimiento en sí, pues es imposible captar por meras abstracciones la riqueza de una realidad infinita, inconmensurable, cambiante y en continuo movimiento, y sin embargo, hay que reconocer que nos hemos hecho tan dependientes del lenguaje, que si no fuera por él, ahora mismo no podríamos comunicarnos, aunque podríamos decir a nuestro favor que lo que hacemos es usar las armas del sistema contra el mismo, insertar el virus, que el mismo engendra, en sus venas para que lo destruya. El sistema nos podrá absorber pero el poder nos tendrá que alcanzar. Es esa misma razón quien crea la ciencia, que no es mas que una justificación de lo que ocurre en la realidad, la explicación de lo que sucede, para saber qué es eso que sucede, cómo sucede y para qué, y todo esto con el propósito de darnos seguridad.
Queremos y buscamos asiduamente lo seguro por nuestro temor a lo nuevo, a lo desconcertante, a lo que sabemos como funciona, por el amor a la rutina, a dejar de decidir, a la existencia impropia, a la vida de plástico, aburrida, miserable, decadente, pero segura. Al hombre no le gusta elegir, tener que decidir, de ahí que cree tantas instituciones, para que ellas, como entes impersonales, se apoderen de su voluntad y vivan sus vidas, así, cuando algo salga mal tengamos otro centro de imputación que no sea la persona, pues su ego se sentiría muy mal, su importancia personal no le dejaría dormir, pero, cuando algo salga bien dichosamente diremos: yo participe, yo gane, yo vencí, yo hice, yo fui, etcétera, pues esto satisface nuestro ego. De ahí también, que cree figuras como los dioses, quienes deciden el futuro de los pueblos, o que se creen estereotipos (héroes, artistas), que se convierten en los modelos de conducta, en el ejemplo de los jóvenes, que pierden su ser ontológico por su ser metafísico, ellos no eligen originariamente sino sobre una base derivada, es decir, la decisión no es a nivel ontológico sino metafísico, se pierde la autenticidad por la seguridad de lo ya probado, de lo que satisfacerá con mayores probabilidades mi ego, se pasa de ser real a ser fantasma, nos convertimos en sombras que no vemos, y probablemente nunca veamos, la luz, prevalece en nosotros el meta - ser sobre el onto - ser, el ego se convierte en la cárcel en la que mientras más profundizamos más miserables somos pero también más nos cuesta salir, pues por haber vivido siempre una vida en gris creemos que el rosa no existe. Somos nosotros mismos los culpables de nuestra miserabilidad, nos construimos sobre mentiras que creemos verdaderas, siendo que ni unas ni otras son tales, pues dependen del yo y su circunstancia.
Ahora expondré propuestas concretas y aplicaciones, que inferí de la teoría fundacional, para solucionar problemas del individuo, pero no considerado aisladamente, sino considerado como miembro de un grupo:
1. La vida de una persona gira en torno a su ego, el cual no es necesario sino contingente, por tanto, en cuanto no esté más de acuerdo con esa forma de ser puede dejarla y elegir otra, evitándose el tener que hablar de temas como la autoestima, que no es más que satisfacción de ego, resguardando una cantidad inmensa de energía que bien podría aprovechar en otras tareas, que lo enriquezcan y no que lo entorpezcan. El problema es que aprendemos a mantenerlo y perpetuarlo, por la seguridad que nos da, aunque seamos miserables.
2. Cuando actuamos de determinada manera en cierta situación es porque hemos decidido hacerlo así, porque consideramos que así es como se debe actuar en similares circunstancias, entonces, cada vez que actuamos predicamos una norma moral. Sin embargo, si actuamos como otro lo hizo es porque consideramos que es la manera conveniente de actuar en ese momento, pero esto acarrea una inautenticidad en el acto, un incipiente estereotipo, y después de los números no existe cosa alguna más enajenante que las normas, pues los primeros son despersonalizaciones totales por ser puras abstracciones convenidas, y las segundas también, por ser patentaciones imperativas y convenidas de un ente, que ordenan o prohiben en común, unificando así las conductas, es decir, se tiende hacia la unidimencionalidad.
3. La razón ordena el caos, nos da seguridad, y por lo mismo, enajena. Explica una parte de la realidad y defectuosamente, pues pretende encerar lo infinito en la finitud de un concepto. Lo que tenemos que hacer es controlarla, limitarla, pues es ella quien decide como vivimos, mediante una fundamentación metafísica, y por tanto, falsa, o por lo menos, no integral.
4. Para disfrutar la vida es necesario deshacerse del ego, pues es él mediante sus distintos artilugios, quien nos impide volver al ser.
5. Trasladando estas ideas de un nivel micro a uno macro, podríamos decir que la forma de organización del poder político es la expresión del ego de los factores reales de poder que, por detentar la soberanía, son quienes toman las decisiones políticas fundamentales que determinan el ser o modo de ser del Estado, su Constitución. Entonces que un Estado sea de cierto tipo y con cierta forma es sólo una de las posibilidades, específicamente la que fue elegida, habiendo muchas otras entre las cuales elegir, dependiendo de quiénes sean quienes tomen las decisiones políticas fundamentales, pues si por ejemplo la soberanía la detentan clases minoritarias (burguesía), está claro que las decisiones políticas fundamentales serán tomadas de acuerdo a sus intereses, y, en cambio, si la soberanía la detentan las mayorías, entonces, las decisiones políticas fundamentales serán tomadas considerando lo intereses de estas clases. En México, en 1917, se configuró el primer Estado Democrático Social de Derecho, pues su Constitución fue tomada por las clases mayoritarias, que detentaban la soberanía, sin embargo, lo que ha pasado es que, a parte de que cada quien responde a sus intereses y al nulo conocimiento sobre la teoría constitucional científica que los constituyentes tenían, los factores reales de poder que perdieron la revolución (iglesia, empresarios) han llegado al poder, y por tanto, es muy probable que se revisen aspectos de la Constitución que se refieran a los derechos sociales, para imponer una Constitución típica de un Estado Liberal Burgués de Derecho, es decir, de hace ya más o menos tres siglos. Esto nos hace darnos cuenta de la importancia de nuestra participación en los procesos políticos.
6. Continuando con el apartado anterior, la teoría fundacional, nos permite distinguir entre lo fundante y lo fundado en el ámbito político - jurídico: lo fundante es lo político, factores reales de poder que toman las decisiones políticas fundamentales, es decir, que deciden el ser o modo de ser del Estado, su Constitución, que es precisamente ese conjunto de decisiones políticas fundamentales, un fenómeno político, y no un documento solemne integrado por parte dogmática y parte orgánica, que requiere de un procedimiento especial para su revisión distinto al establecido para modificar cualquier otra ley, ni la ley fundamental como cumbre de la pirámide jurídica, pues no es algo normativo; lo fundado es el orden jurídico, en cuya cúspide se encuentran las normas constitucionales, que no son lo mismo que la Constitución, sino tan sólo su expresión normativa. La validez de lo jurídico depende de lo político, la validez de las normas constitucionales depende de la Constitución, la legalidad depende de la legitimidad. Lo ontológico es la Constitución, lo político, la legitimidad; lo metafísico son las normas constitucionales, el orden jurídico, la legalidad. Lo metafísico depende de lo ontológico. Esto nos permite estudiar la realidad tal cual, interpretar los fenómenos como son, entender el mundo jurídico sin los velos del dogmatismo. Específicamente sobre los últimos dos puntos ya he expuesto mi opinión en un ensayo anterior, llamado “El Existencialismo Constitucional”.
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