jueves, 4 de octubre de 2007

El Guerrero.

Lo que más le importa a un guerrero es ser impecable ante sí mismo. Ser impecable significa vivir con precisión y con toda la atención. Lo que hacemos para llegar a comprendernos a nosotros mismos es la cosa más noble que podamos hacer. Es erradicar de la mente la codicia, el odio y la delusión. Establecer en nosotros mismos la sabiduría y la compasión amorosa. Es algo difícil y poco común y requiere ser muy impecable. Eso no supone irse a una cueva en el Himalaya, sino antes bien, cultivar las cualidades de la mente que conducen a la plenitud y a un estado despierto en todo momento.

Un guerrero es valiente. No se queda cerrado con ideas preconcebidas sobre cómo son las cosas. No cree ciegamente. Quiere experimentar la verdad por sí mismo. Es lo suficientemente valeroso como para experimentar y aceptar las consecuencias, y no quedarse apocado por distinciones estrechas del pensamiento. Tiene el valor para experimentar, investigar, explorar lo que ocurra.

En la práctica de la meditación se requiere y se desarrolla el valor del guerrero. Se necesita valor para estar sentado cuando hay dolor, sin evitarlo o enmascararlo; para sentarse y afrontarlo plenamente, superando nuestro temor.

Hace falta valor para morir, para experimentar la muerte del concepto de un yo. Experimentar esa muerte mientras vivimos requiere el coraje y el valor de un guerrero impecable.

Debemos se capaces de recibir la fuerza y el entendimiento que viene del silencio, de parar el diálogo interno. Mientras siga el diálogo interno permaneceremos en la prisión de las palabras.

No se necesita un esfuerzo sobrehumano para practicar la renuncia; sólo se requiere energía para superar nuestra inercia y nuestros viejos hábitos. Cuando hacemos ese esfuerzo, experimentamos un alivio en la mente que viene de soltarse de los apegos. De vivir con simplicidad, de una vida sencilla, de no necesitar o poseer demasiado, vienen la satisfacción y la paz.

El desarrollo del conocimiento intuitivo no viene de pensar sobre las cosas, viene del desarrollo de un silencio en la mente en el que es posible una visión clara, ver claro. Hay un repentino ¡Ajá! ¡Así es como son las cosas! Es una comprensión repentina y sin palabras. Tiene certidumbre porque no es el producto de un pensamiento o una imagen sino más bien una percepción clara y repentina de cómo son las cosas.

Tres pilares del Dharma: Parami:

En el lenguaje pali existe la palabra parami. Parami significa la fuerza acumulada de la pureza en la mente. Todo momento en que la mente está libre de codicia, odio y desilusión tiene cierta fuerza purificadora en el flujo de la consciencia; y en nuestra evolución hemos acumulado muchas de esas fuerzas de pureza.

Esa palabra parami a veces se traduce al castellano como mérito. Pero así puede ser fácilmente mal interpretado como hacerse merecedor de una medalla por tus buenas acciones. Pero es más bien la fuerza de la pureza en la mente y conllevan la felicidad en sí misma.

Hay tres pilares, tres campos de acción, que cultivan y fortalecen los paramis. El primero de ellos es la generosidad. Dar es la expresión mental de la no codicia en la acción. No codicia quiere decir soltar, no retener, no agarrarse, no aferrarse. El Buda dijo que si supiéramos como él cual es el fruto de dar, no dejaríamos pasar una sola comida sin compartirla.

Los resultados kármicos de la generosidad son la abundancia y unas relaciones profundamente armoniosas con otras personas. Lo que nos tiene cautivos es el deseo y el aferramiento de nuestra propias mentes. Al practicar la generosidad aprendemos a soltar.

Hay tres tipos de donantes. Los donantes mezquinos. Dan después de pensarlo mucho, y aún así dan las sobras, lo peor de lo que tienen. Finalmente puede que compartan algo que en realidad no quieren.

Donantes cordiales son las personas que dan lo que ellas mismas usarían. Comparten lo que tienen y sin tener que deliberarlo tanto, con las manos más abiertas.

Los donantes supremos son los llamados donantes regios, que ofrecen lo mejor que tienen. Comparten espontáneamente y al momento, sin necesidad de deliberarlo. Dar es algo natural en su conducta. Comparten fácil y cariñosamente lo que más estiman.

Para algunos dar es difícil. No importa. Sencillamente empezamos a practicar dondequiera que nos encontremos. Todo acto de generosidad va debilitando poco a poco el factor de la codicia. Y por medio de la práctica todos podremos convertirnos en donantes regios.

Debemos cultivar la generosidad con compasión y amor por todos los demás seres. La generosidad es un gran parami; es el primero en la lista de perfecciones de un Buda. Y cultivarlo es la causa de una mucha felicidad en nuestras vidas.

El segundo pilar es la moderación moral. Esto significa seguir los cinco preceptos básicos.

La resolución de seguir los preceptos nos servirá de recordatorio cuando estemos a punto de cometer algún acto incorrecto. Toda acción correcta, toda abstención de actividad nociva, produce lucidez y claridad. Seguir esos preceptos morales como norma de vida nos mantiene lúcidos y claros.

A este nivel de comprensión, los preceptos no se toman como mandamientos, sino que se siguen por el efecto que tienen en nuestra calidad de vida. No hay imposición en sentido aluno porque son la expresión natural de una mente clara. Ellos liberan a la mente del remordimiento y la ansiedad.

El tercer pilar de actividad purificadora es la meditación. la meditación se puede dividir en dos corrientes principales. La primera es el desarrollo de la concentración, de la capacidad de la mente para permanecer quieta en un objeto, sin agitarse o vagar. Pero la concentración por sí sola no basta. La segunda es el cultivo del conocimiento intuitivo. Eso quiere decir ver claramente el proceso de las cosas. Todo es transitorio y fluye, surgiendo y desapareciendo momento a momento. Nacemos y morimos instante a instante. No hay nada a que agarrarse, nada a lo que aferrarse.

Desarrollar el conocimiento intuitivo quiere decir experimentar el fluir de la transitoriedad en nosotros mismos, de forma que empezamos a soltar, a dejar de aferrarnos tan desesperadamente a los fenómenos de la mente y del cuerpo.

La sabiduría es la culminación del sendero espiritual que empieza con la práctica de la generosidad de la moderación moral y el desarrollo de la concentración. Todo empieza a salir al nivel consciente. Y por medio de la práctica de la atención, de no aferrarse, de no condenar, de no identificarse con nada, la mente se hace más lúcida y libre.

Por último, no te desanimes por el divagar de los pensamientos o por las ensoñaciones. Cada vez que tengas conciencia de que la mente divaga, tráela de nuevo a la respiración o a las sensaciones. No importa las veces que ocurra esto. Se suave contigo mismo. Se perseverante. Aunque no sea visible, está teniendo lugar una gran transformación.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

MUCHAS GRACIAS POR ESTE TEXTO, LLEGO CUANDO MAS LO NECESITABA, ESPERO SIGA AQUI, GRACIAS, SUERTE!!!

El que corre con lobos dijo...

De nada Michael, este el "intento".

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