Estas historias hay que recordarlas una y otra vez hasta que, poco a poco, lo abstracto va llegando a nosotros. Y tal pareciera que la historia se descubre o se recrea; cada vez que las repasamos brotan cosas que anteriormente no habíamos percibido; llegamos a sus centros abstractos.
Estas historias hay que repasarlas, después analizarlas y luego volverlas a pensar, hasta llegar a revivirlas casi literalmente.
Por ello, los guerreros tienen que obtener puntos de referencia en el pasado para poder usar las historias de los centros abstractos y sacar el conocimiento. El hombre común también usa el pasado, pero siempre por razones personales que enaltezcan y exalten su importancia personal.
El Espíritu no es el guardián de nadie. Es una fuerza abstracta ni buena ni mala. Una fuerza que no tiene interés alguno en nosotros, pero que a pesar de ello responde a nuestro poder. No a nuestras oraciones sino a nuestro poder.
En gran medida, el espíritu es una especie de animal salvaje que mantiene su distancia respecto a nosotros hasta el momento que algo lo tienta a avanzar. Es entonces cuando se manifiesta.
Para un brujo el espíritu es lo abstracto, porque para conocerlo no necesita de palabras, ni siquiera de pensamientos; es lo abstracto porque un brujo no puede concebir qué es el espíritu. Sin embargo, sin tener la más mínima oportunidad ni deseo de entenderlo, el brujo lo maneja, lo llama, lo incita, se familiariza con él, y lo expresa en sus actos.
La voz del espíritu sale de la nada. Sale de la profundidad del silencio, del reino del no ser. Solo se escucha esta voz cuando estamos totalmente equilibrados.
Se deben mantener en equilibrio las dos fuerzas opuestas que nos rigen, lo masculino y lo femenino, lo positivo y lo negativo, la luz y la oscuridad, a fin de crear una abertura en la energía que nos rodea: una abertura por la cual puede deslizarse nuestra conciencia. Es a través de esa abertura en la energía que nos envuelve, que el espíritu se manifiesta.
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