"Mientras te sientas lo más importante del mundo, no puedes apreciar en verdad el mundo que te rodea. Eres como un caballo con anteojeras: nada más te ves tú mismo, ajeno a todo lo demás".
"El mayor enemigo del hombre es la importancia personal. Lo que lo debilita es sentirse ofendido por lo que hacen o dejan de hacer sus semejantes. La importancia personal requiere que uno pase la mayor parte de su vida ofendido por algo o alguien."
"El mayor enemigo del hombre es la importancia personal. Lo que lo debilita es sentirse ofendido por lo que hacen o dejan de hacer sus semejantes. La importancia personal requiere que uno pase la mayor parte de su vida ofendido por algo o alguien."
Los videntes, antiguos y nuevos, se dividen en dos categorías. La primera queda integrada por aquellos que están dispuestos a ejercer control sobre sí mismos. Esos videntes son los que pueden canalizar sus actividades hacia objetivos pragmáticos que beneficiarían a otros videntes y al hombre en general. La otra categoría está compuesta de aquellos a quienes no les importa ni el control de sí mismos ni ningún objetivo pragmático. Se piensa de manera unánime entre los videntes que estos últimos no han podido resolver el problema de la importancia personal.
-La importancia personal no es algo sencillo e ingenuo, explicó. Por una parte, es el núcleo de todo lo que tiene valor en nosotros, y por otra, el núcleo de toda nuestra podredumbre. Deshacerse de la importancia personal requiere una obra maestra de estrategia. Los videntes de todas las épocas han conferido las más altas alabanzas a quienes lo han logrado.
Me quejé de que, aunque a veces me parecía muy atractiva, la idea de erradicar la importancia personal me era realmente incomprensible; le dije que sus directivas y sugerencias para deshacerse de ella eran tan vagas que no había modo de implementarlas.
-Estoy ya cansado de repetirte -dijo-, que para poder seguir el camino del conocimiento uno tiene que ser muy imaginativo. Como lo estás comprobando tú mismo, todo está oscuro en el camino del conocimiento. La claridad cuesta muchísimo trabajo, muchísima imaginación.
Mi zozobra me hizo argüir que sus amonestaciones sobre la importancia personal me recordaban a los catecismos. Y si algo era odioso para mí era el recuerdo de los sermones acerca del pecado. Los encontraba yo siniestros.
-Los guerreros combaten la importancia personal como cuestión de estrategia, no como cuestión de fe -repuso-. Tu error es entender lo que digo en términos de moralidad.
-Yo lo veo a usted como un hombre de gran moralidad -insistí.
-Lo que tú estas viendo como moralidad es simplemente mi impecabilidad -dijo.
-El concepto de la impecabilidad, así como el de deshacerse de la importancia personal, es un concepto demasiado vago para serme útil -le comenté.
Don Juan se atragantó de risa, y yo lo desafié a que explicara la impecabilidad.
-La impecabilidad no es otra cosa que el uso adecuado de la energía -dijo-. Todo lo que yo te digo no tiene un ápice de moralidad. He ahorrado energía y eso me hace impecable. Para poder entender esto, tú tienes que haber ahorrado suficiente energía, o no lo entenderás jamás.
Durante largo tiempo permanecimos en silencio. Yo quería pensar en lo que había dicho. De repente, comenzó a hablar de nuevo.
-Los guerreros hacen inventarios estratégicos -dijo-. Hacen listas de sus actividades y sus intereses. Luego deciden cuáles de ellos pueden cambiarse para, de ese modo, dar un descanso a su gasto de energía.
Yo alegué que una lista de esa naturaleza tendría que incluir todo lo imaginable. Con mucha paciencia me contestó que el inventario estratégico del que hablaba sólo abarcaba patrones de comportamiento que no eran esenciales para nuestra supervivencia y bienestar.
Yo aproveché la oportunidad para señalarle que la supervivencia y el bienestar eran categorías que podían interpretarse de incontables maneras. Le argüí que no era posible ponerse de acuerdo sobre lo que era o no era esencial para nuestra supervivencia y bienestar.
Conforme seguí hablando, comencé a perder mi impulso original. Finalmente, me detuve porque me di cuenta de la inutilidad de mis argumentos. Me di cuenta de que don Juan estaba en lo cierto cuando decía que mi pasión era hacerme el difícil.
Don Juan dijo entonces que en los inventarios estratégicos de los guerreros, la importancia personal figura como la actividad que consume la mayor cantidad de energía, y que por eso se esforzaban por erradicarla.
-Una de las primeras preocupaciones del guerrero es liberar esa energía para enfrentarse con ella a lo desconocido -prosiguió don Juan-. La acción de recanalizar esa energía es la impecabilidad.
Dijo que la estrategia más efectiva fue desarrollada por los videntes de la Conquista, los indiscutibles maestros del acecho, y que consiste en seis elementos que tienen influencia recíproca. Cinco de ellos se llaman los atributos del ser guerrero: control, disciplina, refrenamiento, la habilidad de escoger el momento oportuno y el intento. Estos cinco elementos pertenecen al mundo privado del guerrero que lucha por perder su importancia personal. El sexto elemento, que es quizás el más importante de todos, pertenece al mundo exterior y se llama el pinche tirano.
“El fuego interno” de Carlos Castaneda.
En "El conocimiento silencioso" don Juan dice: "Sin una visión clara de la muerte, no hay orden, no hay sobriedad, no hay belleza. Los brujos se esfuerzan sin medida por tener su muerte en cuenta, con el fin de saber, al nivel más profundo, que no tienen ninguna otra certeza sino la de morir. Ese conocimiento da a los brujos el valor de tener paciencia sin dejar de actuar; les da, asimismo, el valor de acceder, el valor de aceptar todo sin caer en la estupidez y, sobre todo, les otorga el valor para no tener compasión ni entregarse a la importancia personal". En otro momento expresa: "Los brujos dicen que la muerte es nuestro único adversario que vale la pena. La muerte es quien nos reta y nosotros nacemos para aceptar ese reto, seamos hombres comunes y corrientes o brujos. La diferencia es que los brujos lo saben y los hombres comunes y corrientes no".
Este concepto de la muerte como el gran adversario que nos infunde de valor y paciencia para actuar sin entregarnos a la importancia personal o ego-centrismo nos hace ver a la muerte como un maestro que nos saca de nuestro in-consciente escondite y nos abre a la verdad de la vida y del universo.
Reflexionemos sobre ello. A poco que pensemos, hemos de llegar a darnos cuenta de que en realidad ignoramos quienes somos, es decir, cuándo nos preguntan sobre nuestra identidad respondemos con una diversa variedad de elementos que hemos coleccionado con el fin de definirnos a nosotros mismos (por ejemplo, soy uruguayo, psicólogo, hombre, etc.). Pero cuando todas esas cosas se nos quitan, ¿tenemos idea de quienes somos en realidad sin y detrás de todos esos agregados?.
Además, nos identificamos con nuestro cuerpo y con nuestra muerte, pero que sucederá cuando ya no estén presentes, ¿son estos dos elementos sostenes seguros y confiables de nuestro ser y de nuestra identidad?
Para no hacer frente a estas interrogantes, buscamos y exigimos vivir según un plan pre-establecido, por ejemplo, estudiar, trabajar, formar una familia, etc., etc., de manera de vivir de forma acelerada, ocupando el tiempo con responsabilidades y con cosas materiales.
En una palabra, si deseamos dejar de una vez por todas que la vida nos viva a nosotros y en cambio vivir nosotros la vida (valga la perogrullada), debemos empezar por aceptar la muerte como una gran maestra que continuamente nos susurra al oído: "Carpe diem", es decir, vive la vida en el aquí y ahora, sin dejar situaciones inconclusas, pues no sabemos que llegará primero, si la muerte o el próximo día.
¿Es esta una visión pesimista de la vida, que nos sume en la angustia y el terror continuos? Muy por el contrario. Nos permite una vida plena y fluida, pues al no saber en que momento ha de llegarnos el momento último, evitamos por un lado el dejar asuntos pendientes y minimizamos nuestra personal importancia, y por otro lado, buscamos mantener una comunicación plena y sincera con quienes y con lo que nos rodea, expresando en forma continua un profundo respeto y amor por todo y todos.
Al ser conscientes de que nada es permanente, de que como dijera Lavoisier, nada se pierde sino que todo se transforma, despertamos al hecho de que nada es independiente sino que todo es inter-dependiente con todo y todos. Somos in-dividuos pero también estamos en común-unión y por consiguiente, nuestra más insignificante motivación, acción y/o palabra tiene consecuencias reales en todos los niveles del universo y en todos sus tiempos.
Ergo, hemos de vivir en el aquí y ahora, en el momento presente pues el pasado ha dejado de existir como tal y ahora es parte del presente, y el futuro es algo incierto aunque fecundo y lleno de posibilidades, pero cuya plenitud depende del momento actual; el futuro nace junto con el momento presente y muere con él.
Y así hemos de aprender a ser lo que don Juan llamaba un "hombre de conocimiento", un guerrero espiritual que vive su vida desde y con "impecabilidad".
¿Qué significa lo anteriormente expuesto?, pues nada que menos que comprender que las crisis, el sufrimiento y las dificultades son puntos de inflexión en nuestras aletargadas existencias; son verdaderas oportunidades para transformarnos de y en forma íntegra, dándonos cuenta de la impermanencia de todo y aprendiendo así a aceptar los cambios. Como refiriera Heráclito de Efeso, no nos lavamos las manos dos veces en el mismo río.
Afortunadamente, la importancia personal tiene un punto débil: Depende del reconocimiento para subsistir.
Si no damos importancia a la importancia personal, ésta se acaba.
La importancia que nos concedemos en cada una de las cosas que hacemos, decimos o pensamos, embota todos nuestros sentidos y nos impide percibir la vida de forma clara y objetiva.
Según Carlos Castañeda, somos como pájaros atrofiados. Nacemos con todo lo necesario para volar, pero estamos permanentemente obligados a dar vueltas en torno a nuestro ego. La cadena que nos aprisiona es la importancia personal.
El camino para convertir a un ser humano normal en un guerrero es muy arduo. Siempre interviene nuestra sensación de estar en el centro de todo, de ser necesarios y tener la última palabra. Nos sentimos importantes. Y cuando la persona es importante, cualquier intento de modificación se convierte en un proceso lento, complicado y doloroso.
Después de experimentar durante siglos situaciones que “filtran” nuestros modos de percibir el mundo, pasamos a considerar que estamos obligados a vivir en una única realidad. Pero el universo está construido con principios muy maleables, que pueden acomodarse en formas casi infinitas de percepción.
A partir de esta “simplificación” humana, fijamos nuestra atención en apenas uno de esos niveles, amoldándonos a él y aprendiendo a sentirlo como si fuese único. Así ha surgido la idea de que nosotros vivimos en un mundo exclusivo y, por consiguiente, se ha generado el sentimiento de ser un ‘yo’ individual.
No hay duda de que la descripción que nos han dado de la realidad es una posesión valiosa, y ha venido permitiendo que crezcamos como personas normales en una sociedad modelada para esa “simplificación”. Para ello hemos tenido que aprender a “desnaturalizar”, o sea, a hacer lecturas selectivas del enorme volumen de informaciones que llegan a nuestros sentidos. No obstante, una vez que esas lecturas filtradas se convierten en “la realidad”, la fijación de la atención funciona como un “anteojo”, pues nos impide tomar conciencia de nuestras increíbles posibilidades.
Don Juan sostenía que el límite de la percepción humana es la timidez. Para poder manipular el mundo que nos rodea, hemos tenido que renunciar a nuestro patrimonio perceptivo que es la posibilidad de testimoniarlo todo. De ese modo, hemos sacrificado el vuelo de la consciencia por la seguridad de lo conocido. Podemos vivir vidas fuertes, audaces, saludables; podemos ser guerreros impecables, ¡pero no lo osamos!
Nuestra herencia es una casa estable donde vivir, pero nosotros la hemos transformado en una fortaleza para la defensa del yo, mejor dicho, en una cárcel donde hemos condenado a nuestra energía a consumirse en cadena perpetua. Nuestros mejores años, sentimientos y fuerzas se van en el arreglo y mantenimiento de aquella casa porque acabamos por identificarnos con ella. Cuando una criatura se convierte en un ser social, adquiere una falsa convicción de su propia importancia. Y aquello que al principio era un sentimiento saludable de auto-preservación, acaba por transformarse en una ególatra exigencia de atención.
La importancia personal, de los regalos que hemos recibido, es el más cruel. Convierte a una criatura mágica y llena de vida en un orgulloso asustado y con miedo de ser feliz.
Debido a la importancia personal estamos llenos de rencores, envidias, miedos, culpas y frustraciones.
Nos dejamos guiar por los sentimientos de indulgencia y huimos del importante SERVICIO del auto-conocimiento, con pretextos como la pereza, el mayor enemigo de la espiritualidad. Por detrás de todo esto está una ansiedad que intentamos silenciar con un diálogo interno cada vez más denso y menos natural.
La importancia personal es homicida, trunca el libre flujo de la energía, y esto es fatal. Ella es la responsable por nuestro final como individuos. Cuando aprendemos a dejar la importancia personal a un lado, el espíritu se abrirá, jubiloso, como el ave al ser puesta en libertad.
Para combatir la importancia personal, el primer paso es saber que ella está ahí. Reconocer sus escondrijos, sus “gafas oscuras” y sus “coladeros” ya es medio camino andado.
Así, toma una cartulina y escribe: ¡La importancia personal mata! Cuélgala en un lugar bien visible para ti. Lee esta frase diariamente, intenta acordarte de ella en tu trabajo, medita acerca de ella. Tal vez llegue el momento en que su significado penetre en tu interior y te decidas a hacer algo. El darse cuenta es ya por si una gran ayuda.
La importancia personal se alimenta de nuestros sentimientos, que pueden ir desde el deseo de estar bien y ser aceptado por los demás, hasta la arrogancia y el sarcasmo. Pero tu área de acción favorita es la compasión por ti mismo y por los demás. De forma que para acecharla, tenemos, sobre todo, que descomponer nuestros sentimientos en sus mínimas partículas, descubriendo sus fuentes de nutrición.
Pregúntate: ¿Por qué me tomo tan en serio? ¿Cuán apegado estoy? ¿A qué dedico mi tiempo? Estas son cosas que podemos comenzar a modificar, acumulando energía suficiente para liberar un poquito de atención. Y eso, a su vez, permitirá que entremos más en el ejercicio.
Por ejemplo, comienza a dedicar más de tu tiempo a hacer ejercicios físicos, a recapitular tu historia, a permanecer más en soledad y a ser tu mejor compañía. Observa y reevalúa los alimentos que aprecias ingerir. Parece algo sencillo, pero con esas prácticas nuestro panorama sensorial se redimensiona. Recuperamos algo que siempre ha estado ahí y que dábamos por perdido.
A partir de esas pequeñas modificaciones, podemos analizar elementos más difíciles de detectar, en los cuales nuestra vanidad se proyecta hasta la demencia. Por ejemplo: ¿cuáles son mis convicciones? ¿Me considero inmortal? ¿Soy especial? ¿Merezco que me consideren? Este tipo de análisis entra en el campo de las creencias, la neta fortaleza de los sentimientos. Así, se debe emprender este análisis a través del silencio interno, estableciendo un fervoroso compromiso con la honradez. Caso contrario, la mente hará uso de todo tipo de justificativas.
Carlos Castañeda afirmaba: “Un modo de definir la importancia personal es el entenderla como la proyección de nuestras debilidades a través de la interacción social. Es algo así como los gritos y actitudes prepotentes que adoptan algunos animales pequeños para disimular el hecho de que en realidad ellos no tienen defensas. Somos importantes porque tenemos miedo, y cuanto más miedo, más ego”.
La información de que necesitamos para ampliar nuestra consciencia se oculta en los lugares más fáciles. Si no estuviésemos tan rígidos (importantes) como normalmente nos ponemos, todo en nuestro entorno nos contaría secretos increíbles. Solamente tenemos que abrir nuestros sentidos/percepciones, que inicialmente están instalados en nuestro cuerpo físico, dependientes del buen funcionamiento de los 5 sistemas excretores que son: pulmón, hígado, riñones, intestinos y piel.
Una vez desintoxicados, o mejor, buscando esta desintoxicación diariamente, se vuelve cada vez más fácil acceder al conocimiento, que inicialmente puede llegarnos despacito, pero la fuerza del desapego constante nos conducirá al despertar.
Conceição Trucom
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