"Un guerrero toma su suerte, sea la que sea, y la acepta con la máxima humildad. Se acepta con humildad así como es, no como base para lamentarse, sino como base para su lucha y su desafío".
Como sabemos, la historia comienza cuando Carlos Castaneda, un estudiante de Antropología de la Universidad de Los Angeles, conoce a un indio yaqui - don Juan Matus - a raíz de la preparación de su tesis doctoral sobre el uso de las plantas. Posteriormente Castaneda descubre que su informador indio resulta ser un poderoso brujo, depositario de una antigua tradición: la sabiduría de los antiguos guerreros "toltecas", y que los orígenes de su linaje se remontaban hasta los chamanes que vivieron en México en tiempos remotos.
Los textos de Castaneda suponen un viaje iniciático a través de un conocimiento oculto y misterioso. Son el relato de su conversión en aprendiz e integrante de las enseñanzas de la antigua filosofía tolteca.
En estas enseñanzas don Juan hace una constante distinción entre el hombre común -o sea, todos nosotros- y el "hombre de conocimiento", también llamado "guerrero de la libertad total". Según don Juan, el hombre común se relaciona con el mundo a través de su razón, mientras que el guerrero lo hace a través de su voluntad. El hombre común funciona sólo con la razón puesto que desde que es un niño aprende una descripción única del mundo, siendo esta descripción la que toma por única y verdadera de la realidad. Al deshacerse de la esclavitud de la razón se puede recorrer el "camino con corazón" que empuja a ser un guerrero de la libertad total.
A diferencia del hombre común, el guerrero se relaciona con el mundo a través de su voluntad, o sea con la totalidad de su ser, percibiendo el universo como una unidad, mostrándonos que los chamanes toltecas tenían un sistema de cognición muy diferente al nuestro y realizaban técnicas y prácticas que exigían de una gran disciplina para eliminar el orden perceptual impuesto por la razón. Aquellos chamanes poseían otra unidad cognitiva, a la que llamaban "la rueda del tiempo". Su manera de explicar la rueda del tiempo era decir que el tiempo era como un túnel de longitud y anchura infinitas, un túnel con surcos reflectantes. Cada uno de los surcos era infinito, y había un número infinito de ellos. Los seres vivos eran compelidos, por la fuerza de la vida, a mirar uno de los surcos. Mirar sólo uno de los surcos implicaba ser atrapados por él, vivir ese surco.
La meta final de un guerrero es la de enfocar, mediante un acto de profunda disciplina, su atención inquebrantable en la rueda del tiempo con el fin de hacerla girar. Los guerreros que han logrado hacer girar la rueda del tiempo son capaces de mirar en el interior de cualquier otro surco y extraer de él lo que deseen. Al librarse de la fuerza del hechizo que nos obliga a contemplar sólo uno de esos surcos, los guerreros pueden mirar en cualquiera de las dos direcciones: la llegada o la partida del tiempo.
Según don Juan el hombre común viene al mundo con una cantidad limitada de energía que, si bien se renueva constantemente, se usa en su totalidad para mantener la estructura cognitiva de la mente analítica. Esta estructura perceptual es mantenida permanentemente por "el diálogo interno", ya que el hombre común está siempre hablando acerca del mundo y que ademas es consensuado por los demás, reforzando dichas estructuras cognitivas.
Según la tradición de los antiguos guerreros toltecas, la puerta de entrada al mundo de los brujos sólo aparece cuando logramos parar el diálogo interno. La práctica continuada de silenciar los pensamientos termina produciendo una ruptura en el interminable fluir de nuestras interpretaciones perceptuales. Es lo que don Juan llama "parar el mundo". Y al parar el mundo el iniciado descubre que en cada uno de nosotros hay una parte oculta: "el nagual".
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