miércoles, 17 de octubre de 2007

¿Necesitamos una "realidad?

Creo que la mayoría de los educadores estaría de acuerdo en que una elevada prioridad en la educación es ayudar al individuo a adquirir el aprendizaje, la información y el crecimiento personal que lo capacitarán para enfrentarse más constructivamente con el "mundo real". A menudo, lo anterior constituye un tema propio de los discursos de graduación, en el que expresan las esperanzas o temores acerca de la forma en que los recién graduados se enfrentarán y manejarán al "mundo real". Es frecuentemente un tópico durante las horas finales de los grupos de encuentro intensivos, cuando los individuos que han aprendido mucho acerca de sí mismos y acerca de sus relaciones interpersonales, sienten una preocupación en lo que se refiere a la manera en que se comportarán cuando regresen a sus vidas "reales" en el exterior.


¿Qué es este "mundo real" del que estamos hablando? Esta es la cuestión que deseo explorar, y creo que la dirección en la que un pensamiento me ha conducido inexorablemente será mejor retratada presentando una serie de ejemplos personales y ordinarios.

Hace algunas semanas estaba sentado yo solo, ya avanzada la noche, en el balcón de una cabaña junto a la playa, al norte de California. Al estar ahí durante algunas horas, una brillante estrella en el horizonte ascendió a donde se podía ver con claridad. Un brillante planeta se movió con la misma majestuosa lentitud desde arriba de mí hacia un punto extremo a mi derecha. En su movimiento, eran acompañados por la Vía Láctea y todas las otras constelaciones. Obviamente yo era el centro del universo y los cielos giraban lentamente sobre mí. Fue una experiencia de humildad (cuan pequeño soy) y una experiencia edificante (qué maravilloso ser un punto tan central). Yo estaba viendo el mundo real.

Pero en otro rincón de mi mente sabía que yo y la Tierra debajo de mí, y la atmósfera que me rodeaba, se movían a una velocidad que quita el aliento —más rápido que un moderno jet— en la dirección a la que yo llamé el este, y sabía que las estrellas y los planetas estaban, en relación con la Tierra, comparativamente quietos. Aunque no podía ver lo anterior, sabía que éste era verdaderamente el mundo real, en vez de que lo fuera la percepción más obvia.
En algún otro nivel me daba cuenta de que yo era una infinitésima partícula sobre un insignificante planeta en una de las galaxias menores del universo —de las que hay millones, yo sabía que cada una de estas galaxias se movía a increíble velocidad, con frecuencia alejándose entre sí. ¿Era también esto la realidad? Me causaba confusión.

Pero por lo menos había una realidad de la que podría estar seguro —la pesada silla de madera en la que estaba sentado, la tierra sólida en que se apoyaba, el balcón, la pluma de acero inoxidable que tenía en mi mano. Esta era una realidad que no sólo podía ser vista, sino sentida y tocada. Estos objetos podían soportar el peso y la presión. Eran sólidos.

Pero no, yo sabía suficiente ciencia para desafiar todo esto. La silla está hecha de células que antes estuvieron vivas, complejas en su composición, que constan más de espacio que de materia. La Tierra es una masa fluida en lento movimiento, que se estremece muy frecuentemente al hundirse, quebrarse y reajustarse. La carretera sobre la que había estado manejando el día anterior había sido parte de uno de esos estremecimientos. Un día, en 1906, la tierra se estremeció un poquito y la carretera se agrietó, habiéndose movido el lado occidental de la grieta, a seis metros al norte de su continuación en el otro lado. ¡Tierra sólida de veras!

¿Y qué hay acerca de la alentadora dureza de mi pluma de metal? Me dicen que está compuesta de átomos invisibles que se mueven a gran velocidad. Cada átomo tiene un núcleo y en años recientes se han descubierto más y más partículas en esos núcleos, con características fantásticamente increíbles, moviéndose en trayectorias posiblemente casuales, probablemente ordenadas dentro de los grandes espacios internos de cada átomo. Está lejos de ser el firme y sólido objeto que tan claramente siento y sostengo. El "mundo real" parece estarse disolviendo.

Me alienta pero también me deja perplejo la afirmación del gran científico físico, sir James Jeans, que dice: "La corriente del pensamiento humano se dirige imparcialmente hacia una realidad no mecánica: el Universo empieza a parecer más un gran pensamiento que una gran máquina." Haz la prueba con tu amigo del vecindario, o con tu plomero, o tu corredor de acciones. Diles, "El mundo real es en verdad sólo un gran pensamiento." (¡Pensándolo un poco, el corredor de acciones podría creerlo!) De cualquier modo la concepción de un mundo real, obvia para cualquiera, se escurre con rapidez completamente fuera del alcance de mi puño.

Pero al menos en el mundo interpersonal conozco a mi familia y a mis amigos —lo cual es seguramente un conocimiento sólido en el que puedo actuar. Sólo se necesita la simple ocasión de un grupo de encuentro suavemente facilitado en el que se dé permiso para expresarse uno mismo, para descubrir cuan tambaleante es nuestro conocimiento interpersonal. Los individuos han descubierto en sus amigos más cercanos y en miembros de la familia, grandes esferas de sentimientos escondidos. Existen temores previamente desconocidos, sentimientos de inadecuación, iras y resentimientos suprimidos, extraños deseos y fantasías sexuales, ocultos estanques de esperanzas y sueños, de alegrías y temores, de impulsos creativos y de amores espontáneos. Esta realidad interpersonal parece también, tan insegura y tan llena de incógnitas, como cualquier otra de las que hemos considerado.

Así, el individuo se vuelve otra vez sobre sí mismo. "Por lo menos sé quién soy yo. Decido lo que quiero hacer y lo que hago. Eso es real." Pero, ¿lo es? El habla con el conductista que le dice "tú no eres más que la suma de estímulos que recibes y las respuestas condicionadas que emites. Todo lo demás es ilusión". Bueno, por fin tenemos una realidad. No soy nada más que un robot mecánico. Y, ¿es eso todo? ¿De dónde vienen mis sueños? Tal vez eso también pueda explicarse. Pienso entonces en Jean, la mujer que me dijo que su hermana gemela manejaba por la noche de regreso a su casa, por un camino conocido, cuando Jean se despertó con el pánico de la certeza. Telefoneó a la policía de caminos y les dijo: "ha habido un accidente en tal y tal carretera. Es un automóvil blanco con tal número de placas, y lo conduce una mujer sola". Hubo una pausa, y entonces el oficial dijo con voz confundida y ligeramente sospechosa, "pero, ¿cómo lo supo, señora?; hace sólo dos minutos que recibimos la noticia del accidente". ¿Qué hacemos con esa clase de realidad?

Ese pequeño episodio descubre toda una serie de pensamientos acerca de los mundos internos y las "realidades aparte". ¿Qué hacemos con la visión o sueño que Carl Jung tuvo a la edad de tres años —una gran caverna misteriosa subterránea, con toda la luz enfocada sobre un gran pilar de carne con algo como una cabeza en la punta, el cual se hallaba sentado sobre un trono real. Transcurrieron 50 años para que entendiera completamente esta experiencia; redescubrió esta misma visión en los rituales fálicos de las tribus primitivas. ¿Cómo le había llegado esa visión a la edad de tres años? ¿A qué mundo real pertenece este fenómeno?
Lean la historia de Robert Monroe, un obstinado hombre de negocios e ingeniero, quien después de algunas enigmáticas experiencias se encontró una noche flotando en el techo de su cuarto mirando su propio cuerpo y el de su esposa. Los relatos de su terror y de su creciente disponibilidad para emprender viajes fuera de su cuerpo son ciertamente asombrosos, y con frecuencia muy convincentes. No se puede evitar plantear la pregunta: "¿Qué «realidad» puede abarcar tales experiencias, así como las experiencias «reales» que conozco?"

¿Qué hay de Don Juan, el perenne indio yaqui, quien abrió mundos completamente nuevos al empecinadamente escéptico antropólogo Carlos Castañeda? Mundos de eventos mágicos, de vuelos a través del aire, de un diálogo con un coyote, de una realidad no ordinaria, en donde la muerte no es diferente de la vida, donde el hombre de ciencia tiene un espíritu aliado, donde se tiene la experiencia de lo imposible. ¿Dices que son desatinos? Sus propias experiencias fueron suficientes para forzar a Castañeda a reconocer que existían otras realidades completamente ajenas al pensamiento de la mente científica moderna.

Pienso en John Lilly, un científico entrenado en el Tecnológico de California, quien estudió neuroanatomía, medicina y psiquiatría, y tal vez sea mejor conocido por sus 12 años de trabajo con delfines, tratando de comunicarse con estos animales a los que cree, por lo menos, tan inteligentes como el humano. Trazar su camino desde el científico que sólo creía en modelos mecánicos de la realidad, hasta su punto de vista actual de los diversos niveles de alteración de conciencia que ha alcanzado, es sorprendente. A lo largo de la vida, él se ha llegado a convencer de que los delfines leen sus pensamientos. Son fenomenales sus experiencias en el tanque de privación sensorial, flotando en agua tibia en un tanque cerrado, con una estimulación absolutamente mínima de visión, sonido, tacto o gusto. Se descubre que el mundo interno sin ningún estímulo externo es increíblemente rico, algunas veces atemorizante y con frecuencia grotesco. Al tratar de entender este mundo interior, experimenta con LSD, obteniendo resultados tanto iluminadores como aterradores. Pasa entonces a la meditación, la transmisión espontánea del pensamiento y a estados de conciencia cada vez más elevados en los que él, al igual que muchos otros antes de él, que eran llamados místicos, tiene la experiencia del Universo como una unidad basada en el amor. ¡Qué distante de su entrenamiento en el Tecnológico de California! Estos y otros relatos no pueden simplemente descartarse con desprecio o ridiculización. Los testigos son demasiado honestos, todas sus experiencias demasiado reales. Ellos indican que parece existir un universo vasto y misterioso —tal vez una realidad interior, tal vez un mundo del espíritu del que formamos parte sin saberlo. Dicho universo propina un aplastante golpe final a nuestra cómoda creencia de que "todos nosotros sabemos lo que es el mundo real".

Permítaseme ver si puedo especificar en dónde estamos situados en relación con un objetivo mundo de la realidad. Evidentemente, no existe en los objetos que podemos ver, sentir y sujetar; no existe en la tecnología que tanto admiramos; no se encuentra en la sólida Tierra o en las centelleantes estrellas; no descansa en el firme conocimiento de los que nos rodean; no se encuentra en las organizaciones o costumbres rituales de una sola cultura, ni siquiera está en nuestros propios mundos personales.

Debe de tomar en cuenta misteriosas "realidades aparte" actualmente insondables, increíblemente diferentes de un mundo objetivo.

De modo que concluyo que hemos llegado a una nueva —y para muchos aterradora— realización. Es esta: La única realidad que es posible que yo conozca, es el mundo y el universo como yo los percibo y los experimento en cierto momento. De la misma manera, la única realidad que puede conocer el lector, es el mundo y el universo como los experimente en determinado momento. Y la única certeza es que esas realidades percibidas son diferentes. ¡Hay tantos "mundos reales" como personas!

Carl Jung ha formulado una idea un tanto similar, en lenguaje sumamente poético. "Ahora supe... que el hombre es indispensable para la terminación de la Creación; que, de hecho, él mismo es el segundo creador del mundo, quien por sí solo ha dado al mundo su existencia objetiva —sin la cual, sin ser oído, sin ser visto, comiendo silenciosamente, dando a luz, muriendo, cabezas asintiendo a lo largo de cientos de millones de años, hubiera continuado en la más profunda noche del no ser hasta su desconocido fin. La conciencia humana creó la existencia objetiva y el significado, y el hombre en contró su indispensable lugar en el gran proceso del ser."

En lo que yo he dicho he ido aún más lejos que Jung. No es sólo que la conciencia humana ha creado el mundo objetivo. Es que cada conciencia humana, cada persona, crea su propio mundo de "existencia objetiva y significado". De aquí que el hecho sea más aterrador de lo que Jung vislumbró. El que haya tantos mundos reales como personas, produce un dilema de lo más agobiante, un dilema nunca antes experimentado en la historia.

Desde tiempo inmemorial la tribu o la comunidad o la nación o la cultura han estado de acuerdo en cuanto a lo que constituye el mundo real. Para estar seguros, diferentes culturas o diferentes tribus pueden mantener visiones del mundo notablemente diferentes, pero había por lo menos un grupo grande relativamente unificado que tenía seguridad en su conocimiento del mundo y del Universo, y que sabían que esta percepción era verdadera. De modo que la comunidad veía con reprobación, condenaba, perseguía y hasta mataba a los que no estaban de acuerdo, a los que percibían la realidad en forma diferente. Copérnico, aun cuando guardó sus hallazgos en secreto durante muchos años, fue finalmente declarado hereje. Galileo estableció pruebas de los puntos de vista de Copérnico, pero a los 70 años fue forzado a retractarse de sus enseñanzas. Giordano Bruno fue quemado en la hoguera en 1600 por explicar en sus clases que había muchos planetas y mundos en nuestro universo.

Los individuos que se desviaban en su percepción de la realidad religiosa eran torturados y muertos. A un apasionado joven científico lo volvieron loco sus perseguidores porque formuló, la entonces absurda afirmación, que la fiebre puerperal, esa terrible plaga de las salas de maternidad, era trasmitida de una mujer a otra por gérmenes invisibles a través de las manos y los instrumentos de los doctores. Aberraciones obvias, hablando en términos de la realidad de su tiempo. En las colonias americanas, aquellos que se sospechaba que tuvieran poderes psíquicos eran colgados o aplastados bajo grandes piedras por considerárseles brujos. La historia es una serie continua de ejemplos acerca de los espantosos precios pagados por los que percibían una realidad diferente del mundo real convencional. Aunque la sociedad ha llegado con frecuencia a estar de acuerdo con sus disidentes, como en los casos que he mencionado, no hay duda de que esta insistencia sobre un universo cierto y conocido forma parte de la argamasa que mantiene unida una cultura.

Hoy nos enfrentamos a una situación diferente. La facilidad y rapidez de la comunicación mundial significan que cada uno de nos otros descubre una docena de "realidades"; y aunque pensemos que algunas de ellas son absurdas, como la reencarnación; o peligrosas, como el comunismo, no podemos más que darnos cuenta de ellas. Ya no podemos existir en un capullo seguro, sabiendo que todos vemos el mundo en la misma forma.

Por esto quiero formular una cuestión muy seria. ¿Podemos hoy en día permitirnos el lujo de tener "una" realidad? ¿Podemos todavía conservar la creencia de que existe un "mundo real" con cuya definición estemos todos de acuerdo? Estoy convencido de que éste es un lujo que no podemos permitirnos, un mito que no nos atrevemos a mantener. Sólo una vez en la época actual se ha alcanzado esta quimera en forma completa y fructuosa. Millones de personas estuvimos de completo acuerdo en lo relativo a la naturaleza de la realidad sociocultural, propiciado por la magnética influencia de Hitler. Esta visión de la realidad casi marcó la destrucción de la cultura occidental. Yo no lo veo como algo que deba ser imitado.

Ha habido otro punto de unión en la cultura occidental durante este siglo. Ha sido ante realidad de valores en donde ha habido acuerdo; el evangelio estadounidense. Puede formularse muy brevemente: "Más es mejor, más grande es mejor, más rápido es mejor, y la tecnología moderna alcanzará estas tres metas eminentemente deseables." Pero ahora ese credo es un decadente fracaso en el que pocos creen. Se está disolviendo en el humo de la polución, el incremento de la sobrepoblación y la espada de Damocles de la bomba nuclear. Hemos logrado con tanto éxito dar "un golpe tan grande por un dólar", que estamos en peligro de destruir toda la vida que existe sobre este planeta.

Nuestros intentos, entonces, por vivir en el "mundo real" que todos perciben en la misma forma, en mi opinión, nos han conducido al borde de la propia aniquilación como especie. Quiero ser tan audaz como para sugerir una alternativa.

A mí me parece que el camino del futuro debe basar nuestras vidas y nuestra educación en la suposición de que hay tantas realidades como personas, y que nuestra mayor prioridad es aceptar esa hipótesis y desde ahí seguir hacia adelante. ¿Proseguir a dónde? Proseguir cada uno de nosotros, explorando con mente abierta, las muy diversas percepciones que existen de la realidad. Creo que enriqueceríamos nuestras propias vidas en el proceso. También nos volveríamos más capaces para manejar la realidad en la que nos desenvolvemos cada uno de nosotros, porque descubriríamos muchas opciones más. Bien podría ser una vida llena de perplejidad y elecciones difíciles, que exigiría una mayor madurez, pero sería una vida emocionante y arriesgada.

Sin embargo, sería factible formular la pregunta de si podríamos tener una comunidad o una sociedad basadas en esta hipótesis de las realidades múltiples. ¿Podría no ser más que una anarquía completamente individualista? Esa no es mi opinión. Supongamos que mi reluctante tolerancia acerca de la visión particular que el lector tenga del mundo se convirtiera en una plena aceptación de sí mismo y de su derecho para tener dicha visión. Supongamos que en lugar de descartar las "realidades" de los demás, como absurdas o peligrosas o heréticas o estúpidas, yo estuviera dispuesto a explorar y aprender acerca de estas realidades. Supongamos que usted estuviera dispuesto a hacer lo mismo. ¿Cuál sería el resultado social? Yo pienso que la comunidad se basaría no en un compromiso ciego con una causa, credo o visión de la realidad, sino en un compromiso común de unos con otros como personas legítimamente independientes, con realidades independientes. La natural tendencia humana a interesarse por otro ya no sería. "Me importas porque eres igual que yo", sino "Te aprecio y te valoro porque eres diferente a mí."

¿Les parece idealista? Claro que lo es. ¿Cómo puedo ser tan absolutamente ingenuo e "irreal" como para tener cualquier esperanza de que pudiera ser concebible el surgimiento del cambio así? Baso parcialmente mi esperanza de la historia mundial en el punto de vista tan hábilmente formulado por Charles Beard: "Cuando los cielos se oscurecen, las estrellas empiezan a brillar." De modo que así podríamos ver el surgimiento de líderes que se moverían, en esta nueva dirección.

Mi esperanza se basa más sólidamente en el punto de vista enunciado por Lancelot Whyte, el historiador de ideas, en el último libro que publicó antes de morir. Su teoría, sostenida por otros historiadores es que los grandes avances en la historia humana son previstos y, probablemente producidos, por medio de los cambios en el pensamiento inconsciente de miles y millones de individuos durante el periodo que precede al cambio. Luego, en un espacio de tiempo relativamente breve, una idea, una nueva perspectiva parece irrumpir en la escena mundial, y el cambio ocurre. El da el ejemplo de que antes de 1914 el patriotismo y el nacionalismo eran virtudes incuestionables; entonces empezó el tenue cuestionamiento inconsciente que edificó una tradición también inconsciente que cambió todo un patrón de pensamiento. Esto irrumpe a la luz entre 1955 y 1970. "Mi país correcto o equivocado" ya no es una creencia para normar la vida. Las guerras nacionalistas están fuera de época y carecen de apoyo; y aunque continúan, la opinión mundial se opone profundamente a ellas. Whyte señala que "¡en cualquier momento los niveles inconscientes aventajan a los conscientes en la tarea de unificar la emoción, el pensamiento y la acción!"

Para mí, esta línea de pensamiento es enteramente análoga. Yo he afirmado que el hombre es más sabio que su intelecto, que todo su organismo tiene una sabiduría e intencionalidad que va más allá de su pensamiento consciente —creo que esto se aplica al concepto que he estado presentando. Yo pienso que hombres y mujeres, individual y colectivamente, están rechazando interna y orgánicamente la visión de una sola realidad aprobada a nivel cultural. Creo que también se mueven inevitablemente hacia la aceptación de millones de percepciones de la realidad: independientes, desafiantes, emocionantes, informativas e individuales. Me parece que es posible que esta visión —como el descubrimiento simultáneo e independiente de los principios de la mecánica cuántica hecho por científicos en diferentes países— pueda empezar a existir efectivamente en muchas partes del mundo al mismo tiempo. Si fuera así, estaríamos viviendo en un universo totalmente nuevo, diferente de cualquier otro en la historia. ¿Es concebible que se produzca un cambio así?

Aquí está el reto para los educadores —probablemente la más insegura y atemorizada de las profesiones— abatidos por presiones públicas, limitados por las restricciones legislativas, esencialmente conservadores en sus reacciones. ¿Es posible que puedan abogar por una visión de realidades múltiples como la que he estado describiendo? ¿Pueden empezar a dar vida a los cambios en actitudes, conductas y valores que dicha visión del mundo exigiría? Ciertamente por sí solos no pueden, pero con el cambio subyacente en lo que Whyte llama "la tradición inconsciente", y con la ayuda de la nueva persona que vemos surgiendo en nuestra cultura, es concebible que pudieran tener éxito. No hago predicciones.

Yo concluiría entonces que si la sociedad sigue los mismos pasos de siempre con respecto a las visiones independientes debido a la velocidad de la comunicación mundial, tendrá que ejercer más y más coerción para producir un acuerdo forzado, en cuanto a lo que constituye el mundo real y sus valores. Esos acuerdos logrados por coerción variarán de nación a nación, de cultura a cultura. La limitación dentro de cada grupo destruirá la libertad individual; los choques entre las diversas visiones del mundo traerán nuestra propia destrucción total.

Pero he sugerido una posibilidad, si aceptamos como básico para toda la vida humana el hecho de que vivimos en realidades independientes; si podemos ver esas distintas realidades como el más promisorio recurso de aprendizaje que se ha tenido en toda la historia del mundo; si podemos vivir juntos para aprender unos de otros sin miedo, entonces vendría la alborada de una nueva era. Y tal vez —nada más tal vez— las profundas direcciones orgánicas de la humanidad están preparando el camino tan sólo para dicho cambio.

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