sábado, 27 de octubre de 2007

La Gran Cadena del Ser. (3)

La naturaleza trascendente del Espíritu

Todas las grandes tradiciones de sabiduría del mundo son variaciones de la filosofía perenne, de la gran holoarquía del ser. En su libro "Forgotten Truth", Huston Smith resume las principales religiones del mundo en una sola frase: "Una jerarquía de ser y de conocimiento". Chogyam Trumgpa Rinpoché , por su parte, señalaba que la idea fundamental, el sustrato esencial que impregna y subyace a todas las religiones orientales , desde la India hasta el Tibet y China y desde el shintoísmo hasta el taoísmo, es "una jerarquía de tierra, ser humano, cielo", lo cual equivale a decir de "cuerpo, mente y espíritu".

Esto nos conduce a la paradoja más notable de la filosofía perenne. Hemos visto ya que las grandes tradiciones de sabiduría suscriben la noción de que la realidad se manifiesta a través de una serie de niveles , o dimensiones, y que las dimensiones superiores son más inclusivas y, por consiguiente, más "próximas" a la totalidad absoluta de la Divinidad o el Espíritu. En este sentido, y en la medida en que no tomemos la metáfora en un sentido literal, el Espíritu constituye la cúspide del ser, el peldaño superior de la “escalera” evolutiva. Pero también es cierto que el Espíritu es la madera de la que está hecha la escalera misma y cada uno de sus peldaños. El Espíritu es la talidad, la ipseidad, la esencia de todas y cada una de las cosas que existen.

El primer aspecto, el aspecto del peldaño superior, es la naturaleza trascendente del Espíritu que supera cualquier cosa creada, finita y "mundana". Toda la tierra, e incluso todo el universo, podría ser destruída y el Espíritu, no obstante, seguiría permaneciendo.
El segundo aspecto, el aspecto de la madera, es la naturaleza inmanente del Espíritu: el Espíritu se halla igual y totalmente presente, sin parcialidad alguna, en todas las cosas y eventos manifestados, en la naturaleza y en la cultura, en los cielos y en la tierra. Desde este punto de vista, ningún fenómeno se halla más próximo al Espíritu que otro porque todos ellos están "hechos" igualmente del mismo Espíritu. Así pues, el Espíritu es, al mismo tiempo, tanto el objetivo más elevado de todo desarrollo y evolución como el sustrato de toda la secuencia y se halla tan plenamente presente al comienzo como al final. El Espíritu es anterior, pero no ajeno, al mundo.

El fracaso en no tener en cuenta esta paradójica situación ha conducido históricamente a los seres humanos a visiones muy unilaterales, y políticamente muy peligrosas, del Espíritu. Tradicionalmente, las religiones patriarcales han tendido a subrayar la naturaleza trascendente del Espíritu y a condenar, en consecuencia, a la tierra, a la naturaleza, al cuerpo y a la mujer a un status inferior. Antes de eso, sin embargo, las religiones matriarcales tendían a subrayar la naturaleza inmanente del Espíritu y la visión del mundo panteísta resultante equiparaba a la tierra finita y creada con el Espíritu infinito y no creado.

Es así que tanto las religiones matriarcales como las patriarcales han sustentado visiones unilaterales del Espíritu que han tenido nefastas consecuencias históricas y que han conducido al ser humano a realizar brutales sacrificios masivos para propiciar la fertilidad de la Diosa Tierra o a emprender guerras santas en nombre del Dios Padre. Pero, en el mismo núcleo de todas estas deformaciones superficiales, la filosofía perenne, el núcleo esotérico interno de la sabiduría religiosa, ha soslayado siempre todas las dualidades, tierra o cielo, masculino o femenino, finito o infinito, ascesis o revelación, y se ha ocupado, por el contrario, de tratar de lograr su unión e integración, no "dualismo". Esta unión entre los cielos y la tierra, lo masculino y lo femenino, lo infinito y lo finito, terminó explicitándose en las enseñanzas "tántricas" de las diversas tradiciones de sabiduría , desde el gnosticismo occidental hasta el vajrayana oriental. Este es, en definitiva, el núcleo no dual de las tradiciones de sabiduría al que se aplica el término de filosofía perenne.

El hecho es que si intentamos pensar en el Espíritu en términos mentales, lo que necesariamente provoca ciertas distorsiones, puesto que los holones inferiores no pueden englobar totalmente a los holones superiores, deberíamos, al menos, tener en cuenta la paradoja entre trascendencia e inmanencia que hemos señalado. La paradoja es simplemente la forma que adopta la no dualidad cuando se la considera desde el nivel mental. El Espíritu, en sí mismo, no es paradójico porque, estrictamente hablando, no hay forma alguna de caracterizarlo.

Esto se aplica doblemente a la holoarquía. Ya hemos dicho que cuando el Espíritu trascendente se manifiesta lo hace a través de una serie de estadios o de niveles, la gran cadena del ser. Pero esto no significa que el Espíritu, o la Realidad, sea en sí mismo jerárquico. El Espíritu Absoluto, o la Realidad, no es en modo alguno calificable en términos mentales; que, a fin de cuentas, son holones inferiores; y, por consiguiente, es ajerárquico, es shunyata, nirguna, apofático, es decir, totalmente incalificable y totalmente limpio de rastro alguno de atributos concretos limitadores. Sin embargo, cuando se manifiesta lo hace gradualmente, en estratos, en dimensiones, en capas, en niveles o en grados, elijamos el término que prefiramos, y eso es precisamente la holoarquía. En el vedanta se habla de los koshas, las distintas envolturas o estratos que cubren a Brahman; en el budismo son los ocho vijnanas, los ocho niveles de conciencia, cada uno de los cuales es una versión descendente o más restrigida de las dimensiones mayores; en la kabbalah se les denomina los sephiroth, etc.

El hecho es que todos éstos son niveles que foman parte del mundo manifiesto, de maya. Cuando maya no se reconoce como el juego de lo Divino, no hay nada más que ilusión. Jerarquía es ilusión. De hecho, los únicos niveles que existen son niveles de ilusión, no niveles de realidad. Pero, según las tradiciones, la comprensión, y sólo la comprensión, de la naturaleza jerárquica del samsara nos permite realmente salir de él.

Fuentes:
Ken Wilber, "Trascender el Ego".







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