Publica un libro sobre el haiku como camino espiritual y afirma que el arte no está en vencer, sino en saber esquivar la confrontación.
Por GASPAR HERNÀNDEZ
--¿Qué le fascina de la cultura japonesa?
--La sensibilidad. Una sensibilidad que puede educar la nuestra, que puede hacer que en ti se produzcan transformaciones.
--¿Para llegar adónde?
--A una intimidad mayor con el mundo. Eso es el haiku: una forma de acercarse a la realidad.
--¿No tenemos intimidad con el mundo?
--No. La mayoría de las veces somos espectadores. Y espectadores pasivos y desatentos que, además, proyectamos afuera nuestra propia desdicha y ruido interno.
--Pero nosotros formamos parte del mundo.
--Podemos estar más en él si nos imponemos menos. Nuestro mundo psicológico tendría que acallarse. Los haikus te enseñan a no pensar, a no imponer tu mundo sentimental. Aquí nos creemos muy importantes porque pensamos y sentimos una serie de cosas. Y ellos dicen: "Ni el mundo de lo que tú amas ni de lo que piensas me interesan nada".
--¿Qué les interesa?
--Si estabas delante de una hierba cuando se inclinó al posarse una libélula.
--Nuestro ego nos impide ver la hierba.
--Exacto. Tendríamos que desaparecer para ser testigos de aquello que sucede delante nuestro. El buen poeta de haikus desaparece y se entrega generoso a la labor de recoger pequeños instantes de lo que sucede en el mundo.
--¿Y el malo?
--Se cree superior. Si un haiku nos impacta, es que es bastante malo. Un buen poema lo puede escribir un mendigo. No hacen falta metáforas ni grandes palabras.
--Las palabras pueden estorbar.
--Lo ideal para ellos es hablar no con palabras, sino con el hara.
--¿Quiere decir las entrañas?
--Con el centro vital. Las palabras no tienen nada que ver con lo que estás comunicando. Si eres capaz de percibir a la persona integral que tienes delante, y no solo una verbalización, encuentras soluciones donde el otro no las encontraba con palabras.
--Su concepto del yo es radicalmente opuesto al nuestro.
--Desde el punto de vista oriental, el yo es una tensión dentro de la creación. Se trata de armonizar con el mundo. Aquí decimos: "Yo soy yo porque soy diferente del mundo". Y eso mismo que te define, es tu causa de angustia.
--Pero a veces ellos se van al otro extremo.
--A veces se identifican tanto con su empresa, que su nombre pasa a ser Federico Mitsubishi o Pepe Sony. Así desaparece su yo. Ni nuestro yo occidental pétreo es bueno, porque chocamos y no paran de saltar chispas, ni tampoco lo es su yo inexistente.
--¿Qué más ha aprendido de Ja- pón en los últimos años?
--La modestia. He vivido con monjes budistas, con ancianos, con amas de casa, con muchos estratos sociales que me han enseñado el Japón real. Y su gran enseñanza es la modestia.
--¿Algún recuerdo notable?
--Trabajaba en una pequeña aldea de campesinos cultivando setas y tenía cama y comida a cambio de mi trabajo. Una vez nos internamos en el bosque con mi compañero y me sorprendió mucho que él fuera todo el rato esquivando hilos de araña.
--O sea, que no solo los veía, sino que los respetaba.
--Sí, y yo me los iba comiendo todos detrás de él. El hecho de que se molestase en esquivarlos para no dañar la naturaleza dice mucho del espíritu de Japón. Era un chaval que casi no hablaba, que no me colocó nin- gún rollo ni quiso hacer proselitismo de nada.
--¿En la vida social hay humildad?
--El pueblo japonés es extraordinariamente educado y cortés. La palabra "disculpe" o "perdone" se puede escuchar 40 veces en un día. Viven con esa palabra en la boca, incluso piden disculpas si otro les pisa. Es una forma de recomponer el equilibrio: por algo son la cultura de la armonía. Se esfuerzan en crear armonía en el trabajo, en la vida social, en la relación de pareja.
--Aquí nos peleamos todo el día.
--En Japón el arte supremo es no pelearse. El saber vencer no es un arte; el arte está en ser capaces de esquivar la confrontación.
--Aquí eso es sinónimo de cobardía.
--En Japón es todo lo contrario. Para evitar el combate, tienes que desarrollar ingenio. Tu creatividad está en juego, pero no para ganar, sino para rehuir el combate.
--¿Por qué no combatir?
--Porque es una destrucción de la armonía. Donde uno ve la necesidad del encontronazo, otro ve la salida. El que halla la salida tiene más talla, es más persona, porque ha dado con una solución sin violencia.
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