Embajadora por la paz en misiones humanitarias. Actualmente trabaja en Birmania y enseña yoga tibetano por todo el mundo.
--¿Cómo conoce a alguien de entrada?
--A través de su respiración. Por cuánto aire suelta hacia el otro. Inhalamos y exhalamos, y en tanto que exhalamos, somos generosos.
--¿Tendríamos que exhalar más?
--Sí, hay que exhalar mucho más, porque nos sobra aire. Tendemos a coger más aire del que necesitamos.
--¿Cómo respirar?
--Vaciando la mente de todas las cosas que no te valen. Cada vez que respiras estás naciendo y muriendo. La respiración es el acto de vida y muerte, perfectamente diseñado para que entendamos qué es el universo: orden, caos, resurgimiento.
--¿Usted puede notar cómo exhala su interlocutor?
--Sí, y cómo se mueven tus canales sutiles. Creemos que solo nos manifestamos en una dimensión física, pero en realidad nuestra existencia se establece en 84 planos. Solo podemos ver uno. No podemos dejarnos llevar por las apariencias. Nuestro cuerpo, en realidad, está vacío.
--Yo el mío lo veo bastante lleno...
--Tu cuerpo está situado en una dimensión, sí, pero no en todas las dimensiones de tu existencia. Porque los seres humanos somos energía. Es verdad que tenemos un cuerpo, y la posibilidad de hablar, de ser seres inteligentes, de compartir. Es una magnífica posibilidad, pero hay otros reinos de existencia.
--Usted ha sufrido mucho. Ha vivido dos cánceres y ha perdido a un hijo que nació muerto.
--Sí, pero no hay muchas diferencias entre lo que yo he sufrido y lo que veo sufrir, en esta etapa de mi vida, a los demás. Mi sufrimiento y tu sufrimiento son iguales. Cuando voy a una guerra a ayudar a la gente no lo hago por necesidad, sino porque lo siento, porque soy cómplice de la respiración mundial, del sonido del universo. Me meto y los veo sufrir.
--¿Cómo les ayuda?
--Dándoles muchísimo amor. Son personas que están muy mal, y voy a darles un poco de paz y humanidad.
--¿Cómo?
--A veces conseguimos enviarles un avión de ayuda humanitaria; otras, les abrazamos. Recuerdo a una mujer que vi hace poco en Birmania: te- nía sida, estaba fatal, y nadie se dete- nía junto a ella. Yo me paré, la miré, y la abracé. El abrazo es el acto más humano. A través de él podemos comprender que los demás sufren y nosotros también. Y no hay ninguna diferencia, porque tú eres yo y yo soy tú. Somos parte de la misma materia y la misma energía, que es luz.
--¿En qué trabaja ahora?
--En Birmania estoy trabajando para crear condiciones de paz y resolver el conflicto dentro de una campaña internacional, desde una perspectiva no violenta. La plataforma que dirijo se llama Birmania por la Paz.
--¿Cuál es, según usted, la mayor fuente de sufrimiento?
--Creer que las cosas son como creemos que son. En tanto que creemos que tenemos la razón y la verdad sobre todas las cosas, nos dedicamos a infligirle al otro nuestro esquema de pensamiento, lo que los budistas llamamos errores de la mente. Y esos errores van creciendo hasta que se hacen insoportables y toman forma de bomba atómica, crisis nuclear o cambio climático.
--¿Su sufrimiento tuvo una causa?
--Por supuesto. Todo lo que yo he experimentado procede de que yo creé las causas para eso.
--¿El cáncer?
--Fue una metástasis de la pérdida de mis dos maestros, que murieron a la vez. El impacto fue muy fuerte. Estaban muy lejos, no podía verles, y eso atacó a mis canales sutiles. No pude transformar el dolor. Pero a partir de los 40 me he dado cuenta de que el sufrimiento no es como yo creía.
--¿No era real?
--Fue real que mi hija y mi padre muriesen, pero no era una realidad última, sino una realidad aparente, porque en el fondo ellos no morían ni yo moría. Simplemente, estábamos transformándonos. Aprendí a transformarlo. En el caso de mi hija que murió, lo transformé tanto que me dije: "La voy a recuperar".
--¿...?
--Hice una serie de prácticas espirituales. Mi hija murió el 2 de febrero, y el día 5 yo estaba saliendo para la India, sabiendo que si encontraba la clave, desde un paradigma budista, mi hija se reencarnaría. Y yo quería que naciera de nuevo conmigo. Hice un trabajo a contratiempo, visité a mis dos maestros y les pregunté qué tenía que hacer para que volviese a nacer. Y el 31 de diciembre del mismo año tuve un hijo. Si crees en la reencarnación, crees en la posibilidad de cruzar los velos del tiempo.
--Y, a usted, ¿qué le gustaría ser cuando se reencarne?
--Un ser iluminado.
--Quizá ya lo es ahora.
--Depende de los ojos con que me veas.
Fuentes: