En las últimas décadas expertas en distintas disciplinas han comenzado a reconstruir la identidad femenina que fue ensombrecida y mutilada durante más de veinte siglos por el pensamiento patriarcal. Psicólogas, arqueólogas, antropólogas, chamanas, teólogas y eruditas han tenido que remontarse hasta los mitos y arquetipos de origen de la cultura agrícola que floreció en la Antigua Europa, Anatolia, Medio Oriente y otros lugares del planeta (entre el 800 al 3.000 a. C., y perduró en una miríada de diosas y rituales en culturas posteriores) para encontrar rostros femeninos no oprimidos.
En esas tradiciones sagradas el símbolo de la Gran Diosa, la Creadora de la vida, la muerte y el renacimiento cíclico contiene un caudal psicológico - espiritual de orientación femenina, muy distintos a las filosofías masculinas y religiones monoteístas tardías de la antigüedad clásica. Psicólogas neo-junguianas, como Jean Shinoda Bolen y Silvia Brinton Perera consideran a las diosas como patrones potenciales en la psiquis de todas las mujeres. Los arquetipos femeninos de las diosas pre-cristianas y pre-helénicas siguen siendo relevantes para las mujeres porque en ellos hay una resonancia de verdad. Muestran cómo son las mujeres, con más poder y diversidad de comportamiento del que se les ha permitido ejercer históricamente.
Caittlin Matthews, experta galesa en tradiciones celtas y artúricas, analizó la mitología de diferentes pueblos y épocas detectando diez arquetipos femeninos representados por las diosas de todo el mundo.
El primero es la Diosa Creadora o Conformadora de Todo, que se despliega en nueve aspectos o diosas que expresan potencialidades, energías y capacidades que las mujeres pueden traer a la conciencia, a fin de favorecer una percepción interna que reemplace al dualismo maniqueo que definió lo femenino con estereotipos tales como “santa o prostituta” “madre bondadosa o madre terrible”, “varón fallido”, “envidiosa del pene”, entre muchas otras.
Los primeros arquetipos que emergen de la Creadora son: la Energizadora, la Medidora y la protectora, las energías básicas para moverse en la vida. Afrodita, la diosa luna del mar, las Ninfas del bosque o la Sakti hindú fueron percibidas como danzantes que esparcen la energía de la Creadora en los humanos, la naturaleza y el cosmos, activando diversas potencialidades. Las manifestaciones de la Energizadora están cargadas de belleza, dinamismo y vitalidad; exaltan el cuerpo y la sexualidad, vivenciados con placer, dicha y libertad.
A la Medidora la encontramos entre las Parcas griegas y las Nornas vikingas, que determinan cómo circulará la energía y a través de qué canales. Como diosas del Destino implican las elecciones que realizamos en la vida. La activación de la Energizadora y las decisiones de la Medidora están equilibradas por la Protectora.
Artámis, Atenea y Hera, la Reina del Cielo, portan este atributo de autonomía como protectoras y gobernantes. Cuando uno o más de estos aspectos está desactivado o negado en la conciencia de una mujer, no es casualidad que ella vivencie estados depresivos, de baja autoestima, o de dependencia con el riesgo de sufrir algún tipo de maltrato.
La Iniciadora, la Desafiante o la Liberadora nos muestran a la Diosa cuando encarna la capacidad de cambio y transformación. En los misterios de Isis y Démeter (que fuerron practicados hasta el principio del cristianismo) las diosas aparecen como sacerdotisas que conducen a los iniciados al interior de su cueva sagrada, laberinto o templo, para que experimenten las propias profundidades del inconciente y de lo mistérico. En ese descenso al mundo interno bajo la consigna délfica del “conócete a ti mismo”, la Diosa se transforma en Desafiante con rasgos temibles, portando la máscara de la muerte cíclica.
La Desafiante como Serpiente, Górgona, Esfinge Sirena o Erinia ha sido desfigurada haciendo de las mujeres desafiantes las portadoras de los más terribles y misóginos calificativos; reprimidas como locas, brujas, o demonios, sexualmente insaciables. Esta mentalidad la encontramos en los mitos de los héroes aqueos (Teseo, Heracles, Perseo) glorificados por haber asesinado las diversas manifestaciones de la Desafiante pero en el pensamiento sagrado matrístico este arquetipo es profundamente sanador cuando se lo comprende en toda su dimensión. La Desafiante es el espejo donde vemos nuestro rostro más íntimo, y al contemplarlo vemos las distorsiones, conflictos y angustias que nos impiden crecer y madurar. Para las mujeres, el encuentro con la Desafiante ayuda a percibir y diferenciar los estereotipos patriarcales de los arquetipos o energía personales más genuinos. Cuando comprendemos el mensaje de transformación que este aspecto comunica podemos comenzar a transitar la liberación.
Tanto Isis como Démeter son liberadoras porque devolvían la vida a sus hijos o consortes, haciéndolos renacer de su útero sagrado. Lo mismo sucede con Inanna e Ishtar que, en su calidad de liberadoras, descienden al mundo subterráneo y se encuentran con Ereeskigal, la Diosa Oscura, su otro yo. En los mitos, la Desafiante-Liberadora no es otra que una diosa solar temporalmente oscurecida, como sucede con Ragnell, la Dama Horrible de la leyenda artúrica.
El proceso liberador que las diosas liberadoras revelan es muy semejante al que Carl Jung describió como percibir y honrar la sombra, de una manera aceptable en vistas a lograr el proceso de individuación o emergencia del Sí mismo.
Los últimos tres arquetipos que compone Caitlin Matthews son : La Tejedora, la Nutricia y la Potenciadora. La tejedora es una maga que teje, cuida y reajusta la trama sagrada de la vida. La Mujer Araña de los Navajos, la Brigit celta y Mnemosine, la madre de las musas, encarnan este aspecto conector, ejerciendo como patronas de conocimiento, el chamanismo, la profecía y las artes. Actualmente este arquetipo está muy activo en la psiquis de las mujeres, motivándolas a reconectar sus vidas desde un patrón diferente al usado hasta entonces, haciéndola conciente de la práctica del cambio en lo cotidiano. Muchas han descubierto sus energías sanadoras, holísticas o chamánicas en sintonía con la defensa de los ecosistemas.
La Nutricia y la Potenciadora son dos arquetipos que están por venir, en el sentido que expresan la emergencia de una conciencia femenina finalmente despojado de los estereotipos patriarcales. La Nutricia es el aspecto sustentador de la madre pre y post-patriarcal. Todas las diosas madres que habitan las mitologías son nutricias y legisladoras, pero nuestra manera de apreciarlas aún es deficiente porque suponemos que las mujeres, al encarnarlas, deben “dar todo sin pedir nada a cambio”, y cuando expresan sus exigencias son criticadas como madres desnaturalizadas. Pero la Nutricia manifiesta la posibilidad de amar, sustentar y nutrir la vida ejerciendo poder con otros, en lugar de “poder sobre otros” que aún persiste en la cultura occidental.
El ejercicio de la maternidad tendrá importantes implicancia políticas, económicas y culturales.
Algo similar ocurre con la Potenciadora que en los mitos aparece como diosa de la sabiduría: Sofía, Kuan Yin, Tara y Shokiná. También en la anciana sabia de las culturas indígenas. Como continuadora de la Tejedora y la Nutricia, la Potenciadora manifestará una sabiduría femenina hasta ahora desconocida.
En este breve recorrido observamos que el trabajo de Caitlín Matthews, como el de otras erúditas que investigan los símbolos de la Diosa, tiene el mérito de haber sacado a la luz un conjunto arquetípico abierto a la experiencia de cada mujer.
El Arquetipo de la Gran Madre
El Arquetipo de la Gran Madre tiene todos los rasgos que usualmente han sido atribuidos a las madres en todos los tiempos. Como todo arquetipo se manifiesta en sus dos aspectos: oscuro y numinoso. Encontramos, entonces, dos tipos fundamentales: la madre nutricia y la madre devoradora.
En la “Gran Madre”, en tanto manifestación arquetípica, lo femenino aparece como principio creador independiente del hombre personificado y por esa razón es que se la considera “virgen” y su poder y riqueza va más allá del “principio masculino”. Esta figura arquetípica la vemos representada en los mitos y leyendas de todas las civilizaciones de todos los tiempos. Así, tenemos el ejemplo de la Virgen María, de las Grandes Madres egipcias y mediterráneas, todas ellas “madres vírgenes” portadoras de un gran poder de creación y fecundidad y a quienes, por sobre todo, se las venera, aún hoy en día, con el objeto de que haya prosperidad, alimento, buenos cultivos, salud, etc.
Tenemos otros ejemplos de este tipo de “madres”: los gemelos Rómulo y Remo fueron hijos de madre virgen; el Popol Vuh libro sagrado de los maya-quichés dice que los gemelos Hunahpu y Ixbalanqué fueron engendrados por la joven virgen Ixquic cuando una calavera escupió su mano (“en mi saliva y en mi baba te he dado mi descendencia”, dijo la calavera a la muchacha).
Otros héroes, dioses, semidioses y profetas han sido engendrados sin que interviniera el varón: la virgen Maia engendró a Buda, y, además, Hermes, Baco-Dionisos, Adonis, Agni, Mitra, Krishna y Jesús, fueron dados a luz por madres vírgenes.
En la mitología griega, el Arquetipo de la Gran Madre estuvo representado por Gaia (Tierra), personificando a la Madre Tierra. En su “Teogonía” Hesíodo relata cómo, después del Caos, surgió Gaia desafiante, y con ella la creación de los eternos dioses del Olimpo.
En Roma, la diosa Cibeles (extraída de la mitología griega), fue venerada como Magna Mater, la “Gran Madre”.
En la mitología nórdica, la Gran Madre estuvo representada por la misma madre de Thor, quien era conocida como Jord, Hlódyn o Fjörgyn. Mientras que en la mitología lituana Gaia – Žeme, también clara manifestación de este arquetipo, era hija del Sol y la Luna, y también esposa de Dangus.
Las culturas precolombinas, en especial la incaica, creían en la Pachamama como personificación de la Madre Tierra (Gran Madre). Ella, junto con su esposo Inti, el dios del sol, eran considerados deidades generosas. El culto a Inti se perdió con el paso del tiempo, pero la Pachamama aún sigue teniendo vigencia en los pueblos de esa zona y, en especial en el Noroeste argentino, lo que indica la fuerza energética que posee el arquetipo de la Gran Madre. El culto a la Pachamama no pudo ser erradicado ni siquiera con la evangelización de los aborígenes y actualmente cada 1º de agosto comienzan las ceremonias en su honor, y, además, se le hacen ofrendas cada vez que comienza la época de siembra y cosecha y cuando se marca la hacienda. En este culto participan también aquellos que profesan la fe católica.
Como hemos visto, el Arquetipo de la Gran Madre puede tener dos vertientes, puede ser benévola (nutricia) o puede tener un carácter vengativo, oscuro (devoradora) castigando a la gente, pidiendo tributos o convirtiendo a los seres humanos en piedras, todo dependiendo de su justicia caprichosa y de su estado de humor.
Esta dualidad está presente en Artemisa, la Señora de los Animales griega, que podía ser cruel o benévola, cazadora virginal o diosa de la fertilidad. Las Grandes Madres de la época Micénica tenían también ambos caracteres, vírgenes y diosas de la fertilidad.
De modo general el Arquetipo de la Gran Madre, cuando actúa como complejo psíquico tanto en el hombre como en la mujer, implica la búsqueda del retorno a la protección materna, a ese paraíso imaginario de plenitud y armonía, y en este sentido está íntimamente ligado a las manifestaciones del Arquetipo del Paraíso Perdido.
La virtud que el Arquetipo de la Gran Madre desarrolla es la capacidad nutricia, de protección y amor. Jung sostuvo que la experiencia que haya tenido el niño o la niña con su propia madre no alcanza para comprender las características que se le atribuyen a las figuras representativas de lo “materno”, tales como: la autoridad mágica de lo femenino; la sabiduría; la bondad; el aspecto protector, sustentador y generador de crecimiento, fertilidad y alimento; así como lo secreto, lo oculto, lo sombrío; el abismo; lo que devora, seduce y provoca miedo. Es por esto que afirmó que “…todos esos efectos de la madre sobre la psique infantil pintados por la literatura no provienen meramente de la madre personal, sino más bien del ´arquetipo proyectado sobre la madre´, el cual da un fondo mitológico a ésta y le presta de ese modo autoridad y numinosidad”
(Jung, C. G. “Arquetipos e Inconsciente Colectivo”).
La madre personal entonces, sólo influye en el hijo o hija en la medida en que éstos proyectan el arquetipo materno sobre ella, y ello tiene más que ver con un desarrollo muy particular, propio de la fantasía infantil proveniente de lo inconsciente colectivo, que con efectos traumáticos realmente acontecidos.
Es por esto que Jung sostenía que en aquellos casos en los que se sospechaba una neurosis infantil, él comenzaba buscando la neurosis en la madre, pues es mucho más probable que un niño tenga un desarrollo normal que neurótico, y porque en la mayoría de los casos se puede demostrar la existencia de perturbación en los padres, en especial en la madre.
Muchos de nuestros más terribles temores están arraigados en la figura arquetípica de la Gran Madre en su aspecto ourobórico. El terror más profundo respecto a ese aspecto devorador del arquetipo se refleja en el mito de las vampiresas, vigente en las culturas de todo el mundo.
El Arquetipo de la Gran Madre también aparece simbolizado por todo lo que sea profundo: abismos, valles, fuentes, grutas, mares y lagos. En otras ocasiones está representado como la casa o la ciudad que nos contiene. En general, todo aquello que se presente como de grandes dimensiones, espacioso y con la característica de abrazar, contener, ceñir, rodear, envolver, cubrir, preservar o nutrir a algo más pequeño, constituyen símbolos que se refieren a la Gran Madre.
Los humanos proyectamos este arquetipo en las respectivas madres. Pero cuando el arquetipo no encuentra una madre biológica o sustituta disponible, tiende a personificárselo, convirtiéndolo en un personaje mitológico – por ejemplo – “de cuentos de hadas”; o se lo busca a través de una institución religiosa; o identificándolo con la “Madre Tierra” la Pachamama en regiones cordilleranas de América del Sur; o en la figura de la Virgen María y otras tantas que se prestan para ser depositarias de la Gran Madre arquetípica. Porque, como señala Jung, “la Gran Madre es ante todo un arquetipo [...] una imagen interior, eternizada en la Psyché; y para la organización psíquica, a la vez un centro y fermento de unificación. Algo inmutable”.
Jung explica también las causas de este fenómeno de la doble vertiente del arquetipo y las diversas manifestaciones que hemos mencionado, en su obra “Arquetipos e Inconsciente Colectivo”. Allí expresa: “La portadora del arquetipo es en primer término la madre personal, porque en un comienzo el niño vive en participación exclusiva, en identificación inconsciente con ella. La madre no es sólo precondición física, sino también psíquica del niño. Con el despertar de la consciencia del yo la participación se va disolviendo poco a poco y la consciencia comienza a ponerse en oposición con lo inconsciente, esto es con su propia precondición. De allí resulta la diferenciación entre el yo y la madre, cuya peculiaridad personal poco a poco se vuelve más clara. De ese modo se desprenden de su imagen todas las características misteriosas y fabulosas y se desplazan hacia la posibilidad más cercana: la abuela. Como madre de la madre, ella es “más grande” que ésta. No es raro que tome los caracteres de la sabiduría al igual que los propios de la brujería. Pues cuanto más se aleja el arquetipo de la consciencia tanto más clara se vuelve ésta y tanto más nítida figura mitológica toma el arquetipo. El paso de la madre a la abuela representa un ´ascenso de rango´ para el arquetipo.” Y luego agrega que: “Al volverse mayor la distancia entre lo consciente y lo inconsciente, la abuela materna se transforma, por ascenso de rango, en la “Gran Madre”, con lo cual ocurre frecuentemente que las oposiciones interiores de esta imagen se separan de ella. Surge por un lado un hada buena y por el otro una mala, o bien una diosa benévola y luminosa y otra peligrosa y sombría. En el Occidente antiguo y en especial en las culturas orientales, las oposiciones permanecen a menudo unificadas en una figura, sin que la consciencia experimente esta paradoja como algo perturbador. Así como las leyendas de los dioses muchas veces están llenas de contradicciones, lo mismo ocurre con el carácter moral de sus figuras.” Y de esa manera es que surge esta ambigüedad en las diosas míticas, fieles representantes del Arquetipo de la Gran Madre.