jueves, 15 de abril de 2010

La persona, el personaje, la máscara

"La persona...es aquel sistema de adaptación o aquel modo con el cual entramos en relación con el mundo. Así, casi toda profesión tiene una persona característica. El peligro está solo en que se identifique uno con la persona, como por ejemplo el profesor con su manual o el tenor con su voz... Se podrá decir con cierta exageración: la persona es aquello que no es propiamente de uno, sino lo que uno y la demás gente creen que es."
 C.G.Jung
I - La Persona y la Máscara

La palabra persona, proviene del griego Prosopón, términos que señala las máscaras que utilizaban los actores de la tragedia y la comedia. En la Grecia clásica la palabra Prosopón (πρόσωπον) designaba tanto a la persona como a la máscara. El mismo actor salía a escena con diferentes máscaras que correspondían a diferentes personajes. En la vida real todos representamos diferentes roles, que en escena se corresponderían a máscaras distintas: la máscara-rol del asalariado, del esposo, del padre, etc.
“Persona” significaba, pues, en el teatro tanto la máscara como el papel que representaba el actor a través de ella, por lo tanto, el personaje. Algo sugerente de esta imagen es que el papel representado en el teatro sólo se podía hacer y era reconocible si el actor hacía resonar la voz por detrás de la máscara . Nos sugiere, por un lado, que reconocemos al personaje a través de ciertas características ejemplificadas en la máscara lo cual supone que lo representado sólo puede ser representado justo a partir de la mediación y la simplificación. Al mismo tiempo, hay una pequeña distancia pero una distancia efectiva entre la voz que resuena tras la máscara y aquello que vemos: hay algo en el camino que se pierde y que no puede hacerse inteligible del todo

Estas máscara se caracterizaban por su dimensión desproporcionada, mayor que el cuerpo, sus rasgos esenciales -que mostraban el carácter dramático o cómico del personaje-, y el uso de un cono que amplificaba y proyectaba la voz del actor. Todo esto, sugiere que la persona, en su relación con la máscara, es una amplificación (En el latín: Per Sonare"resonar") y una mediación que nos permite captar aspectos esenciales de la interioridad de un sujeto.

La persona representa nuestra imagen pública y representaría el arquetipo de la máscara  dentro de la conceptualización de la Psicología analítica de C. G. Jung. Por tanto, la persona es la máscara que nos ponemos antes de salir al mundo externo. Constituye aquella parte de nuestra personalidad que lidia con la realidad externa, es la máscara que se antepone en nuestro desenvolvimiento social cotidiano. Siendo esto así, Jung consideraba que la persona era parte necesaria, no patológica, del desarrollo individual, especialmente respecto de la capacidad de asumir un papel social.Aunque se inicia siendo un arquetipo, con el tiempo vamos asumiéndola, llegando a ser la parte de nosotros más distantes del inconsciente colectivo.

"La persona es una especie de camuflaje que sólo permite a los demás ver de nosotros lo que nosotros queremos que vean y nada más. Pero la persona tiene también otro significado más antiguo, el que se encuentra presente en todos los ritos mesoamericanos y que tan bien conocen las cantadoras, cuentistas y curanderas. La persona no es una simple máscara detrás de la que uno se oculta sino una presencia que eclipsa la personalidad exterior- En este sentido, la persona o máscara es un signo de categoría, virtud, carácter y autoridad. Es el significador exterior, la exhibición externa de dominio." 
"Mujeres que Corren con los Lobos" por Clarissa Pinkola Estés

En su mejor presentación, constituye la “buena impresión” que todos queremos brindar al satisfacer los roles que la sociedad nos exige. Pero, en su peor cara, puede confundirse incluso por nosotros mismos, de nuestra propia naturaleza. Algunas veces llegamos a creer que realmente somos lo que pretendemos ser. La patología deviene ante una identificación rígida con el arquetipo.

II - El Rol

La máscara es una adecuación que nos permite relacionarnos con los demás. Pertenece sin lugar a dudas al mundo de los roles tanto en su aspecto relacional como en sus aspectos manipulatorios. O sea que, a través de la máscara, podemos comunicarnos o podemos controlar la comunicación.

Un rol es un conjunto de comportamientos que tienen por objeto proyectar cierta imagen ante los demás y ante nosotros mismos. En cada rol adoptamos ciertos comportamientos, sentimientos y actitudes. Esas respuestas se construyen automáticamente. Cuando nos identificamos plenamente con un rol, éste no sólo nos impide interactuar con toda clase de gente y explorar diversas posibilidades: también nos aparta de lo que está ocurriendo en la realidad. En vez de ser reales, nuestras vidas se convierten en una compleja obra teatral. Cuando ésto ocurre, la soledad es inevitable. Su causa no es la separación de los demás, sino de nosotros mismos.
Los roles pueden resultar hipnóticos. Podemos enamorarnos de un rol o fantasía y vivirlo como si fuera nuestro verdadero ser. O, más común, podemos enamorarnos de alguien que está representando un rol. Aquí no nos enamoramos de una persona verdadera, sino de la imagen o fantasía que ha creado para nosotros. Podemos sufrir una conmoción si esa persona abandona su rol y nos encontramos cara a cara con quien es en realidad. Ésto habitualmente toma algunos meses de relación, y luego comenzamos a preguntarnos, ¿dónde ha ido a parar el amor?.
Representar un papel nos brinda una sentimiento temporal de seguridad. La seguridad temporal no es mala, pero es sólo temporal y no satisface nuestras necesidades más profundas, ni llena nuestro vacío interior. El mayor peligro de perdernos en un rol es que ese rol puede empezar a sobrepasarnos. Podemos perder contacto con la realidad. Perdemos conexión con nuestros sentimientos, y puede que llegue un punto en que no seamos capaces de ver las posibilidades con que contamos en nuestra vida.
Muchísimos malentendidos y una profunda falta de comunicación suelen ser las consecuencias de apegarse a un rol en particular, o a una ilusión de sí mismo. Despéguese un poquito. Mire si puede empezar a separarse del rol estático que ha construido para usted

A la máscara, se le pueden adosar todos los estereotipos posibles, formas significativas que desarrollamos desde muy temprana edad y que nos permiten adecuarnos a las necesidades de integración. Esto está presente desde nuestro origen tribal que nos urge a buscar modos de pertenencia, entendimientos con los otros, que sean garantizadores del orden y los acuerdos colectivos. Estas temáticas ocupan gran parte de los primeros años de la vida, comenzando por la adolescencia y culminando en la juventud.
Luego de esto se produce una rigidez convencional y que responde a supuestos colectivos o una libertad que se traduce en crecimiento de nuestra individualidad.
De todas maneras, no debemos dejar de ver en la máscara, una mediación que revela a la vez que oculta, un elemento regulador de la intimidad y a la vez un aspecto de la conciencia que nos ayuda en términos de la comunicación. Se trata de una ventaja que nos permite interactuar con los demás. La sociedad depende de las interacciones entre la gente a través de la personalidad.

"La persona es un complejo funcional que surge
por razones de adaptación o conveniencia personal."

Usualmente presenta aspectos ideales de nosotros mismos, los que presentamos al mundo exterior. Es un complejo que abarca lo que los demás dicen de mi, lo que yo creo que soy, lo que desearía y creo que debo ser.
La máscara expresa un sistema de creencias que puede ser cómodo o asfixiante.

"La persona puede ser también aquello que en realidad no soy,
pero que yo mismo y los demás creemos que soy."

Antes de diferenciarse del ego, la persona se vivencia como individualidad. De hecho, como identidad social por una parte e imagen ideal por otra, es poco lo individual que hay en ella.

Cuando analizamos la persona, nos arrancamos la máscara y descubrimos que lo que parecía ser individual es en el fondo algo colectivo (Sistema de creencias o red conceptual.) En otras palabras, que la persona era sólo la máscara de la psique colectiva. En lo fundamental, la persona no es algo real, es un convenio entre el individuo y la sociedad en cuanto a lo que un hombre debe aparentar ser... Es una realidad secundaria, un convenio en donde los demás tienen generalmente más influencia.

III - El concepto de Persona

El tema de la persona ahonda sus raíces en la Filosofía y, por tanto, en la Antropología.

El ser humano, en cuanto tejido único con sus tres estratos: biológico, psicológico y espiritual, es objeto de estudio tanto de las ciencias experienciales o del espíritu, como de las ciencias experimentales o de la naturaleza.
“El ser humano moderno ha topado consigo mismo y vive obsesionado por alcanzar la comprensión, la expresión y la realización de sí mismo. Todavía estamos inmersos en el horizonte de lo antropológico, entre la admiración y el espanto que nos produce lo humano”.

Hay que decir con Heidegger que nunca hemos sabido tanto sobre el ser humano y nunca como en este momento sabemos menos de él. Andamos sin reposo por los senderos de los múltiples saberes que se han acumulado en torno al ser humano, y perdidos, porque aun ignoramos las respuestas decisivas a nuestra insistente pregunta:
¿Qué es el ser humano?

¿Qué pensador no se ha hecho esta pregunta? Cuando nos miramos con honestidad a nosotros mismos vemos demasiada miseria para que esa definición que pudiéramos dar de nosotros fuera algo definitivo, integral e incluso brillante. ¿No será que el ser humano está hecho de tal manera que tiene necesidad de otro que lo defina, que le dé razón de su ser y de su destino?

Sin embargo todos convienen en que el ser humano es un ser personal. Ser humano y persona no son conceptos equivalentes, pero son inseparables, se dan la mano, el uno ayuda a la comprensión del otro.

Muchas han sido las definiciones que a través de la historia se han dado del ser humano: animal racional, animal político, animal social, animal de trabajo, animal lingüista, animal simbólico, animal estructural, animal proletario, animal técnico y tantas otras. Se le ha comparado siempre al ser humano con el animal para, por diferencia específica, definirlo. Lo que se aprecia es que ni una definición sola ni todas juntas dan razón todavía de quién sea el ser humano. El ser humano es “+” que todas ellas. Cada una de estas definiciones deja fuera un inmenso campo de valores sin definir, porque cada una hace referencia a algún aspecto del ser humano. Se podría decir que todas se inscriben dentro del marco psicológico del ser humano, hacen referencia a un aspecto de su psicología o a alguna de sus facultades dejando fuera su espíritu. El ser humano es más que todas estas definiciones juntas, es “+” que todo método y “+” que toda ciencia.

También Jesús Cristo da una definición del ser humano, seguramente la más arriesgada y honda que jamás haya sido dada en la historia:
"Dioses sois".
Esta definición responde a la concepción del hombre en el pensamiento hebreo:
“Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”.
Para el pensamiento cristiano, el hombre, pues, no es imagen de sí mismo, ni del mundo, ni de la sociedad, como lo quiere Jean Paul Sartre, sino del Sujeto Absoluto. Esta definición implica que no es el ser humano el que se define a sí mismo, sino que tiene necesidad de alguien que lo defina, alguien que dé razón plena de su destino.


“Persona” es un término que ha sufrido distintas transformaciones y tiene su propio recorrido metafísico como concepto. La cultura clásica no reconocía valor absoluto al individuo en cuanto tal, hacía depender su valor de la proveniencia, del censo y de la raza. El concepto de persona, en cuanto que pone el acento sobre el individuo singular y concreto, se aleja del pensamiento griego, que daba mucha importancia, reconocimiento y valor solamente a lo universal, a lo ideal, a lo abstracto, considerando al individuo solamente como un momento fenomenológico de la especie, un momento transitorio del gran ciclo omnicomprensivo de la historia.
La afirmación de que el individuo fuera persona, y esta fuera única, irrepetible y de igual dignidad para todos los individuos de la especie empieza con el cristianismo. De hecho, su primer desarrollo importante se debe a la adopción del término por parte de la teología cristiana . Tomará el lugar de “sustancia” para definir lo que es específico del hombre. Boecio dirá que persona es “una sustancia individual de naturaleza racional” y Leibniz usará ese mismo nombre para indicar aquello que permanece invariable en el espacio y el tiempo en cada acto de esa sustancia . El concepto se revestirá de contenido moral con Kant , quien sostendrá que la persona es aquello que actúa con independencia de la naturaleza al darse leyes a sí misma y en tanto que actúe de forma autónoma y no heterónoma será el depositario último e inalienable de la dignidad. Si existe un punto álgido en la carrera metafísica del concepto de “persona” quizás sea este el “personalismo” de Mounier: la persona será algo más que la sustancia individual e indisoluble caracterizada por la racionalidad; la persona se hará sólo a sí misma en el encuentro amoroso con el otro, es decir, lo será sólo y en tanto sea capaz de transcender su propia individualidad .

En toda esa historia metafísica del concepto, sin embargo, se subrayan dos características asociadas al término “persona”:

1) la independencia, el carácter individual e intransferible de aquello que a cada uno nos hace ser ‘persona’. Aquí el término persona se aproxima al de “sustancia”. En la medida en que cada uno de nosotros posee ese carácter, todos somos ‘personas’ iguales o por igual.
2) la incomunicabilidad, la irreductibilidad (aquello que se esconde tras la máscara). En la medida en que no puede hacerse del todo inteligible y mostrarse más allá de la representación, cada uno de nosotros y solo éste es aquella ‘persona’. Es decir, todos somos ‘personas’ diferentes.

Es decir, en el concepto de “persona” se reúnen principalmente dos elementos: uno de individuación, otro de universalidad o generalidad. O dicho de otro modo: uno de exterioridad, del hacerse patente y uno de intimidad, del más allá de cualquier aparecerse fenoménico. Si retomamos el significado antiguo, Prósopon quizás esto se haga más claro. En la caracterización de la máscara existen rasgos que hacen reconocibles al personaje representado en aquello perceptible, en la fachada, en el rostro. De otro modo, aquello individual no puede hacerse inteligible al espectador, al otro. Es decir, aquello que se esconde tras la faz y que me individua no puede hacerse patente sin el hecho mismo del mostrarse, sin la mediación. Dicho de otro modo, reconocemos al personaje a partir de su apariencia fenoménica, a partir del papel que juega en el conjunto del entramado de manera que tomamos parte de aquello que subyace constante en espacio y tiempo tras la apariencia. Sin esa comunicación mediada y parcial no existe reconocimiento por parte del otro y, en alguna medida, no se es.

IV - El Personaje

Desde que el ser humano es concebido como persona desarrolla roles y funciones que generan hacia los demás y hacia sí mismo, una imagen. Una persona puede usar diferentes máscaras en diferentes contextos. Una máscara para el trabajo, otra para el trato con familiares, otra en el contexto de un grupo de amigos.
Así ese hombre o mujer será un profesional, un artesano, un político, ella será madre o líder en su lugar de trabajo. Somos lo que queremos ser y también somos un producto de lo que desean nuestros padres y la sociedad y vamos formando una imagen que se instala en la sociedad en que vivimos hasta que esa imagen es la que nos identifica frente a los demás y frente a nosotros mismos; es el rol social, la cubierta que mostramos. La vestimenta y la conducta se determinan en función de ese rol, nos reconocerán por eso y nos aceptarán o no, pero será nuestra identidad; habrá en nuestra familia y amigos una conducta esperada de marido bueno, de político, de mujer seductora, de santo de alguna religión y estaremos atados a ese rol como en un corsé, y esa imagen seremos. La imagen que mostramos y con la cual funcionamos en familia y en sociedad la llamaremos personaje y diferenciaremos de la persona, en tanto que ésta es la esencia de nuestro ser, lo que en realidad somos en nuestra intimidad, la cara oculta de nosotros mismos, el sí mismo que nos constituye, pero que no necesariamente forma parte del personaje o los personajes sociales que representamos.

El rol del personaje puede ser provechoso o nocivo para la persona. Puede permitir obtener beneficios materiales que pueden ser canalizados luego para llevar una vida privada más satisfactoria. Pero también puede acontecer que la persona se fusione demasiado con el personaje. En ese caso, el ego puede verse llevado a identificarse exclusivamente con el personaje, y otras facetas de la personalidad serán dejadas de lado. A la identificación exclusiva del ego con un personaje Jung la denomina “inflación”.

A esto se encuentran expuestos, por ejemplo, los políticos con sus asesores de imagen que los aconsejan y “entrenan” para lucir, decir y hacer lo conveniente para ser aceptados y votados. Los asesores de imagen no son otra cosa que “entrenadores” del arquetipo del personaje. Si “los asesorados”no practican una buena introspección pueden terminar identificados con el personaje

Los casos de “personaje inflado” suelen mostrar personas con cierto éxito social que en algún momento comienzan a tener sensación de sin sentido en su vida. En el análisis suelen percatarse de cierta hipocresía en sus relaciones e intereses sumada a una intensa sensación de incomodidad.

Cada ser humano entonces tiene una persona y un personaje... El personaje es la máscara, la careta o fachada que exhibimos públicamente, el rol social, lo que los demás ven de nosotros, una interpretación con el propósito de exteriorizar una imagen favorable. El objetivo del personaje es la aceptación social. El personaje constituye el soporte de la vida social.
Sin embargo la persona es lo que está detrás, nuestro espíritu, lo eternamente vivo, la esencia de nosotros mismos: La verdad oculta.

Podemos vivir de dos formas: una al servicio del personaje, del rol social, del yo ideal, entonces correremos riesgo de ser esclavos de esa imagen externa, de lo que nos da la apariencia; la casa, el auto, el estatus, el poder, el dinero, las pequeñas miserias mundanas... Detrás de la apariencia superflua y banal o junto con ello estarán la pérdida de los valores y la valoración de lo trascendente. El sujeto esclavo de lo superfluo y atrapado en su personaje ahora convertido en carcasa vacía y desprovista de sentido, andará por el mundo como turista permanente; ya nada le importará sólo lo que refuerce su apariencia desprovista de sentido en un desarrollo sin límites, así, si tiene poder querrá más poder, si tiene dinero querrá más dinero, si tiene fama querrá más fama... La banalidad estará presente en todos los actos de su vida y un día morirá sin haberse completado, será uno más, sólo un personaje sobredimensionado quizá, pero sin haber desarrollado su persona, la parte más valiosa de todo ser, la que nos une a lo trascendente a la naturaleza al universo y a Dios, o como cada cual quiera llamarlo.

Vivir al servicio de la persona es buscar un crecimiento interior a cada instante, viviendo cada momento con toda la alegría posible, haciendo honor al milagro de la vida, ser consciente del nosotros ahora que nos une a lo eterno intemporal, ser consciente del ahora, de cada instante atrapándolo y dejándonos atrapar. Estar vivos y en contacto total, porque cada instante presente y la eternidad son la misma cosa.

Ser consciente de nosotros como personas en cada instante presente nos mantiene siempre junto a lo eterno universal, a todos los universos posibles y a este universo al que pertenecemos, a todas las personas y a todas las cosas.

El ser humano que sin desatender su imagen, su personaje o su apariencia se concentra en el desarrollo de su persona, de su yo interior en contacto con lo trascendente, será coherente y auténtico en camino siempre hacia una unidad entre el personaje y la persona; no habrá en él una distancia y un vacío entre su esencia (persona) y su apariencia (el personaje), será único en sí mismo y los habitantes de su tiempo lo valorarán así.

Podemos sacrificar el rol social del personaje, pero jamás el desarrollo de la persona única; forma de darle un sentido a nuestras vidas .



No hay comentarios:

Related Posts with Thumbnails

Entradas recientes

ASHES AND SNOW
https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh2AEtRcD0kt7t77eXMBiEyTXlASOkctu5C2TRVhIDtnhgunHrAyHYL6Cg8gfhomGiOAhDjEl2iV_naAByZuaGRp2JHoBiTiBjKsxNYtfqdJ7bHb8-Vmpvt5sv9KCe2pfpMQg4WIuyp9haU/

Según Platón, el conocimiento es un subconjunto de lo que forma parte a la vez de la verdad y de la creencia.
Integral Philosopher Michel Bauwens "Vision"