martes, 23 de marzo de 2010

El acto médico y el amor.

El sánscrito tiene 96 términos para designar al amor. El español tiene 3 (apego, estima, cariño) según el diccionario de la Universidad de Oviedo; el inglés solo uno (love). Es indudable que la cantidad de términos usados para designar el amor, implica la necesidad de aclarar la relación que estos pueblos tienen con el concepto del amor. La lengua esquimal tiene 30 palabras para nombrar a la nieve. Esto habla de la necesidad de los esquimales de aclarar su relación con la nieve. Cuando estemos tan interesados en el amor como los esquimales en la nieve, desarrollaremos un lenguaje adecuado a esta dimensión.

No recuerdo una sola vez que se haya usado la palabra -amor- en toda mi formación médica académica. Pareciera que allí el amor no tiene lugar. Como si se tratara de un concepto sin valor en la preparación de aquel que se va a ocupar de la salud de sus semejantes.

Creemos, sin embargo que en el origen de la enfermedad siempre está involucrado el amor. Hay un conflicto con él. Podríamos decir que el sujeto tiene dificultades en amar, en ser amado o en amarse.
Niklas Lhuman define el amor como un código de comunicación, con cuyas reglas se expresan, se forman o se simulan, determinados sentimientos. O se somete uno a dichas reglas o las niega. Este concepto de ver al amor como un código de comunicación me parece interesante para relacionar esa expresión en código somático que es la enfermedad con esta dificultad que gira en torno al amor. Los códigos amorosos se han expresado siempre de acuerdo a las estructuras sociales de su tiempo; desde el amor cortés del medioevo al amor pasional del siglo 17 y al amor romántico del siglo18, y estos códigos se pueden reconocer en las expresiones culturales. La medicina forma parte de esa cultura. No olvidemos que la cultura es también un código de comunicación. Desde el punto de vista etnográfico (el estudio de los pueblos), cultura es el conjunto de hábitos y aptitudes que ha adquirido el hombre como miembro de la sociedad.

Desde la Nueva Medicina, vemos el amor como un impulso hacia la unión, la no separación, la integridad. Recordemos que curarse viene de -curare-, que significa hacerse integro. O como dice el Dr. Rozenholc, pasar de la exclusión a la inclusión que no es otra cosa que formar parte de un todo.
Aquí hay una relación, en donde tanto el paciente como el médico, se involucran en darse lo mejor y lo más sincero de cada uno. Esto se parece mucho a la gratitud que nace en una persona, cuando recibe algo que necesita de la otra. Hay una necesidad de devolver algo de lo recibido para no quedar en deuda. De esta gratitud surge una verdadera relación que impide la indiferencia. Esta dinámica funda un compromiso que solo puede ser resuelto en la libertad de los que participan. Curar con amor no es solo tratar afectivamente al paciente sino ser un facilitador de la libertad y del compromiso que propone la curación.

El acto médico debe apuntar en esa dirección y no hacia lo que presupone es la curación ya que el impulso natural de la vida es la curación. Así lo demuestran los fenómenos físicos cotidianos que todos vivimos como la inflamación, la reparación de heridas, la diferenciación celular, la producción de células nuevas, etc. ¿Acaso no es amor este impulso hacia la integridad?
El acto médico debe ordenarse con el impulso de la Naturaleza y no en contra de él. El médico es un instrumento de este impulso natural y como todo instrumento debe estar afinado, es decir, en armonía con las notas fundamentales de ese arte que es el compromiso con la vida.
Esta afinación se parece mucho a la autoridad, es decir a la capacidad que tiene una persona (en este caso el médico) de darle al otro (en este caso el paciente) lo que éste necesita. Si el terapeuta no tiene esta autoridad, no puede abordar el verdadero objetivo de la medicina, que es preservar y restablecer la salud.

Hay actualmente dos medicinas claramente diferenciadas. La primera es la medicina de la enfermedad; ella se ocupa de combatir los síntomas y las llamadas enfermedades. La segunda es la medicina de la salud; ella se ocupa del equilibrio de la energía vital, para que esta se ocupe de los síntomas y las enfermedades. Es indudable que actualmente solo se ejerce la medicina de la enfermedad aún cuando ésta solo sea un síntoma. No proponemos abandonar esta medicina, sino complementarla hasta entender que cuando alguien no sabe que es lo mejor debería juiciosamente no obstinarse en hacer lo peor. El sistema médico actual es un ejemplo de esta obstinación.

Hace algunos años se publicó un estudio sobre la alimentación en los conejos. Se sometió a una alimentación rica en grasas a tres grupos de conejos y se hizo el estudio a doble ciego. Luego de un tiempo se midieron los valores de las grasas en la sangre y se constató que dos de los tres grupos aumentaban los niveles de grasa en sangre. Sin embargo, el tercer grupo aún cuando se le daba la misma alimentación permanecía en valores normales. Se investigaron las probables causas y no se pudo detectar ninguna alteración que explicara esto. Se decidió investigar a las personas que les daban de comer y se descubrió que el joven que alimentaba al grupo que no había aumentado los niveles de grasa, tenía la costumbre de llevar a los conejos contra su pecho y acariciarlos mientras los alimentaba.
Semejante respuesta inmunológica desencadenada -solamente- por una caricia. ¡Cuan poco se estima tamaño poder!

Amor deriva de dos raíces que expresan un profundo significado. -A- que es -fuera- y -Mor- que es -muerte-. Ni el médico ni el paciente pueden echar fuera a la muerte pero si pueden entender que si reconocen al ser que hay en cada expresión de la vida, este jamás va a morir.

Todas las investigaciones recientes han demostrado la relación entre las actividades intangibles que se tienen sobre el enfermo y que llamamos -cuidar con amor- y los factores tangibles que se pueden medir como la disminución de las infecciones o la recuperación de los tejidos dañados. Sin embargo, el sistema médico se obstina en hacer desaparecer síntomas sin convertir a la relación terapéutica en el nudo del tratamiento. Esta relación es la verdadera medicina preventiva. Cuando era niño, visitaba mi casa un viejo médico pediatra que atendía a los tres hermanos bajo la atenta mirada de mi madre. Nunca puedo olvidar los momentos previos a su llegada, en donde todos debíamos estar presentes aún cuando solo uno fuese el enfermo de fiebre, varicela o sarampión. Era un ritual en donde mi madre preparaba unas toallas que se usaban exclusivamente para cuando ocurría la visita y sobre las cuales este viejo médico apoyaba su cabeza sobre nuestras espaldas. También había una cuchara envuelta en una servilleta y una fuente con agua y jabón para lavarse las manos. Todos éramos atendidos o por lo menos saludados y mirados. Era un momento muy especial y cuando el médico se retiraba todos estábamos curados.

En un reportaje que le hacían a Federico Fellini hace algunos años, éste decía que él había tenido la esperanza de que lo que iba a ocurrir en su vida siempre era para su bien. Y que con el tiempo, se había dado cuenta que no era lo que realmente ocurría lo que le hacía bien sino la espera de lo que iba a ocurrir. El decía -no importa el mensaje sino la espera del mensaje-.

En ciertas regiones de Europa a la Nueva Medicina se la conoce como la -medicina de la esperanza-. Es decir, que el médico resuena con la esperanza del paciente. La intención de la conciencia observadora, determina una percepción que no es falsa sino que es una opción planificada. Descubre la intención positiva que se oculta detrás de la enfermedad y se combina con eso que se desea transformar.
Estamos hablando de una posición chamánica del médico que es su compromiso con el amor. Ver lo que la célula ve y poder transmitirlo.
Es difícil encontrar palabras para esto que sucede...pero sucede.

Una de las tantas experiencias crueles que ha hecho la humanidad con los animales me ha hecho pensar que la palabra que más se acerca a lo que propone la Nueva Medicina es la esperanza.

Ciertos investigadores pusieron una rata en un barril lleno de agua y con sus paredes lisas para que se resbalara si quería escapar. La observaron nadar durante quince minutos y luego, la rata, exhausta, se hundió. Pusieron otra rata en las mismas condiciones y la dejaron nadar cinco minutos. Luego le pusieron una madera para que se subiera a ella y flotara. La dejaron así durante tres horas y luego la sumergieron nuevamente. Le retiraron la madera. La rata, a diferencia de la anterior, nadó sin parar setenta horas antes de hundirse.

Esta experiencia que cita el etólogo alemán Droscher en su libro -Sobrevivir- habla de la espera de lo bueno y del aumento increíble de la resistencia a los obstáculos cuando precisamente se espera lo bueno.
No es fácil hablar de este tema.
Por eso es necesario comprender el lenguaje del cuerpo, para comenzar a entender que está diciendo desde hace millones de años con su comportamiento y con su evolución.






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