domingo, 10 de octubre de 2010

El jardín Zen

Pensados para relajar al observador e iniciarlo en los secretos del arte de la contemplación y la meditación, los jardines zen son auténticos instrumentos de iluminación que durante generaciones han inspirando la mente de filósofos y maestros.

Los jardines Zen son espacios en armonía con la naturaleza, concebidos por la filosofía Zen como ambientes exteriores propicios para la contemplación y el recogimiento más que para la meditación.
Se entiende mejor un jardín Zen conociendo la ideología en la que se basa. El budismo Zen que arraigó en Japón, es un camino y concepción de la vida. No es una religión ni una filosofía; no es una psicología ni una ciencia. Es un ejemplo de lo que en la India y en la China se conoce como un “camino de liberación”, y en este sentido es similar al Taoísmo y al Yoga. Esta unión entre tradiciones indias y chinas constituyen los orígenes del Zen que tiene tanto de taoísta como de budista.

El budismo cree que el practicante debe pasar por grados progresivos de meditación. Pero el Zen afirma que existe un acceso directo al estado superior de meditación – el que precede inmediatamente a la experiencia del Nirvana o Satori – sin necesidad de experimentar los anteriores. Ello se logra mediante vías de acceso espontáneas, ajenas a la racionalización de lo aprendido o a un perfeccionamiento espiritual progresivo. El Zen se basa en la intuición, la sencillez y la espontaneidad; sus jardines también se basan en estos principios.

El jardín Zen persigue dar vida en el espectador,
el significado de las esencias ocultas bajo las meras apariencias.
Para ello se utiliza el espacio de un modo puro y simbólico.
Por ejemplo a través de la confección de un paisaje seco con diseño de surcos
y crestas perfectamente proporcionados; trazados en la arena con un rastrillo de bambú.

En el siglo VIII, el maestro chino Hyakujo, concibió por primera vez un monasterio diseñado especialmente para monjes Zen. Desde antaño, estos lugares se encuentran en la ladera sur de montañas o colinas, formando con éstas y con los bosques, valles y riachuelos, un conjunto armonioso de gran belleza. Generalmente, los monasterios están totalmente inmersos en la naturaleza, pero de manera tal que la atención no es atraída por el entorno sino que éste ayuda a recogerse y abismarse. Aquí vemos ya un importante rasgo característico del arte Zen. Refleja una sencillez extrema. El arte Zen no se propone atraer la atención sobre sí mismo, sino que procura humildemente abrir el acceso a la simplicidad esencial de todas las cosas.

Así como en música se valoran los silencios,
el arte del Wabi, se caracteriza por la relación íntima con el silencio y el "vacío" 
en el sentido del Zen.

"The Great Wave off Kanagawa" de Katsushika Hokusai (1760–1849)
El vacío del Zen se puede comparar con un vaso lleno de agua muy limpia. Si el agua es completamente pura, se podría llegar a pensar que el vaso está vacío. Pero si el agua está sucia, se ve enseguida que el vaso está lleno. "Vacío", por lo tanto, es sinónimo de puro y tiene un gran valor, mientras que "lleno" significa todo lo contrario. Otra comparación aporta un aspecto más: en el caso de una ventana. si el cristal está totalmente limpio, en este sentido vacío, no puede ser visto, pero a la vez y precisamente por ello, todas las cosas que hay al otro lado de la ventana aparecen con mucha mayor claridad, tal como realmente son. El arte del jardín Zen está íntimamente realcionado con este vacío y el silencio unido a él.

Los jardines Zen son asimétricos, ya que la asimetría supone para la filosofía zen
una constante del mundo y la Naturaleza.
Si el jardín fuera simétrico, no invitaría al hombre a participar y cocrear junto a él.

Si antes se habían realizado en Japón amplios jardines paradisíacos, "islas y lagos sagrados", por los que se podía deambular, disfrutar de un paseo en barco o celebrar fiestas, tiempo después, bajo la influencia del Zen de China, se impuso una marcada tendencia a lo esencial. En los jardines Zen no se puede pasear. Están ahí para ser contemplados. Con el tiempo se les fue llamando Kare Sansui, "paisaje seco de montaña y agua". Aunque muy limitados en lo externo transmiten algo infinito. Muchas veces el jardín Zen queda enmarcado por un conjunto de árboles, el lomo de una colina o un paisaje, que cual escenario prestado - en japonés shakkei-, se encuentra más allá del jardín.

Jardín Zen del templo Ryoan-ji en Kyoto
El jardín Zen en su perfección y el más conocido es el jardín seco del templo Ryoan-ji, en Kyoto, creado en 1473. En unos pocos metros cuadrados están dispuestas quince rocas en tres grupos de siete, cinco y tres, colocadas sobre un mar de grava rastrilleada. El jardín original tenía 16 rocas. Cuenta la leyenda que, tan pronto como el jardinero terminó su obra, llamó al emperador para contemplarla. "¡Magnífico!" - dijo el emperador - "Es el más hermoso del Japón. Y ésta es la más bella roca del jardín". Inmediatamente el jardinero sacó del jardín la piedra que el emperador tanto había apreciado y la tiró. "Ahora el jardín está perfecto" - dijo al emperador - "No existe nada que sobresalga y así puede ser visto en toda su armonía. Un jardín, como la vida, tiene que ser visto en su totalidad. Si nos detenemos en la belleza de un detalle, todo el resto parecerá feo."

Los jardines Zen están concebidos para inspirar serenidad, no solo se emplean en templos y monasterios con fines contemplativos, sino que también pueden hallarse junto a casas, restaurantes y posadas. El jardín Zen tiene forma rectangular, carece de color, de adornos. Generalmente compuestos únicamente de fina gravilla rastrillada y algunas rocas; aunque en algunas ocasiones, se incorpora musgo y algunas plantas. El jardín representa a la naturaleza en su forma mas abstracta, donde todo se encuentra en su justo lugar para generar armonía y equilibrio. Sin usar agua, las modulaciones de la arena simulan ríos y océanos, una abstracción que induce la sensación de un gran ambiente. Y es que los diseñadores de jardines, consumados maestros de meditación, intentan representar en ellos el camino de la vida, repleto de cambios, giros, movimientos, altos y bajos. Más que lograr un ambiente determinado, lo sugieren.

El jardín Zen es monocolor como la pintura japonesa del Sumi-e en blanco y negro, en la que se trata de percibir y representar el "alma" de la flor. Sin embargo, esto no significa de ninguna manera que la flor no se represente en su unicidad tal como la percibe el ojo, con capullo, florecido o con hojas marchitas. Un algo imposible de representar se manifiesta precisamente en esta forma concreta. Responde a una percepción que cabe expresar aproximadamente de la siguiente manera:
"Veo una hoja, pero no es exactamente la hoja lo que veo y, a la vez, la veo mucho mejor".
En el jardín Zen se trata de algo similar. Quien lo contempla con el ojo interior, percibe la esencia de la realidad: una superficie rastrillada de una manera regular, sin forma determinada, infinita, ilimitada como el mar. De lo ilimitado, sin forma ni color, surgen, cual islas, algunas rocas, un grupo armónico de tres piedras, por ejemplo, de diferentes tamaños. Al dejarse impregnar por el conjunto, la paz y el silencio toman posesión de quien lo contempla.

Arte Sumi-e
 Estos recintos de simplicidad elegante, están despojados de toda suntuosidad; la grandeza reside en las cosas simples. El jardín Zen es sobrio y abstracto, sirve para tranquilizarse, para serenar la mente sin distracción. Tiene relación con el Taoísmo, según el cual el vacío es la parte útil de las cosas: un cuenco no es la arcilla moldeada, sino el vacío de su interior. Con unos medios mínimos se intenta conseguir un efecto máximo. Se trata sobre todo del arte de suprimir cosas. Justo por esta limitación se potencia el efecto y se apela a la imaginación. Son espacios energéticos que ofrecen un lugar donde la persona busca establecer el equilibrio, y según la doctrina del budismo Zen, el ser humano pueda aspirar a vivir en armonía consigo mismo y el entorno que le rodea. El Jardín Zen representa el camino de la vida, constantemente lleno de cambios, diversos zurcos, altas y bajas, tropiezos y obstáculos, brillo y obscuridad, sombra y luz. A través del Jardín Zen podemos reproducir el principio fundamental de la vida, valorar la oportunidad de existir, representa la secuencia de los pasos que llevan a la realización de algo y su verdadera naturaleza. Cuando contemplamos algo, tenemos la oportunidad de profundizar, y ver las formas de integración y desintegración. La belleza de un Jardín Zen es invisible, porque solo se revela cuando observamos en silencio, meditando en nuestro interior, la relación que cada objeto tiene, las figuras que se van formando, los elementos que se integran. La mente cesa de estar limitada, comienza la búsqueda de entendimiento, captamos el complemento oculto, disipamos los velos del ensueño, abrimos la puerta a la imaginación, dejando que los objetos de la naturaleza nos revelen lo que queremos expresar.


La piedra en el jardín Zen rodeada de arena blanca, provoca ondas.
La piedra simboliza la figura de un pensamiento
que provoca ondulaciones (interferencias) distorsionando la realidad.
El agua en reposo es el símbolo de la mente en reposo y refleja la realidad en toda su pureza.

Es el jardín del Tao chino. "Hay una realidad sin forma, nacida antes del cielo y de la tierra, inmóvil, solitaria, independiente e inmutable. Se la puede considerar la madre de todas las cosas. No conozco su nombre, la llamo Tao." Tao es Wu, no-forma, vacío, y Yu es forma. Donde actúa Tao, (Yu-Wu) reina Te,
espíritu de paz. Te es lo maternal, lo que nutre y protege. Resultan muy sugerentes en este contexto algunas de las reflexiones de Joseph H. Wong sobre ciertas afinidades entre taoísmo y cristianismo. En el jardín Zen la superficie sin forma corresponde al Padre a quien nunca nadie ha visto, las rocas al Hijo y en él a la maravillosa multitud de las criaturas. El espíritu que rezuma el conjunto corresponde al Espíritu Santo y dador de vida. Aquí se manifiesta claramente la estructura trinitaria de la realidad. En su entramado esencial más íntimo es a la vez igualdad y diferencia. Uno pero dos, dos pero uno, como lo expresa un poema Zen. La realidad en su misma esencia es igualdad absoluta, diferencia absoluta y unidad absoluta de ambas. Igualdad y diferencia no se pueden separar. Separarlas equivaldría, por decirlo con una imagen, a separar la palma de la mano del dorso.

El jardín zen representa la espiritualidad porque no posee riqueza material, sino austeridad y simpleza. Todos sus elementos son objetos naturales, colocados como al azar, aunque nada hay al azar en un jardín Zen. La ubicación de las rocas, el diseño de la grava, están concebidos para inspirar en nosotros la actitud contemplativa. El vacío entre los elementos ayuda a equilibrar la composición; sólo la mente contemplativa puede captarlo. En suma, una perfecta miniaturización del Cosmos, un microcosmos a la medida del hombre. 

El shintoismo, el confucionismo y el Zen nos enseñan que el hombre
no estaría completo sin la naturaleza.
Sería como un huérfano si no se sintiera hermano del agua, las plantas o las rocas.

Para el filósofo Zen, obedecer los ritmos sutiles de la Naturaleza es el único camino posible para integrarnos en la vida universal. En el jardín Zen, el devenir, lo accidental, marcan las relaciones entre los objetos. El Zen sabe que pocas veces nos detenemos a contemplar los detalles. Con sus jardines pretenden invitarnos justamente a eso, incitándonos a otorgar nuevo valor al hecho de estar vivos. La belleza de un jardín Zen es invisible y únicamente se revela cuando la mente se calma. Sólo entonces disipamos las brumas del vivir diario y permitimos, siquiera por un momento, que una simple roca nos revele su verdadera esencia y su valor.

Cuando la experiencia de la realidad no está enraizada en la triple raíz, de la que precisamente da testimonio de un modo único el jardín Zen, pueden ocurrir dos cosas: que se olvide la igualdad en aras de la diferencia, así surge el dualismo, o que se olvide la diferencia en aras de la igualdad, entonces surge el monismo. Hablando de manera general, el "défaut de la qualité", el fallo de la virtud de Occidente, con su gusto por el mundo de la diversidad de las formas existentes, es la tendencia al dualismo, mientras que "el fallo de la virtud" de Oriente, con su profundo sentido del "vacío", del misterio de todas las cosas, es la tendencia al monismo. Pero si se permanece arraigado en la experiencia esencial de la realidad no hay dualismo en Occidente ni monismo en Oriente. Cuando se cae en uno de los extremos, no se está en consonancia con la realidad, lo que tiene consecuencias desastrosas en las relaciones sociales y ecológicas del ser humano. En el primer caso el ser humano y la naturaleza se convierten en objeto que se usa y explota. En el segundo caso no existe el otro y por lo tanto nada ni nadie a quien respetar, lo que tiene consecuencias igualmente destructivas.


Desde su aparición, los jardines Zen se concibieron como una representación del cosmos.
Una miniaturización donde las piedras representan las montañas,
la arena la inmensidad del océano y un trozo de musgo un bosque frondoso.

El jardín Zen es expresión visible de la realidad tal como se la percibe en su núcleo en una experiencia madura de Zen. El jardín se extiende cual alma hecha visible de cuanto lo rodea: la colina, el grupo de árboles, personas que están sentadas en zazen, cocinan, cavan, limpian o sacan hierbas malas. El jardín Zen también es el alma hecha visible de cuantos, gozando y sufriendo, viven y trabajan. Para el ojo que sabe verlo, el jardín Zen se extiende ahí de una manera maravillosa, como el alma de todo y como el ser humano visto en su más profundo centro. En el lenguaje Zen no se habla de alma sino de Sho. El ideograma con que se escribe consta del radical "vida" y el prefijo "corazón" o "núcleo". Lo que se percibe en una experiencia Zen, lo que se "ve", es el corazón de la vida o, dicho con otras palabras, la naturaleza esencial. El "paisaje seco de montaña y agua" del jardín Zen es una manifestación de esta vida en su núcleo, de la naturaleza esencial.

El rastrilleado de la grava alrededor de las rocas simboliza las ondas
que se producirán en la superficie de un lago si cayera una gota de agua.
De la misma manera que la gota altera la superficie lisa,
el pensamiento acude a la mente para interpretar esa realidad.
Es entonces cuando la modifica.


Shizen o Jinen, naturaleza, no significa en japonés lo que normalmente entendemos por ello en occidente al hablar de naturaleza. Mientras nosotros pensamos en bosques, paisajes, flora y fauna, "naturaleza" en el sentido de Shizen, según sugiere el ideograma sinojaponés, significa: el yo-mismo cuando se ha quemado todo lo visible. Se refiere al ser en sí mismo. Mirándolo de esta manera, el jardín Zen, precisamente por su desnudez, es plenamente naturaleza, Shizen.

El jardín Zen es un arte, el arte de representar lo más esencial de la realidad, tal cual es, haciendo aflorar su belleza íntima. De esta belleza vacía de un jardín Zen se puede decir con palabras de Ueda Shizuteru: "Algo es verdaderamente bello, cuando es más que bello." Ahí se reflejan una simplicidad y naturalidad extremas, una belleza que hace brillar el ser-tal-cual-es, la totalidad de las cosas.

Lo que pretende el Zen a través de los jardines es precisamente
mostrar que la realidad no debe ser entendida desde el pensamiento
sino desde lo que se ha dado en llamar la intuición pura.

En el jardín Zen se puede experimentar lo que la realidad es en su raíz, en su ser-como-es-en-sí-misma: esencialmente vacío, misterio; y a la vez diversidad. Igualdad y diferencia están entroncadas ambas de manera esencial en el mismo núcleo de la realidad, juntas son la realidad. "En la igualdad hay diferencia", como dice Yamada Koun Roshi comentando el "Hôkyôzammai". Y también: "Unidad y dualidad simultáneas son la verdadera manifestación de todas las cosas del universo." Son uno como palma y dorso de una mano. Un antiguo dicho Zen reza Shinku Myou, el verdadero vacío es la maravillosa diversidad de cuanto existe.


Se trata de que esta realidad no sólo se llegue a manifestar en un jardín Zen, en la pintura Sumi-e o en un arreglo floral, sino sobre todo en el arte de la vida cotidiana, libre de velos y distorsiones debidos a los "elementos venenosos" de odio, codicia y orgullo. El jardín Zen, al modo de imagen arquetípica, es una invitación que habla al fondo del corazón y lo evoca. En él brilla la verdadera realidad, la belleza del ser que transforma al ser humano y lo convierte en instrumento de paz.




Fuentes:

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