He aquí las tareas psíquicas de esta fase:
Utilizar la agudeza visual (los ardientes ojos) para identificar las sombras negativas de la propia psique y/o a los aspectos negativos de las personas y los acontecimientos del mundo exterior, y para reaccionar ante ellos.
Modificar las sombras negativas de la propia psique con el fuego de la bruja (la perversa familia putativa que antes había torturado a Vasalisa se convierte en ceniza), Vasalisa sostiene la temible calavera en alto mientras avanza por el bosque y la muñeca le indica el camino de regreso. "Sigue por aquí, ahora por aquí." Y Vasalisa, que antes era una dulce criatura de ojos azules, es ahora una mujer que camina precedida por su poder.
Una temible luz emana de los ojos, los oídos, la nariz y la boca de la calavera. Es otra representación de todos los procesos psíquicos relacionados con el discernimiento. Y está relacionada también con el parentesco ancestral y, por consiguiente, con el recuerdo. Si la Yagá le hubiera entregado a Vasalisa una rótula en lo alto de un palo, el símbolo hubiera sido distinto. Si le hubiera entregado un hueso de la muñeca, un hueso del cuello o cualquier otro hueso -a excepción tal vez de la pelvis femenina-, no hubiera significado lo mismo.
Por consiguiente, la calavera es otra representación de la intuición -no le hace daño ni a la Yagá ni a Vasalisa- y ejerce su propia discriminación. Ahora Vasalisa lleva la llama de la sabiduría; posee unos sentidos despiertos. Puede oír, ver, oler, palpar y saborear las cosas y tiene su Yo. Tiene la muñeca, tiene la sensibilidad de la Yagá y tiene también la temible calavera.
Por un instante, Vasalisa se asusta del poder que lleva y está a punto de arrojar la temible calavera lejos de sí. Teniendo este formidable poder a su disposición, no es de extrañar que el ego piense que quizá sería mejor, más fácil y más seguro rechazar la ardiente luz, pues le parece demasiado fuerte y, por su mediación, ella se ha vuelto demasiado fuerte. Pero la voz sobrenatural de la calavera le aconseja que se tranquilice y siga adelante. Y eso lo puede hacer.
La mujer que recupera su intuición y los poderes "yaguianos”, llega a un punto en el que siente la tentación de desecharlos, pues, ¿de qué sirve ver y saber todas estas cosas? La luz de la calavera no tiene compasión. Bajo su resplandor, los ancianos son unos viejos; lo bello es lujuriante; el tonto es un necio; los que están bebidos son unos borrachos; los desleales son infieles; las cosas increíbles son milagros. La luz de la calavera ve lo que ve. Es una luz eterna colocada directamente delante de una mujer como una presencia que la precede y regresa para comunicarle lo que ha descubierto más adelante. Es su perpetua exploración.
Sin embargo, cuando una mujer ve y siente de esta manera, tiene que tratar de actuar al respecto. El hecho de poseer una buena intuición y un considerable poder obliga a trabajar. En primer lugar, en la vigilancia y la comprensión de las fuerzas negativas y los desequilibrios tanto interiores como exteriores. En segundo lugar, obliga a hacer acopio de voluntad para poder actuar con respecto a lo que se ha visto, tanto si es para un bien como si es para recuperar el equilibrio o para dejar que algo viva o muera.
Es verdad y no quiero engañar a nadie. Es más cómodo arrojar la luz e irse a dormir. No cabe duda de que a veces hay que hacer un esfuerzo para sostener en alto la luz delante de nosotras, pues con ella vemos todas nuestras facetas y todas las facetas de los demás, las desfiguradas, las divinas y todos los estados intermedios.
Y, sin embargo, gracias a esta luz afloran a la conciencia los milagros de la belleza profunda del mundo y de los seres humanos. Con esta penetrante luz podemos ver un buen corazón más allá de una mala acción, podemos descubrir un dulce espíritu hundido por el odio y podemos comprender muchas cosas en lugar de quedarnos perplejas. La luz puede distinguir las capas de la personalidad, las intenciones y los motivos de los demás. Puede distinguir la conciencia y la inconciencia en el yo y en los demás. Es la varita mágica de la sabiduría. Es el espejo en el cual se perciben y se ven todas las cosas. Es la profunda naturaleza salvaje.
Pero a veces sus informes son dolorosos y casi no se pueden resistir, pues la cruel luz de la calavera también muestra las traiciones y la cobardía de los que se las dan de valientes. Señala la envidia que se oculta como una fría capa de grasa detrás de una cordial sonrisa y las miradas que no son más que unas máscaras que disimulan la antipatía. Y, con respecto a nosotras, la luz es tan brillante como para iluminar lo exterior: nuestros tesoros y nuestras flaquezas.
Éstos son los conocimientos que más nos cuesta afrontar. Aquí es donde siempre queremos desprendernos de todo este maldito y sagaz conocimiento. Aquí es donde percibimos, siempre y cuando no queramos ignorarla, una poderosa fuerza del Yo que nos dice: "No me arrojes lejos de ti. Consérvame a tu lado y ya verás."
Mientras avanza por el bosque, no cabe duda de que Vasalisa también piensa en su familia putativa que la ha enviado perversamente a morir y, aunque ella tiene un corazón muy tierno, la calavera no es tierna; su misión es ver las cosas con toda claridad. Por consiguiente, cuando Vasalisa la quiere arrojar lejos de sí, sabemos que está pensando en el dolor que produce el hecho de saber ciertas cosas sobre la propia persona y los demás, y sobre la naturaleza del mundo.
Llega a casa y la madrastra y las hermanastras le dicen que no han tenido lumbre ni combustible alguno en su ausencia y que, a pesar de sus repetidos intentos, no han podido encender el fuego. Eso es exactamente lo que ocurre en la psique de la mujer cuando ésta posee el poder salvaje. En su ausencia, todas las cosas que la oprimían se quedan sin libido, pues ella se lo lleva todo en su viaje. Sin libido, los aspectos más desagradables de la psique, los que explotan la vida creativa de una mujer o la animan a malgastar su vida en menudencias, se convierten en algo así como unos guantes sin manos en su interior.
La temible calavera empieza a mirar a las hermanastras y a la madrastra y las estudia con detenimiento. ¿Puede un aspecto negativo de la psique quedar reducido a ceniza por el simple hecho de estudiarlo con detenimiento? Pues sí. El hecho de examinar una cosa con consciente lógica la puede deshidratar. En una de las versiones del cuento, los miembros descarriados de la familia se quedan achicharrados; en otra versión, quedan reducidos a tres pequeñas y negras pavesas.
Las tres pequeñas y negras pavesas encierran una antiquísima e interesante idea. El minúsculo dit negro o puntito se considera a menudo el principio de la vida. En el Antiguo Testamento, cuando Dios crea al Primer Hombre y a la Primera Mujer, los hace de tierra o barro según la versión que uno lea. ¿Cuánta tierra? Nadie lo dice. Pero, entre otros relatos de la creación, el principio del mundo y de sus habitantes suele proceder del dit, de un grano, de un minúsculo y oscuro punto de algo.
N.A.: La imagen del dit aparece también en los sueños, a menudo como algo que se transforma en un objeto útil. Algunos de mis colegas médicos aventuran la posibilidad de que sea un símbolo del embrión o el óvulo en su fase más temprana. Las narradoras de cuentos de mi familia se refieren a menudo al dit como los óvulos.
De esta manera, las tres pequeñas pavesas quedan en el ámbito de la Madre de la Vida/Muerte/Vida. Y se reducen prácticamente a nada en el interior de la psique. Se ven privadas de la libido. Ahora puede producirse una novedad. En casi todos los casos en que extraemos concientemente el jugo de alguna cosa de la psique, esta cosa se encoge y su energía se libera o se configura de una manera distinta.
La tarea de exprimir a la destructiva familia putativa tiene otra faceta. No se puede conservar la conciencia que se ha adquirido tras haber entrado en contacto con la Diosa Bruja, ni llevar la ardiente luz y todo lo demás si una mujer convive con personas exterior o interiormente crueles. Si la mujer está rodeada de personas que ponen los ojos en blanco y levantan despectivamente la mirada al techo cuando ella entra en la estancia, dice algo, hace algo o reacciona a algo, no cabe duda de que se encuentra en compañía de personas que apagan las pasiones, las de la mujer y probablemente también las suyas propias. Estas personas no sienten interés por ella ni por su trabajo ni por su vida.
La mujer tiene que elegir con prudencia tanto a los amigos como a los amantes, pues tanto los unos como los otros pueden convertirse en perversas madrastras y malvadas hermanastras. En el caso de los amantes, solemos atribuirles el poder de unos grandes magos. Es fácil que así sea, pues el hecho de llegar a una auténtica intimidad es algo así como abrir un mágico taller de purísimo cristal, o eso por lo menos nos parece a nosotras. Un amante puede crear y/o destruir hasta nuestras conexiones más duraderas con nuestros propios ciclos e ideas. Hay que evitar al amante destructivo. El mejor amante es el que está hecho de poderosos músculos psíquicos y tierna carne. A la Mujer Salvaje tampoco le viene mal un amante un poco "psíquico", es decir, una persona capaz de "ver su corazón por dentro".
Cuando a la Mujer Salvaje se le ocurre una idea, el amigo o amante jamás. le dirá: "Pues, no sé... me parece una auténtica bobada [una exageración, una cosa imposible, muy cara, etc.]." Un verdadero amigo jamás dirá eso. Puede que diga: "No sé si lo entiendo. Dime cómo lo ves. Explícame cómo piensas hacerlo."
Un amante/amigo que la considere una criatura viva que está creciendo como el árbol crece en la tierra o una planta de ficus en la casa o una rosaleda en el patio de atrás, un amante y unos amigos que la miren como un auténtico ser vivo que respira y que es humano, pero está hecho, además, de otras muchas cosas bonitas, húmedas y mágicas, un amante y unos amigos que presten su apoyo a la criatura que hay en ella, éstas son las personas que le convienen a la mujer, pues serán sus amigos del alma toda la vida. La esmerada elección de los amigos y amantes y también de los profesores es esencial para conservar la conciencia, la intuición y la ardiente luz que ve y sabe.
Para conservar su conexión con lo salvaje la mujer tiene que preguntarse qué es lo que quiere. Es la separación de las semillas mezcladas con la tierra. Una de las más importantes distinciones que podemos hacer es la que corresponde a las cosas que nos atraen y las cosas que necesita nuestra alma.
Y eso se hace de la siguiente manera: Imaginemos un bufé con cuencos de crema batida, bandejas de salmón, panecillos, rosbif, macedonia de fruta, enchiladas verdes, arroces, salsa curry, yogures y toda suerte de platos para muchísimos invitados. Imaginemos que la mujer echa un vistazo, ve ciertas cosas que la atraen y se dice: "Me gustaría tomar un poco de esto, un poco de aquello y un poco de lo otro. "
Algunos hombres y mujeres toman las decisiones de su vida de esta manera. A nuestro alrededor hay todo un mundo que nos llama incesantemente, que penetra en nuestras vidas y despierta y crea unos apetitos donde apenas había ninguno. En esta clase de elección, elegimos una cosa por el simple hecho de tenerla delante de nuestras narices en aquel momento. No es necesariamente lo que queremos, pero nos parece interesante y, cuanto más la miramos, más nos atrae.
Cuando estamos unidas al yo instintivo, al alma de lo femenino que es natural y salvaje, en lugar de contemplar lo que casualmente tenemos delante, nos preguntamos: "¿Qué es lo que me apetece?" Sin mirar nada de lo que hay fuera, miramos hacia dentro y nos preguntamos "¿Qué quiero? ¿Qué deseo en este momento?" Otras frases alternativas podrían ser: "¿Qué es lo que más me seduce? ¿Qué me apetece de verdad? ¿Qué es lo que más me gustaría? " Por regla general, la respuesta no tarda en llegar: "Pues creo que lo que más me apetece... lo que de verdad me gustaría es un poco de esto o de aquello... sí, eso es lo que yo quiero."
¿Lo hay en el bufé? Puede que sí y puede que no. En la mayoría de los casos, probablemente no. Tendremos que buscar un poco, a veces durante bastante tiempo. Pero, al final, lo encontraremos y nos alegraremos de haber sondeado nuestros más profundos anhelos.
Esta capacidad de discernimiento que Vasalisa adquiere mientras separa las semillas de adormidera de la tierra, y el maíz aflublado del bueno es una de las cosas más difíciles de aprender, pues exige ánimo, fuerza de voluntad y sentimiento y a menudo nos obliga a pedir con insistencia lo que queremos. Y en nada se pone más claramente de manifiesto que en la elección de la pareja y el amante. Un amante no se puede elegir como en un bufé. Elegir algo simplemente porque al verlo se nos hace la boca agua jamás podrá saciar satisfactoriamente el apetito del Yo espiritual. Y para eso precisamente sirve la intuición; se trata de un mensajero directo del alma.
Lo explicaremos con un ejemplo para que quede más claro. Si se te ofrece la oportunidad de comprar una bicicleta o la oportunidad de viajar a Egipto y ver las pirámides, deberás apartarla a un lado por un instante, entrar en ti misma y preguntarte: "¿Qué me apetece? ¿Qué es lo que deseo? A lo mejor, me apetece más una moto que una bicicleta. A lo mejor, prefiero hacer un viaje para ir a ver a mi abuela que se está haciendo mayor." Las decisiones no tienen por qué ser tan importantes. A veces, las alternativas pueden ser dar un paseo o escribir un poema. Tanto si se trata de una cuestión trascendental como si se trata de una cuestión insignificante, la idea es consultar el yo instintivo a través de uno o de varios de los distintos aspectos que tenemos a nuestra disposición, simbolizados por la muñeca, la vieja Baba Yagá y la ardiente calavera.
Otra manera de fortalecer la conexión con la intuición consiste en no permitir que nadie reprima nuestras más intensas energías... es decir nuestras opiniones, nuestros pensamientos, nuestras ideas, nuestros valores, nuestra moralidad y nuestros ideales. En este mundo hay muy pocas cosas acertadas/equivocadas o buenas/malas. Pero sí hay cosas útiles y cosas inútiles. Asimismo, hay cosas que a veces son destructivas y también hay cosas creativas. Hay acciones debidamente integradas y dirigidas a un fin determinado y otras que no lo están. Sin embargo, tal como sabemos, la tierra de un jardín se tiene que remover en otoño con el fin de prepararla para la primavera. Las plantas no pueden florecer constantemente. Pero los que han de dictar los ciclos ascendentes y descendentes de nuestra vida son nuestros propios ciclos innatos, no otras fuerzas o personas del exterior y tampoco los complejos negativos de nuestro interior.
Hay ciertas entropías y creaciones constantes que forman parte de nuestros ciclos internos. Nuestra tarea es sincronizar con ellas. Como los ventrículos de un corazón que se llenan y se vacían y se vuelven a llenar, nosotras "aprendemos a aprender" los ritmos de este ciclo de la Vida/ Muerte/Vida en lugar de convertirnos en sus víctimas. Lo podríamos comparar con una cuerda de saltar. El ritmo ya existe; nosotras oscilamos hacia delante y hacia atrás hasta que conseguimos copiar el ritmo. Entonces saltamos. Así es como se hace. No tiene ningún secreto.
Además, la intuición ofrece distintas opciones. Cuando estamos conectadas con el yo instintivo, siempre se nos ofrecen por lo menos cuatro opciones... las dos contrarias, el territorio intermedio y "el ulterior análisis de las posibilidades". Si no estamos muy versadas en la intuición, podemos pensar que sólo existe una opción y que ésta no parece muy deseable. Y es posible que nos sintamos obligadas a sufrir por ella, a someternos y a aceptarla. Pero no, hay otra manera mejor. Prestemos atención al oído interior, a la vista interior y el ser interior. Sigámoslos. Ellos sabrán lo que tenemos que hacer a continuación.
Una de las consecuencias más extraordinarias del uso de la intuición y de la naturaleza instintiva consiste en la aparición de una infalible espontaneidad. Espontaneidad no es sinónimo de imprudencia. No es una cuestión de "lanzarse y soltarlo". Los buenos límites todavía son importantes. Sherezade, por ejemplo, tenía unos límites excelentes. Utilizaba su inteligencia para agradar al sultán, pero, al mismo tiempo, actuaba de tal forma que éste la valorara. Ser auténtica no significa ser temeraria sino dejar que hable "La Voz Mitológica". Y eso se consigue apartando provisionalmente a un lado el ego y permitiendo que hable aquello que quiere hablar.
En la realidad consensual, todas tenemos acceso a pequeñas madre, salvajes de carne y hueso. Son estas mujeres que, en cuanto las vemos, sentimos que algo salta en nuestro interior y entonces pensamos "Mamá". Les echamos un vistazo y pensamos "Yo soy su progenie, soy su hija, ella es mi madre, mi abuela". En el caso de un hombre con pechos en sentido figurado, podríamos pensar "Oh, abuelo mío", "Oh, hermano mío, amigo mío". Porque intuimos sin más que aquel hombre nos alimenta. (Paradójicamente, se trata de personas marcadamente masculinas y marcadamente femeninas al mismo tiempo. Son como el hada madrina, el mentor, la madre que nunca tuvimos o no tuvimos el tiempo suficiente; eso es un hombre con pechos.)
N.A.: Es posible que el espíritu y la conciencia del individuo tengan una "sensación" sexual y que esta masculinidad o feminidad del espíritu y demás posea un carácter innato, cualquiera que sea el sexo físico.
Todos estos seres humanos se podrían llamar pequeñas madres salvajes. Por regla general, todas tenemos por lo menos una. Con un poco de suerte, a lo largo de toda la vida tendremos varias. Cuando las conocemos, solemos ser adultas o, por lo menos, ya estamos en la última etapa de la adolescencia. No se parecen en nada a la madre demasiado buena. Las pequeñas madres salvajes nos guían y se enorgullecen de nuestras cualidades. Se muestran críticas con los bloqueos y las ideas equivocadas que rodean nuestra vida creativa, sensual, espiritual e intelectual y penetran en ella.
Su propósito es ayudarnos, cuidar de nuestro arte, conectarnos de nuevo con nuestros instintos salvajes y hacer aflorar a la superficie lo mejor que llevamos dentro. Nos guían en la recuperación de la vida instintiva, se entusiasman cuando establecemos contacto con la muñeca, se enorgullecen cuando descubrimos a la Baba Yagá y se alegran cuando nos ven regresar sosteniendo en alto la ardiente calavera.
Ya hemos visto que el hecho de seguir siendo unas pánfilas demasiado dulces es peligroso. Pero, a lo mejor, aún no estás muy convencida; a lo mejor, piensas: "Pero bueno, ¿a quién le interesa ser como Vasalisa?" Y yo te contesto que a ti. Tienes que ser como ella, hacer lo que ella ha hecho y seguir sus huellas, pues ésta es la manera de conservar y desarrollar el alma. La Mujer Salvaje es la que se atreve, la que crea y la que destruye. Es el alma primitiva e inventora que hace posibles todas las artes y los actos creativos. Crea un bosque a nuestro alrededor y nosotras empezamos a enfrentarnos con la vida desde esta nueva y original perspectiva.
Por consiguiente, cuando se reinstaura la iniciación en los misterios de la psique femenina, aparece una joven que ha adquirido un impresionante bagaje de experiencias y ha aprendido a seguir los consejos de su sabiduría. Ha superado todas las pruebas de la iniciación. La victoria es suya. Puede que el reconocimiento de la iniciación sea la más fácil de las tareas, pero conservarla concientemente y dejar vivir lo que tiene que vivir y dejar morir lo que tiene que morir es sin lugar a dudas la meta más agotadora, pero también una de las más satisfactorias.
Baba Yagá es lo mismo que la Madre Nyx, la madre del mundo, otra diosa de la Vida/Muerte/Vida. La diosa de la Vida/Muerte/Vida es también una diosa creadora. Hace, moldea, infunde vida y está ahí para recibir el alma cuando el aliento se acaba. Siguiendo sus huellas, aprendemos a dejar que nazca lo que tiene que nacer, tanto si están ahí las personas apropiadas como si no. La naturaleza no pide permiso. Tenemos que florecer y nacer siempre que nos apetezca. En nuestra calidad de personas adultas no necesitamos apenas permisos sino más engendramientos, más estímulo de los ciclos salvajes y mucha más visión original.
El tema del final del cuento es el de dejar morir las cosas. Vasalisa ha aprendido bien la lección. ¿Le da un ataque y lanza estridentes gritos cuando la calavera quema a las malvadas? No. Lo que tiene que morir, muere.
¿Y cómo se toma semejante decisión? Es algo que se sabe. La Que Sabe lo sabe. Pídele consejo en tu fuero interno. Es la Madre de las Edades. Nada la sorprende. Lo ha visto todo. En la mayoría de las mujeres, el hecho de dejar morir no es contrario a sus naturalezas sino tan sólo a la educación que han recibido. Pero eso puede cambiar. Todas sabemos en los ovarios cuándo es la hora de la vida y cuándo es la hora de la muerte. Podríamos tratar de engañarnos por distintas razones, pero lo sabemos.
A la luz de la ardiente calavera, lo sabemos.
Fuentes:
Clarissa Pinkola Estés
"Mujeres que Corren con los Lobos"
"Mujeres que Corren con los Lobos"