"El nombre es el espíritu y se funde con la sombra. Todos ellos son seres vivos y, como las personas a los que se dan, tienen identidades personales separadas."
Dar nombre a una fuerza, una criatura, una persona o una cosa tiene varias connotaciones. En las culturas en las que los nombres se eligen cuidadosamente por sus significados mágicos o propicios, conocer el verdadero nombre de una persona significa conocer el camino vital y las cualidades espirituales de dicha persona. Y la razón de que el verdadero nombre se mantenga a menudo en secreto es la necesidad de proteger a su propietario para que pueda adquirir poder sobre dicho nombre y nadie lo pueda vilipendiar o pueda apartar la atención de él y para que su poder espiritual pueda desarrollarse en toda su plenitud.
El poder secreto del nombre
"Saber el nombre de una persona sirve para algo más que llamarla. Además confiere un cierto poder sobre ella. Bajo esta premisa, algunas culturas han tenido especial cuidado de no revelar el verdadero nombre a extraños pues, de lo contrario, podrían estar a merced de aquél que lo poseyera. Saber el nombre verdadero de alguien, sea animal, cosa, persona o dios, otorga poderes mágicos sobre el alma y, en algunos casos, casi se considera como sinónimo del alma o espíritu. En las culturas de tradición, sus miembros tenían un nombre público, conocido por todos, y también otro oculto, íntimo, esotérico, el que revelaba su auténtica personalidad. Creían que ese nombre representaba alguna peculiaridad espiritual.
Dentro de las creencias mágicas sobre el nombre, pensaban los egipcios que éste venía a individualizar a cada persona de una manera plenamente determinante. El destino de cada persona estaba unido entrañablemente a su nombre; ese es el motivo de que en los ritos funerarios el nombre estuviera considerado como un elemento especialmente valioso de la personalidad, al que se le debía tanto respeto como a la propia momia o al alma del difunto. El nombre era único para cada persona y permitía que ésta perdurara; se creía que el difunto no moría del todo mientras su nombre fuese pronunciado, es decir no fuera olvidado por completo. Por esta razón, también en otras civilizaciones antiguas, como la romana, los gobernantes y otros personajes influyentes hacían enormes esfuerzos en preservar su nombre, inscribiéndolo una y otra vez en los monumentos que construían, en tumbas, en documentos, etc., y explica por qué la damnatio memoriae era un castigo tan severo para ellos.
Los sonidos no son los que constituyen una conversación, son Mantra, fuerzan a la creación de una imagen mental, y la fuerzan ejerciendo su acción sobre lo que es, precisamente para que surja tal como es relmente en su Ser esencial. ...Aquel que consigue utilizar las palabras-mantra poseerá la fuerza del conjuro, el medio mágico de actuar sobre la realidad inmediata, que es revelación divina y juego sempiterno de las fuerzas del universo.
En la palabra mantra se encuentra la raíz Man (pensar), unida a la partícula Tra, que forma parte de las palabras que designan los útiles. Así sucede con mantra, es un útil para pensar, una herramienta que permite aprehender una imagen mental. Por su resonancia, llama a la inmediata realización de su contenido. Lo que designa el mantra es así, está aquí, se realiza. La magia de la palabra y de la voz ha sido auténticamente vivida en las antiguas civilizaciones, las cuales asumían una actitud tremendamente respetuosa ante la palabra portadora de la tradición sagrada y encarnación del espíritu. En el Tíbet, donde se conservan vivas las tradiciones mántricas, la palabra únicamente no es un signo sagrado, sino que lo es cada letra del alfabeto, cada sonido.
Aquello que se invoca en voz alta, utilizando las palabras y los vocablos correctos, acaba por materializarse y cumplirse. Es la base de los grimorios y de los libros de encantamientos, de magia y maldiciones. Las palabras de poder pueden ser útiles para invocar a las fuerzas de la naturaleza y a los seres elementales. Esto mismo lo manifiesta Kirk de Aberfoyle en su obra "La Comunidad Secreta" cuando escribe que los subterráneos desaparecen apenas han oído el nombre sagrado que invoca a la Divinidad.
En muchas religiones, Dios tiene un nombre que no se debe pronunciar. Una leyenda hebrea cuenta que la tierra y los cielos temblaron cuando Salomón empezó a pronunciar el nombre sagrado. En los tiempos romanos, el nombre de la deidad tutelar de una ciudad se mantenía en secreto. Los judíos tenían la misma prohibición, con el fin de mantener a la deidad en exclusiva para su propia gente. En los misterios griegos, sólo los iniciados podían apelar o rezar a las deidades cuyos nombres se les había dado. El no conocer el nombre excluía a los no iniciados de obtener favores de las divinidades. El conocimiento del nombre obligaba a la deidad a responder favorablemente a las plegarias del que les rezaba. Se adoptaba un tono más respetuoso para dirigirse a una gran diosa lunar, tal como Artemisa, Tanit o Hécate. Los griegos también usaban el nombre como un medio para hacer magia y hacían tablillas de plomo. Después, se usaron mucho estas tablillas para todo tipo de magia y se inscribían en ellas símbolos mágicos, números o maldiciones, junto con los nombres de los espíritus invocados.
En un grado superior, saber el verdadero nombre de Dios es conocer la totalidad de su Creación y eso es algo que otorga fuerza para modificar la naturaleza. Ni más ni menos. Los cabalistas creen que Dios posee 72 nombres que son las 72 combinaciones de las letras hebreas. Y todo ello se puede resumir en una palabra: el Shem Shemaforash, el Nombre Secreto e impronunciable.
El rey Salomón era uno de los depositarios del mismo y para evitar que algún día pudiera perderse, creó un criptograma geométrico a partir del cual puede deducirse el Nombre Secreto. Salomón lo hizo inscribir en una plancha metálica, una especie de talismán de oro engastado con piedras preciosas que los autores latinos denominan la "Mesa de Salomón" y los autores árabes el "Espejo de Suliman".
En el Islam hablan de los 99 nombres de Alá, que son las formas de referirse al Creador. Algunos piensan que el número 100 sería su auténtico e impronunciable nombre, ya que todos los demás son adjetivos que lo describen. Los seguidores de la Fe Baha’i, piensan que el centésimo nombre sería Bahá, una palabra que significa "esplendor".
La creencia en el poder del nombre se ha mantenido en la religión, el mito, la saga, el ritual y la leyenda, y hasta en el cuendo de hadas, donde aparece con frecuencia y juega un papel importante. Los nombres tabú y los nombres secretos son la base de muchos de los relatos que proliferan por todo el mundo. Los protagonistas suelen ser diablos o duendes, celosos de su nombre que retan a que sea adivinado y que al final es desvelado. ¿Qué nombres secretos son esos? En Inglaterra el nombre oculto del duende es "Tom Tit Tot" y en Cornualles el nombre del diablo, con quien la niña hace el pacto, es "Terry-Top".
En la versión escocesa es "Whuppity Stoorie". En Suecia se llama "Tiheliture". En un cuento húngaro es un enano cuyo nombre revelado es "Winterkoble". En Austria se llama "Kruzimugeli", en Islandia "Gilitruh" y en Alemania está el que posiblemente sea el más famoso de todos los nombres ocultos, y lo sabemos gracias a los Hermanos Grimm, cual es el del enano "Rumplestilskin". En España también tenemos nuestra variante de este tabú que es el de María Quiriquitón.
El poder de la palabra también se utiliza para abrir puertas de entrada y salida a mundos dimensionales. Invocando la frase certera, una puerta se abre, es el caso del "Ábrete Sésamo" de Alibabá, o se desencanta a un hada o a un tesoro. "Hocus Pocus", “Abracadabra” y "Sim sala bim" son algunos conjuros antiguos que fueron considerados mágicos. Los ensalmadores utilizaban este poder para curar a las personas a través de sus ensalmos, igual que ocurría en Galicia con los pastiqueiros.
Es increíble el efecto que producen las cosas que nombramos. La mayoría de las veces no somos conscientes de sus consecuencias. Las palabras son un reflejo de nuestros pensamientos y sentimientos porque la palabra es sonido. El sonido es vibración y la vibración es energía. Por eso, en cada palabra y en cada nombre reside un poder implícito y un sonido energético que puede crear, puede curar o incluso puede matar. Algunas palabras solo deberían usarse una vez en la vida y otras no habría que cansarse de repetirlas. Una de ellas es "amor", término elegido como el vocablo más bello de la lengua castellana.
Dentro de las creencias mágicas sobre el nombre, pensaban los egipcios que éste venía a individualizar a cada persona de una manera plenamente determinante. El destino de cada persona estaba unido entrañablemente a su nombre; ese es el motivo de que en los ritos funerarios el nombre estuviera considerado como un elemento especialmente valioso de la personalidad, al que se le debía tanto respeto como a la propia momia o al alma del difunto. El nombre era único para cada persona y permitía que ésta perdurara; se creía que el difunto no moría del todo mientras su nombre fuese pronunciado, es decir no fuera olvidado por completo. Por esta razón, también en otras civilizaciones antiguas, como la romana, los gobernantes y otros personajes influyentes hacían enormes esfuerzos en preservar su nombre, inscribiéndolo una y otra vez en los monumentos que construían, en tumbas, en documentos, etc., y explica por qué la damnatio memoriae era un castigo tan severo para ellos.
En Babilonia y en otras civilizaciones, lo que no tenía nombre no existía. En la antigua Roma, no se le daba a un muchacho el nombre individual hasta la iniciación, o a una muchacha hasta que se casaba. La persona no tenía entidad hasta que recibía un nombre. Entre los aborígenes australianos, el padre dice al muchacho el nombre totémico en la iniciación. En todas las edades y en todos los tipos de cultura se da al individuo un nombre nuevo cuando tiene lugar la iniciación.
La importancia atribuida al nombre se comprueba a lo largo del tiempo en la perpetuación de un apellido, que no debe dejarse desaparecer y que ha llevado a muchos hombres a casarse por esa única razón. Del mismo modo, se pone a los niños el nombre de algún antepasado, para perpetuar el nombre; estos niños se consideran, a menudo y en algunos países, como la reencarnación de sus antepasados. Normalmente, los niños vikingos recibían el nombre de un familiar fallecido recientemente porque así recibiría algunas de las características suyas. Y en los sellamientos o casamientos de los mormones, se le otorga un nombre tanto a la mujer como al marido que resultan secretos y que sólo ellos conocen. La misma creencia en el poder del nombre ha hecho que en las supersticiones de raíz cristiana fuera costumbre, hasta hace poco, no revelar el nombre de un niño antes de que fuera bautizado, pues en ese lapso de tiempo está desprotegido contra las asechanzas de los malos espíritus. Edward Clodd sostiene que “esto, en pocas palabras, es la noción de que el nombre de cualquier ser, ya sea humano o sobrehumano, es una parte integrante de sí mismo y saberlo pone a su dueño, sea éste deidad, fantasma u hombre, en poder de otro, implicando esto, a menudo, la destrucción del nombrado”.
También es significativo que se considere mala suerte cambiar el nombre de un barco o de una casa.
El poder del nombre está relacionado con la fuerza creativa del sonido.
La importancia atribuida al nombre se comprueba a lo largo del tiempo en la perpetuación de un apellido, que no debe dejarse desaparecer y que ha llevado a muchos hombres a casarse por esa única razón. Del mismo modo, se pone a los niños el nombre de algún antepasado, para perpetuar el nombre; estos niños se consideran, a menudo y en algunos países, como la reencarnación de sus antepasados. Normalmente, los niños vikingos recibían el nombre de un familiar fallecido recientemente porque así recibiría algunas de las características suyas. Y en los sellamientos o casamientos de los mormones, se le otorga un nombre tanto a la mujer como al marido que resultan secretos y que sólo ellos conocen. La misma creencia en el poder del nombre ha hecho que en las supersticiones de raíz cristiana fuera costumbre, hasta hace poco, no revelar el nombre de un niño antes de que fuera bautizado, pues en ese lapso de tiempo está desprotegido contra las asechanzas de los malos espíritus. Edward Clodd sostiene que “esto, en pocas palabras, es la noción de que el nombre de cualquier ser, ya sea humano o sobrehumano, es una parte integrante de sí mismo y saberlo pone a su dueño, sea éste deidad, fantasma u hombre, en poder de otro, implicando esto, a menudo, la destrucción del nombrado”.
También es significativo que se considere mala suerte cambiar el nombre de un barco o de una casa.
El poder del nombre está relacionado con la fuerza creativa del sonido.
"En un principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y Dios era el Verbo".
Los sonidos no son los que constituyen una conversación, son Mantra, fuerzan a la creación de una imagen mental, y la fuerzan ejerciendo su acción sobre lo que es, precisamente para que surja tal como es relmente en su Ser esencial. ...Aquel que consigue utilizar las palabras-mantra poseerá la fuerza del conjuro, el medio mágico de actuar sobre la realidad inmediata, que es revelación divina y juego sempiterno de las fuerzas del universo.
En la palabra mantra se encuentra la raíz Man (pensar), unida a la partícula Tra, que forma parte de las palabras que designan los útiles. Así sucede con mantra, es un útil para pensar, una herramienta que permite aprehender una imagen mental. Por su resonancia, llama a la inmediata realización de su contenido. Lo que designa el mantra es así, está aquí, se realiza. La magia de la palabra y de la voz ha sido auténticamente vivida en las antiguas civilizaciones, las cuales asumían una actitud tremendamente respetuosa ante la palabra portadora de la tradición sagrada y encarnación del espíritu. En el Tíbet, donde se conservan vivas las tradiciones mántricas, la palabra únicamente no es un signo sagrado, sino que lo es cada letra del alfabeto, cada sonido.
Aquello que se invoca en voz alta, utilizando las palabras y los vocablos correctos, acaba por materializarse y cumplirse. Es la base de los grimorios y de los libros de encantamientos, de magia y maldiciones. Las palabras de poder pueden ser útiles para invocar a las fuerzas de la naturaleza y a los seres elementales. Esto mismo lo manifiesta Kirk de Aberfoyle en su obra "La Comunidad Secreta" cuando escribe que los subterráneos desaparecen apenas han oído el nombre sagrado que invoca a la Divinidad.
En muchas religiones, Dios tiene un nombre que no se debe pronunciar. Una leyenda hebrea cuenta que la tierra y los cielos temblaron cuando Salomón empezó a pronunciar el nombre sagrado. En los tiempos romanos, el nombre de la deidad tutelar de una ciudad se mantenía en secreto. Los judíos tenían la misma prohibición, con el fin de mantener a la deidad en exclusiva para su propia gente. En los misterios griegos, sólo los iniciados podían apelar o rezar a las deidades cuyos nombres se les había dado. El no conocer el nombre excluía a los no iniciados de obtener favores de las divinidades. El conocimiento del nombre obligaba a la deidad a responder favorablemente a las plegarias del que les rezaba. Se adoptaba un tono más respetuoso para dirigirse a una gran diosa lunar, tal como Artemisa, Tanit o Hécate. Los griegos también usaban el nombre como un medio para hacer magia y hacían tablillas de plomo. Después, se usaron mucho estas tablillas para todo tipo de magia y se inscribían en ellas símbolos mágicos, números o maldiciones, junto con los nombres de los espíritus invocados.
En un grado superior, saber el verdadero nombre de Dios es conocer la totalidad de su Creación y eso es algo que otorga fuerza para modificar la naturaleza. Ni más ni menos. Los cabalistas creen que Dios posee 72 nombres que son las 72 combinaciones de las letras hebreas. Y todo ello se puede resumir en una palabra: el Shem Shemaforash, el Nombre Secreto e impronunciable.
El rey Salomón era uno de los depositarios del mismo y para evitar que algún día pudiera perderse, creó un criptograma geométrico a partir del cual puede deducirse el Nombre Secreto. Salomón lo hizo inscribir en una plancha metálica, una especie de talismán de oro engastado con piedras preciosas que los autores latinos denominan la "Mesa de Salomón" y los autores árabes el "Espejo de Suliman".
En el Islam hablan de los 99 nombres de Alá, que son las formas de referirse al Creador. Algunos piensan que el número 100 sería su auténtico e impronunciable nombre, ya que todos los demás son adjetivos que lo describen. Los seguidores de la Fe Baha’i, piensan que el centésimo nombre sería Bahá, una palabra que significa "esplendor".
La creencia en el poder del nombre se ha mantenido en la religión, el mito, la saga, el ritual y la leyenda, y hasta en el cuendo de hadas, donde aparece con frecuencia y juega un papel importante. Los nombres tabú y los nombres secretos son la base de muchos de los relatos que proliferan por todo el mundo. Los protagonistas suelen ser diablos o duendes, celosos de su nombre que retan a que sea adivinado y que al final es desvelado. ¿Qué nombres secretos son esos? En Inglaterra el nombre oculto del duende es "Tom Tit Tot" y en Cornualles el nombre del diablo, con quien la niña hace el pacto, es "Terry-Top".
En la versión escocesa es "Whuppity Stoorie". En Suecia se llama "Tiheliture". En un cuento húngaro es un enano cuyo nombre revelado es "Winterkoble". En Austria se llama "Kruzimugeli", en Islandia "Gilitruh" y en Alemania está el que posiblemente sea el más famoso de todos los nombres ocultos, y lo sabemos gracias a los Hermanos Grimm, cual es el del enano "Rumplestilskin". En España también tenemos nuestra variante de este tabú que es el de María Quiriquitón.
El poder de la palabra también se utiliza para abrir puertas de entrada y salida a mundos dimensionales. Invocando la frase certera, una puerta se abre, es el caso del "Ábrete Sésamo" de Alibabá, o se desencanta a un hada o a un tesoro. "Hocus Pocus", “Abracadabra” y "Sim sala bim" son algunos conjuros antiguos que fueron considerados mágicos. Los ensalmadores utilizaban este poder para curar a las personas a través de sus ensalmos, igual que ocurría en Galicia con los pastiqueiros.
Es increíble el efecto que producen las cosas que nombramos. La mayoría de las veces no somos conscientes de sus consecuencias. Las palabras son un reflejo de nuestros pensamientos y sentimientos porque la palabra es sonido. El sonido es vibración y la vibración es energía. Por eso, en cada palabra y en cada nombre reside un poder implícito y un sonido energético que puede crear, puede curar o incluso puede matar. Algunas palabras solo deberían usarse una vez en la vida y otras no habría que cansarse de repetirlas. Una de ellas es "amor", término elegido como el vocablo más bello de la lengua castellana.
En los cuentos de hadas y las narraciones populares el nombre tiene varios aspectos adicionales, lo cual queda claramente de manifiesto en el cuento de Manawee. Aunque en algunos cuentos el protagonista busca el nombre de una fuerza perversa para poder dominarla, por regla general la búsqueda del nombre obedece al deseo de evocar esta fuerza o a esta persona, a la necesidad de estar cerca de esta persona y establecer una relación con ella.
Es lo que ocurre en el cuento de Manawee. Éste va y viene una y otra vez en un sincero intento de acercarse al poder de "las Dos". Le interesa nombrarlas no para adueñarse de su poder sino para adquirir un poder propio igual al suyo. Conocer los nombres equivale a adquirir y conservar la conciencia de la doble naturaleza. Por mucho que uno lo desee e incluso recurriendo al uso del propio poder, no se puede establecer una relación profunda sin conocer los nombres.
La adivinación de los nombres de la doble naturaleza, es decir, de las dos hermanas, es inicialmente una tarea tan difícil para las mujeres como para los hombres. Pero no tenemos que preocuparnos demasiado. El solo hecho de que nos interese descubrir los nombres significa que ya vamos por buen camino.
¿Y cuáles son exactamente los nombres de estas dos hermanas simbólicas de la psique femenina? Como es natural, los nombres de las dualidades varían según las personas, pero tienden a ser en cierto modo contrarios. Tal como ocurre con buena parte del mundo natural, es posible que al principio los nombres nos parezcan inmensos y pensemos que carecen de una pauta o repetición determinada. Pero un minucioso examen de la doble naturaleza, haciendo preguntas y prestando atención a las respuestas, no tardará en revelarnos una pauta que efectivamente es muy amplia, pero que posee una estabilidad semejante al flujo y reflujo de las mareas; la pleamar y la bajamar son predecibles y pueden trazarse mapas de sus corrientes profundas.
En la cuestión de la adivinación de los nombres, pronunciar el nombre de una persona es formular un deseo o una bendición acerca de él cada vez que se pronuncia. Nombramos estos dos temperamentos que llevamos dentro para casar el ego con el espíritu. Esta pronunciación del nombre y este casamiento se llaman, con palabras humanas, amor propio. Cuando se produce entre dos personas individuales se llama amor recíproco.
Manawee trata una y otra vez de adivinar los nombres, pero sólo con su naturaleza exterior no consigue adivinar los nombres de las gemelas. El perro, como representante de la intuición, actúa al servicio de Manawee. Las mujeres ansían a menudo encontrar a un compañero que tenga esta clase de paciencia y el ingenio necesario para seguir intentando comprender su naturaleza profunda. Cuando encuentra a un compañero de este tipo, lo hace objeto de su lealtad y amor durante toda su vida.
Manawee trata una y otra vez de adivinar los nombres, pero sólo con su naturaleza exterior no consigue adivinar los nombres de las gemelas. El perro, como representante de la intuición, actúa al servicio de Manawee. Las mujeres ansían a menudo encontrar a un compañero que tenga esta clase de paciencia y el ingenio necesario para seguir intentando comprender su naturaleza profunda. Cuando encuentra a un compañero de este tipo, lo hace objeto de su lealtad y amor durante toda su vida.
En el cuento, el padre de las gemelas actúa de guardián de la pareja mística. Es el símbolo de un rasgo intrapsíquico real que protege la integridad de unas cosas que tienen que "permanecer unidas" y no separadas. Él es quien somete a prueba el valor, la "idoneidad" del pretendiente. Es bueno que las mujeres tengan este vigilante.
En este sentido se podría decir que una psique sana somete a prueba todos los nuevos elementos que piden permiso para incorporarse a ella; que la psique posee una integridad cuya protección exige un proceso de selección. Una psique sana poseedora de un paternal vigilante no acepta sin más cualquier viejo pensamiento o cualquier actitud o persona, sólo acepta los que poseen capacidad de percepción consciente o se esfuerzan por alcanzarla.
El padre de las dos hermanas dice: "Espera. Hasta que no me convenzas de que te interesa realmente conocer la verdadera esencia -los verdaderos nombres-, no podrás tener a mis hijas." El padre quiere decir: "No podrás comprender los misterios de las mujeres con sólo pedirlo. Primero tienes que esforzarte. Tienes que estar dispuesto a entregarte por entero. Tienes que imaginarte cada vez más cerca de la auténtica verdad de este rompecabezas espiritual femenino, de este esfuerzo que es no sólo un descenso sino también un enigma."
Fuentes:
Clarissa Pinkola Estés
"Mujeres que Corren con los Lobos"
"Mujeres que Corren con los Lobos"