propias formas y apariencias. Pues, al principio, cuando
Dios dijo: „¡Hágase!“ y así aconteció, el instrumento y la
Matriz de la creación fue el Amor, dado que toda la
creación se configuró a través de Ella,
como en un abrir y cerrar de ojos."
El nacimiento del alma y la iniciación
Considerando la primera parte de cualquier vida humana que debe adaptarse a su entorno, y si lo logra más o menos bien, constatamos que su éxito se debe al principio de mímesis: una gradual y costosa adaptación a las leyes externas en cuyo seno nace y para lo cual debe aprender fingimientos y abstenciones, síes y noes. La obediencia a la autoridad, primero familiar y luego social, así lo exige. En ello no hay, empero, tanta verdad como simulación, criterio de independencia como sometimiento. Platón escribe "Las leyes" para todos, pero "El banquete" para cada uno. De modo parecido, Jesús pronuncia "El sermón de la montaña" para la comunidad pero reserva la parte más profunda de su enseñanza, para bien pocos.
"Y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres."
La verdad es que nacemos solos y morimos, por lo general, de uno en uno. También de esa manera se accede a la sabiduría que nos hace libres, individuo por individuo. De nuestro nacimiento biológico no somos responsables, pero del anímico-y hasta cierto punto-sí. En el primer nacimiento importa más la procedencia que la proyección hacia el mañana; en el segundo, menos el ayer que el camino que trazamos en las rutas del futuro. En el primero casi no hay participación de la voluntad: es automático de parte de la madre y natural la emergencia de la criatura; en el segundo nacimiento, en cambio, la voluntad lo es todo y la decisión de acceder a lo sobrenatural definitiva.
"De cierto , de cierto te digo que el no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; pero lo que es nacido del Espíritu espíritu es. No te maravilles de que te dije: os es necesario nacer de nuevo."
Circunstancias tan arquetípicas, que no sólo se mencionan en los Evangelios, han dado lugar, aquí y allá, a los ritos de paso o las iniciaciones rituales de las distintas culturas mediante las cuales se tienden y construyen puentes entre una edad y otra. A grandes rasgos se distinguen tres grandes categorías o tipos de iniciación en la historia de las religiones: la primera corresponde a los rituales colectivos por los que se efectúa el paso de la infancia a la adolescencia, o de ésta a la edad adulta. Ritual obligatorio para todos los miembros de la sociedad en cuestión.
"Los ritos femeninos son menos desarrollados que los masculinos. Las iniciaciones de las mujeres son individuales, porque coinciden con la primera menstruación; síntoma fisiológico de madurez sexual. Significa una ruptura: el alejamiento de la muchacha de su mundo familiar. Las muchachas forman al terminar un grupo y luego su iniciación se convierte en colectiva; bajo la dirección de las mujeres ancianas o mayores se las instruye en los secretos de la sexualidad y fertilidad. La esencia de esta formación es religiosa: consiste en la revelación de la sacralidad de la mujer. Se prepara ritualmente a la muchacha para que asuma su modo de ser específico, para convertirse en creadora, y al mismo tiempo se le enseñan sus responsabilidades en la sociedad y en el cosmos. Esas responsabilidades siempre son de naturaleza religiosa.
El rito de la oscuridad se enfatiza, se las aísla en un rincón oscuro de la casa, se les prohíbe ver el sol, tabú que explica la conexión mística existente entre la mujer y la luna. En algunos lugares se les prohíbe dejarse tocar por nadie, tocar el suelo, o pasar días en hamacas o vestir un atuendo especial.
El rito esencial es la exhibición de la iniciada ante la comunidad; se demuestra que es adulta y puede asumir el modo de ser propio de la mujer.
Los ritos iniciáticos femeninos, están relacionados con el misterio de la sangre, hay un miedo primitivo a la sangre menstrual.
Hay ideologías dominadas por el simbolismo religioso femenino, sobre todo por la figura de la Gran Madre, fuente de fertilidad universal. La frecuente reiteración del retorno al útero de la Madre primordial es sorprendente. Las pantomimas sexuales y el intercambio ritual de esposas en algunas tribus, enfatizan más la atmósfera sagrada del misterio de la procreación y el alumbramiento."
Esas ceremonias, la comunión católica, el bar mitzvá hebreo o la circuncisión musulmana, suelen llevar el apelativo de ritos de pubertad y presuponen cambios a nivel hormonal, como por ejemplo el despertar incipiente del chakra vishuda paralelo al que se da en el centro sexual, es decir que-y por lo menos en el hombre-, el desarrollo de su genitalidad se corresponde también con un cambio de voz.Las demás iniciaciones se distinguen de las de la pubertad por no ser obligatorias para todos los miembros de la sociedad y porque la mayor parte de ellas se lleva a cabo individualmente o en pequeños grupos. Por regla general, este tipo de iniciaciones marcan la "entrada" en alguna sociedad secreta u organización religiosa, orden o monasterio. La tercera categoría de iniciación, empero-y, otra vez, que Jesús relaciona implícitamente con la libertad a la que nos permite acceder la verdad-, está determinada por la vocación mística. Es el camino del chamán, del sanador psíquico, del hechicero de la tribu. En esta categoría interesa, sobre todo, la experiencia personal. El medicine-man es, por lo general, "un enfermo que se cura" y a partir de allí decide ayudar a los demás. En los dos primeros casos no puede soslayarse la regla, pero en el tercero cada individuo llamado a un destino más elevado sigue las suyas.
En la mayor parte de las tribus australianas, cuenta Mircea Eliade, la separación de las madres se lleva a cabo mediante la contemplación fija del fuego (elemento sin duda masculino), a través de una ceremonia que recibe el nombre de "tostado", y que permite al que va a ser iniciado el pasar de un estado de ignorancia a otro de conocimiento. Entre los kabalistas hebreos se da ese tránsito cuando, en un momento dado, estudios y experiencia mediante, se produce la iluminación o ha-braká, en medio de la cual se percibe el relámpago o barak que conmueve el aliento representado, en este caso, por la doble hei. Por el mismo motivo, e igualmente en Australia, las iniciaciones van acompañadas de ruidos de tormentas, ulular de vientos y e imitación de truenos. Aparato metereológico que, durante unos momentos al menos, desordena las relaciones entre el cielo y la tierra, con el fin de que el neófito pueda, más tarde, reorganizarlas por cuenta propia.
Otras tribus y gentes sostienen que la iniciación debe hacerse mirando fijamente al cielo (los tibetanos), o bien al fuego hasta perder la cabeza. Horas después, o incluso días más tarde, el iniciado recuperará una nueva. Tal cambio de cabeza representa, sin duda, de modo simbólico, el acceso a una nueva mentalidad y cosmovisión. Curiosamente entre muchas culturas la iniciación del adulto supone, al mismo tiempo, también una subincisión paralela a la circuncisión , pues se trata de recobrar el estado bisexual o andrógino de los orígenes, hasta alcanzar, figuradamente, una suerte de conciencia indivisa que el budismo tradicional, que no escapa ni a la fenomenología del relámpago ni a la de la iluminación psíquica, denomina no dualidad. En todo caso el quid de la iniciación es hacer de dos, o de lo múltiple, uno.
Existe, empero, una tradicional diferencia a destacar entre la iniciación femenina y la masculina: las mujeres son iniciadas individualmente porque para ellas la menstruación es signo de una nueva vida, y puesto que no todas menstruan a la vez, se van agrupando generacionalmente y, bajo la tutela de una mujer mayor, se adentran en los misterios de su nuevo estadio. Al mismo tiempo, los hombres tienen prohibido mirar o saber lo que ocurre en el mundo femenino y viceversa. Además, así como en el universo iniciático de los hombres de lo que se trata es de los bienes culturales, el de las mujeres concierne casi en exclusiva a los bienes naturales.
Dado que la iniciación es equiparable a un "segundo nacimiento", en la India se los llama, a los neófitos que están a punto de acceder a una "verdad liberadora", dvigas: aquél que ha nacido dos veces. Es posible, también, que la raíz de esa palabra se remonte al concepto sánscrito de divya, que significa celestial, en cuyo caso la universalidad de tal experiencia psicológica se reflejaría en distintos mitos cosmogónicos.
"Fue hecho el primer hombre Adam en ánima viviente; el postrer Adam en espíritu vivificante. Mas lo espiritual no es lo primero, sino lo animal; luego lo espiritual. El primer hombre es de tierra, el segundo del cielo".
Entre algunos pueblos la iniciación consiste en subir a un árbol llamado "el árbol del mundo", o peregrinar hacia una fuente o ciudad mágica; o bien concentrarse, durante años, en un mismo punto hasta adquirir suficiente poder mental como para navegar sutilmente por el espacio y el tiempo. En cualquier caso, toda iniciación supone una muerte a la condición previa, al estadio anterior. Muerte que muchas veces viene precedida por un cambio de relaciones humanas, una mudanza o un accidente así como por una enfermedad grave. La India llama, además, al estadio previo a la iniciación, apakva, verde, crudo, en tanto que el momento de madurez lleva el nombre de pakva. Entre los kabalistas judeocristianos ese "árbol del mundo" sería el Arbol de la Vida o Sefirótico.
Por último, así como el alma suele nacer en las fronteras de lo corporal, cuando lo somático ha colmado sus límites, de igual modo el espíritu nace cuando el alma llega a la conciencia de su propia finitud.. Tres son también los nutrientes de cada uno de estos niveles de estructuración personal: el cuerpo se alimenta de sólidos, el alma de palabras y el espíritu de música y silencio. Rezos, meditación y plegarias. Porque Dios, como decía la Madre Teresa de Calcuta, escucha en silencio.
La historia humana no ha dejado más que muy pocas huellas escritas o testimonios visibles de las vías de iniciación típicamente femeninas, al menos en Occidente. Esto se explica, sin duda, como se verá, por la naturaleza misma de los misterios femeninos que surgen del dominio de lo inexpresado, si no de lo inexpresable. Si bien el proceso iniciático precisa siempre para realizarse despertar e integrar las facultades del polo opuesto a fin de recuperar la unidad primordial en el que el Sol y la Luna están fundidos en uno.
I. Los principios de los misterios femeninos
Desde el punto de vista metafísico, es la mujer la poseedora de la energía primordial. El acto creador divino es la actualización de una triple potencia que la Tradición designa con los nombres de Sabiduría, Fuerza y Belleza para simbolizar la emergencia del Principio, su despliegue y su afirmación; lo que se traduce por la esencia, la energía en movimiento y la materia; o también por el principio espiritual, el principio animador y el principio corporal. Este juego de vaivén entre las dos polaridades opuestas y complementarias, simbolizadas por los términos de "Fuerza" y "Belleza", no es posible más que por mediación activa del tercer término, el de la "Sabiduría" que permite la liberación de la conciencia y el retorno a la unidad.
La intención inicial y el orden primero producen, de una parte, la intensidad y el movimiento propagador, de otra, la creación y el equilibrio final, culminación del proceso creador. La creación aparece pues bajo dos modos opuestos y complementarios: en tanto que producción continua de substancia pura indiferenciada y en tanto que organización diferenciada y discontínua de substancia cualificada puesta en la forma. De un lado la potencialidad y la fuerza, del otro la actualización y la forma. Esta bipolaridad entre los dos ejes de derecha e izquierda, uno fundador y productor, el otro estructurador y reintegrador, es universal.
La mujer es la "viviente", la matriz de las energía vitales. Sin su aportación y su influjo, la obra del hombre es abstracción, artificio, articulación sin vida. El principio femenino es el de la receptividad y la plasticidad, el que demanda y condensa la fuerza vital, la energía creadora. Psíquicamente y espiritualmente encarna la potencia vital. Consistiendo el trabajo iniciático, por una parte al menos, en realizar la conjunción de los opuestos partiendo de las capacidades propias de su naturaleza, para la mujer implica ante todo corporificar el espíritu o fijar lo volátil.
"Lo femenino es la matriz de la creación. Esta verdad es algo profundo y elemental, y toda mujer la conoce desde las células de su cuerpo, desde la profundidad de su instinto. La vida surge de la substancia de su propio cuerpo. Las mujeres pueden concebir y dar a luz, ser partícipes del mayor misterio, que es traer un alma al mundo. Y, no obstante, nos hemos olvidado, o se nos ha privado, de la profundidad de este misterio, de cómo la luz divina del alma crea un cuerpo en el seno de la mujer, y de cómo las mujeres participan en este misterio, entregando su propia sangre, su propio cuerpo, a aquello que va a nacer. El enfoque de nuestra cultura en un Dios incorpóreo, trascendente, ha dejado a las mujeres despojadas, negándoles el carácter sagrado de este sencillo misterio de amor divino.
De lo que no nos damos cuenta es de que esta negación patriarcal no sólo afecta a todas las mujeres, sino también a la vida misma. Cuando negamos el misterio divino de lo femenino, también le estamos negando algo fundamental a la vida. Estamos separando la vida de su núcleo sagrado, de la matriz que alimenta a toda la creación. Separamos nuestro mundo de la única fuente que puede sanarlo, alimentarlo y transformarlo. La misma fuente sagrada que nos dio la vida a cada uno de nosotros es necesaria para darle significado a nuestras vidas, para alimentarlas con lo que es verdadero, y para revelarnos el misterio, el propósito divino de estar vivos.
Dado que la humanidad desempeña una función central en la totalidad de la creación, lo que nos negamos a nosotros mismos, se lo negamos a todo lo que está vivo. Negándole a lo femenino su poder y propósito sagrados, hemos empobrecido la vida de un modo que no entendemos. Le hemos negado a la vida la fuente sagrada de significado y designio divinos, que las sacerdotisas de la antigüedad conocían. Quizá pensemos que sus ritos de fertilidad y otras ceremonias se debían tan sólo a la necesidad de procreación o de conseguir una buena cosecha. En nuestra cultura contemporánea no podemos entender hasta qué punto se expresaba a través de ellos un misterio más profundo, que conectaba conscientemente a la vida con su fuente de origen de los mundos interiores, una fuente que sustentaba la totalidad de la vida como una encarnación de lo divino, permitiendo que el milagro de lo divino estuviera presente en cada momento.
Atrás ha quedado la época de las sacerdotisas, de sus templos y ceremonias, y dado que la sabiduría de lo femenino no ha sido documentada por escrito, sino transmitida de forma oral (logos es un principio masculino), se han perdido sus conocimientos sagrados. No podemos hacer volver el pasado, pero podemos dar testimonio de un mundo en el que ella no está presente, un mundo en el que explotamos por codicia y afán de poder, en el que violamos y contaminamos sin ninguna consideración. Entonces podremos emprender la labor de darle la bienvenida a la naturaleza femenina, de reconectarnos con lo divino que se encuentra en el núcleo de la creación, y aprender de nuevo a trabajar con los principios sagrados de la vida. Sin la intercesión de la deidad femenina, permaneceremos en este terreno física y espiritualmente estéril que hemos creado, dejándoles como legado a nuestros hijos un mundo enfermo y profanado.
La opción es sencilla. ¿Podemos recordar la totalidad que se encuentra en nuestro interior, la totalidad que une el espíritu y la materia? ¿O vamos a seguir por el camino que ha abandonado a la deidad femenina, que ha separado a las mujeres de su sabiduría y poder sagrados? Si nos decidimos por la primera opción, podremos comenzar a recuperar el mundo, no con planes masculinos, sino con la sabiduría de lo femenino, la sabiduría que forma parte de la vida misma. Si nos decidimos por la segunda, quizá logremos llegar a alguna solución superficial con las nuevas tecnologías. Quizá combatamos el recalentamiento global y la polución con planes científicos, pero no habrá un cambio verdadero. Un mundo que no está conectado con su alma, no puede sanarse. Sin la participación de la deidad femenina, nada nuevo puede nacer."
II. Las distintas formas de realización iniciática femenina
La iniciación reposa sobre el ejercicio y la orientación de los poderes latentes, a fin de hacer tomar conciencia, por medio de ellos, de las capacidades de amplitud y elevación que encierran, para desidentificar a la persona de su estrecha individualidad subjetiva, y permitir que el ser integral se desarrolle y florezca, revelando su potencia, su conocimiento y su perfección. Definir o descubrir los poderes propios de la feminidad, es encontrar, por eso mismo, las vías de realización de la mujer.
"La meta es alcanzar la plenitud de la libertad en la opción responsable por la verdad y el bien para la persona y para la sociedad. Así la mujer se verá realizada en su libertad cuando todos sus actos y su vida estén dirigidos a desarrollar en plenitud toda su riqueza femenina y dar lo mejor de sí misma a los demás.
Después de algunas décadas en las que la lucha de la mujer se centró en la obtención de igualdades civiles, económicas y laborales; nos encontramos en una etapa en la cual la lucha se dirige a establecer la diferencia, a demostrar que para lograr la realización la mujer no necesita perder aquello que le es más propio: su feminidad, su ser mujer portadora de la vida, su papel de transmisora de códigos de conducta basados en los valores trascendentes, superando así la visión reduccionista y materialista de la persona. En definitiva, un feminismo que integre toda la riqueza y las capacidades propias de la mujer sin amputarle nada y que la lleve a luchar por una sociedad más humana junto al hombre, a su lado, ni por debajo ni por encima de él.
Se concluye así que la mujer no se realiza en la alienación de su feminidad y en el olvido de lo que le es más propio, porque su aporte a la sociedad no puede limitarse a una entrega profesional fría, competitiva, masculina en sus características, sino que el liderazgo de la mujer se verá reflejado en una gran conciencia de servicio de cara a la sociedad que le lleve a comprometerse en su transformación ya sea desde un trabajo profesional, ya sea con su participación voluntaria en actividades sociales, educativas y humanitarias. Esta proyección de su ser femenino hacia la sociedad es lo que realmente la realiza, mucho más que la autosatisfacción de trabajar como los varones o la obtención de dinero, prestigio y poder."
Se concluye así que la mujer no se realiza en la alienación de su feminidad y en el olvido de lo que le es más propio, porque su aporte a la sociedad no puede limitarse a una entrega profesional fría, competitiva, masculina en sus características, sino que el liderazgo de la mujer se verá reflejado en una gran conciencia de servicio de cara a la sociedad que le lleve a comprometerse en su transformación ya sea desde un trabajo profesional, ya sea con su participación voluntaria en actividades sociales, educativas y humanitarias. Esta proyección de su ser femenino hacia la sociedad es lo que realmente la realiza, mucho más que la autosatisfacción de trabajar como los varones o la obtención de dinero, prestigio y poder."
Lo que parece un dato constante en todas las formas de iniciación femenina es la particular relación con el mundo subterráneo. Este se expresa por la gruta o la caverna que son un símbolo en analogía con el papel matricial de la mujer. Pero se refiere también a las entrañas de la tierra en tanto que éstas son la fuente del fuego vital, del calor germinativo.
En las leyendas caballerescas de la Alta Edad Media encontramos el tema de la princesa enterrada viva, en un estado de letargo del que sale para conocer una nueva vida y llegar a la realización iniciática. Es en particular el tema del cuento "Cligés o la falsa muerta" de Chrétien de Troyes, y el del libro "Perceforest", la búsqueda amorosa de la "Princesa de la extraña marcha", que se transforma en pastor y luego en jinete tras su enterramiento y muerte simulada, reapareciendo con el nombre de "Virgen de corazón de Acero". Todas las diosas ctónicas están evidentemente en relación con los misterios femeninos, que al parecer, rigen particularmente las corrientes telúricas y lo que se llama en alquimia "La Obra al negro". Hay que señalar que las Vírgenes negras están siempre vinculadas al mundo caballeresco, lo que subraya la relación entre esta epifanía de la Sabiduría oculta, inmanente, y el dominio de las energías cósmicas.
Paralelamente, en la mitología griega, Ariadna guía al héroe Teseo, guerrero y príncipe, en el mundo subterráneo del laberinto de Dédalo. Sin embargo, hecho significativo, acabará por casarse con Dionysos, Dios de la energía vital y dela ebriedad sagrada.
Se ve pues que a la mujer corresponde el papel de guía en las raíces ocultas de la conciencia, consejera secreta, auxiliadora en las empresas que apelan a las fuerzas latentes o al mundo nocturno; por último, de dominadora también de las influencias tenebrosas, puesto que las conoce y sabe desbaratarlas. Es la mujer la que aplasta la cabeza de la serpiente ctónica. Y son las Musas las que proporcionan la inspiración original y las claves secretas del genio, pues la intuición es la fuente de todas las artes y de todas las ciencias.
La mujer tiene pues una función de reveladora de secretos, por saber activar y descifrar los signos de un advenimiento al mundo o a la conciencia clara. Piénsese en particular en la Pythia de Delfos y en las Sibilas antiguas. Además, actúa como catalizador de la reserva de energías sutiles indiferenciadas, lo que le permite una acción mágica natural, a la que, por otra parte, el hombre con frecuencia teme...
La mujer opera esencialmente como un elemento desencadenante por su presencia activa, reservada y prudente al dar testimonio de la realidad concreta efectiva y de sus contenidos latentes. Esta acción de influencia es tanto más poderosa cuanto que el mundo de lo inexpresable está custodiado por mujeres dotadas de sentido del silencio, del secreto y las maduraciones invisibles. Por eso las tradiciones iniciáticas femeninas huyen de las formas de manifestación ostensibles que esterilizarían lo que podríamos llamar la capacidad atractiva del "Mercurio Universal" volátil y presente en toda forma; así como el encanto operatorio, en el sentido original, que deriva de la facultad de movilizarlo por instinto y por intuición.
III. La realeza femenina: los misterios del combate y del juego de las fuerzas cósmicas
En cuanto a ese encanto universal capaz de captar las fuerzas físicas o sutiles, de canalizarlas por afinidad y metamorfosear así las formas, es la fuente de dos tipos de iniciadas, a veces reuniendo los dos aspectos: las hadas y las poseedoras de poder.
Las hadas, a partir de una cierta forma de percepción sutil, son capaces de conferir dones, es decir, de anudar en gavillas ciertas influencias benéficas sobre un determinado "germen" cuyo crecimiento será así favorecido. Similarmente, son capaces de aislar magnéticamente un campo de percepción sensorial creando un espejo ilusorio. Pueden así impedir realmente toda intrusión en un "campo" o reducir a la impotencia al que se aproxima a él. Son capaces también, por "naturaleza", de descubrir tanto las fuentes como las corrientes telúricas. Además, pueden catalizar energías para producir fenómenos físicos, sonoros, visuales, táctiles, provocar desplazamientos o regeneraciones.
La mujer-hada es siempre esencialmente una niña que ha conservado intactas las facultades de inocencia, espontaneidad e inmediatez. En contrapartida, la mujer-hada es particularmente vulnerable a los golpes del mundo ordinario. Lo ideal para un hada es ser amada por un caballero y recíprocamente. Pues entonces esta pareja es invulnerable, uno dominando la forma, la otra la energía, siendo recíprocamente fuente de alimentación, realización y perfección.
Pero la mediumnidad de la naturaleza femenina así como su energía vital le permiten igualmente desarrollar facultades superiores en actos heroicos:
Una resistencia física excepcional y el arte de regenerarse en el fuego de la acción;
Una movilidad y vivacidad superior así como la flexibilidad que compensa la fuerza física (véanse las Amazonas);
Una corrosividad superior a la del macho, que la alquimia relaciona con el "mercurio volatil" y una insensibilidad relativamente mayor al mal sufrido o infligido. ¿Fiereza?
Una percepción sutil de la dirección e intensidad de las energías en el momento de su proyección, lo que permite actitudes previsoras y trampas, y un sentido agudo de los puntos débiles;
Una forma de coraje que reposa sobre la confianza instintiva o la inspiración espiritual más que sobre una resolución moral y mental;
Una utilización del encanto en modo de presencia obnubilante y fascinadora para captar y desviar la atención del adversario.
La utilización combinada del genio intuitivo sutil y los recursos indefinidos de la energía vital -que una mujer sabe, por instinto "reciclar"- sobrepasa con mucho el simple enfrentamiento mecánico de las fuerzas físicas o incluso la destreza mejor ejercitada de un guerrero hábil y valeroso. Por eso la guerrera es la iniciadora última del guerrero. Por eso también la Dama no tiene solamente, al lado del caballero, una función de inspiradora galvanizante, sino, además, a veces, la de un modo secreto de protección así como la presencia activa y poderosa que transmite esa energía primordial, ese ardor del fuego vital.
Existe, pues, una vía de "mujeres heroicas" y no es sin razón que la Edad Media colocaba a nueve heroínas equilibrando a los nueve héroes de la leyenda. Son Tammamis y Semíramis, reinas de Egipto; Hipólita, Penthesilea y Lampredo, reinas de las amazonas; Deifemme, Deisille, Tancqa y Menelippe, cuyo papel se conoce mejor. Penthesilea, que acudió en ayuda de Aquiles a galvanizar el coraje de los troyanos, es típicamente la que reúne la fuerza dispersa, la que reanima el valor. Representa un tipo femenino cardinal que vuelve a encontrarse por ejemplo en Santa Genoveva, Juana de Arco o Jeanne Hachette. Es la mujer "fuerte como un ejército armado y listo para la batalla" del cántico de Salomón. Es también el miso de Isis que concentra la fuerza viril.
Se habría podido inscribir también entre las valientes a Judith y Deborah, pues ellas ilustran, como Penthesilea, la capacidad esencialmente femenina de resolver una situación bloqueada, si es preciso por una disolución violenta y rápida del "nudo" que constituye el obstáculo a la canalización armoniosa de la energía. Por otra parte, la muerte, ejecutora y transmutadora, es también una mujer... Se trata pues siempre de asegurar una mediación y un paso, ya sea horizontal o vertical, entre la tierra y el cielo. Es ahí donde reside la proeza característica de la caballería femenina.
Se podría reflejar su modo de operación mediante la expresión "acción de gracia" en el sentido de insuflar una influencia espiritual y sutil capaz de movilizar energías terrestres y celestes, de desanudar y armonizar, tocando los punto sensibles que rigen la regeneración y el impulso de exaltación. Y esto de forma espontánea, "gratuita", impalpable. La mujer, en este sentido, es dueña de la apertura del corazón, como es también depositaria de los secretos indecibles del arte de liberar las armas, por una aceptación muda del orden del mundo y de la voluntad del Cielo. Se dice en este sentido, en el Evangelio, que la Virgen "guardaba y meditaba todas las cosas en su corazón".
En consecuencia, la naturaleza de la hazaña femenina no es construir o modelar formas, físicas o mentales, sino más bien suscitar su advenimiento, vivificarlas y animar las energías que subyacen. A la mujer pertenece el secreto de la dinámica que produce, modifica y regenera: provoca el ardor y el entusiasmo, despierta las potencialidades estancadas y desbloquea las situaciones al invertir los polos. La mujer encarna elementos sutiles, impalpables, que crean una atmósfera de vida y crecimiento (o de muerte y destrucción) por un modo de presencia que actúa desde el interior y en la raíz de los fenómenos. Actúa pues sobre el registro de lo informal, de lo indecible y lo invisible.
La mujer consciente y dueña de sus poderes no actúa tanto por gestos como por la gracia y la fuerza de los gestos, no tanto por la creación de formas como por la luminosidad, el color y la armonía que en ellas revela, no tanto por palabras como por la resonancia de las palabras, el timbre de la voz y el encanto del canto. A este respecto existe un arcano femenino del arte del canto: el de las nanas o canciones infantiles, el de los cantos de amor o los de guerra, excitando el ardor combativo, el de los cantos de duelo canalizando el estado emotivo de tristeza, e incluso el de los cantos que operan curaciones físicas o reconciliaciones afectivas, como todavía saben practicarlos en la actualidad los coros de mujeres chamanes de Siberia. Estas técnicas sonoras sirven para expresar y amplificar la emoción y la sensación física hasta el paroxismo condensándolas y canalizándolas para movilizarlas a fin de producir un efecto, un estado de conciencia: calmar, apaciguar, disolver; o regocijar, encantar, incluso cautivar, y aniquilar a un enemigo como sabían hacerlo las sirenas de la Odisea.
A través de esta potencia de evocación y de realización de la voz femenina se llega al misterio central de la mujer iniciada: el de aportar en cualquier lugar en que se encuentre el influjo de la intensidad creadora y dar el alma a un lugar, un tiempo, un acto o un ser humano débil o herido: reunir las fuerzas de la vida.
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