miércoles, 8 de diciembre de 2010

El poder del silencio

El silencio es todo lo que tenemos.
La Voz es el rescate—
Pero el Silencio es Infinito.
Carece de rostro.
Emily Dickinson

Es verdad que la idea de silencio ha sido comúnmente asociada a un sentimiento de trascendencia, a una dimensión metafísica, espiritual y sagrada. Esto explica que su especulación responda al modo en que se han planteado y expresado la filosofía y la teología, al menos en sus inicios, cuando tales disciplinas o ciencias carecían de un carácter definido. En todas ellas subyace la necesidad de remontarse al silencio original y de aceptar en él una herramienta para el conocimiento propio, y también hallar en su cultivo el sentido de la existencia y su relación con lo desconocido e inexplicable.

"Detrás de todas las manifestaciones de la vida existe un poder único, una Realidad única. Esta forma está más allá de todas las formas, de todos los modos, sin embargo ésta se expresa a través y mediante los modos y las formas que existen, visibles e invisibles. Nosotros podemos abrirnos a este poder creador yendo también más allá de nosotros mismos, yendo más allá de nuestras personas. Esto se realiza abriéndonos al silencio. El silencio nos conecta con esta fuerza creadora y entonces nos convertimos en canales directos, en expresiones directas de esta acción creativa constante. El silencio es el poder más grande que existe. Porque todo lo que existe son aspectos parciales del silencio. Todo lo que existe se genera en lo que no existe, en lo que no aparece. Todo lo que existe son aspectos parciales de algo que está más allá de lo que llamamos existencia manifiesta. Abrirse al silencio es abrirse al potencial total, incondicional."

Es precisamente el Uno, por decirlo con Platón, el que no posee ningún nombre: "Ni hay de él razón, ciencia, sensación u opinión". No se le puede conjeturar ni conocer. Es silencio. Un silencio que, por lo sagrado, es el eco de su origen, lo que se manifiesta desde la invisibilidad.
En Delfos, en Dodona, los oráculos tenían en la no respuesta, en la ausencia de voz, una forma de designio. Con frecuencia conminaban a no hablar en señal de sujeción y purificación; otras veces, su no pronunciamiento significaba la aceptación del mundo secreto del que allí acudía. "Guarda silencio, iniciado", se lee en uno de los oráculos caldeos; y como signo de temperancia los pitagóricos conminaban a "cubrir las opiniones dentro de una mente muda". No por azar Homero llamaba "callados" a los virtuosos y mesurados. Entre los filósofos griegos era común acogerse al silencio en tanto que manifestaba, tanto más elocuentemente que el lenguaje, su extrañamiento moral, esa extranjería que llevó al sabio y errante Misón a vagar por los parajes apartados y que indujo a Heráclito a tomar el camino de las montañas para huir de toda presencia humana.
Estar solo, callado, favorece la pérdida de la dualidad, facilita caer en la cuenta de que uno es ante todo, y muy íntimamente, la relación con lo que ignora. Plotino refiere que si la Naturaleza, a la vez contemplación y objeto de contemplación, fuera preguntada por qué produce, respondería a su interlocutor:

"No debieras preguntar, sino comprender en silencio tú también, como yo guardo silencio y no acostumbro a hablar".

Ocurre de un modo similar en el Tao: "Hablar poco y seguir la Naturaleza". Mirar, callar, contemplar el escenario donde fue retenida la palabra de los dioses, el paisaje en el que nada puede ser dicho porque, de resonar una voz, alejaría a la divinidad.
Esta mirada desde el silencio puede convertirse en un modo efectivo de acercamiento a las cosas, al mismo tiempo que sirve para distanciarse de ellas y advertir que nada está necesariamente en lo que aparece como inmediato, y que el entendimiento procede, siguiendo a Plotino, de una contemplación que lo transforma todo en conocimiento. Con ello se hace posible reordenar la existencia, volver a vivir, sentir en la propia la vida un exterior no ajeno.


"Usad las palabras para explicar pensamientos,
pero el silencio cuando los pensamientos se hayan absorbido...
los que están calificados para buscar la verdad se quedarán con el pez y dejarán la red."
Tao-sheng

"Parece contradictorio hablar, o escribir, sobre el silencio, porque lo cierto es que el silencio es algo que hay que experimentar. En la experiencia del silencio descubrimos verdades espirituales profundas y avanzamos para conocer nuestro ser espiritual. El silencio crece en nosotros, nos ayuda a progresar y a desarrollarnos de una forma muy sutil."

"En el silencio se reconoce el mundo interior y es el terreno donde crecen los valores.
¿Qué es lo que expresamos? ¿Qué es lo que comunicamos a los demás? Expresamos lo que somos, y cómo estamos y nos sentimos. Expresamos nuestros valores más profundos, no lo que decimos con palabras sino lo que sentimos en nuestro interior. Esto es lo que en definitiva llega a los demás. Todo lo que expresamos externamente se germina en el interior de nuestro ser. El silencio facilita una experiencia que nos lleva a la reflexión y al trabajo personal del mundo interior. Cuando aprendemos a dirigirnos hacia nuestro interior en silencio, son muchos los beneficios que descubrimos."

El profundo silencio significa un estado de total y perfecta quietud, en la que controlamos no sólo la facultad del habla sino también todo diálogo mental y aun el movimiento del cuerpo, virtualmente lo que se conoce como el inefable estado de samadhi (silencio absoluto supremo).

Si los antiguos latinos distinguían silere de tacere se debe a que el primer término significaba la expresión de serenidad, de no movimiento, un silenciarse sin aparente objeto, impersonal. Tacere indicaba, en cambio, un callar "activo", una voluntad que pretendía antes bien la disciplina del no hablar con el propósito de ajustar, o por así decir, de anular las disonancias producidas por todo aquello que rodea al ser humano. Apelaban a dos distintas dimensiones. Silere señala algo más que la concentración para obtener un fin, el reposo necesario para la lectura o atender más despiertamente la voz ajena. Silere es el verbo que reconoce la inmovilidad, la parte detenida de lo que no cesa, un abandono del deseo, el cauce del desapego. Por eso, en el lenguaje de la espiritualidad se ha asociado a una actitud mística, mientras que tacere se ha vinculado principalmente a una voluntad ascética.

"Así, nuestra vida, al abrirse al silencio y al vivir desde el silencio es, en sí misma, una creación constante. Todos nuestros actos se convierten en una expresión de este proceso creativo. Ya no vivimos pendientes de juicios, de objetivos, vivimos descubriendo en cada momento esta profundidad inmensa del instante que, también en cada momento, se derrama, se vierte al exterior de un modo totalmente nuevo, imprevisto, creativo. Todos los actos de la vida se convierten en actos de una importancia total, porque dejamos de tener preferencia respecto a las cosas, respecto a los objetivos. Dejamos de comparar y de juzgar porque descubrimos que lo esencial es esta Realidad que se está expresando. Lo que da sentido a las cosas no son las cosas, ni las consecuencias de las cosas, sino esta presencia inmutable y eterna que está detrás de cada momento de manifestación."

El poeta Rainer Maria Rilke hablaba del espacio donde asoma la aurora sin que nada se oiga y que, pese a ello, está poniendo en pie lo que será el mundo. Es precisamente éste un silencio más próximo a la intuición que a la certidumbre, un no abrir los labios porque deja de ser necesario indicar dónde se está y qué camino habrá de emprenderse. Silencio nuevo y antiguo a la vez, un preludio que, contradictoriamente, no da paso a nada, no es apertura de nada, sino cese, familiaridad con el Absoluto, abrazar la "silenciosidad de sí mismo" para convenir que la consciencia se expresa en la manera en que se calla. Cierto que el lenguaje es el modo de callar y la forma en que llega a producirse—a elaborarse—el silencio, cuya naturaleza le permite estar en perpetuo cambio. En ocasiones, refleja el temor sentido frente a lo desconocido, frente a aquello que no es dominable, como ocurre ante la contemplación del universo y que nos induce a percibir el destino, el destino personal, único, como una zozobra en lo inabarcable (Pascal); otras veces, prorrumpe ante la idea de un mundo vivido como insuficiencia (Nietzsche); y puede antojarse asimismo una venganza (Tolstói), una defensa ante el adverso destino (Cicerón), una culminación disolutiva, la ilusión inherente a todo lenguaje (Santayana), la libre construcción del sueño (Jung), la forma de ser prudente en libertad (Montaigne), la lengua que ya no desea nada (Marcel), el modo más útil de no disipar los bienes del espíritu (Buenaventura), la manera de discurrir uniforme con Dios (Eckhart). Es el silencio, o puede ser, un mandato del alma (Spinoza), lo que queda del mundo y de la muerte, su despojo (Shakespeare), aquello en que la forma se desconoce (Agustín), el más fiel de los confidentes (Kierkegaard), la puerta de entrada de la sabiduría (Juan de la Cruz), el resultado de toda obra (Bergson), el espacio entre la aspiración y la espiración, que siempre es reinicio (Gadamer), el engarce entre los signos que buscan un sentido (Humboldt), lo previo frente a la trascendencia (Jaspers), lo no dicho e imposible de decir (Wittgenstein), el obligado camino entre el exterior y el interior (Heidegger), el modo de cubrir la distancia infinita (Weil).

"Exterioridad e interioridad son dos dimensiones de la condición humana, lo que significa que el ser humano es capaz de un doble movimiento: un movimiento hacia fuera, hacia el exterior, hacia el mundo y las cosas que hay en él y un movimiento hacia dentro, hacia el interior, hacia el fondo de la persona.
La interioridad nos permite valorar y practicar la introspección así como a discernir cuando manifestar nuestro mundo interior (exterioridad, extraversión), o cuando guardarlo para sí (interioridad, introversión). La interioridad nos ayuda a descubrir, amar y practicar el silencio.
Practicar la introspección implica contemplar en silencio lo que ocurre dentro de sí mismo, es decir, la observación, sin emitir juicios, de la propia conciencia o de los propios pensamientos. Esto permite tomar conciencia de que uno es "uno mismo" frente al mundo, frente a los otros y frente a la Divinidad, y cultivar con provecho un rico mundo interior. Así, entendemos por interioridad la capacidad de reflexionar y guardar en el corazón lo que vamos viviendo y experimentando y de ponerla de manifiesto en una forma de ser y estar que nos hace sensibles y receptivos a los valores de la vida. Gracias a ella los hechos y acontecimientos no sólo pasan (exterioridad) sino que nos pasan, nos afectan y nos traspasan, dejando huella e impidiendo que pasemos por la vida sin vivirla.

Cuando encontramos a Porfirio argumentando que "el hombre sensato incluso honra a la divinidad con su silencio", podemos entender con los antiguos que lo que está callado opera como una emanación del espíritu, y que en su pasar no persigue atribuir ningún nombre a nada, ningún significado; va desliéndose, no hay pregunta ni tentación por el lenguaje. Las palabras de este ilustre neoplatónico tienen una antigua resonancia pitagórica, una raíz entre aquellos que consideraron que vivir calladamente depura.

Vivir de esta manera implica vivir en una unidad constante con todo, porque todo es expresión en el instante de la misma fuerza que nos está animando a nosotros mismos. Lo que nosotros vivimos como "yo" y lo que vivimos como mundo son dos aspectos de la consciencia total. En lo sucesivo, cuando miramos, por ejemplo, a la naturaleza, no necesitamos catalogarla, ponerle nombres, diferenciarla o compararla, ni con otra naturaleza ni con nosotros mismos. La percepción, el sujeto y la cosa percibida forman una sola unidad, un campo único. Deja, pues, de existir esta distinción de sujeto-objeto presente en el mundo ordinario y todo se convierte en un inmenso campo de consciencia expresión constante de esta Realidad eterna.

Fuentes:




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