sábado, 28 de junio de 2008

El Camino hacia Eleusis.(2)

Parte II

Un estudioso de Grecia que escribió hace apenas medio siglo, no vaciló en calificar de "trivial y absurdo" el culto a Deméter en Eleusis, aunque, según añadía, "no puede haber duda de que fue muy importante para satisfacer la faceta emocional de los instintos religiosos de los griegos. Su equivalente moderno es quizás el Ejército de Salvación".
Esperamos que nuestras propias comparaciones sean menos extravagantes que la suya. En nuestra generación disfrutamos la ventaja de haber redescubierto la experiencia enteogénica. Además, el valor de la colaboración interdisciplinaria estriba en que nos permite el acceso a conocimientos que de otra manera probablemente quedarían fuera del alcance de los especialistas. Nuestro esfuerzo conjunto ha arrojado una respuesta definitiva a nuestro problema: ha preparado el terreno para reexaminar muchas de las opiniones tradicionales acerca de los griegos de la antigüedad clásica y de su literatura trágica en honor del dios Dionisos.
El testimonio antiguo sobre Eleusis es unánime y preciso. Eleusis era la experiencia suprema en la vida de un iniciado. Lo era en un sentido tanto físico como místico: temblores, vértigo, sudor frío, y después una visión que convertía cuanto hubiese sido visto antes en una especie de ceguera; un sentimiento de asombro y sobrecogimiento ante un resplandor que provocaba un silencio profundo, pues lo que acababa de ser visto y sentido jamás podría ser comunicado: las palabras no se encontraban a la altura de tal tarea. Tales síntomas corresponden inequívocamente a la experiencia producida por un enteógeno. Para llegar a tal conclusión basta con mostrar que los racionales griegos, y ciertamente algunos de los más inteligentes y célebres entre ellos, eran capaces de experimentar tal irracionalidad y de entregarse por entero a ella.
La experiencia de Eleusis difería de la festiva embriaguez de los amigos en un symposion, o de la borrachera desenfrenada del komos en los festivales de drama. Eleusis era algo para lo que incluso el éxtasis menádico de las mujeres en la montaña era apenas una preparación parcial. De diversas maneras también otros cultos griegos escenificaban aspectos de la antigua comunión practicada entre los dioses y los hombres, entre los vivos y los muertos, pero era únicamente en Eleusis donde la experiencia ocurría con abrumadora irrevocabilidad: solamente allí se cumplía el gran designio de la doncella rediviva con su hijo concebido en la muerte y de la espiga de cebada que como ella había retoñado bajo la tierra. Mediante tal resurrección se validaba la continuidad de todo aquello que era más preciado para un griego: aquellas formas de vida civilizadas que, más allá de la constitución de cada ciudad, eran el legado de Grecia, emergidas del primitivismo original de la misma manera que también toda vida provenía del benéfico acuerdo con el señor de la muerte. Por supuesto aquí se encuentra un mito rico y complejo, lleno de contradicciones como todos los mitos de una edad iletrada en que uno decía una cosa y otro otra y un tercero otra distinta, mas de alguna manera al final armonizaban en un todo: un mito que para los griegos explicaba el principio y el fin de las cosas.

Meses de aprendizaje y de rituales precedían a la revelación en la noche de los misterios; cada actividad iba anticipando con mayor detalle el significado y la sustancia, las ramificaciones completas de la visión que aguardaba adelante. Al final los iniciados se sentarían en las gradas de la sala de iniciación. Todo estaba cumplido entonces, excepto el final. Habían aprendido la versión secreta del mito sagrado, se habían bañado en el mar, abstenido de ingerir varios alimentos y bebidas tabúes,- sacrificado un puerco, realizado la larga marcha desde Atenas por la Vía Sacra, y ejecutado el peligroso cruce de la última barrera de agua antes de llegar a la ciudad de sus anfitriones eleusinos. Fuera de los muros del santuario se celebraba un baile durante toda la noche, al lado del Pozo de la Doncella, sobre el mismo suelo que la diosa había pisado.

A continuación venía la firme y trascendental entrada al territorio prohibido que se extendía allende la caverna que constituía una entrada al Hades y la roca donde Deméter se había sentado a llorar su dolor. En la cámara de iniciación se celebraba la última danza ceremonial de las sacerdotisas portando el cáliz de grano sobre la cabeza mientras mixturaban y distribuían la pócima sagrada: el fragante blechon, la hierba menospreciada, vinculada con la naturaleza ¡lícita del rapto, se sumergía en agua, a la que se agregaba una pizca de harina de cebada procedente de la llanura Rariana, adyacente a Eleusis. El potencial de la cebada como alimento básico de la humanidad dependía de que fuera posible mantener a raya el avance de la purpurina forma degenerativa, que podría hacerla volver al estadio en que era inservible, como cizaña infestada de roya. Al igual que el blechon, la cizaña también se encontraba vinculada con el primitivismo y con los modos de vida previos a que las instituciones de la sociedad llevaran al hombre a una forma de existencia superior. Los iniciados bebían de esas dos plantas v después aguardaban expectantes la redención, al tiempo que el hierofante entonaba las antiguas palabras. Entonces, de pronto, se hacía la luz y los confines de este mundo estallaban al tiempo que las presencias espirituales se hacían sentir entre los iniciados y la sala era inundada por un radiante misterio.
De principio a fin se escenificaba allí un drama sagrado en que tanto los iniciados como los oficiantes tenían un papel que desempeñar, hasta que acababan por experimentar como actores lo inefable; la totalidad de sus sentidos y emociones se veía sacudida por lo que de allí en adelante sería por siempre lo inexpresable.

A medida que los iniciados pasaban por las dilatadas ceremonias iban siendo partícipes de numerosos secretos, -pero los hierofantes se habrían bien preocupado por mantener apartado de ellos el Secreto de los Secretos: el agua sagrada de la pócima había ya absorbido del cornezuelo inmerso en ella la dosis apropiada de ergina y de ergonovina, según llamamos hoy a estas sustancias. Y ciertamente a lo largo de los siglos los híerofantes buscarían maneras de mejorar su técnica, sus fórmulas. En el curso de esos dos milenios, ¿no podrían haber descubierto una clase de cornezuelo que contuviera solamente los alcaloides enteogénicos, así como en la época moderna se ha encontrado que sucede con el cornezuelo del Paspalum distichum? Sin duda otros herbolarios ajenos a las familias de los hierofantes deben haber compartido estos descubrimientos, y debe haber sido su conocimiento lo que favoreció la proliferación de sacrilegios en el año 415 a.c. Jamás se conocerá en detalle la historia de aquellos acontecimientos, pero de seguro allí hubo una historia que contar.

En las culturas letradas el conocimiento de los herbolarios -el conocimiento de las propiedades de las plantas y de su uso- es siempre un corpus de sabiduría secreta que se transmite oralmente de un herbolario a un aprendiz, y en ocasiones de un herbolario a otro. Se requieren años de aprendizaje antes de que alguien comience a ejercer por su propia cuenta, y jamás puede considerarse que aquél ha concluido. Hay que estar al tanto de cuestiones de dosificación, efectos secundarios, ingredientes vegetales benéficos que se convierten en veneno cuando se toman en exceso. En México, fray Bernardino de Sahagún y Francisco Hernández fueron españoles de gran talento que invirtieron infinitos esfuerzos y tiempo para aprender de los indios las virtudes de varias plantas mexicanos. Mas se trataba de europeos que no conocían el mundo de las plantas americanas, Y en su ámbito europeo no eran ciertamente lo que pudiéramos llamar botánicos o herbolarios. Sus intenciones eran buenas, pero su ignorancia era completa. Lo que tienen que decirnos acerca de los enteógenos es pueril. Pudieron haber probado los enteógenos, pero prefirieron no hacerlo: desperdiciaron la oportunidad. ¡Qué historia tan diferente nos habrían contado si hubiesen vivido algunos años como aprendices de los sabios indios!

En el himno homérico a Deméter, cuando la diosa llega a Eleusis, exhausta y desconsolada por la pérdida de su hija Perséfone, le ofrecen una copa de vino que ella rechaza. Ya que cada episodio en este poema posee un sentido mítico, parece ser que la bebida alcohólica no iba bien con la ingestión de la pócima divina llamada kykeon. Las dos clases de embriaguez eran incompatibles. En éxito, quienes se disponen a tomar los hongos saben que deben abstenerse de tomar bebidas alcohólicas durante cuatro días antes e la velada, nombre con que se designa la esión de los hongos. La embriaguez alcohólica profanaría, envilecería la libación divina, lo mismo en México que en Grecia.

Los misterios eleusinos se hallaban exclusivamente en manos de las familias de los umólpidas y de los Ker-ykes. Durante casi os milenios los hierofantes gobernaron con autoridad autocrática los ritos de Eleusis. En contraste, en la tierra de los hongos sagrados n México, cada pueblo tiene sus sabios que son los custodios del rito. (En algunas remotas aldeas mixes cada familia toma por sí misma los hongos cuando siente que los necesita, sin la guía de un sabio. No sabemos si esta práctica informal del país mixe constituye una degeneración del rito o la supervivencia de un procedimiento arcaico anterior.) En Grecia los "iniciados" tomaban la poción solamente una vez en la vida, de manera que no podían comparar experiencias sucesivas. En México uno puede consultar los hongos cada vez que se presenta un conflicto familiar grave. Algunos indios deciden no tomarlos nunca; otros lo hacen solamente una vez; otros más lo hacen de manera intermitente. A quien participa por primera vez en la experiencia se le advierte constantemente que la ingestión del enteógeno es algo en extremo "delicado", con una connotación de grave peligro.

Tanto en Eleusis como en México algunos comestibles quedaban proscritos durante cierto tiempo o antes de la gran noche. Es imposible comparar las exclusiones dictarias, pues los alimentos en uno v otro lugares son muy diferentes, pero en ambos casos los huevos"' eran tabú. El ayuno era practicado en Grecia y también en México, desde la mañana y a lo largo del día: en uno y otro sitios 'se llegaba a la noche con el estómago vacío círculos aristocráticos del México pre-cortesiano se acostumbraba beber el nutritivo chocolate espolvoreado con los hongos embriagadores: así se rompía el ayuno en el momento en que se iniciaban los acontecimientos nocturnos. Debido al silencio que guardaron todos los que tomaron parte en los misterios, en los escritos del período de esplendor de Eleusis difícilmente se encuentra algún indicio de lo que allí acontecía; pero en los primeros siglos de la era cristiana, cuando Eleusis se hallaba en decadencia, es posible descubrir unas cuantas menciones, oscuras, inhibidas, que nos permiten algunos atisbos inciertos. Así encontramos la referencia a una colación que se servía a los iniciados: una gran torta llamada pelanos, preparada con cebada y trigo cosechados en la sagrada llanura Rariana, se partía en pedazos y las porciones eran servidas a todo el mundo.

En las fuentes se dice que entre los iniciados surgía un vínculo de alianza y amistad, y algunos han sugerido que dicho vínculo se originaba en la colación que todos compartían. No resulta incompatible con los textos griegos suponer que dicha colación equivalía al rompimiento del ayuno en México, con el pelanos en lugar del chocolate. Mas seguramente los lazos de alianza y amistad nada tenían que ver con este alimento: nada tan simple habría sido suficiente. El avasallador efecto de esa noche bajo la influencia de un enteógeno hace brotar naturalmente el sentimiento de haber compartido una experiencia supranatural que jamás podrá ser olvidada; un sentimiento de cofradía, de hermandad. Dos de nosotros hemos conocido esto personalmente en México: quienes coparticipan en .una velada, con el espíritu y -en, las, circunstancias apropiadas, viven una experiencia sobrecogedora y en su interior sienten germinar el vínculo que los une con los compañeros de esa noche de las noches, que pervivirá por tanto tiempo como dure su existencia. Creemos que es de ahí de donde procede ese lazo de alianza y amistad del que las fuentes griegas hablan oscuramente.




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