Así, atendiéndonos al marco europeo, la Antigua Grecia, el medioevo, el Renacimiento, el Romanticismo o la época contemporánea, se diferencian no sólo por el desarrollo alcanzado por los medios productivos, sino también y quizás fundamentalmente, por un determinado concepto del hombre y de su relación con el medio ambiente que los rodeaba, naturaleza, personas, etc. Cuando una civilización alcanza su apogeo, suele cumplir un objetivo vital o histórico concreto iniciándose un nuevo proceso de sustitución, que dará con un nuevo objetivo e inexorablemente, antes o después, con una nueva visión del mundo, creándose una nueva civilización.
La visión del mundo de una civilización determinada se expresa en sus diferentes lenguajes, entre los que el arte y la ciencia, representan dos de los aspectos más significativos, aunque no únicos. De ésta manera, un determinado paradigma científico aparece inseparablemente asociado a un estilo artístico concreto, y juntos, acostumbran a evidenciar la visión del mundo de una época claramente diferenciada de las anteriores y de la subsiguiente.
La visión del mundo dominante en nuestros días, es prácticamente la misma que se forjó como consecuencia de las transformaciones ocasionadas por la denominada Revolución Industrial, triunfo y apoteosis de una clase social: la burguesía comercial e industria que nos ha impuesto, no sólo un sistema económico, el capitalismo, basado en el beneficio privado y la explotación del trabajo asalariado, o un sistema político basado en el autoritarismo, en el estatismo y al servicio de aquellos que retienen el control sobre la propiedad de los medios de producción. Junto a todo ello, la burguesía impuso una manera determinada de ver el mundo, de explicar el sentido de la vida, un juicio sobre lo que está bien o mal, de las leyes que hemos de cumplir, de los dioses a los que hemos de adorar, o a las banderas ante las que nos hemos de arrodillar.
No nos damos cuenta, quizás nunca lo hemos pensado, pero la mayoría de nosotros, sin ser siquiera grandes burgueses, ricos o poderosos empresarios, nos hemos sometido a esa manera de ver el mundo de percibir la realidad, no sólo eso, sino que los obedecemos, los idealizamos, imitamos, de otra manera, vivimos, pensamos, sentimos como ellos quieren que sintamos, pero no somos ellos; y cuando tarde o temprano lo descubrimos, nos damos cuenta de que somos todos nosotros los únicos perjudicados por esa manera de hacer y de vivir. Cómo ahora mismo!
Los síntomas de agotamiento, las alarmas ante una situación que está volviéndose insostenible vienen produciéndose, ininterrumpidamente a lo largo de los dos últimos siglos, resulta evidente además, que el hundimiento de la civilización que podríamos denominar occidental, se está acelerando rápidamente. El hambre, la destrucción del medio ambiente, la explotación del hombre por el hombre, la opresión a la que está sometida la mayoría de la población mundial, las mujeres en particular, pero también las minorías étnicas, los refugiados, los niños, la hipocresía, la falsedad, la corrupción, la violencia, la guerra, la crisis energética, la deuda del tercer mundo –que cara mas dura, solo hay un mundo y es de todos -, el cuarto, las epidemias que no se combaten por falta de recursos, la SIDA entre otras muchas, la amenaza permanente de un arsenal militar de un poderío inimaginable, los gastos en enseñanza, cultura, sanidad o ayuda a los necesitados, siempre insuficientes, pueblos oprimidos, minorías aniquiladas, odios religiosos, racismo, naciones sometidas...
De nada o de casi nada, nos sirven las estructuras económicas o políticas, etc., heredadas del pasado y mantenidas sin apenas modificaciones de importancia y es evidente la necesidad de su substitución por otras más acordes con los tiempos que nos ha tocado vivir.
En éste cambio de milenio nos encontramos en la fase de agotamiento de un determinado sistema, de esa concreta visión del mundo. Desde éstas páginas queremos contribuir, en la medida de nuestras posibilidades, a la configuración de la nueva visión, aquélla que ha de sustituir a la aún hoy vigente, aportando un conjunto de trabajos, reflexiones y alternativas, documentación e informaciones que puedan ser útiles al conjunto del cuerpo social en su necesaria reflexión sobre la clase de futuro que queremos para nosotros y sobre todo, para nuestros hijos. Como todo lo novedoso, semejará utópico, irrealizable, incluso absurdo, especialmente a aquellos que están cómodamente instalados en la visión hoy dominante, y que quieran permanecer con oídos sordos a los numerosos síntomas de putrefacción y requerimientos de cambio que por todas partes se evidencian. La Ciencia de hoy, como la religión de ayer, cumplirá su misión de perro guardián del orden establecido y se opondrá con todas sus fuerzas a nuestras ideas...
Pero ello no nos desanima. No nos sentimos en posesión de ninguna verdad indiscutible e invitamos a todos aquellos que lo deseen a discutir, profundizar o avanzar en el camino de la construcción de la civilización del futuro que ya ha empezado.
Del mecanicismo y otros males
Parece una ironía suprema que tuviéramos que salir de nuestro planeta antes de que realmente pudiéramos verlo tal como es. Cuando los astronautas nos mostraron el aspecto que tenía nuestro mundo desde el espacio, fue como si nos hubieran acercado un espejo para que contemplásemos nuestro reflejo. La imagen de la Madre Tierra, bella, frágil, bailando en el espacio se grabó de forma indeleble en nuestro cerebro.
Este acontecimiento fue como una señal de aviso que nos indicaba que acababa de llegar el momento, la hora de decidir como debemos contemplar nuestro mundo y la relación que tendremos con él.
En este sentido sería conveniente recordar algunas de las declaraciones de aquellos astronautas que han tenido la oportunidad de ver la Tierra desde el espacio, en particular las de Neil Amstrong, pero también las del cosmonauta ruso Aleksandr Alexsandrov: "Entonces me cruzó la mente la idea de que todos somos hijos de nuestra Tierra. Tanto da que país se está mirando. Todos somos hijos de la Tierra y deberíamos tratarla como a nuestra madre". O las del norteamericano Donald Williams: "Para aquellos que han visto la Tierra desde el espacio, y para los centenares, quizás millares que la verán, esa experiencia indudablemente hace cambiar de perspectiva. Las cosas que compartimos de nuestro mundo son mucho más valiosas que las que nos dividen". En general todos ellos coincidieron en señalar que: "Aquel planeta es la casa común de toda la Humanidad, así como de todas las especies animales y vegetales que lo habitan".
Desde ese momento, la creencia de que la Tierra es una estructura muerta y de que puede explotarse de forma indefinida, tal como lo sostenía la ciencia mecanicista, no concordaba, con lo que sentimos al ver las imágenes del planeta azul y blanco flotando en el espacio.
Fue como si la vida reconociera a la vida. Esta toma de conciencia ha provocado un aceleramiento de la preocupación ecológica, aquello que últimamente convenimos en denominar la conciencia verde. Frente a la visión mecanicista - economicista que domina ampliamente el panorama político-social, la más arraigada, que nos dice que podemos y debemos explotar el planeta en aras del progreso y que, cambiar los procedimientos, aún siendo conveniente y necesario, resultaría demasiado caro, la conciencia verde nos señala, que lo caro va a ser el no cambiar nuestra forma de proceder, porque el tejido de la vida en nuestro planeta, ese tejido fino y lleno de vinculaciones intrincadas, corre un peligro obvio; se percibe un desastre en potencia, que se acerca hacia nosotros a mayor velocidad de la que la mayoría de la gente quisiera creer.
Para llegar a modificar toda una actitud cultural dominante, tenemos que llegar a cambiar nuestra forma de pensar. Día a día, son más las personas, que se dan cuenta de que en el fondo, esta nueva forma pensar es muy antigua; es una sabiduría que arranca de la noche de los tiempos y que sobrevive a lo largo de los milenios y de las civilizaciones, y que afirma que la Tierra nuestro planeta azul y blanco está, en algún sentido, viva.
Los que tienen que tomar las decisiones, ésta generación, es decir ¡nosotros!, Ha sacado ya la ramita más corta... ¡Ahora mismo!, Hemos de buscar las nuevas actitudes mentales que se necesitarán para sostener los cambios tanto materiales, exteriores, como interiores que se deberán producir.
En la cúspide del milenio, o bien hacemos cambios que abran todo un campo nuevo al potencial humano y planetario, o perderemos la última oportunidad y, no nos recuperaremos de la caída ecológica, que cuando empiece se sucederá como si se tratase de una avalancha de fichas de dominó..
Pero para llegar a cambiar actitud mental dominante a nivel mundial, si es que eso es posible, hay que empezar por cambiar nuestra propia manera de pensar. Afortunadamente, somos cada día más los que descubrimos que en realidad esa nueva manera de pensar, es en realidad muy antigua... Se trata de un conocimiento que surgió en la más remota noche de los tiempos y que ha sobrevivido a lo largo de los siglos y milenios, atravesando todas y cada una de las civilizaciones habidas hasta hoy. Ésta sabiduría nos dice que la Tierra, nuestro planeta, está en mas de un sentido vivo.
La idea de una Tierra viva, aún hoy, constituye un anatema total para la ciencia y para el pensamiento convencional de la sociedad contemporánea, sin embargo, la idea de una Tierra viva, hubiese sido un concepto absolutamente normal para la mayoría de los hombres que vivían hace tan sólo unos cientos de años.
De la misma manera que las ideas de Giordano Bruno, Galileo o Miguel Servet, fueron rechazadas por la ciencia de su tiempo, también las teorías o pruebas científicas que sostienen que nuestro planeta es un ser vivo, que el desastre es inminente, son censuradas, reprimidas, ocultadas o perseguidas, por esa ciencia cancerbero de los intereses de las multinacionales, de los estados y de los ejércitos.
La realidad de la Realidad
Pero vayamos por partes. En nuestro tecnificado mundo es necesario clarificar de una vez por todas que es lo real, y lo que no lo es. Aquello a lo que denominamos realidad, incluso la realidad de la persona, con todos sus quehaceres, no es de ningún modo algo fijo, sino algo de múltiple significación; de hecho, no existe una realidad sino varias, quizás un número infinito de ellas, como en las más desorbitadas fantasías de las mentes más enfebrecidas. No, desde luego no parece que nos encontremos en un uni verso, en el sentido de una sola dirección o sentido, sino más bien en un inimaginable multi verso donde direcciones y realidades se pliegan unas sobre otras. los dioses o a un destino inexorable. En virtud de ésta manera de considerarla, la realidad que nos rodea, el mundo en su conjunto, se transforma en un valle de lágrimas que hemos de atravesar con dolor y sufrimiento, dominado por la omnipotencia del mal, donde todo, la naturaleza, los otros seres humanos, nos son hostiles, una amenaza, donde sólo la superación con el esfuerzo, el sacrificio y el dolor tienen virtudes redentoras, donde el ganarás el pan con el sudor de tu frente, sufrirás enfermedad y muerte o el parirás a tus hijos con dolor, nos encadenan a las fábricas y a la explotación, nos conducen a la sumisión al poder del dios-estado-papá y nos conducen a la represión del deseo y la negación del placer. Lógicamente, al lado de estas virtudes el sistema nos inculca también otras menos bíblicas como la astucia, la mentira, el abuso de poder, etc.
Hasta hoy, hemos pensado que conocer la realidad de algo es pensarlo, analizarlo, desmenuzarlo, medirlo, darle mil vueltas al derecho y del revés, memorizarlo, reconocerlo a simple vista y en cada uno de los detalles, etc.. Este ha sido el método tradicional de la filosofía y de ella, ha sido imitado por todas las otras ciencias. El conocimiento que de éste método podemos obtener, se asemeja a un mapa en el que aparecen dibujados los signos y las pistas de un tesoro enterrado y escondido; pero por mucho que conozcamos el mapa de memoria, no podremos conseguir encontrar el cofre con las alhajas, hasta que no nos desplacemos al territorio y nos pongamos a escarbar con nuestras propias manos en el lugar indicado.
En nuestros días, especialmente en la civilización occidental y a consecuencia de su dominio, en la práctica totalidad de países del mundo, se tiene una idea muy concreta del concepto de Realidad.
Fue en el Sur de nuestro continente donde empezó a formarse dicho concepto. Lo formaron: primeramente, el principio helénico de lo agonal, la idea de que hemos venido al mundo para sufrir, de la superación mediante el esfuerzo, la astucia, la perfidia y la violencia.
Esta idea se trasmitió al cristianismo, y con él, penetró en todo el continente. Más tarde, unas interpretaciones simplistas de las teorías darwinistas, de la lucha de clases marxista y la del superhombre de Niestche vendrían a completarlo. El yo, enfrentado irremisiblemente al no yo, debía sobresalir, luchar, aplastar, y para ello necesita recursos, materia, poder. Se enfrenta despiadadamente al mundo que le rodea, en un vano intento de domeñarlo, someterlo a sus apetitos. Esta concepción pesará como una fatalidad sobre todo occidente, y a ella ofreció incontables holocaustos, hecatombes de sangre y muerte. Pronto se olvidó del auténtico carácter de la naturaleza. Y lo que es peor, cada vez se ha ido manifestando con más fuerza y claridad esta manera de pensar y actuar.
El resultado ya lo vemos: un estado, un orden social, una moral pública para los que la vida, sólo es aprovechable en términos de beneficio económico... Una comunidad cuyo higiene y sus preocupaciones sobre el bienestar, le llevan a sufrir explotación, guerras, hambre e injusticias de todo tipo, sólo puede entenderse desde el punto de vista de que para ella las cosas, todas las cosas, incluyendo a los seres vivos, no son sino materias primas... mercancías, objetos que pueden venderse y comprarse...es evidente que una sociedad así, no puede escapar a su propia destrucción...
La historia espiritual europea ha estado determinada decisivamente por una conciencia de realidad que separa el yo del mundo; precisamente, la experiencia del mundo como un objeto al que uno se enfrenta, ha llevado al desarrollo de la moderna ciencia natural y a la tecnología, gracias a ella, la humanidad ha sojuzgado a la tierra saqueándola y, a los maravillosos logros de nuestra civilización, se le opone, el lamentable espectáculo de la destrucción catastrófica del medio ambiente, que alcanza desde los mares y océanos, a las selvas tropicales, desde la lluvia ácida que destruye nuestros bosques, hasta el agujero en la capa de ozono y la contaminación atmosférica, hemos ido incluso más allá, conquistando energías que amenazan la continuidad de la vida en nuestro planeta.
Si el hombre no se hubiera separado de su medio ambiente, sino que lo hubiera experimentado como parte de la naturaleza viva, este abuso del conocimiento y del saber habría sido imposible. Aunque hoy en día se intenten reparar los daños mediante medidas de protección del medio ambiente, todos estos esfuerzos no serán más que parches superficiales y sin esperanza, si previamente, no se produce una curación de la neurosis ocasionada por la creencia en la hostilidad de lo que nos rodea. Esta curación supondría: la vivencia existencial de una realidad más profunda que incluiría al yo en un plano de igualdad con todo lo demás, sean minerales, vegetales o animales.
El medio ambiente muerto, creado por la mano del hombre, especialmente en las megápolis y áreas industriales dificulta enormemente esta vivencia, en ellas, se impone por la fuerza el contraste entre el yo y el mundo exterior. Los sentimientos más frecuentes son la alienación, la soledad y la amenaza, modelando la conciencia cotidiana de las sociedades industriales de occidente. El peligro es menor en un medio natural, en el campo, en el bosque; incluso en cada jardín, entre los animales; en ellos se hace evidente una realidad que es infinitamente más real, antigua, profunda y maravillosa que todo lo realizado por la mano del hombre y, que perdurará aún, cuando el mundo de los rascacielos, las máquinas, el cemento o el asfalto, hayan desaparecido.
Retornos a la naturaleza
En el germinar, crecer, tener frutos, morir y rebrotar de las plantas, en su ligazón con el Sol, cuya luz son capaces de transformar, bajo la forma de compuestos orgánicos, en energía químicamente ligada, de la cual se forma todo lo que vive en nuestra tierra... en esta naturaleza de las plantas se revela la misma fuerza vital misteriosa, inagotable, eterna que nos ha creado también a nosotros y que, luego nos devuelve a su seno, en el que estamos protegidos y unidos con todo lo viviente.
No, no se trata de un sentimentalismo absurdo en torno a una imagen idealizada de la naturaleza, pues sabemos bien que la misma que da vida, alimenta y cura, también destruye y aniquila. Lo que hoy en día se necesita imprescindiblemente, es un revivir elemental de la unidad de todo lo viviente, que cada vez surge menos espontáneamente a medida que la flora y la fauna originales tienden a ceder ante un mundo técnico y muerto.
Sabemos que los pueblos antiguos creían que el mundo estaba vivo, que palpitaba con miles de energías, que tenía un alma, incluso que soñaba. También sabemos, gracias a las investigaciones modernas, que la vida y su entorno planetario están eslabonados en niveles que se encuentran más allá de lo visible, de lo obvio.
El nacimiento de Gaia
Pero volvamos a la cuestión que nos planteábamos inicialmente: si la Tierra estuviese viva, ¿podemos imaginarnos una conciencia planetaria?. En principio, se plantea un problema de reconocimiento. Si la Tierra tiene conciencia, ésta será de una escala planetaria, es decir, invisible a nuestra percepción; de la misma manera que una bacteria no puede captar a la totalidad del animal humano al que está infectando. De hecho ¿qué sabemos de la conciencia en general y de la humana en particular?, nada. Bueno, casi nada. Quizá nos conformemos con saber que la conciencia se manifiesta, se hace evidente en el comportamiento. Si aceptamos esta opinión, debemos recordar que Lovelock y otros, han demostrado como los sistemas terrestres se frenan y equilibran mutuamente, como se mantienen constantemente en condiciones óptimas y cómo la Tierra se autoregenera. Todo esto son funciones características de la vida y de hecho, de la conciencia. La Tierra pues, se organiza a sí misma.
A juicio de la mayoría de las personas, parece que la sede de la identidad personal, de la conciencia, se encuentra dentro de la cabeza, en un punto equidistante entre las cejas y el hueso occipital, ligeramente más arriba. Pero si mirásemos en el interior de esa parte de la cabeza, sólo encontraríamos hueso, tejidos y líquidos. El cerebro, todo el cuerpo podría ser diseccionado pieza a pieza, célula a célula, sin encontrar ni rastro de la conciencia. El sentido de la ubicación personal, es como el efecto del altavoz fantasma situado entre dos altavoces estereofónicos: un espejismo, una ilusión. Ante un estímulo determinado, una enfermedad mental, una conmoción traumática, una experiencia casi mortal, con substancias alucinógenas, una estética o pasional, o un simple ejercicio ritual, o de yoga y la ubicación de nuestra conciencia, puede desplazarse de un lugar a otro.
Puede dar la impresión de que se cierne sobre la cabeza, o trasladarse a cualquier parte del cuerpo, o puede abandonarlo por completo, o puede fundirse con algo que haya en nuestro entorno, o con el Todo.
En condiciones normales, la identidad personal es sencillamente una coordenada en el tiempo y en el espacio, pero en la experiencia transcendental, cuando lo que normalmente se entiende por tiempo y espacio se supera, las coordenadas resbalan y se deslizan, y finalmente, acaban ocasionando lo que se denomina muerte del ego. Al volver a la conciencia ordinaria, las coordenadas espacio temporales se restablecen, aunque normalmente formando un ángulo nuevo y más garboso, armónico con el entorno. Esta es la experiencia de muerte renacimiento de la que hablan los chamanes, los místicos, los sabios y los filósofos a lo largo de toda la historia de la humanidad.
No, por mucho que nos esforcemos no podremos encontrar la sede física de la conciencia humana. La mente, la memoria, el pensamiento, no son otra cosa que fantasmas en la máquina del cerebro, como demostró A. Koestler, siguiendo a K.Wilber. De la misma manera, puede que también haya un fantasma dentro de la condición física de la Tierra el espíritu de la Tierra, o el ánima mundi a que se referían las tradiciones más antiguas de la Humanidad. Hace pocos años el biólogo Rupert Sheldrake conmovió los círculos científicos con la hipótesis de la resonancia mórfica. Según ella, cada especie tiene un campo de memoria propio. Este campo estaría constituido por las formas y actitudes de todos los individuos pasados de dicha especie, y su influencia moldearía a todos sus individuos futuros. Un campo es algo, como una especie de aura energética, electromagnética, o como sea, que existe alrededor de un objeto que lo produce.
La naturaleza del campo es inevitablemente misteriosa, aunque según la física moderna, los campos son más fundamentales que la materia, no pueden explicarse en términos de materia, más bien todo tiende a señalar, que la materia se explica en términos de la energía que hay dentro de los campos. Además, la estructura de los campos, depende de lo que ha ocurrido antes, y no tan sólo al objeto o ser en cuestión, sino a la especie en su conjunto, pues representan una clase de memoria mancomunada o colectiva de la especie, de manera que cada miembro particular, es moldeado por éstos campos, y a su vez aporta algo nuevo, influyendo en los futuros miembros de la especie. Si la teoría de los campos es cierta, la conciencia de la Tierra en conjunto, debe existir en la forma de campo.
Podemos ver la totalidad de la existencia como una interactuación de fenómenos de campos. Esta fantasmagoría de estados del espacio, es probablemente, semejante a lo que observan las personas que experimentan estados de conciencia profundamente intensificados. El resultado seria una especie de telaraña sagrada tridimensional; el Wyrd, como lo denominaban los antiguos druidas; en la que todas las gotitas de escarcha vibran al unísono, cuando el aire o un objeto cualquiera produce el menor movimiento en cualquiera de las partes, pues todas ellas están unidas al conjunto.
Desde esta perspectiva no es difícil imaginar una memoria de la Tierra, ni la posible interacción entre el campo de la mente humana individual y el del planeta, incluso con todas las cosas que hay en el entorno, pues todo está interconectado.
Cuando una persona vive una experiencia que le provoca cambios mentales, una de las primeras sensaciones que se registran es la alteración del tiempo y del espacio. Sin embargo, éstos dos aspectos de nuestra existencia, tan fundamentales, no pueden ser vistos, ni tocados ni percibido por ninguno de nuestros sentidos, a pesar de que abarcan todo lo demás que hay en el universo, son la NADA, como lo es, lo que los contempla: la conciencia. Por que si el tiempo y el espacio cambian cuando se altera la conciencia, bien pudiera ser que la conciencia esté relacionada con algún aspecto fundamental del espacio tiempo, puede incluso que sea ese aspecto.
Pero prescindiendo de cuales sean su naturaleza, sus mecanismos y su nombre, si realmente queremos pensar en la Tierra como ser que vive y siente, tendremos que contemplar su consciencia como alguna clase de efecto de campo; puede estar estructurado en muchos niveles diferentes, plegados unos sobre otros, pero en el fondo, constituiría todo un supercampo, un campo de la Tierra, una vasta entidad consciente invisible, para sus partes constituyentes.
Gaia, teniendo los pensamientos de un planeta, percibiendo el empuje y la atracción de su compañera lunar, los planetas y el Sol, reconociendo las energías que brotan dentro de su litosfera y sobre su superficie, sintiendo la brisa de los rayos cósmicos y quizás escuchando el tintineo de lejanos campos de estrellas, Gaia con la memoria de eones...
Las consecuencias implícitas derivadas del hecho de que la sociedad humana desconozca éste campo son enormes. Los problemas ecológicos, incluso los de mayor complejidad, puede que se deban al tipo de conciencia que engendra la humanidad urbana, que es ahora como una colonia de astronautas sitiados en una burbuja base, como si estuviesen en un planeta extraño, hostil. La visión desde esta burbuja es la causante de las desgracias a que nos referíamos anteriormente, la que ocasiona que nos dirijamos irremisiblemente hacia la destrucción.
Habiendo creado esta situación tan grave y perjudicial, es imprescindible buscar con esperanza algún sentido de equilibrio, algún profundo cambio de la mente y el corazón, un cambio que sea capaz de modificar la situación e iniciar la regeneración... en el camino... hacia un mundo mejor, donde la vida sea digna de ser vivida.
El retorno de la Utopía
A lo largo de éstas páginas iremos planteando algunas de las cosas que nos será imprescindible conocer para emprender el largo y difícil camino que nos aguarda. Un primer paso importante, como ya hemos dicho, sería la aceptación de la idea de que la Tierra es un ser vivo. Sólo una imagen tan sencilla y directa, puede conmover los sentimientos de la gente en una medida lo suficientemente grande como para permitir una realineación de nuestras actitudes en relación a nuestro planeta.
Mientras que los pueblos tradicionales se integraban mentalmente con su entorno de una manera inconsciente, los seres humanos modernos, tendrán que percatarse conscientemente del proceso.
Del mismo modo que un alma humana que usa un cuerpo tiene sentidos especiales en éste, también el cuerpo de la Tierra posee regiones especiales por medio de las cuales, era y es, sumamente evidente que tiene, y tenía lugar, un cierto tráfico de percepción.
Nos referimos a algunos lugares sagrados antiguos en los que se ha utilizado piedra con propiedades magnéticas y radioactivas. Muchos de ellos parecen situados con relación a determinados factores geológicos, tales como líneas de fallas, o astrológicas, o con yacimientos de determinados minerales, normalmente se encuentran en todos aquellos lugares en que es más probable que se produzcan notables modificaciones, en los efectos electromagnéticos, entre otros. Durante siglos y probablemente milenios, los cristales y las joyas se han asociado con tradiciones esotéricas, propiedades adivinatorias, curativas o acrecentadoras de la conciencia. Lo curioso es que hoy en día, la ciencia tiende a comparar a los cristales con los organismos vivos. Se sabe que entre los reinos de lo vivo y de lo no vivo, los cristales representan el grado más alto de organización estable, y algunos empiezan a describir un panorama en el que la vida tiene un origen cristalino, fideos moleculares que flotaban y temblaban rítmicamente en la arcilla húmeda.
Uno de los principales elementos de vinculación potencial donde podía crearse un campo de mente de la Tierra, tiene que ser la substancia química que más abunda, el agua. El agua es apropiada para cumplir esa función, precisamente debido a su ubicuidad y a su naturaleza, que es de hecho, misteriosa y compleja. Son de sobras conocidas sus propiedades receptivas e impresionables; resiste el calentamiento, es más densa como líquido que como sólido, puede hacer tanto de base como de ácido, es el disolvente universal, la mayoría de los seres son principalmente agua, sus moléculas tienen la capacidad de penetrar en la estructura molecular de casi toda la demás materia. El agua refleja y se muestra increíblemente sensible a los más diminutos estímulos ambientales; el agua nos vincula de un modo profundo tanto al medio terrestre como al extraterrestre. Incluso, algunos científicos sostienen la idea de que el agua puede poseer una cierta capacidad de memoria.
Además de todos éstos misterios y maravillas, el agua muestra cualidades todavía más profundas y sutiles, pues de todos es sabida la capacidad de ciertos manantiales que poseen poder curativo, o visionario.
Muy probablemente, el agua pueda atraer al campo de la Tierra, o tal vez, éste puede resonar directamente en ella, lo cierto es que el agua parece ser uno de los principales puntos de relación con el ánima mundi, o por lo menos, ser uno de sus principales órganos sensoriales. Evidentemente, los pozos y manantiales santos o curativos son los lugares más especiales de la Diosa, donde se tienen visiones y tienden a producirse cierta clase de fenómenos.
Debemos acudir a los lugares sagrados de la Antigüedad en busca de los conocimientos necesarios sobre las formas de utilizar realmente éstos elementos vinculantes. Sí queremos entrar en contacto con la memoria, o con la consciencia de la Tierra, deberíamos acudir a un círculo de piedras y saber con que piedras entrar en relación, para usar el lugar adecuadamente, del modo apropiado y obtener los máximos beneficios posibles.
El lugar antiguo acostumbra a ser el campo geofísico donde es posible un cambio de consciencia, éste cambio puede hacerse en cualquier otro sitio, desde luego, pero estos lugares sagrados, éstos auténticos órganos sensoriales de Gaia, hacen las veces de guías de ondas de la energía conciencia liberada en el estado alterado. Un estado alterado de conciencia puede obtenerse de diversas maneras; probablemente, algunas son más adecuados que otras, dependiendo de las características personales, de los objetivos que se puedan buscar, o en determinados lugares que en otros. El ayuno es un método seguro para hacer que la conciencia sea más móvil. Obviamente es necesario empezar el ayuno el día antes de visitar el lugar, o como mínimo doce horas antes... Otro método más activo, consiste en un ritual de tambor y movimiento, la danza, la música, el canto de mantras, etc. Otro método que algunos encontrarán muy atractivo, es soñar... El procedimiento básico de sueño de templo, entraña ciertos preparativos: abstinencia sexual, ayuno, ofrendas rituales, baños, libaciones copiosas, etc. Es probable que éstos métodos alcancen su máxima eficacia cuando se combinan.
De entre todos los métodos útiles para producir un estado de conciencia alterado, el método más seguro y más experimentado a lo largo de toda la historia de la Humanidad, es sin lugar a dudas la meditación.
Parece evidente que el estado mental inducido por una meditación profunda, en el lugar adecuado, en las condiciones precisas, con la intención justa, nos permitiría entrar en contacto con el campo de conciencia de la Tierra.
Y como no, otra técnica importante para alcanzar estados alterados de consciencia es el uso de plantas psicoactivas o enteógenas. En las culturas tradicionales, las sustancias enteógenas se consideraban sagradas, beneficiosas y parte esencial del sistema de creencias religiosas de la sociedad o tribu. Las plantas y sustancias psicoactivas, vienen siendo usadas de forma natural por pueblos de todo el mundo desde hace incontables generaciones. Hay cientos, posiblemente miles de plantas, cactos, cortezas de árbol, frutos, resinas, semillas, hojas, flores que poseen propiedades enteógenas y, todas ellas han sido utilizadas por infinidad de personas en uno u otro momento, en tal o cual sitio, para alterar su consciencia .
El empleo de alucinógenos se remonta a la prehistoria... Los pueblos siempre han utilizado las experiencias que estas sustancias permiten para establecer contacto con las raíces del mundo natural y con la memoria del planeta. Los chamanes han utilizado estas drogas desde hace siglos, no sólo para averiguar cosas sobre la historia del mundo, el funcionamiento de la naturaleza y la condición espiritual de la humanidad, sino también para fines curativos, clarividencia y otras funciones extrasensoriales, muy especialmente para el clásico vuelo, o éxtasis del chamán, la experiencia extracorpórea , entre cuyos resultados sorprendentes, destaca el que puedan viajar grandes distancias y ver lugares, personas o acontecimientos lejanos, en el espacio y en el tiempo.
La forma en que los pueblos primitivos adquirieron su avanzado conocimiento de los alucinógenos y de las hierbas curativas es un misterio para los farmacólogos modernos, olvidando que las personas que pueden comunicarse directamente con la naturaleza por medio de las plantas enteógenas, reciben las mejores lecciones de geología, historia, botánica, biología y psicología que puedan recibirse, debido a que es la mismísima Tierra la que las da.
El respetadísimo micólogo Robert Gordon Wasson , sugirió la posibilidad de que los hongos sagrados fueran los artífices de la génesis del nivel de conciencia de los seres humanos, es decir de lo que nos distingue de los animales: la autoreflexión; hay también, quienes relacionan la ingestión de los hongos sagrados con la aparición del lenguaje y con la religión, así como con la idea de la inmortalidad, incluso, más recientemente, Terence McKenna, sostenía una interesantísima hipótesis, sobre los estadios culturales de la civilización y el consumo de determinadas plantas a lo largo de dichos estadios.
Sea como sea, lo cierto es que por encima de cualesquiera otra consideraciones, las plantas sagradas han ocupado un lugar destacadísimo en el devenir de la civilización, especialmente asociadas con la evolución de la mente y del pensamiento, con aquello que hace del animal humano ese ser inteligente que somos.
Las lecciones de Eleusis
Nietzche en "El nacimiento de la tragedia" afirma que, por la influencia de la bebida narcótica, de la que hablan todos los hombres y pueblos primitivos en sus himnos, o en el vigoroso acercarse de la primavera, que penetra sensualmente toda la naturaleza, se despiertan aquellas emociones dionisíacas, en cuya elevación lo subjetivo desaparece en el completo olvido de sí mismo...
Bajo la magia de lo dionisíaco no sólo vuelve a cerrarse la unión entre hombre y hombre, sino también, la naturaleza enajenada, hostil, sojuzgada celebra su fiesta de reconciliación con su hijo perdido, el hombre.
Curiosamente, el mismo pueblo que nos legó el triste principio de lo agonal, nos ofreció también un método de curación, la visión dionisíaca, opuesta a aquella. Con las celebraciones y fiestas en honor del Dios Dionísio estaban estrechamente ligados los Misterios de Eleusis, que se celebraron durante casi dos mil años, desde el 1.500 a.C. hasta el S.V d.C., cada otoño. Según la tradición que se mantuvo y se ha mantenido sin rectificaciones o alteraciones significativas, los Misterios fueron donados por la diosa agrícola Démeter, como agradecimiento por el redescubrimiento de su hija Perséfone que había sido robada por Hades el Dios del Averno. Otro regalo de agradecimiento fue la espiga de cereal, entregada por ambas diosas a Triptolemo el primer sacerdote de Eleusis. Le enseñaron el cultivo de los cereales, que luego difundió por toda la tierra...Sin embargo, el mito de Démeter, y los otros dioses que participan en el drama, era sólo el marco exterior de lo que ocurría.
El momento culminante de la celebración anual lo constituía la ceremonia iniciática nocturna. A los iniciados les estaba prohibido, bajo amenaza de pena de muerte, revelar, a cualquiera que no hubiese sido iniciado en los misterios, lo que habían averiguado y visto en la cámara más sagrada e interna del templo, en el Telesterion (la meta). Entre los miles de iniciados se encuentran algunos de los hombres más importantes de su tiempo: Homero, Píndaro, Pausánias, Platón, Pitágoras, Heráclito, Cicerón, emperadores romanos, tales como Adriano y Marco Aurelio, y una larga lista. La iniciación debe de haber sido una especie de iluminación, una contemplación visionaria de una realidad más profunda, una mirada a la eterna causa de la creación.
Cuenta la tradición que antes de la última ceremonia se daba una pócima el Kykeón a los iniciados. Se sabe que el extracto de cebada y menta eran componentes de ésta. Algunos estudiosos modernos de los mitos, así como de la historia comparada de las religiones, sostienen la opinión de que el Kykeón contenía una droga alucinógena derivada del cornezuelo, hongo parásito de la mayoría de los cereales que contiene ergotamina y otros aminoácidos, que constituyen los alcaloides básicos del ácido lisérgico diametamina (LSD 25), que fue definida por su creador el Dr. Albert Hofmann, como un medicamento del más alto rango. Ello haría comprensible la experiencia estática visionaria del mito de Démeter Perséfone como símbolo del ciclo de la vida y de la muerte en una realidad atemporal que las abarcase a ambas.
Es invalorable la importancia histórico cultural que tuvieron los Misterios de Eleusis, así como su influencia en la historia espiritual europea. En ellos, el hombre que sufría y estaba escindido por su mentalidad racional y objetivadora, encontró la curación, en una experiencia mística totalizadora, que lo hacía creer en la inmortalidad, en un ser eterno, que permitió a algunos de ellos, afirmar que lo que habían percibido en aquella ceremonia, les había conferido la certeza de las realidades espirituales .
La experiencia eleusíaca no es, por otra parte, demasiado diferente a la que nos conservan otras tradiciones de múltiples y variadas culturas, como ejemplo será suficiente recordar la importancia que en las culturas arias e indoeuropeas tiene el Soma, otra pócima sagrada dada por los dioses a la humanidad, elaborada según conservan aún en algunas regiones de la India, Siberia, etc. con la maceración de la seta Amanita Muscaria, de efectos semejantes a los del LSD 25. Igualmente podríamos citar el caso de otras civilizaciones, Toltecas con el Toloache (las semillas del Don Diego), o los indios yaquí (el cactus del Peyote que contiene mescalina), o los aimerá (el cactus San Pedro), o los amazónicos (Ayuahuasca, Yaqué), los pueblos nepalís y norte africanos con la Cannabis Sativa (hachís, marihuana), etc.
Una experiencia totalizadora de tal índole no se puede forzar, ni siquiera a través de décadas de meditación, tampoco se le concede a cualquiera, pese a que la capacidad de la vivencia mística forma parte de la naturaleza de la espiritualidad humana. Sin embargo, en Eleusis se le podía conferir a cada uno de los innumerables iniciados en los misterios sagrados de la contemplación mística. La experiencia sanadora y confortante se producía en el sitio previsto, a la hora señalada. Esto podría explicarse considerando el uso de una droga alucinógena enteogénica , tal y como hemos visto que sugieren determinados estudiosos de la religión y de lo sagrado.
El efecto característico de las sustancias enteogéna, a saber, la supresión de las barreras entre el yo que experimenta y el mundo exterior en una experiencia fuertemente estático emocional, habría posibilitado provocar, con ayuda de sustancias de esta índole, y después de la adecuada preparación interior y exterior, como se lograba en Eleusis de modo perfecto, una experiencia totalizadora de forma, por así decirlo, programática .
Obviamente los enteógenos naturales y el LSD 25 de entre los artificiales deben verse como otro elemento de vinculación, literalmente, una puerta de la mente al anima mundi, pero debido a los efectos especialmente fuertes, trastornadores, que tienen sobre la conciencia, tal vez sea mejor, pensar que esos agentes facilitadores sólo deberían usarse en conjunción con los otros cauces, ayuno, meditación, música, danza, sueños, previa la adecuada preparación , etc.
Aunque los enteógenos puedan actuar en cualquier parte, no cabe duda de que sus efectos se verían potenciados con la proximidad al lugar sagrado, pues parece lógico suponer que puedan darse conexiones geográficas entre los sitios donde se produce determinada vegetación alucinógena y la ubicación de los lugares sagrados. El estudio de la climatografía y de la vegetación nos servirían de indicación de la clase de plantas sagradas que se han venido utilizando en los círculos próximos, por hombres que aún no se habían disociado de su entorno natural. Una vez reconocida la especie enteógena adecuada, el espíritu de la planta debería ser invocado; se le solicitaría el permiso para arrancarla y se trataría con veneración el lugar en que crecieran estas cosas, solicitando al espíritu que se dignase suministrar algún tipo de conocimiento.
La lucha final
Estamos pues, ante una conyuntura decisiva. Es necesaria la recuperación de una visión chamánica de la realidad. Las religiones establecidas, incrustadas en los aparatos de poder, han abandonado a sus hijos, han olvidado el contenido de sus enseñanzas, por lo menos en buena parte, limitándose a mantener un determinado status quo que tan sólo beneficia a unos pocos.
Hasta el presente, cientos, miles de revoluciones han sacudido violentamente nuestra historia, y los resultados son pobres comparados con el esfuerzo y el dolor que han costado. Tal vez, en un pasado remoto, cuando los mecanismos de poder de los estados no estaban tan desarrollados, pudimos llegar a pensar que sólo con la verdad y con nuestra fuerza podríamos conseguir cambiar la realidad material; el afán de implantar con rapidez la justicia, el deseo de igualdad, el ansia de fraternidad, nos hicieron dejar de lado, un aspecto transcendental de cualquier intento de transformación: nuestra esencia espiritual; olvidando con ello, una de las premisas históricas más evidentes, las revoluciones que han tenido más éxito, las que más han perdurado y cambiado la realidad existencial han sido las revoluciones espirituales.
Tal vez, haya llegado ya el tiempo de una nueva transformación espiritual, que deberá comenzar por cada uno de nosotros, asumiendo un retorno a las formas tradicionales anteriores a la vinculación de la fe con la religión como estructura o institución.
Nosotros no queremos ningún tipo de estructura autoritaria, social o económica, ni más pastores o directores del rebaño, que aquellos que por su calidad personal sean acreedores de nuestro respeto u obediencia, en todo caso, jamás deberíamos dotarnos de autoridades que dispongan de privilegios inamovibles, vitalicios, hereditarios, etc., ni aceptar rituales o formulas, dogmas, porque están socialmente establecidos, la única jerarquía que podemos aceptar es la establecida por el mismo Dios, y esto, en realidad, es bastante más fácil de descubrir de lo que a muchos les gustaría reconocer.
El problema especial del nuevo chamán es cómo integrarse o comunicarse con el campo de la Tierra, el ánima mundi; debe de invocar callada, silenciosa y poderosamente a la mismísima Diosa Madre Tierra, a Gaia y confiar luego en el proceso que seguirá en un estado entre el sueño y la vigilia, de ensueño, en un antiguo lugar sagrado, pues es allí, donde deberíamos acudir a la búsqueda de inspiración.
El magnetismo de la roca, puede influir en el hipocampo, que es sensible al electromagnetismo, además de ser el rasgo del cerebro asociado con los sueños, el nivel de actividad cerebral, las ondas theta y en última instancia con la consciencia. Sabemos que diversos lugares, como los monumentos megalíticos pueden convertirse; dadas unas determinadas condiciones; en cámaras de radiación natural concentrada.
Semejante entorno parece muy favorable para que se pueda producir la comunicación entre las conciencia humana y planetaria es verdaderamente una posibilidad. Si se puede establecer contacto, y si éste contacto puede ser un contacto consciente, una interacción, tendremos que aprender a interpretar la información que la Tierra misma nos dé. Independientemente de todas las consideraciones, puede que aprendamos, una vez más, a respetar a nuestro planeta.
Aunque la ciencia oficial no quiera cooperar, debemos intentar con urgencia la creación de ese nuevo chamanismo, no se trata de crear castillos en el aire... Este nuevo chamanismo será capaz de hablar a nuestro tiempo; el conocimiento es el mismo: la filosofía perenne. Dicho de forma muy sencilla y literalmente, tenemos que sentarnos y hablar, una vez más, con ese ser inmenso, la Tierra, la Madre Tierra, la Diosa Gea, Gaia, Démeter, o como quiera que la queramos denominar, a la que casi hemos olvidado, a la que casi no conocemos.
Desde los Vedas, todas las enseñanzas vivas profetizan una nueva Tierra, y unos nuevos cielos en los que se desarrollará una nueva humanidad consciente, capaz de transformar de una vez por todas el mundo en que vivimos. No será una humanidad abocada al reposo meditativo y aislado del Nirvana, sino que se comprometerá en la realización del plan divino sobre la Tierra, en un eterno caminar, hacia un destino que ni siquiera podemos imaginar... Y esa nueva humanidad, se está gestando ya en medio de nosotros. Por todos lados las gentes receptivas y sensibles rompen las rígidas estructuras heredadas y traspasan sus propios límites, en un movimiento interno que los hace admitir la verdad de todo y hacer la experiencia de todo.
Es el comienzo de la universalización, imprescindible para que se produzca el cambio. Hay otros mundos, en nosotros, en medio de nosotros y sobre nosotros y otras posibilidades, que están a punto de descender sobre la Tierra, pero es necesario, imprescindible, preparar el puente de la comunicación.
Y esta es la tarea que tenemos por delante.
Habla un indio Hopi
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