Don Juan: Usted habla demasiado consigo mismo, y no es el único en hacerlo. Todos lo hacemos. Seguimos una conversación interior: rumiamos. Cuando está solo, ¿qué hace?
Castaneda: Hablo conmigo mismo.
Don Juan: ¿De qué habla?
Castaneda: No sé. De cualquier cosa, supongo.
Don Juan: Le voy a decir de qué hablamos: acerca de nuestro mundo. De hecho, mantenemos nuestro mundo con nuestra charla interior...
Castaneda: ¿Cómo puedo dejar de hablar conmigo mismo?
Don Juan: Antes que nada, tiene que usar sus oídos... Un guerrero está consciente de que el mundo cambiará en cuanto deje de hablarse a sí mismo, y que debe estar preparado para este salto monumental.
(Carlos Castaneda, "Una Realidad Aparte".)
¿Reconoce usted ese fenómeno en sí mismo? No sólo ocurre cuando estamos solos -en ese caso es más obvio-, pero en todo momento estamos "conversando" con nosotros mismos. ¿De qué hablamos? Comentamos situaciones, ensayamos conversaciones con otras personas: lo que deberíamos decirles, lo que debiéramos haberles dicho en tal o cual ocasión, lo injustos que han sido los otros o las circunstancias con nosotros, comentarios respecto a la situación del país, del mundo, de la familia o de otras personas, planificación de lo que haremos en un futuro próximo o lejano; realizamos balances económicos, rumiamos situaciones del pasado, fantaseamos con nuestras atracciones por otras personas, analizamos nuestros problemas y barajamos posibles soluciones, decidimos firmemente iniciar un proceso de cambio (hacer más ejercicio, dejar de fumar, tratar mejor a tal o cual persona, manejar con más prudencia...) etcétera, etcétera.
Si estamos conversando con otras personas, también hay "comentarios" presentes: estamos a gusto o no lo estamos, nos simpatiza o no esta persona, nos atrae o nos desagrada, especulamos si le atraemos o no le atraemos, barajamos comentarios acerca de lo que dice, el modo como lo dijo, las posibles implicancias de lo que dijo, su vestimenta, sus modales, etcétera. Obviamente, si atendemos a estos comentarios y no los comunicamos, no estamos de verdad con la otra persona, sino sólo en apariencia.
Estamos tan habituados a esto -todo el mundo lo hace y nosotros también- que puede que lo hallemos de lo más "normal" y que no veamos ningún perjuicio en el asunto. De hecho, la sola idea de comunicarles a los demás lo que pensamos suena aberrante, porque nos sentiríamos demasiado expuestos o bien temerosos del supuesto "daño" que les produciría escuchar lo que en verdad pensamos. Creo que el factor que más pesa para ni siquiera considerar un cambio de perspectiva es el juego social: ¡nadie dice la verdad! ¿Ve usted la televisión? ¿Escucha a los conductores de programas, a los candidatos políticos, a nuestros supuestos líderes? ¿Quiénes de ellos dicen la verdad? Generalmente, sólo aquellos que no tienen nada que perder.
Cuando el bla-bla interno sustituye a nuestra experiencia directa -cuando "colamos" lo que decimos y expresamos- nuestros recursos innatos, nuestra inteligencia y nuestra intuición son sustituídas por el mero intelecto. Perdemos la facultad de captar quiénes de verdad somos y quiénes de verdad son quienes nos rodean -objetos y personas, amigos, amantes, enemigos- en este momento, y la experiencia directa es reemplazada por meras ideas y conceptos. En cambio, organizamos nuestras relaciones de acuerdo con principios abstractos como belleza, nuestros "derechos" o la libertad y los principios terminan siendo lo más importante, en vez de lo que en verdad demanda una situación concreta. Los conceptos de derecho, bien, justicia (la gama de consideraciones éticas y morales) brotan para llenar la ausencia de sensibilidad de nuestra experiencia y la cualidad autista de nuestro contacto.
Podemos decir que, muy en general, hay dos tipos de personas: aquellos que dicen y expresan todo apenas lo piensan y aquellos que "cuelan" lo que dicen y que pierden, por tanto, su espontaneidad. Ninguno de estos dos estilos contribuye a las relaciones más conscientes entre las personas. El primer tipo de individuo se expresa irreflexivamente, convirtiéndose en una máquina -aparentemente espontánea- que emite una respuesta tan pronto recibe el estímulo. Presa de su condicionamiento, sus respuestas/reacciones son sólo las que se detonan automáticamente según sus experiencias previas. Insultará a quien no sea de su agrado, no por algún motivo claro basado en su sensibilidad presente, sino por alguna experiencia pasada cuya atingencia con esta situación y este momento puede ser nula. Obviamente, lo que esta persona necesita es sensibilizarse, caer al presente y dejarse sentir toda la gama de lo que le está ocurriendo ahora, en esta situación... y expresarse desde esa consciencia y sensibilidad.
Me extenderé más, sin embargo, en el segundo tipo de persona, aquélla a quien le resulta más difícil expresar lo que piensa y siente.
Revirtiendo la Situación
Paul Lowe describe así a estas personas: "Recuerden: no tengo un juicio respecto a esto, porque entiendo cómo llegaron donde están. Pero la verdad es que la mayoría de nosotros no es honesto nunca, nunca. No somos honestos, excepto en una emergencia, cuando nos invade el pánico. La mayoría de nosotros no le comunica a los demás lo que está pensando en el momento; tenemos un diálogo interno, y ésa es nuestra enfermedad. El diálogo interno es tu barrera hacia tu libertad, es aquello que obstaculiza tu contacto; primero, en tu relación contigo mismo, y luego entre tú y los demás".
Entre el extremo de la hipocresía total (disimular y disfrazar enteramente lo que sentimos) y la honestidad y transparencia deseables, hay muchos matices posibles. La peor forma de hipocresía es ocultar y disfrazar nuestras opiniones negativas tras la fachada opuesta, y más encima expresar esas opiniones a quien las quiera escuchar, a espaldas del afectado. Naturalmente, allí hay mucho que hacer y muchos caminos alternativos para mejorar. Puede partirse por ser más honesto con las personas, y dejar traslucir -en actos, palabras y gestos- lo que en realidad sentimos. Igualmente positivo resulta dejar de expresar opiniones respecto a otros a sus espaldas, a menos que estemos sinceramente dispuestos a expresárselas al afectado directamente. Todas las justificaciones que se ventilan socialmente para no hacerlo ("no herir" a los demás, los "buenos modales", que "esas cosas no se dicen", etc) son sólo eso: justificaciones para la cobardía, la hipocresía y el doble estándar caracteristicos de nuestra cultura.
Siguiendo adelante con los matices de esto, lo usual es que, sin necesariamente caer en lo anterior, al menos nos guardemos importantes sentimientos con las personas que nos rodean. Suelen ser estas cosas -dicho sea de paso- las que arruinan muchas relaciones de pareja: no expresarse mutuamente y a fondo lo que ambos sienten en los temas importantes para cada uno. Entonces, el asunto parte por expresar aquello que está "atascado" con otra persona (ver "Asuntos Inconclusos: disipadores de energia" Uno Mismo Nº 52, Abril 1994), yendo de mayor a menor respecto a lo que nos inquieta en nuestro interior. Estas cosas "atascadas" incluyen sentimientos tanto "negativos" como "positivos", desde lo que no hemos expresado por no atrevernos a hacerlo hasta lo que suponemos que es tan obvio que no vale la pena decirlo (pero puede que la otra persona no piense lo mismo).
Para lograr ventilar lo que no hemos dicho, no debemos vacilar en pedir una reunión con la persona involucrada, exclusivamente para este fin. Generalmente el resultado es sorprendentemente positivo si lo comparamos a la simpleza de la medida. Una vez expresados los asuntos inconclusos, podemos comenzar a preocuparnos de lo que no estamos diciendo en este momento, ahora. Al respecto, Paul Lowe -caluroso promotor de estas prácticas- sugiere: "Si estás preparado para comenzar con suavidad, como decir por ejemplo, "En este momento no estoy escuchando lo que estás diciendo", "No hallo interesante lo que dices", o bien "Tienes esa mirada en tu rostro… cuando la tienes, siento que no dices la verdad", o "Me estás contando una historia que me has relatado una y otra vez y no te siento a ti en esa historia", o "No creo que te des cuenta de lo hermoso(a) que eres en este momento. Veo ese brillo en tu cara y tú estás hablando acerca del pasado".
"Si desean mantener su seguridad y su comodidad, no lo harán. Puede ser tremendamente entretenido decir la verdad, pero no es cómodo hacerlo. Cada uno de nosotros sabe cuando alguien no está diciendo la verdad: lo saben, saben cuando retienen algo. Sabes cuando les atraes, saben cuando no les agradas, lo sabes". Te desconectas de eso, no estás aquí viviendo este momento como si fuese el último, viviendo este momento, estando aquí contigo mismo y con esta persona. Ahora bien: para que este proceso funcione a su máxima eficiencia, debes ir al encuentro de las dificultades, no evitarlas. Debes acercarte a las personas y decirles, "¿Qué opinas acerca de esa conversación, qué sientes respecto a mí en este momento? ¿Qué es lo que te gusta de mí y qué es lo que te desagrada?". No se nos ha entrenado a comunicarnos: se nos ha entrenado a mentir, y por tanto debemos de verdad hacer un esfuerzo, no evitar la incomodidad. Lo que habitualmente llamas "cómodo" está muerto, no está "vivo".
Hay algunos puntos importantes a tener en cuenta antes de emprender esta aventura. Pienso principalmente en tres:
(1) Los contenidos de nuestra mente -como lo sabe cualquiera que haya hecho un poco de introspección- no son para ser tomados demasiado en serio. Hay todo tipo de chatarra allí: mandatos grabados, frases de otras personas, opiniones de profesores, hasta un jingle que escuchamos en la radio, todo lo cual se repite al azar y mecánicamente. El problema se presenta cuando comenzamos a confundir nuestros pensamientos con la realidad y a tratarlos como tal.
Puede resultar más fácil comunicar nuestro diálogo interno si no creemos que lo que pensamos es tan importante y trascendental. Si una persona no nos cae bien, quizás es porque se parece a nuestra tía Ágata; o bien, quizás nuestra desconfianza con tal o cual persona no sea más que una paranoica re-creación de un episodio del pasado de características similares al presente. De igual modo, tomaremos menos a la tremenda lo que alguien piense de nosotros si consideramos la posibilidad de que lo más probable es que esta persona no nos esté realmente viendo a nosotros, sino simplemente usándonos de pantalla de sus experiencias previas.
(2) Responsabilidad. Un principio tremendamente útil y valioso para ser cada vez más libres es partir de la base de que nuestro estado interno depende de nosotros, y no de los demás. En términos prácticos: si lo que alguien nos dice "nos hiere", es muy probable que sea nuestra interpretación de ello lo que nos produce dolor, y no la otra persona. Con "nuestra interpretación", me refiero a cómo me resuena lo que el otro me dijo. Si cuestionó mi inteligencia y yo tengo dudas acerca de ella, eso es lo que me hace sentir el supuesto dolor -el revivir mi propia duda- y no lo que me dijo la otra persona.
Por lo tanto, sea lo que sea lo que otra persona me diga, ella no me está haciendo daño y la solución no es lograr que se calle o convencerla de que cambie de opinión. Lo que puedo hacer si deseo de veras atender al dolor es sentirlo y quedarme con él, aceptarlo y seguirme quedando con él por el tiempo que sea necesario hasta que la herida sane. Eso es lo único que aquietará nuestra reacción: mientras no hagamos esto, seguiremos estando a merced de lo que los demás opinen de nosotros.
(3) Privilegiar la consciencia. Al comunicar lo que siento, debo dejar de lado los deseos de simplemente vengarme, descargar mi agresividad sobre la otra persona, herirla o humillarla. Ésta sólo será una experiencia auténticamente positiva y constructiva si se basa en un deseo genuino de limpieza, transparencia y sinceridad, y si permanezco atento a mi propia sensibilidad y a la de la otra persona.
Beneficios
Nuevamente, Paul Lowe: "Si comenzaran a comunicarse su diálogo interno unos a otros en este momento, en este momento, sin editarlo, sin analizarlo para decidir si "¿Le agradaré o no a esta persona?", "¿Será verdad o no lo que digo?", "¿Estoy siendo arrogante acaso…?". Si sólo comenzaran a percatarse de su diálogo interno, se transformarían a sí mismos y se transformarán unos a otros. "Es algo tan simple.... Si sólo comenzaran a hacer eso, su vida se transformaría: atravesarían de un golpe toda esa cortina de basura, todo ese bla-bla mental, y comenzarían a estar presentes con ustedes mismos y los demás".
¿Qué significa "estar presente"? Algo que lamentablemente ocurre en forma muy escasa -a pesar de lo simple que es-: es estar atento, con mi cuerpo, mis sentidos y mi sensibilidad, a lo que está ocurriendo en este momento y este lugar, y no dejarme extraviar en, precisamente, el "diálogo interno". Estemos o no conscientes del hecho, éste tiende una cortina de anestesia que no nos deja estar en contacto con nuestra propia sensibilidad y mucho menos aún con la otra persona y la situación presente. Nuestra energía se halla volcada fundamentalmente a nuestra conversación privada con nosotros mismos. En palabras de Paul, "En cada instante existe la posibilidad de una vibración de verdad, de flujo; y, si no vivimos de acuerdo a eso, hay una aberración, la que se siente subjetivamente como incomodidad, y que es acumulativa".
Es difícil transmitir la liberación que significa no tener asuntos inconclusos ni nada retenido en un momento dado -y digo "en un momento dado" porque esto es algo que debe atenderse continuamente-. Don Juan dice, "el mundo cambiará en cuanto deje de hablarse a sí mismo, y debe estar preparado para este salto monumental": es verdad, y es algo que debe experimentarse directamente, superando nuestra tendencia a mantener nuestra comodidad e ilusoria seguridad. Si de veras deseamos vitalizarnos y superar la semi-inconsciencia que nos caracteriza, debemos correr el riesgo de incomodar a otros, de sufrir bochornos, de que nos critiquen. No existe otra forma de sacudirnos el verdadero traje de buzo que nos ha dejado nuestro condicionamiento y que esconde nuestra verdadera inocencia y espontaneidad.
El siguiente artículo no está escrito por Paul Lowe, pero me parece conveniente incluirlo debido a que se basa en un método que él enseña.
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