sábado, 27 de diciembre de 2008

Un camino de corazón

En las diferentes tradiciones la espiritualidad, así como sus diferentes métodos, con frecuencia es presentada como un camino. Y quien dice camino dice jornada, recorrido, esfuerzo personal, trabajo sobre uno mismo. Lo contrario de automatismo y de magia. Igual sucede en el planteamiento de don Juan Matus y de Carlos Castaneda. Y de ello será objeto en el presente capítulo.

Como veremos, la imagen del camino está muy presente, desde el puro comienzo, en la obra de Carlos Castaneda. Decimos bien desde el puro comienzo, ya que en el primer libro, Las enseñanzas de don Juan, el subtítulo reza “A Jaqui way of Knowledge”. En castellano “way” aparece traducido por “forma”, pero “way” significa también “camino”. Y la tercera obra, llevará por título “journey”, Viaje a Ixtlán, viaje o camino, evidentemente, una metáfora de don Genaro para expresar su vida y la vida de todo aquel que quiere ser hombre de conocimiento. Comencemos por lo importante que es caminar. Sin jornada y esfuerzo, imposible llegar a ser hombre de conocimiento.

La importancia del caminar

Don Juan Matus habló mucho de varias plantas alucinógenas, de poderes y de aliados, de manera que a primera vista, al igual que sucede en las falsas espiritualidades, pareciera que don Juan creyera en la eficacia mágica de ciertos medios y así lo enseñara.

En primer lugar, eso fue al puro comienzo y, ya sabemos, tenía un objetivo pedagógico. En segundo lugar, la desmitificación de cuanto puede dar lugar a una interpretación como ésa es formulada en las mismas páginas. El poder y los medios de poder, por importantes que sean, están supeditados a la clase del saber que se tenga. En otras palabras, el saber es más importante. que el poder, como el saber cosas que valen la pena es más importante que el saber cosas que valen poco. En este sentido, considerar el poder y los aliados como herramientas supremas, es de tontos. Y por lo que refiere a los aliados, éstos no son más que la ayuda relativa que el interesado puede derivar de la experiencia de estados de realidad no ordinaria como los producidos por las drogas. Nada, pues, de saber esotérico o de poderes ocultos. Nada, pues, de propuestas fáciles.

Lo verdaderamente importante, e indispensable, son las actitudes del propio sujeto: tener intención rígida, una claridad de mente, ser inflexible consigo mismo, vencer todas las dudas, ser un guerrero, saber esperar, vivir una vida verdadera. Es trabajo duro.

Porque es cada quien que hace y debe hacer su camino. Progresivamente se lo fue enseñando don Juan a Carlos Castaneda. Así cuando éste le preguntó por el significado de la canción que su “protector” le había enseñado durante una ingestión del humito. Don Juan le hace ver que no le puede enseñar tal cosa, porque no la sabe, porque, como experiencia, es propia de cada quien. Enseñar lo que significa es como aprender canciones ajenas, cuando cada quien debe tener su propia canción. «Oyendo cantar las canciones del protector, luego se conoce quiénes son farsantes. Nada más las canciones con alma son suyas y él las enseñó. Las otras con copias de canciones de otros hombres. La gente es a veces engañosa. Canta canciones que ni siquiera sabe qué dicen.» Caminar no es imitar ni seguir los caminos de otros, es hacer el propio camino. Tanto que el arte de un maestro es llevar su discípulo hasta el borde del camino y poner trampas. «Un maestro sólo puede señalar el camino y hacer trampas.»

De hecho, llegado un momento don Juan le hablará a Castaneda de “ver” como lo que realmente es, un proceso independiente de los aliados y de las técnicas de brujería. Porque se trata de dos cosas bien diferentes. Si drogas y otras técnicas son medios que pueden ayudar en un comienzo y a determinadas personas, el “ver”, el conocimiento, no tiene nada que ver con la brujería, como no tiene nada que ver con la manipulación, es todo lo contrario. “Ver” es el resultado del trabajo más puro, total y desinteresado de cada quien sobre sí mismo. Aún mejor, “ver” es el producto de “ver”, y por eso a “ver” sólo se aprende “viendo”. Como lo que llama voluntad, intento, nagual, espíritu, «ocurre misteriosamente». Existe, sus resultados son asombrosos, pero no hay modo de hablar de ello. Lo que hay que saber es que se puede lograr, que hay que trabajar, caminar en esa dirección y saber esperar. Y el verdadero poder consiste en esa voluntad, en esa fuerza, en esa nueva condición humana.

Es en Viaje a Ixtlán donde Carlos Castaneda evoca la primera vez que logró “parar el mundo”, hecho que con razón califica de monumental en su vida, pero para decirnos lo siguiente: cómo a raíz de tal hecho tuvo que reexaminar en detalle su trabajo de los diez años anteriores y cómo se le hizo evidente que, contra lo que pensaba, las plantas psicotrópicas para nada eran algo esencial en las enseñanzas de don Juan. Lo verdaderamente importante era lo que hasta entonces había dejado de lado: las técnicas de “parar el mundo”, diríamos, las técnicas y actitudes de la verdadera contemplación, del verdadero conocimiento. Ya que para “ver” primero era necesario “parar el mundo”.

Técnicas como borrar la historia personal, perder la importancia de uno mismo, practicar el desatino controlado, tener la muerte como consejera, hacerse responsable de todos sus actos, volverse cazador, romper las rutinas de la vida, ser inaccesible, “no-hacer”, y otras tantas más, es este trabajarse a sí mismo, sin pausa y sin obsesión, libre y creadoramente, sin desmayo y con felicidad. Y lo mismo las artes de estar consciente de ser, del acecho, del intento y del ensueño. El mismo nombre lo dice, son artes, y hay que cultivarlas como tales, con disciplina, concentración y paciencia, como subraya Erich Fromm en El arte de amar, con total dedicación, pero a la vez de una manera realizada y feliz, voluntariamente soberana y libre. Por ello ante cualquier camino, antes de y para poder seguirlo, hay que preguntarse si tiene corazón.

Un camino de corazón

El camino del conocimiento, como cualquier otro camino de espiritualidad, es ya de por sí radical y exigente como para poder seguirlo a la fuerza, contra voluntad. Se podrá seguir, y muchos mal dirigidos así lo intentan, pero no dará los frutos prometidos. El camino quedará en pura ascesis, en moral, pero no llevará al conocimiento.

Don Juan Matus es de claridad meridiana a este respecto. Veamos un pasaje perteneciente a la primera obra de Carlos Castaneda, Las enseñanzas de don Juan: «La yerba del diablo es sólo un camino entre cantidades de caminos. Cualquier cosa es un camino entre cantidades de caminos. Por eso debes tener siempre presente que un camino es sólo un camino; si sientes que no deberías seguirlo, no debes seguir en él bajo ninguna condición. Para tener esa claridad debes llevar una vida disciplinada (... ) Luego hazte a ti mismo, y a ti solo, una pregunta. (…): ¿tiene corazón este camino? Si tiene, el camino es bueno; si no, de nada sirve. Ningún camino lleva a ninguna parte, pero uno tiene corazón y el otro no. Uno hace gozoso el camino; mientras lo sigas, eres uno con él. El otro te hará maldecir tu vida. Uno te hace fuerte; el otro debilita.» El camino tiene que convencer, hay que llegar a sentirlo como propio.

Pero ¿cómo sabe usted cuando el camino no tiene corazón?, le preguntó Castaneda, por él y por nosotros, a don Juan. «—Cualquiera puede saber eso. El problema es que nadie hace la pregunta, y cuando uno por fin se da cuenta de que ha tomado un camino sin corazón, el camino está ya a punto de matarlo. En esas circunstancias muy pocos hombres pueden pararse a considerar, y más pocos aún pueden dejar el camino.»

Este es el problema más grave. No sólo es cuestión de facilidad, que lo es, a un camino con corazón se le toma más el gusto, es más fácil, sino también, con más frecuencia de lo que se piensa, una cuestión de vida o muerte. Un camino sin corazón, como por ejemplo el de la religión convertida en moral, es un camino que puede llegar a matarlo a uno. Fácilmente se convierte en el único camino, el camino de la verdad, y como tal un camino que anestesia. En esta opción la pregunta por el camino se hace prácticamente imposible, no se hace, y el día que se hace, suele ser demasiado tarde: falta energía para abandonar el camino y comenzar de nuevo. Esto mismo es lo que pasa, aunque en forma proporcional, aún entre caminos de espiritualidad, según éstos, y con relación a quien hace el camino, tengan corazón o no lo tengan, sean mejores o peores, más adecuados o menos.

Uno siempre debe escoger el camino, el camino de corazón. «Siempre hay que escoger el camino con corazón para estar lo mejor posible, quizá para poder reír todo el tiempo.» Y para escogerlo tiene que estar libre de ambición y de miedo. Para una vez escogido, recorrerlo con corazón: un camino de corazón y con corazón.

No es el camino en sí lo que es importante. Cualquier camino no será nada más que un camino entre cantidad de caminos. Al final de cuentas un camino es un método, una disciplina, un comportamiento, hasta el punto que cualquier cosa puede ser un camino. Y en tal sentido, todos los caminos son iguales, en sí mismos considerados no llevan a ninguna parte. Son lo que son, y nada más: puros medios. El secreto está en que el camino sea sabio y adecuado para uno, tenga corazón, y en la forma de seguirlo, con sobriedad y serenidad, sin tensión, morbidez ni obsesiones. Aún el mejor camino, vivido con ansiedad y preocupación, resulta una trampa. El camino del conocimiento es el camino por excelencia de la sobriedad. Y la sobriedad no es otra cosa que la realidad tal cual es. Cualquier cosa que se le añada termina sobrando porque la impide.

Viaje a Ixtlán

“Viaje al Ixtlán” es la metáfora, por lo demás muy sugerente, del camino del que estamos hablando. Tan importante como metáfora, que da título a toda la tercera obra de Carlos Castaneda, pese a que en realidad sea sólo en el último capítulo, el XX, en el que la metáfora es utilizada y su sentido, explicado.

Quien hace uso de ella es don Genaro Flores, el indio mazateco, amigo y compañero de don Juan, en una narración de todo punto vista emblemática, dirigida a Castaneda. Aparentemente se trataba de la historia del primer encuentro con su aliado.

Después de una lucha con su aliado en la que don Genaro resultó victorioso, y no sabiendo dónde se encontraba exactamente, éste decide volver a su casa: «—Voy a mi casa, en Ixtlán», dijo a unos indios que se encontró. En el camino se va a encontrar con varios tipos de gentes, hombres y mujeres, incluso a un niño guardando cabras, gentes “fantasmas” como él dice, en el doble sentido de que lo son y de que no hacen su “camino” aunque parecen caminar, y más bien tratan de apartarlo a él del suyo. Les falta lo que él si tiene: conocimiento y determinación. «Supe que Ixtlán quedaba en la dirección que yo llevaba». «Supe entonces que iba bien para Ixtlán y que esos fantasmas trataban de apartarme de mi camino». Perdido, en las montañas peladas y en sus caminos, la tristeza quiso asaltarlo, pero no cede. Recuerda que tiene un aliado y que nada podrán hacerle los fantasmas: «… mi decisión era inflexible». «No me detuve ni las miré». De hecho, después de su encuentro con su aliado, ya nada era real, ya nada era como antes: quienes le rodeaban eran gente, pero no reales. Ante su voluntad, más fuerte que los fantasmas, éstos dejaron de molestar. ¿Qué ocurrió después de eso?, le pregunta Carlos. «—Seguí caminando», fue la respuesta sin énfasis. Y aquí la narración parecía iba a terminar.

En este impase retórico, Castaneda va a hacer la pregunta detonante de la metáfora: «¿Cuál fue el resultado final de aquella experiencia. Digo, ¿cuándo y cómo llegó usted por fin al Ixtlán?. / Ambos echaron a reír al mismo tiempo. / —Con que ése es para ti el resultado final —comentó don Juan—. Digamos entonces que no hubo ningún resultado final. ¡Genaro va todavía camino a Ixtlán!». Y don Genaro remarcó «—Nunca llegaré a Ixtlán. (…) —Pero en mis sentimientos…en mis sentimientos pienso a veces que estoy a un solo paso de llegar. Pero nunca llegaré. En mi viaje, ni siquiera encuentro los sitios que conocía. Nada es ya lo mismo. (…) —En mi viaje a Ixtlán sólo encuentro viajeros fantasmas.»

En este momento Carlos percibe que el viaje a Ixtlán de don Genaro era una metáfora; metáfora sin embargo de un camino bien real, el camino del conocimiento. Los que no eran reales eran los viajeros, porque su vida no era un caminar a Ixtlán. Por ello, señalando a don Juan, dijo don Genaro: « —Este es el único que es real. El mundo es real sólo cuando estoy con éste.»

Un camino que no tiene fin, en este sentido nunca llevará a un resultado final, don Genaro va todavía camino a Ixtlán, pero que tampoco es compatible con la marcha atrás: «te encontrarás vivo en una tierra desconocida —le dice don Juan a Castaneda—. Entonces, como es natural para todos nosotros, lo primero que querrás hacer es volver a Los Angeles. Pero no hay modo de volver a Los Angeles. Lo que dejaste allí está perdido para siempre. (…) y el brujo inicia su camino a casa sabiendo que nunca llegará, sabiendo que ningún poder sobre la tierra, así sea su misma muerte, lo conducirá al sitio, las cosas, la gente que amaba. Eso es lo que Genaro te dijo. »

Sin casa adonde regresar.

Otro tema clásico en los grandes maestros espirituales: una vez tomada la decisión, no hay posibilidad de volver atrás, a lo conocido, a lo habitual, a la vida de antes. Expresado en otros términos, una vez muertos al yo, superado éste, no hay yo adonde volver, no hay casa adonde regresar. En palabras de Jesús de Nazaret, «Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo tienen sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde descansar la cabeza.» (Lucas 9, 58). Palabras que el evangelista Lucas ubica una vez presentada la gran decisión del camino tomada por Jesús: «Como ya se acercaba el tiempo en que debía salir del mundo, emprendió resueltamente el camino a Jerusalén.»

Como en los maestros espirituales, también en las enseñanzas de don Juan Matus el camino del conocimiento no conoce marcha atrás. Muy pronto, y en términos dramáticos, se lo enseñó así a Castaneda: «Mi benefactor decía que, cuando un hombre se embarca en los caminos de la brujería, poco a poco se va dando cuenta de que la vida ordinaria ha quedado atrás para siempre; de que el conocimiento es en verdad algo que da miedo; de que los medios del mundo ordinario ya no le sirven de sostén; y de que si desea sobrevivir debe adoptar una nueva forma de vida.» Esta forma de vida no es otra que la del guerrero.

En el caso de Carlos Castaneda, tan dado a explicarlo todo, una forma de siempre querer regresar a su yo, el no regreso va a ser un tema muy enfatizado. Precisamente, en el capítulo XIX de Viaje a Ixtlán preparando el tema del capítulo XX y último ya visto, le advertirá don Juan a Castaneda: «—Eres muy listo —dijo por fin—. Regresas adonde siempre has estado. Pero esta vez se acabó el juego. No tienes a dónde regresar. Ya no voy a explicarte nada.» En adelante tendrá que conocer con todo su ser, incluido su cuerpo, y vivir en consecuencia, hacer de su vida un camino.

Decir que no hay marcha atrás es una manera de expresar la exigencia del camino del conocimiento, a la vez que la experiencia de quien lo alcanza. Mientras es sentida como una exigencia, siempre es posible la marcha atrás, no así cuando la persona de algún modo se ha visto tocada por el conocimiento. A esta condición se refiere don Juan Matus cuando le enseña a Castaneda: «Los brujos creen que, hasta el momento mismo en que desciende el espíritu, cualquier brujo puede dejar la brujería, pero ya no después. (…). —Existe un umbral que, una vez franqueado, no permite retiradas —dijo—.»

No hay ya marcha atrás, no hay ya regreso a casa, sólo camino hacia delante, en el infinito y en todas las direcciones. Aquí no hay camino, ni siquiera caminos de corazón y que haya que seguir con corazón. Aquí se llegó a la totalidad de la realidad y de uno mismo, aquí se llegó a la nueva casa.
En el taoísmo se le llamará Tao, en el hinduismo Mãrga, en el islam Tarîqa. Los términos como se conocen algunas de las principales formas del budismo, Mahayana = «Gran Vehículo», Hinayana = «Pequeño Vehículo», no son menos expresivos. En cuanto al cristianismo será frecuente hablar de camino de perfección (Santa Teresa de Jesús) y de camino interior, incluso en nuestros días, como lo hace Mariano Corbí en una de sus obras, El camino interior. Más allá de las formas religiosas, Ediciones del Bronce, Barcelona 2001.
Según muy prontamente le sentenciara don Juan Matus a Carlos Castaneda, «nada en este mundo era un regalo: todo cuanto hubiera de aprender debía aprenderse por el camino difícil.»
«En el sistema de creencias de don Juan, la adquisición de un aliado significaba exclusivamente la explotación de los estados de realidad no ordinaria que produjo en mí usando plantas alucinógenas. »
El maestro tiene que no caer en el vicio de ser maestro. «Capaz si esos maestros tienen el vicio de ser maestros —dijo don Juan sin mirarme—. Y no soy maestro. Yo soy solamente un guerrero. No sé en realidad qué es lo que uno siente como maestro.»
El desatino controlado es el equivalente de la «santa indiferencia» en los espirituales cristianos, un interés libre de sí mismo, desinteresado, que don Juan explicó a Castaneda de la siguiente manera, respondiendo a la pregunta directa de éste sobre qué es exactamente el desatino controlado: «Estoy feliz de que, al cabo de tantos años, finalmente me hayas preguntado por mi desatino controlado, y si embargo no me hubiera importado en lo más mínimo si nunca hubieras preguntado. Pero he decidido sentirme feliz, como si me importara que me preguntaras, como si importara que me importara. ¡Eso es desatino controlado!»

«Para lograr éxito en cualquier empresa se debe ir muy despacio, con mucho esfuerzo pero sin tensión ni obsesiones.»
«Todo lo que se requiere es impecabilidad, eso es energía. Todo comienza con un solo acto que tiene que ser premeditado, preciso y continuo. Si este acto se lleva a cabo por un período de tiempo largo uno adquiere un sentido de intento inflexible que puede aplicarse a cualquier cosa. Si se logra ese intento inflexible el camino queda despejado. Una cosa llevará a otra hasta que el guerrero emplea todo su potencial.»
«—En el camino del conocimiento hay peligros incalculables para quienes carecen de sobriedad y serenidad —prosiguió—.» «Nadie podría tener convicciones más fuertes que los antiguos videntes, y sin embargo eran débiles. Tener fuerza interna significaba poseer un sentido de ecuanimidad, casi de indiferencia, un sentimiento de sosiego y de holgura. Pero sobre todo, significaba tener una inclinación natural y profunda por el examen, por la comprensión. Los nuevos videntes llamaron sobriedad a todos estos rasgos de carácter.» «Lo que verdaderamente necesitamos es sobriedad, y nadie puede dárnosla, ni ayudarnos a obtenerla, salvo nosotros mismos.»
«La guerra para el brujo es la lucha total contra ese yo individual que ha privado al hombre de su poder.»
«Dijo que el nagual Julián solía decirles que habían sido expulsados de los hogares en los que habían vivido todas sus vidas. Un resultado de ahorro de energía había sido la desorganización de su cómodo y acogedor nido en el mundo de la vida cotidiana.»
«—Sólo como guerrero se puede sobrevivir en el camino del conocimiento —dijo— Porque el arte del guerrero es equilibrar el terror de ser hombre con el prodigio de ser hombre.»
Otra forma de expresar la no vuelta atrás será decir hay un abismo sin fondo en frente y «una vez que la puerta se abre no hay manera de volverla a cerrar.»

«—Dicen los brujos que el cuarto centro abstracto nos acontece cuando el espíritu corta las cadenas que nos atan a nuestro reflejo —continuó—. Cortar nuestras cadenas es algo maravilloso, pero también algo muy fastidioso porque nadie quiere ser libre.» "Centros abstractos" es una manera de referirse a las manifestaciones de lo que en sí es inefable, lo abstracto, el intento, el espíritu. Y como vemos, para que se dé esta manifestación hay que superar todo conocimiento reflejo de nuestro yo. «—Los brujos ya no son parte del mundo diario —siguió don Juan—, simplemente porque ya no son presa de su reflejo.»


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