El sabio maestro Eckhart
de la nada nos quiere hablar
y quien no lo entiende
a Dios se ha de quejar;
su alma no fue alumbrada
por la divina luz acendrada.
de la nada nos quiere hablar
y quien no lo entiende
a Dios se ha de quejar;
su alma no fue alumbrada
por la divina luz acendrada.
La mística alemana del siglo XIV y sus antecedentes
En las historias de la lengua y literatura alemanas el siglo XIV se destaca en primer término como la centuria de un poderoso movimiento místico cuyos representantes más insignes son el Maestro Eckhart y sus discípulos Tauler y Heinrich Seuse (Suso). En las obras de esta tríada el misticismo adquirió facetas diferentes, por más que su doctrina se fundamentara en el ansia de llegar a la unio mystica y llevar a ella a sus oyentes, religiosos como laicos. En tierra alemana se desarrolló con sus actividades y las de numerosos espíritus, en parte conocidos, un fenómeno comparable al observado dos siglos más tarde en la mística española, la cual, a su vez, recibió estímulos del movimiento alemán. No se trata de una repentina «explosión» de las ansias religiosas, sino de un proceso multifacético que se presenta sobre el trasfondo de una cultura nutrida de raíces griegas, desde Platón hasta Plotino, incluyendo a Aristóteles, dado a conocer por los árabes, un Avicena, un Maimónides, entre otros, y cuya filosofía fue insertada en la construcción de las majestuosas catedrales góticas que son las Sumas teológicas de Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino. Por otra parte, se disponía de la rica tradición patrística y en especial de la ardiente prédica y poderosa voz de San Agustín, a quien tantas veces se refiere el Maestro Eckhart. El seudo Dionisio Areopagita (del siglo V), por más que haya sido la invención de un escriba sirio que se nutría de la tradición, uniendo en su mensaje trozos de muy diversa procedencia[3], dio impulsos nada desdeñables a quienes deseaban apagar su sed de progreso espiritual en fuentes no exclusivamente doctrinarias. Luego, la tradición avanza por nuevas etapas caracterizadas por los nombres de Bernardo de Clairvaux, Hugo de San Víctor, Richard de San Víctor, Buenaventura, Alberto Magno hasta llegar a Santo Tomás de Aquino cuya doctrina está en la base de las enseñanzas de Eckhart, Tauler y Seuse, los tres, miembros de la Orden dominicana. Esto no implica, empero, que su enseñanza mística no tenga rasgos personales y no se aleje a veces de la racionalidad del gran Doctor de la Iglesia. Para toda la mística medieval se afirma que su ideología especulativa provenía de Plotino, Proclo, Agustín, Dionisio Areopagita y Escoto Erígena.
Pero, fuera de esa rica tradición, que aportaba un manantial de pensamientos, colaboraron en el surgimiento del misticismo una serie de factores especiales de carácter histórico-social y de índole psíquica. La tardía Edad Media, o sea su «otoño» envolvía a vidas y espíritus en una atmósfera de caótica inseguridad, de intensos problemas para la existencia exterior e interior. A la «época horrible, la época sin Emperador» (1256-1273), como se la suele llamar basándose en un verso de Schiller, le siguió una etapa de enconadas luchas entre el Imperio y el Papado, que trajeron consigo el «cautiverio babilónico» de los Papas con su residencia temporaria en Aviñón. En una historia de la literatura alemana el capítulo correspondiente a esos tiempos en los que florece la mística se intitula significativamente «1300 a 1325. Discordia entre el Estado y la Iglesia. Ser-uno con Dios».
Como se ve, al desorden exterior corresponde un enorme anhelo de hallar la unidad más allá de la realidad cotidiana. También en el orden social se produce un cambio en el dominio ejercido por las diferentes clases. La declinante y aun degenerada caballería cortesana va cediendo su lugar a la burguesía. El castillo pierde parte de su influencia a favor de la ciudad, centro más apto para la evangelización y enseñanza religiosa realizadas por las órdenes mendicantes, los franciscanos y los dominicos, quienes así pueden reunir grupos más numerosos de laicos para sus sermones y homilías dictadas en alemán. Y el público que los escucha, por poco culto que sea, abraza con avidez sus prédicas o lo que de ellas entiende o cree comprender. Las luchas fratricidas, las muertes frecuentes, enfermedades y pestes, una inseguridad general, contribuyen a que se inicie una nueva etapa de piedad, caracterizada por una mayor acentuación de lo individual en el trato del alma con Dios, por el anhelo de hallar una unión más estrecha con lo trascendental y, por otra parte, de encontrar a Dios escondido en el fuero íntimo de cada cual.
Esa ansia general se vuelca también en movimientos a la larga poco edificantes, como los de los flagelantes, de los beghardos y «los hermanos y hermanas del espíritu libre» que terminaron en excesos malsanos y en una libertad licenciosa que, a su vez, puso sobre guardia a las autoridades eclesiásticas.
Según la tesis establecida por primera vez por Denifle, la llamada cura monialium del año 1267 constituyó un factor directamente desencadenante para el surgimiento del sermón dictado en alemán y su posterior desarrollo en dirección mística. La cura monialium imponía a la Orden de los Predicadores la obligación de ocuparse de la enseñanza y prédica en los conventos de monjas, adaptando su cometido a la preparación espiritual de las religiosas. Efectivamente, los conventos y más tarde las comunidades de las beguinas constituían el lugar de refugio de gran número de mujeres. Las luchas y guerras fratricidas, las cruzadas, el sacerdocio, etcétera, habían contribuido a la existencia de un exceso de mujeres, las cuales en su retiro monástico muchas veces desarrollaban una cultura apreciable. Muchos de los sermones alemanes del Maestro Eckhart, por ejemplo, fueron pronunciados ante esa clase de oyentes y hoy en día no podemos menos que sorprendernos de que haya existido un público que lo seguía en sus altos vuelos y aplaudía su actividad sacerdotal, como efectivamente hicieron. Esas monjas, por otra parte, sentían una urgente necesidad de dar expresión a sus sentimientos que, por su condición, tenían necesariamente matiz religioso —y seriamente religioso— por más que en algunos casos se hayan introducido en su piedad rasgos de amor insatisfecho y atisbos patológicos. Esta íntima dedicación y, a veces, los excesos se evidencian en los numerosos escritos místicos y seudo-místicos de la época.
Pero, sea esto como fuere, las ansias en sí eran verdaderas y muy generalizadas. También es un hecho que los antecesores más notables de los grandes místicos del siglo XIV se encuentran entre las mujeres. Una figura aislada y descollante fue Hildegard von Bingen (1098 a 1179), médica, filósofa y mística benedictina, cuya visión cosmológica ha despertado el sincero interés de la investigación y religiosidad modernas. Fue, a todas luces, una mujer excepcional que se carteaba con los más altos dignatarios de su tiempo incluyendo el Emperador Barbarroja. En La luz fluyente de la divinidad la beguina Mechthild de Magdeburg (1210-1283?) convirtió el lenguaje poético de los trovadores en expresión religiosa para evocar su unión amorosa con Dios mismo. Debido a su fuerza espiritual fue capaz de crear una obra única tanto en la historia de la mística como en la historia de la literatura alemanas. También la monja flamenca Hadewych (muerta alrededor de 1260) dio en sus Visiones expresión poética a un misticismo que se basa, ante todo, en el amor que corresponde al amor divino.
Generalmente, se distinguen tres formas de mística: la volitiva, la sensitiva y la especulativa. Mientras la mística femenina, en muchas de sus exteriorizaciones, tiende hacia la expresión sensitiva, amorosa, encontramos que la mística especulativa fue abrazada especialmente por los fratres docti los dominicos.
Se opina que Dietrich von Freiberg (alr. de 1250 hasta 1310, aproximadamente) había sido el primero que «en sus sermones alemanes había anunciado a sus “hijos espirituales” la sabiduría del místico no-saber [nada]. Pero, no se conservan tales sermones suyos».
Disponemos, empero, de numerosos códices con los tratados y sermones en alemán del místico más profundo y más original: el Maestro Eckhart quien es «no solamente el fundador propiamente dicho de la mística especulativa alemana, sino también su consumador». Es cierto que él, también, se basa en la rica tradición especulativa, como buen conocedor que es de la literatura teológica y filosófica antigua y coetánea, incluyendo un gran conocimiento de la obra magna de Santo Tomás de Aquino. Pero, hay un tono completamente personal y un planteo exclusivamente místico en su obra que lo distingue como pensador y como homo religiosus. Se ha dicho que «la mística contemplativa areopagita-agustiniana de Eckhart puede ser llamada un complemento feliz de la filosofía racional de la escolástica aristotélico-tomista».
La vida de Eckhart
Es poco lo que se sabe de su vida, y se ha observado también que él, en sus sermones y tratados, evitó referirse a hechos y sucesos personales. A diferencia de otros místicos y religiosos medievales, como por ejemplo Seuse, de quien conservamos un trabajo autobiográfico, ocultó su individualidad bajo el anhelo, típico de él, de hacer confluir toda actividad humana en el inagotable fondo de lo Uno. Ni siquiera se conocen cartas suyas capaces de arrojar luz sobre uno que otro episodio de su vida. Esta falta de referencias a su vida y a su mundo individual, condice perfectamente con la insistencia en la necesidad de despojarse y desasirse del propio yo que ante la contemplación de Dios se reducía a una nonada, sólo importante por cuanto se vinculaba con lo más excelso mediante la chispa increada en su propio fuero íntimo. Pero esta única cosa importante era casi inefable y requería todas sus fuerzas intelectuales y espirituales para anunciarla como buena nueva, y esto sí lo hacía en forma decididamente personal.
Se supone que Eckhart nació en 1260, aproximadamente, en Turingia. Se solía creer que había pertenecido a la nobleza, hecho últimamente cuestionado por Josef Koch, el editor de su obra latina. Sabemos que ingresó, joven aún, en la Orden de los Predicadores, en Erfurt. Se ha comprobado que en 1277 residió en París como estudiante de artes. Antes de 1280 volvió a la patria y cursó estudios teológicos en el Studium generale de su Orden en Colonia, ciudad que posteriormente habría de ser el lugar principal de sus actividades como predicador, especialmente en los conventos femeninos. Se supone que en sus primeros años de Colonia podría haber tenido contacto con Alberto Magno. Entre 1294 y 1298 se originó su primera obra escrita en alemán Las pláticas instructivas (Die rede der underscheidunge). Esta cronología se deduce de dos hechos de su biografía. En el año 1293 a 94 había residido otra vez en París como bachiller (Baccalar) y en 1298 ya no fue posible que una sola persona desempeñara conjuntamente los dos cargos a los que se alude en el subtítulo del tratado. Allí se indica que era, a la sazón, prior en Erfurt y vicario de Turingia. Esta sobria referencia prueba también que Eckhart, ya en años tempranos se había convertido en personaje importante dentro de la Orden de los Predicadores. Entre 1300, a más tardar, y 1302 Eckhart debe haber renunciado primero al priorato y luego al vicariato. En este año 1302 se lo designó magíster de teología en París, confiándosele la única cátedra reservada a un extranjero. Enseñó allí durante un año para volver luego a Erfurt. Pero ya en 1303 se dividieron algunas provincias demasiado grandes de la Orden, y Eckhart fue designado provincial de la nueva provincia Saxonia, a la cual pertenecían vastas regiones de Alemania Septentrional, incluyendo, entre otras, a Holanda. Le incumbía supervisar 47 conventos y varios monasterios de religiosas. Si recordamos que las distancias generalmente eran superadas a pie, podemos imaginarnos el peso de la tarea, a la cual se agregó en 1307 su designación como vicario general de Bohemia. En 1310 los electores de la Teutonia votaron por Eckhart cuando se hacía necesario designar un nuevo provincial. Pero no llegó a ejercer las obligaciones vinculadas con tan honrosa elección, porque en 1311 el Capítulo General de la Orden lo envió otra vez como «magister ad legendum» a la Universidad de París, distinción que —según Soudek— sólo se puede comparar con los dos nombramientos para esa tarea de Santo Tomás de Aquino. Aun cuando los estudiosos no coinciden con respecto a las obligaciones que había tenido durante los dos años siguientes en París, la mayoría opina que en ese lapso fueron madurando las ideas principales de su fundamental obra latina inconclusa, el Opus tripartitum. Una vez terminada su estancia a orillas del Sena, Eckhart se encuentra, en abril de 1314, en Estrasburgo donde acaso haya actuado como director o lector del colegio local de la Orden, o también como asesor de los monasterios femeninos de Alemania Meridional. Luego de haberse desempeñado como visitador del convento femenino de Unterlinden (importante para la historia del misticismo alemán), el maestro habría sido enviado a Colonia, en 1323, aproximadamente. Fuera de sus obligaciones como predicador y sacerdote, Eckhart fue en Colonia catedrático del Studium generale de los dominicos, en donde se reunían en ese entonces unos treinta a cuarenta estudiantes por año. Provenían de las provincias Teutonia, Saxonia, Polonia, Bohemia y Hungría. Entre ellos se encontraban Tauler y Seuse, en cuyas obras habría de sobrevivir, también, el espíritu eckhartiano, aun cuando Tauler tendía más hacia la exposición de cuestiones morales y en Seuse descuella su «antropología mística». La fama de Eckhart había llegado a su cúspide cuando, en 1326, el arzobispo de Colonia, Heinrich von Virneberg, inició contra él un proceso de inquisición, acusándole de la difusión de doctrinas heréticas en alemán. Hay opiniones divergentes acerca de cuáles habrán sido los trasfondos de tal acusación que fue la primera dirigida contra un miembro de la Orden de los Predicadores. «Sin embargo, no se puede negar del todo que el procedimiento contra el Maestro Eckhart mostrara rasgos de una venganza personal del arzobispo Heinrich», quien hizo oír sus acusaciones aún después de la muerte del famoso predicador. Una comisión convocada por el obispo tildó de sospechosos 49 pasajes de sus escritos latinos, del Libro de la consolación divina y de los sermones alemanes. Eckhart contestó en su llamado Escrito de justificación donde señaló que él, según los privilegios de su Orden, sólo era responsable ante la autoridad del Papa y de la Universidad de París. Negaba el fundamento jurídico del proceso, pero se declaró dispuesto a contestar de buena voluntad. No es éste lugar para entrar en detalles sobre el desarrollo de los procedimientos que evidentemente fueron prolongados a sabiendas. Sólo se debe añadir que Eckhart el 13 de febrero de 1327 hizo una declaración pública en latín, con comentario en alemán, donde el maestro llamaba a Dios por testigo de que durante toda su vida se había esforzado por evitar cualquier error contra la fe o falta contra la moral. No negaba la posibilidad de haber enseñado doctrinas erróneas, pero sí rechazaba cualquier posibilidad de herejía, ya que ésta sería objeto de la voluntad y él no tenía voluntad alguna de faltar a la fe. Cabe señalar que —según una apelación del 24 de enero del mismo año dirigida al Papa— Nicolás de Estrasburgo, visitador designado por el propio Santo Padre, ya habría examinado las doctrinas de Eckhart y negado la sospecha de herejía. En Colonia, el maestro nunca fue declarado culpable. La decisión dependía ahora de la Curia en Aviñón donde Eckhart habría residido en el mismo año 1327, según el testimonio de Guillermo de Ockham. Entre julio de este año y el 30 de abril de 1328 el maestro habrá muerto sin conocer el juicio definitivo sobre la obra de toda su vida. No se sabe dónde murió ni se conoce el lugar donde descansan sus despojos.
Tan sólo el 27 de marzo de 1329 se dio a conocer una Bula del Papa Juan XXII in agro dominico, en la cual se objetaba la formulación de 28 frases y giros, 17 de los cuales eran considerados heréticos y otros 11 sospechosos de herejía. En la Bula se menciona también que Eckhart antes de su muerte se habría retractado de las frases incriminadas.
En los siglos siguientes a la desaparición del gran predicador, su doctrina fue defendida y atacada desde los más diversos ángulos, especialmente por parte de católicos y protestantes, hasta llegar a una burda interpretación nacionalista para la cual el hombre conscientemente católico se convirtió en rebelde contra la autoridad eclesiástica. Muchos de los resultados dudosos de la interpretación se lograron mediante la despreocupada separación de frases y giros de su contexto, aun cuando justamente las difíciles y a veces apenas expresables exposiciones, junto con el insuficiente conocimiento de los textos auténticos y la falta de los estudios pertinentes, sólo pueden ser valuados en su conjunto natural, quiere decir como eslabón dentro de un tratado o una homilía. Cabe agregar que, gracias a los investigadores católicos Otto Karrer, Herma Piesch y Alois Dempf «el maestro Eckhart fue reconocido cuasi oficialmente por la Iglesia católica». Karrer cree que la condenación de Eckhart se dirigió en el fondo contra los beghardos y sus excesos, y defiende la opinión de «que el Maestro Eckhart —muy lejos de los prejuicios de la izquierda y de la derecha— se hallaba dentro de una gran tradición espiritual de la cual se apropiaba con profundidad mística, siendo en sus enseñanzas y su personalidad uno de los hombres más destacados de su pueblo, un héroe trágico, y ciertamente por eso no menos un discípulo de su Divino Maestro y un vocero de aquel reino divino que se halla “en lo interior”».
Datos sobre la obra
Conservamos del Maestro Eckhart una importante, si bien fragmentaria, colección de obras y esbozos de prédicas, escritas en latín. Pero su verdadera fama se debe a sus tratados y sermones en alemán, hecho que comprueban los numerosísimos códices y manuscritos conservados y re-encontrados que nos permiten conocer esta parte de su actividad, mientras la obra latina nos ha llegado sólo en pocos ejemplares.
Su centro lo constituye el Opus tripartitum que tuvo una profunda influencia sobre Nicolás de Cusa. De esta magna obra nos ha llegado nada más que un trozo, pero conocemos el plan del todo que debía comprender el Opus propositionum de la cual se conserva tan sólo el prólogo. Eckhart se había propuesto exponer en esta parte su teoría del ser mediante la contestación de más de mil preguntas. La segunda parte debería haber sido el Opus quaestionum donde el pensador planeaba responder a «Cuestiones» seleccionadas de la Suma de Santo Tomás de Aquino. Poseemos únicamente la tercera parte, tampoco completa: el Opus expositionum que contiene una serie de comentarios a textos de la Sagrada Escritura así como esbozos más o menos detallados para sermones pronunciados en latín. A todo esto se agregan algunos escritos menores.
La obra alemana se conserva, en cambio, en numerosos manuscritos que —según señaló Quint en 1955 —exceden los doscientos, y aún se siguen encontrando nuevos manuscritos y trozos dispersos en algunos códices. «Uno de los problemas principales de la investigación eckhartiana es la pregunta por la autenticidad de estos textos manuscritos, autenticidad que fue cuestionada durante largo tiempo para casi toda la obra alemana transmitida de Eckehart como consecuencia de un escepticismo y una desorientación exagerados». Quint escribió estas palabras en 1955 para su edición de las obras alemanas de Eckhart traducidas por él al alemán moderno. Mientras tanto poseemos cuatro tomos (I, II, III y V) de la gran edición crítica realizada por dicho investigador que ofrece así el trabajo increíblemente minucioso y fecundo de toda una vida. Ahí están los tratados en alemán cuya autenticidad parece exenta de dudas: "Pláticas instructivas"; "El libro de la consolación divina"; "Del hombre noble"; "Del desasimiento". El libro de la consolación divina y Del hombre noble pertenecen juntos al llamado Liber «Benedictus». Del hombre noble es un sermón, Del desasimiento un breve tratado. Los tres tomos I, II y III, aparecidos hasta ahora, contienen los sermones de Eckhart. Para comprobar su autenticidad se usaron criterios diversos. El problema máximo para la transcripción de estos sermones lo constituye el hecho de que conservamos sólo las copias de anotaciones hechas por los oyentes de Eckhart, quienes, a su vez, se basaban en las exposiciones orales del predicador. En consecuencia abundan errores de interpretación, cambios voluntarios o involuntarios, omisiones, interpolaciones, etcétera. Sólo la comparación minuciosa de los diferentes códices y a veces trozos de manuscritos, la comparación con los textos recriminados en la Bula papal así como lo dicho por Eckhart, en su Escrito de justificación, las coincidencias con pasajes paralelos en otros sermones o tratados, incluso los textos latinos de Eckhart, junto con un conocimiento cada vez más refinado de su estilo y léxico, permitieron la transcripción y corrección de los textos que se nos ofrecen ahora en esta magna edición. Quint ha dado una amplia exposición de sus criterios en los Prefacios a los tomos I, II, III. En el último Prefacio al tomo III subraya el hecho de que «ocasionalmente la dificultad de dar una reconstrucción del texto se convierte en imposibilidad». Esto vale sobre todo para aquellos textos que se han conservado en un solo manuscrito.
Nuestra versión castellana comprende los tratados contenidos en el tomo V, y los sermones que figuran en los tomos I y II, reunidos de acuerdo con los criterios usados para establecer su autenticidad, los que indicaremos donde corresponde.
La creación de un lenguaje místico
La prédica pronunciada en alemán y los tratados escritos en este idioma, tienen su origen en las actividades de los dominicos y franciscanos. «Desde un principio formaba parte del programa de las órdenes mendicantes comunicar al pueblo las doctrinas en las que, hasta ese entonces, estaba iniciado únicamente el reducido número de teólogos. Hacia ello apunta el lema de los dominicos: contemplata allis tradere [transmitir a otros lo contemplado]. De este programa derivó la necesidad de hacerse entender por el pueblo en su idioma. El lenguaje, estirado hasta el extremo, debía a esos esfuerzos un fomento más allá de sus posibilidades naturales».
Fue así como los predicadores contribuyeron decisivamente al enriquecimiento del lenguaje, tanto con la introducción de nuevas voces —cuyo contenido debía corresponder al de las palabras latinas que les servían de modelo— como con una mayor flexibilización de la prosa, hasta entonces poco elaborada, para expresar pensamientos abstractos y vincularlos fluidamente con los habituales «ejemplos» y anécdotas, tomados de la vida cotidiana. Si esto ya valía para la prédica corriente en alemán, cuánto más para los sermones de alto vuelo, pronunciados por predicadores empeñados en acercar sus oyentes a las cumbres místicas. Las máximas exigencias, a este respecto, surgieron. para quienes, como el Maestro Eckhart, hacían girar sus exposiciones en primer término alrededor del entendimiento especulativo, la intuición iluminada cuya base constituía la concepción de Dios como intellectus purus (inteligencia pura). Ya en el mero aspecto idiomático, la actividad de esos escritores místicos dio resultados aún más allá de su cometido inicial. «Ellos [los escritos de los místicos] fundamentan el lenguaje técnico filosófico».
De esta manera nace una expresividad muy sui generis, porque se realiza una incesante lucha con el idioma y contra él para aprehender lo «inefable», término que en su versión alemana «unsprechelich» como lo usa Eckhart, se encuentra «por primera vez en la literatura mística». Lo que se quiere decir no tolera ser aprisionado dentro de la expresión conceptual y, por otra parte, se intenta incansablemente encontrar un acceso a la «realidad» sobrenatural, sentida e intuida. Las pobres palabras son incapaces de llegar a las alturas de lo trascendental y a la intimidad del Dios inmanente dentro de la propia alma. «… las palabras tienen gran poder; uno podría obrar milagros con palabras». El propio Eckhart llega a dar a la lengua alemana una riqueza poco menos que milagrosa. El maestro, para quien la Palabra, el Verbo divino, constituye el centro de sus especulaciones, ha de trabajar también con nunca decreciente afán en la forjadura del único instrumento que posee para comunicarse con sus oyentes: el idioma. Son dos las dificultades que tiene que superar: la inmadurez del idioma vulgar y el carácter del mensaje religioso que elude las posibilidades de la expresión humana. La segunda dificultad es la que más se evidencia en la tradición mística de todos los tiempos y todas las regiones del orbe. Con razón señala Quint que ya la palabra «mística» en sí apunta a un fenómeno pletórico de misterio. Este hecho ¡cuánto más vale cuando se trata de profundizar en su contenido!
Esas enormes dificultades dan su cuño característico a la expresión mística en general, y en especial al vocabulario y estilo de Eckhart. Se ha dicho de él, acertadamente, que «no cabe duda de que justamente el Maestro Eckhart, el más espiritual entre los místicos antiguo-alemanes, el pensador más profundo y osado entre ellos, es no solamente el más poderoso poseedor del idioma, sino también el máximo creador idiomático para proclamar el saber místico». Eckhart se parece a un hombre empeñado en continua búsqueda que intenta captar aun aquello que tan sólo se encuentra en las interminables extensiones del desierto, o en las cumbres más inhóspitas, aquello que se esconde en la oscuridad o se ofrece dentro de una luz tan clara que el ojo humano no lo puede divisar con suficiente nitidez. Avanza a tumbos, pero avanza al fin para sólo encontrarse con una parte de la verdad. Y aun donde piensa haberla aprehendido, ella brilla en colores tan fuertes que no caben dentro del espectro de la expresión humana, sino que reclaman otra definición y otra más sin que éstas nunca coincidan del todo con lo intuido. Hay que darse cuenta de esa nunca cesante lucha con la expresión para interpretar en su justo valor no sólo las peculiaridades del lenguaje eckhartiano sino también su porqué. Unicamente entonces se revela la razón íntima de sus medios estilísticos: la repetición que no es simple reiteración sino que obedece al propósito de subrayar lo dicho y hacerlo resaltar desde varios ángulos dentro de un contexto a veces levemente cambiado. Son numerosas, también, las acumulaciones mediante las cuales el predicador trata de aclarar relaciones espirituales e insistir en algún punto central para él. De deliciosa simpleza y pronunciado valor explicativo resultan las comparaciones y ejemplos tomados de la realidad cotidiana, de algún cuento, o también basados en observaciones de la vida animal, vegetal o mineral, etcétera. Los paralelismos permiten echar una luz más clara sobre lo dicho y dar explicaciones que facilitan la comprensión. Las hipérboles ofrecen una vaga idea de la grandeza de las ideas tratadas, y con el oxímoron el predicador se acerca audazmente a la expresión, al parecer imposible, de hechos intuidos y contemplados que en realidad sobrepasan el entendimiento humano. A todo ello se agrega la introducción en el idioma de neo-formaciones, especialmente de sustantivos abstractos, verbos sustantivados que implican la existencia de un proceso, de un devenir, etcétera. Pero no viene al caso hablar de hechos lingüísticos que sólo se refieren al idioma original de Eckhart y que, en primer lugar, interesan al filólogo.
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