miércoles, 22 de octubre de 2008

Prefacio de "El proyecto Atman"

El tema de esta obra es básicamente simple: el desarrollo es evolución y la evolución es trascendencia (recordemos aquella extraordinaria frase de Erich Jantsch: «La evolución es autorrealización a través de la autotrascendencia»), y el objetivo final de la trascendencia es Atinan, la Conciencia de Unidad esencial en sólo Dios. Todos los impulsos sirven a este Impulso, todos los deseos dependen de este Deseo y todas las fuerzas están supeditadas a esta Fuerza. Y es a este movimiento, en su conjunto, al que denominamos proyecto Atman, el impulso de Dios hacia Dios, de Buda hacia Buda, de Brahman hacia Brahman. Pero se trata, no obstante, de un impulso que se origina en el psiquismo humano y cuyos resultados van desde lo extático hasta lo catastrófico. Como hemos intentado demostrar en Después del Edén, si bien los seres humanos proceden originalmente de las amebas y deben arribar finalmente a Dios, se hallan entretanto bajo el influjo de esa morada provisional que conocemos con el nombre de proyecto Atinan. Y todo este proceso evolutivo discurre de unidad en unidad hasta que sólo exista la Unidad y el proyecto Atinan termine finalmente disolviéndose ante Atinan.

Este libro comenzó como una serie de artículos para los cuatro primeros ejemplares de la revista "Re-Vision". Su publicación, no obstante, se dilató un año y medio -casi dos- y durante ese tiempo mis ideas sobre el tema fueron madurando y modificándose de manera natural. Es por ello que, aunque el libro se iniciara con esos artículos, ahora sólo guarda, con respecto a ellos, una remota semejanza. Doy las gracias a cuantos los leyeron con interés porque a ellos debo, en definitiva, el impulso que me llevó a emprender esta obra.

El punto de partida de los artículos aparecidos en "Re-Vision" fue la hipótesis de diversos investigadores occidentales según la cual la temprana infancia -la época en la que el neonato está inseparablemente fundido con su madre y con el entorno global que le rodea-, constituye el modelo de todos los estados adultos de fusión trascendente y de unidad extática perfecta. Desde esa perspectiva, el necesario desarrollo que separa al niño de esa fusión primitiva no sólo representa la pérdida de un estado extraordinariamente placentero sino que también supone el alejamiento de un estado metafísicamente superior, una expulsión del «paraíso» -o, como dirían los junguianos, «una alienación del Self». No obstante, muchos de ellos también sugieren que el adulto puede recuperar ese «paraíso superior» de una forma madura y sana. Esta opinión, y otras similares, ha sido sustentada, de manera parcial o total, por los junguianos, Neumann, Norman O. Brown, Mahler y Kaplan, Loewald y los neopsicoanalistas, Watts, Koestler y Campbell. Y aunque, en otros sentidos, sienta el más profundo respeto por la opinión de todos estos investigadores, cuanto más reflexiono sobre este punto de vista, más inaceptable me parece. Y ello no sólo porque induce a establecer comparaciones inexactas entre los dominios transpersonales y los dominios de la infancia, sino también porque parece dejar completamente de lado las extraordinarias diferencias fundamentales existentes entre lo que (siguiendo a Wescott) denominaremos preestados y transestados.

Como veremos, el estado de fusión infantil es, efectivamente, una especie de «paraíso», pero este paraíso no es el paraíso del despertar transpersonal sino el paraíso de la ignorancia prepersonal. No tuve perfectamente clara la verdadera naturaleza del estado prepersonal de fusión infantil hasta que no tropecé con la siguiente descripción de Piaget: «En ese estadio, el yo es, por así decirlo, material...». Y la unión material, como también veremos, es la más baja de todas las uniones posibles, una unión en la que no hay absolutamente nada que sea metafísicamente «superior». El hecho de que se trate de una unidad estructural previa a la diferenciación entre sujeto y objeto induce erróneamente a equipararla con aquellas otras unidades estructurales superiores en las que realmente se trasciende la separación entre sujeto y objeto. En el momento en que caí en la cuenta de este punto, reorganicé todo el esquema que había presentado en Re-Vision y lo modifiqué para adaptarlo a mi nueva visión. Así fue como este libro halló su forma casi por sí solo. Y aunque, ciertamente, sean pocos los cambios que tengan que ver con los datos propiamente dichos, el nuevo contexto (pre y trans) ha requerido de mi parte una serie de precisiones terminológicas notablemente importantes.

He reservado el término «uróboros» (y el de «pleroma») para el estado prepersonal de fusión material infantil; «centauro» es ahora un término ligado a la integración madura entre el cuerpo y la mente egoica; he introducido el término «tifón» para referirme al período infantil de prediferenciación entre el cuerpo y el ego (los estadios del «ego corporal» de Freud); «transpersonal» se refiere estrictamente a las formas maduras y adultas de trascendencia de la mente egoica y del cuerpo; he ajustado el uso de los términos «evolución» e «involución» a su significado hinduista (es decir, Aurobindo) y también he sustituido su utilización original (basado en Coomaraswamy) por los de «Arco Externo» y «Arco Interno». El concepto de proyecto Atman, por su parte, permanece inalterado pero, dado que el estado ideal de unión extática no es -ni siquiera remotamenteparecido al estado de fusión prepersonal propio de la «conciencia cósmica infantil», sino más bien a la de la unidad transpersonal propia del dominio causal último, he reformulado también levemente este punto de modo que resulte mucho más explícito que en mis formulaciones anteriores. Así pues, aunque creo que todo lo dicho también podía entenderse leyendo entre líneas los artículos originales, en esta obra he tratado de presentarlo con toda la claridad y franqueza de la que he sido capaz.

Esta es, pues, la historia del proyecto Atman, y ésta es también mi forma de compartir lo que he visto, una pequeña ofrenda de lo que he llegado a recordar, el polvo zen que conviene sacudirse cada tanto de las sandalias, una mentira, a fin de cuentas, ante ese Misterio que es lo único que existe.

KEN WILBER
Lincoln, Nebraska,
invierno de 1978


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