miércoles, 29 de octubre de 2008

Dos modos de Conocer

"En el proceso de desarrollo al llegar al nivel transpersonal uno no solo asciende la escalera sino que se libera de ella. Al liberarse de ella caerá en la vacuidad. Dentro y fuera, sujeto y objeto, pierden entonces todo su significado. Usted ya no estará aquí observando, y el mundo que se halle ahí, usted ya no estará contemplando el cosmos, sino que se habrá convertido en el cosmos. En tal caso, el universo se muestra a si mismo brillante y evidente, radiante, claro, sin exterior y sin interior, en un gesto interminable de gran perfección, y espontaneidad. El sol ya no brillara en su cabeza sino dentro de ella. El tiempo y espacio danzaran como imágenes deslumbrantes ante la presencia de la radiante vacuidad y el universo entero perderá todo su peso".
Ken Wilber

Cuando el universo intenta conocerse como totalidad por mediación de la mente humana, algunos aspectos de ese mismo universo deben seguir siendo desconocidos. Con el despertar del conocimiento simbólico parece plantearse una escisión en el universo entre el conocedor y lo conocido, el pensador y el pensamiento, el sujeto y el objeto; y nuestra consciencia más íntima, en tanto que conocedora e investigadora del mundo externo, escapa en última instancia de su propia comprensión y queda como lo Incógnito, lo Inmanifestado y lo Inasible, como la mano que puede asir numerosos objetos pero jamás puede asirse a sí misma o el ojo que puede ver el mundo pero no puede verse.

Así como un cuchillo no puede cortarse a sí mismo, el universo no puede verse totalmente como objeto sin mutilarse totalmente. El intento de conocer el universo como objeto de conocimiento es, pues, profunda e inextricablemente contradictorio; y cuanto más éxito parece tener, tanto más fracasa en realidad, tanto más «falso para sí mismo» se vuelve el universo. Y sin embargo, por extraño que parezca, este tipo de conocimiento dualista en que el universo queda seccionado en sujeto frente a objeto (así como en verdad frente a falsedad, bien frente a mal, etcétera) constituye la piedra angular de la filosofía, la teología y la ciencia de Occidente, ya que la filosofía occidental es, en términos generales, filosofía griega, y la filosofía griega es la filosofía de los dualismos.

Una de las principales razones de que este enfoque del «divide y vencerás» que es el dualismo haya sido tan pernicioso, es que el error del dualismo constituye la raíz de la intelección y, por consiguiente, es imposible desarraigarlo mediante la intelección (trampa 22: Si tengo una mosca en el ojo, ¿cómo puedo ver que tengo una mosca en el ojo?). Detectar esto exige una metodología rigurosa, coherente y persistente, capaz de perseguir al dualismo hasta sus últimos límites para descubrir allí la contradicción.

En la actualidad, la ciencia ofrece potencialmente un tipo de técnica rigurosa capaz de desarraigar los dualismos, gracias principalmente a su carácter minuciosamente experimental y al instrumental refinado y complejo que le permite perseguir al dualismo hasta sus límites.

Este es, exactamente, el tipo de metodología poderosa y congruente potencialmente capaz de destruir dualismos; y aunque los hombres de ciencia no se dieron cuenta, habían empezado a levantar, sobre el dualismo cartesiano de sujeto frente a objeto, una metodología de una persistencia tal que terminaría por hacer añicos el propio dualismo sobre el cual descansaba. La ciencia clásica estaba destinada a un proceso de auto liquidación.

Exactamente ahí residía el problema. Para medir algo se necesita algún tipo de herramienta o instrumento, y sin embargo el electrón pesa tan poco que cualquier artilugio concebible, aunque fuera tan ligero como el fotón, ¡sería causa de que el electrón cambiara de posición en el acto mismo de intentar medirlo! Y no se trataba de un problema técnico sino, por así decirlo, de un problema entretejido en la trama misma del universo. Los físicos habían llegado al borde aniquilador, y el supuesto que hasta allí los había llevado, el supuesto de que el observador era diferente del suceso, el supuesto de que se podía, con ánimo dualista, tontear con el universo sin afectarlo, resultó insostenible. De alguna manera misteriosa, el sujeto y el objeto estaban íntimamente unidos y las múltiples teorías que habían partido de otro supuesto se venían abajo.

La revolución cuántica fue tan catastrófica porque no atacaba una o dos conclusiones de la física clásica, sino su piedra angular, el cimiento sobre el cual se había construido todo el edificio, que era precisamente el dualismo sujeto-objeto. Los físicos vieron con absoluta claridad que la medición y la verificación objetiva ya no podían ser el sello de la realidad absoluta, porque el objeto medido jamás podía ser completamente separado del sujeto que lo medía; en este nivel, lo medido y lo que mide, lo verificado y lo que lo verifica, son una y la misma cosa. El sujeto no puede tontear con el objeto, porque en última instancia, sujeto y objeto son una y la misma cosa.

Pues bien, aproximadamente al mismo tiempo que el «marco rígido» del dualismo científico se desmoronaba en la física, un joven matemático llamado Kurt Godel (que por entonces sólo tenía 25 años) estaba trabajando en lo que es sin duda alguna el tratado más increíble de su especie. Esencialmente, se trata de un análogo lógico del principio de incertidumbre de Heisenberg en física. Conocido en la actualidad como el «teorema de la incompletitud», incluye una rigurosa demostración matemática de que todo sistema de lógica debe tener por lo menos una premisa que no puede ser demostrada o verificada sin contradecirse. Así pues, «es imposible establecer la congruencia lógica de ningún sistema deductivo complejo, a no ser suponiendo principios de razonamiento cuya propia coherencia interna está tan abierta al cuestionamiento como la del sistema mismo». Así, tanto en el nivel lógico como en el físico la verificación «objetiva» no es un sello de realidad (a no ser en la ficción consensual). Si todo ha de ser verificado, ¿cómo se verifica al verificador, puesto que este es indudablemente parte del todo?

En otras palabras, cuando el universo queda seccionado en un sujeto frente a un objeto, en un estado que ve frente a otro estado que es visto, siempre hay algo que se deja fuera. En esta situación, el universo «siempre se eludirá parcialmente a sí mismo». Ningún sistema de observación puede observarse observando. El veedor no puede verse viendo. El ojo tiene siempre un punto ciego, y precisamente por esta razón, en la base de todos esos intentos dualistas encontramos solamente la Incertidumbre, la Incompletitud.

Además de renunciar a la división ilusoria entre sujeto y objeto, entre ondas y partículas, entre mente y cuerpo, entre lo mental y lo material, la nueva física - con la brillante ayuda de Albert Einstein - abandonó el dualismo del espacio y el tiempo, de la energía y la materia e, incluso, del espacio y los objetos. Ahora bien, esto tiene una importancia inmensa porque los hombres de ciencia sólo pudieron darse cuenta de que el conocimiento dualista era inadecuado reconociendo (por más oscuramente que fuese) la posibilidad de otro modo de conocer la Realidad, de un modo de conocer que no opera separando al que conoce de lo conocido, al sujeto y al objeto.

Eddington llama «íntimo» a este segundo modo de conocer porque en su funcionamiento el sujeto y el objeto están íntimamente unidos. Tan pronto como surge el dualismo sujeto-objeto, sin embargo, esta intimidad se pierde y queda reemplazada por el simbolismo, e instantáneamente volvemos a caer en el mundo, demasiado común, del conocimiento analítico y dualista. Así pues - y este es un punto que pronto elaboraremos con más detalle - el conocimiento simbólico es conocimiento dualista. Y puesto que la separación entre sujeto y objeto es ilusoria, el conocimiento simbólico que de ella se sigue es, en cierto sentido, igualmente ilusorio.

La física - y para el caso, la mayor parte de las disciplinas intelectuales de Occidente - no trataba con «el mundo mismo» porque operaba a través del modo dualista del conocer y, por consiguiente, trabajaba con representaciones simbólicas de ese mundo. Tal conocimiento dualista y simbólico es, al mismo tiempo, el rasgo más brillante y el punto ciego de la ciencia y de la filosofía, en tanto que permite alcanzar una imagen sumamente refinada y analítica del mundo mismo; pero por más esclarecedoras y detalladas que puedan ser esas imágenes, no dejan de ser únicamente eso: “imágenes”. Por ende, tienen con la realidad la misma relación que una imagen de la luna tiene con la luna. Korzybski, padre de la semántica moderna, explicó con toda lucidez esta intuición al describir lo que él llamó la relación «mapa-territorio». El «territorio» es el proceso del mundo en su realidad concreta, mientras que un «mapa» es cualquier notación simbólica que represente o signifique algún aspecto del territorio. Lo evidente es que el mapa no es el territorio.

Disponemos, pues, de dos modos de conocer básicos, como descubrieron los físicos: uno que ha recibido los nombres diversos de conocimiento simbólico, por mapas, inferencial o dualista; en tanto que el otro se ha considerado conocimiento íntimo, directo o no dual. Como hemos visto, la ciencia en general arrancó exclusivamente del conocimiento simbólico y dualista, guiándose por mapas y prestando atención a las «sombras»; pero como resultado de los últimos avances de las ciencias físicas, este modo del conocer - en algunos aspectos por lo menos - demostró ser inadecuado para ese «conocimiento de lo Real» que tan engañosamente había prometido. Esta inadecuación impulsó a muchos físicos a recurrir al segundo modo de conocimiento, el conocimiento íntimo, o por lo menos a afrontar la necesidad de este tipo de conocimiento.

La realidad como consciencia
Tiene, pues, una enorme importancia que la conclusión unánime y sin lugar a dudas de gran cantidad de científicos, filósofos, psicólogos y teólogos que han comprendido plena y profundamente estos dos modos de conocer, o sea que únicamente el modo no dual, es capaz de dar ese «conocimiento de la Realidad». En otras palabras, que han llegado a la misma conclusión que la moderna física cuántica.

A lo largo de la historia, pues, los hombres han entendido esta única realidad abandonando temporalmente el conocimiento simbólico por mapas y vivenciando directamente esa realidad fundamental, el único territorio en que se basan todos nuestros mapas.

Dicho de otra manera, dejaron de hablar de ella para vivenciarla, y es el contenido de esta experiencia o vivencia no dual lo que universalmente se considera como la Realidad absoluta.

Como ya señalamos, la prueba final de esto no consiste en ninguna demostración lógica, sino en un hecho vivencial; y solamente si nos embarcamos en la experiencia de despertar en nosotros el segundo modo del conocer podremos saber por nosotros mismos si tal cosa es o no es verdad.

Podemos trasladar esta discusión epistemológica a una base más psicológica señalando que los diferentes modos del conocer corresponden a diferentes niveles de la consciencia, a bandas distintas y fácilmente reconocibles del espectro de la consciencia. Además, nuestra identidad personal se relaciona íntimamente con el nivel de consciencia desde el cual y sobre el cual operamos. Por lo tanto, un cambio en nuestro modo de conocer da por resultado un cambio en nuestro sentimiento de identidad básico. Así pues, mientras estemos utilizando solamente el modo de conocer simbólico y dualista, que separa al sujeto cognoscente del objeto conocido y después alude al objeto conocido con un símbolo o nombre apropiado, nos sentiremos así mismo fundamentalmente distintos del universo y ajenos a él. Somos una identidad que se expresa en nuestro papel y nuestra imagen de nosotros mismos, es decir, en la imagen simbólica que hemos formado de nosotros mismos al convertirnos, dentro de un marco dualista, en objeto para nosotros mismos. El conocimiento no dual, sin embargo, no opera de esa manera, pues - como ya señalamos - parte de su naturaleza es ser uno con aquello que conoce, lo que evidentemente trae consigo un cambio en la propia sensación de identidad.

Pero antes de seguir adelante con el tema debemos hacer una pausa para esclarecer un punto sumamente importante. En sentido figurado hemos enunciado que el «contenido» del modo no dual del conocer es la Realidad absoluta, porque revela el universo tal como es absolutamente y no como convencionalmente se divide y simboliza. Sin embargo, expresado en términos más estrictos, no hay una cosa que se llame Realidad y otra cosa que se llame conocimiento de la Realidad; esta es una expresión sumamente dualista. Más bien, el conocer no dual es la Realidad, se toma a sí mismo como «contenido». Y si seguimos hablando de conocimiento no dual de la Realidad, como si ambas cosas estuvieran de algún modo separadas, es sólo porque nuestro lenguaje es tan dualista que tropieza con tremendas dificultades para expresarlo de ninguna otra manera. Pero siempre debemos tener presente que el conocer y lo Real se funden en la Experiencia Primaria.

Llegamos, por tanto, a una conclusión sorprendente. Puesto que los modos del conocer se corresponden con niveles de la consciencia, y puesto que la Realidad es un modo particular del conocer, de ello se sigue que la Realidad es un nivel de consciencia. Esto, sin embargo, no significa que la «sustancia» de la realidad sea la «sustancia de la consciencia» ni que los «objetos materiales» estén realmente hechos de consciencia, ni que la consciencia sea alguna vaga nebulosa de algo indiferenciado. Significa solamente - y para expresarlo debemos regresar temporalmente al lenguaje dualista - que la realidad es lo que se revela a partir del nivel de consciencia no dual al cual hemos llamado Mente. Es un hecho vivencial, una experiencia; pero aquello que se revela es algo que no se puede describir con precisión sin volver al modo de conocer simbólico. Por eso sostenemos que la realidad no es ideal, no es material, no es espiritual, no es concreta, no es mecanicista ni vitalista; la Realidad es un nivel de consciencia, y sólo ese nivel es Real.

Al expresar que sólo el nivel de la Mente, o la Mente simplemente, es la Realidad absoluta, debemos aclarar que no se trata de la doctrina filosófica del idealismo subjetivo, aunque superficialmente fuera posible interpretarla así. Pues el idealismo subjetivo es la posición para la cual el universo puede ser explicado exclusivamente como el contenido de la consciencia, para la cual el sujeto (o lo ideal) es lo único real, mientras que todos los objetos son fundamentalmente epifenómenos. Sin embargo, esto no es más que una forma rebuscada y sutil de esquivar el problema del dualismo, proclamando que una mitad del dualismo - en este caso, todos los objetos - es irreal. Además, cuando decimos que la Mente es la Realidad, no se trata tanto de una conclusión lógica como de cierta vivencia, como ya lo hemos señalado. La Realidad es “aquello que” se entiende y se siente desde el nivel no dual y no simbólico de la Mente. Aunque hay un tipo de filosofía que habitualmente “se cuelga” de esta vivencia fundamental, la vivencia misma no es, en modo alguno, una filosofía: más bien es la suspensión temporal de toda filosofía; no es un punto de vista entre muchos, sino la ausencia de todo punto de vista, sea el que fuere.

En suma: nuestra concepción ordinaria del mundo como un complejo de cosas que se extienden en el espacio y se suceden en el tiempo no es más que un mapa convencional del universo; no es real. No lo es, porque este cuadro pintado por el conocimiento simbólico que se vale de mapas depende de la escisión del universo en cosas separadas que se ven en el espacio-tiempo, por una parte y, por la otra, en el veedor de estas cosas. Para que esto suceda, el universo tiene que escindirse necesariamente en el observador frente a lo observado, el universo tiene que volverse distinto de sí mismo y, por lo tanto, falso para sí mismo. De ese modo, nuestras imágenes simbólicas, dualistas y convencionales son sutiles falsificaciones de la realidad misma que intentan explicar.

Pero la escisión no es tanto falsa como ilusoria, y las filosofías, psicologías y ciencias que de ella dependen no son, por consiguiente, erróneas, sino absurdas. El hombre no tiene más posibilidad de separarse del universo para después extraer «conocimiento» de él que la posibilidad que puede tener una mano de cogerse a sí misma o un ojo de verse. Pero el hombre, confiado como está en el conocimiento dualista, intenta el absurdo y se imagina que lo ha conseguido. El resultado es una imagen o cuadro del universo que lo presenta como compuesto de fragmentos llamados «cosas» desparramadas por el espacio y el tiempo, todas ajenas y separadas de la solitaria isla de percepción que el hombre, actualmente, se imagina ser.

Perdido así en su propia sombra, confinado en ese cuadro o mapa puramente dualista del cosmos, el hombre se olvida por completo de lo que el mundo real es en su realidad. Y sin embargo es ineludible que, si el universo se distingue de sí mismo y se falsea para sí mismo mediante la escisión entre el veedor y lo visto, el conocedor y lo conocido, el sujeto y el objeto, entonces una verdadera comprensión del mundo real sólo pueda darse al entender que, como expresó Schroedinger, «el sujeto y el objeto no son más que uno». Si esto es verdad, sólo comprenderlo así puede reclamar el título de «verdad absoluta».

Ahora bien, esto es lo que intentan decirnos todas las tradiciones: mirar a través de las ilusiones que nos ha legado el conocimiento simbólico-dualista, y al hacerlo así despertarnos al mundo real. Como este mundo real en tanto que totalidad no tiene opuesto, es obvio que no se trata de algo que pueda ser definido o captado, ya que los símbolos sólo tienen significado en función de sus opuestos, en tanto que el mundo real no tiene opuesto alguno. Por eso se le llama Vacío, “Sunyata”, lo Hueco, “Agnoia”, expresiones todas que sólo significan que todo pensamiento y toda proposición referentes a la realidad son vacíos e inválidos. Al mismo tiempo, equivale a decir que el mundo real está también vacío de cosas «separadas», ya que las cosas son producto del pensamiento, no de la realidad.

Si la realidad es inexpresable, no por eso deja de ser vivenciable. Pero, puesto que esta experiencia o vivencia del mundo real se da oscurecida por nuestros conceptos sobre ella, y dado que estos conceptos se basan en la escisión entre el sujeto que conoce y los conceptos que son conocidos, todas estas tradiciones afirman enfáticamente que de la Realidad sólo se puede tener una experiencia o vivencia no dual, en la que no existe la brecha entre el conocedor y lo conocido, porque tal es la única manera de que el universo no sea devorado por la ilusión. Esto significa que la Realidad y la percepción que tú tienes de ella es una y la misma cosa, lo que R. H. Blyth llamaba «la vivencia del universo por el universo». Ahora bien, a esta percepción hemos llamado el modo no dual del conocer: el universo que se conoce como universo. Y además, puesto que hemos sugerido que este modo de conocer se corresponde con una función, estado o nivel de la consciencia que designamos como «Mente», y puesto que conocer la Realidad es ser la Realidad, entonces podemos destilar toda la esencia de estas tradiciones en una frase como «la Realidad como nivel de consciencia» o, simplemente, «la Realidad como sólo-Mente».

No tiene gran importancia que se la llame Brahman, Dios, Tao, Dharmakaya, Vacío o de cualquier otra manera, ya que todas ellas apuntan igualmente a ese estado de la Mente no dual en que el universo no se halla escindido entre el veedor y lo visto. Pero ese nivel de consciencia no es difícil de descubrir ni está profundamente sepultado en la psique. Más bien está muy próximo, muy cerca, continuamente presente. Pues la Mente no es en modo alguno diferente de ti, que en este momento tienes en las manos este libro. En un sentido muy especial, en realidad la Mente es lo que en este momento está leyendo esta página.



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